Está en la página 1de 3

El Lenguaje de la Mentira

“Lo siento, me quedé sin batería”

“No es nada. Estoy bien”

“Estas acusaciones son completamente infundadas”.

“La empresa niega cualquier implicación en los hechos”

“Te amo”

Escuchamos entre 10 y 200 mentiras al día, y nos hemos pasado gran parte de la historia
buscando la manera de detectarlas, utilizando desde instrumentos medievales de tortura, a
polígrafos, monitores de presión arterial, monitores de respiración, monitores de estrés vocal,
rastreadores oculares, escáneres infrarrojos cerebrales, e incluso, máquinas de que pesan 180
kg. para realizar electroencefalogramas.

A pesar de que tales dispositivos funcionan en determinadas circunstancias, se puede engañar


a la mayoría, con la preparación suficiente, y ninguna es considerada fiable para ser admitida
en un tribunal.

Pero ¿y si el error no está en la técnicas, sino en la premisa de que la mentira produce cambios
fisiológicos? ¿Y si tomamos un enfoque más directo, utilizando las ciencias de la comunicación
para analizar todas estas mentiras?

En parte, a nivel psicológico mentimos para darnos una mejor imagen de nosotros mismos,
para asociar nuestra imaginación a la persona que nos gustaría ser, en lugar de lo que
realmente somos. Pero al estar ocupado el cerebro soñando, también está permitiendo que
muchas señales pasen desapercibidas.

La mente consciente solo controla cerca del 5% de las funciones cognitivas, incluyendo la
comunicación, mientras que el otro 95% ocurre sin que seamos conscientes de ello, y según
la literatura especializada acerca del control de la realidad, las historias basadas en las
experiencias imaginadas son cualitativamente diferentes que las basadas en experiencias
reales. Esto sugiere que inventar una historia falsa requiere de mucho trabajo y conduce a un
patrón diferente en el uso del lenguaje.

La tecnología conocida como análisis lingüístico del texto ha ayudado a identificar cuatro
patrones comunes en el lenguaje involuntario del engaño.

Primero, los mentirosos hacen menos referencias a sí mismos al hacer declaraciones falsas.
Escriben o hablan más sobre los demás y a menudo usando la tercera persona, para
distanciarse y desvincularse de sus mentiras lo qué suena aún más artificial: “En esta casa
ninguna fiesta tuvo lugar”, o “Yo no organicé ninguna fiesta aquí”.

Segundo, los mentirosos tienden a ser más negativos, porque se sienten, inconscientemente,
culpables por mentir. Por ejemplo, un mentiroso diría algo así: “Lo siento, se ha muerto la
estúpida batería. La odio”.

En tercer lugar, los mentirosos suelen explicar las cosas en términos sencillos, ya que nuestro
cerebro se niega a crear una mentira compleja. Las técnicas basadas en el juicio y la
estimación son modelos complejos para el cerebro. Como una vez insistió un Presidente de
los EE. UU.: “Nunca he tenido una relación sexual con esa mujer” (Bill Clinton, 1998).

Y por último, aunque los mentirosos describen cosas de una manera sencilla, tienden a utilizar
oraciones más largas e intrincadas, intercalando palabras innecesarias y detalles irrelevantes,
sin embargo, ciertos para reforzar la mentira. Otro presidente, frente a un escándalo, dijo:
“Puedo decir, categóricamente, que esta investigación apunta a que ninguno de los empleados
de la Casa Blanca, nadie de la actual administración, está involucrado en este extraño
incidente” (Richard Nixon, 1972).

Vamos a aplicar el análisis lingüístico a algunos ejemplos bien conocidos. Analicemos al siete
veces campeón del Tour de France, Lance Armstrong. Al comparar su entrevista de 2005 en
la que negó haberse dopado, a otra entrevista de 2013 en la que lo admitió, el uso de los
pronombres personales aumentó en casi un 75%. Nótese las diferencias entre estas dos
declaraciones. En la primera: “Bueno, ya saben, un tipo en Francia, en un laboratorio en París,
contamina una muestra, ya saben, un tal Jean Francis de tal, y la examina. Y así recibe uno
una llamada telefónica de un periódico que afirma que he dado seis veces positivo en la prueba
de EPO.” (Erythropoietin) La segunda: “Todo esto me superó. Estoy seguro de que había otros
que tampoco podían manejarlo, pero yo, sin duda, no pude hacerlo y yo estaba acostumbrado
a controlarlo todo en mi vida. Yo controlaba todo en mi vida”.

Al negarlo, Armstrong describió una situación hipotética centrándose en otra persona,


excluyéndose a sí mismo por completo de cualquier vinculación. En su confesión, asume la
responsabilidad de sus actos, centrándose en emociones y motivaciones personales.

Pero el uso de los pronombres personales es solo uno de los indicadores de engaño.

Veamos otro ejemplo, del exsenador y candidato a la presidencia de EE. UU., John Edwards.
“Solo sé que el presunto padre ha declarado públicamente que él es el padre del bebé.
Tampoco he estado involucrado en ninguna actividad que requirió, acordó o respaldó cualquier
tipo de pago a la mujer o al presunto padre del bebé” (John Edwards, 2007). Eso es no solo
una forma muy retórica de decir: “El bebé no es mío”, sino que Edwards nunca se dirige a los
implicados por sus nombres, y en cambio les llama “el bebé”, “la mujer” y “el presunto padre”.

Ahora vamos a ver lo que tuvo que decir después de admitir la paternidad: “Yo soy el padre de
Quinn. Haré todo lo que esté en mis manos para darle el amor y el apoyo que se merece”. La
declaración es corta y directa, llamando al bebé por su nombre y admitiendo su papel en su
vida.

Y ¿cómo se pueden aplicar estas técnicas de detección de mentiras en su vida?

En primer lugar, recordando que muchas de las mentiras que escuchamos a diario son mucho
más piadosas que los ejemplos mencionados, y tal vez incluso inofensivas. Pero aun así, vale
la pena ser conscientes de algunas pistas reveladoras, cómo las pocas referencias personales,
el lenguaje negativo, el uso de explicaciones sencillas y oraciones complejas. Tal vez les
ayudaría a evitar una acción bursátil sobrevalorada, un producto inútil o incluso una pésima
relación.

También podría gustarte