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Cuentos Espirituales - Cuando Las Cosas No Son Perfectas
Cuentos Espirituales - Cuando Las Cosas No Son Perfectas
Cuenta la leyenda que cierto hidalgo quiso un día plantar un jardín frente a
su mansión, y para ello seleccionó las mejores semillas de las más bellas
flores.
Preparó el suelo, sembró las semillas y, algunos meses más tarde, empezaron
a brotar los hermosos y coloridos especimenes. Pero por desgracia, entre las
flores había arraigado también una mala hierba bastante común en la
región.
Sin saber qué hacer, el hidalgo contrató los servicios de varios jardineros,
pero ninguno acertó a solucionar el problema. Desesperado, mandó llamar al
jardinero más consagrado de aquellas tierras, el que cuidaba los jardines del
palacio real.
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El teniente cogió al propietario por los brazos y le sacó de su casa, hizo que
sus soldados salieran de sus escondites y les hizo formar un pelotón de
fusilamiento. Puso al propietario en la línea de tiro y ordenó a sus tropas que
se prepararan para disparar. El propietario de la casa se puso a temblar de
arriba abajo y cayó de rodillas al suelo. El teniente se acercó a él y le levantó
del suelo:
Hace miles de años, las tribus viajaban, hacían el amor libremente, tenían
hijos y, cuanto más poblada era una tribu, más posibilidades tenía de
desaparecer. Luchaban entre sí por comida matando a los niños y después
matando a las mujeres, que eran más débiles. Sólo quedaban los fuertes,
pero eran todos hombres. Y los hombres, sin mujeres, no pueden perpetuar
la especie.
Entonces alguien, al ver que eso había sucedido en la tribu vecina, decidió
evitar que también sucediese en la suya. Inventó una historia: los dioses
prohibían que los hombres hiciesen el amor con todas las mujeres. Sólo
podían hacerlo con una o dos como máximo. Algunos eran impotentes,
algunas eran estériles, parte de la tribu no tenía hijos por razones naturales,
pero nadie podía cambiar de pareja.
Tal vez sea por eso, por culpa de una historia escondida en el pasado: el
hambre, la amenaza de extinción de la especie y el camino hacia la
supervivencia que lo que le da más placer a una mujer en el matrimonio no
sea el sexo, sino ver a su marido comer. Ese es el momento de gloria de la
mujer, que se pasa el día entero pensando en la cena.
una doncella y, poco a poco, la fue cincelando con tanto amor y devoción que
hizo la más perfecta estatua que jamás hubo visto ojo humano.
Venus, la diosa del amor, que lo observaba inmóvil frente a su obra, un día
tuvo lástima de él. Pasó al lado de la estatua y, con un solo soplo, dio vida a
tan magnífica belleza. La estatua se bajó de su pedestal y suavemente se
acercó a Pigmalión, que no salía del asombro.
Había una vez una gaviota que vivía en la costa oeste de Irlanda cuyo
nombre era Jake O'Shaunessey. Jake era una gaviota saludable, atractiva e
inteligente, pero no podía volar.
Se hizo mayor y decidió intentar aprender solo. Miraba a otras gaviotas y las
imitaba. Corría por el suelo y aleteaba saltando arriba y abajo, intentando
alzarse en el aire, pero no pasaba nada, y las gaviotas jóvenes se reían
porque era muy divertido verle.
Algunas de las gaviotas más jóvenes intentaron enseñarle, pero cada una le
explicó a Jake una manera diferente de aprender a volar, y Jake intentaba
pensar en todas las formas que cada una de las gaviotas le había dicho:
-Mueve más las alas, pon los pies atrás, la cabeza erguida.
Y todas las demás instrucciones. Pensaba tanto en todo lo que los demás le
decían que no era capaz de despegar del suelo. Empezó a creer que le pasaba
algo, que nunca volaría.
Intentó ir a la cima de un acantilado y saltar desde él, pero lo único que hizo
fue caer hasta el fondo. Fue a un acantilado más alto, sobre el mar, cerró los
ojos, y saltó. Otra vez, volvió a caer. Otras gaviotas se compadecieron de
Jake e intentaron cuidarle. Pero esto le hizo sentirse más abatido que nunca.
Se sentía como un lisiado.
Un día una gaviota muy vieja y sabia llegó volando hasta la costa oeste
dónde vivía Jake. Escuchó el problema de Jake y le dijo que subiera a la cima
de un acantilado especial, el más alto y empinado.
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En la cima de este acantilado encontraría una gran roca, y en esta roca había
escrito un mensaje secreto. Éste era el mensaje que necesitaba Jake para
poder volar, le dijo el pájaro sabio.
Ninguna gaviota había subido nunca a ese acantilado tan empinado. Jake
tuvo que atarse estrellas de mar a los pies para que le ayudaran a agarrarse.
Subió lenta, dolorosamente, y finalmente llegó a la cima. Vio la gran roca. En
ella estaba escrito «Lo que creas, puedes hacerlo».
Jake miró abajo del vertiginoso acantilado y estaba aterrorizado, pero cerró
los ojos y saltó. Empezó a caer, y en esos momentos recordó decirse a sí
mismo:
Érase una vez un hombre que había llevado una buena vida, y cuando murió
fue al cielo. Al llegar a las puertas del cielo, se encontró con un guardián que
se presentó y le dio la bienvenida al otro mundo. Pero antes de llevar al
hombre al otro lado de las puertas del cielo, el guardián le dijo:
-Sé que puede parecer extraño, pero puede elegir. Las personas que han
llevado una buena vida en la tierra tienen la posibilidad de escoger. Algunos
escogen vivir en el infierno y otros escogen vivir en el cielo.
El guardián contestó:
-Se sorprendería. Pero no tiene que decidirse ahora mismo, puede echar un
vistazo a los dos sitios si quiere y decidirse después.
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hombre pudo oler los aromas más seductores, ricas especias y suaves
aromas. Se le estaba haciendo la boca agua. Finalmente llegó a una ventana
y a través de ella pudo ver hermosas mesas puestas con la comida más
magnífica que pueda imaginarse. Se volvió hacia el guardián y le dijo:
-Así que esto debe ser el cielo. Nunca había visto ni olido un banquete tan
maravilloso. Está más allá de nada de lo que haya experimentado.
Los brazos de esta persona estaban rígidos y cada vez que conseguía coger
algo de comida e intentaba ponérsela en la boca, no podía doblar los brazos y
la comida se le caía al suelo.
-Esto es bueno.
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Cuando llegó el jefe de la tribu para contemplar los preparativos, vio que al
empresario le faltaban algunos dedos y detuvo la ceremonia.
-Fue realmente bueno perder los dedos. Lamento mucho haberte despedido y
haberte arruinado la vida y la reputación. ¿Qué puedo hacer para
compensarte de mi error?
-Ya sabes, papá, cuando las cosas no son perfectas. Mira como está mi mesa
ahora, llena de cosas. Está desordenada. Y, sin embargo, anoche, trabajé
duro para que estuviera perfecta. Pero las cosas no permanecen así por
mucho tiempo. ¡Se lían con tanta facilidad!
-Muéstrame cómo son las cosas cuando son perfectas- le pedí a mi hija.
-Ahí lo tienes, papá; ahora está todo perfecto. Pero no permanecerá de ese
modo.
-¿Y si muevo quince centímetros tu caja de pinturas hacia este lado? –le
pregunté- ¿Qué sucede en este caso?
-No papá, ahora ya está liado- contestó ella. De todos modos, la caja tendría
que estar recta, y no inclinada como tú la has puesto.
-¿Y si muevo el lápiz desde el lugar donde lo has dejado hasta el siguiente?
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