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Selección de poemas

John Ashbery

Vaucanson

Mientras escribía, nevaba.

Se sintió sosegado y singular en la habitación gris.

pero, claro, nunca nadie se fía de estos humores.

Aquello tenía que tener entendimiento.

Pero, ¿por qué? De todos modos, sucede siempre,

y ¿quién se apunta el tanto? Seguramente

no aquello que se comprende,

y nos empequeñece saberlo

como saben los árboles de la tormenta

hasta que pasa y vuelve la luz a caer

desigualmente sobre toda la susurrante parentela:

las cosas con las cosas, las personas con los objetos,

las ideas con las personas o con las ideas.

Duele esta voluntad de proporcionarle a la vida

dimensiones, cuando la vida consiste precisamente en esas

dimensiones.

Somos criaturas, así que caminamos y hablamos

y la gente se nos acerca, o nos escucha

y luego se va.

La música llena los espacios

en los que se estiran las figuras hacia los bordes,

y puede solamente decir algo.

Los tendones se relajan entonces,

la conciencia empieza a albergar buenos pensamientos.


Ah, tiene que ser bueno este sol:

calienta de nuevo,

hace el número, completa su trilogía.

La vida debe de estar ahí detrás. La escondiste

para que nadie la encontrase

y ahora no recuerdas dónde.

Pero si volviera uno a inventarse la infancia

sería casi como volverse una reliquia viva

para librar a esta cosa, librarla del rubor

por el procedimiento de bajar el telón,

y durante unos segundos nadie se daría cuenta.

El final parecería perfecto.

Nada de consternación,

ni sueño trágico alguno del que despertarse sobresaltado

con un ataque de culpa apasionada, sólo la cálida luz del sol

que se desliza con facilidad por los hombros

hasta el corazón blando, derretido.

(Traducción por Esteban Pujals)

Pirograbado

Aquí fuera en Cottage Grove eso importa. El viento

galopante se resiste a su sombra. Las carrozas

marchan bajo una atmósfera de roble ahumado.

Aquí América llamando:

el reflejo de un estado a otro,

de una voz a otra en los cables,


la fuerza de los saludos coloquiales como polen

dorado que se hunde en la brisa de la tarde.

En escaleras de servicio crece la dulce corrupción;

la página del crepúsculo se vuelve como una chirriante plataforma giratoria en Warren,
Ohio.

Si esto es tal como es, vámonos,

ellos acuerdan, y enseguida comienza el lento viaje en furgón,

acelerando paulatinamente hasta que los ventiladores de los barrios,

que cubren la oscuridad de las ciudades, se recuerdan

sólo como un tic repetitivo. Y a mitad de camino

nos topamos con los decepcionados, los que regresan, sin su

capacidad de detenernos bajo la noche impetuosa

en nuestro viaje hacia la nada de la costa. En Bolinas

las casas dormitan y parecen preguntarse por qué a través de

la niebla del Pacífico, y los sueños brillan y se oscurecen alternativamente.

¿Por qué quedarse aquí, igual que las cometas, dando vueltas,

resbalando en una rampa de aire, pero siempre dando vueltas?

Pero la variable nubosidad está derramando sus lluvias

y te vuelve a inundar como el significado de un chiste.

El terreno no era atractivo a primera vista; !o construimos

en parte sobre ruinas falsas, a imagen nuestra:

un arco que termina en media clave, un pilar de piedra para lavanderas

que se desmorona, un teatro al aire libre, nunca terminado

y sólo diseñado en parte. ¿Cómo vamos a habitar

este lugar a! que le falta la cuarta pared constantemente,

como en un escenario o una casa de muñecas, sino permaneciendo como estamos,

de perfil perdido, de cara a las estrellas, con docenas

de proyectos aún no realizados y una sensación estricta


de que el tiempo se acaba, de que la tarde presenta

la factura, discretamente doblada? Y nos acoplamos

a ello con extraña facilidad, nos volvemos transparentes,

casi fantasmas. Un día

las aves y los animales del pasto han absorbido

el color, la densidad de los alrededores,

las hojas están vivas, demasiado cargadas de vida.

A esto siguió un largo período de ajuste.

En las grandes ciudades al final de siglo conocieron eso,

pero tuvieron cuidado de no decirlo mientras los repartidores de hielo y los de leche

desaparecían por los edificios y el cartero hacía gritando

su recorrido diario. Los niños que estaban bajo los árboles conocían eso,

pero todos los padres que regresaban a casa en tranvía

después de un día grato en la oficina lo arruinaron:

el clima todavía era floral y todo el papel de las paredes

de un millón de hogares esparcidos por aquella tierra conspiraron para esconderlo.

Un día pensamos en muebles pintados, en cómo

cambian ligeramente el aspecto de la habitación

y del patio de fuera y cómo, si fuéramos a poder escribir

la historia de nuestro tiempo, empezando por hoy,

sería necesario modelar todos estos pequeños detalles

para poder incluirlos; de otra manera, la narración tendría

ese aspecto mate de papel de lija que el cielo adquiere

en el medio oeste hacia el final del verano,

el aspecto de querer volverse atrás antes de que la disputa

se haya resuelto y a la vez salvar las apariencias

para que el mañana sea puro. Por tanto, ya que tenemos que dedicarnos a lo nuestro

a pesar de las cosas, ¿por qué no hacerlo a pesar de todo?


De esa manera quizá los tenues lagos y pantanos

del campo interior quedarán conectados al circuito

y no sólo los sucesos principales sino toda la increíble

masa de las cosas que están sucediendo simultáneamente y emparejándose,

canalizándose a sí mismas en la historia, se desenvolverán

con el mismo esmero y desenfado que una conversación en el cuarto de al lado,

y la pureza de hoy nos cubrirá como una brisa,

sólo que dura, escasa, irónica: algo a lo que se puede

saludar con el sombrero y de lo que aún se puede conseguir provecho.

El desfile está entrando en nuestra calle.

Mis estrellas, los pulidos uniformes y los rasgos

prismáticos de este instante pertenecen a este lugar. El terreno

se aparta bruscamente de las brillantes y mágicas ciudades costeras

hacia el ya mencionado lugar de encuentro con agosto y diciembre.

La corazonada es que será siempre de esta manera,

la apariencia, la forma en que las cosas te asustaron por primera vez

bajo la luz de la noche y después resultaron ser,

aunque todavía capaces, sin embargo, de una estrecha fidelidad

a lo que tú y ellos quisisteis convertiros:

ningún suspiro como música rusa, sólo un vasto desenredo

hacia las confluencias y la oscuridad de más allá,

hacia estos campos pelados, construidos a expensas del presente.

Poema sinfónico

Ya no es de noche. Pero hay una semejanza

de intención, de todos modos, en las formas


en que nos dirigimos a ella, hosco

color de qué mundo tan asombroso,

al apagarse o desaparecer, y esto

es una maravilla, creemos, y nos cuidamos de no pasar de largo.

Pero lo que todos estamos viendo es lo mismo,

nuestro mundo. Ve tras él,

cógelo, chico, dice el hombre del bastón.

Come, dice el hambriento, y otra vez nos sumergimos a ciegas

en la recámara que hay detrás del pensamiento.

Lo oímos, incluso lo pensamos, pero no podemos zafarnos de la mente.

Aquí en la mano tengo el billete ganador. Aquí mismo.

Pero todo vuelve a ser del mismo color, como si el clima

tiñera las cosas del mismo colorido. Es más práctico,

pero el paisaje, esas carteleras, envejece tan rápido como antes.

Torre de tinieblas

Ya no puedo permanecer fuera

bajo el frío y la lluvia penetrante.

Me agarro la entrepierna deseando una bola de luz

en el peludo interior que tienen otras personas.

Me marcharé sin haber ido a coger un grano

de la tierra,

compacto,

con el ascendente designio

que conocimos y odiamos tan bien, y cuando nos tocó

morir simplemente nos rendimos, mascullando alguna excusa.


¿ Sueles ir a verlos?

Ellos no pueden tener muchos motivos

para viajar hasta aquí, pero sus huellas,

excluidas por la nieve…

Fue el pregonero cuyo pataleo lo inició,

mucho antes de que nos despertáramos, en el amanecer

que encanece, ahora, un susto

que desear, que leer,

distinto a la vieja cicatrización que volverá a su tiempo.

Una tarde citadina

Un velo de niebla protege esta

Lejana tarde por todos olvidada

En dicha fotografía, ellos ahora en conjunto

Absortos gimiendo a través de la vejez o la muerte.

Si uno pudiera aprender los Estados Unidos

O por lo menos una refinada omisión

Que se filtre en nuestro perfil

Precisando nuestros espacios con una sombra

Que sea fugaz también.

Pero que celebre

Porque en verdad define, después de todo:

Guirnaldas grises, aquel terceto

Aguardando la luz para cambiar,


El aire alzando los cabellos de alguien

Al revés en el reflexivo estanque.

Escondrijo

De quienes nosotros y todos ellos somos

Ustedes todo ahora entienden. Pero ustedes entienden,

Después de que ellos comenzaron a encontrarnos

nosotros crecimos

Antes de que murieran pensándonos las causas

De sus actos. Ahora nosotros no sabremos

La verdad de algún inmóvil en el piano, aunque

Ellos con frecuencia parten de nosotros, causando

Estos cambios que nosotros pensamos que somos.

No nos importa.

Sin embargo, tan altos allá arriba.

En aire joven. Pero las cosas se oscurecen mientras nos movemos

Para preguntarles: ¿a quiénes debemos nosotros conocer

Para morir, para que ustedes vivan y nosotros entendamos?

(Traducción por Alejandro Valero)

Sombra de las cinco en punto

De donde vine es
«muy distinto», bonito,

y ya balcanizado.

Todo este tiempo las cosas te fastidian.

Es tan interesante cuando

los objetos hermosos de una mesa

ponen la oreja, en trance.

¿Qué es una tarde entre amigos?

¿Qué puedes hacer?

Ifigenia en Sodus

¿Por qué es tan familiar ese nombre?

Yo en tu lugar no me preocuparía, o haría preguntas.

Pero ¿no es un caso de connivencia?

Bueno, sí, técnicamente lo es,

pero aquí estamos muy lejos de la verdad.

Sí, todo parece estar bien, pero tendremos que

poner cuerpos distintos a estos caballeros…

Algo que habla a la verdad, tal como ella es ahora,

que es como todos la habíamos concebido:

envuelta en cintas de jade, más o menos envilecida,


y con un aire de descuido en la boca.

Discúlpenme, tuve problemas,

pero entonces las puertas se combaron, los marcos de las ventanas

se habían esfumado tiempo atrás en la tiniebla

de esta edad. Vista ahora, ella se gira frenéticamente

hacia donde nosotros –ellos– nos dirigimos para consultar el oráculo,

y todo el tiempo hablando para hacer tiempo, de cómo las

elecciones de quién debían ser más breves, y de cómo todo

fluía hacia tiempos más acogedores, mostrándose amable conmigo,

antes de talarlos.

(Traducción por Jordi Doce)

El pequeño vestido negro

Todo aquello que tratamos de manera desafiante de

desenmarañar está esperando, próximo al trayecto. Sí,

mas la marcha es insistente y relajada al mismo tiempo,

un emerger del fondo. Tu plan parece bueno.

Conocí una trigueña una vez en Omaha, nos decía,

novedad que nos dejaba atónitos. Él no estuvo alejado

del camión por largo tiempo. En el suelo húmedo el sauce


nuevo descarga hojas, reproche para todos.

Por qué no puede el barro sujetarnos con firmeza,

para que él pueda leer,

extraer algo claro de aquellas notaciones que llegan

cada día, como cartas, oh, no en la casa sola.

Un agujero en tu calcetin

Un hombre camina en la ciudad

como si retrocediera de otro sitio.

Los otros tienden brazos, tocan manos.

Así es como se hace, día a día.

Mi teléfono está intervenido.

Llamaré a la policía.

No, obviamente no, parte del

“procedimiento”,

el mensaje suavemente ocupa el puesto.

Contemplamos las conchitas de crustáceos muertos

hace tiempo, esperan el final de la Edad de Bronce.

Nosotros vamos más allá, pasaje que es peor.

Y ellos nos reintegran nuestro pobre impermeable.

Entonces el gobierno entra en acción

y los demás se apiñan y disuelven.

Eso es algo, una especie de

capilla. Tendrías que admitirlo.


Simplemente… se mueren. Y eso es todo.

Cuando hemos regresado

en un clima casual

el hechizo ya es múltiple por encima de los cielos,

contemporáneo como nunca,

como tiene que ser un ingrediente.

Los oficiales de la clase, dramáticos que hastían,

se han marchado. Se suspende

una lágrima en el aire medio.

Este futuro nos hace bondadosos.

(Traducción por León Félix Batista)

Película de los cuarenta

La sombra de la persiana en la pared pintada,

las sombras del cactus y la enredadera, los animales de yeso

concentran la trágica melancolía de la brillante mirada

hacia ninguna parte, un agujero como los agujeros negros del espacio.

En bragas y sujetador se acerca con sigilo a la ventana:

¡Fis! Arriba la persiana. Se ve una frágil escena callejera,

con delgadísimos transeúntes que saben a dónde van.

La persiana se baja lentamente; las tablillas lentamente se ladean.

¿Por qué siempre tiene que acabar de esta manera?

Un estrado con mujer leyendo, que lleva el cabello hecho un lío


y todo lo que no se dice de la atracción que ella ejerce en nosotros,

con ella hacia el silencio que no puede explicar sólo la noche.

El silencio de la biblioteca, del teléfono con su libreta,

pero tampoco nos hizo falta reinventar estas cosas,

se habían ido a la trama de una historia,

el papel del «arte», sabiendo qué detalles importantes suprimir

y la forma en que se desarrolla el personaje. Demasiado reales las cosas

como para darles mucha importancia, por tanto artificiales, aunque esparcidas por toda la
página,

el interior con el exterior que se convierte en parte tuya

cuando comprendes que nunca habías dejado de reírte de la muerte,

el fondo, oscura vid al borde del portal.

Y «ut pictura poesis» es su nombre

Ya no lo puedes decir de esa manera.

Preocupada como estás por la belleza tienes

que salir a la intemperie, a un descampado

y descansar. Claro que las cosas divertidas que te pasan

están bien. Pedir más que esto sería raro

en ti que tienes tantos amantes,

gente que te admira, dispuesta

a hacer cosas por ti, pero piensas

que eso no está bien, que si en verdad te conocieran…

Ya basta de autoanálisis. Entonces,

veamos lo que tienes que poner en tu poema-pintura:

las flores son siempre majas, en especial la espuela de caballero;

nombres de chicos que conociste y sus trineos;

los cohetes espaciales están bien (¿existen todavía?).


Hay muchas otras cosas que tienen la misma calidad

que las que ya he nombrado. Ahora bien, hay que encontrar

unas pocas palabras importantes y otras muchas que tengan

un tono bajo y un sonido apagado. Ella se acercó a mí

para venderme su escritorio. De repente la calle era

una algarabía y el estrépito de instrumentos japoneses.

Se desparramaron testamentos rutinarios. Su cabeza

se encerró en la mía. Éramos un vaivén. Algo

debería escribirse de cómo te afecta esto

cuando escribes poesía:

la extrema austeridad de una mente casi vacía

que colisiona con el florido y rousseauniano follaje de su deseo de comunicar

algo entre alientos, aunque sólo sea en atención

a otros y su deseo de entenderte y abandonarte

por otros centros de comunicación, para que el entendimiento

pueda comenzar y al hacerlo estar perdido.

Lo único que puede salvar a América

¿Hay algo central?

¿Huertos arrojados sobre los campos,

bosques urbanos, plantaciones rústicas, colinas a la altura de la rodilla?

¿Son los nombres de lugar, centrales?

¿Elm Grove, Adcock Córner, Story Book Farm?

Cuando coinciden con ímpetu al nivel de la vista,

clavándose en unos ojos que ya se han saciado,

gracias, no más, gracias.

Y llegan como paisaje mezclado con la oscuridad,


las húmedas llanuras, barrios hiperdesarrollados,

lugares de conocido orgullo cívico, de cívica oscuridad.

Éstos se relacionan con mi versión de América

pero el jugo está en otra parte.

Cuando salí de tu cuarto esta mañana

después de un desayuno sombreado con

miradas hacia atrás y hacia delante, atrás hacia la luz,

delante hacia una luz poco familiar,

¿fue nuestro comportamiento, y fue

la materia, la madera de la vida, o de las vidas

lo que estábamos midiendo, contando?

¿Un estado de ánimo que hay que olvidar pronto

en vigas de luz cruzadas, fría sombra de ciudad

en esta mañana que otra vez se ha apoderado de nosotros?

Ya sé que trenzo demasiado mis propias

percepciones instantáneas de las cosas tal como me llegan.

Son privadas y así lo serán siempre.

¿Dónde están entonces los aspectos privados del suceso

destinados a resonar más tarde como campanadas de oro

que se lanzan sobre una ciudad desde la torre más alta?

¿Las rarezas que me ocurren y te cuento,

y tú sabes al instante a lo que me refiero?

¿Qué remoto huerto al que se llega por caminos sinuosos

los esconde? ¿Dónde están estas raíces?

Son los golpes y las dificultades

los que nos dice si llegaremos a ser conocidos

y si nuestro destino puede ser ejemplar, como una estrella.


Todo lo demás es ponerse a la espera

de una carta que nunca llega,

día tras día, la exasperación

hasta que al final la rompes sin saber lo que es,

y las dos mitades rotas de la carta yacen en un plato.

El mensaje era atinado y aparentemente

dictado hace mucho tiempo.

Su verdad es eterna pero su momento no ha llegado

todavía, y habla de un peligro y de las muy limitadas

medidas que se pueden tomar contra el peligro

ahora y en el futuro, en patios fríos,

en tranquilas casitas de campo,

en nuestra tierra, en zonas valladas, en frías calles con sombras.

(Traducción por Alejandro Valero)

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