Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EXPOSICIÓN DE LA OBRA
Esta nueva edición castellana de la famosa obra del profesor vienés Hans
Kelsen ha sido hecha sobre la edición francesa de 1953 (Theorie pure du droit,
Edit. de la Baconniére, Neuchâtel), por ser ésta "la más reciente elaboración de
la Teoría pura del derecho, según advierte el editor argentino en una nota al pie
de la p. 7. Comprende el prólogo del autor a la edición francesa, el prefacio de
la edición alemana de 1934 y trece capítulos, que llevan los títulos
siguientes: El derecho y la naturaleza (cap. I); El derecho y la moral (cap.
II); Definición del derecho (cap III); La obligación jurídica (cap. IV); El hecho
ilícito (cap. V); La responsabilidad jurídica (cap. VI); Ciencia del derecho y
sociología jurídica (cap. VII); El dualismo en la teoría del derecho y su
eliminación (cap. VIII); La estructura jerárquica del orden jurídico (cap.
IV); La interpretación (cap. X); "Los modos de creación del derecho" (cap.
XI); "El derecho y el Estado" (cap. XII) y El derecho internacional (cap. XIII).
Cierran la edición una Bibliografía del autor y un índice de nombres y temas.
La edición es cuidada, y clara y nítida la impresión.
Afirma que solamente en la voluntad divina coincide lo que debe ser con
lo que es; "pero esto supone colocarse en un punto de vista metafísico e
irracional"; por otra parte, "si consideramos que la justicia de Dios es
inmanente a la realidad, es preciso admitir que esta realidad es la
manifestación de la voluntad justa de Dios". Sostiene que las normas del
derecho natural, si pudieran hallarse analizando la realidad natural, "dado que
serían creadas por la naturaleza y la voluntad de Dios" serían normas positivas,
"pero no es posible de ninguna manera probar la existencia del acto por el cual
han sido creadas; son, en verdad, meras normas supuestas por los que afirman
su validez; están fundadas, en último análisis, en el deseo o el temor; los
valores que declaran absolutos son solamente subjetivos y relativos" (p. 105).
Pasa luego a denunciar contradicciones en la doctrina del derecho natural; según
él, haría inútil el derecho positivo; además, si la naturaleza humana es la fuente
del derecho natural, el hombre es un ser fundamentalmente bueno; pero
entonces no se vería la razón de ser de un orden coactivo como es el derecho
positivo; por otra parte, habría que considerar como nula e inexistente toda
norma legislativa o consuetudinaria contraria al derecho natural; el "dar a cada
uno lo suyo" reenviaría necesariamente al derecho positivo, pues ella no
determina que es "lo suyo" de cada uno; finalmente, el derecho natural no
tendría por fin debilitar el derecho positivo, sino al contrario: sería
generalmente de carácter conservador; admitiría que el derecho positivo vale
como tal mientras no sea adaptado al derecho natural, adaptación que sólo sería
un postulado dirigido al legislador, no como un efecto automático; incluso
algunos partidarios del derecho natural —Kelsen cita a un tal Benedictus
Winkler, autor de unos Principiorum iuris libri quinque, 1615— "se han
opuesto a toda reforma legislativa" (p. 109). Después pasa Kelsen a estudiar
las consecuencias contradictorias que surgirían de la doctrina del derecho
natural: para algunos de sus partidarios, la democracia es la forma natural de
gobierno, para otros sólo la autocracia; para uno, el poder del gobierno debe ser
limitado por naturaleza, para otro, como Hobbes, ilimitado. Ve en el retorno a
la teoría iusnaturalista un intento de justificar la propiedad privada (que Kelsen
parece confundir allí con el capitalismo) contra el comunismo, pese a que según
las Sagradas Escrituras Dios dio todo en común a los hombre; incluso algunos
no juzgan de derecho natural al derecho a la vida, pero sí en cambio el derecho
de propiedad e incluso rechazan por ello los impuestos no consentidos sobre
ella y la expropiación no indemnizada: así, la propiedad valdría más que la vida.
Hace notar que, pese a ello, la doctrina del derecho natural ha sido invocada
también para demostrar que la propiedad privada es contraria a la naturaleza y
la fuente de todos los males. "La doctrina del derecho natural —agrega— al
seguir un método lógicamente erróneo, permite justificar los juicios de valor
más contradictorios" (p. 112). Por eso, no la considera como científica, y llega
a decir: "la doctrina del derecho natural trastueca la verdad al pretender ser
apta para determinar de manera objetiva lo que es justo, pero sus partidarios
pueden considerarla como una mentira útil" (p. 112). De allí pasa a la
eliminación del derecho subjetivo, reduciéndolo al objetivo (como norma, no
como lo justo), y de la persona como sujeto de derecho (pp. 112/132). Dice:
"decir de un hombre que es una persona o que posee personalidad jurídica
significa simplemente que algunas de sus acciones u omisiones constituyen de
una manera u otra el contenido de normas jurídicas" (pp. 127). Termina el
capítulo elogiando el carácter "objetivista y universalista" de la teoría pura,
análisis exacto de la estructura del derecho positivo.
Por todo ello afirma que "la teoría del Estado es una parte de la teoría del
derecho", y luego sostiene en el acápite sobre "Poder del Estado y efectividad
del orden jurídico" que "si el Estado es un orden jurídico y si personifica la
unidad de ese orden, el poder del Estado no es otra cosa que la efectividad de
un orden jurídico...Las manifestaciones exteriores del poder del Estado, las
cárceles y la fortalezas, las horcas y las ametralladoras, no son en sí mismas
más que cosas inertes. Se convierten en instrumentos del poder estatal sólo en
la medida en que los individuos se sirven de ellas en el marco de un orden
jurídico determinado, es decir, con la idea de que deben conducirse de la
manera prescrita por ese orden" (pp. 195/96). Afirma que desaparece así el
dualismo del Estado y derecho, y manifiesta que "para la teoría del
conocimiento, el dualismo de la persona estatal y del orden jurídico recuerda
el dualismo también contradictorio (sic) de Dios y el mundo. La ideología
político-jurídico coincide en todos los puntos esenciales con la ideología
teológico-religiosa de la cual emana y de la cual constituye un sucedáneo" (p.
96). Y agrega que "para una ciencia que no se enreda en imágenes
antropomórficas y busca la realidad de las relaciones humanas detrás del velo
de las personificaciones, el Estado y su derecho son un solo y mismo sistema
de coacción". Y de aquí deduce "la imposibilidad de legitimar el Estado por el
derecho": el Estado es un orden jurídico; pero no está sometido a un orden
jurídico superior (esto sería recurrir a un resto de la doctrina de derecho natural);
intelectualmente considerado, el Estado es sólo un sistema de normas estudiado
por la ciencia normativa del derecho; el la realidad, es "una serie de actos de
carácter psicofisiológico que se motivan los unos a los otros, es una fuerza y
como tal se estudio pertenece a la psicología social o a la sociología". (p. 197).
Admite luego que las normas del derecho internacional pueden también
aplicarse a los individuos, tendencia que ha de reforzarse en lo venidero,
produciéndose un avance hacia la centralización universal que comenzará por
la jurisdicción y pasará a los demás aspectos del derecho. Luego se refiera a la
"Noción de un orden jurídico universal", porque "toda ciencia postula la
unidad de su objeto", y "por una centralización reciente, desembocará en una
comunidad jurídica organizada que se extenderá a todo el orbe y constituirá
un Estado mundial" (p. 201), y defiende una concepción monista del derecho
(unificación total del internacional y los nacionales), agregando que "la
construcción dualista es la de los primitivos, incapaces de concebir un orden
jurídico fuera del que rige en su propia comunidad" (p. 207); critica la primacía
del derecho nacional, atribuyéndole una concepción subjetivista que tiende a
solipsismo (p. 210) y que trata de comprender el mundo a partir del "yo"; por
eso sostiene él la primacía del derecho internacional (p. 211); atribuye al
derecho internacional la función de delimitar los dominios de validez del
derecho nacional (p. 216); y concibe al Estado nacional como un órgano del
derecho internacional (p. 220). Finalmente, en el último y muy sugestivo
parágrafo de la obra, intitulado "La Teoría pura del derecho y el desarrollo del
derecho internacional" (pp. 223/4), afirma que "la eliminación del dogma de la
soberanía, principal instrumento de la ideología imperialista dirigida contra el
derecho internacional, es uno de los resultados más importantes de la Teoría
pura del derecho"; construida, según Kelsen, sin ninguna intención política,
viene a tener, dice, una importante consecuencia política, así como las ciencias
naturales, sin proponerse servir a la técnica, de hecho permiten el progreso de
ésta. Termina el libro diciendo: "En este sentido se puede afirmar que al
relativizar la noción de Estado y al establecer la unidad teórica de todo lo
jurídico, la Teoría pura del derecho crea una condición esencial para lograr
la unidad política mundial con una organización jurídica centralizada". Y a
nuestras mentes vino aquello del "Apocalipsis" : "Y vi otra bestia que subía de
la tierra, y tenía dos cuernos semejantes a los de cordero y hablaba como
dragón. Y la potestad de la primera bestia la ejecuta toda en su presencia. Y
hace que la tierra y los que habitan en ella adoren a la bestia primera, cuya
herida de muerte había sido curada. Y hace grandes prodigios, de modo que
aun fuego hace bajar del cielo a la tierra a la vista de los hombre. Y seduce a
os que habitan sobre la tierra a causa de los prodigios que le ha sido dado
obrar en presencia de la bestia, diciendo a los que habitan sobre la tierra que
hicieran una imagen a la bestia que lleva la herida de la espada y revivió. Y le
fue dado dar espíritu a la imagen de la bestia, de suerte que aún hablase la
imagen de la bestia y que hiciese que cuantos no adorasen la imagen de la
bestia fueran muertos. Y hace que a todos los pequeños y los grandes, los ricos
y los pobres, los libres y los siervos, se les ponga una marca sobre su mano
derecho o sobre su frente y que nadie pueda comprar o vender, sino quien lleve
la marca, que es nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí de la
sabiduría. Quien tenga inteligencia calcule el número de la bestia, pues es
número humano. Y su número es seiscientos sesenta y seis"[2].
II. CRÍTICA
a) Desviaciones metodológicas
Debemos ahora dar nuestra opinión sobre el libro reseñado. Sin duda, es
digno de alabanza en Kelsen el intento de rigor metódico y de llegar a una clara
determinación del objeto de las ciencias jurídicas. Lo es, sobre todo, si se
considera la vaguedad de conceptos que sobre ello imperaba e impera en los
juristas de los siglos XIX y XX, a menudo vacíos de auténtica formación
filosófica, desconocedores de la filosofía perenne y no demasiado informados
de la moderna; oscilando entre un grueso positivismo legalista o sociológico,
aunque no desprendido completamente de consideraciones morales, y un vago
moralismo, ya liberal, ya deísta, ya cristiano, pero cuya ausencia de
fundamentación teológica y filosófica rigurosas no resulta compensada por la
buena voluntad más o menos grande del autor respectivo.
Todo ello hace que no pueda hallar debidamente aquello que es el auténtico
nexo real entre naturaleza y "deber ser": el hombre. En éste, o ve sólo al objeto
de las ciencias empiriológicas, y entonces queda el tal reducido, así como la
sociedad, a mero hecho natural, interpretado a través de la categoría de
"causalidad", o ve en él el objeto de las disciplinas jurídico-positivas, legalistas
o costumbristas, de los siglos XIX y XX, y entonces aparece como simple punto
imputativo según la categoría respectiva, la de "imputación". El hombre, pues,
para las ciencias naturales sería naturaleza sin libertad; y para las jurídicas, si
aparece como sancionado, obligado, responsable, etc., no es porque sea libre,
sino porque es pensado imputativamente: la imputación de la sanción a tal o
cual acto humano haría que éstos aparecieran como "libres".
Lo mismo ocurre con la validez del derecho; una norma sería válida por
relación a otra superior, y así hasta llegar ala "norma fundamental" a que ya nos
hemos referido; mas como ello no permitiría distinguir un sistema jurídico real
de una construcción meramente ideal —ya que la validez del derecho no puede
fundarse en Kelsen en ningún bonum último objetivo e indiscutible—, resulta
que dicha validez no depende sólo de aquella pirámide normativa, sino también
del hecho de que un número suficiente de hombres presten acatamiento a tal
sistema jurídico. Por todo ello, sólo por un artificio epistemológico neokantiano
consigue dificultosa y dudosamente Kelsen distinguir su teoría jurídica de una
que redujera el derecho a mero hecho sociológico y su doctrina a simple
descripción de lo que ocurre o puede ocurrir en tales o cuales sociedades, y de
la tesis anarquista de que el derecho no es sino una hipocresía que disimula una
situación de pura fuerza.
d) Naturaleza y sociedad
En ese sentido, el error primitivo era menor, porque, primero, no hacía del
hombre el constructor de lo real, y, segundo, porque la actividad antropomórfica
que creía adivinar tras los fenómenos naturales era concebida a modo, no de
aparato mecánico, sino de actos vitales, y, por tanto, más naturales que aquéllos.
El error estaba sólo en la confusión unívocamente entre naturaleza y orden
humano y en la consiguiente interpretación de un analogado (el orden natural)
según los caracteres de otro analogado (el orden social), cuando, en realidad,
esos órdenes son "simplemente diversos, relativamente (secundum quid)
iguales": analogía de proporcionalidad. Pero no pueden ser puramente
equívocos (aequivoca a casu): en ambos hay entes , y muchos (pluralidad), y
ordenados. Además, el hombre vive en la naturaleza, y corpóreamente surge de
la naturaleza; tiene un cuerpo en el que alumbra lo espiritual, lo que basta para
revelar que la naturaleza no le es esencialmente opuesta, pues se hace portadora,
instrumento y signo de espíritu. (En Kelsen se dan a la vez los restos —a través
de Kant— de la disociación cartesiana entre extensión y pensamiento, y la
tendencia pan-naturalizante del positivismo científico-natural; de allí las
antinomias en que se cae). Por todo ello, no se equivoca radicalmente el
primitivo al ver fuerzas personales tras la naturaleza: fuerzas, porque existe en
ellas verdadera actividad y dinamismo surgimiento y teleología, pese a Hume
y a sus epígonos atómico-fenoménico-matematizantes; personales, porque, 1)
existe el hombre, que aparece en la naturaleza y sin embargo es personal: salvo
querer extraer lo más de lo menos, tenemos que poner a algo Personal en la raíz
misma de la naturaleza y su devenir; 2) existe un orden natural que la razón
humana no hace, pese a idealistas, neopositivistas y similares, por lo que , dado
que orden significa relación, preadaptación, etc., se revela en la raíz del mundo
una Inteligencia; 3) el mundo es cognoscible; alcanza un esse, una presencia
intencionales en el hombre; luego, es "pariente" del espíritu; si no, no podría
alcanzar esa presencia, o ella sería no intencional, sino material, por
identificación óntico-física, y por tanto ciega e inobjetiva. Mas si tal parentesco
se da; si la posibilidad real del mundo de acceder al conocimiento no es
resultado de éste, sino que es condición del mismo, entonces, ya que el mundo
en sí mismo no es personal, debe tener su Fundamento siempre presente en algo
Personal, espiritual, consciente. Pero eso sí: tal Personalidad divina no debe ser
concebida unívoca, sino analógicamente con respecto a la humana; sólo se la
puede conocer por causalidad, eminencia y negación; el primero, al univocar
naturaleza y sociedad, y al confundir presencia de signo —los fenómenos,
signos de Dios— con identidad (deificación del fenómeno), y al multiplicar
indebidamente lo divino según multiplicación de fenómenos, erraba; pero ya
vimos que su error no era sustancial, y que era menos grave que el del hombre
pormeteico de la modernidad[11].
Si ello es así, ¿qué son entonces las enunciaciones de derecho con que
tratan los científicos del derecho? En primer lugar, digamos que los tales no
sólo conocen las normas, sino también las conductas que deben ser o son
dirigidas o cualificadas según las normas; en segundo lugar, si se atiende
al "objeto" del conocimiento de esos científicos, el tal puede ser, pues, o las
mismas normas jurídica, o las conductas en función de ellas; por tanto, si
por "enunciación jurídica" no entendemos, como sería lo recto, el contenido
conceptual de la norma —aparte del acto de imperio que explicita o tácitamente,
significada o ejercidamente informa a tal contenido—, sino las enunciaciones
que el científico emite sobre las normas, entonces la estructura de tales
proposiciones no es "Si es A, debe ser B", sino más o menos la siguiente: "En
el sistema jurídico tal, o en todo sistema ''jurídico-positivo'', si es A, debe ser
B".
Mas si hay un deber ser para el hombre individual en cuanto tal (ética
individual o monástica), dado que ese hombre es por esencia social, existe
también un deber ser familiar (ética familiar o económica) y un deber ser
político (ética política). En este último caso, corresponde a quien ejerza la
autoridad pública determinar "in concreto" lo que debe socialmente ser; pero
como rige a hombres y no a meras cosas, el tal orden y deber no deben ser de
tipo técnico (en función del bien de la cosa objetiva por hacer, por fabricar),
sino de tipo ético (en función del hombre, en sociedad): las condiciones sociales
necesarias para que el hombre alcance su bien, al participar del bien común,
cuya raíz se halla: a) en la objetividad intencional de las aperturas cognoscitivas
y tendenciales del hombre que le des-cubren lo espiritual participable en común;
b) en la gozabilidad o repartibilidad de los bienes materiales.
Por todo ello, es falso que las normas de derecho natural sean meras
suposiciones fundadas en el deseo y el temor; sobre "valores" subjetivos y
relativos. Entre lo humanamente puesto y lo meramente supuesto se da algo
que no es lo uno ni lo otro: lo dado, des-cubrible y manifestable por la
inteligencia en la estructura esencial-dinámica del hombre y de la sociedad en
cuanto tales; lo éticamente evidente. Desafiamos a Kelsen a concebir un tipo de
hombre en que éste no sea animal racional, con todo lo implicado en ello; en
que carezca por esencia de las tendencias fundamentales a la autoconservación,
a la reproducción y educación, al conocimiento de la verdad y a la vida social;
lo desafiamos a concebir una sociedad sin autoridad alguna, así sea meramente
técnico-económica; en donde no rijan —con todas las limitaciones particulares
que se quieran— las normas genéricas que ordenan obedecer a la autoridad y a
las leyes, no matar, no robar; en donde las relaciones sexuales y familiares
carezcan de toda regulación; en donde sea norma general y obligatoria el
mentir, el no cumplir los contratos, el dañar al conciudadano, etc. Tal hombre
y tal sociedad serían imposibles; serían un no-hombre y una no-sociedad. Por
tanto, hay en ellos y en su actuar societario ciertas normas primeras y
genéricas del todo necesarias: derecho natural primario, o ad esse societatis;
además, la estructura esencial-dinámica del hombre y de la sociedad en general
pueden postular otras normas, más determinadas, para el buen ser de la
sociedad —"ad bene societatis"—: derecho natural secundario y de gentes;
otras son "puestas", por determinación humana, para adecuarse a las
necesidades de tal o cual sociedad concreta, en cuanto tal: derecho positivo (per
se)[21].
I. EXPOSICIÓN DE LA OBRA
Esta nueva edición castellana de la famosa obra del profesor vienés Hans
Kelsen ha sido hecha sobre la edición francesa de 1953 (Theorie pure du droit,
Edit. de la Baconniére, Neuchâtel), por ser ésta "la más reciente elaboración de
la Teoría pura del derecho, según advierte el editor argentino en una nota al pie
de la p. 7. Comprende el prólogo del autor a la edición francesa, el prefacio de
la edición alemana de 1934 y trece capítulos, que llevan los títulos
siguientes: El derecho y la naturaleza (cap. I); El derecho y la moral (cap.
II); Definición del derecho (cap III); La obligación jurídica (cap. IV); El hecho
ilícito (cap. V); La responsabilidad jurídica (cap. VI); Ciencia del derecho y
sociología jurídica (cap. VII); El dualismo en la teoría del derecho y su
eliminación (cap. VIII); La estructura jerárquica del orden jurídico (cap.
IV); La interpretación (cap. X); "Los modos de creación del derecho" (cap.
XI); "El derecho y el Estado" (cap. XII) y El derecho internacional (cap. XIII).
Cierran la edición una Bibliografía del autor y un índice de nombres y temas.
La edición es cuidada, y clara y nítida la impresión.
Afirma que solamente en la voluntad divina coincide lo que debe ser con
lo que es; "pero esto supone colocarse en un punto de vista metafísico e
irracional"; por otra parte, "si consideramos que la justicia de Dios es
inmanente a la realidad, es preciso admitir que esta realidad es la
manifestación de la voluntad justa de Dios". Sostiene que las normas del
derecho natural, si pudieran hallarse analizando la realidad natural, "dado que
serían creadas por la naturaleza y la voluntad de Dios" serían normas positivas,
"pero no es posible de ninguna manera probar la existencia del acto por el cual
han sido creadas; son, en verdad, meras normas supuestas por los que afirman
su validez; están fundadas, en último análisis, en el deseo o el temor; los
valores que declaran absolutos son solamente subjetivos y relativos" (p. 105).
Pasa luego a denunciar contradicciones en la doctrina del derecho natural; según
él, haría inútil el derecho positivo; además, si la naturaleza humana es la fuente
del derecho natural, el hombre es un ser fundamentalmente bueno; pero
entonces no se vería la razón de ser de un orden coactivo como es el derecho
positivo; por otra parte, habría que considerar como nula e inexistente toda
norma legislativa o consuetudinaria contraria al derecho natural; el "dar a cada
uno lo suyo" reenviaría necesariamente al derecho positivo, pues ella no
determina que es "lo suyo" de cada uno; finalmente, el derecho natural no
tendría por fin debilitar el derecho positivo, sino al contrario: sería
generalmente de carácter conservador; admitiría que el derecho positivo vale
como tal mientras no sea adaptado al derecho natural, adaptación que sólo sería
un postulado dirigido al legislador, no como un efecto automático; incluso
algunos partidarios del derecho natural —Kelsen cita a un tal Benedictus
Winkler, autor de unos Principiorum iuris libri quinque, 1615— "se han
opuesto a toda reforma legislativa" (p. 109). Después pasa Kelsen a estudiar
las consecuencias contradictorias que surgirían de la doctrina del derecho
natural: para algunos de sus partidarios, la democracia es la forma natural de
gobierno, para otros sólo la autocracia; para uno, el poder del gobierno debe ser
limitado por naturaleza, para otro, como Hobbes, ilimitado. Ve en el retorno a
la teoría iusnaturalista un intento de justificar la propiedad privada (que Kelsen
parece confundir allí con el capitalismo) contra el comunismo, pese a que según
las Sagradas Escrituras Dios dio todo en común a los hombre; incluso algunos
no juzgan de derecho natural al derecho a la vida, pero sí en cambio el derecho
de propiedad e incluso rechazan por ello los impuestos no consentidos sobre
ella y la expropiación no indemnizada: así, la propiedad valdría más que la vida.
Hace notar que, pese a ello, la doctrina del derecho natural ha sido invocada
también para demostrar que la propiedad privada es contraria a la naturaleza y
la fuente de todos los males. "La doctrina del derecho natural —agrega— al
seguir un método lógicamente erróneo, permite justificar los juicios de valor
más contradictorios" (p. 112). Por eso, no la considera como científica, y llega
a decir: "la doctrina del derecho natural trastueca la verdad al pretender ser
apta para determinar de manera objetiva lo que es justo, pero sus partidarios
pueden considerarla como una mentira útil" (p. 112). De allí pasa a la
eliminación del derecho subjetivo, reduciéndolo al objetivo (como norma, no
como lo justo), y de la persona como sujeto de derecho (pp. 112/132). Dice:
"decir de un hombre que es una persona o que posee personalidad jurídica
significa simplemente que algunas de sus acciones u omisiones constituyen de
una manera u otra el contenido de normas jurídicas" (pp. 127). Termina el
capítulo elogiando el carácter "objetivista y universalista" de la teoría pura,
análisis exacto de la estructura del derecho positivo.
Por todo ello afirma que "la teoría del Estado es una parte de la teoría del
derecho", y luego sostiene en el acápite sobre "Poder del Estado y efectividad
del orden jurídico" que "si el Estado es un orden jurídico y si personifica la
unidad de ese orden, el poder del Estado no es otra cosa que la efectividad de
un orden jurídico...Las manifestaciones exteriores del poder del Estado, las
cárceles y la fortalezas, las horcas y las ametralladoras, no son en sí mismas
más que cosas inertes. Se convierten en instrumentos del poder estatal sólo en
la medida en que los individuos se sirven de ellas en el marco de un orden
jurídico determinado, es decir, con la idea de que deben conducirse de la
manera prescrita por ese orden" (pp. 195/96). Afirma que desaparece así el
dualismo del Estado y derecho, y manifiesta que "para la teoría del
conocimiento, el dualismo de la persona estatal y del orden jurídico recuerda
el dualismo también contradictorio (sic) de Dios y el mundo. La ideología
político-jurídico coincide en todos los puntos esenciales con la ideología
teológico-religiosa de la cual emana y de la cual constituye un sucedáneo" (p.
96). Y agrega que "para una ciencia que no se enreda en imágenes
antropomórficas y busca la realidad de las relaciones humanas detrás del velo
de las personificaciones, el Estado y su derecho son un solo y mismo sistema
de coacción". Y de aquí deduce "la imposibilidad de legitimar el Estado por el
derecho": el Estado es un orden jurídico; pero no está sometido a un orden
jurídico superior (esto sería recurrir a un resto de la doctrina de derecho natural);
intelectualmente considerado, el Estado es sólo un sistema de normas estudiado
por la ciencia normativa del derecho; el la realidad, es "una serie de actos de
carácter psicofisiológico que se motivan los unos a los otros, es una fuerza y
como tal se estudio pertenece a la psicología social o a la sociología". (p. 197).
Admite luego que las normas del derecho internacional pueden también
aplicarse a los individuos, tendencia que ha de reforzarse en lo venidero,
produciéndose un avance hacia la centralización universal que comenzará por
la jurisdicción y pasará a los demás aspectos del derecho. Luego se refiera a la
"Noción de un orden jurídico universal", porque "toda ciencia postula la
unidad de su objeto", y "por una centralización reciente, desembocará en una
comunidad jurídica organizada que se extenderá a todo el orbe y constituirá
un Estado mundial" (p. 201), y defiende una concepción monista del derecho
(unificación total del internacional y los nacionales), agregando que "la
construcción dualista es la de los primitivos, incapaces de concebir un orden
jurídico fuera del que rige en su propia comunidad" (p. 207); critica la primacía
del derecho nacional, atribuyéndole una concepción subjetivista que tiende a
solipsismo (p. 210) y que trata de comprender el mundo a partir del "yo"; por
eso sostiene él la primacía del derecho internacional (p. 211); atribuye al
derecho internacional la función de delimitar los dominios de validez del
derecho nacional (p. 216); y concibe al Estado nacional como un órgano del
derecho internacional (p. 220). Finalmente, en el último y muy sugestivo
parágrafo de la obra, intitulado "La Teoría pura del derecho y el desarrollo del
derecho internacional" (pp. 223/4), afirma que "la eliminación del dogma de la
soberanía, principal instrumento de la ideología imperialista dirigida contra el
derecho internacional, es uno de los resultados más importantes de la Teoría
pura del derecho"; construida, según Kelsen, sin ninguna intención política,
viene a tener, dice, una importante consecuencia política, así como las ciencias
naturales, sin proponerse servir a la técnica, de hecho permiten el progreso de
ésta. Termina el libro diciendo: "En este sentido se puede afirmar que al
relativizar la noción de Estado y al establecer la unidad teórica de todo lo
jurídico, la Teoría pura del derecho crea una condición esencial para lograr
la unidad política mundial con una organización jurídica centralizada". Y a
nuestras mentes vino aquello del "Apocalipsis" : "Y vi otra bestia que subía de
la tierra, y tenía dos cuernos semejantes a los de cordero y hablaba como
dragón. Y la potestad de la primera bestia la ejecuta toda en su presencia. Y
hace que la tierra y los que habitan en ella adoren a la bestia primera, cuya
herida de muerte había sido curada. Y hace grandes prodigios, de modo que
aun fuego hace bajar del cielo a la tierra a la vista de los hombre. Y seduce a
os que habitan sobre la tierra a causa de los prodigios que le ha sido dado
obrar en presencia de la bestia, diciendo a los que habitan sobre la tierra que
hicieran una imagen a la bestia que lleva la herida de la espada y revivió. Y le
fue dado dar espíritu a la imagen de la bestia, de suerte que aún hablase la
imagen de la bestia y que hiciese que cuantos no adorasen la imagen de la
bestia fueran muertos. Y hace que a todos los pequeños y los grandes, los ricos
y los pobres, los libres y los siervos, se les ponga una marca sobre su mano
derecho o sobre su frente y que nadie pueda comprar o vender, sino quien lleve
la marca, que es nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí de la
sabiduría. Quien tenga inteligencia calcule el número de la bestia, pues es
número humano. Y su número es seiscientos sesenta y seis"[2].
II. CRÍTICA
a) Desviaciones metodológicas
Debemos ahora dar nuestra opinión sobre el libro reseñado. Sin duda, es
digno de alabanza en Kelsen el intento de rigor metódico y de llegar a una clara
determinación del objeto de las ciencias jurídicas. Lo es, sobre todo, si se
considera la vaguedad de conceptos que sobre ello imperaba e impera en los
juristas de los siglos XIX y XX, a menudo vacíos de auténtica formación
filosófica, desconocedores de la filosofía perenne y no demasiado informados
de la moderna; oscilando entre un grueso positivismo legalista o sociológico,
aunque no desprendido completamente de consideraciones morales, y un vago
moralismo, ya liberal, ya deísta, ya cristiano, pero cuya ausencia de
fundamentación teológica y filosófica rigurosas no resulta compensada por la
buena voluntad más o menos grande del autor respectivo.
Todo ello hace que no pueda hallar debidamente aquello que es el auténtico
nexo real entre naturaleza y "deber ser": el hombre. En éste, o ve sólo al objeto
de las ciencias empiriológicas, y entonces queda el tal reducido, así como la
sociedad, a mero hecho natural, interpretado a través de la categoría de
"causalidad", o ve en él el objeto de las disciplinas jurídico-positivas, legalistas
o costumbristas, de los siglos XIX y XX, y entonces aparece como simple punto
imputativo según la categoría respectiva, la de "imputación". El hombre, pues,
para las ciencias naturales sería naturaleza sin libertad; y para las jurídicas, si
aparece como sancionado, obligado, responsable, etc., no es porque sea libre,
sino porque es pensado imputativamente: la imputación de la sanción a tal o
cual acto humano haría que éstos aparecieran como "libres".
Lo mismo ocurre con la validez del derecho; una norma sería válida por
relación a otra superior, y así hasta llegar ala "norma fundamental" a que ya nos
hemos referido; mas como ello no permitiría distinguir un sistema jurídico real
de una construcción meramente ideal —ya que la validez del derecho no puede
fundarse en Kelsen en ningún bonum último objetivo e indiscutible—, resulta
que dicha validez no depende sólo de aquella pirámide normativa, sino también
del hecho de que un número suficiente de hombres presten acatamiento a tal
sistema jurídico. Por todo ello, sólo por un artificio epistemológico neokantiano
consigue dificultosa y dudosamente Kelsen distinguir su teoría jurídica de una
que redujera el derecho a mero hecho sociológico y su doctrina a simple
descripción de lo que ocurre o puede ocurrir en tales o cuales sociedades, y de
la tesis anarquista de que el derecho no es sino una hipocresía que disimula una
situación de pura fuerza.
d) Naturaleza y sociedad
En ese sentido, el error primitivo era menor, porque, primero, no hacía del
hombre el constructor de lo real, y, segundo, porque la actividad antropomórfica
que creía adivinar tras los fenómenos naturales era concebida a modo, no de
aparato mecánico, sino de actos vitales, y, por tanto, más naturales que aquéllos.
El error estaba sólo en la confusión unívocamente entre naturaleza y orden
humano y en la consiguiente interpretación de un analogado (el orden natural)
según los caracteres de otro analogado (el orden social), cuando, en realidad,
esos órdenes son "simplemente diversos, relativamente (secundum quid)
iguales": analogía de proporcionalidad. Pero no pueden ser puramente
equívocos (aequivoca a casu): en ambos hay entes , y muchos (pluralidad), y
ordenados. Además, el hombre vive en la naturaleza, y corpóreamente surge de
la naturaleza; tiene un cuerpo en el que alumbra lo espiritual, lo que basta para
revelar que la naturaleza no le es esencialmente opuesta, pues se hace portadora,
instrumento y signo de espíritu. (En Kelsen se dan a la vez los restos —a través
de Kant— de la disociación cartesiana entre extensión y pensamiento, y la
tendencia pan-naturalizante del positivismo científico-natural; de allí las
antinomias en que se cae). Por todo ello, no se equivoca radicalmente el
primitivo al ver fuerzas personales tras la naturaleza: fuerzas, porque existe en
ellas verdadera actividad y dinamismo surgimiento y teleología, pese a Hume
y a sus epígonos atómico-fenoménico-matematizantes; personales, porque, 1)
existe el hombre, que aparece en la naturaleza y sin embargo es personal: salvo
querer extraer lo más de lo menos, tenemos que poner a algo Personal en la raíz
misma de la naturaleza y su devenir; 2) existe un orden natural que la razón
humana no hace, pese a idealistas, neopositivistas y similares, por lo que , dado
que orden significa relación, preadaptación, etc., se revela en la raíz del mundo
una Inteligencia; 3) el mundo es cognoscible; alcanza un esse, una presencia
intencionales en el hombre; luego, es "pariente" del espíritu; si no, no podría
alcanzar esa presencia, o ella sería no intencional, sino material, por
identificación óntico-física, y por tanto ciega e inobjetiva. Mas si tal parentesco
se da; si la posibilidad real del mundo de acceder al conocimiento no es
resultado de éste, sino que es condición del mismo, entonces, ya que el mundo
en sí mismo no es personal, debe tener su Fundamento siempre presente en algo
Personal, espiritual, consciente. Pero eso sí: tal Personalidad divina no debe ser
concebida unívoca, sino analógicamente con respecto a la humana; sólo se la
puede conocer por causalidad, eminencia y negación; el primero, al univocar
naturaleza y sociedad, y al confundir presencia de signo —los fenómenos,
signos de Dios— con identidad (deificación del fenómeno), y al multiplicar
indebidamente lo divino según multiplicación de fenómenos, erraba; pero ya
vimos que su error no era sustancial, y que era menos grave que el del hombre
pormeteico de la modernidad[11].
Si ello es así, ¿qué son entonces las enunciaciones de derecho con que
tratan los científicos del derecho? En primer lugar, digamos que los tales no
sólo conocen las normas, sino también las conductas que deben ser o son
dirigidas o cualificadas según las normas; en segundo lugar, si se atiende
al "objeto" del conocimiento de esos científicos, el tal puede ser, pues, o las
mismas normas jurídica, o las conductas en función de ellas; por tanto, si
por "enunciación jurídica" no entendemos, como sería lo recto, el contenido
conceptual de la norma —aparte del acto de imperio que explicita o tácitamente,
significada o ejercidamente informa a tal contenido—, sino las enunciaciones
que el científico emite sobre las normas, entonces la estructura de tales
proposiciones no es "Si es A, debe ser B", sino más o menos la siguiente: "En
el sistema jurídico tal, o en todo sistema ''jurídico-positivo'', si es A, debe ser
B".
Ello, si el científico del derecho, como quiere Kelsen, se limitara
pasivamente a mentar órdenes jurídico-positivos dados o lo común a ellos; pero
si entendemos la expresión "científicos del derecho" en toda su nobleza y la
latitud tradicionales, cuando el científico jurídico tenía una función de
conocimiento y declaración de lo que debía ser, ya para el hombre en cuanto tal
(derecho natural), ya para el hombre en tal o cual situación contingente (derecho
positivo), adelantándose a veces al legislador positivo, o incluso corrigiéndolo
—en ocasiones se daba a sus "respuestas" valor obligatorio como declaración
del auténtico derecho—[14], entonces el objeto del conocimiento jurídico era lo
que objetivamente debía ser, esto es, la necesidad ético-jurídica misma, lo justo,
lo cual pasaba a ser contenido de una enunciación de deber ser, que, adoptada
por los poderes públicos, e investida así de "imperium", se transformaba por
ello mismo en norma jurídica.
Mas si hay un deber ser para el hombre individual en cuanto tal (ética
individual o monástica), dado que ese hombre es por esencia social, existe
también un deber ser familiar (ética familiar o económica) y un deber ser
político (ética política). En este último caso, corresponde a quien ejerza la
autoridad pública determinar "in concreto" lo que debe socialmente ser; pero
como rige a hombres y no a meras cosas, el tal orden y deber no deben ser de
tipo técnico (en función del bien de la cosa objetiva por hacer, por fabricar),
sino de tipo ético (en función del hombre, en sociedad): las condiciones sociales
necesarias para que el hombre alcance su bien, al participar del bien común,
cuya raíz se halla: a) en la objetividad intencional de las aperturas cognoscitivas
y tendenciales del hombre que le des-cubren lo espiritual participable en común;
b) en la gozabilidad o repartibilidad de los bienes materiales.
Por ello, el gobernante no puede ni debe crear "ex nihilo", arbitrariamente,
el contenido del orden jurídico-positivo (pues no son arbitrarias la esencia del
hombre ni las estructuras generales de la sociedad), sino someterse al orden
natural, que sólo le da fundamento para normas por demás genéricas, y
determinadas luego en función de lo concreto, contingente y cambiante de la
situación histórica (derecho positivo propiamente dicho).
Por todo ello, es falso que las normas de derecho natural sean meras
suposiciones fundadas en el deseo y el temor; sobre "valores" subjetivos y
relativos. Entre lo humanamente puesto y lo meramente supuesto se da algo
que no es lo uno ni lo otro: lo dado, des-cubrible y manifestable por la
inteligencia en la estructura esencial-dinámica del hombre y de la sociedad en
cuanto tales; lo éticamente evidente. Desafiamos a Kelsen a concebir un tipo de
hombre en que éste no sea animal racional, con todo lo implicado en ello; en
que carezca por esencia de las tendencias fundamentales a la autoconservación,
a la reproducción y educación, al conocimiento de la verdad y a la vida social;
lo desafiamos a concebir una sociedad sin autoridad alguna, así sea meramente
técnico-económica; en donde no rijan —con todas las limitaciones particulares
que se quieran— las normas genéricas que ordenan obedecer a la autoridad y a
las leyes, no matar, no robar; en donde las relaciones sexuales y familiares
carezcan de toda regulación; en donde sea norma general y obligatoria el
mentir, el no cumplir los contratos, el dañar al conciudadano, etc. Tal hombre
y tal sociedad serían imposibles; serían un no-hombre y una no-sociedad. Por
tanto, hay en ellos y en su actuar societario ciertas normas primeras y
genéricas del todo necesarias: derecho natural primario, o ad esse societatis;
además, la estructura esencial-dinámica del hombre y de la sociedad en general
pueden postular otras normas, más determinadas, para el buen ser de la
sociedad —"ad bene societatis"—: derecho natural secundario y de gentes;
otras son "puestas", por determinación humana, para adecuarse a las
necesidades de tal o cual sociedad concreta, en cuanto tal: derecho positivo (per
se)[21].