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” En Argentina, allá por 1976 en la época del golpe militar, yo trabajaba para una empresa

transportadora que mayormente realizaba viajas a Santiago del Estero, y a la Provincia de


Santa Fe. En una oportunidad, manejando por la ruta 9, pasando la localidad de Loreto, en
dirección a Santa Fe, tuve una experiencia que me cambió la vida para siempre.

Atravesar aquella ruta para esa época, era realmente una odisea. Una ruta muy oscura y con
poco mantenimiento. Llegando al límite de la provincia veo un Jeep militar, que me detiene
para un control. Esto era algo muy común, estábamos en un gobierno de facto. Unos pocos
kilómetros mas adelante, luego de superar el control, se largó una lluvia torrencial. Así que
me vi forzado primero, a disminuir la velocidad, poner las luces balizas, hasta encontrar un
lugar en la banquina para poder estacionar mi camión.

La caída del agua era tan intensa, que prácticamente la visibilidad era nula. Luego de unos
metros, comienzo a ver que la banquina se ensancha. Decido estacionar. Apago las luces
del camión. No se veía nada, solo se escuchaba la lluvia. Unos pocos metros mas adelante,
veo un árbol muy grande. El viento era tan fuerte que pensé que por poco se rompían las
ramas del árbol.

Luego de transcurrida una hora, la tormenta había cesado. Seguía lloviendo pero se veía un
poco más. Algo de pronto me llamó la atención. Vi, como una rama muy grande de ese
árbol, se comenzó a mover de una forma muy rara. Hice un esfuerzo para fijar la mirada
ahí, y pude apreciar que en la punta de esa rama, había una tela de color negro que se
ondeaba por el viento. Me pareció extraño no haberme percatado anteriormente.

No se porque, prendí las luces altas, y allí la vi. Una mujer en cuclillas sobre la rama del
árbol. La tela que flameaba era parte de sus vestiduras. Esta levanto su rostro, saltó del
árbol, y comenzó a caminar hacia mi. En mi desesperación decidí colocarle los seguros a la
puerta. Pude ver, aterrado, un rostro demacrado, pálido, con dos cuencas oscuras en las
orbitas de los ojos, la piel pegada a sus huesos.

Arranqué el camión lo mas rápido que pude. Salí de ahí. Quería aumentar la velocidad pero
la tormenta me impedía hacerlo. Después de unos 20 minutos de manejar, una voz,
proveniente de la cabina de atrás, la que se usa para descansar en viajes largos, me llamo
por mi nombre. Carlos.

Imaginen el terror que sentí, una ruta desolada con nadie a quien recurrir. Lo mas espantoso
es que por el espejo retrovisor podía ver en la cabina la cabeza de esa mujer mirándome y
riéndose. Jamas en mi vida sentí tanto miedo. Sin darme cuenta, comencé a acelerar el
camión a fondo, hasta que en un momento, una mano me toma mi hombro y comienzo a
forcejear con ella. Perdí el control del camión y terminé volcando. Me salve por tener el
cinturón de seguridad.

Atrapado en la cabina del camión, veía como aquella mujer asomaba su rostro por la
ventanilla del acompañante. Un rostro inexpresivo, que me miraba como si fuera la propia
muerte, que venía a reclamarme. Solo rezaba un “padre nuestro” de la impotencia. Cuando
dije “Amen” la mujer desapareció repentinamente. Empiezo a escuchar sonidos, una sirena,
y una camioneta de la cual bajan dos hombres que empiezan a gritar: “Si hay alguien con
vida que hable, por favor”. Al cual con mucho esfuerzo por reincorporarme contesté:
“¡Acá!”

Me socorrieron. Me preguntaron que había pasado. En primer momento no quise decir nada
sobre esa aparición, por miedo de que me creyeran loco. Uno de los hombres se quedo
conmigo, mientras que otro fue hacia el control militar a buscar ayuda. Como a la hora y
media, regresa el camionero con 4 militares 1 sargento y 3 soldados rasos. Después de
practicarme primeros auxilios me preguntan que pasó. Les cuento con mucho detalle. Uno
de los soldados, me cuenta que una hora antes había pasado por el control una pareja que
volvía de Santa Fe, se detuvo y explicó como una mujer se cruzo en la ruta poniéndose en
el medio de la carretera. Pudieron esquivarla por poco, pero el auto extrañamente empezó a
fallar, y se les quedó.

Estando los 7 reunidos, yo, los dos camioneros y los cuatro militares, como a 30 metros de
donde estábamos, escuchamos de pronto un grito espeluznante de una mujer. Al apuntar
con los reflectores, vimos a una mujer parada en el medio de la ruta, la cual se encorvó y
comenzó a caminar hacia los matorrales, desapareciendo allí. Todos nos quedamos sin
habla, impactados por esta situación paranormal. Desde ese día, nunca mas quise volver a
manejar de noche solo.”

Dicen que la ruta 9 esta maldita, creer o no, es la ruta que mas vidas se llevó en Argentina.

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