Abraham Valdelomar, conocido también como el Conde de Lemos, fue un
narrador, poeta, periodista, ensayista que nace en Ica en 1888 y muere
en Ayacucho, en un accidente, en 1919.
En abril de 1918, publica su libro de cuentos titulado “El Caballero
Carmelo”, donde figura el cuento del mismo nombre que ha sido considerado por la crítica entre lo mejor de toda su creación literaria.
Valdelomar escribe el cuento del Caballero Carmelo durante su estancia
en Roma en 1913, y con él ganó un concurso literario convocado por el diario La Nación de Lima.
El cuento está narrado en primera persona con un lenguaje tierno,
conmovedor y ambientado en un entorno provinciano, en él se relata la historia de un viejo gallo de pelea El Carmelo, que debe enfrentar a otro más joven, el Ajiseco. El Carmelo, logra ganar la pelea, pero queda gravemente herido y poco después muere, ante la consternación de sus dueños.
Los hechos relatados transcurren en Pisco y reflejan muy bien el ambiente
pueblerino, la época, la vida familiar en el hogar del narrador y la vida de los pescadores de la aldea San Andrés.
El cuento se inicia con la llegada del Carmelo a la casa familiar, el narrador
aprovecha la historia para presentarnos también la importancia de la armonía del mundo familiar en la provincia pues Roberto, uno de los hijos de la familia, regresa al hogar después de mucho tiempo trayendo regalos para todos y para su padre, un gallo de pelea que se convierte en el “amigo íntimo de la infancia”. En esta escena del inicio destaca la imagen de la higuerilla, un árbol que él mismo sembrara antes de partir y que a su regreso ya ha crecido y ha dado frutos, igual que él que regresa al hogar después de haber madurado en sus viajes. Además, todo el pueblo de la caleta de San Andrés está rodeado de higueras y palmeras que dan sombra y se multiplican y no parece que fueran árboles maldecidos por sostener a Judas en sus ramas, lo cual constituye una clara alusión bíblica.
El cuento avanza describiendo escenas familiares, el pueblo y sus
habitantes a quienes califica como felices descendientes del Sol. Como testimonio de la vida familiar se narra la anécdota del gallo el “Pelado” que había sido desplazado por el Carmelo y que es sentenciado a muerte por el padre debido a que al encaramarse por las mesas quebró varias vasijas. El único defensor del Pelado es Anfiloquio, su dueño, quien agota todos los recursos para defenderlo y a ver su caso perdido la adre interviene perdonando a vida del animal. La madre se presenta aquí como la conciliadora de los conflictos dentro del hogar.
El nudo de la historia se produce una mañana cuando el padre anuncia
que ha aceptado una pelea entre El Carmelo, para entonces, ya un gallo viejo, y el Ajiseco. La idea de la pelea no es más que una respuesta, una reacción del padre, cuyo orgullo fue menoscabado al ser tildado de fanfarrón y al haber acusar al Carmelo de no ser un verdadero gallo de pelea. Para defender su orgullo el padre se vio obligado a aceptar el duelo del Carmelo contra el Ajiseco, un gallo mucho más joven y más fuerte. Una vez tomada la decisión no había forma de cambiarla pues había sido la decisión del padre, el jefe de la familia.
El dolor ante lo inevitable fue creciendo hasta el día de la pelea, un 28 de
julio. El entrenador apareció y preparó al gallo colocándole una media luna de acero semejante a la armadura y la espada con la que el “caballero medieval” que era el Carmelo se dirigía a la batalla. Todos los miembros de la familia estaban en contra, pero solo podían aceptar los hechos.
Cuando llegó la pelea entre el «Ajiseco» y el «Carmelo». Las apuestas
estaban a favor del primero mientras que casi nadie confiaba en el Carmelo. Durante la pelea, el «Carmelo» intentaba poner su filuda cuchilla en el pecho del contrincante y no picaba jamás al adversario. En cambio, el «Ajiseco» pretendía imponerse a base de fuerza y aletazos. Repentinamente, vino una confrontación en el aire, los dos contrincantes saltaron. El «Carmelo» salió en desventaja: un hilillo de sangre corrió por su pierna. Las apuestas aumentaron a favor del «Ajiseco». Pero el «Carmelo» no se dio por vencido; herido en carne propia pareció acordarse de sus viejos tiempos y arremetió con furia. La lucha fue cruel e indecisa y llegó un momento en que pareció que sucumbía el «Carmelo». Los partidarios del «Ajiseco» creyeron ganada la pelea, pero, el «Carmelo» sacó el coraje que solo los gallos de alcurnia poseen: cual soldado herido, arremetió con toda su fuerza y de una sola estocada hirió mortalmente al «Ajiseco», quien terminó por «enterrar el pico». El «Carmelo» había ganado la pelea, pero quedó gravemente herido. Todos felicitaron al dueño por la victoria y se retiraron del circo contentos de haber visto una pelea tan reñida.
Desde un punto de vista ideológico, la pelea del Carmelo y el Ajiseco
puede interpretarse como un símbolo de la lucha entre dos prototipos de personalidades: el Carmelo representa la nobleza (es de buena estirpe), la caballerosidad (no usa malas tretas y se limita a atacar con sus patas armadas) y la autenticidad (no presume lo que no es), a lo que habría que añadir el arrojo y la valentía. Mientras que el Ajiseco representa la villanía (no parecía ser de alcurnia), la vileza (trata de imponerse a aletazos y picotazos) y la vanidad (era presuntuoso, miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha).
El Carmelo triunfa y con él todas sus cualidades buenas y ejemplares,
pero a costa de su propia vida. Sin embargo, su recuerdo perdura imborrablemente y sin duda allí es donde radica su mayor victoria, lo que simbolizaría el triunfo de la nobleza sobre la vileza, la caballerosidad sobre la villanía, la autenticidad sobre la vanidad.
Como se ve en este relato, Valdelomar maneja la personificación por la
cual los seres o entidades de la naturaleza son caracterizados con atributos humanos, el mejor ejemplo es el del protagonista pues el Carmelo es calificado con epítetos como «hidalgo», «amigo íntimo», «héroe», «paladín» y «caballero medieval». El gallo es el paradigma o emblema de un tipo de conducta deseable. No solo el gallo es quien se personifica, pues dentro de este cuento los animales mismos constituyen una especie de microcosmos con actitudes humanas: los conejos tienen boca de niña presumida, el pavo es orgulloso, alharaquero, antipático, los patos los chismosos que comentan sobre la actitud poco gentil de, pavo, las palomas representar el hogar y amoroso cuidado de los hijos, las tortugas, por su parte tienen una vida larga y sin sentido, “lamentándose siempre del perenne mal, pero, inactivas, inmóviles, infecundas, y solas”.
Todo este universo se desenvuelve en la caleta de San Andrés que es
descrita por Valdelomar como un lugar tranquilo, tradicional, familiar en el que sus habitantes son “buenas gentes, de dulces rostros, tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, “indios de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos de los hijos del Sol” Con lo cual hay una idealización del pasado incaico y una dignificación del hombre de mal que no necesita iglesia ni cura (que no los había) para tener una vida de fe en la que el amor era “tan normal y apacible como alguno de sus pozos”.
En cuanto a los recursos empleados, destacan la personificación que ya
hemos mencionado, pero también la descripción impresionista que Valdelomar hace del ambiente y del protagonista. Esto permite hablar de un cuento que aun abordando temas familiares, cotidianos y provinciales sigue siendo modernista. La descripción más conocida es la que se hace del Carmelo: “Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altivo, caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, miradas fiera y perdonadora, acerado pico agudo”.
Sin afán de alargar esta intervención, he de decir que yo destaco cinco
aspectos importantes de este cuento:
1. El amor filial y fraternal. La unidad familiar, típico del
posmodernismo con claras alusiones a la biografía de Abraham Valdelomar lo que se incrementa con el uso de la primera persona para el narrador.
2. El entorno hogareño armónico. La madre, abnegada y cariñosa, que
cumple devotamente sus tareas conyugales y vela por su numerosa familia. El padre que sale temprano a trabajar y que regresa al atardecer al hogar.
3. El respeto a la autoridad paterna; a pesar de que la decisión del
padre causa pesar a la madre y a los hijos, ninguno de ellos se rebela de manera desaprensiva contra tal decisión.
4. El sentimiento de sincero respeto y admiración hacia la raza nativa,
los pobladores del lugar, «los hijos del sol»; y en general hacia todas las personas sencillas dedicadas a tareas como la pesca y la artesanía.
5. La sensibilidad por el sufrimiento de un animal; cuando el Carmelo
es llevado a casa gravemente herido es «sometido a todo tipo de atenciones»; cuando muere, toda la familia queda apesadumbrada. Un recuerdo que marca la vida del narrador y que él evoca en este cuento.