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El frigorífico

Obra completa

Para un actor y
un actor maniquí

Personaje:

Zeuxis

y los fantasmas de su mente:

Máscara 1, su psicoanalista
Máscara ll, su viuda
Máscara lll, su banquero
Máscara lV, su competidor
Máscara V, su amigo militar
Máscara VI, su amigo de cabaré
Máscara VII, su padre
Máscara VIII, su abogado
Máscara IX, su confesor

Oímos en la oscuridad Variaciones para una puerta y un suspiro, de Pierre Henry. Luego una luz
cenital ilumina un bulto humano en forma de huevo cubierto con una fina corteza de gelatina o
plástico. Enseguida brota una voz de mujer interpretando Ha venido, de Luigi Nono, y el individuo
desnudo en el interior del huevo, entre jadeos, con dificultad de articular palabras, se despereza y
pugna con brazos y piernas por romper el cascarón, hasta que lo consigue. Sumido en la
perplejidad, se arranca a manotazos la venda que cubre su cabeza y parte del rostro, palpándose,
como descubriendo su propio cuerpo, mientras logra repetir, de forma obsesa, casi ininteligible;
"sólo recuerdo que me llamo Zeuxis". Su propio nombre lo sobrecoge y le impulsa a saltar hacia
atrás y desplazarse a gatas, hasta darse de bruces con el frigorífico, cuyo resplandor provoca en él
una nueva reacción de huida. En el fondo de la estancia, en cuclillas, bamboleándose, con la
respiración entrecortada, inicia el proceso de recuperar su propia identidad, con una lumbre de
lúcida locura chispeando en sus ojos de resucitado.

ZEUXIS: Sólo recuerdo que me llamo Zeuxis... Y por mi nombre deduzco que procederé del mar
Egeo, del Jónico o del Polo Norte... Qué más da. No voy a liarme ahora con la geografía... (Pausa.)
¡Uf! Qué lugar tan extraño... Sólo diviso una nave atestada de frigoríficos, con fardos de periódicos
y una maleta al lado... ¡Parece un cementerio de neveras!... ¿Qué clase de individuos dormirá en
su interior? (Observa fijamente al público; después señala con la mano su frigorífico.) Es mi casa...
Ya sé que es un hogar frío, idóneo para pescar una pulmonía... (Pausa.) Pero es evidente que aquí
vivo, duermo, sueño... ¡Oh, sí! Duermo mucho, y paso horas, años y... (Lúcido.) ¿siglos? (De pie.)
¡Siglos!... (Pausa.) ¡Je, je! Qué absurdo. (Voz entre doliente y nostálgica.) Caballeros, les presento
mi hogar, sin calor negro, sin alfombras, ni lámparas, ni muebles de estilo, sin vídeo, ni bibliotecas,
y sin un Picasso... (Pausa. Interiorizando.) Este es mi hogar, la choza más glacial del universo, y
precisamente yo, Zeuxis, ¿Zeuxis? (Se refugia bajo un paraguas.) Claro que ustedes dirán... ¿Quién
es este tipejo desnudo que tiene por morada un frigorífico y se planta ante nosotros bajo un
paraguas?... (Sonríe artificialmente.) ¡Ejem! Es para protegerme de los rayos... (Expresión ida.)
ultravioletas. ¡Ejem! (Cierra el paraguas y endurece su expresión.) Una advertencia, absténganse
de juicios gratuitos, den la ocasión a... ¿Zeuxis?

(Se arroja con violencia sobre la maleta, la abre y extrae cartas, legajos, documentos públicos. De
inmediato se oye muy bajito a un vendedor de prensa vocear su mercancía. Es una voz aguda,
adolescente.)

VENDEDOR: (Su voz.) Últimas noticias. Uno de los amos del mundo deja el mundo. Lean la prensa.
Ha fallecido el naviero Zeuxis. noticias. Uno de los amos del mundo...

ZEUXIS: ¡Eh! ¿Hablan de mí? ¿El naviero Zeuxis? ¿Y qué más? ¿Así que un naviero, eh?
(Rebelándose.) ¿Y por qué no dan más información? (Hojea el periódico con vehemencia.) Eso es
un cliché. ¿Sólo soy naviero? ¡Ja! Alma de naviero, sangre de naviero, mente de naviero, vocación
de naviero, intereses de naviero, ¿neuronas de naviero? Cuánta demagogia.

(Arroja periódicos, deja el paraguas y corre precipitadamente a refugiarse en el frigorífico: pero lo


frena una estentórea carcajada.)

VOZ: Ja. Ja. Ja. ¡Zeuxis, no te hagas el remolón! Escapa de ese agujero helado. No tengas miedo.
Sal y echa un vistazo a tu alrededor. Pueden lloverte sorpresas. Quizá te fascine integrarte a una
época sólo intuida por cabezas futuristas.

ZEUXIS: ¿De dónde viene esa voz? Digan. ¿De dónde viene esa voz? (Un silencio.) Está bien,
buscaré mis huellas.

(Al darse la vuelta, se apaga el foco que alumbra al frigorífico, bajo la música de Ricorda cosa ti
hannofato in Auschwitz, de Nono. Luego una luz ilumina a Zeuxis, pálido, desplazándose entre un
humo onírico que vomita el frigorífico. Por doquier, se dibujan relieves de lápidas y cruces.)

ZEUXIS: Parece un cementerio-biblioteca... y en cada lápida hay un estuche con un libro dentro...
(Pausa.) ¿Qué hoyo me habrán asignado? (Dobla el espinazo sobre una fosa mientras repican
campanas. Silba.) ¡Vaya! (Recoge del suelo un libro de edad remota y de un soplido barre el polvo
de la portada. Luego lo hojea.) He aquí las obras completas de cada bicho viviente... y las letras son
casi ilegibles... Debieron ser escritas hace siglos... (Excitadísimo.) ¿Hablarán del naviero Zeuxis?
(Leyendo páginas.) Partí de cero... y desarrollé un fabuloso instinto para vender, negociar,
importar... (Pausa.) Cuánto párrafo borroso... ¡Bah! Yo aporté algo... (Hojea páginas, convulsivo.)
No se me puede borrar de un plumazo... ¡Hum! ¿Qué dicen estos renglones?

(Se concentra en la lectura a la par que brota una voz en clave narrativa, como si llegara de lejos.)

VOZ: En aquel tiempo todos estaban con un pie en la sepultura y, cuando le llegó su turno,
recurrió una vez más a la picaresca, y su viuda hubo de inventarse un cadáver para el fastuoso
funeral y, pese a sus riquezas, el naviero ni siquiera se molestó en crear una fundación que
honrara su memoria...
(Zeuxis deposita el libro junto a la fosa y, con la maleta en la mano, se lo tragan las sombras bajo el
violento tañido de las campanas. Enseguida surge de nuevo, bajo la máscara de su psicoanalista y
se dirige al lateral derecho, que se ilumina mostrando a un maniquí-Zeuxis, con el rostro vendado
con una gasa y tocado con un bombín.)

MÁSCARA I: (Con acento alemán.) Sí, Zeuxis, tu principal obsesión en mi diván... era no envejecer;
pero nunca pensé que llegaras a... Siempre fuiste muy conflictivo... ¿Recuerdas cuándo te
preguntaba por tu primer recuerdo? Cuántas contradicciones... (Recobra su propia voz de Zeuxis y
pasea por la estancia con las manos enlazadas detrás de la espalda, hablando con fluidez.)
Recuerdo, doctor, que en la niñez tenía una flota de barcos en la bañera y yo era el almirante...
¿Por qué arruga el ceño? ¿Cree que le estoy mintiendo? De acuerdo, la bañera estaba en casa de
mi primo... nosotros estábamos a dos velas... pero yo algún día tendría y sería... ¿Primeros
recuerdos? Qué estupidez... (Cobrando la Máscara su protagonismo.) Zeuxis, yo sólo te pedía un
dato que me abriera las puertas de tu vida síquica, una señal de cómo se fue organizando tu
pensamiento.

(Se esfuma la imagen del psicoanalista y surge Zeuxis con el paraguas abierto y se dirige al
público.)

ZEUXIS: Ayúdenme, sean solidarios, por favor... (Cierra el paraguas.) Sean altruistas... (Aguarda y la
impaciencia lo pone en pie, exasperado.) ¡Vamos, usted! Dígame, ¿alborea el siglo... siglo...?
¡Maldición! Aquel otro... Sí, no se haga el remolón... ¿Estamos en el año, año, año...? Ya. (Esboza
una mueca rabiosa.) ¡Usted! El de la barba dostoyevkiana... Usted tiene rasgos bondadosos...
Dígame, ¿hoy es... es...? Murmure algo, aporte un dato... (Pausa.) Y usted, sí, la señorita de los
senos espléndidos, usted no permitirá que siga torturándome, ¿verdad? Hable. ¡Hable! (Como si
sufriera un calambrazo se vuelve de espaldas y escudriña la sala.) Ese frigorífico... esa maleta...
¿dónde estoy? ¿En qué año? ¿En qué cultura? ¿En qué mundo? ¿En qué punto del universo? (Al
público.) Digan. ¡Digan!

(Se oye la voz del vendedor de periódicos.)

VENDEDOR: Últimas noticias. Uno de los amos del mundo deja el mundo. Lean la prensa. Ha
fallecido el naviero Zeuxis. Últimas noticias. Uno de los amos del mundo...

ZEUXIS: Ven a un hombre escapando de un infierno de mil grados bajo cero, rogando orientación
... ¿Qué tienen en el corazón? ¿Hielo? (Otro matiz.) ¡Está bien... exprimí el jugo a mis coetáneos...!
(Para sí) Viví la dolce vita, coleccionaba misses Universos, pero ahora tengo vacíos los bolsillos y
estoy desnudo del todo, ¡de todo! (Compone la imagen de un Cristo crucificado, con los brazos
algo caídos y se apaga el foco de Zeuxis. Suena, ahora, un ritmo bailable; también un rumor de
personas que se divierten en una fiesta, entre frívolos cuchicheos y risas. Aparece la máscara de la
viuda, cubierta por un velo oscuro, que apenas oculta el resentimiento que le invade. El tono de su
voz es sarcástica y abanicándose, se planta ante el maniquí-Zeuxis, que la mira sin inmutarse.)

MÁSCARA II: ¡Je! Qué grotesco estás, Zeuxis... Y pensar que cuando me ponías los cuernos eras
noticia de primera plana en las revistas del corazón... (Muestra una publicación.) No me hacían
falta detectives... Conocía la chica y sabía la hora en que me eras infiel... con sólo hojear esta
prensa... (Pausa.) Siempre que te llevabas al huerto a una celebridad se armaba la de Dios en los
medios de comunicación... Parecía como si fueras tú quien hiciera girar el planeta... También
hiciste mucho ruido con tu extravagante forma de largarte al otro barrio, ¡je! Y, sin embargo, a los
pocos días, al mundo le importó un rábano si se helaban tus huesos o los devoraban los gusanos...
A la miss Universo de turno la gozó otro magnate en su barco de lujo y el pastel de tus ganancias
se repartió equitativamente entre la familia... (Hiriente.) ¡Eh, Zeuxis! ¿Quién le diría a un tiburón
como tú que acabarías congelado en una nevera? Ja, ja, ja. En una nevera.

(Sube la música y el estruendo de la fiesta. Se borra la Máscara II, también el maniquí y surge
Zeuxis.)

ZEUXIS: Sí, un tiburón humano, ¿y qué? (Jadea y se afana por recuperar el ritmo normal de la
respiración.) Ustedes se dirán... ya sabemos algo de este tipejo que vive en un frigorífico... (Pausa.)
¡Ejem! Les pediría... que no hagan caso de esas momias... Yo elevo el nivel de vida, soy muy
humano con mis asalariados... (Se desplaza bruscamente.) ¿Por qué alza usted las cejas?
(Husmeando al público.) Y aquel otro, ¿por qué me...? ¡De acuerdo! (Interiorizando.) No tengo
alma de liberador, pero también un naviero tiene corazón y ... (Evidencia su naufragio.) He oído
cosas muy duras, háganse cargo.

(Se oscurece la nave y suena, fortísimo, un ejercito de máquinas de escribir y calcular seguido de
una música ambiental que remite al mundo de las finanzas. Aparece poco después una figura
humana, luce chaqué, lleva una máscara forrada con billetes de banco y se apoya en una muleta.
Cojeando y, entre inquietantes y rítmicos ruidos del báculo sobre el piso del escenario, se dirige al
maniquí-Zeuxis alumbrado súbitamente por una luz cenital.)

MÁSCARA III: Señor Zeuxis, no malgaste su tiempo buscándome, ya no existen bancos ni


banqueros. Usted me dirá: ¿y dónde guardan los ciudadanos su dinero? Por lo visto fue un invento
necesario de civilizaciones arcaicas. El papel moneda se convirtió con el tiempo en vocación, meta
y religión de las masas. Luego hay un período histórico en que los billetes de banco se esfuman sin
dejar rastro. Ahora el ciudadano tiene otros objetivos, su estilo de vida cambió, la búsqueda de
papelitos verdes dejó de ser su fin principal en la vida. Así que... señor Zeuxis, no busque
banqueros, es una raza extinguida, un fósil más de la prehistoria. (Pausa.) Mire, yo soy el único que
queda, estoy cojo, me apoyo en esta muleta y me dejaron como guía de turistas... (Sonríe.) ¡Ejem!
Alguien tiene que informar, ¿no?... (Exhibe un billete.) Son reliquias del pasado. ¿Quiere uno?
Ahora es papel mojado, caballero Zeuxis, papel mojado... (Le hace una reverencia con el billete y
se aleja cojeando y murmurando la última frase, mientras se intensifica la música y el rumor de las
máquinas de calcular. Penumbra. Luz sobre Zeuxis.)

ZEUXIS: Yo estaba en mi sepulcro del frío, en plena oscuridad, empujando la puerta, hasta que oí
un grito y ésta cedió y... (Pausa.) Tantos años, tantos siglos, introducido ahí, congelado, ¿por qué
estaba yo congelado? Qué memoria más flaca... ¿Sería por un autocastigo? Yo respiraba dentro
del orden establecido. Je, je. Recuerdo ahora la mejor frase de mi tiempo...(Pausa.) Qué pájaros
son los pájaros humanos... (Perdiendo la calma.) ¿Y si en mi testamento exigía que...? Pudo ser.
¡Pudo ser! (Mira hacia el frigorífico.) ¿Qué hacer? ¡Hum! (Se acerca al público. Un silencio.) Lo más
lúcido... sería recobrar el poder. (Bajan las luces. Nota musical y vemos al Competidor
deambulando por escena mientras teclea una microcalculadora de bolsillo, la máscara luce lazo de
pajarita e insignia de empresa, y es tal su ensimismamiento que no repara en el maniquí-Zeuxis
hasta que tropieza con su silla.)
MÁSCARA IV: ¡Ah! ¿Eres tú? (Pausa.) Otra vez interponiéndote en mi camino... (Sigue su marcha,
teclea, cavila. Después se gira con una ficha de ajedrez en la mano.) Oye, Zeuxis, ¿qué tal una
partida de ajedrez? (Le ofrece el caballo.) ¡Uf! Es obvio que no eres Kasparov ni yo Anatoli
Karpov... pero estamos otra vez frente a frente... (Escudriña al maniquí.) Aunque tienes buen
aspecto, estás acabado, Zeuxis... Y me alegro... (Mueve la ficha.) Admítelo, siempre estuviste
donde tenía que estar yo... ¡Siempre! (Pausa.) Somos dos corredores de fondo... ¿Quién llegaría
antes a la meta? Los pájaros de altura tenemos nuestras reglas del juego... y mi ética me empujaba
a ser un ejemplar controlador... (Para sí.) Controla a Zeuxis y el oro negro viajará en tus barcos...
(Mueve piezas imaginarias, analiza jugadas.) El arte de supervisar al competidor es complejo...
sobre todo si por medio hay un creador, un creador de riqueza como tú. (Lo mira sin pestañear.)
Como estás cadáver, no me importa confesártelo: utilicé todas las técnicas para reducirte a cero,
querido.

(Penumbra. Un foco muestra a Zeuxis delante del frigorífico castañeteándole los dientes, con faz
desencajada y bajo el paraguas.)

ZEUXIS: ¡Vean! Observen cómo tiemblo... ¡No hay truco! ¡No hay trampa! Y esto no es un barracón
de verbena... (Cierra el paraguas.) Yo... Yo... No quiero volver al frigorífico... ¡Tienen que
ayudarme! Ahí dentro... no se puede intercambiar una idea, tampoco hay un libro para leer, ni una
mujer para hacer el amor, ni una simple silla para sentarse... Allí no hay nada, ¡nada!
(En tanto se apaga el foco de Zeuxis, se oye suavemente La batalla de Vitoria, de Beethoven. Otros
reflectores alumbran una silueta senil que chochea. Luce gorra de plato, hay una siembra de
cruces galardonando su pecho y lleva sable al cinto.)

MÁSCARA V: (Con voz cascada) Créeme, amigo mío, el tinglado de la guerra nuclear... me
deprimía... (Pausa.) Zeuxis, el misil no tiene corazón, es un arma en la que no sientes el calor de tu
mano... (Suspira.) ¡Ah, nuestras guerras siempre tuvieron una dimensión humana...! Estabas junto
al hombre para mandarle, obedecerlo, glorificarlo o destriparlo... (Avanza hacia el maniquí-Zeuxis.)
Sí, lo sé, siempre fui un nostálgico del ayer, pero a mí, en el fondo, me gustaba el sable... (Lo
exhibe.) Lo hallé en un viejo arcón, creo que era del abuelo... ¿Misiles? ¡Puf! Sembraron la tierra
de artefactos con cabezas atómicas y la siembra llegó hasta el cielo... (Pausa.) ¿Maletín con el
botón nuclear? ¡Bah! Yo decía: estáis despersonalizando las guerras... (Pausa.) Y es que al enemigo
no se le veía ni la oreja... (Bajando los ojos) Era difícil adaptarse... (De súbito, declama.) No vieron
los siglos/ tan épica estampa/ como la del soldado/ arrastrando su caballo/ entre ríos de sangre/ y
bajo la música del cañón. (Pausa.) Era... el poema favorito de mi abuelo... (Pausa.) Y yo, ¿qué podía
recitarle a mis nietos?

(Se esfuma el militar, declinan luces y después asoma la jeta el competidor, con la pieza del caballo
entre los dedos.)

MÁSCARA IV: ¡Eh, Zeuxis! ¿Continuamos nuestra partida de ajedrez? (Pausa.) Sí... cuando creía
que te había hecho cenizas, remontabas el vuelo como el ave fénix... (Pausa.) ¡Maldito truhán!
(Mueve la pieza y desbarata un enroque.) Yo jugaba con triunfos ambientales y tú te movías
demasiado, la bola terráquea se le quedaba pequeña a este pájaro migratorio... (Pausa.) Sin
embargo, de tu manga de taumaturgo no cesaban de salir ideas y más ideas a modo de
petrodólares... (Observa con perplejidad el tablero.) ¿Jaque mate? (Pausa.) ¿Cómo te has atrevido
a...? No respiras, y vuelves a eclipsarme... (De un manotazo derriba su rey, con los ojos fijos en
Zeuxis.) El odio, mi odio a ti, me acarreó el infarto... (Esboza una mueca de dolor, se encoge, y, en
zigzag, llega al frigorífico, que se ilumina. Y el Competidor, inmóvil, sin girarse, susurra:) Si te
hubieras quedado en casa recortando con las tijeras petroleros de papel, yo hubiera sido...
¡Zeuxis!

(El espantajo sugiere ser engullido por el resplandor del frigorífico, aunque retrocede y, al girarse,
vemos la máscara del militar.)

MÁSCARA V: Lo repetía una y otra vez... estáis despersonalizando las guerras... ¿Lo recuerdas,
Zeuxis? ¡Bah! (Se sube a un taburete que semeja un trozo de hielo y canturrea.) Son retoños de
antihéroes/ que nada saben de trincheras,/ de bayoneta calada/ ni coronas de laurel... (Pausa.)
Zeuxis, ¿Qué otras espadas de Damocles penden ahora sobre los ciudadanos? (Escudriña las
sombras que lo rodean.) No me veo bien... Estas dichosas cataratas... (Pausa.) Me pregunto que
habrán hecho con el ancestral espíritu del guerrero... (Pausa.) Zeuxis, ¿sabes si la utopía pacifista
se salió con la suya? Entonces... adios sables y armas sofisticadas... (Pausa.) En fin, yo de ti... no me
calentaría los sesos. (Pausa.) Regreso al frío... (Mientras se dirige al frigorífico, se oye la marcha
militar.) Pero al estilo de mis antepasados, espada en mano.

(Blande la espada, crecen los compases de La marcha de Vitoria, de Beethoven y, el espectro,


atraído por el fulgor del frigorífico, va hacia él repitiendo en voz baja el poema. Después unas luces
descubren a Zeuxis junto a su maleta. Esboza un gesto de comicidad al público, extrae una nariz de
payaso y ciñe un grotesco sombrero a sus sienes. Luego se acurruca bajo un paraguas multicolor,
adoptando una expresión de actor bufo. Reflexiona. Se anima a captar simpatías.)

ZEUXIS: ¡Hola! (Sonríe, jovial.) ¿Qué tal? (Sonríe falsamente eufórico.) Qué buen tiempo, ¿eh?
(Pausa.) Y qué sol luce ahí fuera... ¡Esperen! (Sonríe.) Si es de noche... qué jardín de astros brillará
en las alturas... ¡Ejem! ¿Son cómodas... las butacas? ¡Caramba! ¿Se fijaron en la espectadora de la
segunda fila? Qué cuerpazo. Y qué ojos más oceánicos, parece Raquel Welch... ¿Me creen? Le
pediría relaciones formales... ¡Uy! Qué lugar más acogedor... Verán, cuando abrí los ojos creí ser el
hombre de las nieves que salía del frigorífico para un programa de televisión... (Palidece.) ¿No se
ríen? ¡Ejem! (Se pellizca el mentón.) Una perra pizpireta... (la imita.) entra en un bar, se acerca a la
barra y pide un perrito caliente, je, je. (Pausa.) Y ¿ahora? Bueno, pues... (Otro matiz.) Unos tipos
(los imita.) ven pasar a otro, cabizbajo, y murmuran: lástima, es un talentazo de vanguardia, pero
no tiene éxito porque se le entiende todo... Je, je. (Pausa.) ¿Y ahora? ¿Qué? (Se arranca la nariz
postiza de color sangre, la observa y, de súbito, emite un alarido.) ¡Cáncer!

(Se apaga su foco. Brota una música de cabaré, y vemos ahora a un personaje con traje de
fantasía, tocado con un sombrero canotier sin cesar de juguetear con el bastón de claqué,
proyecta su voz amanerada.)

MÁSCARA VI: Como estrella del Music-Hall en el siglo de Zeuxis, continuaré yo... (Da unos pasitos
de claqué y ejecuta una pirueta. Luego su semblante evoca la expresión de payaso anímicamente
roto.) ¿Cáncer? Pobre amigo... (Pausa.) Al pirata Zeuxis, con sus barcos petroleros surcando los
mares, una enfermedad lo tiraba por la borda... (Histérico.) Qué fenomenal payasada... Estiraba la
pata un dios humano y los brujos de la cirugía se encogían de hombros... ¡Imbéciles!, cerebros
obtusos, monos con bata, ratas de laboratorio. ¿Dónde estaba el pensamiento científico? ¿Dónde
el humanismo? Continuábamos siendo renacuajos de charca... (Pausa.) ¿Por qué a Zeuxis, eh?
¿Por qué? (Otro matiz.) ¿Qué sería de sus hermosas hembras? ¿Las gozarían otros? (Va
serenándose y roza, después, una metamorfosis. Luego sonríe como una estrella de cabaré.) ¿Se
estila este número?

(Da otros pasitos de claqué bajo el ritmo de cabaré y la estrella sale corriendo por el patio de
butacas, mientras se oye la voz del vendedor de periódicos.)

VENDEDOR: (Su voz.) Últimas noticias. Uno de los amos del mundo deja el mundo. Lean la prensa.
Ha fallecido el naviero Zeuxis. Últimas noticias. Uno de los amos del mundo...

(Por el fondo de la sala, detrás del público, surge la figura del padre de Zeuxis. A través de la
máscara del rostro brillan sus ojos achispados. Avanza por el pasillo, con una botella en la mano,
bamboleándose e incordiando a algún que otro espectador.)

MÁSCARA VII: (Voz fuerte y algo beoda.) Qué elegante estás, Zeuxis... ¿Quién te viste? ¿Acaso una
estrella de la alta costura?... Yo... ya ves... sigo con mi chaquetón y mi gorra, que no son de una
boutique, claro... (Sube al escenario y avanza hacia el maniquí-Zeuxis.) ¿Le... le estrecharías la
mano a este viejo lobo de mar? (Ofrece su mano, duda y la retira.) Yo... (Bebe.) un marinero sin
barco... y tú, el naviero Zeuxis... ¡Bah! (Con dureza.) Sé que elegiste esa profesión para
disminuirme... lo sé. Te rompiste el alma para subir y subir y demostrar que tu padre era a lo sumo
¡un cangrejo!... (Suspira.) Siempre empequeñeciéndome... (Reflexiona.) No, hijo, no somos de la
misma pasta... (Soplando en la botella hasta imitar el murmullo del mar.) ¿Oyes? Llevo el océano
en el corazón y tú en la cartera. Sí, yo amo el mar y tú lo utilizas... Lo utilizas todo... (Pausa.)
Apenas levantabas un palmo del suelo y ya gastabas a chorros mi loción contra la calvicie...
¿Querías tener un padre calvo, eh? Cabronazo, un padre calvo... (Extrae del bolsillo del tabardo un
montón de hojas garabateadas.) Mira... (Las exhibe.) Mira estos papelorios donde practicabas e
imitabas mi firma... hasta apoderarte de ella... ¡De mi rúbrica! ¿Qué pretendías? ¿Sustituirme a la
hora de mis grandes decisiones? (Penumbra. Y luz al frigorífico, en tanto Zeuxis, inmóvil y absorto,
masculla:)

ZEUXIS: ¿Por qué me habrán despertado en un siglo sordo, que me observa con frialdad, que me
desdeña e ignora? ¿Por qué? ¿Y dónde está esa otra época que con sólo oír mi nombre me
adulaba? ¿Dónde fue a parar? ¿También yacerá ese siglo bajo una tumba glacial? Debo
despertarlo... ¡Vamos, tiempo mío! Sal de tu ensueño, de tu inercia, es el adinerado Zeuxis quien
te invoca. ¿No oíste mi nombre?

(Penumbra. Brota el ritmo de cabaré. Zeuxis luce en el rostro la máscara de su amigo del Music-
Hall, mientras se ilumina el maniquí-Zeuxis.)

MÁSCARA VI: ¡Eh, Zeuxis! Qué época... Ni Julio Verne la hubiera intuido. (Crece su admiración,
mientras se desplaza a lo largo del proscenio.) ¡Es una fantasía urbana! Los ciudadanos vuelan bajo
las nubes en dirección a sus trabajos... Qué maravilla... Y no se ven semáforos, ni policías, ni
ruidos, ni gases... ¡Hum! Qué delicia de atmósfera. Cómo se respira... ¿Sabes? Los automóviles
circulan con energía solar... ¡Caramba! Las aceras están cubiertas de césped y se ven oleadas de
nudistas por las calzadas... ¡Ah, pillines! Se lo pasarán pipa... (Su voz amanerada cobra un matiz
confidencial.) Zeuxis, esa gente parece instalada en Las mil y una noches de la tecnología...
¡Córcholis! Parece que ya no es necesario crear la infelicidad ajena para conquistar la realización
personal... ¡Inaudito! Van por la vida silbando, se besan, intercambian flores... ¡Oh, Zeuxis! Desde
luego no son una manada de animales neuróticos. ¿Les gustará el Music-Hall? Llamaré su
atención.

(Da unos pasos de baile, jugueta con el bastón y de forma paulatina se apaga su foco. Después,
con luz, aparece un Zeuxis ensimismado.)

ZEUXIS-. Recurrí a la hibernación... (Observa al público.) ¿Y qué? Era mi única vía de escape... la
ciencia evoluciona y... (Pensativo. Para sí.) Por lo visto abrí los ojos en el momento que... ¡Yuuupi!
(Da saltos mortales.) Y el hombre se convierte en Dios... Resucita a los muertos... Cura a los
desahuciados... Pone vida en donde sólo había carne congelada... (Se oyen acordes triunfales,
quizá fragmentos de La creación, de Haydn. Y Zeuxis, majestuoso, abre la puerta del frigorífico, del
cual salen borbotones de un humo onírico. Seguidamente, con el brazo extendido, exclama:)
Zeuxis, sal del frigorífico, la ciencia te lo manda, ¡sal!, eres libre. Ya puedes andar por el mundo
para engrandecerlo o envilecerlo. Los hijos de Darwin y Einstein han triunfado. (Ríe, convulsivo.)
Ja. Ja. Ja. Estoy vivo. Más vivo y coleando que un pez en el océano. Ja. Ja. Ja. (Cede su hilaridad.) Y
pensar que antaño... bastaba un tumorcito para... (Cierra la puerta del frigorífico.) ¡Puf! Era un
período cavernícola... (Pausa.) Y yo... desearía, si me lo permiten, alojarme bajo este techo... Y
volveré a la abundancia... ¡Eh! La tarta de la economía, ¿no la dividirán ustedes en partes iguales?
¡Oh! Es urgente saberlo... ¡Dígamelo! (Alza el puño, estudia al público y, lentamente, su brazo se
desploma.) ¡Los periódicos! (Se arroja salvajemente sobre el revoltijo de periódicos y lee de forma
ininteligible.) ¡Nada! (Estruja otro.) ¡Dios! (Coge el amasijo de periódicos y los exhibe ante el
público.) Aquí... aquí hay un texto que no sé descifrar... (Por los altavoces se oye un runrún de
lenguas extrañas.) ¿Qué es eso? ¿Qué dicen? ¿Por qué me avasallan con idiomas que desconozco?
Yo sólo busco el diálogo... (Arroja los diarios con ímpetu.) Que... Que... (Enjuga el sudor de la sien.)
Tengo calor. ¡Sudo! Ja. Ja. Yo... Ja. Ja. Sudo... Es genial. ¡Ah! Ja, ja... (Varía gradualmente de
expresión.) ¿Y si todo fuera una quimera? ¿Y si esta época me hiciera un hueco? Quizá hay
estatuas de mármol por las avenidas y un busto mío engalana los más líricos parques y las más
doctas instituciones... (Frota la sien con el brazo.) ¿Quién... escribiría esas porquerías en el libro de
mi vida?... (Pausa.) Me da congoja... pertenecer a una civilización que desconozco.

(Desaparece Zeuxis bajo un interludio, es una música que refleja una realidad sonora repleta de
deshumanización. Más tarde asoma otra Máscara. Lleva toga, oculta su cara con una media
máscara color carne y tiene una expresión amoral. Un foco lo sorprende husmeando en un fajo de
legajos extraido de su portafolio. Después alza la cabeza y dirige los ojos hacia el maniquí-Zeuxis,
quien cobra relieve merced a una luz.)

MÁSCARA VIII: Mira, Zeuxis, fuiste mi cliente hasta el final... (Pausa.) Luego entré yo en una crisis
de identidad... y me dije: ¿Defiendo al ciudadano o al Estado? Y claro, la comparación era ridícula...
¡Diablos! Me disperso... (Lee unos papeles, redacta unas líneas en otros y, ensimismado, habla al
maniquí.) ¿Tú quieres saber qué democracia impera ahora, eh? Por lo visto aspira a algo más que a
servir de nombre para denominar un cuerpo social. (Observa a Zeuxis, fugazmente.) Entiéndeme,
Zeuxis, tú conociste la democracia, pero la de esta gente... pero la de esta gente parece más...
¿humanizada? ¿Cómo lo explicaría? Mira, desparrama tu vista. ¿Ves? Todo ciudadano lleva un
Parlamento a cuestas. Y en su conciencia hay debates apasionadísimos, interpelaciones y hasta
mociones de censura. Je. Je. Qué bueno, ¿no?... Hoy el ciudadano es un parlamentario activísimo,
¡Oh, sí!, y responde de sus actos en su fuero interno. Por lo visto así cuida más su estilo de vida.
¿Estilo de vida? Ja. Ja. Ja.

(Ríe, ambiguo, repitiendo la última frase entre la penumbra. Entonces se ciñe una máscara bajo la
música de Secuencia para una sola voz y con una potente linterna enfoca al público.)

ZEUXIS: ¿Quién anda ahí? ¿Eh?... (Examina la nave con recelo.) Huele a gasas, a alcohol y a
anestésicos... (Sigue escudriñando, sin osar dar un paso.) Esas sombras... (El pánico se apodera de
él.) Debo... debo decidir lo que hago con mi ser y ustedes siguen mudos... (Pausa.) ¿Acaso mi
época olía mal?... ¿Acaso las ideas evolucionadas las asumieron quienes no debían, y
desencantaron?... ¿Acaso los falsos libertadores retardaron el desarrollo de ustedes? (Un silencio.)
¡Hablen! Yo... no les hice ningún mal... (Pausa.) ¿Por qué me odian? (Cae al suelo, alza una mano,
suplicante; luego, su autocompasión le impulsa a ponerse de pie, con gesto duro.) Saldré... saldré
a echar un vistazo.

(Se apagan focos; entre luces y sombras se oye al vendedor de periódicos canturrear.)

VENDEDOR: (Su voz.) Últimas noticias. Uno de los amos del mundo deja el mundo. Lean la prensa.
Ha fallecido el naviero Zeuxis. Últimas noticias. Uno de los amos del mundo...

(Se ilumina la escena y surge el padre.)

MÁSCARA VII: Querías vengarte, lo sé... (Pausa.) Tu madre, un cisne del asfalto, no soportó tanta
contaminación y voló... voló muy temprano al cielo... (Pausa.) Yo... yo... lo admito, tuve líos de
faldas...¡Ejem! Nunca supe dormir solo... (Pausa.) ¿Y tú? ¿Vas a negar que te sorprendí seduciendo
por teléfono a mi amante? ¿A la novia de un viudo?... ¿Esa... era tu justicia?... ¿Y quién eres tú? No
me lo digas: Zeuxis, el hijo de un marino mercante... con problemas para embarcarse... ¡Puf!
¿Sabes... sabes cuántos Zeuxis sembré por esos mundos? Así, así... (Mueve los dedos. Bebe.) Y
ninguno de esos tipos, je, je, deben ser una tropa, ninguno trató de recortar mi libertad por
haberlos engendrado... je, je. (Enjuga una lágrima de hilaridad.) Al contrario, bendicen a toda hora
a quien tuvo la generosidad de inventarlos... (Esboza un gesto obsceno que suaviza con sus
risotadas sin ira.) Leo... leo un continuo reproche en tus ojos... ¡No tienes derecho! Tú sólo eres un
capricho de una noche de orgasmos y copas... (Pausa.) Sólo eso, poderoso Zeuxis... (Titubea, se
ajusta la gorra a la sien.) Iba... iba a embarcarme... Me dijeron que el buque cisterna pertenecía
a... y desistí. (Pausa.) Tiene que haber de todo en la vida... y no todo es cuestión de embarcarse...
¿No cree, patrón?

(Saluda marcialmente, llevando la mano a la sien y componiendo una figura que roza lo grotesco.
Bamboleándose se aleja, entre sombras, con una canción portuaria en los labios, hasta que es
absorbida por la música de Estava Matter, de Penderecki. Surge una silueta con estola y un
breviario entre las manos. El sacerdote se encamina hacia el sillón donde está inmóvil el maniquí-
Zeuxis.)

MÁSCARA IX: Zeuxis... como todo mortal, tienes garantizada la resurrección de tu carne... Sólo hay
que esperar al fin de los siglos... (Pausa.) Sí, hermano, lo dijo el Apóstol: (canturreando)
resucitarán tanto los justos como los impíos... (Pausa.) Pero tú no podías ese día de gloria
programado por el Todopoderoso... Lleno de soberbia, organizaste un show para resucitar antes
de tiempo... (Pausa.) Una resurrección elitista, diría yo... (Pausa.) Los muertos deben estarse
quietos en sus tumbas hasta el fin del mundo; pero ¡Zeuxis, no! Y pagaste con un fajo de billetes
una resurrección ideada por el hombre... Como si volver a la vida fuera una cuestión de tarjeta de
crédito... (Pausa.) Dime: ¿Te hicieron descuento por pagar al contado? (Pausa.) Me tienes muy
disgustado, Zeuxis. Montaste una farsa de funeral con diáconos, subdiáconos, sacristanes, cámaras
de televisión y una marcha fúnebre incluida... (Pausa.) Y mientras preparábamos tu alma para que
fuera bien recibida en las esferas celestiales, tú escurrías el bulto y te encerrabas en una cámara
frigorífica.

(Bajan luces; el sacerdote se aleja entonando un canto gregoriano. Cuando se despoja de la


máscara y la estola, vemos a Zeuxis bajo el paraguas, que cierra.)

ZEUXIS: Debieron aplicarme una terapia... para reanimarme, y ahora llegó el instante de combatir
el bárbaro tumor. ¿O ya me lo habrán extirpado?... (Se gira, sobresaltado.) Oigo ruidos en la sala
de al lado... ¿sala? (Pausa.) Hacen preparativos... ¿Para la operación? Quizá desperté antes de lo
sospechado... (Ahuyentando el pánico.) Viviré. ¡Oh, sí! Respiraré hasta reventar de muerte
natural... Soy un privilegiado... (Se acerca al proscenio.) ¿Por qué me miran así? (Un silencio.)
Dentro de unos momentos... ¿Por qué no? Una turba de cirujanos me despanzurrarán en el
quirófano, mientras piensan: este antropófago de la era del televisor de color nos debe todo lo
que es, pues de no ser por nosotros seguiría en la nevera como una trucha congelada... ¡Hum!
¿Pensarán eso del millonario Zeuxis? (Un silencio.) ¿Por qué no me dan una oportunidad? (Estalla
un ritmo trepidante, que espanta a Zeuxis.) ¡Eh! (Falsamente encantado.) Qué música. ¿Es el baile
de la época? Pues vean, vean cómo me acoplo... (Ejecuta una danza-pantomima, grotesca, aunque
bien realizada.) Es facilísimo... como un rock and roll... ¡Quién me lo iba a decir!... Pero no cojo el
ritmo... (Suena una brutal carcajada.) No se rían... (Pausa.) Lo intentaré de nuevo... ¡Ua! ¡Ua!
(Carcajadas hirientes.) Silencio. ¡Silencio!... No es fácil... Aunque puedo aprender... (Otro idioma
ininteligible aúlla por un altavoz.) ¿Qué dicen? ¡No entiendo nada! (Más murmullos
indescifrables.) ¿Hablan de mí? ¿Anuncian que el naviero Zeuxis resucitó? ¡Hablen! ¡Hablen!
(Otros sonidos lingüísticos.) No entiendo esa lengua... (tembloroso.) ¿Entenderán la mía?
(Abofetea su mejilla.) ¡Zoquete! (Otro matiz.) ¿Acaso no hay libertad para...? ¡Hum! Tendré... que
echar otro vistazo.

(Sale bajo un fragmento de Ricorda Cosa, de Nono. Baja la luz, sube y observamos al abogado con
el portafolios en la mano.)

MÁSCARA VIII: ¿Defiendo al ciudadano o al Estado? Qué dilema, ¿eh? Je. Je. Antes había, ¿cómo
decirlo?, ¿travestismo? Se pasaba del autoritarismo a la libertad con una facilidad portentosa... ¡Tú
lo sabes, Zeuxis! Cambiaba el orden sociopolítico, pero ¿y el individuo? ¡Eh! ¿Y el individuo?
Muchos decían: Soy demócrata de toda la vida, ¡jo! Pero en un sistema u otro seguían con su estilo
de vida... Todo se cifraba en una declaración verbal de principios. Y claro, la flor de la autenticidad
apenas se cultivaba. (Suspira.) ¡Caray, Zeuxis! Estas gentes han logrado trasplantar las más nobles
instituciones en las entrañas del ciudadano. ¿Me sigues? ¡Ejem! Antaño florecieron muchos
Zeuxis, ¡perdón por la alusión! Zeuxis que amontonaban, que especulaban... Tú tenías una isla
particular en el Mediterráneo, ¿no? Sí, en un mundo donde la flor de la intolerancia era la más
cultivada... (Recoge los expedientes y se encoge de hombros.) ¡En fin! Qué tiempos, ¿eh, Zeuxis?
(Pausa.) Yo... ya ves..., acabé siendo abogado... (alzando su carpeta.) del Estado... ¡Uf! (Mira las
manecillas de su reloj de pulsera.) Qué tarde se hizo... (Ignora cómo despedirse.) Verás... (Avanza y
selecciona un espectador, lo examina con ojos de inquisidor, redacta unas líneas como si lo
fichara, cerrando de golpe el portafolios.) Tengo un juicio en puertas contra un ciudadano que nos
crea problemitas.

(Cierra con un golpe seco el portafolios y, repitiendo la última palabra vertida, desaparece y en su
lugar deambula por la estancia un desorientado Zeuxis.)

ZEUXIS: La verdad es... que no sé por dónde tirar... Y ustedes, para colmo, siguen con la boca
cosida... (Pausa.) (Le golpea una intuición; se ilumina su rostro.) Tal vez un obsequio podría...¡eso
es! (Se muestra risueño.) Esperen... No se vayan, ¿eh?... Un momento... (Se cuela en el frigorífico y
sale con las manos repletas de cubitos de hielo. ¿Quieren? Quita la sed... Pueden refrescarse... (Un
silencio.) Están exquisitos... (Un silencio.) Observen cómo los saboreo... (Llena la boca de
porciones de hielo.) ¡Ajá! Es como un helado... Están riquísimos... ¿De veras no quieren probar
uno? (En actitud servil, ofrece al público trozos de hielo.) Refrescantes, muy refrescantes... (Se
nubla su mirada.) No había otra cosa. ¡Hielo! Sólo hielo... (Un silencio.) Siguen mirándome de una
manera... ¿Por qué? (Gime.) ¡No lo entiendo! ¿Por qué?

(Comienza a retroceder de espaldas, hacia el escenario, sin dejar de ofrecer los cubitos, mientras
se oscurece la escena, en medio de la música de cabaré. Luego un foco alumbra al personaje del
sombrero canotier, quien a base de un furioso zapateo reclama silencio.)

MÁSCARA VI: ¡Basta! (Cesa la música. Una luz descubre al maniquí-Zeuxis.) ¿Es raro ejemplar digno
de... (Juguetea con el bastón de claqué.) Sí, me hago cargo... Quizá les encantaría verlo en un
museo... ¿Y por qué no dentro de una vitrina? (Pausa.) Los domingos desfilarían ante él... para
examinarlo de cerca... ¿O mejor en un circo? (Se ajusta la chaquetilla de fantasía, roza con la mano
el sombrero y se oye por lo bajo una marcha circense.) Pasen, damas y caballeros, no se
amontonen en la puerta, ahí tienen ustedes un animalito pensante del siglo veinte... No pierdan la
magnífica oportunidad de ver por ustedes mismos a este fantoche de la evolución, entero, con
todos los dientes y muelas del juicio... (Ejecuta una pirueta de prestidigitador, como si estuviera en
la pista.) Y tan sólo por un dólar, un yen, un franco, un marco, una peseta... (Cesa la musiquilla y el
personaje pisa el proscenio.) ¡Zeuxis merece otro tratamiento! Desde que huyó de este iceberg...
no han cesado de mirarlo con... ¡Sí! Como en vez de un ser humano, fuese un tipo de
Neanderthal... (Tartamudea de ira.) Pero si quieren oler restos de formas primitivas... ¡Váyanse a
otra parte! Su coeficiente intelectual no tiene que envidiar a... ¡eso es! Váyanse al zoológico o al
museo de antropología.

(Mientras brota la música de Paravoces, que remite a una algarabía de jungla, la estrella de
cabaré, al retirar su máscara se convierte en Zeuxis, que observa al público sin pestañear.)

ZEUXIS: ¿Qué me espera? ¿Acaso el hombre nuevo cantado en mi tiempo por las fantasías más
críticas? ¿O tal vez una pocilga para hacerme más basura? (Brotan risas.) ¡Esas risas! ¿Oyen?
Vienen de ahí al lado, de la sala de operaciones... (Señala con el pulgar hacia el foro.) ¿Se ríen los
cirujanos? (Pausa. Sombrío.) ¿Qué hacer?

(Se va hacia el foro y cuando se gira con luz en el rostro, vemos a su guía espiritual canturreando
un responso.)
MÁSCARA IX: Sí, Zeuxis, ya de chaval, me llevabas de calle con tus trastadas... ¡Pícaro monaguillo!
Admite que a escondidas te bebías el vino de la misa y luego añadías agua del grifo a las
vinajeras... (Pausa.) Yo te pedía que confesaras tus culpas... "¿A cambio de qué?", me respondías.
Querías venderme tus pecados, Zeuxis... Hasta con tus malas acciones intentabas hacer negocio...
Además, tú te masturbabas..., sí, te autocomplacías sexualmente pese a que el Sumo Pontífice lo
condenaba... ¡Ah, esa débil carne...! Hijo, haz caso por una vez a tu guía espiritual... arrepiéntete y
como penitencia olvida ese nicho posmodernista y ocupa tu agujero en el Campo Santo... (Pausa.)
¿Oyes las campanas? Reclaman tu cuerpo que se ofreció a la Ciencia en vez de al Señor...

(El sacerdote se pierde entre las sombras, con un canto gregoriano. Después la luz de varios focos
cae sobre Zeuxis, en cuclillas, recogiendo objetos y ordenando la sala.)

ZEUXIS: Si al menos supiera... porque Zeuxis no se chupa el dedo, ¿entendido? Unas cosas son
ustedes y otra... mis fantasmas... ¿Qué se creían? (Agudiza el oído como si oyera un tropel de
pisadas.) Ya vienen a por mí... Les daré una sorpresa... (Retrocede.) Durante mi juventud practiqué
un judo genuinamente oriental... Basta una simple presión en esta parte del cuello para... (Sigue
arreglando los fardos de periódicos e introduce sus pertenencias en la maleta bajo un continuo
voltear de campanas.) No quiero riesgos... y ustedes con su silencio no me auguran nada bueno...
(Pausa.) Por otra parte, dudo que tipos como yo pudieran adaptarse al momento histórico de
ustedes... (Pausa.) No, no quiero riesgos... (Pausa.) Ustedes lo entienden, ¿verdad? (Zeuxis está de
pie e inmóvil en la orilla del proscenio, frente al público, tocado con un sombrero. Lleva la maleta
en una mano y el paraguas en la otra. Un silencio.) Señoras, caballeros... sean de la época que
fueren, ha sido un placer.

(Con la escena a oscuras, un foco de seguimiento va recortando la figura de Zeuxis, que se gira
yendo con lentitud hacia el fulgor creciente del frigorífico, mientras se oye el pregón del vendedor
de periódicos.)

VENDEDOR: (Su voz.) Últimas noticias. Uno de los amos del mundo deja el mundo. Lean la prensa.
Ha fallecido el naviero Zeuxis. Últimas noticias. Uno de los amos del mundo...

OSCURIDAD

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