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PROLOGO
Los libros proféticos constituyen uno de los bloques más importantes del
Antiguo Testamento. Para la Iglesia primitiva fueron de sumo interés. En
nuestro tiempo, los profetas están de moda. Nada de esto debe extrañarnos,
porque los profetas ejercieron un influjo decisivo en la religión israelí.
Pero estos libros tan interesantes resultan también de los más difíciles para un
lector moderno. Ante todo, porque los profetas se expresan a menudo en
lenguaje poético, y todos sabemos que la poesía es más densa que la prosa,
menos atractiva para gran número de personas. Por otra parte, el mensaje de
los profetas hace referencias continuas a las circunstancias históricas, políticas,
económicas, culturales y religiosas de su tiempo. Numerosas alusiones,
evidentes para sus contemporáneos, resultan enigmáticas para el hombre
actual.
La teoría oficial sobre la inspiración olvida que muchos autores bíblicos nunca
reivindican este don.
Este hecho es palpable en los ¡historiadores! y en los ¡sabios!. El epílogo del
Eclesiastés, escrito por un discípulo, presenta la obra de su maestro de manera
muy sencilla, sin recurrir a especial comunicación de Dios: ¡El Predicador,
además de ser un sabio, enseñó al pueblo lo que él sabía. Estudió, inventó y
formuló muchos proverbios; el Predicador procuró un estilo atractivo y escribió
la verdad con acierto! (Ecl 12, 9-10). Y el traductor griego del libro del
Eclesiástico se expresa de forma parecida: ¡Mi abuelo Jesús, después de
dedicarse intensamente a leer la ley y los profetas y los restantes libros
paternos, y de adquirir un buen dominio de ellos, se dedicó a componer por su
cuenta algo en la línea de la sabiduría e instrucción, para que los deseosos de
aprender, familiarizándose también con ello, pudieran adelantar en una vida
según la ley! (Prólogo, letra c).
Con más modestia aún se expresa el autor del segundo libro de los Macabeos:
¡Jasón de Cirene dejó escrita en cinco libros la historia de Judas Macabeo y
sus hermanos (...). Nosotros vamos a intentar resumirlo en un solo volumen...
procurando ofrecer entretenimiento a los que se contentan con una simple
lectura, facilitar a los estudiosos el trabajo de retener datos de memoria y ser
útiles a los lectores en general. Para quienes hemos emprendido la penosa
tarea de hacer este resumen no ha sido un trabajo fácil, sino de sudores y
vigilias, como no es fácil el trabajo del que organiza un banquete, que tiene que
atender al gusto de los demás! (2, 23-27).
¿Es justo que más tarde se reivindicase para estos autores una especial
inspiración de Dios? La Iglesia así lo ha decidido, pero los teólogos están
obligados a repensar estos datos y formular nuestra fe tomándose en serio no
sólo al hombre de hoy, sino también, y sobre todo, al mismo Dios.
Con los profetas no ocurre lo mismo que con historiadores y sabios. Ya hemos
indicado la certeza e insistencia con que afirman transmitir la palabra de Dios.
Sugieren una comunicación directa, casi física, entre ellos y el Señor. Esto
desconcierta al hombre moderno. Pero, si evitamos el literalismo, sus fórmulas
expresan una verdad profunda, bastante comprensible.