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Su presencia

Ya era normal para mí estar en Orizatlán Hidalgo, lugar de nacimiento de mis


abuelos; cuando tenía vacaciones en la escuela me agradaba estar ahí. Podía ir al
rio y recostarme dentro del agua el tiempo que quisiera, aunque luego terminaba
muy quemada de la piel, podía estar sentada en el árbol más grande que había
visto, contemplando el paisaje de la hermosa naturaleza; yo fui la consentida al ser
hija única, además de ser la primer nieta de mis abuelos; nunca me decían que
no. Podía hacer y deshacer, ir y venir, aunque era raro que me dejaran sola, pero
un día así fue.

Si no mal recuerdo tenía alrededor de 8 años, el pueblo no era demasiado grande


como para perderme de la casa de mis abuelos al parque central, así que decidí ir
y pasear por él. Estaba muy claro serian como las 4:00 p.m. del día, no había
mucha gente debido al solazo que se sentía. Di muchas vueltas al pequeño
parque hasta que mis piernas me pedían que me sentara un rato. Me acerque a
una banca, estaba segura de que estaba vacía, pero al sentarme, ya había alguien
allí. Me sorprendí mucho al verlo, era un joven de piel muy pálida. Parecía estar
dormido. Sin darme cuenta el chico despertó y notó que lo estaba viendo,
realmente me quede embobada viéndolo. El chico me saludo, yo no daba
respuesta a tal acto, sonrió al darse cuenta de que no me importaba lo que hacía;
sus cachetes se ponían cada vez más rojos, aunque no sabía si era por el sol o
porque se sentía apenado de que una niña de 8 años lo observara. Ahora que lo
recuerdo, era muy guapo, alto y delgado, le daba un aire parecido a mi papá.
Parecía tener alrededor de 16 0 17 años.

De pronto mi abuelo llegó gritándome, realmente nunca me dieron permiso de salir


sola, así que me llevó jalándome de la mano mientras yo aun observaba al joven
de piel pálida, no sabía porque, pero sentía que lo había visto antes.

El tiempo paso y tenía que regresar a mi casa, las vacaciones se acababan, ya no


había nada que hacer en el pueblo, hasta las siguientes vacaciones. En el camino
de salida pasamos en el carro al lado del parque y lo volví a ver. Sentado solo, con
los ojos cerrados, muy pálido y flaco demasiado frágil.

Mis días pasaban, la misma rutina, pero llegaron las siguientes vacaciones. Otra
vez con mis abuelos cuando ya tenía 9 años. En ese año se festejaría la feria
nacional de huapango. Sabia que seria algo muy movido y divertido, salí a ver
como adornaban las casas, la presidencia y por último el parque. Tenia un
cosquilleo en mi estómago, lo buscaba con mis ojos, mi cabeza giraba por ambos
lados, hasta que, lo vi, en el mismo lugar, no ha cambiado, no sabía porque, pero
quería verlo, tenía tanta curiosidad, algo raro ni que le hubiera hablado en las
vacaciones pasadas, el me daba un sentimiento de nostalgia. No dije nada, ni
siquiera me acerqué.

Mi abuela me esperaba para vestirme como indita, traje típico para estas
festividades. A pesar de ser un lugar no muy grande, gracias a los adornos y el
gran escenario que pusieron, el centro de Orizatlán se veía muy grande sin
mencionar que había mucha gente, no me gustaba para nada, esa gente hablaba
sin parar, me desespera, no es por ser delicada, pero, nunca he soportado el
escándalo. Decidí asistir a esta festividad porque pensé que solo presentarían la
música, todos escucharían atentos y al final cada uno para su casa, pero nada de
lo que imaginé seria así, era un ruido y escándalo tan estresante, que le dije a mi
abuela que me iría a la casa. Mi abuela aceptó que me fuera sola, yo creo porque
la casa no estaba muy lejos. Caminé y caminé, pero no podía llegar, sentí que
daba muchas vueltas, pensé que me había perdido, me dio mucho miedo, empecé
a gritar -¡abuelita!, ¡abuelita!- una y otra vez. Poco a poco perdí la paciencia y mis
lágrimas salieron, a pesar de haber mucha gente nadie me ayudaba, hasta que,
sentí que alguien me jaló, era él, ese joven pálido y flaco del cual no sabia nada,
pero me trasmitía un sentimiento de paz. Mis lágrimas paraban, mi respiración
volvía a la normalidad, el me miraba algo preocupado. Poco a poco me sacó de
ese lugar y llegamos a mi árbol favorito cerca de la casa de mis abuelos. No me
soltó la mano hasta llegar, sus manos estaban muy frías; me pregunto varias
veces si estaba bien, solo movía mi cabeza hacia arriba y hacia abajo sin decir
una palabra. Dijo que esperara allí, que pronto mi abuelo vendría, me dio miedo,
así que antes de que se fuera lo sujete de su playera, le pedí que no se fuera,
aunque no lo conociera, prefería estar con el a estar sola; que yo recuerde estaba
muy oscuro y solitario, no me podía quedar allí sola. Al final logré que se quedara,
ninguno de nosotros decíamos algo hasta que le pregunté cosas sobre él, aunque
nunca le hable de mí, no me gustaba el ambiente tan pesado.

Tardo algo en contestarme pero, lo más curioso es que no me dijo su nombre, solo
que sabia que tenia uno pero no sabia cuál, nunca me paso por la mente que
alguien no se supiera su nombre, así que, decidí darle un nombre; el se puso algo
nervioso pero aceptó, su nombre seria Dani, la verdad no sabia que nombre darle,
es difícil elegir uno, además si no le gustaba que iba a hacer, aunque parecía que
no le importaba mucho. Recuerdo que sonrió al escuchar el nombre, dijo que era
un muy buen nombre. A partir de allí hablamos tanto que se me fue el pasar del
tiempo, me preocupe que me fueran a regañar por esto. Dani me llevó a la casa
de mis abuelos, mi abuelo al parecer estaba durmiendo y mi abuela aun no
llegaba. Me despedí de él, y le pregunté si estaría en el mismo lugar mañana, el
respondió que sí.

Al día siguiente, me desperté, desayuné y me fui a ver a Dani, siempre esta en


esa banca, es muy fácil encontrarlo. -Hola- le dije, parecía estar muy
profundamente dormido -Hola ¿Qué pasa, Luna? - por un momento sentí un
escalofrió que recorría poco a poco todo mi cuerpo -¿Por qué sabes mi nombre?-
le pregunte sin más, se quedó totalmente callado, pero contestó con una voz
titubeante -Tu me lo dijiste, el día de la feria, cuando nos fuimos al árbol- no podía
creerlo, puede que no sea algo tan importante, pero cuando estuvimos allí, yo era
la que preguntaba, él casi no me hizo preguntas, ni mucho menos preguntó mi
nombre. Estuve todo el resto del día platicando con él, nos tuvimos que ir del
parque porque pegaba mucho el sol, así que nos fuimos a mi lugar favorito de todo
Orizatlán; si ahí, el árbol más grande cerca de la casa de mis abuelos. Cuando me
di cuenta, ya estaba atardeciendo, tuve que decirle que sería el último día de este
año que lo vería. Recuerdo que me miro con ojos de tristeza, pero con una sonrisa
me dijo – Te esperaré el próximo año también- sentí un nudo en la garganta, y una
imagen tan instantánea como un Flashback recorrió mi mente, sentí, que ya lo
había visto antes. Al otro día, mis padres vinieron por mí y regresé a la ciudad. En
todo el camino estuve preguntándome ¿Por qué sabia mi nombre?, ¿por qué
siento nostalgia al verlo?, ¿por qué ese flashback en mi cabeza?, ¿cómo todo
estaría relacionado?

Después de unos días, recibimos una terrible noticia, mi abuelo estaba en estado
crítico por no tomar sus medicinas diarias para controlar la diabetes. Todo mi
estómago se me revolvía de imaginarme que podría morir y no lo volvería a ver.
Fue unos de los tiempos más difíciles. Después de 3 meses en el hospital, mi
abuelo no pudo superar esta prueba. Regresamos a Orizatlán para realizar el
funeral junto a todos los conocidos de mi abuelo, jamás pensé que esto pasaría,
cada vez que veía a mi abuelo, podía apreciar que estaba sano, alegre y fuerte.
Esos días pasaban muy lento, no hacia otra cosa más que llorar en silencio y
ayudar a la hora que eran los rezos. Nunca me pase siquiera por el parque para
ver si Dani estaba allí, no quería que me viera llorar. Mi abuela entro en depresión
por esa gran pérdida, así que se fue a vivir con nosotros a la ciudad, y la casa en
Orizatlán se quedó totalmente sola. No regresé al siguiente año, ni el próximo, la
verdad no tenía pensado regresar, esa casa me traería recuerdos que por seguro
me harían llorar, y no quería hacerlo.

Pasó el tiempo, ya no tenia 9 años, si no 15; estaba a un paso de entrar a la


preparatoria, en un lugar donde no tenía pensado regresar nunca, en San Felipe
Orizatlán, Hidalgo, era la única escuela cercana que tenia la carrera de diseño
gráfico, si no tendría que irme aún más lejos de mi hogar, además de que ya había
un lugar en donde quedarme en San Felipe. Estaba empacando mis cosas, mi
abuela se quería ir conmigo así que también le ayudaba a acomodar sus cosas,
hasta que encontré un álbum de fotos, me dio tanta curiosidad que decidí abrirlo,
para mi sorpresa, después de hojearlo, me encontré una foto en donde Dani, el
chico flaco y pálido, estaba abrazando a mi papá cuando era más joven. Me quede
totalmente desconcertada. ¿Por qué estaría en una foto de la familia? Mi abuela
llegó por atrás y me preguntó: - ¿qué haces?, decidí preguntarle – abuela ¿Quién
es el joven que aparece en la foto? Ella comenzó a poner un rostro de tristeza, me
preguntaba la razón, hasta que comenzó a hablar -él es el hermano de tu papá, es
mi hijo Daniel- no sabía que decir, nada se me venía a la cabeza, - ¿Qué pasaba?
¿Dónde está? ¿Por qué no me lo presentaron? - pregunté, mi abuela con un nudo
en la garganta dijo -el murió de leucemia hace ya bastantes años, tu lo conociste
cuando eras muy pequeña, solía jugar contigo a pesar de estar muy débil- mi
respiración comenzó a fallar, ahora entendía porque sabía mi nombre, porque me
daba un sentimiento nostálgico. Pero si él está muerto, yo, yo hablaba con un
espíritu. -abuela dime ¿Cómo no me acuerdo de él? Cuéntame ¡por favor!

Mi abuela empezó a contarme: – él nació muy débil, tu papá tenia 12 años cuando
él nació, se llevaban muy bien, creció sano a nuestra vista, pero en la escuela
constantemente nos llamaban para decirnos que se desmayaba o que se ponía
muy pálido, al vivir en un pueblo no había doctores que atendieran bien a los
pacientes, por lo que siempre nos decían que estaba bien, su rostro reflejaba
mucha tranquilidad por lo que lo dejábamos pasar, hasta que llegó un doctor por
una campaña, venia para checar si la población estaba libre de enfermedades,
llevamos a Daniel a que lo revisara, él fue el que nos dijo que tenia leucemia, no
teníamos nada en nuestras manos para ayudarlo; el doctor nos dio medicinas pero
no eran suficientes, lo llevamos a la Ciudad de México para internarlo, pero nada
salía bien, en ese tiempo tu papá ya se había casado con tu mamá y tu tenias
apenas 4 años, entraste al kínder en San Felipe debido a que tu papá llevaba a
Daniel a el doctor constantemente. Él no quería que lo trataran como un enfermo,
así que cuando se veía mejor, lo dejábamos a cargo de ti, recuerdo que se la
pasaban muy bien. Pero un día cuando te cargaba se desmayó, cayeron juntos y
te golpeaste la cabeza. Para el fueron los últimos momentos de vida, los
trasplantes de sangre ya no funcionaban y tu perdiste tus recuerdos. Daniel murió
a los pocos días de internarlo en la Ciudad de México, y tu nunca lo recordaste, tu
papá lo prefirió así, ya que se querían mucho y si te lo decía te haría sufrir - las
lágrimas de los ojos de mi abuela y de los míos brotaban, me sentía tan mal –
abuela, yo lo vi- no contestaba – yo lo vi, estuve con él, estuve con su espíritu en
San Felipe, los últimos años que pase las vacaciones allá, yo estuve con él- mi
abuela sonrió y me dijo – yo también lo veía, de vez en cuando podía verlo, en el
parque sentado en una banca en donde cuando era joven le gustaba estar- lloraba
– abuela, ¿puedo ir antes a San Felipe?- solo asentó su cabeza. Al día siguiente
ya estaba allí, quería encontrarlo y decirle: -ya se tu nombre-. Daniel seguía
estando en esa banca, me miró, sonrió y dijo: – Solo quería saber que tu
recordaras- mis palabras no salían todo lo que quería decirle, no podía, parecía
que el si me recordaba y sabia porque había venido – estuve aquí por muchísimos
años, no podía irme sin saber que tú me recordarías aunque te causara dolor, yo
quería que tu supieras quien fui y que siempre he estado contigo, aunque no
puedo ir tan lejos, siempre te protejo, y ahora que ya puedo descansar, te veré
desde el cielo- lloraba mientras veía que su figura desaparecía, no me dejo decir
nada, la gente me veía con ojos de rareza.

El tiempo pasó, Ahora yo vivo con mi abuela en San Felipe Orizatlán, siempre
sintiendo su presencia cuidándome desde el cielo.

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