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Mis días pasaban, la misma rutina, pero llegaron las siguientes vacaciones. Otra
vez con mis abuelos cuando ya tenía 9 años. En ese año se festejaría la feria
nacional de huapango. Sabia que seria algo muy movido y divertido, salí a ver
como adornaban las casas, la presidencia y por último el parque. Tenia un
cosquilleo en mi estómago, lo buscaba con mis ojos, mi cabeza giraba por ambos
lados, hasta que, lo vi, en el mismo lugar, no ha cambiado, no sabía porque, pero
quería verlo, tenía tanta curiosidad, algo raro ni que le hubiera hablado en las
vacaciones pasadas, el me daba un sentimiento de nostalgia. No dije nada, ni
siquiera me acerqué.
Mi abuela me esperaba para vestirme como indita, traje típico para estas
festividades. A pesar de ser un lugar no muy grande, gracias a los adornos y el
gran escenario que pusieron, el centro de Orizatlán se veía muy grande sin
mencionar que había mucha gente, no me gustaba para nada, esa gente hablaba
sin parar, me desespera, no es por ser delicada, pero, nunca he soportado el
escándalo. Decidí asistir a esta festividad porque pensé que solo presentarían la
música, todos escucharían atentos y al final cada uno para su casa, pero nada de
lo que imaginé seria así, era un ruido y escándalo tan estresante, que le dije a mi
abuela que me iría a la casa. Mi abuela aceptó que me fuera sola, yo creo porque
la casa no estaba muy lejos. Caminé y caminé, pero no podía llegar, sentí que
daba muchas vueltas, pensé que me había perdido, me dio mucho miedo, empecé
a gritar -¡abuelita!, ¡abuelita!- una y otra vez. Poco a poco perdí la paciencia y mis
lágrimas salieron, a pesar de haber mucha gente nadie me ayudaba, hasta que,
sentí que alguien me jaló, era él, ese joven pálido y flaco del cual no sabia nada,
pero me trasmitía un sentimiento de paz. Mis lágrimas paraban, mi respiración
volvía a la normalidad, el me miraba algo preocupado. Poco a poco me sacó de
ese lugar y llegamos a mi árbol favorito cerca de la casa de mis abuelos. No me
soltó la mano hasta llegar, sus manos estaban muy frías; me pregunto varias
veces si estaba bien, solo movía mi cabeza hacia arriba y hacia abajo sin decir
una palabra. Dijo que esperara allí, que pronto mi abuelo vendría, me dio miedo,
así que antes de que se fuera lo sujete de su playera, le pedí que no se fuera,
aunque no lo conociera, prefería estar con el a estar sola; que yo recuerde estaba
muy oscuro y solitario, no me podía quedar allí sola. Al final logré que se quedara,
ninguno de nosotros decíamos algo hasta que le pregunté cosas sobre él, aunque
nunca le hable de mí, no me gustaba el ambiente tan pesado.
Tardo algo en contestarme pero, lo más curioso es que no me dijo su nombre, solo
que sabia que tenia uno pero no sabia cuál, nunca me paso por la mente que
alguien no se supiera su nombre, así que, decidí darle un nombre; el se puso algo
nervioso pero aceptó, su nombre seria Dani, la verdad no sabia que nombre darle,
es difícil elegir uno, además si no le gustaba que iba a hacer, aunque parecía que
no le importaba mucho. Recuerdo que sonrió al escuchar el nombre, dijo que era
un muy buen nombre. A partir de allí hablamos tanto que se me fue el pasar del
tiempo, me preocupe que me fueran a regañar por esto. Dani me llevó a la casa
de mis abuelos, mi abuelo al parecer estaba durmiendo y mi abuela aun no
llegaba. Me despedí de él, y le pregunté si estaría en el mismo lugar mañana, el
respondió que sí.
Después de unos días, recibimos una terrible noticia, mi abuelo estaba en estado
crítico por no tomar sus medicinas diarias para controlar la diabetes. Todo mi
estómago se me revolvía de imaginarme que podría morir y no lo volvería a ver.
Fue unos de los tiempos más difíciles. Después de 3 meses en el hospital, mi
abuelo no pudo superar esta prueba. Regresamos a Orizatlán para realizar el
funeral junto a todos los conocidos de mi abuelo, jamás pensé que esto pasaría,
cada vez que veía a mi abuelo, podía apreciar que estaba sano, alegre y fuerte.
Esos días pasaban muy lento, no hacia otra cosa más que llorar en silencio y
ayudar a la hora que eran los rezos. Nunca me pase siquiera por el parque para
ver si Dani estaba allí, no quería que me viera llorar. Mi abuela entro en depresión
por esa gran pérdida, así que se fue a vivir con nosotros a la ciudad, y la casa en
Orizatlán se quedó totalmente sola. No regresé al siguiente año, ni el próximo, la
verdad no tenía pensado regresar, esa casa me traería recuerdos que por seguro
me harían llorar, y no quería hacerlo.
Mi abuela empezó a contarme: – él nació muy débil, tu papá tenia 12 años cuando
él nació, se llevaban muy bien, creció sano a nuestra vista, pero en la escuela
constantemente nos llamaban para decirnos que se desmayaba o que se ponía
muy pálido, al vivir en un pueblo no había doctores que atendieran bien a los
pacientes, por lo que siempre nos decían que estaba bien, su rostro reflejaba
mucha tranquilidad por lo que lo dejábamos pasar, hasta que llegó un doctor por
una campaña, venia para checar si la población estaba libre de enfermedades,
llevamos a Daniel a que lo revisara, él fue el que nos dijo que tenia leucemia, no
teníamos nada en nuestras manos para ayudarlo; el doctor nos dio medicinas pero
no eran suficientes, lo llevamos a la Ciudad de México para internarlo, pero nada
salía bien, en ese tiempo tu papá ya se había casado con tu mamá y tu tenias
apenas 4 años, entraste al kínder en San Felipe debido a que tu papá llevaba a
Daniel a el doctor constantemente. Él no quería que lo trataran como un enfermo,
así que cuando se veía mejor, lo dejábamos a cargo de ti, recuerdo que se la
pasaban muy bien. Pero un día cuando te cargaba se desmayó, cayeron juntos y
te golpeaste la cabeza. Para el fueron los últimos momentos de vida, los
trasplantes de sangre ya no funcionaban y tu perdiste tus recuerdos. Daniel murió
a los pocos días de internarlo en la Ciudad de México, y tu nunca lo recordaste, tu
papá lo prefirió así, ya que se querían mucho y si te lo decía te haría sufrir - las
lágrimas de los ojos de mi abuela y de los míos brotaban, me sentía tan mal –
abuela, yo lo vi- no contestaba – yo lo vi, estuve con él, estuve con su espíritu en
San Felipe, los últimos años que pase las vacaciones allá, yo estuve con él- mi
abuela sonrió y me dijo – yo también lo veía, de vez en cuando podía verlo, en el
parque sentado en una banca en donde cuando era joven le gustaba estar- lloraba
– abuela, ¿puedo ir antes a San Felipe?- solo asentó su cabeza. Al día siguiente
ya estaba allí, quería encontrarlo y decirle: -ya se tu nombre-. Daniel seguía
estando en esa banca, me miró, sonrió y dijo: – Solo quería saber que tu
recordaras- mis palabras no salían todo lo que quería decirle, no podía, parecía
que el si me recordaba y sabia porque había venido – estuve aquí por muchísimos
años, no podía irme sin saber que tú me recordarías aunque te causara dolor, yo
quería que tu supieras quien fui y que siempre he estado contigo, aunque no
puedo ir tan lejos, siempre te protejo, y ahora que ya puedo descansar, te veré
desde el cielo- lloraba mientras veía que su figura desaparecía, no me dejo decir
nada, la gente me veía con ojos de rareza.
El tiempo pasó, Ahora yo vivo con mi abuela en San Felipe Orizatlán, siempre
sintiendo su presencia cuidándome desde el cielo.