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Apocalypto

Una muestra de fantasía y de espíritu mesiánico-católico de Mel Gibson. No hay una razón
para que aparezcan los barquitos españoles hacia el final del filme, como no sea plantear
que todas esas “atrocidades” se acabaron con la llegada “salvadora” de los españoles y su
fe.
Los especialistas ya han hablado suficiente sobre la mezcla de periodos que se aprecia
en detalles como los tocados y sobre el maya macarrónico de la mayoría de los actores. El
elenco no está formado por indígenas “puros”, digamos, y una de las evidencias de esto son
los dientes encimados, fenómeno que no ocurre en una comunidad con características
físicas homogenizadas. Este tipo de cosas no deberían importarnos, sabiendo que sólo es
cine, si no fuera porque ya sabemos que Gibson se empeña en mostrar las cosas “como
fueron”.
Es notable la exageración en cuanto al tema de los sacrificios humanos, pues en el filme
aparece un mar de cadáveres (más parece un campo de concentración nazi que una escena
ocurrida en la región maya). No estoy seguro de que el animal que sale sea un jaguar, me
inclino más a creer que se trata de un leopardo, por su rugido y por la talla. Otro asunto
delicado es el eclipse gracias al cual los gobernantes-sacerdotes “deciden” no sacrificar
más, pues, aunque los mayas que se pretende retratar podían predecir estos fenómenos con
exactitud, es muy posible que sólo una elite tuviera acceso a esa información; de modo que
el planteamiento de la película es que se trata de una manipulación política por parte de los
sacrificadores.
El hecho de poner como protagonista a un cazador y como antagonistas a los que
comercian para la gran ciudad plantea dos ideas acerca de los mesoamericanos concebidas
por los invasores: el buen salvaje, susceptible de salvación, en contraste con el miembro de
una civilización creada seguramente por el Diablo. Por lo demás, el papel de la esposa-
madre es sublime, los escenarios son impresionantes y las dosis de violencia, deliciosas.

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