Está en la página 1de 5

(ESPAÑOL)

Negación de la realidad

Trasandinos que conozco me han dicho una y otra vez, cuando han pasado por autopistas y
peajes y notan del precio a pagar, “¿por qué se comen esto, ah?”, junto a un par de garabatos.
Es parte del cliché hablar de las protestas en el gran Buenos Aires, de cómo ellos salen a la calle
a protestar, de que los piquetes son parte del diario vivir. “¡No nos vaya a ocurrir eso aquí!”,
contestaron otros que conozco, destacando la estabilidad de nuestro país. Pero ocurrió. Hasta
que pasó nuevamente. Hasta que no pudimos más con la maquinaria del Estado, ese que nos
demanda constante y crecientemente una mayor cuota de nuestra libido para sostenerlo.

Pareciera que necesitáramos entre 3 a 5 años para volver a salir a las calles y decir no más.
Marchas estudiantiles el 2006 y el 2011, NO+AFP el 2016, y este año, por la subida del precio de
pasaje de Metro. Una historia que se tiende a repetir, y que la podemos rastrear en eventos
como las Jornadas de Protesta Nacional del ’83, la Revolución de la Chaucha del ’49, y en la
matanza de la Escuela Santa María de Iquique del 1907, entre otras. Una compulsión a
reexperimentar la oposición frente al sometimiento de nuestro deseo a ideales sociales ajenos,
de malestar por promesas incumplidas e irrealizables, a sufrir por no ser vistos ni escuchados.
“No vaya a morir nadie estos días”, me decía un amigo, como si tuviera un conocimiento
inconsciente de la potencia de esta compulsión de repetición.

Esta es la negación de la realidad: de la realidad interna, de nuestros pensamientos y deseos, de


cómo se tienden a repetir eventos en nuestras vidas de los cuales no hemos podido aprender
de nosotros mismos y de otros. Negación de una realidad inconsciente, libidinal, que habla y
grita cuando creemos que siempre podemos trabajar más, estudiar más, pagar más, esperar
más, dormir menos, compartir menos, disfrutar menos, confiar menos. Una negación que nos
afecta individual, familiar y socialmente, de cual hoy vemos un nuevo grito que no quiere
ahogarse.

Y es que hemos aprendido y nos han enseñado a ahogarlo. Con pastillas para la depresión, el
déficit atencional, la disfunción eréctil y el síndrome premenstrual, con miedo a perder los
trabajos, amigos y parejas si uno se enferma, llega atrasado, rinde menos, o sonríe menos; con
terror a terminar en un Liceo público si las notas van mal (para esto los Liceos deben ser malos),
a perder el turno en los Hospitales y esperar 3 meses más para una consulta de especialidad, a
perder nuestros hogares por no poder pagar las deudas, o inclusive a no tener certeza de tener
uno, por los altos precios de las viviendas. Hemos aprendido a decirnos todas las mañanas “tú
puedes un poco más”, a aguantar y sacar fuerzas para ignorarnos a nosotros mismos, a pensar
que nuestra vida sólo puede aparecer en vacaciones, feriados o fines de semana, como si no
fuésemos dueños de ellas, sino del aparato Estatal, el modelo económico, de un lazo social que
no sentimos propio. No por nada somos de los países con mayor tasa de depresión en el
mundo: pienso que nuestras mentes se oponen a seguir sacando fuerzas de flaqueza,
quitándonos el ánimo para resistir y no caer de nuevo en el círculo de la repetición.
Leí en algún lugar que hay una diferencia importante entre una nación que incorpora lo
inconsciente en su tejido social, entendido como el descubrimiento Freudiano de una vida
psíquica rastreable en nuestros procesos oníricos, en los chistes y lapsus, de las naciones que
no tienen una noción de este concepto en su discurso. Personalmente le encuentro razón a esta
idea. El desconocimiento de nuestra realidad psíquica por parte de nuestra sociedad, y en
particular de la mayoría de los políticos, sus partidos y gobiernos, pienso que ha producido seria
dificultad para considerar y reconocer el efecto que tienen las políticas públicas en la vida
mental de la población. Me parece que los 30 pesos del pasaje del Metro fue un nuevo intento
de negar la realidad psíquica de los santiaguinos, de negar la envidia que produce la
desigualdad de los aristócratas criollos que evaden impuestos y se perdonan entre ellos,
partiendo por el Presidente.

Hoy estamos en un Estado de Excepción. Quizás sea bueno verlo de forma inversa: hoy como
sociedad estamos mostrando qué es lo que vive dentro de nosotros todos los días, en silencio,
detrás de las cortinas: nuestra realidad mental. Ojalá esta vez sea escuchada, no como una
excepción, no como algo a ser negado, sino como una constante a ser considerada.

Por Francisco Somarriva


Candidato de la Asociación Psicoanalítica Chilena
20-10-19

(ENGLISH)

The negation of reality

Every time we drive through Chilean highways and tolls and pay their fees, some Argentinian
friends have told me time over time “why do you stand this?”, along with some curse words.
It’s something cliché talking about protests in Buenos Aires, on how Argentinians go out to the
streets to protest, on how barricades happen on a daily basis. “We hope those things don’t
occur here in Chile!”, other friends replied, remarking our country’s government stability. But it
occurred. It happened again! We could stand no more the State’s machinery, a State that
demands us constantly and increasingly a higher quota of our libido to sustain it

It seems we would have needed between 3 or 5 years to go back to the streets and say no
more. No more to education problems in 2006 and 2011, no more to low pensions in 2016, and
this year’s protest on the increase of the subway ticket price. A history that tends to repeat
itself, one that can be traced back to the 83’ National Protests, the 49’ Revolution of the
‘Chaucha’, and the 1907’ slaughter at the Santa María School in Iquique, amongst others. A
compulsion to re-experience the opposition against the submission of our desire to alien social
ideals, against the suffering caused by unfulfilled and undoable promises, against the pain of
not being seen nor listened. “Let’s hope nobody dies these days”, a friend said to me, as if he
had an unconscious knowledge of the strength of this repetition compulsion.
This is the negation of reality: negation of the internal reality, of our thoughts and desires, of
how events tend to repeat themselves in our lives, from which we haven’t been able to learn,
learn from ourselves and others. Negation of an unconscious, libidinal reality, that speaks and
screams every time we think we can work more, study more, pay more, wait more, sleep less,
share less, enjoy less, trust less. A negation that affects us individually and socially, from which
we see nowadays a new scream that does not want to be suffocated once again.

And the thing is that we have learned and been taught to suffocate it. We have done it with
pills for depression, attention deficit disorder and premenstrual syndromes; with fear to lose
our jobs, friends and relationships if we get ill, arrive late, perform less, or smile less; with
terror to ending up studying in a Public School if we get bad scores (Public Schools have to be
really bad in our to sustain this fantasy); terror to lose our turn in the waiting lists at hospitals
and having to wait 3 months more for a specialist appointment; to lose our houses by no paying
our debts, or even of not being able to buy a house due to high prices. We have learned to say
to ourselves “you can do a little bit more” every morning, to endure and use our strength to
ignore ourselves, to think that our real life can only emerge on vacations, holidays and
weekends, as if we are not owners of our lives, as if the State, the economic model, a social
bound that we do not feel ours were the true owners. Given this, it is not strange that Chile has
one of the highest rates of depression in the world: I think our minds fight against the endlessly
drawing strength from weakness by diminishing our will to revolt against this situation and not
falling again into the endless repetition circle.

I read somewhere that there is a remarkable difference between a nation who incorporates the
unconscious in their social discourse – unconscious understood and the Freudian discovery of a
psychic life traceable in our oneiric processes, in jokes and slips – and nations that do not
incorporate it in their cultures. Personally, I believe this idea is correct. The disavowing of our
psychic reality by society and specifically by most politicians, political parties and governments,
has provoked a mayor barrier in considering and recognizing the effect of public politics on the
mental life of the population. I think the increase of the subway ticket price was a new attempt
of negating the psychic reality of the people of Santiago, of denying the envy produced by the
inequality between Chilean aristocracy, who evade and avoid paying taxes and forgive their
crimes between themselves, such as the President, and the rest of the population.

Today we still have a State of Exception. A State of Emergency. Maybe we could think of it in an
inverse way: today the Chilean population is showing what lives inside all of us every day, in
silence, behind the curtains: our psychic reality. Let’s hope this time this reality would be
listened, not as an exception, not as something to be denied, but as an emerging constant to be
considered.

By Francisco Somarriva
Candidate of the Chilean Psychoanalytic Association
20-10-19
(DEUTSCH)

Verleugnung der Realität

Als einige meiner argentinischen Freunde über unsere Autobahnen und Mautstraßen gefahren
sind und Gebühren dafür bezahlten, sagten sie mir immer wieder zu mir: "Warum schluckst du
das?", und äußerten auch Schimpfwörter dazu. Es gehört zum Klischee, über die Proteste in
Buenos Aires zu sprechen, also wie die Argentinier zum Protestieren auf die Straße gehen, und
dass dort Streiks zum Alltag gehören. "Das wird uns hier in Chile hoffentlich nicht passieren!",
sagten mir andere Freunde und betonten die Stabilität unseres Landes. Aber es ist passiert. Und
es ist wieder passiert. Wir konnten die Staatsmaschinerie nicht länger tragen, ein Staat, der
ständig und immer mehr einen größeren Teil unserer Libido fordert, um sich aufrecht zu
erhalten.

Es scheint, als haben wir 3 bis 5 Jahre gebraucht, um wieder auf die Straße zu gehen und zu
sagen: Es reicht. Es reichte bei den Studentenprotesten gegen Bildungsprobleme in den Jahren
2006 und 2011, bei den Protesten gegen niedrige Pensionen im Jahr 2016, und dieses Jahr bei
den Protesten wegen erhöhter Preise für das Metro-Ticket. Eine Geschichte, die dazu tendiert,
sich zu wiederholen und bis zu den Nationalen Protesten von 1983, die Revolution der Chaucha
im Jahr 1949 und das Massaker an der Santa María Schule in Iquique im Jahr 1907 zurückreicht.
Ein Zwang zum Wiedererleben des Widerstands gegen die Unterwerfung unseres Begehrens
unter die sozialen Ideale anderer Menschen, gegen das Unbehagen aufgrund unerfüllter und
unerreichbarer Versprechungen, und auch gegen das Leid, nicht gesehen oder gehört zu
werden. "Hoffentlich stirbt heutzutage niemand", sagte mir ein Freund, als hätte er ein
unbewusstes Wissen über die Stärke dieses Zwangs zur Wiederholung.

Das ist die Verleugnung der Realität: eine Verleugnung der inneren Realität, von unseren
Gedanken und Wünschen, davon, wie Ereignisse dazu neigen, sich in unserem Leben zu
wiederholen, aus denen wir nichts gelernt haben, nicht von uns und nicht von anderen.
Verleugnung einer unbewussten, libidinösen Realität, die spricht und schreit, wenn wir glauben,
dass wir immer mehr arbeiten, mehr studieren, mehr bezahlen, mehr warten, weniger schlafen,
weniger teilen, weniger genießen, weniger vertrauen können. Eine Verleugnung, die uns
individuell, familiär und sozial betrifft, von der wir heute einen neuen Schrei hören, der nicht
ertrinken will.

Wir haben gelernt und uns wurde beigebracht, ihn zu ertränken. Mit Pillen gegen Depressionen,
Aufmerksamkeitsdefizite, Erektionsstörungen und prämenstruelles Syndrom; mit Angst vor
dem Verlust unserer Arbeitsplätze, unserer Freunde und Partner, wenn wir krank werden, zu
spät kommen, weniger leisten oder weniger lächeln; mit demTerror, in einer öffentlichen High
School zu landen, wenn die Noten schlecht werden (dafür müssen die High Schools wirklich
schlecht sein in unserer Phantasie); Terror, den Platz auf der Warteliste der Krankenhäuser zu
verlieren und noch 3 Monate länger auf eine Spezialsprechstunde zu warten; unsere Häuser zu
verlieren, weil wir die Schulden nicht bezahlen können, oder sogar, weil wir wegen der hohen
Preise nicht die Gewissheit haben können, ein zu Hause zu haben. Wir haben gelernt, uns jeden
Morgen zu sagen: "Du kannst ein bisschen mehr tun", gerlernt, durchzuhalten und die Kraft zu
finden, um uns selbst zu ignorieren, wenn wir denken, unser Leben kann nur in den Ferien, an
Feiertagen oder am Wochenende zum Vorschein kommen, als ob wir nicht im Besitz unseres
Lebens wären, sondern, dass Staatsapparat und Wirtschaftsmodell Eigentümer unseres Lebens
sind, eine soziale Bindung, die wir nicht als unsere eigene empfinden. Nicht umsonst sind wir
eines der Länder mit der höchsten Depressionsrate der Welt: Ich denke, unsere Psyche kämpft
dagegen an, endlos Stärke aus der Schwäche zu schöpfen, wudurch unser Willen zur
Auflehnung vemindert wird, und dagegen, nicht in den Kreislauf endloser Wiederholung zu
verfallen.

Ich habe irgendwo gelesen, dass es einen wichtigen Unterschied zwischen einer Nation gibt, die
das Unbewusste in ihren sozialen Diskurs einbezieht – unbewusst verstanden als die Freudsche
Entdeckung eines psychischen Lebens, was in unseren Träumen, in Witzen und Fehlleistungen
auffindbar ist – und Nationen, die es nicht in ihrer Kultur veranktert haben. Ich denke diese Idee
ist richtig. Die Verleugnung unserer psychischen Realität seitens der Gesellschaft und
insbesondere der Mehrheit der Politiker, politischer Parteien und Regierungen, hat ein
fundamentales Hindernis entstehen Lassen, welches es schwer macht, die Auswirkungen der
öffentlichen Politik auf das geistige Leben der Bevölkerung zu betrachten und anzuerkennen.
Es scheint mir, dass die Preiserhöhung des Metro-Tickets ein neuer Versuch war, die psychische
Realität der Menschen von Santiago zu verleugnen, ein Versuch, den Neid zu verleugnen, der
durch die Ungleichheit zwischen den chilenischen Aristokraten – die sich entziehen und es
vermeiden, steuern zu zahlen und sich gegenseitig ihre Verbrechen vergeben, so wie der
Präsident – und dem Rest der Bevölkerung hervorgerufen wird.

Heute befinden wir uns immer noch im Ausnahmezustand. Vielleicht können wir darüber in
einer umgedrehten Art und Weise denken: Heute zeigt uns die chilenische Gesellschaft was in
uns allen jeden Tag lebt, im Stillschweigen, hinter dem Schleier: unsere psychische Realität.
Hoffentlich wird diesmal wirklich zugehört, nicht als Ausnahme, nicht als etwas, das verleugnet
wird, sondern als eine zum Vorschein kommende Konstante, die es zu berücksichtigen gilt.

Von Francisco Somarriva


Kandidat der Chilenischen Psychoanalytischen Gesellschaft
20-10-19

Übersetzt von Steffen Elsner


(Kandidat der Deutschen Psychoanalytischen Vereinigung)

También podría gustarte