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Alejandro Gaviria

(ceremonia de grados Uniandes, 10/11 de octubre de 2019)

No todos los días son iguales

No todos los días son iguales. Muchos pasan de largo sin dejar rastro. Van acumulándose en esa tumba sin
nombre que es el olvido. La mayoría de nuestros días están perdidos para siempre. Es como si hubiéramos
estado muertos.

Otros días, sin embargo, unos pocos, los recordamos eternamente. Quedan impresos en ese libro cambiante,
caprichoso e impreciso que es la memoria humana. Esos pocos días (frágiles conexiones en ese universo
insondable que es nuestro cerebro), nos definen. Son parte de nosotros. Estamos, casi sobra decirlo, hechos de
recuerdos. Este día, puedo anticiparlo, lo recordarán por siempre. Los acompañará por el resto de sus vidas.
Representa un importante rito de paso. Un principio y un final.

Mucho ha ocurrido, amigos graduandos, durante estos últimos años. Aprendieron varias cosas, unas
imprescindibles, otras útiles simplemente. Hicieron algunos amigos para toda la vida. Conocieron algunos
profesores que los inspiraron, que les cambiaron su forma de ver el mundo, que les mostraron una vocación que
hoy parece un destino.

Durante estos años, tuvieron que lidiar con la presión y la ansiedad del fracaso, con ese mal simulacro de la vida
que son los exámenes. Experimentaron, imagino, la epifanía indescriptible que ocurre cuando entendemos por
primera vez algún asunto antes misterioso o desconocido. Y experimentaron también, puedo suponer, la
perplejidad, las dudas o la simple frustración ante la complejidad del mundo.

Todos Uds., graduandos, superaron las exigencias (a veces razonables, a veces no tanto) de una de las mejores
universidades del país, los rigores de la academia y las reglas de sus facultades. Vivieron intensamente. Rieron
y lloraron. Cumplieron. Hoy celebramos todo eso. Hoy un día que recordarán por siempre.

*****
Espero que en medio de todo, de las exigencias curriculares y las peripecias de la vida, hayan tenido algún
momento para reflexionar sobre las grandes preguntas sin respuesta, sobre el mundo en que vivimos. La
universidad, leí hace poco, es un refugio donde los jóvenes reflexionan sobre el mundo antes de que este se los
devore. Sea lo que sea, quiero compartir algunas reflexiones sobre el presente, sobre el mundo actual con todo
lo que tiene de maravilloso e inquietante.

Vivimos en una época contradictoria. Por un lado, está el avance de la humanidad. “El gran escape” lo llamó hace
unos años un economista y premio Nobel. El escape del hambre, la ignorancia, la pobreza y la enfermedad. No
nos gusta reconocerlo. Preferimos la queja al deslumbramiento, pero somos, todos quienes estamos aquí, al
menos en términos estadísticos, la generación más afortunada en la historia de este planeta. Nadie ha vivido
tanto. Ni viajado tanto. Ni probado tantos sabores. Ni visto tantas cosas. Nadie ha tenido tanta libertad ni tanto
acceso al conocimiento. En sus bolsillos todos guardan un aparatico brillante, el Aleph de Borges, una ventana a
todo el conocimiento humano. Por supuesto millones sufren todavía por el hambre, la enfermedad y la pobreza.
Pero el negacionismo no resolverá ninguno de estos problemas. Por el contario. Puede agravarlos.

Somos unos privilegiados de la historia. Pero todo no termina aquí. El gran escape tiene un revés problemático,
inquietante decía hace un momento. El gran escape, el progreso incesante de la humanidad, ha traído consigo la
gran aceleración. El crecimiento exponencial de los gases efecto invernadero, la pérdida de biodiversidad, la
acidificación de los océanos y por lo tanto de los eventos climáticos extremos, la gran catástrofe ambiental en
ciernes.

Al mismo tiempo, para usar una frase de Michel de Montaigne, el creador de la modernidad, pareciera que
estamos entrando a una de etapa de locura de la humanidad. Crecen los nacionalismos. Se cierran las fronteras.
Se alimenta el odio. Se denigra de la razón. Y los mismos aparaticos que ofrecen una ventana al mundo, facilitan
la acción de grandes maquinarias de la desinformación y la mentira.

Actualmente compartimos por redes sociales, de manera más o menos inadvertida, todos los detalles de nuestras
vidas. Le entregamos a unas cuantas empresas información que dudaríamos en compartir con nuestros mejores
amigos, incluso con nuestros hermanos. Esas empresas, a su vez, comparten esa información privada con otras
tantas interesadas en vendernos chucherías o alimentarnos con pasiones innecesarias y odios artificiales. Somos
animales hackeables, escribió hace poco un comentarista lúcido. Nuestro cerebro está siendo hackeado por
charlatanes de todas las marcas y colores. Vivimos, en últimas, en un atolladero ético.

Esa es la época que estamos viviendo. Interesante. Privilegiada, si se quiere. Desafiante. Incluso peligrosa. Digo
todo esto, señalo la superposición entre los grandes avances y las grandes amenazas, porque quiero, casi como
una última lección, invitarlos a ser conscientes de su entorno, a entender el momento en que estamos viviendo,
a valorar lo que tenemos y entender los riesgos, los problemas que definirán su futuro.

No es un llamado al desánimo, menos una invitación al pesimismo. Quiero simplemente reiterar que la reflexión
ética es ahora más importante que siempre. Donde quieran que estén, adonde quieran que vayan, donde sea
que trabajen, en los ámbitos públicos y privados, no olviden este contexto: el gran escape de un pasado terrible
(que celebramos) y la gran aceleración (hacia un futuro peligroso) que debemos enfrentar.

*****
No soy el orador principal de esta ceremonia. No quiero tomarme más tiempo del debido. No los voy a atiborrar
con cifras. Tampoco voy a darles muchos consejos. No creo o dudo mejor de la eficacia de estas arengas. Dije
recientemente que no me gusta predicar demasiado. Algo que no siempre cumplo. Todos tenemos nuestras
contradicciones.

Comparé alguna vez mi posición en este instante con la de la azafata al inicio de un vuelo. Estamos ya sentados
en el avión. Nos hemos abrochado el cinturón. La azafata deja sonar un video con sus recomendaciones. Pero
no prestamos atención. No nos interesan las advertencias. Ya veremos qué hacer si algo grave pasa. Nadie
puede enseñarnos a vivir por adelantado. En fin, así me siento en estos discursos, como la azafata resignada que
conoce y entiende a su audiencia indiferente.

Voy a dar solo dos mensajes para terminar. No pretenden ser originales. Han sido repetidos una y mil veces. Pero
vale la pena repetirlos otra vez. Los mensajes son para todos, incluidos los padres de familia y los educadores,
esto es, nosotros. Los mensajes tienen algo de autocrítica. O al menos algo de introspección.

Empiezo con una anécdota. En una reunión reciente de profesores, una profesora ya veterana, con la sabiduría
de los años vividos, levantó la mano y puso de presente una obviedad: “queremos que los estudiantes, dijo,
aprendan varias lenguas, estudien los clásicos, reciten la Constitución, entiendan los grandes dilemas éticos,
sepan programación y conozcan a profundidad los asuntos más relevantes de su profesión. No contentos, les
pedimos que hagan dobles programas”.

Esperamos demasiado, Uds. lo saben bien. Lo han vivido en carne propia. Quiero llamar la atención sobre las
expectativas, sobre esa carga que nosotros les hemos puesto y que Uds. mismos se han autoimpuesto. Hago,
en últimas, un llamado a la cordura intergeneracional. Una generación no puede imponerle a la siguiente todas
sus ambiciones aplazadas.

Tenemos, creo, una responsabilidad primaria. Debemos darles más espacio. Dejar que se equivoquen. El mayor
privilegio, la mayor libertad es no tener miedo a equivocarse. Uds. no tienen que hacerlo todo. No tiene que serlo
todo. Todo al mismo tiempo como les han dicho.

Es casi un asunto de salud mental. La generación Z, Uds. graduandos lo saben bien, está estresada, con
problemas de ansiedad, llena de pruebas, exámenes y evaluaciones. Creo que vale la pena, repito, que todos
demos un paso atrás y reflexionemos sobre esta otra gran aceleración, la de las expectativas.

Decía Michel de Montaigne, a quien ya mencioné, el escéptico, quien decidió al final de su vida abstraerse un
poco de las inclemencias del mundo, que las mejores vidas son aquellas vividas sin milagros ni extravagancias,
con plena conciencia de nuestros límites.

Los poetas lo saben bien. Nos enseñan a protestar contra el paso del tiempo, la opresión de las expectativas y
los excesos del superyo, de nuestra conciencia. Quiero compartir con todos una de esas protestas escrita por el
poeta Elkin Restrepo, a quien cuento entre mis amigos:
No es una tarea nada fácil y con las mismas fuerzas las mismas palabras
ésta de tomarse día a día uno y darse forma argumenta contradice echa a pique
y ordenar un sentido a todo una a una verdades sueños
y parecer natural y también convincente que uno levanta día a día luchando
y alzarse levantar el vuelo aferrándose hasta sangrar
hacia otra región más alta a fin de cumplir con algo en la vida
como si fuera poco como si fuera nada a fin de alcanzar
cargar con quien aquí muy dentro lo que nunca en verdad se te ha pedido.

No es una tarea fácil darse forma, ordenarlo todo y cumplir incluso más allá de lo que nos han pedido.
Deberíamos, insisto, revisar las extravagantes expectativas.

Ya voy a terminar. He hablado más de la cuenta. Mi último mensaje es simple, casi obvio: sean amables,
generosos, “queridos” decían en la Medellín de mi niñez ya perdida en el río del tiempo. Aldous Huxley, uno de
los grandes pensadores del siglo XX, que nos ilumina con su clarividencia, lo dijo de la mejor manera: “Es casi
penoso, afirmó, haber estado imbuido en las ciencias y en los problemas humanos todo una vida y descubrir que
uno tiene un solo consejo que ofrecer: traten de ser un poco más amables”.

Con el tiempo, con los años y las lecturas superpuestas, la necesidad ética de la compasión resulta cada vez más
evidente. Graduandos, hoy, este día, traten de ser más amables y amorosos con sus padres y familiares.
Tómenlos de la mano. Expresen lo que sienten de esa forma extraña como lo hacemos los humanos. Juntando
nuestros cachetes, haciendo un círculo con nuestros labios y deshaciendo la mueca con ruido seco, elocuente,
más elocuente que las palabras. Los besos lo dicen casi todo. No vale la pena ahorrarlos.

Les deseo mucha suerte. Abracen a sus padres y hermanos. Tómense muchas fotos. Celebren este día que
recordarán por siempre. Felicitaciones a todos de todo corazón. Muchas gracias.

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