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Después de varios años volvería a ese lugar de polvo, clima caluroso y recuerdos que tocarían
mi mente apenas llegara a pasar el viejo letrero de “Bienvenido a Pat. 48”. Dentro de mí una
ráfaga de imágenes y lágrimas tocaban mi corazón y humedecían mis ojos. La sensación
familiar de escozor en la vista y apriete del alma dominaba todo mi cuerpo. Quería tanto llorar
y deshacerme del dolor… pero no lo haría. No lo haría porque se lo había prometido a ella.
Me quedaría un mes en este austero lugar, tenía que ordenar mi vida y replantear mis
prioridades. Sabía que estaba escapando, sabía que hacia mal el solo huir y no afrontar mis
problemas como una chica adulta, pero no pensaba en eso y no lo haría. Era demasiado tarde
para volver atrás y podría ser una cobarde, pero nunca retrocedía. Al menos saque eso de mi
padre… lo único bueno que pudo enseñarme.
Una triste sonrisa pinta mis labios al recordar que nunca más iba a estar en este pequeño
pueblo donde lo único novedoso era el pequeño autoservicio del Sr. Robert. Se suponía que
iba a mudarme y empezar una vida lejos de aquí, pero he llegado a entender que la vida nunca
es como una se plantea y que en algún momento todos los sueños se derrumban y solo queda
dolor y rencor de lo que pudo ser.