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Hoy, 31 de octubre, se celebra en nuestro país el tradicional Día de la Canción Criolla.

Esta fecha fue


instituida en 1944 por el presidente Manuel Prado Ugarteche, como un reconocimiento a un género
musical que entonces estaba adquiriendo gran popularidad. Según los historiadores, la iniciativa fue
de Manuel Carrera, presidente del centro musical Carlos A. Saco. Esa primera celebración del Día de
la Canción Criolla consistió en una serenata realizada ese 31 de octubre, en la Plazuela Buenos Aires
—en Barrios Altos, en el jirón Huánuco (entre los jirones Cusco y Miroquesada)—, y que se inició a
las nueve de la noche. Se presentaron glorias del criollismo como La Limeñita y Ascoy, el dúo Romero
– Monteverde, y Máximo Garrido, entre otros artistas.

Sin embargo ese 1944 fue solo un año “intermedio” en la historia de esta música tan nuestra. Sus
orígenes se remontan a las primeras décadas del siglo XX, cuando los intérpretes limeños
comenzaron a fusionar elementos musicales tan disímiles como el vals vienés, la jota española, las
melodías prehispánicas peruanas y los ritmos afroamericanos. Así surgió un género netamente
urbano y limeño, con canciones que solían interpretarse en las retretas y festividades populares, al
principio por dúos conformados por un cantante y un guitarrista. El más famoso de ello fue el de
Montes y Manrique: el cantante Eduardo Montes (1874-1939) y el guitarrista César Augusto
Manrique (1878-1966). Ellos serían las primeras “estrellas del criollismo”, a tal punto que en 1911
viajaron a Nueva York (Estados Unidos) a grabar (182 canciones), de las cuales apenas se conservan
unas treinta.

A esa primera generación de “fundadores” de la música criolla —la llamada “Guardia Vieja”—
seguiría otra de autores “clásicos”, encabezada sin lugar a dudas por Felipe Pinglo Alva (1899-1936).
Ya el “criollismo” se había desarrollado como una expresión cultural netamente limeña, con sus
jaranas y vida bohemia, lo que se ve reflejado en la accidentada vida de Pinglo, quien murió muy
joven, a los 36 años de edad. Sin embargo nos dejó algunos de los valses más entrañables: “El
plebeyo”, “El huerto de mi amada”, “El espejo de mi vida”, “Hermelinda”, etc. Y es recién a partir
del impulso que le dio Pinglo que la música criolla comienza trascender los tradicionales barrios
limeños del Rímac y Barrios Altos, con intérpretes como Filomeno Ormeño, Las Limeñitas, Lorenzo
Humberto Sotomayor y Los Morochucos, grupo en el que debutó el joven guitarrista Oscar Avilés.

Los años cuarenta y cincuenta serían los del apogeo del criollismo, con grupos como Los
Embajadores Criollos, con la primera voz de Rómulo Varillas. Y ese apogeo se dio en simultáneo con
la época de oro de la radio (1940-1956), por lo que la música criolla alcanzó una difusión masiva sin
precedentes. Fueron cantantes criollos nuestras primeras estrellas de la cultura de masas: Los
Embajadores criollos llegaban a sus presentaciones en los autos más lujosos de la época, y eran
recibidos por sus admiradores entre gritos y muestras de histeria; y cantantes como Jesús Vásquez
eran contratadas en exclusiva por las más importantes empresas transnacionales (en este caso,
Coca-Cola). Esa difusión masiva permitió que limeños de otras clases sociales hicieran valiosos
aportes a la canción criolla; como Chabuca Granda y Alicia Maguiña. Pero esa parte de la historia
quedará para otra oportunidad.

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