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Espacio y Sociedad

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Prefacio y postfacio *

Edward Soja

Combinar un Prefacio con un Posfacio parece un modo particularmente


contradictorio de introducir (y concluir) una colección de ensayos sobre las
geografías posmodernas. Señala desde el comienzo la intención de romper con las
modalidades familiares del tiempo, sacudir el flujo normal del texto lineal, para
permitir que se establezcan otras conexiones más laterales. La disciplina impuesta
a una narrativa que se desborda secuencialmente predispone al lector a pensar en
términos históricos, dificultando la visión del texto como un mapa, una geografía de
relaciones y sentidos simultáneos que se vinculan a través de una lógica espacial y no
temporal. Mi objetivo es espacializar la narrativa histórica, y asociar a la durée una
geografía humana crítica permanente.

Cada ensayo de este volumen es una evocación diferente del mismo tema central: la
reafirmación de una perspectiva espacial crítica en la teoría y en el análisis social
contemporáneo. Por lo menos durante el siglo pasado, el tiempo y la historia ocuparon
una posición privilegiada en la conciencia práctica y teórica del marxismo occidental y
de la ciencia social crítica. Comprender cómo se hace la historia constituía la fuente
primordial de la conocimiento emancipador y la conciencia política práctica, el gran
continente mutable de una interpretación crítica de la vida y de la práctica sociales.
Hoy, sin embargo, quizá sea el espacio más que el tiempo el que oculta las
consecuencias para nosotros, posiblemente la “construcción de la geografía” más que
la “construcción de la historia” nos aporte de un mundo táctica y teóricamente más
revelador. Esta es la insistente premisa y promesa de las geografías posmodernas.

Los ensayos presentados aquí pueden, por supuesto, leerse en secuencia, como el
desglose textual de una argumentación esencialmente histórica. Pero, en el corazón de
cada ensayo, hay un intento de deconstruir y recomponer la narrativa rígidamente
histórica, de escapar de la cárcel temporal del lenguaje y del historicismo también
carcelario de la teoría crítica convencional, para abrir un espacio para la comprensión
de una geografía humana interpretativa, de una hermenéutica espacial. Así, el flujo
secuencial es frecuentemente interrumpido y desviado para tomar en cuenta
concomitantemente las simultaneidades, las cartografías laterales que posibilitan
entrar en la narrativa casi en cualquier punto, sin perder de vista el objetivo general:

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Publicado originalmente como “Preface and Postscript”, en Posmodern Geographies. The Reassertion of
Space in Crítical Social Theory, London-New York, Verso, 1989. Traducción Diego Roldán.

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crear modos críticamente más reveladores de examinar la combinación de tiempo y


espacio, historia y geografía, período y región, sucesión y simultaneidad. Conjugar un
preámbulo con un epílogo, presentar un prefacio que es también un postfacio,
constituye apenas la primera señal festiva de este acto intencional que busca
restablecer un equilibrio.

Ya que comenzamos torciendo el orden temporal, parece apropiado sugerir que la


mejor introducción a las geografías posmodernas está representada por el último
capítulo, un ensayo libre sobre los Ángeles, que integra y desintegra aquello que lo
precede. “Descomponiendo Los Angeles” es una lectura inquisitiva de un paisaje
decididamente posmoderno, una búsqueda de “otros espacios” reveladores y de textos
geográficos ocultos. El ensayo se inspira en la brillante visión/localización de “El Aleph”
de Jorge Luis Borges –el único lugar de la tierra donde se hallan todos los lugares, un
espacio ilimitado de simultaneidad y paradoja, imposible de describir en un lenguaje
no extraordinario. Las observaciones de Borges cristalizan algunos de los dilemas que
confrontan la interpretación de las geografías posmodernas:

Entonces vi el Aleph (…) comienza aquí, mi desesperación de escritor.


Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un
pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el
infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? (…) Por lo
demás, el problema es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de
un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de
actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que
todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia.
Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo,
porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.”

Todo ejercicio ambicioso de descripción geográfica crítica, de traducir en palabras la


espacialidad envolvente y politizada de la vida social, provoca una desesperación
lingüística similar. Lo que se ve al mirar una sucesión secuencial, un flujo lineal de
afirmaciones elocutivas, limitadas por la más espacial de todas las restricciones
terrenas, la imposibilidad de que dos objetos (o palabras) ocupasen exactamente el
mismo lugar (de una página). Todo lo que podemos hacer es recomponer y yuxtaponer
creativamente, un experimento con afirmaciones e inserciones del espacio en el
preponderante torrente del tiempo. En fin, la interpretación de las geografías
posmodernas no puede ser más que un comienzo.

Sosteniendo ese ensayo experimental, hay un capítulo condensado que mapea la


economía política de la reestructuración urbana, tal como es examinada a través de los

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paisajes post-fordistas de Los Ángeles contemporánea. Una geografía regional más


concreta es presentada para ejemplificar el advenimiento de un nuevo régimen de
acumulación “flexible”, tensamente basado en una “disposición” espacial
reestructuradora e inestablemente ligada al tejido cultural posmoderno. Esa
descripción sintomática es seguida/precedida por una formulación más profunda de la
geografía histórica del capitalismo, a través del análisis de la evolución de la forma
urbana en la ciudad capitalista, de los mosaicos cambiantes del desenvolvimiento
regional desigual dentro del Estado capitalista, y de las varias reconfiguraciones de
una división espacial internacional del trabajo.

Aquí, como en otros puntos del texto, hay un presupuesto subyacente sobre el ritmo
espacio-temporal del desenvolvimiento del capitalismo, una conjunción macro de la
periodicidad y de la espacialización, inducida por la perduración de las sociedades
capitalistas a lo largo de los últimos doscientos años. Una vez más, el objetivo es
descubrir y explorar un punto de vista crítico que fluye intencionadamente sobre la
interacción resonante de la sucesión temporal y la simultaneidad espacial. Las
geografías posmodernas y posfordistas son definidas como los productos más
recientes de una serie de espacialidades que pueden estar relacionadas complejamente
con eras sucesivas de desarrollo capitalista. Hago una adaptación de la teoría de las
“ondas largas”, de la obra de Ernst Mandel, Eric Hobsbawm, David Gordon y otros,
como un subtexto espacio-temporal revelador mediante el cual se puede interpretar la
geografía histórica de las ciudades, regiones, Estados y la economía mundial.

Las especializaciones de base más empírica de los últimos tres ensayos son
reproducidas y explicadas de manera diferentes en los dos primeros capítulos, que
sitúan otras geografías posmodernas en el campo de una profunda reestructuración de
la teoría y del discurso social críticos modernos. Apropiándome de los razonamientos
de Michel Foucault, John Berger, Fredric Jameson, Ernst Mandel y Henri Lefebvre,
intento espacializar la narrativa convencional, recomponiendo la historia intelectual
de la teoría social crítica en torno de la dialéctica evolutiva del espacio, el tiempo y el
ser social: geografía, historia y sociedad. En el primer capítulo, la subordinación de
una hermenéutica espacial es rastreada hasta los orígenes del historicismo en el siglo
XIX y al consecuente desenvolvimiento del marxismo occidental y de la ciencia social
crítica, una historia periodizada por las mudanzas dramáticas en la conceptualización
y el experiencia de la modernidad. El mismo ritmo que agita la geografía macro-
histórica de las ciudades y las regiones capitalistas, inducido por la crisis, es visto en su
reflejo en la historia de la conciencia teórico-crítica, creando una secuencia
interrelacionada de “regímenes” de pensamiento crítico que sigue aproximadamente

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los mismos bloques de medio siglo que marcan las fases de la cambiante economía
política del capitalismo desde la era de la revolución –el primero de cuatro períodos
marcadas por la restructuración y la modernización.

El período de mediados del siglo XIX, articulándose en torno de los eventos de gran
proyección de 1848 y 1851, fue la era clásica del capitalismo industrial competitivo. Fue
también una fase en que la historicidad y la espacialidad estuvieron en relativo
equilibrio con fuentes de la conciencia emancipadora, tanto de la economía política
inglesa como de la filosofía idealista alemana. La contestación de la geografía
específica del capitalismo industrial, de sus estructuras espaciales y territoriales, fue
una parte vital de las críticas radicales y de los movimientos sociales regionales que
emergieron durante ese período, así como de la reforma de esa geografía se tornó un
objetivo instrumental importante para los nuevos estados burgueses atrincherados de
Europa y América del Norte. Después de la caída de la Comuna de París, entretanto, las
críticas explícitamente espaciales, radicales y liberales, comenzaron a retroceder en
relación a las afirmaciones eurocéntricas más poderosas de la subjetividad
revolucionaria del tiempo y de la historia.

Las últimas décadas del siglo XIX, examinadas en retrospectiva, pueden ser vistas
como una era de creciente historicismo y sumersión concomitante del espacio en el
pensamiento social crítico. La crítica socialista se consolidó en torno al materialismo
histórico de Marx, entretanto una mezcla de influencias comteanas y neokantianas
reformuló la filosofía liberal y provocó la formación de las nuevas “ciencias sociales”,
igualmente decididas a comprender el desarrollo del capitalismo como proceso
histórico y apenas accidentalmente geográfico. Ese ascenso del historicismo
desespacializante que sólo ahora comienza a ser reconocido y examinado, coincidió
con una segunda modernización del capitalismo y con la instauración de una era del
oligopolio imperialista y empresarial. Tan grande fue el suceso que ocluyó, desvalorizó
y despolitizó el espacio como objeto del discurso social crítico, hasta el punto que la
posibilidad de una praxis espacial emancipadora desapareció del horizonte por casi un
siglo.

Poca cosa cambió en lo tocante a la primacía teórica de la historia con relación a la


geografía, durante la tercera modernización del capitalismo y la era siguiente de
fordismo y administración estatal burocrática, que se extendió aproximadamente
desde la Revolución Rusa hasta el fin de los años sesenta. La observación del siglo XIX
sobre el tiempo y la historia, como la denomina Foucault, continuó encuadrando al
pensamiento crítico moderno. El primer capítulo comienza y termina con la

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observación sintetizadora de Foucault: “El espacio fue tratado como muerto, lo fijo, lo
no dialéctico, lo inmóvil, El tiempo, al contrario, fue la riqueza, la fecundidad, la vida y
la dialéctica.” Pequeños remolinos de vivida imaginación geográfica sobreviran fuera
de las corrientes principales del marxismo-leninismo y de la ciencia social positivista,
pero eran difíciles de comprender y permanecieron decididamente periféricos.

Al final de la década de 1960, entretanto, con la instalación de una cuarta


modernización inducida por la crisis, esa larga tradición crítica moderna comenzó a
alterarse. Tanto el marxismo occidental cuanto la ciencia social crítica parecieron
explotar en fragmentos más heterogéneos, perdiendo gran parte de sus inconexas
cohesiones y centralidades. Y, al aproximarnos al otro fin-de-siècle, han surgido
movimientos alternativos modernos para competir por el control de los peligros y de
las posibilidades emergentes en un mundo contemporáneo reestructurado. Sin
embargo tanto sea en términos controvertidos y confusos, repletos de connotaciones
dispares y a menudo despreciativas, la posmodernidad, la posmodernización y el
posmodernismo parecen, ahora, ser medios apropiados para describir esa
reestructuración cultural, política y teórica contemporánea, así como de destacar la
reafirmación del espacio que está complejamente entramada con ella.

Inicialmente, desconfiado de una prensa excesiva en el “desplazamiento hacia lo pos”,


estuve con la idea de crear una nueva revista, llamada Antipost, 1 para combatir no sólo
el posmodernismo, como también la gama multiplicativa de otros “ismos” prefijados
por pos, desde el pos-industrialismo hasta el pos-estructuralismo. Ahora, como se
evidencia por mi compromiso con el título, estoy menos de acuerdo con el rótulo
calificativo de posmoderno y con su anuncio internacional de una transición,
posiblemente marcada, en el pensamiento crítico y la vida material. Tiendo a pensar el
período actual primordialmente como otra reestructuración amplia y profunda de la
modernidad, y no como una ruptura completa y una substitución de todo el
pensamiento progresista pos-iluminista, como proclaman algunos de los que se
autodesignan como posmodernos (pero a quienes sería mejor describir como
antimodernistas). También comprendo el fuerte antagonismo de la izquierda moderna
al neoconservadurismo actualmente predominante y la oscura extravagancia de la
mayoría de los movimientos posmodernos. Pero estoy convencido de que se pierde un
número excesivamente importante de oportunidades al descartar al posmodernismo
como irremediablemente reaccionario.

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Una alusión a la revista Antipode, publicación de los geógrafos radicales norteamericanos, de la cual
Soja ha sido colaborador eventual además de miembro del cuerpo editorial.

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El desafío político de la izquierda posmoderna, tal como el viejo, requiere, en primer


lugar, el reconocimiento y la interpretación convincente de la drástica y a menudo
maravillosa cuarta modernización del capitalismo, que está ocurriendo en la
actualidad. Se hace cada vez más claro que esa reestructuración profunda no puede ser
comprendida, práctica y políticamente, apenas con los instrumentos y el
discernimiento convencionales del marxismo moderno de la ciencia social radical. Eso
no significa que esos instrumentos y ese discernimiento tengan que ser abandonados,
como se apresuran a hacer muchos de los que antes estaban en la izquierda moderna.
En vez de eso, ellos deben ser flexibilizados y adaptativamente reestructurados, para
luchar de manera más eficaz con un capitalismo contemporáneo que, a su vez, está
siendo más flexible y adaptativamente reconstruido. La política reaccionaria
posmoderna del reaganismo y del thatcherismo, por ejemplo, debe ser directamente
confrontada con una política posmoderna iluminadora de resistencia y
desmistificación, una política que pueda rasgar los engañosos velos ideológicos que
hoy reifican y oscurecen, de nuevas y diferentes maneras, los instrumentos de
explotación de clases, de dominación sexual y racial, desautorización cultural y
personal, de la degradación del ambiente. Los debates sobre los peligros y las
posibilidades de la posmodernidad deben recibir adhesión, y no ser abandonados, pues
lo que está en juego es la construcción tanto de la historia cuanto de la geografía, tanto
del tiempo como del espacio del futuro.

No propongo elaborar aquí un programa político posmoderno radical. Pero quiero,


efectivamente, afirmar ese proyecto, tal como se viene a configurar, sea
conscientemente espacializado desde el comienzo. Debemos estar insistentemente
conscientes de cómo es posible hacer que el espacio esconda de nosotros las
consecuencias, de cómo las relaciones de poder y disciplinarias se inscriben en la
espacialidad aparentemente inocente de la vida social, y de cómo las geografías
humanas aparentemente neutrales y científicas están llenas de política y de ideología.
Cada uno de estos nueve ensayos, por consiguiente, puede ser leído como un intento
de espacialziación, como un esfuerzo final e inicial de componer una nueva geografía
humana crítica, un materialismo histórico y geográfico sintonizado con los desafíos
políticos y teóricos contemporáneos.

La crítica directa del historicismo –sin caer en una anti-historia simplista– es un


avance necesario en esta espacialización del pensamiento crítico y de la acción política.
Los cuatro primeros ensayos revelan el revés de la imponente tapicería del
historicismo, de modo de rastrear el sumergimiento y la eventual reafirmación del
espacio en la teoría crítica social a través del encuentro creciente entre las disciplinas y

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los discursos del marxismo y la geografía modernos. La geografía nítidamente


marxista que acabó por emerger de ese encuentro, bien como los marxismos franceses
que tan influyentemente modelaron los debates teóricos, reciben una atención
especial, pues alimentarán casi automáticamente un discurso crítico en que el espacio
apenas “tiene importancia”, en que la geografía humana no quedó
completamente subordinada a la imaginación histórica.

En los capítulos 3 y 5, vuelvo la mirada hacia mis textos anteriores sobre la dialéctica
socio-espacial, la especificidad teórica de lo urbano y el papel vital del
desenvolvimiento geográficamente desigual en la supervivencia del capitalismo. Esos
tres temas constituirán trampolines importantes para la reafirmación del espacio en la
teoría social, mediante la espacialización de conceptos y modos de análisis marxistas
fundamentales. Aisladamente, por ejemplo, esos capítulos tal vez parezcan un poco
superficiales, pues dependen casi enteramente de la persuasión lógica de la
argumentación teórica afirmativa, revestidas del lenguaje retórico de un marxismo
bastante convencional. Los tres últimos ensayos intentan dar mayor substancia
empírica e interpretativa a esos argumentos, en cuanto los dos primeros ayudan a
explicar sus orígenes históricos y su desenvolvimiento. En los capítulos 5 y 6 entretanto
tomo otro camino de refuerzo y demostración, que profundiza las “vinculaciones
retroactivas” que van de la argumentación teórica hacia el campo más abstracto de la
ontología. Bajo muchos aspectos, esos capítulos intermedios son cruciales para toda la
colección de ensayos. También ellos pueden ser leídos en primer lugar, para
proporcionar una introducción diferente.

La reafirmación del espacio y la interpretación de las geografías posmodernas no son


sólo un foco de investigación empírica, sino la demanda de una atención creciente
sobre la forma espacial en la pesquisa social concreta y en la práctica política. Tampoco
la reafirmación del espacio es simplemente una recomposición metafórica de la teoría
social, una especialización lingüística superficial que dé a la geografía una apariencia
de tener tanta importancia teórica como la historia. Tomar el espacio seriamente exige
una deconstrucción y una reconstrucción mucho más profundas del pensamiento y del
análisis crítico, en todos los niveles de abstracción, inclusive la ontología. Sobre todo la
ontología, tal vez, por ser en ese nivel fundamental de discusión existencia que las
distorsiones desespacializantes del historicismo se anclan con mayor firmeza.

El capítulo 5 inicia la deconstrucción ontológica con algunas observaciones de un


Nicos Poulantzas especialmente reavivado, haciéndose eco de Lefebvre y Foucault,
acerca de las ilusiones del espacio y tiempo que caracterizan a la historia del marxismo

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occidental. De especial importantica es la conceptualización pulantziana de la “matriz”


espacial del Estado y de la sociedad como siendo, simultáneamente, el presupuesto y la
encarnación de las relaciones de producción, un “contorno material primordial”, y no
un simple modo de “representación”. Tomo esas observaciones más adelante,
afirmando que dos ilusiones persistentes dominaron a tal punto los modos
occidentales de encarar el espacio, que bloquearon la interrogación crítica de una
tercera geografía interpretativa, la que reconoce a la espacialidad como siendo,
simultáneamente, un producto (o resultado) social y una fuerza (o medio) que modela
la vida social: el discernimiento crucial tanto para la dialéctica socio-espacial cuanto
para el materialismo histórico-geográfico.

La “ilusión de opacidad” reifica el espacio, induciendo a una miopía que engendra solo
una materialidad superficial, formas concretas que son pasibles de poco más que la
medida y la descripción fenoménica: fijas, muertas y no dialécticas –la cartografía
cartesiana de la ciencia espacial. Por otro lado, la “ilusión de la transparencia”
desmaterializa el espacio en ideación y representación puras, en un modo de pensar
intuitivo que también nos impide ver la construcción social de las geografías afectivas
y la concreción de las relaciones sociales insertas en la espacialidad, en una
interceptación del espacio como una “abstracción concreta”, un jeroglífico social
semejante a la conceptualización marxista de mercancía. Los filósofos y los geógrafos
hace siglos han tendido a oscilar entre esas dos ilusiones deformadoras, obscureciendo
dualísticamente la visión y la construcción problemática e imbuida de poder de las
geografías, la espacialización envolvente e instrumental de la sociedad.

Romper con ese doble vínculo implica una lucha ontológica por la restauración de la
espacialidad existencial significativa del ser y de la conciencia humana, para la
composición de una ontología social en que el espacio tenga importancia desde el más
remoto comienzo. Me empeño en esa lucha, primero, mediante una revaloración
crítica de las ontologías temporalmente distorsionadas de Sartre y Heidegger, los dos
teóricos más influyentes del ser en el siglo XX; y después, en el capítulo 6, mediante un
análisis y una extensión de la ontología social reformulada de la “estructuración
espacio-temporal” que está siendo desarrollada por Anthony Giddens. Tomando
Giddens como base, se puede ver con más claridad una topología espacial
existencialmente estructurada en un topos ligado al ser-en-el-mundo, una
contextualización primordial del ser social una geografía multiestratificada de
regiones nodales socialmente creadas y diferenciadas, alojadas en muchas escalas
diferentes en torno de los espacios personales móviles del cuerpo humano y en los
locales comunitarios más fijos de los asentamientos humanos. Esa espacialidad

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ontológica sitúa al sujeto humano, de una vez por todas, en una geografía formativa, y
provoca las necesidades de una reconceptualización radical de la epistemología, de la
construcción teórica y del análisis empírico.

La construcción de una ontología espacializada es tanto un viaje de exploración y


descubrimiento geográfico cuanto lo son los ensayos sobre Los Ángeles o las tentativas
de revelar los silencios críticos del historicismo. Ella ayuda a completar un mapa
introductorio e indicativo de la colección de ensayos, definiendo su alcance, mapeando
su campo interpretativo e identificando algunas de las vías a ser recorridas. El cuadro
conjunto aún está incompleto, pues aún resta mucho por descubrir y explorar en la
reafirmación contemporánea del espacio en la teoría social, hay que caminar mucho
más para que podamos tener certeza del impacto y de las implicancias de las Geografías
pos-modernas.

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