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Hasta el estallido del 18/O los chilenos éramos expertos en tolerar la injusticia,
quedarnos callados y seguir con nuestras vidas. En esta columna, la autora
recopila los datos de ese maltrato y sostiene que cuando dejamos de tolerarlo,
otras cosas también cambiaron: cayó nuestra confianza en que las formas
democráticas podían brindar solución y las autoridades perdieron su legitimidad.
Cree que la violencia que nos ha azotado es, antes que nada, fruto de la falta de
legitimidad y que militarizar es volver a faltar el respeto a las personas y avivar la
rabia.
Algunos reciben un trato respetuoso y otros son mirados en menos y esta diferencia es, en
muchos casos, aún más dolorosa que las diferencias económicas. Se trata de una diferencia
en dignidad.
Sin embargo, cotidianamente toleramos estas injusticias, nos quedamos callados, acatamos
y seguimos con nuestras vidas. Es algo en lo que nos hemos convertido en expertos, no sin
un sentimiento de frustración, desesperanza y agotamiento.
“El informe PNUD-Desiguales (PNUD, 2017) mostró que el 41% de los y las chilenas
reportaron experimentar malos tratos durante el año previo (por ejemplo, haber sido
ofendido, mirado en menos o tratado injustamente)”
Y es que a veces resulta difícil -o imposible- imaginar un futuro distinto, mientras que el
día a día nos obliga a continuar para no perder nuestros trabajos y poder mantener a
nuestras familias.
Mejor convencerse de que las cosas son así por alguna razón, que la meritocracia es el
camino y que si trabajamos duro podremos sacar a nuestra familia adelante.
No es una sorpresa que en Chile reina la desigualdad. Tampoco es novedoso observar que
en muchas situaciones los y las chilenas perciben que estas desigualdades son injustas y que
-particularmente desde el año 2011- se movilizan para cambiarlas.
En este contexto, cabe preguntarse: ¿Por qué es tan relevante atender a las percepciones de
injusticia?, ¿qué condiciones permitieron que en esta ocasión las protestas se masificaran?
y, ¿por qué con violencia?
“Según datos de COES, el 45% de las personas de clase baja indicó que nunca o casi
nunca son tratadas con respeto en los servicios de salud, el 44% opina lo mismo cuando el
trato proviene de personas de clase alta y el 31% cuando proviene de carabineros”.
La decisión de militarizar y utilizar la violencia para acallar al pueblo en vez de escuchar
sus demandas no soluciona el problema, sólo lo empeora. El mensaje nuevamente es de una
falta de respeto y dignidad básica en el trato de las autoridades hacia las personas, y así la
legitimidad no puede recuperarse. Veamos ahora cómo la investigación en psicología social
y justicia social nos puede ayudar a sustentar estos argumentos.
Otra forma -particularmente dañina- de injusticia dice relación con el trato y las
interacciones, así como con la forma en que se toman decisiones. Estas “desigualdades
interacciónales” se observan cotidianamente en los vínculos entre personas, entre personas
e instituciones (Araujo, 2016) y entre personas y autoridades (Tyler & Blader, 2003).
Los y las chilenas perciben injusticias también en este ámbito. Así, el informe PNUD-
Desiguales (PNUD, 2017) mostró que el 41% de los y las chilenas reportaron experimentar
malos tratos durante el año previo (por ejemplo, haber sido ofendido, mirado en menos o
tratado injustamente). Estas percepciones de malos tratos son particularmente relevantes
entre personas de clase baja. Según datos de COES (COES-ELSOC, 2017), el 45% de las
personas de clase baja indicó que nunca o casi nunca son tratadas con respeto en los
servicios de salud, el 44% opina lo mismo cuando el trato proviene de personas de clase
alta y el 31% cuando proviene de carabineros. Lo mismo ocurre con las personas de
ascendencia mapuche. Según datos de la Encuesta CEP “Los mapuche rurales y urbanos
hoy” (2016) el 43,2% de los mapuche viviendo en las regiones con mayor presencia
mapuche indica que ellos o alguien de su familia han percibido al menos algo de
discriminación por ser mapuche en un tribunal o juzgado. De igual manera, según el
Estudio Longitudinal de Relaciones Interculturales (ELRI, 2017) del Centro de Estudios
Interculturales e Indígenas (CIIR), un 49,4% de personas mapuche siente que Carabineros
no trata con respeto a las personas indígenas en Chile.
Ahora bien, ¿por qué resulta importante atender a estas percepciones de injusticia? Primero,
porque el ideal de igualdad se ha establecido como una expectativa social en nuestro
país (Araujo, 2013) y su incumplimiento genera rabia y malestar. Segundo, porque las
personas interpretan la injusticia como un indicador de rechazo y exclusión (Tyler &
Blader, 2003), sintiendo que la expectativa de igualdad se quiebra (Araujo, 2016). Por
último, porque percibir que el trato recibido por parte de las autoridades es injusto, reduce
la disposición de las personas a cooperar voluntariamente por el bienestar social (Tyler &
Blader, 2000), promueve la deslegitimación de las autoridades (Tyler, 2006), promueve la
violencia para lograr cambios (Gerber et al., 2018; Tausch et al., 2011) e, incluso, reduce la
probabilidad de que las personas cumplan la ley (Sunshine & Tyler, 2003; Tyler, 2006).
Cuando las personas perciben que las autoridades o el sistema social en general es injusto,
resulta difícil construir la legitimidad suficiente para que el sistema político pueda operar
adecuadamente.
“Según la encuesta CEP el 43,2% de los mapuche viviendo en las regiones con mayor
presencia mapuche indica que ellos o alguien de su familia han percibido al menos algo de
discriminación por ser mapuche en un tribunal o juzgado”
¿Qué condiciones permitieron que en esta ocasión las protestas se masificaran? Desde
la psicología social sabemos que un primer requisito necesario para que las personas se
movilicen es la percepción de injusticia (van Zomeren, Postmes, & Spears, 2008). Sin
embargo, no es suficiente percibir injusticia y sentir rabia para movilizarse. También es
necesario que se genere una identidad común en torno al problema y, si esta identidad se
politiza, mayor es la probabilidad de que las personas quieran protestar (Simon &
Klandermans, 2001). En el Chile de los últimos años, una ola de movimientos (No +AFP,
movimientos por la educación y feministas, alza de precios, entre otros) han demostrado
que la sensación de deprivación no se reduce a un grupo particular y que la rabia es
compartida, permitiendo la politización de una identidad en torno al malestar. Otra
condición relevante tiene que ver con la percepción de eficacia grupal, es decir, la creencia
de que es posible lograr un cambio por medio de la acción colectiva (Drury & Reicher,
2005). Cuando una movilización empieza a masificarse de la forma en la que lo hizo en
Chile este octubre, el sentimiento de poder cambiar las cosas crece y lleva a la gente a la
calle. Por último, también es importante analizar lo que indica la norma social sobre la
crítica y la movilización. Si normalmente es mal visto reclamar (y ser tildado de
“resentido”, “conflictivo” o de ser “un problema”), la masividad de las protestas ha hecho
que la crítica se convierta en la norma.
Y ¿por qué con violencia? Porque las mismas injusticias que motivan la movilización,
también reducen la legitimidad de las autoridades (Tyler & Blader, 2003) y comunican que
no es viable lograr cambios o influir en decisiones políticas por medios formales de
participación (voto o diálogo). Si las autoridades y el sistema social han sido injustos con
los y las chilenas, ¿por qué confiar en que los mecanismos coordinados por ellos mismos
lograrán solucionar el problema? Si las protestas por mejorar condiciones de vida e
igualdad son acalladas con violencia policial, ¿por qué confiar en que el diálogo hará que
las personas sean escuchadas? Así, para algunos, las formas extralegales de participación y
el uso de violencia se convierten en las únicas medidas percibidas como viables (Gerber et
al., 2018; Tausch et al., 2011). En Chile, ya tenemos experiencia con esto: el trato injusto,
la discriminación, la militarización y el abuso policial hacia el pueblo mapuche promueve
en vez de reducir la justificación de la violencia para lograr el cambio social entre personas
de ascendencia mapuche (Gerber et al., 2018). Así, el conflicto se perpetúa en el tiempo. La
violencia trae más violencia. En conclusión, el recurso a la violencia debe ser entendido
como una falta de legitimidad de las autoridades y de las formas pacíficas de protesta. Es
más, la literatura en justicia social evidencia que la legitimidad de las autoridades es
fundamental para promover el cumplimiento de la ley (Sunshine & Tyler, 2003; Tyler,
2006b). No resulta viable que un gobierno mantenga el poder a punta de metralleta (y esto
ha quedado en evidencia los últimos días), sino que es necesario que el pueblo acepte a
aquellos en el poder como autoridades legítimas e interiorice las leyes como apropiadas. En
contextos de alta legitimidad, las personas cumplen la ley. Es así como el vandalismo,
además de ser propiciado por situaciones de masividad, anonimato y anomia, puede
también ser explicado por las altas percepciones de injusticia y la baja legitimidad que las
autoridades chilenas han acumulado este último tiempo.
En este escenario, ¿contribuye el toque de queda, la militarización del país y la violencia
policial a solucionar el problema? Probablemente no. De hecho, nuevamente las demandas
del pueblo son acalladas y las movilizaciones son criminalizadas, negándose el derecho
básico de las personas a un trato digno y con respeto. Así, entre injusticia y abuso, resulta
difícil recuperar la legitimidad perdida.