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FE Y RAZÓN

"Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"


Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo
(Santo Tomás de Aquino)

EL CREDO DE UN PAGANO: PLINIO EL VIEJO


Horacio Bojorge SJ
"Para comprender exactamente lo que el autor quiere afirmar en sus escritos, hay que
tener muy en cuenta los modos de pensar... que se usaban en tiempos del escritor"
(Dei Verbum, 12)
"... lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó.
Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia
a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables,
porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron
gracias, antes bien se ofuscaron en sus vanos pensamientos y su corazón necio se
entenebreció, jactándose de sabios se volvieron ignorantes..." (Romanos 1,19-23)
I. EL DOCUMENTO
El Credo de un Pagano
Cayo Plinio Segundo (El Viejo). Historia Natural, Libro II (1).
1.[1] El Universo, esta totalidad a la que se han complacido en llamar cielo, cuyo
circuito abarca todo lo existente, debe ser considerado como la divinidad, eterna,
inmensa, ni engendrada ni susceptible de desaparecer jamás.
Escrutar lo que pueda haber fuera de él, no tiene importancia para el hombre y la
mente humana no puede conjeturarlo. El mundo es sagrado, eterno, inmenso, todo
entero en la totalidad. Más aún: él lo es todo; siendo infinito, parece limitado; siendo
lo más cierto de todas las cosas, parece incierto; abarca en sí todo lo exterior y lo
interior; él es a un mismo tiempo la obra de la naturaleza y la naturaleza misma.
Es una locura, que ha agitado el ánimo de algunos, la de pretender calcular sus
dimensiones. Pero hubo incluso quienes llegaron a exponerlas enseñándolas a otros.
Y hasta hubo quienes tomando ocasión de dichas enseñanzas, o dando ocasión para
ello, sostuvieron que existían mundos innumerables, con lo cual habría que aceptar la
existencia de otras tantas naturalezas. O, en el caso de que una sola naturaleza los
abarcara todos, habría que admitir la existencia de otros tantos soles, y otras tantas
lunas y otros tantos astros, ya de por sí inmensos e innumerables, en un solo mundo.

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Obran como si no se fueran a plantear al pensamiento siempre los mismos enigmas en
su conato de fijarle algún límite. O como si esta ilimitación de la naturaleza de todos
los mundos, pudiera atribuirse a un artífice de todos ellos. Como si no fuera más fácil
entender esta ilimitación en una sola obra y de tamaña envergadura.
Locura es. Ciertamente locura, salir del mundo y tratar de escrutar lo que hay fuera
de él, como si ya fuera conocido para nosotros todo lo que hay en su interior. Como si
fuera posible medir un objeto ignorando la propia medida. O como si la mente del
hombre pudiera ver las cosas que no abarca el mundo.(...)
6. En medio de ellos (de los planetas) se mueve el sol, el más considerable por su
tamaño y su potencia, el cual no sólo gobierna las estaciones y las tierras sino
también a los astros mismos y al cielo. Él es el alma, o más propiamente el espíritu
del mundo entero, la primera regla y la primera divinidad de la naturaleza. De ello
nos persuade la importancia de su rol: él es el que ilumina las cosas y espanta las
tinieblas; él el que hace empalidecer unos astros y da brillo a otros; él el que rige la
sucesión de las estaciones y el renacimiento perpetuo de los años, de acuerdo a las
necesidades de la naturaleza; él el que disipa la tristeza del cielo y las nubes del
espíritu; él presta su luz a los demás cuerpos celestes; preclaro, eximio, que todo lo ve
y todo lo oye también, privilegio que según veo, sólo Homero, el príncipe de las
letras, le ha reconocido.
7.[5] Por lo cual juzgo que es un rasgo de la debilidad humana buscar una forma y
una imagen de Dios. Quienquiera sea Dios, si es que es algo distinto del mundo, y en
cualquier lugar que se encuentre, es todo sentidos: todo vista, todo oído, todo vida,
todo alma, todo él mismo.
Creer en una multitud innumerable de dioses (y hasta convertir en dioses los vicios de
los hombres) tales como el Pudor, la Concordia, la Inteligencia, la Esperanza, el
Honor, la Clemencia, la Fidelidad; o creer, como Demócrito, en sólo dos: el Castigo y
el Premio, es cosa que raya aún más en la estupidez.
La raza de los mortales, frágil y sufriente, pensando en sus dolencias, ha inventado
esta multiplicidad, para darse a sí misma la posibilidad de elegir en ella el remedio
más apropiado a cada una. Es por esta razón que los nombres de los dioses varían de
un pueblo a otro y que encontramos en cada uno de ellos una cantidad innumerable
de dioses. Se los ha ordenado en familias que abarcan las divinidades infernales, las
enfermedades y muchos otros flagelos que nos hacen temblar y deseamos ver
aplacados. Por esta misma razón hasta el Estado ha dedicado un templo a la Fiebre
sobre el monte Palatino, otro a Orbona, cercano al de los Lares y un altar a la
Desgracia en el barrio del Esquilino. El pueblo celestial es más numeroso que el
terrestre, ya que cada hombre es capaz de crearse y adoptar para sí una multitud de
dioses y ya que hay pueblos que toman por dioses a animales, aún inmundos, y que
divinizan un cúmulo de objetos, a veces obscenos y que da vergüenza nombrar,
jurando por manjares malolientes y cosas semejantes. Así caen también en

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extravagancias pueriles, creyendo que hay entre los dioses matrimonios, de los
cuales, a pesar del transcurso de tantos siglos, no nace ningún hijo, o que unos dioses
son siempre muy viejos y canosos, mientras que otros siempre permanecen jóvenes o
niños; que los hay de piel negra, alados, rengos; que otro nace de un huevo y vive y
muere en días alternos; o que - y esto colma la medida del desparpajo - imaginan que
hay entre esos dioses, adulterios, a los que siguen riñas y odios; o que cometen robos
y crímenes.
Dios, es que un hombre ayude a otro hombre. Y éste es el camino de la gloria eterna.
Este es el camino que transitaron los romanos más preclaros y por donde avanza hoy
con sus hijos el más grande soberano de todos los tiempos, el emperador Vespasiano
que prodiga sus cuidados al Imperio exhausto. El modo más apropiado de tributarle
la gratitud que se merece, según una costumbre inmemorial, es adscribirlo al número
de los poderes divinos. En efecto, tanto los nombres de los dioses como los nombres
de los astros, a los cuales me he referido antes, han tenido origen en los beneficios
que reportan a los hombres. ¿Quién no convendrá con nosotros en que Júpiter,
Mercurio y otros tantos nombres diversos de dioses, no son otra cosa que
interpretaciones (que los hombres hacen) de la naturaleza?
Sea quien sea ese Ser Supremo, es ridículo pensar que tenga cuidado de las cosas
humanas. ¿Creemos que ésta sería una ocupación demasiado triste y complicada,
para que se manchara un dios con ella? ¿o habrá que dudar de ello? No sabríamos
decir cuál de las dos opiniones honra menos al género humanó. Puesto que los que
sostienen la primera son religiosamente indiferentes y los que sostienen la segunda
incurren en irreverencia. Estos últimos se hacen esclavos de dioses extranjeros, y
llevan a sus dioses en los dedos; llegan a adorar seres monstruosos; prohiben unos
alimentos e inventan otros; se someten a obligaciones despóticas hasta cuando
duermen. No deciden nada, ni casarse, ni tener hijos, sin ayuda de sacrificios.
Aquéllos son capaces de mentir en pleno Capitolio, y de desafiar el rayo de Júpiter
violando sus juramentos. De modo que si éstos prosperan mediante sus crímenes,
aquéllos sufren por su piedad.
Sin embargo, entre estas dos posturas, la humanidad se ha dado una divinidad
intermedia, que oscurece aún más nuestras conjeturas acerca de Dios. De hecho, en
todo el mundo, en todo lugar y a toda hora, las voces de los hombres invocan y
nombran a la Fortuna (la Suerte o el Destino). A ella se la acusa, ella es la única
culpable; no se piensa más que en ella, a ella sola van dirigidos los reproches y los
elogios; se la adora insultándola; alada y voluble, considerada ciega por muchos,
vagabunda e inconstante, incierta y mudable, otorga sus favores a los indignos. A ella
se le imputan las ganancias y las pérdidas; en el gran libro de cuentas de la
humanidad, ella es la encargada y la responsable del activo y del pasivo. Y es tal
nuestra sujeción a ella, que la misma Fortuna que nos hace dudar de Dios, concluye
por erigirse en Dios.

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Otros la rechazan también a ella y atribuyen su suerte a un astro y a las leyes de la
estrella bajo la cual nacieron. Según estos, Dios decretó, de una vez por todas, la
suerte de todos los mortales y luego se llamó a reposo absteniéndose de intervenir.
Esta convicción se está extendiendo cada vez más entre el vulgo, ya sea de eruditos,
ya sea de plebeyos.
Y aquí vienen los presagios de los rayos, las predicciones de los oráculos y de los
arúspices; y en cuanto a los augurios: se toma en cuenta menudencias tales como los
estornudos o un tropezón. El divino Augusto anunció que el día en que fue víctima de
un levantamiento militar, se había puesto la sandalia izquierda en el pie derecho.
Cada una de estas minucias desorienta aún más a una humanidad incapaz de
adelantarse a los acontecimientos y sólo le deja una certidumbre: que no hay nada
cierto y que no hay nadie más miserable y más orgulloso que el hombre. Porque, en
verdad, el resto de los seres animados no tiene otro cuidado que el de la comida y no
se cuidan -ventaja cien veces preferible a todos los demás bienes- ni de la gloria, ni
del dinero o la ambición, ni -sobre todo- de la muerte.
No obstante lo cual, la creencia en la providencia de los dioses y en su interés por las
cosas humanas, es socialmente útil. Es útil, por ejemplo, que se crea que el castigo de
las maldades, aunque tarde un poco -¡Dios está tan ocupado en este vasto universo!-
llegará infaliblemente; y que Dios no ha creado al hombre tan semejante a El, para
abandonarlo luego a una condición semejante a la de las bestias.
Pero lo que consuela sobre todo a la imperfección de nuestra naturaleza es que ni
Dios mismo -como nosotros-- lo pueda todo: aunque lo quisiera, no podría darse la
muerte, cosa que el hombre sí puede hacer y es uno de sus más bellos privilegios en
medio de tantos males de esta vida; tampoco puede resucitar a los muertos o
quitarnos lo vivido; no puede hacer que aquél que ha tenido una dignidad no la haya
tenido; no tiene más poder sobre el pasado que el de olvidarlo; por fin -para poner de
manifiesto mediante argumentos reideros esta incapacidad que Dios comparte con
nosotros- Dios no puede hacer que diez más diez dejen de ser veinte, ni tantas y tantas
cosas por el estilo. Todo lo cual muestra sin ninguna duda el poder de la naturaleza y
su identificación con lo que nosotros llamamos "Dios". Esta disgresión no habrá
estado aquí fuera de lugar, puesto que las continuas controversias acerca de Dios han
hecho que el tema sea familiar.
II. DATOS INTRODUCTORIOS
1. El Autor y sus Obras (2)
Cayo Plinio Segundo nació en Novocomum (Nuevo Como), o según otros en Verona,
hacia el año 23 dC y murió a los 56 años, en la erupción del Vesubio que sepultó a
Pompeya el año 79 dC.
Muy poco se sabe de su niñez y juventud, excepto que llegó a Roma muy joven y fue
discípulo del gramático Apión. Joven aún tuvo destacada actuación como oficial de
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caballería en la Campaña militar de Germania. Vuelto a Roma se dedicó al foro, donde
alcanzó gran reputación. Entre el 67 y 71 fue Procurador en España Citerior. Se
encargó luego del mando de la flota del Miseno y siendo comandante de la misma
encontró la muerte en las costas de la Campania.
Suetonio, moralista nada fácil de contentar, testimonia que desempeñó sus cargos
públicos con integridad ejemplar y elogia su laboriosidad, dedicación al estudio y
fecundidad de escritor. Otra antigua biografía anónima lo llama "prodigio de estudio" e
informa que, además de abogado, fue Augur y que gozó del favor de Vespasiano, pero
sobre todo de la de Tito, el cual lo amaba particularmente. Según este autor anónimo,
Plinio habría sido un moralista estricto "perseguidor implacable de todos los vicios".
Es quizás el tipo de hombres probos de que quiso rodearse el emperador Tito al subir
al poder, según Suetonio: "eligió por amigos hombres de quienes se rodearon después
los príncipes sucesores suyos y fueron los mejores sostenes de su poder y del Estado"
(Los Doce Césares, Vida de Tito Flavio, 7). La Vida anónima, lo coloca entre los
seguidores de Epicuro. Pero es difícil encuadrarlo dentro de una sola escuela, pues
practicó el eclecticismo poco sistemático y a veces contradictorio que caracteriza a
muchos romanos ilustrados de su tiempo.
Obras
Su sobrino, Plinio el Joven, nos ha dejado en una de sus cartas (Ep. III,5) un catálogo
de sus obras, hoy perdidas todas menos su Historia Natural.
Son ellas: Del uso de la lanza en la caballería (1 libro); Vida de Quinto Pomponio
Segundo (2 libros); Las Guerras de Germania (20 libros); Del Hombre de Estudio (3
libros); Del Discurso Equívoco (8 libros); Continuación de Aufidio Basso (31 libros);
Historia Natural (37 libros).
Ponderando esta masa enorme de escritos, Plinio el Joven comenta en la citada carta:
"Tantos volúmenes sorprenden. Tantas investigaciones fatigosas asombran. Sobre
todo por tratarse de un hombre con tantas otras ocupaciones. Crecerá vuestro
asombro cuando sepáis que se ocupó de la defensa de causas, que murió apenas de 56
años, y que desde que dejó el Foro hasta su muerte, estuvo agobiado con los trabajos
de los cargos que ocupó, todos ellos de gran responsabilidad; o distraído por la
amistad y el trato con los príncipes. Pero era de genio ardiente, de una constancia y
aplicación increíbles y dormía ejemplarmente poco. Comenzaba a trabajar a la luz de
la lámpara aún antes de amanecer, desde la fiesta de Vulcano (es decir en los días
más largos del verano)... en invierno se entregaba al estudio desde la primera o
segunda hora de la madrugada y a menudo desde la medianoche".
Extractaba sus lecturas. Hacia la mitad de su vida, esos resúmenes llenaban más de
seiscientos volúmenes. Al morir, le dejó a su sobrino ciento sesenta volúmenes de
lecturas selectas.

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2. La Historia Natural (3)
Naturalis Historiae es la única obra de Plinio que se nos ha conservado, pero basta
para inmortalizarlo. En ella se retrata un hombre que aspiró a conocer y abarcar la
naturaleza entera, cielo y tierra, con afán casi fáustico. Y quiso poner sus
conocimientos al servicio de otros. Ha sido considerada como la Enciclopedia de la
Antigüedad. Y es en realidad un compendio de los conocimientos físicos,
astronómicos, zoológicos, botánicos, geográficos, mineralógicos y médicos de la
época.
El libro primero consta de una dedicatoria al Emperador y de un Indice de toda la
obra, que muestra su plan. Contiene además la referencia a los autores y libros de los
cuales recoge su materia. Una prodigiosa bibliografía de la antigüedad, que consta de
dos mil nombres. Se ha visto en ella una cierta complacencia en el alarde de erudición.
El libro segundo, del cual tomamos los textos relativos a Dios, es una descripción
cosmográfica o cosmológica, en parte físico-matemática, en parte astronómica, en la
que también se mezclan datos de la física estoica de los elementos.
El capítulo dedicado a Dios, dentro de este segundo libro, es sólo una disgresión,
como el mismo Plinio se cuida de advertir, dentro de una obra en la que sólo la
filosofía es la gran ausente debido a una voluntaria postura metódica.
Los demás libros tratan de la geografía; de los pueblos, razas y naciones; de la
zoología; la botánica, con especial atención a las aplicaciones médicas de las plantas y
al cultivo de las especies agrícolas; de las medicinas de origen animal y mineral y de
las artes y oficios.
El estilo de toda la obra se resiente algo de su carácter misceláneo. Refleja la multitud
de las fuentes, las que sin embargo no siempre es fácil identificar. No siempre ha
logrado Plinio armonizar los datos de su fichero, e integrarlos en un todo armónico, sin
repeticiones o contradicciones. Así sucede que sea capaz de reírse al comienzo del
libro segundo, de los que calculan las dimensiones del Universo, pero que termine el
libro aventurando sus propios cálculos.
Su carácter escéptico no le impide dar cabida en su obra a relatos de carácter o ribetes
míticos. Quizás porque cede a la tentación de entretener al lector. Si es cierto que la
Historia Natural es comparable a una Enciclopedia, también es cierto que tiene algo de
Selecciones del Reader's Digest.
3. El Credo de un pagano
Lo que hemos llamado Credo de un pagano, no es expresión, por supuesto de una fe,
como la cristiana, en una revelación divina. Es expresión de convicciones de índole
racional, aunque no sean tampoco un tratado de teodicea, ni siquiera una síntesis de
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una filosofía coherente acerca de Dios. Diríamos más bien que es un puñado de
opiniones que, analizadas más de cerca, manifiestan su carácter predominantemente
polémico y negativo. Plinio está más seguro de lo que no cree, de lo que no sabe
acerca de Dios, que de lo que sabe. En materia religiosa, es la suya una postura más
bien agnóstica.
El filósofo de profesión era una planta exótica en el mundo romano. En Roma "salvo
rarísimas excepciones, los que cultivaron la filosofía fueron hombres de acción que
participaron como militares, estadistas, administradores (senadores, cuestores, pretores
y cónsules más tarde, funcionarios y consejeros de los emperadores), en la vida del
Estado" (4). Plinio es uno de esos hombres. Y el suyo es el credo de un ejecutivo de la
época. Hombres de acción, y que aprecian el pensamiento por y para la acción.
Hombres para los cuales también la Religión era asunto de Estado.
Si bien la filosofía impregnaba y penetraba toda la cultura romana, los filósofos de
profesión, a semejanza de los médicos, fueron siempre mirados con desconfianza y
sospechados de ser agentes de la disoluta y disolvente cultura griega, objeto de vivos
recelos por parte del nacionalismo romano, que temía la erosión, el desfibramiento y la
corrupción de los pilares de antiguas tradiciones sobre los que quería reposar el
Imperio.
En consecuencia, la filosofía romana, no ofreció grandiosos sistemas conceptuales ni
hizo aportes demasiado nuevos y originales. Sin embargo, pocos pueblos de la
Antiguedad, permearon tanto como el romano, su vida cotidiana, con principios
filosóficos aplicados a la existencia concreta en los campos del gobierno y del
derecho, del foro y la elocuencia, de la moral y las costumbres.
Plinio, en su Credo, nos ofrece una muestra que puede considerarse típica, de lo que
era la filosofía religiosa de amplios círculos de la dirigencia romana ilustrada. Y esto,
tanto por lo que profesa como convicciones propias, cuanto por lo que combate como
falsedades extendidas en su medio, en este pasaje de su obra que es de los pocos donde
brilla un estilo más personal y parece reflejar mejor su genio propio.
De ahí que este texto pueda considerarse de suma utilidad, como telón de fondo para
comprender ciertos pasajes del Nuevo Testamento, de los cuales es contemporáneo.
Nos parece especialmente indicado para comprender los pasajes de Pablo referentes al
paganismo, en especial los de su Carta a los Romanos.
III. PARA COMPARAR
Un paradigma de la "Sabiduría de este mundo"
San Pablo hace la crítica de la sabiduría pagana sobre todo en la Primera a los
Corintios (1,17-2,16) y en la Carta de los Romanos (sobre todo 1,18-32) (5). Por
"sabiduría" hemos de entender sobre todo la filosofía en cuanto se refiere a Dios y el

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mundo, pero no tanto como disciplina científica, cuanto como el conjunto de
convicciones vitales y filosofía de vida.
Los comentaristas nos advierten que en esta crítica de la filosofía pagana, Pablo no
tiene en la mira principalmente a los filósofos de profesión, ni a los grandes maestros,
sino que se refiere a todos los paganos en general. Esto es particularmente cierto en lo
referente a la Carta a los Romanos (6). Se trata de un ataque dirigido más bien contra
la opinión pública filosófica del mundo pagano. En la diatriba de Pablo, la mira está
puesta con especial atención en los gobernantes, como podría desprenderse de 1 Cor
2,6, donde los príncipes de este mundo designan a los grandes de este siglo, a los
cuales pertenece Plinio (7).
Una comparación de la diatriba paulina con el contenido de la (también diatriba)
pliniana, mostrará que Plinio se ajusta a un tipo de pagano que Pablo parece tener in
mente, sobre todo en su carta a los Romanos. Puede ayudarnos a comprender mejor el
alcance de los textos paulinos, así como también los posteriores desarrollos de la
apologética cristiana.
IV. OBSERVACIONES
1. Las grandes negaciones de Plinio
El Credo de Plinio contradice las tesis racionales que eran (y son) los presupuestos
imprescindibles para acceder a la fe.
Esas tesis sobre las cuales se apoyaba el esfuerzo evangelizador y apologétco cristiano
(y, antes, el proselitismo judío en el mundo helenístico-romano) son:
1) Existencia de un solo Dios.
2) Creador del Cielo y de la Tierra.
3) Providente y Remunerador. Esto es sabiduría. Y lo contrario: necedad.
A ellas, opone Plinio las suyas:
1) El Mundo (Cosmos, Universo) es Dios.
2) Si hay otro Dios, es incognoscible e irrelevante conocerlo.
3) Porque no se ocupa del mundo y no es remunerador. Esto es sabiduría y lo contrario
es locura.
Quedan pues negadas las ideas básicas de la religión judeocristiana: Dios, Creador,
Providente, que juzga, premia o castiga. Niega también explícitamente la resurrección.
Frente a esta oposición frontal con los núcleos de la fe cristiana, la coincidencia de
Plinio con la primitiva apologética cristiana en su crítica al politeísmo (dioses, ídolos,

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cultos de los misterios venidos de Egipto y Oriente) y de las supersticiones, mantiene
un mérito real, pero relativo.
La opinión de Plinio de que el Universo es Dios, es conocida en la Antigüedad como
panteísmo estoico. Arístides, Orígenes y otros apologetas cristianos la han refutado
filosóficamente (8). No obstante, su resurgimiento aún en épocas recientes, bajo las
formas del panteísmo masónico o del materialismo, demuestran que tienen prestigio y
fuerza cautivante. El nervio de la objeción cristiana se ha formulado así: "Si el Todo es
Dios ¿cómo no lo son también sus partes?"
2. Las grandes concesiones de Plinio
El afán de Plinio por ser consecuente y crítico en su pensamiento acerca de Dios, se
queda a medio camino.
Hace en primer lugar una concesión capital a la opinión pública y a la filosofía del
Estado romano, donde decirse o ser ateo era un crimen y donde por el contrario eran
grandes virtudes la Religio y la Pietas. No hay que sorprenderse de que sea capaz de la
inconsecuencia de criticar las ideas religiosas tradicionales y al mismo tiempo a los
religiosamente indiferentes. Para entenderlo habrá que considerar la índole de ciertos
"cultos civiles", de los que, a partir de la Revolución Francesa a nuestros días, abundan
los ejemplos: ciertas "religiones del Estado", "Divinizaciones de la Patria", "Apoteosis
de los gobiernos", etc.
Dentro de esta primera gran concesión se podrán situar las tres concesiones que hace
Plinio-ateo al lenguaje religioso:
1) El sol es la divinidad en el orden cósmico-natural.
2) La filantropía es Dios en el orden social interhumano.
3) El Estado, más precisamente el Emperador, es Dios en el orden político.
Estas tres concesiones al lenguaje religioso cubren de apariencia creyente al ateísmo
de fondo. Las tres están coherentemente ligadas entre sí por un parámetro ideológico
más o menos explícito: lo divino es lo poderoso y lo beneficioso.
También esta concesividad inconsecuente es una actitud cultural de tenaz persistencia
en nuestra civilización. La Religión Positivista de Comte no es el único ejemplo que
podríamos citar.
3. Utilitarismo
Las creencias acerca de la Providencia y la remuneración de las obras humanas por
parte de Dios, son para Plinio ex usu vitae, es decir: útiles. Estas y otras creencias
nacen de la necesidad del hombre, de su fragilidad y debilidades. Por eso el hombre se
las inventa, como crea útiles e instrumentos para otros fines.

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El hombre cree porque le conviene y lo que le conviene. Toma por Verdad lo que le es
útil. El pensamiento se corta a la medida de la conveniencia y el deseo. Plinio se
mueve a condescendencia con esta fragilidad que quiere refugiarse en la piedad de la
mentira.
A través de los siglos, el mismo aire de familia persistente que encontraremos en
ciertas tesis de Feuerbach, de Marx, del psicologismo determinista.
Trasunta aquí una actitud pragmática, que mira al éxito de la acción más que a la
veracidad del conocimiento y que hace de la laboriosidad y el esfuerzo un canon de
virtud. "Plinio se habrá equivocado, pero ¡cuánto estudió!". En las antípodas de esta
actitud, el cristianismo afirma que la verdad es "gracia". Y Pablo afirma que es posible
entontecerse en los propios pensamientos, o vivir estudiando sin llegar a saber nada.
4. El Culto del Emperador. La divinización de lo político
Retomemos los artículos del Credo de Plinio acerca de Dios como beneficencia o
filantropía entre los hombres y de la divinización del Emperador.
Durante tres siglos, generaciones de cristianos sufrieron el martirio por negarse a
rendir culto al Emperador. En otras palabras, por rehusarse a divinizar la esfera
política. Los cristianos de hoy no comprendemos fácilmente las razones profundas de
aquella postura radical e intransigente de los cristianos y de las autoridades imperiales.
La lectura atenta del Credo de Plinio muestra que hay una correlación lógica
inquebrantable entre ateísmo y divinización de lo político. El ateo, aunque difícilmente
acceda a llamarse así, tiende a divinizar la filantropía y al régimen o gobernante que le
parezca más filántropo.
Y viceversa. La divinización de la esfera política, está denotando una profesión de
ateísmo, o un ateísmo oculto, latente. Y esto es lo que advirtieron perspicazmente los
cristianos: que divinizar al emperador equivalía a una profesión pragmática de
ateísmo, aunque dicha profesión se ocultara bajo concesiones verbales al lenguaje
religioso. No les era lícito dar a un gobernante el homenaje del fervor religioso.
La lógica interna del Credo de Plinio muestra además que la divinización de la esfera
política va precedida por la divinización de la esfera social, interhumana. Nos ofrece
un curioso ejemplo de profesión de fe, que proclama "Dios es amor", y muestra en ello
una semejanza sorprendente con el lenguaje cristiano, pero está, en realidad, en las
antípodas de la fe cristiana. El ateísmo criptógamo se delata en el trastocamiento de
los fervores.
5. Contradicciones
Plinio se resiste a las divinizaciones de la naturaleza. Con excepción del sol, rechaza la
divinizaciones de los astros. Pero allí hay ya una contradicción, la primera, entre sus
principios de teodicea y su concesión práctica. Su rechazo de otras divinizaciones
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(virtudes y defectos, animales, Premio y Castigo, Fortuna, Destino) muestra al hombre
que tiene un sentido superior y más espiritualizado de lo que debe encerrar la idea de
Dios.
Sin embargo, al divinizar la Filantropía, la Beneficencia, o la Solidaridad entre los
hombres: "Dios es que un hombre ayude a otro hombre", incurre en otra contradicción.
Está divinizando una Virtud, cosa que reprobaba un poco antes: "Creer en una multitud
de dioses... tales como la Concordia, la Inteligencia... es cosa que raya aún más en la
estupidez". ¿Pero qué cosa es la Filantropía, sino una cualidad humana, comparable a
las que nombra Plinio como divinizadas abusivamente?
Por fin, también la adscripción del emperador al número de los númenes, pugna con
los principios racionales. Para Plinio, el uso, esta vez, si no útil, por lo menos
venerable y tradicional, viene a justificar pragmáticamente una vez más, lo
contradictorio.

Notas:
1) La edición crítica del texto latino que hemos usado es la de L. Ian y C. Mayhoff, de
la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Teubneriana (Ed. B. G. Teubner,
Stuttgart 1967). La traducción castellana que ofrecemos, la hemos establecido sobre
dicho texto y confiriéndola con dos traducciones francesas. En primer lugar la
preparada por Jean Beaujeu, con introducción, notas y comentario, publicada en la
colección patrocinada por la Asociación Guillaume Budé (Ed. Société Les Belles
Lettres, Paris 1950). En segundo lugar la edición, también bilingüe y con profusas
notas, de Lacombe, publicada por Desaint (Paris 17 71).
2) Además de los artículos de enciclopedia o de diccionarios de la antigüedad clásica
podrán consultarse: Ettore Paratore Storia della Letteratura Latina, (Ed. Sansoni,
Firenze 1970) pp. 220-262; Lugwig Bieler Geschichte der römischen Literatur,
(Verlag W. de Gruyter, Berlin, 1965; versión castellana: Historia de la Literatura
Romana, Gredos, Madrid, 1968). Los principales testimonios históricos antiguos sobre
Plinio son: la vida escrita por Suetonio en su De Viris Illustribus; otra vida, anónima,
que podrá encontrarse en la citada edición de Lacombe (Paris 1771); por fin dos cartas
de Plinio el Joven: (Ep. III,5) sobre sus obras y otra, sobre la muerte de su tío, dirigida
a Tácito (Ep. IV,16).
3) Véanse las obras de Jean Beaujeu, Ludwig Bieler y Ettore Paratore, antes citadas, y
el libro Pagine Critiche di Letteratura Latina, de A. Ronconi y F. Bornmann,
compiladores (Ed. F. Le Monnier, Firenze 1969).
4) Adolfo Levi Historia de la Filosofía Romana (Eudeba, Buenos Aires 1969) p. 267.

11
5) Véase Lucien Cerfaux Le Christ dans la Théologie de Saint-Paul (Ed. Du Cerf,
Paris 1951) pp. 189-208.
6) José Ignacio Vicentini Carta a los Romanos; en: La Sagrada Escritura. Nuevo
Testamento, vol. II (BAC, Madrid 1965) pp. 186-187.
7) Apartándonos de la interpretación de Orígenes seguimos la de Crisóstomo con su
escuela y los modernos Bover, Spicq, Robertson-Plummer y Sickenberger. Véase Juan
Leal Primera Carta a los Corintios; en: La Sagrada Escritura (BAC, Madrid 1965)
pp. 356-357. Es la que sigue Leal.
8) Sobre el panteísmo estoico véase E. Bréhier Histoire de la Philosophie (Paris 1926).
La refutación de Arístides en su Apología, sobre todo en la versión siríaca. Traducción
en: Daniel Ruiz Bueno Padres Apologistas Griegos (s. II), (BAC, Madrid 1954). En
cuanto a Orígenes, véase Contra Celso V,7. Celso acusaba a los judíos y cristianos de
ser panteístas presumiblemente para presentarlos como ateos.

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