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Carina Durn
En sus días de soltera, Juliana Caviglia había estudiado en Nueva York y San
Pablo, mientras que su actual marido, Patricio Luppi, había vivido por algún
tiempo en México, Brasil, Estados Unidos y Venezuela. Pero, aún a pesar de
estar habituados a los cambios residenciales, Copenhague asomaba como
un enigma. Se oía extraña e inesperada; sin dudas, imperdible.
Llegar a Dinamarca
Vista panorámica.
ca.
Así, los años se sucedieron entre la vida laboral, los viajes cortos por el
continente y una rutina cotidiana de a dos, tal vez demasiado tranquila y
algo chata para su gusto, pero en donde su vínculo se afianzó hasta el
matrimonio. Entonces llegó el año 2011, en el cual les tocó emprender otra
aventura inesperada. En aquel transcurrir inusual llegaron sus dos hijos al
mundo, vivieron otra vida de una de sus tantas vidas, hasta el día en que
su amada Copenhague les dio la oportunidad de experimentar otro
volver a empezar.
rdín de la casa.
Con hijos, ante Juliana emergió una nueva ciudad. El matrimonio, que había
vivido con sus pequeños en Escocia y Angola, pronto vislumbró a
Copenhague como un lugar ideal para criarlos: allí encontraron un
entorno seguro, sencillo para movilizarse y colmado de actividades
de todo tipo enmarcado por paisajes excepcionales. Durante su
experiencia anterior, Juliana solía contarles a sus amigos que la ciudad era
bastante callada y hasta aburrida, que absolutamente todos los negocios y
locales de cualquier índole cerraban los domingos, y que los sábados abrían
únicamente hasta las 14.
"Hoy en día es mucho más flexible el tema de los comercios, los domingos
hay actividades y se puede armar un buen plan", cuenta. "Aparte nos
movemos en bici a todos lados. De puerta a puerta (casa-trabajo), mi marido
tiene quince minutos en bicicleta y los recorre por la costa. Y yo la uso para
trasladar a los chicos, hacer las compras, llevarlos a natación o una
playdate. Es mucho más práctico, eficiente, económico, saludable y
ecológico moverse en bici que hacerlo en auto. En Dinamarca, en
especial en Copenhague, está todo armado para poder hacerlo. Y las
plazas y la playa son la gloria. Además, adoro que acá no solo se saquen el
calzado en las casas, sino también en el jardín de infantes. En este país no
se usa empleada doméstica, toda la familia colabora en la limpieza
de la casa y por ello descalzarse es fundamental para mantener los
ambientes", agrega.
a con papá.
or de paseo.
Regresos y aprendizajes
Pero con los hijos el panorama cambió y nuevas emociones surgieron
inevitablemente. "Los regresos se hicieron más difíciles", confiesa, "Por el
viaje tan largo y porque duelen las despedidas. Y con ese dolor nos
empezó a picar el bichito del querer volver y que los hijos no crezcan
en un ambiente tan alejado de la familia. O sea, nuestra vida en
Copenhague es perfecta con hijos, salvo que nos falta la familia y amigos.
En Dinamarca las relaciones y los vínculos son más fríos, las familias
no se juntan todos los domingos para comer, los amigos que tienen
son los seis o siete que se hicieron fuerte del colegio, y luego no les
interesa mucho abrir su espectro de amistad porque `no tienen
tiempo´, entonces prefieren concentrarse en los que ya tienen".
Es por este motivo que hoy Juliana y su familia decidieron dejar Dinamarca
para volar hacia un destino muy esperado: regresan a Buenos Aires con
la intención de vivir por primera vez con sus pequeños hijos en el país que
llevan en su corazón: "Eso sí que va a ser toda una aventura".