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Vivir en Dinamarca: "Se trabaja sin perder

tiempo, y se vuelve temprano a casa"

Carina Durn

16 de octubre de 2019  • 00:50

D inamarca sonaba muy alejado de su universo conocido, sin

embargo, la pareja decidió embarcarse en una nueva aventura. Ellos


habían explorado algunos rincones del mundo con anterioridad y estaban
familiarizados con las emociones previas a los largos viajes, esas
sensaciones intensas y a veces confusas, en donde la felicidad y la
excitación se funden con la ansiedad, los miedos y la curiosidad.

En sus días de soltera, Juliana Caviglia había estudiado en Nueva York y San
Pablo, mientras que su actual marido, Patricio Luppi, había vivido por algún
tiempo en México, Brasil, Estados Unidos y Venezuela. Pero, aún a pesar de
estar habituados a los cambios residenciales, Copenhague asomaba como
un enigma. Se oía extraña e inesperada; sin dudas, imperdible.

Por aquellos días, sus pensamientos y conversaciones vagaron por su futuro


excitante y prometedor, sin imaginar que aquel destino les abriría las
puertas en dos instancias diferentes y fundamentales de sus vidas: con y
sin hijos, una oportunidad que les permitiría experimentar un mismo
país de diversos modos.

nal de Copenhague, año 2009

Hacia un nuevo hogar


Antes de la partida, la joven se descubrió algo nerviosa. Aquel nuevo
horizonte se había acercado lo suficiente como para sentirse real y, aun así,
era incapaz de visualizar lo que se dibujaba en él. De pronto, sintió como si
estuviera por atravesar un portal hacia lo desconocido; sin whatsapp y
con las redes sociales apenas emergentes, allí no tenía contactos, ni
sistema de contención, no sabía qué esperar. "Ahora mudarse a otros
lugares no es tan desconcertante porque hay mucha información
disponible", opina.

Su alegría era notable y, sin embargo, algo se sentía diferente. Ya no se


trataba de un viaje de estudios, sino de una travesía por un tiempo
indeterminado lejos de sus costumbres y de sus seres queridos; una
pequeña angustia, intrusa pero clara, se sumó a su dicha y la acompañó,
innegable, hasta la despedida.

Llegar a Dinamarca

Vista panorámica.

Los primeros impactos, sin niños


En un comienzo se instalaron en un pequeño departamento acogedor en el
corazón de la capital, atrás del centro comercial Illum, sobre la calle
Silkegade, una zona muy turística, céntrica y definitivamente anti-niños.
Fueron tiempos de explorar con ojos de turista, de adecuarse a la llegada de
un invierno áspero y de experimentar un choque cultural decisivamente
fuerte. "El idioma fue una de las barreras más grandes a superar ya
que, si bien todos, pero absolutamente todos los daneses hablan
inglés - algo que facilitó muchísimo la vida diaria-, los anuncios,
carteles y las comunicaciones están en danés. Es un idioma simple a nivel
gramatical, pero extremadamente difícil de hablar. Hoy, después de muchos
años de haber vivido acá, entendemos y podemos manejarnos, pero aún no
podemos mantener una conversación fluida o sentirnos integrados por el
idioma", revela.

ca.

Para la joven pareja, recorrer las calles de Copenhague resultó una


experiencia maravillosa e incansable. A Juliana le costaba salir de su
asombro al ver lo prolijo y sencillamente bello que era todo a su alrededor.
Allí donde sus ojos se posaban podía reconocer el buen gusto y el amor de
los daneses por la estética.

"Tienen tiempo y dinero para esmerarse en que todo se vea lindo,


para que sus hogares tanto por dentro como por fuera sean agradables.
Resulta muy satisfactorio", observa, "También me impactó la actitud
saludable de los daneses: se transportan en bicicleta, hacen mucho
ejercicio, comen muy sano y les importa estar bien física y
estéticamente. Así mismo, me sorprendió lo rápido que encontré trabajo,
sucedió a las tres semanas; y a los dos meses me cambié a la misma
empresa que mi marido. Trabajábamos 37 horas semanales, todas muy
eficientes. Uno va a hacer lo que tiene que hacer, sin perder tiempo, y
se vuelve temprano a su casa".

Así, los años se sucedieron entre la vida laboral, los viajes cortos por el
continente y una rutina cotidiana de a dos, tal vez demasiado tranquila y
algo chata para su gusto, pero en donde su vínculo se afianzó hasta el
matrimonio. Entonces llegó el año 2011, en el cual les tocó emprender otra
aventura inesperada. En aquel transcurrir inusual llegaron sus dos hijos al
mundo, vivieron otra vida de una de sus tantas vidas, hasta el día en que
su amada Copenhague les dio la oportunidad de experimentar otro
volver a empezar.

rdín de la casa.

La segunda vuelta, con hijos


De ensueño, sí, y sin embargo para Juliana no todo fue sencillo de asimilar.
Para ella, el choque cultural que había experimentado en los años previos
seguía siendo sobrecogedor y, por momentos, difícil de sobrellevar, algo que
la había motivado a intercambiar acaloradas conversaciones con su marido
en varias ocasiones. "Me asombran los modales de la gente en la calle",
explica, "Patricio dice que son costumbres, y para mí es sencillamente
cierta falta de modales. Los daneses son muy directos, no mantienen
conversaciones que consideran que no tienen sentido - small talk - y
en su lengua no se usa el por favor, o sea que cuando piden algo van
al grano: ¿me darías esto? Simple. Y así son con todo en la calle, en la
mesa para comer, para con el prójimo y, en lo personal, me choca. Por otro
lado, son extremadamente celosos de su espacio personal, su privacidad y
son muy autosuficientes, al punto de que, si ves a una madre desbordada
de chicos y bolsas y le querés dar una mano, ni te acerques porque
se sentirá ofendida si ofrecés ayuda. Y, claro, tampoco la recibirás".

Aun a pesar de las diferencias culturales y sus aristas, para el matrimonio la


excelente calidad de vida en Dinamarca marcó un punto diferencial a la
hora de buscar el bienestar de su familia. "El balance entre la vida
laboral y la vida personal es una cuestión fundamental para la
sociedad entera, es algo que se cumple sin excepciones. Para ello se
trabajaban horas flexibles y siempre se efectúan los horarios pactados",
observa Juliana al respecto, "Los daneses trabajan para vivir y no viven
para trabajar, y eso se traduce a una muy buena calidad de vida: acá se
suele volver a las 17 para pasar la tarde juntos con los chicos y disfrutarlos.
En Argentina eso es casi imposible con los horarios laborales y las horas de
viaje".

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Con hijos, ante Juliana emergió una nueva ciudad. El matrimonio, que había
vivido con sus pequeños en Escocia y Angola, pronto vislumbró a
Copenhague como un lugar ideal para criarlos: allí encontraron un
entorno seguro, sencillo para movilizarse y colmado de actividades
de todo tipo enmarcado por paisajes excepcionales. Durante su
experiencia anterior, Juliana solía contarles a sus amigos que la ciudad era
bastante callada y hasta aburrida, que absolutamente todos los negocios y
locales de cualquier índole cerraban los domingos, y que los sábados abrían
únicamente hasta las 14.

"Hoy en día es mucho más flexible el tema de los comercios, los domingos
hay actividades y se puede armar un buen plan", cuenta. "Aparte nos
movemos en bici a todos lados. De puerta a puerta (casa-trabajo), mi marido
tiene quince minutos en bicicleta y los recorre por la costa. Y yo la uso para
trasladar a los chicos, hacer las compras, llevarlos a natación o una
playdate. Es mucho más práctico, eficiente, económico, saludable y
ecológico moverse en bici que hacerlo en auto. En Dinamarca, en
especial en Copenhague, está todo armado para poder hacerlo. Y las
plazas y la playa son la gloria. Además, adoro que acá no solo se saquen el
calzado en las casas, sino también en el jardín de infantes. En este país no
se usa empleada doméstica, toda la familia colabora en la limpieza
de la casa y por ello descalzarse es fundamental para mantener los
ambientes", agrega.

a con papá.

Educar en Dinamarca para vivir en comunidad


"El jardín es para jugar libremente, o sea que no hay estructura alguna. El
chico hasta los seis años asiste allí y luego entra a la escuela. En la mayoría
de los colegios primarios no se toman exámenes ni pruebas y todos los
alumnos pasan de grado. En secundaria el enfoque está en el trabajo en
grupo. Luego, dependiendo de la performance, eligen ir a la universidad o a
estudiar para un oficio", continúa.

"La universidad es gratuita y además el Estado les paga un salario de


aproximadamente 1000 dólares mensuales para asistir durante seis
años (la mayoría de las carreras duran cuatro). En ocasiones se
relajan porque no tienen necesidad ni apuro en recibirse rápido. O
sea que, en general, al danés no lo preparan para rendir exámenes o
competir, sino que le enseñan que el grupo es lo primero y que hay
que trabajar en equipo".

"Para mí es positivo porque los proyecta para desempeñarse en sociedad,


aunque podría decirse que tiene el bemol de que individualmente no vale
tanto la pena sobresalir, porque probablemente no te lo reconozcan.
Realmente creo esto se ve reflejado en el día a día: es una gran
comunidad que funciona como un reloj, porque son muy honestos,
pero no suelen poner demasiada energía en destacarse sobre los
demás. Nadie va a esforzarse mucho por hacer algo que no esté en su job
description (requisitos laborales), por ejemplo. Aun así, el sistema
claramente sirve", reflexiona.

or de paseo.

Regresos y aprendizajes
Pero con los hijos el panorama cambió y nuevas emociones surgieron
inevitablemente. "Los regresos se hicieron más difíciles", confiesa, "Por el
viaje tan largo y porque duelen las despedidas. Y con ese dolor nos
empezó a picar el bichito del querer volver y que los hijos no crezcan
en un ambiente tan alejado de la familia. O sea, nuestra vida en
Copenhague es perfecta con hijos, salvo que nos falta la familia y amigos.
En Dinamarca las relaciones y los vínculos son más fríos, las familias
no se juntan todos los domingos para comer, los amigos que tienen
son los seis o siete que se hicieron fuerte del colegio, y luego no les
interesa mucho abrir su espectro de amistad porque `no tienen
tiempo´, entonces prefieren concentrarse en los que ya tienen".

Es por este motivo que hoy Juliana y su familia decidieron dejar Dinamarca
para volar hacia un destino muy esperado: regresan a Buenos Aires con
la intención de vivir por primera vez con sus pequeños hijos en el país que
llevan en su corazón: "Eso sí que va a ser toda una aventura".

e. Zona portuaria de noche.


Con los años, Juliana comprendió la fuerza de los lazos familiares y de
amistad cuando llegan los hijos al mundo. Salir a explorar y vivir en una
sociedad tan opuesta a la propia le dejó grandes enseñanzas acerca de
respetar las formas de ser de cada uno, de escuchar el propio corazón y
atender la importancia que para muchos seres humanos tiene la calidez
humana, más allá de lo perfecta que pueda verse una comunidad.

"Para mí fue definitorio, un choque cultural que tuve que superar:


acostumbrarme a que los vecinos no saludaran, a que los compañeros de
trabajo llegaran a la oficina y no se diga buen día, y menos en invierno,
cuando realmente les agarra como una depresión por el clima y se vuelven
más ariscos aún en el trato. Es un tema cultural, porque para ellos
saludarte sería invadir tu privacidad, cuando para nosotros
simplemente es reconocer que hay un ser humano -y no una planta-
y que merece ser reconocido como tal con un saludo cordial", ríe.

"Sin embargo, me dejó enormes lecciones. Aprendí a convivir con gente


diferente a mí, y que en muchos aspectos no me gustaba, y aun así a ser
muy feliz. A disfrutar de todas las cosas positivas y tratar de no
concentrarme en las negativas, porque todos los destinos tienen pros y
contras, ninguno es perfecto. Y esta experiencia me enseñó a construir
mi hogar y mi círculo afectivo en un lugar opuesto y extraño, y aun
así sentirlo mi casa, mi ciudad. Porque, a pesar de que hemos iniciado
un nuevo capítulo de nuestra historia llamado Argentina, a Copenhague la
amo y la siento tanto mi ciudad como a Buenos Aires", concluye conmovida.

Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones


del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo.
Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos
que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia
viviendo en tierras lejanas podés escribir a
destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo no brinda información
turística ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son
crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

Por: Carina Durn

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