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Estabilidad laboral: En este punto, la Constitución del 1993 solo dice que el Estado
otorga al trabajador adecuada protección contra el despido arbitrario.
Como se sabe, un día como hoy, 5 de abril, el ex presidente Alberto Fujimori dio un
mensaje a la nación informando la disolución del Congreso y la intervención del Poder
Judicial, el Ministerio Público, la Contraloría, el Tribunal de Garantías Constitucionales
y los gobiernos regionales. De acuerdo a Fujimori, esta medida era necesaria para el
establecimiento de un gobierno de emergencia y reconstrucción nacional.
El quiebre del orden constitucional llamado ‘autogolpe’ fue criticado por la comunidad
internacional. Por la presión de los organismos internacionales, Alberto Fujimori
convocó a un Congreso Constituyente Democrático para garantizar el equilibrio de
poderes.
El fujimorismo estuvo representado por la alianza entre Cambio 90, partido por el cual
Fujimori llegó al poder, y el recién fundado partido Nueva Mayoría.
Luego de ocho meses, la CCD aprobó el nuevo texto constitucional que fue ratificado
en un referéndum.
De todas las ofertas electorales hay una sola que va más allá del ámbito electoral. Me refiero a
la propuesta de convocar una asamblea constituyente para hacer una nueva Constitución.
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Dos candidatos han propuesto una reforma constitucional como parte de sus ofrecimientos,
Gregorio Santos y Verónika Mendoza. El primero plantea un referéndum y la segunda, una
asamblea constituyente.
Ninguna de las vías ofrecidas es legal. La única forma legal de cambiar una constitución es a
través de los mecanismos que ella misma establece. Se puede cambiar la Constitución, se
puede cambiar toda la Constitución, recurriendo a sus propios mecanismos.
Cualquier constitución tiene prescrita la forma de su cambio. La tiene para que los cambios no
sean un acomodo de la mayoría gubernamental o de un estado de opinión pasajero de la
población. Pero, entonces, ¿cómo salimos de una Constitución que fue hecha a imagen y
semejanza y sobre la base de la mayoría autocrática?
Toda asamblea constituyente está fuera de la ley vigente. Lo estuvo la de 1993, incorporada en
eso que se llamó el Congreso Constituyente Democrático (CCD). Es típico de las dictaduras
encargar a sus congresos, a sus mayorías, a los estados de opinión que las sostienen, la
fabricación de un texto constitucional nuevo.
Para cambiar una tal constitución no se puede caer en el mismo juego. No podemos salir de
una constitución de origen ilegítimo planteando otra de origen igualmente ilegítimo.
Un prestigioso hombre de derecho dijo alguna vez que el pueblo, “como titular del poder
constituyente, se encuentra fuera y por encima de toda regulación constitucional”. Al poco
tiempo, ese célebre pensador se convirtió en el jurista más notable del régimen nazi.
Ni siquiera el pueblo debe estar por encima de la ley. Ni siquiera la mayoría debe detentar
poderes absolutos y sin límite. No debemos caer en la tentación de un poder constituyente
“antes y por encima de la Constitución”, como planteaba Carl Schmitt.
Para salir de una constitución de origen autocrático no se puede adoptar los métodos de la
autocracia. La asamblea constituyente no es una vía válida para la reparación del daño hecho
al orden constitucional en 1992 y 1993.
Una constitución se puede y debe cambiar punto por punto. No con un debate entre los
congresistas, sino con un debate nacional, amplio y prolongado. Es un procedimiento lento,
pero nos protege mejor de los estados de opinión momentáneos que suscitan las pasiones
electorales.
El mandato debe ser específico y puntual, para que su cumplimiento pueda ser verificado. El
elector no encarga “hazme una constitución”, sino algo más parecido a “necesito un rango
constitucional para esta norma”.
Para cambiar la Constitución hay que alejarse de las elecciones generales. Hay que alejarse del
poder constituyente concentrado. Hay que alejarse de la tentación de crear un nuevo orden a
partir de una mera elección presidencial.
El país es un estado unitario. Y de los pros y contras, de eso tienen que ver no solo con
la constitución vigente, sino que es una concepción histórica iniciada en el año 1826,
cuando Javier de Luna Pizarro decidió que el sistema de la nación no fuera federal como
los Estados Unidos, sino unitario como Francia. Este sistema se mantuvo. Conocer la
tradición constitucional resulta esencial para conocer nuestro presente y el
funcionamiento de nuestras instituciones, sus dilemas ante el futuro y sus debilidades.
Por ejemplo, la figura del presidente. Establecimos un sistema que no es
presidencialista, sino semipresidencialista y eso empezó en la Constitución de 1828 con
la idea de los tres poderes del estado. Con ese sistema tuvimos un Poder Judicial que fue
considerado la cenicienta de los poderes. Una parte de su debilidad estructural tiene que
ver con el sistema de nombramientos de los magistrados, que predominantemente está
en manos del Congreso y del presidente. Había un elemento muy político que daba
precariedad a la magistratura.
Eso da lugar a cierta precariedad institucional . Sin embargo, en muchos casos, esos
cambios solo son formales, muy menores. La estructura y el sedimento sigue siendo el
mismo. Por ejemplo, no tuvimos ninguna constitución que adoptara de manera abierta el
sistema federal de gobierno (con pequeños estados), solo la de 1834 que dejó la puerta
abierta y dio pie a que se hiciera la Confederación Peruano Boliviana. Otro aspecto
interesante está relacionado a la Constitución de 1993, cuestionada por autoritaria, pues
se gestó en un gobierno de facto (Alberto Fujimori).
Varios presidentes anunciaron ese deseo. Desde Alejandro Toledo , pasando por Alan
García y Ollanta Humala. Una vez que advirtieron que la Constitución del 93 era un
instrumento útil para el Presidente de la República -porque fue diseñada en términos
semipresidencialistas- resultaba una promesa que no convenía cumplir. También hay
ciertas anomalías en la constitución que recién aparecen, por ejemplo, está la posibilidad
de un parlamento adverso. Entonces ahora se plantea que la votación del Congreso se dé
luego de las elecciones presidenciales. Sin embargo, esta constitución le da ciertos
instrumentos al presidente, como la posibilidad de disolver el Congreso tras la censura
de dos gabinetes. En el proyecto 1931 que da lugar a la constitución de 1933 había
existido una crisis en el primer gobierno de Leguía por la oposición del Congreso, que
hizo que cayeran varios gabinetes. Eso lo solucionó Manuel Vicente (formulando el
proyecto) con mayor comunicación entre ambos poderes.
Qué curioso...
Sí, de enorme oposición. Ese es otro detalle curioso de nuestras constituciones. José de
la Riva Agüero decía que si nosotros nos atenemos a estudiar el texto de nuestras
constituciones podríamos creer que nuestra historia es similar a la de Suiza. Pero tienen
que ser leídas entre líneas y considerando el contexto histórico dentro del cual fueron
pensadas. Por ejemplo, cuando se prohíbe la reelección en la constitución del 33 se hace
porque era un respuesta a la reelección de Leguía en la época anterior, que se hizo
reelegir 2 veces, a través de la modificación de la constitución, algo impensable hoy.
Es cierto que como hay un país legal y uno real y hay una división entre ambos,
también hay un esfuerzo de institucionalidad. No puede negarse que el país ha
cambiado. En el siglo XIX, al cambiar un gobierno cambiaban los jueces por entero, los
destituían a todos. Dentro de todo la democracia se ha arraigado, pero aún no hay que
tener tanto optimismo, ya que podemos dar un paso para atrás. La democracia es un
aprendizaje histórico que no cesa.
Está vigente 23 años y es la tercera más longeva de la historia del Perú, pero para Verónika
Mendoza, la candidata presidencial del Frente Amplio, la Constitución de 1993 significa el
beneficio de las “hegemonías políticas” y “las élites corruptas”
A ello se suma la posición expresada por el también postulante y encarcelado Gregorio
Santos, opositor a los proyectos mineros al interior del país, quien refirió que dicha
Carta “no da para más” y que “ya se agotó”.
Según el constitucionalista Aníbal Quiroga, una cosa no tiene nada que ver con la
otra. La renegociación es un acuerdo entre las partes.
En su artículo 60, la Carta del ‘93 limita la intervención del Estado. Textualmente
señala: “Solo autorizado por ley expresa, el Estado puede realizar subsidiariamente
actividad empresarial, directa o indirecta, por razón de alto interés público o de
manifiesta conveniencia nacional”.
Para Aníbal Quiroga, ese es un argumento debatible. “Mucha gente sostiene que como
el origen es espurio, hay que cambiarla. Pero, la Constitución se ha
‘constitucionalizado’ en el tiempo y los hechos, y ha permitido gobiernos
constitucionales sucesivos. Lo mismo ocurrió en Chile: la Constitución de Pinochet ha
sido modificada, adaptada y aceptada” , sostiene.
No obstante, Verónika Mendoza asegura contar con el respaldo popular para llevar
a cabo su proyecto reformador. El domingo aseguró que mientras el resto (de
candidatos) busca “maquillar” la Carta del ‘93, su agrupación política es la única que
quiere una transformación para devolverle al pueblo su soberanía. Explicó que los
recientes sondeos develan que la población, sobre todo al interior del país, exige dicho
cambio.
“Se tienen que hacer cambios parciales en la Constitución, sí, pero de ninguna manera
un cambio total. Es un riesgo para el país el simple hecho de pensarlo. Nadie es
masoquista para invertir cuando no se conocen las reglas de juego”, agregó.
Refutó, además, varios puntos planteados por Mendoza durante su ponencia del 3 de
abril. Uno de ellos fue la promesa de la muerte civil para funcionarios corruptos y evitar
que dichos delitos prescriban. Señaló que sería un “desbarajuste” cambiar
la Constitución, y que existe la vía legal, a través del Código Penal, para modificar esos
estatutos sin mayores riesgos. Refirió que cuando se instauró la Constitución de 1993,
esta demoró más de un año en consolidarse. Por lo tanto,una nueva solo causaría
retraso al país.