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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO PRIVADO


Y EL CODIGO CIVIL DE 1928

Apuntes relativos al curso de i ~ v i e r n o


profesado en 1946 por el licenciado Fran-
cisco H. RUIZ, Profesor de Carrera de la
Escuela Nacional de Jurisprudencia.

NOCIONES PRELIMINARES

El Derecho no es algo inmutable y petrificado: se nos presenta como


un proceso continuo de vida que cambia paralelamente a las necesidades
sociales.
La ciencia jurídica, como todas las demás ciencias, está en constante
devenir. L a evolución es perenne y constante en todas las manifestaciones
de la vida, tanto individual como social.
Cada pueblo, cada época, tienen su derecho particular; que se va
modificando a medida que cambian las condiciones sociales en que vive.
El milenario Derecho civil no podía escapar a esa ley de evolución
y progreso, por más que las transformaciones radicales del derecho civil
se producen con lentitud. Bajo la pujante presión de los hechos, comenza-
ron a perfilarse alteraciones profundas en las instituciones fundamentales
del Derecho civil, por la repercusión que en el régimen jurídico ha tenido
el factor económico y al influjo de complejas y discordantes orientaciones
de la vida social contemporánea, que no encuadran ya en las líneas clási-
cas del Derecho civil.
Se despertó la inquietud que hizo nacer el legítimo anhelo de trans-
formación, porque la pasiva conformidad con lo existente es un fatal signo
de decadencia en los individuos y en los pueblos. Hubo necesidad de
remplazar las viejas categorías del Derecho por otras nuevas, porque en
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el dominio de las ideas, la destrucción sólo es fectmda si va seguida de nue-


vas construcciones.
Para poderse dar cuenta en toda su trascendencia de lo que significa
la socialización del Derecho privado, que actualmente se está realizando,
es indispensable decir algunas palabras sobre las dos doctrinas que pre-
tenden explicar cuál es el papel que el individuo y el Estado desempeñan
en la sociedad. Estado e individuo son dos entidades reales que pueden
estar en oposición o marchar armónicamente. No pueden radicalmente
suprimirse, sin suprimir al mismo tiempo la vida social. Mas sin llegar a
las negaciones completas del Estado o del individuo, hay doctrinas filo-
sófico-jurídicas que defienden la supremacía absoluta del uno o del otro.
Estas doctrinas son la individualista y la socialista, de las cuales me ocu-
paré someramente.
Sostiene la doctrina individualista que el hombre, por su naturaleza,
tiene derechos individuales, inalienables e irnprescriptibles, unidos insepara-
blemente a su cualidad de hombre. El Estado no tiene otro fin que proteger
esos derechos, sin que pueda realizar acto alguno que los lesione; a lo
sumo, puede imponerles las restricciones que sean indispensables para
asegurar el libre ejercicio de los derechos de los demás. Toda intervención
del Estado en la esfera individual, que no tenga el objeto expresado, es
una indebida intromisión, una verdadera usurpación. En el Estado indi-
vidualista queda el hombre, en la parte esencial de su personalidad, fuera
de la intervención del Estado. El individuo autónomo, al formar la socie
dad, conserva su autonomía y los poderes que ella implica, es decir, sus
derechos individuales, que son anteriores a la sociedad y que ésta debe
reconocerle y proteger. La convivencia social hace indispensable la existen-
cia de una norma que tenga por objeto limitar los derechos de cada indi-
viduo, para que puedan coexistir con los derechos de todos. El límite de
la actividad de cada individuo tiene por fundamento y medida la protec-
a ó n de los derechos de los demás. En la teoría individualista, el particular
sólo tiende a la motivación individual de sus actos: no toma en considera-
ción las consecuencias sociales de su propio hacer. El individualismo tiene
una noción atomizada de la sociedad.
La doctrina individualista implica la igualdad de todos los componen-
tes de la sociedad, supuesto que todos los hombres nacen con los mismos
derechos y los conservan al formar la sociedad. Esta doctrina presupone
también que los derechos individuales deben ser los mismos en todos los
tiempos y en todos los países, ya que esos derechos se derivan de la natu-
raleza del hombre, que es la misma siempre y en todas partes. Sin duda
que los pueblos tienen un concepto diferente sobre la existencia y exten-
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sión de los derechos individuales, y esto hace que su Derecho positivo,


que tiene por objeto reconocerlos y protegerlos, sea diferente; pero existe
un derecho ideal, absoluto y natural, al que se acercan las sociedades hu-
manas a medida que progresan.
La doctrina individualista fué desarrollada con una lógica rigurosa.
Admitido el principio fundamental que la informa, todas las consecuencias
que de él se derivan, y que en su conjunto forma la doctrina, son inferen-
c i a ~intachables.
La teoría individualista, hoy casi abandonada, desempeñó un impor-
tantísimo papel histórico, porque marcó enérgicamente las limitaciones
que deben tener los poderes del Estado y dignificó la personalidad huma-
na. H a sido combatida en su principio fundamental. Sostienen sus impugna-
dores que los estudios antropológicos y sociológicos demuestran indubi-
tablemente que el hombre, por su constitución fisiológica y psicológica,
está destinado a vivir en sociedad y que no podría vivir solitario y en com-
pleto aislamiento; que las más minuciosas investigaciones históricas sobre
los remotos tiempos pasados, llevan a la conclusión de que el hombre siem-
pre ha vivido en sociedad y, por lo mismo, pensar en el hombre viviendo
completamente aislado de sus semejantes, es pensar en algo que no ha
existido; que .la afirmación de que el hombre nació libre e independiente
de todos los demás hombres, teniendo los derechos que se derivan de esa
libertad e independencia, derechas que por ser inalienables, por constituir
la personalidad humana, los conservó al constituir la sociedad, es una abs-
tracción a la que no corresponde realidad alguna, porque la verdad es
que el hombre ha nacido miembro de una colectividad y sujeto a las obliga-
ciones que impone la vida colectiva; que, por otra parte, la igualdad ab-
soluta de todos los hombres, sostenida por la doctrina individualista, es
una afirmación desmentida por los hechos, porque los hombres, lejos de
ser iguales, son profundamente diferentes, diferencias que se acentúan a
medida que la sociedad se civiliza; que la igualdad que puede existir es
una igualdad puramente formal, la igualdad ante la ley, no produce
la igualdad de hecho. Que la existencia de un Derecho ideal y absoluto, el
misnio en todos los tiempos y en todos los países, es inadmisible porque
el Derecho es un producto de la evolución humana, es un fenómeno social,
que varía con la cultura; que el Derecho sólo puede existir en la sociedad,
porque la relación que lo constituye exige un sujeto activo y un sujeto
pasivo, y no seria posible la dualidad de esos sujetos si se supone al in-
dividuo viviendo con~pletamenteaislado del trato con sus semejantes; que,
en consecuencia, el hombre no pudo aportar, al formar la sociedad, dere-
chos que ésta tiene obligación de reconocer, por la razón concluyente de
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que no pudieron nacer esos derechos fuera de la soaedad; que además


la función del Estado no es principalmente negativa y limitativa, como
dicen los individualistas; el Estado no está solamente llamado a impedir
o permitir, sino que también le incumbe la importantísima función de ini-
ciar y realizar lo que beneficia a la colectividad.
Frente al individualismo se presenta, como antitético, un nuevo sector
de ideas, que puede designarse con el nombre de sociqismo, tomada esta
palabra en su más amplia significación, en la que comprende las cuestio-
nes fundamentales de la vida jurídico-social y no en la Astringida que se
le da en la ciencia económica. El socialismo s e inició como una doctrina
económica, pero después, ensanchando su esfera de acción, ha llegado a
constituir una doctrina jurídica. Cuando me refiero al socialismo, le doy
a esta palabra su acepción amplia y hablo de una doctrina jurídica, sin
ocuparme del aspecto económico del &ialis&o, por estar fuera del objeto
de estas pláticas.
El llamado socialismo jurídico apareció como una enérgica reacción
contra el individualismo imperante. Al principio, su labor fué de carácter
crítico y demoledor; pero en su segunda fase, ya encarnó una dirección
positiva y constructiva. La idea de aislamiento e independencia individual
cedió el puesto a la idea de interdependencia y solidaridad. En el Estado
socialista, el individuo pertenece totalmente al Estado, es absorbido por él.
El individuo debe consagrar todas sus actividades a su servicio. El Estado ,
suprime drásticamente las tendencias espontáneas reveladoras de una in-
dividualidad potente. Por encima del Estado, nada ni nadie. Sólo el Es-
tado tiene derecho. El Estado es todo, el individuo nada significa. La con-
servación y desarrollo del conjunto debe ser el fin predominante del Esta-
do; los intereses individuales quedan relegados a último término, porque
el individuo sólo tiene valor como componente del grupo social. El Estado
es fuente y origen de todo derecho ; es una autoridad ilimitada a la que se
le debe una obediencia ilimitada.
Esta doctrina ha sido justamente impugnada como creadora del fatal
culto del Estado y defensora de la omnipotencia del mismo, que engendra
las más insoportables tiranías. Es un error considerar al Estado como
un ser superior, que existe por sí mismo, dotado de atributos distintos y
superiores. Ningún hombre, ningún conjunto de hombres, puede entregar
toda su vida, todo su ser al poder y dirección del Estado. No es cierto que
nada haya sobre el Estado, porque sobre el Estado está el pueblo, es
decir, la sociedad.
El Estado no es la sociedad, sino un tipo especial de organización
, social. Los individuos que integran la sociedad no sólo son componentes
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del Estado: actúan también en otras direcciones. El Estado tiene fines


determinados, que no abarcan todos los fines de la vida del individuo.
Hay un gran sector de la vida individual que el Estado no puede, ni debe
controlar. El Estado une a los hombres, pero no agota la vida social.
El individuo no debe oponerse al Estado como algo antagónico e
irreductible: uno y otro son segmentos de un mismo círculo (la sociedad),
que no debe romperse. El Estado y el individuo tienen fines diferentes,
pero no antagónicos. El individualismo y el socialismo han incurrido, aun-
que desde diferentes puntos de vista, e n el mismo error de sustituir la
realidad con conceptos abstractos. El individuo en completo estado de aisla-
miento, no existe en la realidad : es un concepto de que se sirve una teoría
para llegar a determinadas consecuencias. Tampoco existe, en realidad,
una sociedad que no tenga una relación necesaria e íntima con los indivi-
duos que la componen. No se puede concebir que haya bienestar para la
colectividad, sin que de él participen sus componentes. Debe haber una re-
lación de armonía mútua y de equilibrio entre la autonomía individual y la
solidaridad social. 2 Cómo conseguir ese equilibrio? Indudablemente que
la solución del problema no debe buscarse en un cuantitativo reparto de
atribuciones entre el Estado y el individuo. No es cuestión de cantidad. El
equilibrio resultará de la armonización de los fines individuales con los fi-
nes colectivos. Las doctrinas unilaterales serán impotentes para conseguir
tal cosa, pues se necesita una teoría integral en que los dos elementos, in-
dividuo y Estado, no sean sacrificados uno en aras del otro.
El individuo y el Estado, después de haber pasado por la doble fase de
que el individuo negara al Estado y éste absorbiera a aquél, han cesado de
verse como rivales en lucha, en que la fuerza de uno mengua la del otro,
y han reunido sus esfuerzos como coeficiente común de bienestar y prospe-
ridad social.
La solidaridad o interdependencia que une los individuos y el grupo
de que forman parte, armoniza los intereses de uno y otro por medio de
una consciente y libre cooperación. Ningún hombre puede vivir para él
solo; quiéralo o no, de una manera o de otra, coopera a la satisfacción de
las necesidades de sus semejantes. La solidaridad o interdependencia des-
cansa fundamental~enteen estos dos elementos : multiplicidad de las ne-
cesidades que no pueden satisfacerse por el individuo aislado, por lo que re-
curre a la ayuda que le ofrece la vida en común; división del trabajo, que
permite, por la diferencia de aptitudes y diversidad de ocupaciones,
que queden satisfechas esas múltiples necesidades.
Para determinar el verdadero concepto de colectividad, en la que for-
zosamente debe desarrollarse la solidaridad, es indispensable eliminar to-
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da actitud exclusivamente individualista y colocarse en un plano objetivo.


La teoría individualista, que no ve en la colectividad más que una plura-
lidad de personas, una suma de individuos, es incapaz de explicar el sen-
timiento de lo colectivo que impulsa a obrar como miembro integrante de .
una colectividad. Los individuos forman la sociedad, no como un agregado
humano de valor puramente aritmético, como una suma numérica, sino
como un conjunto d e seres sociales que buscan en la solidaridad y coope-
ración la realización, de fines supraindividuales. La comunidad hace suyos
los intereses individuales socialmente tenidos como importantes, los garan-
tiza y protege, les fija los limites dentro de los cuales deben actuar, sin
llegar a la completa anulación del individuo. La ley de coexistencia se com-
pleta con la ley de cooperación.
La contraposición radical entre las dos grandes tendencias (individua-
lista y socialista) debe desaparecer para fundirse en una síntesis coordina-
dora. No puede haber un Derecho civil exclusivamente individualista, ni
, exclusivamente colectivista; debe haber respeto a la personalidad humana,
pero restricción a la libertad incíividual, en aras del bien común. Debemos
apartarnos de las doctrinas extremas, que no dejan al pensamiento más que
una sola alternativa, sin que por esto caigamos en eclecticismos infecundos,
constituídos por opiniones intermedias.
Al nacer este siglo, comenzó a desarrollarse en el campo jurídico una
tendencia decisiva, de gran poder renovador. encaminada a conseguir la
socialización del derecho y que propugna la estrecha unión entre el in-
dividuo y la sociedad de que forma parte. La socialización del derecho as-
pira a realizar el bienestar colectivo, y lucha porque el Derecho sea un pa-
trimonio común, porque sus beneficios se extiendan a todos, porque
desaparezcan los privilegios creados al amparo del individualismo intran-
sigente y reacio a toda intromisión del Estado en la esfera de actividad
individual. Pero tiene en cuenta que el bienestar colectivo implica el
bienestar individual, por lo que no desconoce los intereses individuales:
solamente los limita, armoniza y subordina a los intereses generales. La
función del Derecho es la de equilibrar los intereses en presencia, consa-
grar la personalidad e independencia del individuo ; pero acentuar también
sus obligaciones hacia la sociedad.
La socialización del Derecho hace que el Estado intervenga para am-
p v r al débil en la cruda lucha por la vida y que no permanezca espec-
tador indiferente y mudo en las batallas de la concurrencia, que producen
el aplastamiento del débil por el fuerte; sino que inspirado en principios
humanitarios, vaya en defensa del desamparado. La intervención del Es-
tado en apoyo del débil económicamente, no es ya una actividad optativa,
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sino una obligación que tiene que cumplir. El Estado, además de las vie-
jas funciones de limitación y tutela de los derechos individuales, ha co-
menzado a desempeñar la altísima función social de ayudar al débil sin
reducir a la impotencia al fuerte, de intervenir y reglamentar las relacio-
nes jurídicas del humilde con las poderosas organizaciones productoras,
entes impersonales e inaccesibles a todo sentimiento de piedad.
Existen dos direcciones del pensamiento jurídico contemporáneo, que
mucho han contribuído para la socialización del derecho. La primera da
gran importancia al carácter funcional del Derecho, y la segunda se des-
arrolla en el sentido de considerar al Derecho como engendrado siempre
por el deber.
Se ha venido exaltando en el Derecho su aspecto de facultad, de
poder, de prerrogativa, descuidando llamar la atención sobre su aspecto
funcional, fuertemente impregnado de la noción de deber. E l Derecho no
tiene un valor absoluto, vale por su función. Todo derecho desempeña
una función que fundamentalmente se justifica por estar encaminada a
mantener la vida y su desarrollo integral y armónico.
El hombre tiene en la sociedad una función que cumplir, una tarea
que ejecutar, y éste es el fundamento de la noción de derecho. La función
social que a cada hombre toca desempeñar, tiene obligación de cumplirla,
porque con su abstención perjudicaría a la sociedad. Los actos que realice
contrarios a la función que le incumbe, deben ser socialmente reprimidos.
Por el contrario, los que ejecute para cumplir esa función, deberán ser
socialmente protegidos y garantizados. Esa protección y garantía social
constitt~yeel Derecho.
No se puede reconocer la existencia del Derecho que no traiga su
origen, al menos remota o indirectamente, de un deber, porque el derecho
se da en función de exigencias racionales que el deber impone. El hombre
tiene el deber de conservarse y de desarrollarse integral y armónicamente.
Su conservación y desarrollo exige que sean satisfechas ciertas necesidades,
y como consecuencia de ese deber nace el derecho a satisfacer sus nece-
sidades, es decir, el derecho a los medios legítimos de satisfacerlos. El
deber influye sobre el derecho, de dos distintos modos : limitando la activi-
dad de la persona que lo posee, esto es, fijando la esfera de acción de ese
derecho; segundo, constituyendo a los demás hombres en la necesidad
de respetar ese derecho, o lo que es lo mismo, asegurando la inviola-
bilidad del derecho.
No debe romperse la esfera formada por el derecho y el deber y pre-
tender que cada uno de sus fragmentos, con rotación propia, siga ruta
distinta. Se garantizan los derechos del individuo para que pueda mejor
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cumplir sus deberes. Sus deberes dan la pauta de sus derechos. Está a
punto de realizarse la profética frase de Comte: "día llegará en que nues-
tro único derecho será el derecho de cumplir nuestro deber".
Expuestos los preliminares que he juzgado indispensables para entrar
de lleno al estudio de los problemas objeto de estas pláticas, voy a ocu-
parme de la socialización del Derecho privado en nuestro Derecho positivo.

SOCIALIZACION DEL DERECHO DE FAMILIA

La familia, entre nosotros, no es solamente una institución jurídica:


es también una institución ético-social, y es importante remarcar este as-
pecto que tiene la familia, porque de él se derivan muchos de los rasgos
peculiares del Derecho familiar.
Encuentran ustedes en la familia y como peculiar del Derecho que la
organiza, que hay muchos derechos y muchos deberes incoercibles ; muchos
deberes que no tienen sanción jurídica o que, si la tienen, está reducida
a su mínimum; se cumplen esos deberes siguiendo dictados de la ética
social, más que por imposición de las autoridades que exigieran coactiva-
mente el cumplimiento del deber. Es cierto que hay sanciones para casi
todas las obligaciones ; pero esas sanciones son indirectas, porque son san-
ciones que no llevan al cumplimiento específico del deber, sino que traducen
su incumplimiento en penas, en intervenciones de la autoridad, que indirec-
tamente procura restablecer el equilibrio roto en la familia. La mayor par-
te de esas normas no tiene un carácter patrimonial, no tiene un objeto
económico -los intereses económicos están relegados en la familia, en
lo que se refiere a su organización, a un segundo término-: son principal-
mente intereses ético-sociales los que han inspirado la organización de
la familia.
Y de aquí se deriva otra segunda consecuencia, característica tam-
bién del Derecho familiar: los derechos de familia, los poderes de sus di-
rectores más que derechos, más que poderes, son obligaciones. Se habla
del poder marital, se habla de la patria potestad, del poder de los padres
sobre los hijos ; se habla de los poderes del tutor, etc., y si se examina con
cuidado en qué consisten esos poderes, verán ustedes que se puede llegar
perfectamente a esta conclusión : más que facultades, más que prerrogativas,
son obligaciones que se imponen para que pueda correctamente desarrollar-
se la familia.
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Cuando se habla de la patria potestad, si bien es cierto que se men-


ciona la autoridad paterna, también lo es que se menciona esa autoridad,
no como la de un señor absoluto que impone su voluntad en la dirección
que quiere; se habla -como es necesario hablar- de autoridad cuando
se trata de un grupo, a fin de que su vida no sea anárquica ; pero las funcio-
nes que desempeña el padre, no son funciones propiamente de autoridad,
y menos de autoridad absoluta: son las funciones del protector, son las
funciones del director, del amigo, del que procura que los que están bajo
su férula, puedan cumplir fácil y satisfactoriamente los fines que deben
realizar.
Al ingresar a organizar esos llamados poderes, marital, paterno, patria
potestad, tutela, no se han tenido en cuenta, ya no digamos exclusivamente,
si ni siquiera preferentemente, los intereses del marido, del padre o del
tutor; han sido instituciones creadas principalmente en beneficio del ma-
trimonio, en beneficio de los hijos, de los pupilos, y esto hace que no deban
verse ni deban interpretarse las disposiciones que reglamentan, que orga-
nizan estos poderes, como facultades que la ley ha querido instituir en
beneficio del titular de ese poder; que su interpretación, aun en aquellos
casos dudosos, se haga siempre en el sentido de que resulten más favore-
cidos, no los titulares de los poderes, sino las personas en cuyo beneficio
han sido establecidos.
Otra de las características, consecuencia todavía del carácter ético-
jurídico que tiene el Derecho familiar, es que en éste ejerce muy poca
influencia la voluntad de los componentes de la familia; se fijan normas
ordinariamente inderogables; no son derechos a que puedan renunciar los
constituyentes de la familia: son más bien deberes recíprocos que se im-
ponen en beneficio de la familia misma. Por eso, la autonon~ía de la
voluntad aquí ejerce una influencia casi nula; no puede el padre renunciar
a aquellas atribuciones que la ley le confiere, porque, como dije, no son
derechos que le concede en su beneficio, son deheres que le impone en
beneficio de sus hijos, en beneficio de los componentes de la familia, y si
bien es cierto que, por regla general, pueden renunciarse los derechos,
también lo es que los deberes no se renuncian. Este carácter inderogable
de las normas constitucionales del Derecho familiar, como diré un poco
más adelante, ha creado, ha hecho nacer, ciertas doctrinas acerca del lugar
que debe ocupar el Derecho familiar en nuestro Derecho positivo.
Una cuarta consecuencia de ese carácter ético-jurídico que tiene la
familia, es que cuando se dejan de cumplir las obligaciones impuestas
por el Derecho, la falta de cumplimiento no se traduce, -como ordinaria-
mente sucede en todas las otras ramas del Derecho- en sanciones, en el
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pago de daños y perjuicios; no, aqui hay algo característico, algo pecu-
liar del Derecho de familia: quien no cumpie con sus obligaciones como
miembro y, sobre todo, como autoridad de la familia, pierde esa autoridad,
pierde esas prerrogativas, o, por lo menos, se le suspenden. El padre que
no cumple con las obligaciones que como jefe de la familia tiene, no sola-
mente se hace acreedor a ciertas sanciones, sino que preocupándose la ley
fundamentalmente por el bienestar, por el interés o por el perfecciona-
miento de la familia, lo priva de una facultad, de una prerrogativa de la
que él se ha mostrado indigno. En las otras ramas del Derecho, el que
llega a abusar de su derecho sufre la sanción, que consiste, por regla
general, en el resarcimiento de los daños y perjuicios que origina con ese
-uso abusivo del derecho; a lo más, se puede nulificar el acto; pero el titu-
lar del derecho, no por su abuso lo pierde. Y esta regla, no es aplicable
cuando se trata &l Derecho de familia: aqui el titular d e un aerecho, que
al usar de una prerrogativa no la ejerce correctamente, no solamente
sufre sanciones, sino que por indigno de tener esa prerrogativa, y no
pudiendo la familia carecer de la ayuda, de la cooperación del que ha de
ejercer esa prerrogativa, la pierde el titular, para que pase a persona ca-
pacitada para ejercitarla aptamente.
Todavía hay otra consecuencia originada de ese carácter especial que
tiene el Derecho familiar, y es que tratándose de este Derecho, la pres-
cripción ejerce una influencia casi nula. En las otras ramas del Derecho
un derecho que no se ejercita, se pierde con el transcurso del tiempo
fijado por la ley; una obligación cuyo cumplimiento no se exige, dentro
de un plazo determinado, pierde su eficacia jurídica, ya no es posible
exigir judicialmente su cumplimiento, y si se exige, el juez no condenará
si se opone la excepción correspondiente. Tratándose del Derecho familiar,
la prescripción, repito, casi es nula, casi no ejerce influencia. Un individuo
no adquiere la patria potestad porque haya ejercitado por mucho tiempo
las facultades constitutivas de la patria potestad, y no la pierde porque
no la ejerza. Si ha faltado a su obligación el que está ejerciendo la patria
potestad, la pierde, no por el transcurso del tiempo, sino por la falta de
cumplimiento de su deber.
He querido llamar la atención de ustedes sobre estas características
del Derecho familiar, porque al estudiar las otras ramas del Derecho te-
nemos que establecer comparaciones, que acabarán de poner de manifiesto
esas diferencias radicales que existen entre el Derecho de familia y otras
instituciones jurídicas.
Precisamente la poca influencia que tiene la autonomía de la voluntad
respecto de la aplicación de las normas jurídicas constitutivas del Derecho
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L A SOCZALIZACION DEI. DERECHO Y E L CODIGO CIVIL 55

familiar ; el hecho de que no dependa el cumplimiento de esas obligaciones


de la voluntad de los que constituyen la familia, ha llegado a hacer que
algunos tratadistas sostengan que el Derecho de la familia debe formar
parte del Derecho público. ya que está formado por normas a que se les
debe completa obediencia, y en las que el papel tan importante que las ma-
nifestaciones de voluntad ejercen en el Derecho privado, carece de tras-
cendencia, carece de significación ; por normas que se imponen por manda-
to de la sociedad como las más convenientes para la organización de la
familia. Por la misma causa, otros sostienen que la división bipartita del
Derecho en Derecho pítblico y Derecho privado, debe convertirse en tri-
partita; que debe haber el Derecho público, el Derecho privado y el De-
recho familiar, que tiene analogías con el Derecho público, porque está
formado, en su parte fundamental, por normas irreforn~ablespor la volun-
tad de los particulares, que son la obra del Estado, que se impone coac-
tivamente, y que participa de la naturaleza del Derecho privado, porque
contiene normas que reglamentan relaciones jurídicas de los individuos
entre sí. Dicen que el Derecho familiar es distinto del Derecho público y
del Derecho privado, aunque participa de la naturaleza de uno y otro, por
lo que debe ocupar un lugar separado en la clasificación que se hace del
Derecho.
Entre nosotros, lo mismo que en la mayoría de los Códigos vigentes.
el Derecho familiar se estudia en el Derecho privado: es en el Derecho
privado donde se trata de la familia. Su organización no incumbe al De-
recho público, por más que sea de interés público, de orden público y
esto explica por qué sus normas constitutivas estrín sobre la voluntad cle
los particulares.
La familia, como casi todas las instituciones jurídicas, presenta dos
aspectos: un aspecto individual y un aspecto social, porque la familia
puede ser considerada en su conjunto de relaciones, que se traducen en
derechos y deberes recíprocos, establecidos entre los individuos que la
forman para crear relaciones personales entre ellos y realizar fines indi-
viduales, o puede también ser considerada desde el punto de vista social,
como una entidad sociológica formada por un conjunto de personas que
tienen fines sociales qué realizar y. que deben mantener relaciones entre
-

ese grupo llamado familia y el Estado. No se puede hacer un estudio com-


pleto, integral, de la familia, si no se considera a la vez su aspecto indi-
vidual y su aspecto social. Voy a comenzar a aplicar la teoría que dibujé
a grandes rasgos como una síntesis coordinadora, que tiene en cuenta, en
todas las instituciones jurídicas su aspecto individual y su aspecto social,
que no deben separarse, que deben fundirse en una síntesis armónica.
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La familia es la expresión de una necesidad biológica y de un senti-


miento afectivo muy complejo : el instinto de reproducción necesario para
la conservación de la especie, y un conjunto de afectos nacidos y desarro-
llados por una prolongada convivencia.
Entre los que viven bajo el mismo techo, reciben cuidados paternales
semejantes, participan de los mismos juegos, experimentan las mismas
inquietudes, tienen las mismas preocupaciones, alientan las mismas espe-
ranzas y participan de las mismas satisfacciones, se desarrolla natural-
mente un sentimiento de solidaridad afectiva, que crece paralelamente a su
duración. Padres e hijos, hermanos y hermanas, se sienten estrechamente
unidos y desean prolongar el goce y la tranquilidad del hogar. Lo que
acrece la importancia de un miembro de la familia, acrece la importancia
del grupo. Las ventajas y los peligros se consideran comunes y fortifican
la solidaridad familiar. Todos cooperan gustosos a la obra doméstica con
creciente benevolencia y espíritu de sacrificio si es necesario. Todos los
miembros de la famiiii experimentan en común un gran número de emo-
ciones, sentimientos, deseos, simpatías y repulsiones. La familia une es-
trechamente a sus componentes en una obra común creadora de una so-
lidaridad afectiva formada por la comunidad de tendencias, de afectos, de
necesidades y de medios materiales para satisfacerlas.
Así es la familia ideal, a la que se acercó la familia no ha mucho
existente. Desgraciadan~nte,.en la actualidad, numerosas causas de orden
económico, social, moral y hasta político han rebajado el vinculo familiar
y quebrantado la autoridad del jefe de la familia.
La autoridad de los padres no puede imponerse por la amenaza, por
la violencia y menos aún por la brutalidad.
La disciplina familiar exige que los mandatos del jefe se acaten su-
misamente o, por lo menos, con respetuosa resignación, porque no apa-
recen injustos y caprichosos y sí tendientes al bien de los dirigidos. Ni
la esposa, ni el niño, que pueden temblar ante las brutalidades del dés-
pota, prestan eficaz obediencia si no hay autoridad moral en el que man-
da; su sumisión es pasajera y pronta a la rebeldía y en tales casos, no
se puede hablar de unidad y solidaridad familiar.
Es imposible separar la evolución de la familia, de la evolución del
conjunto social. La familia necesita adaptarse al ambiente físico y al
medio social en que vive y se desarrolla. Cuando la subsistencia de sus
componentes estaba asegurada por el medio físico circundante, por la
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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 57

caza, por la pesca, la familia permanecía unida, sus miembros trabajaban


en común para proveer a las necesidades domésticas; la familia se bas-
taba a sí misma y su unidad estaba asegurada.
E n la época de la agricultura en pequeña escala, la familia todavía
no experimentaba la necesidad de disgregarse. Cultivaban entre todos el
campo de propiedad familiar y con sus productos cubrían sus necesidades.
Comían el pan hecho de su propio trigo, y la comunidad de necesidades
y de medios para satisfacerlas garantizan la cohesión familiar.
La pequeña industria unía íntimamente la economía doméstica y la
actividad industrial. El padre era también el patrón y jefe que trabajaba
con sus hijos y su mujer. Todos estaban interesados en la obra colectiva
y el trabajo realizado en común para satisfacer las necesidades de todos
creaba un poderoso vínculo de solidaridad y unión.
Actualmente, la introducción del maquinismo, que ha transformado
radicalmente la industria, los nuevos métodos de cultivo de la tierra, la
poderosa organización capitalista que priva, han vuelto imposible la exis-
tencia del tipo de familia antes descrito.
El obrero pasa la mayor parte de su vida en la fábrica, y cuando
llega al hogar rendido de fatiga, lo que quiere es descansar y descuida
ocuparse de la dirección de la familia y de los problemas domésticos, que
muchas veces ni siquiera conoce, por la forzosa separación de su hogar
que su trabajo le impone. Si el obrero tiene hábitos viciosos, el desastre
es mayor, porque malgasta el tieqpo que le deja libre su trabajo, en con-
currir junto con sus camaradas también pervertidos, a centros de vicio,
donde derrocha su vida y su raquítico jornal.
Por otra parte, el aprendizaje aleja a los jóvenes, casi niños, de1
hogar, de la vida familiar y, hasta cierto punto, los substrae de la autori-
dad de sus padres. Los miembros de la familia, ya de más edad, que no
se han dispersado para llevar una vida independiente, se encuentran en
condiciones muy semejantes al jefe de la familia. Muchas veces aun la
esposa y madre se ve en la necesidad de contribuir con el producto de
su trabajo, prestado también fuera del hogar, al sostenimiento de las car-
gas de la familia.
En estas condiciones, la unidad y solidaridad de la familia apenas
existe, los miembros de la familia casi se consideran extraños por la
falta de convivencia prolongada y por la carencia de aspiraciones, ten-
dencias y necesidades que se consideren comunes al grupo.
Lo que se dice de la familia obrera, con algunas variantes, puede
afirmarse de la familia perteneciente a la llamada clase media, cuando es
pobre. Cambia el escenario, ya no es la fábrica, el taller; es la oficina,
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58 FRANCISCO H. RUIZ

es el almacén; pero de todos modos, los miembros de la familiil trabajan


fuera del hogar, separados unos de otros, y esa falta de convivencia va
creando diversidad de tendencias, de aspiraciones, de intereses, que que-
brantan hondamente la cohesión familiar.
La familia acomodada, aunque por otros motivos, también está ame-
nazada de disolución. La vida de placer, muchas veces de orgía, a que
se entregan algunos de sus miembros, los clubes, los centros sociales,
los restaurantes, los cabarets, etc., etc., son grandes obstáculos para cul-
tivar la vida en familia, que debe nutrirse de aspiraciones, tendencias e
intereses comunes engendrados por la prolongada tonvi-h.
Por otra parte, la creciente intervención del Estado en la vida fami-
liar y la poderosa organización capitalista imperante, han ido ptivando
a la familia de muchas de sus genuinas funciones.
lQ Educación de los hijos. La educación tiene como uno de sus fines
principales trasmitir a las nuevas generaciones las conquistas & la cd-
tura, los valores tradicionales. El educando recibe la herencia cultural
humana. Esta función tan importante, en gran parte la ha tomado a su
cargo el Estado, porque la mayoría de los padres no tienen el tiempo,
ni los conocimientos necesarios para desempeñarla eficazmente. Son per
conas especializadas, verdaderos técnicos, a quienes se les coda; pero
m, debe caerse en la exageraci6n de exduir de tan attisiuu función a
los padres.
29 El cuidado de los enfermos. Esta función, antes de carácter ge-
nuinamente familiar, va saliendo también de la esfera de acci6n de la fa-
milia. Los enfermos, actualmente, si tienen recursos se curan en los sa-
natorios; si son indigentes, en los hospitales. Organizaciones, en grande
escala, de servicios médicos, en edificios apropiados, cuidan & los en-
fermos.
,No soy enemigo de este procedimiento, y todavía más, creo que en
murhas ocasiones suple con ventaja a los cuidados familiares que antes
se les prestaba, que si eran ricos de cariño, no siempre eran lo que e1
enfermo necesitaba. Solamente hago notar para los efectos que después
expresaré, que esta es otra función que va perdiendo la famiti de tipo
antiguo, que mucho contribuía a la solidaridad familiar.
39 El cuidado de los ancianos y de los inválidos. El cuidado de los
hiC una venerable función que
a n c h o s y de los mváiidos pat? trabajar,
por mucho tiempo estuvo encomendada a la fimrilio. El régimen & segu-
ros sociales va haciendo pasar esta función ai Estado u -es
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L A SOCIALIZACZON DEL DERECHO Y E L CODIGO C I V I L 59

constituidas debidamente para hacer que se reparta entre muchos un daño


económico que soportan sin grande esfuerzo, cuando sería suficiente para
anonadar completamente a un individuo aislado. Se va socializando esta
importante función, antes encomendada a la familia.
No tengo tiempo para seguirme ocupando de otras funciones que de
la familia van pasando al Estado o a otras agrupaciones de tipo no oficial.
Lo expuesto demuestra que la familia está sufriendo de una trans-
formación muy importante en su organización y en su funcionamiento,
y que deben modificarse fundamentalmente las normas jurídicas que la
rigen. Pero esas modificaciones no deben hacerse solamente en el Código
Civil, sino también en otras ramas de la legislación: Derecho obrero.
Derecho agrario, Derecho administrativo, etc. Y se exige también para
su correcta organización el concurso de la moral, de la sociologia y de
la economía.
La familia no es un grupo artificial en el que el legislador pueda,
a su capricho, modificar su constitución y encauzar su desarrollo. La
evolución de la familia está íntimamente ligada a la evolución social y de
las costumbres. No puede modificarse la familia siguiendo un procedi-
miento puramente dialéctico; es necesario tener en cuenta los hechos, los
datos sociológicos y las necesidades económicas. Por eso, una organiza-
ción de la familia en que se considere a la mujer como era hace dos si-
glos, será una organización perfectamente inadecuada. Nuestros Códigos
Civiles, sobre todo los anteriores al 1928, inspirados en el Código de
Napoleón, que a su vez tuvo muy en cuenta el Derecho Romano, son al-
tamente censurables y de tipo completamente anticuado. Ya en el Códi-
go de 28 se corrigieron muchos defectos; pero todavía es necesario hacer
algunas reformas en este Código.
Muy brevemente me ocuparé de cómo ha sido organizada la familia
en nuestros Códigos Civiles. Sin entrar en detalles, voy a hablar de las
tres instituciones fundamentales del Derecho familiar: el matrimonio, las
relaciones paterno-filiales y la tutela.

La plática de hoy va a ser un poco árida, porque me voy a ocupar


de hacer la exposición de varias de nuestras normas de Derecho positivo ;
no voy a hacer un estudio detallado de ellas, sino sólo la exposición con-
ducente, a efecto de ver cómo en esas disposiciones se ha ido realizando
la socialización del Derecho.
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60 FRANCISCO H. RUIZ

Hemos tenido en México tres Códigos Civiles: el Código de 1870,


el de 1884 y el de 1928. El Código de 1870 y el de lW, por lo que toca
a la organización de la familia, casi son iguales; en el Código de 1884
la refonna fundamental que se hizo fué relativa al Derecho sucesorio,
Voy a hacer una exposición comparativa entre las nonnas de los Códigos
de 1870 y 1884 con el Código de 1928, a efecto de que se pueda hacer
resaltar cómo se ha ido socializando el Derecho de la familia, y cuáles
deben ser las reformas que es indispensable que se hagan en el mismo
Código de 1928 que ya corrigió varios de los defectos que se notaban en
el Código de 1884. En los Códigos Civiles tanto de 1884 como de 1870,
la mujer guardaba una posición jurídica muy diferente e inferior a la
que guardaba el hombre. Desde las primeras instituciones jurídicas que
reglamentan estos códigos, comienzan a encontrarse esas diferencias.
Tratándose del domicilio, conforme a los Códigos a que me estoy
refiriendo, la mujer casada no tenia un domicilio propio: tenía el domi-
cilio del esposo, si vivía con él, y tenia también la obligación de seguir
a su esposo, de trasladar su residencia, de trasladar su domicilio a donde
lo hubiera trasladado su esposo. No había más que una acepción a esta
obligación y era cuando el esposo llegaba a trasladar su domicilio al
extranjero.
En el Código de 1928 se corrigió la severidad de este precepto: se
impuso la obligación a la mujer de vivir con su esposo, pero ya se esta-
blecieron más excepciones que las que habían establecido los Códigos de
1870 y 1884. La mujer, conforme al Código Civil vigente, no está obli-
gada a seguir a su marido, no solamente cuando éste traslade su residen
cia al extranjero, sino también cuando el marido traslade su residencia a
un lugar insalubre o a un lugar inconveniente para que viva su esposa.
Por otra parte, en el Código de 1928, se reconoció que la mujer te-
nia una vida jurídica propia. Desde el artículo 29 se estaMeció que no
podía haber diferencias jurídicas entre el hombre y la mujer fundadas
en el sexo. Era lógico que tratándose a la mujer como a ser de igual ca-
tegoría que el hombre, se hablara de su domicilio, y aun cuando, por re-
gla general, la mujer tiene el mismo domicilio que su esposo, no tiene
un domicilio por participación; digámoslo así, sino que tiene domicilio
'propio.
L a mujer casada conforme a los Códigos de 1870 y 1884, tenia la
obligación de obedecer al esposo en todo lo que se refería a cuestiones
domésticas, a la educación de los hijos y a la administración de los bienes.
En el Código de 1928, se establece que los esposos, de común acuerdo,
resolverán aquello que se refiere a la educación de los hijos y a la admi-
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L A SOCIALZZACZON DEL DERECHO Y EL CODZGO CIVIL 61

nistración de sus bienes; y cuando respecto a la educación de los hijos


surge alguna dificultad, no queda subaltemada incondicionalmente la mu-
jer a lo que disponga el esposo, sino que el asunto se lleva al juez, y será
él el que resuelva lo más conveniente.
En los Códigos de 1870 y 1884, sobre todo cuando el régimen bajo
el que estaban casados los esposos era el de sociedad legal, se producia
una capitis diminutio en la capacidad juridica de la mujer. Se cometía
en esos códigos una verdadera inconsecuencia. A la mujer mayor de edad,
cuando no estaba casada, le concedían la facultad de administrar y dis-
poner de sus bienes como todo mayor de edad; pero si la mujer estaba
casada, aun cuando fuera mayor de edad, ya no podia administrar, ni
disponer de sus bienes, sino con el consentimiento o la autorización de
su esposo. Tal parece que el matrimonio producia el efecto de disminuir
la capacidad de la mujer para dirigir su vida y administrar y disponer
de sus bienes. Se explicaba esta inconsecuencia de la siguiente manera:
no podía admitirse que el legislador considerara al matrimonio como una
institución capaz de disminuir la capacidad jurídica o la capacidad natu-
ral de la mujer, pero era necesario -ya que el legislador habia creído
conveniente que subsistiera la autoridad marital- que el marido ejerciera
un predominio casi absoluto en la mujer, y por eso, aun cuando no juz-
gara el legislador que habia disminuido la capacidad legal de la mujer
para dirigir sus asuntos, no se le concedía la libertad que se reconocía a
la mujer mayor de edad, si la mujer estaba casada.
Cuando el matrimonio se había celebrado bajo el régimen de sacie-
dad legal era muy notable la disminución de la capacidad jurídica que
sufría la mujer: era el marido el representante legítimo de la mujer, el
administrador legal de sus bienes; la mujer no podia disponer de sus
bienes, bien fuera enajenándolos, bien fuera gravándolos, no podia tam-
poco adquirir bienes. Para todo esto necesitaba la autorización de su ma-
rido, lo mismo que para llegar a litigar. En el Código de 1928, a pesar
de que se admite como uno de los regímenes matrimoniales la sociedad
legal, ya no se establece que sea el marido precisamente el representante
legítimo de la mujer, el administrador legal y forzoso de sus bienes; ya
no se incapacita a la mujer, aun casada, para que pudiera administrar
de la manera que creyera más oportuna sus bienes. Tanto el esposo como
la esposa, deben convenir, deben ponerse de acuerdo, en lo relativo a la
administración de sus bienes y también en lo que se refiere a la educación
de los hijos, pues conforme a los Códigos de 1870 y 1884, no tenía liber-
tad de acción la mujer para educar a sus hijos: debía de obedecer a su
marido en lo que a educación se refería. En los Códigos a que me he ve-
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62 FRANCISCO H. RUZZ
nido refiriendo, se cometía esta inconsecuencia, a pesar de que la mujer
hubiera contraído matrimonio bajo el régimen de separación de bienes,
no podía disponer de sus bienes inmuebles y de sus derechos reales si no
es con la autorización del esposo, por más que se decía en d Código que
bajo el régimen de separación de bienes, la propiedad y el ,goce de los
bienes pertenecían a cada uno de los cónyuges. La mujer par estar ca-
sada y en virtud de la autoridad marital, ni aun de sus bienes propios,
ni aun de aquellos bienes en los que no habíí perdido lir propiedad, que
no eran comunes, no podía disponer de ellos sin la autorización del esposo.
Estas limitaciones han desaparecido en el Código de 1928. El hom-
bre y la mujer, al contraer matrimonio, deben elegir expresamente, en
lo relativo a sus bienes, el régimen bajo el cual se casffn, y si optan por
el de sociedad conyugal, de comúp acuerdo designarán ai que debe re-
presentar a la sociedad. Si prefieren d & separación de b i s , siepdo
mayores de edad, tanto el hombre como la mujer, pwden dioponer libre-
mente y administrar también con libertad sus bienes propios.
En los Códigos de 1870 y 1884, la patria potesQd ag b ejercía la
madre sino en defecto del padre; se necesitaba que éste estuviera muerto,
para que entrara a ejercer la patria potes(ad la d r u . El padre podía,
en SU testamento, nombrarle consejeros a su esposa y madre de sus hijos, .
con el objeto de que le dieran sus opiniones, h a c o ~ j a v m par*, la te-
solución de determinados negocios, y se sancionaba al no oer oídos caos
consejeros, con la pérdida de la patria potestad, después de oír o la mu-
jer en juicio contradictorio. También se establecía que la mujer que con-
traía segundas nupcias, por ese salo hecho, perdía la patri;, potestad sobre
los hijos de su primer matrimonio. Estas íimitaciones hap desaparecido
en el Cádig~de 1928.
Conforme a los Códigos de 1870 y 18614, la mujer, aun cuando fuera
mayor de edad, si no había cumplido todavía 30 años, no podía abando-
nar la casa paterna si no era para casarse, o bien cuanda el padre, la ma-
dre o el ascendiente con quien vivía coiitrajera n w o matrimonio. Era
una exigencia injustificada, porque si se creÍa que la mujer, lo mismo
que el hombre, a los 21 años tiene la aptitud necesaria para poder dirigir
su vida jurídica, no había razón para exigir que la mujer mayor de edad,
mientras no cumpliera treinta años, permaneciera como hija de familia,
privándola de los derechos que le correspondían por haber llegado a la
mayor edad.
, La mujer, conforme a los Códigos de 1870 y 1884 no podía ejercer ,

el cargo de institutriz, fuera de los casos de tutela legitima; para lo demas,


para el desempeño de las otras tutelas y en casos diferentes a aquéll0s
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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 63

a que la ley se refería, no le reconocían estos códigos capacidad jurídica a


la mujer. Llegó a estar tan disminuída la capacidad jurídica de la mujer,
que no se le admitía ni como testigo en testamento. Estas limitaciones
a la capacidad jurídica de la mujer, estas desigualdades con el hombre,
desaparecieron en el Código de 1928; pero éste, todavía conserva algu-
nas que están destinadas a desaparecer en un futuro próximo. Todavía
conforme al Código de 1928, la mujer necesitaba autorización judicial
para contratar con su marido, fuera del contrato de mandato, y aún se
exige que la mujer, para que pueda ser fiadora de su esposo o para obli-
garse solidariamente con él, que obtenga autorización judicial. Se expli-
can estas limitaciones, porque, aun cuando teóricamente, nuestro Código
ha equiparado a la mujer con el hombre, y aun a la mujer casada con su
esposo, no puede ignorar el legislador mexicano que por una larga tradi-
ción, que por costumbres respetables por lo menos por su duración, hay
una sumisión muy marcada de la esposa para el esposo. Nuestra familia
tiene, caracteres muy especiales, siendo uno de los principales esa sumi-
sión que, cuando no excede ciertos límites, es conveniente para que se
establezca la disciplina en la familia y la tranquilidad en el hogar. No
ignorando el legislador ese ascendiente ejercido sobre la esposa, aunque
legalmente, equiparó la capacidad jurídica del hombre y la mujer, juzgó
que ésta podía sufrir sugestiones inconvenientes de parte del esposo, y
cuando están en oposición los intereses de la esposa con el esposo, quiso
que intervinieran autoridades judiciales que pudieran defender a la mujer
de ese ascendiente que, por costumbres mucho tiempo observadas, tiene
el esposo sobre la esposa.
No se comete, pues, una inconsecuencia al haberse establecido la
igualdad jurídica entre el hombre y la mujer aun dentro del matrimonio,
y, sin embargo, exigir que cuando la esposa contrata con el esposo, sobre
todo, en aquellos contratos en que el beneficio es para el esposo, inter-
venga la autoridad judicial a fin de defender los derechos de ia esposa,
que quizá ésta no tuviera la entereza necesaria para defenderlos.
Tratándose de las relaciones entre los padres y los hijos, también
vemos muy marcadas diferencias entre los Códigos de 1870 y 1884 y el
Código de 1928. Los primeros establecían reglas muy diferentes respecto
de la investigación de la paternidad y de la maternidad. En los Códi-
gos de 1870 y 1884, estaba prohibida y se daba énfasis a la prohibición
al decir "se prohibe absolutamente" la investigación de la paternidad de
los hijos nacidos fuera del matrimonio. A pesar de esta regla absoluta,
esos mismos Códigos establecían una excepción: permitían que la pater-
nidad se investigara en los casos de rapto o violación, cuando la época
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64 FRANCISCO H. RUIZ
del delito coincidía con la época de la concepción; fuera de esos casos,
estaba prohibida la investigación de la paternidad. En estos Códigos, sin
llegar a autorizar la completa investigación de la maternidad, la permitían
en muchos casos, bastaba que el hijo tuviera la posesión de estado de hijo
natural, para concederle derecho de investigar quién era la madre, siempre
que ésta, cuando se instaurara la investigación, no estuviera casada con
hombre distinto del que se decía que era el padre. En ) Código de 1928,
no se ha llegado, como muchos pretenden que debe hacerse, a conceder
completa libertad para investigar la paternidad; pero en este Código se
han ampliado los casos de investigación de la paternidad. En los Códigos
de los años de 1870 y 1884, estaba prohibida h investigación de la pater-
nidad, fuera del caso a que me he referido. La razón de la severidad del
texto prohibitivo fué, según lo explican algunos comentaristas, porque
hubo en épocas muy cercanas a la promulgación del Código de Napoleón
l grandes escándalos en Francia a consecuencia de la investigación de la
I
paternidad, porque mujeres que querían especular con el escándalo, lie-
garon a entablar acciones de investigación de paternidad que después se
vió que no tenían más objeto que obtener lucro ; y por ese temor al abuso
que podían hacer mujeres sin pudor de la investigación de la paternidad,
se ilegó a una consecuencia injusta, a una consecuencia radical; injusta,
porque privaba al hijo de un derecho, sin ser él el culpable, y radical,
porque casi cerraba la puerta a la investigación de la paternidad. Los pre-
ceptos relativos figuraron en los códigos francés, italiano, portugués, etc. ;
fueron acre y victoriosamente combatidos, y llegó a establecerse por la
jurisprudencia algunas excepciones que en rigor no cabían dentro de los
textos tan formales, tan severos, que prohibían la investigación de la pa-
ternidad.
Cuando se formó el Código de 1928 ya eran muy conocidas esas censu-
ras ; eran también conocidas las excepciones que, fundándose en principios
de equidad más que en textos legales, la jurisprudencia haya establecido
al respecto, y naturalmente que se aprovecharon todos esos datos, y en el
Código de 1928 se concede que la paternidad se investigue, no solamente
cuando ha habido rapto o violación que coincida con la época de la con-
cepción, sino también en otros casos en que hay grandes probabilidades
de saber quién es el padre.
En el Código de 1928 son cuatro los casos en que se permite la in-
vestigaci6n de la paternidad; el primero, es el que ya reconocian los Có-
digos de 1870 y 1884; el segundo, es cuando el hijo tenía la posesión de
estado de hijo natural; el tercero, es cuando un hijo nace de dos personas
que viven maritalmente, sin estar casadas, siempre que h época de la con-
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L A SOCIALIZACION DEL DERECHO, Y EL CODIGO CIVIL 65

cepción coincidiera con la época en que hacían esa vida marital; y, por
Último, se concede también el derecho de investigar la paternidad, cuando
el hijo tiene una prueba que justifique esa investigación. No se quiso
abrir enteramente la puerta a la investigación de la paternidad; todavía
se abrigan
- temores, se tienen escrúpulos, más o menos fundados, de que
pudiera abusarse de ese derecho.
La investigación de la paternidad no es más que el reconocimiento
de un principio de justicia incontrovertible. Nadie discute que el que CO-
mete una falta sea responsable de las consecuencias de esa falta; nadie
discute que el que causa un daño tenga la obligación de reparar las conse-
cuencias que ese daño origine. Esto nadie lo pone en duda ; lo que se exige
es la prudente aplicación de ese principio. Se han querido evitar estos dos
extremos: negar al hijo el derecho, que sin. duda tiene, de saber quién lo
trajo al mundo, de poder exigir a quien lo ha procreado, que cumpla con
los deberes que le impone la paternidad ; pero por otra parte, se quiso que
solamente en casos en que hubiera presunciones de que se procedía justifica-
damente y no por móviles bastardos, se tuviera ese derecho. Se eligieron
los mencionados cuatro casos en que notoriamente había motivos suficien-
tes para presumir que determinada persona era el padre del hijo que quería
saber quién lo había traído al mundo, para exigirle el cumplimiento de las
obligaciones que ese hecho le imponía.
Sin embargo, no son esos todos los casos, y en la doctrina se establecen
otros más, en que está permitida la investigación de la paternidad. Es
cierto que no se dispone actualmente de pruebas directas, de pruebas in-
controvertibles que demuestren quién es el padre de la criatura. Se ha
recurrido a algunos procedimientos: examen de sangre, etc.; pero no se
ha llegado a conclusiones decisivas, pues a lo sumo las demostraciones
negativas son concluyentes. Actualmente no puede demostrarse indubi-
tablemente la paternidad de un hombre sobre un niño, sobre una criatura
determinada. Se trata de un hecho que sólo puede demostrarse indirecta-
mente, por presunciones. Aun la filiación legítima no se demuestra con
prueba directa concluyente e incontrovertible. También la filiación legítima
se apoya en presunciones: se apoya en la vida marital que hacen el padre
y la madre; en la honestidad y fidelidad de la esposa, que hace fundada-
mente suponer que no tiene relaciones sexuales más que con su esposo.
Pero estas son también presunciones, y se pregunta : ¿por qué esas presun-
ciones que se admiten para el hijo legítimo se han de desechar cuando
concurren en las uniones extramatrimoniales para el hijo que nace de esas
uniones? ¿Por qué tal severidad para el hijo nacido fuera de matrimonio,
de lo que no tiene la culpa? Y la doctrina llega lógicamente a estas con-
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66 FRANCISCO H. RUIZ

dusiones: debe admitirse la investigación de la paternidad en todos los


casos en que haya presunciones serias de que determinado hombre es el
padre de la criatura. Se sostiene, por tanto, que no se deben fijar casos
concretos, y que si se fijan, no se han de fijar limitativamente; que debe
dejarse la puerta abierta para admitir otros casos análogos.
Por lo que toca a la investigación de la maternidad, ya había dicho
que en los Códigos de 1870 y 1884 no se admitía con toda libertad, de
una manera absoluta, la investigación de la maternidad, pero se permitía
en varios casos. En el Código de 1928 se cambió este sistema; conforme
a este Código, sí hay la libre investigación de la maternidad. En el Código
de 1928 hay artículos expresos en que se dice: la madre no tiene el dere-
cho de dejar de reconocer al hijo, la madre tiene la obligación de que
figure su nombre en el acta de nacimiento. (Art. 60.) La f i l i i ó n de los
hijos nacidos fuera de matrimonio resulta con relación a la madre, del sólo
hecho-del nacimiento. (Art 360.) Solamente por el respeto que merece
el hogar y por la tranquilidad de 1a familia se establecen las excepciones
que mencionan los artículos 372 y 385 del mencionado Código.
Pero aún en el Código de 1928, son diferentes las situaciones jurídi-
cas en que se coloca al padre y a la madre en relación con el reconocimien-
to de los hijos nacidos fuera de matrimonio, por más que esas diferencias
estén justificadas. La maternidad se establece indudablemente por el naci-
miento, allí no hay duda de quién es la madre. La prueba que se rinda
sobre la paternidad no llega nunca a la demostración incontrovertible de
que efectivamente el hombre que se cree padre sea el padre ;se apoya siem-
pre, como he dicho, en presunciones.
Me voy a ocupar de otra institución del Derecho familiar que ha sido
notablemente modificada en el Código Civil de 1928: de la tutela. La tutela
en b s Códigos de 1870 y 1884 adolecía de deficiencias muy serias; no es
mi propósito criticar leyes que ya no están en vigor, ni menos hacer re-
saltar perfecciones, & un Código nuevo respecto del anterior; no, es muy
explicable que las leyes vayan aprovechando la experiencia para ir corri-
giendo los errores, las deficiencias en que se ha incurrido, y, por regla
generai, la experiencia confirma que los Códigos posteriores son mejores
que los anteriores. En el Código de 1870 y en el de 1884, la tutela fué
principalmente organizada teniendo en cuenta a las clases acomodadas,
a los ricos. El tutor tenía como principal obligación cuidar de los intereses
del pupilo, y aun cuando también se le imponía la obligación de cuidar de la
persona del pupilo, no se remarcaba la preferencia que por el cuidado de
ésta debía tener el tutor; se encontraban colocados el cuidado de la per-
sona y el de los bienes en el mismo plano. En el Código de 1928, expresa-
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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO Y E L CODIGO CIVIL 67

mente se dice: que en la tutela se cuidará preferentemente de la persona


de los incapacitados, a fin de que reciban la educación que corresponda a su
situación económica y a sus aptitudes. Aunque en los Códigos de 1870 y
1884 se reconocía que la tutela era una carga de la que no se podía eximir
sino por causa legítima, no se hizo notar de manera enérgica que constituía
un verdadero servicio social.
En el Código de 1928 se reglamentó una clase de tutela desconocida
en nuestros Códigos civiles de 1870 y 1884: la tutela llamada de autoridad.
Se dispuso en el primer código citado que a los menores de edad que no
estén sujetos a patria potestad ni a tutela testamentaria o legitima, aunque
no tengan bienes, se les nombre un tutor dativo. La tutela en este caso
tendrá por objeto el cuidado de la persona del menor, a efecto de que re-
ciba la educación que corresponda a su posibilidad económica y a sus aptitu-
des. El tutor será nombrado a petición del Consejo Local de Tutelas, del
Ministerio Público, del mismo menor y aun de oficio por el juez pupilar.
Cuando se trata de menores indigentes, es difícil encontrar quien quie-
ra desempeñar la tutela, porque ésta se la disputan muchos cuando puede
producir pingües utilidades ; pero cuando sólo origina cuidados, molestias
y responsabilidades, sin retribución alguna, pocos son los que voluntaria-
mente la aceptan inspirados en sentimientos de altruismo y solidaridad.
Por eso fué que el Código Civil de 1928 impuso obligatoriamente el desem-
peño de esta tutela a personas que tenían un cargo público retribuído por
el Erario. Deben desempeñar la tutela de que se trata, los presidentes
municipales y regidores de los ayuntamientos, las personas que desempeñen
la autoridad administrativa, en donde no hay ayuntamientos, los profeso-
res oficiales de instrucción primaria, secundaria o profesional, los miem-
bros de juntas de beneficencia pública o privada que disfruten sueldo del
Erario y los directores de establecimientos de beneficencia pública. Se dejó
abierta la puerta para que puedan también desempeñar esta tutela las per-
sonas que figuren en las listas de personas aptas para desempeñar tutelas,
formadas por los Consejos Locales de Tutelas, y quieran servir gratuita-
mente la tutela de que se viene hablando.
El Código de 1928 procuró resolver algunos difíciles problemas rela-
cionados con la tutela de los indigentes. Dispuso que cuando los pupilos
carecieren de recursos económicos para satisfacer los gastos que demanden
su alimentación y educación, el tutor exigirá la prestación de esos gastos
de los parientes que tienen obligación de alimentar al incapacitado. Si no
existen esos parientes o carecen de recursos para cumplir esa obligación,
el tutot, con autorización del juez pupilar, quien oirá al curador y al res-
pectivo Consejo Local de Tutelas, pondrá al menor en un establecimiento
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68 FRANCISCO H. RUIZ

de beneficiencia pública o privada, donde pueda educarse. Si esto no fuere


posible, procurará que los particulares suministren trabajo al pupilo, com-
patible con su edad y sus circunstancias personales, con la abfigación de
alimentarlo y educarlo; debiendo el tutor vigilar que el menor no reciba
daño por lo excesivo del trabajo, lo insuficiente de la alimentación o lo
defectuoso de la educación que se le imparta. Los incapacitados indigente!
que no puedan ser alimentados y educados por los medios antes menciona-
dos, lo serán a costa de las rentas públicas del Distrito o dc los Territorios
Federales, según el lugar donde estén domiciliados. Tratándose de la tutela,
mucho hizo el Código de 1928 para realizar su propósito de socializar el
Derecho, pues extendió los efectos benéficos de esa institucih a la clase
indigente, que había vivido en el más completo desamparo.
Como consecuencia de las transformaciones radicales que ha expe-
rimentado la mujer en su condición jurídica y social, actualmente ya no
agotan sus actividades las faenas domésticas, las labores d d hogar. La
mujer ha comenzado a invadir el campo científico, d industrial, el comer-
cial; ha comprvdido que su independencia económica indudablemente
tendrá importantísimas repercusiones en su posición en d hogar, porque
cuando la mujer no busque en el marido al proveedor de sus necesida-
des, cuando la mujer esté preparada para bastarse a sí misma, irá al matri-
monio por afecto, será la colaboradora de su esposo y, aigunas veces, la
copartícipe en los gastos que exige el sostenimiento del hogar. Los ene-
migos de que la mujer se desarrolle paralelamente ai hombre, de que reciba
una educación y adquiera una cultura muy semejante a la del hombre,
censuran esas nuevas actividades de la mujer desde dos puntos de vista.
Afirman que la mujer pierde mucho de sus atractivos, que se vuelve menos
femenina cuando desempeña funciones que hasta hace poco habían sido ,

del dominio exclusivo de los hombres. Este es un argumento de tono senti-


mental, quizá de carácter estético, pero muy convencional. San muy diver-
sos los pareceres acerca de lo que constituye el atractivo femenino de la
mujer ; mucho han variado las opiniones acerca de la conveniencia de que
la mujer practique los dePo& como medio eficaz para alcanzar su des-
arrollo físico ;pero puede afirmarse que en la actualidad la opinión sensata
no juzga a las mujeres que procuran no sólo su desarrollo intelectual, sino
también el físico, como mujeres hombrunas que han perdido sus atractivos,
como marirnachos repugrlantes. Las considera como mujeres íntegra y
armoniosamente desarrolladas dignas de toda estimación y respeto.
El segundo argumento esgrimido es un poco más serio. Se dice que
las ocupaciones de la mujer fuera del hogar constituyen un obstáculo para
que desempeñen convenientemente las nobilísimas funciones de esposa y
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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 69

madre; se afirma que la mujer que trabaja fuera del hogar, que practica
un oficio o ejerce una profesión, desatiende sus obligaciones en el hogar,
que cuida poco del esposo y de los hijos. Es necesario examinar si estas
aseveraciones son exactas. Por desgracia entre nosotros una defectuosísima
organización doméstica hace que el desempeño de las ocupaciones propias
del hogar absorban una cantidad enorme de tiempo, un gasto innecesario
de energías y un gran despilfarro de recursos económicos.
En muchos lugares las faenas domésticas exigen una atención casi
constante del ama de casa. Todavía están en uso en muchos hogares pro-
cedimientos primitivos para desempeñar los quehaceres domésticos ; toda-
vía no se ha generalizado suficientemente el empleo de muchos utensilios,
al alcance de fortunas modestas, que vuelvan menos penosas, más rápidas
y eficaces multitud de faenas del hogar. Pero por fortuna cada día se va
extendiendo más el uso de instrumentos y máquinas que ahorran trabajo
y tiempo y redimen a la mujer de penosas labores, que la hacen malgastar
su tiempo y descuidar el cultivo de su espíritu.
Las actividades desarrolladas por la. mujer fuera del hogar pueden
crear algunos problemas que el legislador ha previsto y resuelve. El Có-
digo Civil dispone que estará a cargo de la mujer la dirección y cuidado
de los trabajos del hogar; pero que puede desempeñar un empleo, ejercer
una profesión, oficio, industria o trabajo, si con ello no descuida la misión
que le está encomendada en el hogar. El marido podrá oponerse a que la
mujer se dedique a las mencionadas actividades, siempre que subvenga a
todas las necesidades de la familia y funde su oposición en causas graves
y justificadas. Si sobre el particular se suscita controversia entre los es-
posos, el juez respectivo resolverá lo que sea procedente. (Arts. 169, 170
y 171.)
En el Código Civil de 1928 se ha hecho desaparecer la subordinación
incondicional de la esposa al esposo, al poner fin a la inferioridad legal
que la mujer guardaba en el hogar.
Entre nosotros hay dos regímenes que regulan las relaciones patri-
moniales de los cónyugues: el de la sociedad legal y el de separación de
bienes. Tanto en el Código de 1870 como en el de 1884, se estableció que
cuando se celebraba el matrimonio y nada se decía respecto del régimen
bajo el cual los esposos se casaban, se suponía que era contraído bajo el
de comunidad de bienes. No se exigió a los esposos que al casarse manifes-
taran por cuál de los regímenes optaban, porque se creía que era mortifican-
te, sobre todo para la mujer que en los momentos en que iba a contraer
matrimonio, que se contraía exclusivamente por amor, se tratara de asun-
tos económicos, de asuntos en que se versaran intereses pecuniarios. Se
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70 FRANCISCO H. RUZZ

creyó favorecer a la mujer interpretando la falta de pacto expreso sobre


el particular, en el sentido de que el matrimonio se celebraba bajo el ré-
gimen de comunidad de bienes.
La Ley de Relaciones Familiares estimó que el régimen de la comuni-
dad de bienes en el fondo entrañaba una donación, porque lo que era de
la propiedad exclusiva de uno de los cónyuges se hacía de la propiedad
de los dos, por lo que el legislador pensó que debía de aplicarse la regla
general de que no debe presumirse que alguien quiere regalar lo que le
pertenece siendo necesario para que la donación exista que expresamente
la haga el donante. Entonces se adoptó la presunci6n contraria a la que
habia establecido el Código Civil de 1884, que cuando los cónyuges nada
pactan al casarse sobre el régimen económico de sus biuies, se supone
que contraen matrimonio bajo el sistema de separación de bitnes.
Con este sistema realmente resulta perjudicada la mujer, porque fe-
niéndose todavía los mismos escrúpulos para tratar de asuMos de intereses
al celebrar el matrimonio, en la mayoría de los casos la mujer no participa
de los bienes, ni presentes ni futuros del otro cónyuge.
El Código de 1928 siguió un sistema diferente: c o m -el legislador
por establecer que no habia ningún inconveniente, que er& uxt prejuicio,
no ocuparse de la organización económica del matrimonio cuando se celebra-
ba; si se iba a fundar una familia que exigía forzosamate recursos para
subsistir, para el sostenimiento de ella y de fa prde, no era hdebido, era
todavía un resto de un romanticismo ya pasado de época, el no querer
tratar esos asuntos al celebrar el matrimonio, y entonces se dispuso que d
celebrarse el matrimonio, lbs esposos pacten cuál es el régimen a que se
sujetan. Nada debe suponerse, no hay razón para sdPdfitr que quieran
comunicarse la propiedad de sus bienes ; lo mejor es que pacten expresa-
mente lo relativo a sus bienes ;y por eso es que se exige que d escrito en
que se solicita la celebración del matrimonio, se acompafte el contrato re-
lativo a los bienes. Se creyó que esto era conveniente para ía mujer, por-
que se elige ie uncrxto psicológico propicio para la mujer, a precisa-
mente cuando el esposo desea hacer su esposa a la persona que quiere,
cuando está mejor dispuesto a hacerla partícipe de su foftuna, de su buena
suerte, o, por lo menos, de sus deseos de adquirir bienes en el futufo y
compartirlos con ella. Pero si el esposo no quiere hacerlo, por: 10 menas
la mujer sabe ya con toda claridad en,qué condiciones va al matrimonio;
sabe que se va a casar con un hombre que expresamente dice que sus bie-
nes son de él, que los que adquiera serán también de' 61; que no dad
participación a la mujer de lo que adquiera por su trabajo, que sostendrá
solamente las cargas del hogar ; y si a la mujer le conviene ~aserseen esas.
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L A SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 71

condiciones, no puede llamarse a engañada. Por esto es que se estableció


en el Código de 1928 que, forzosamente antes de celebrarse el matrimonio,
se presentará al Oficial del Registro Civil el convenio relativo a las bases
de esa futura sociedad, y aun llega a imponerse la obligación al encargado
del Registro Civil, de formular él mismo, o dar todos los datos necesarios
para que se formule ese contrato, porque pudiera suceder, y de hecho su-
cede en muchos casos, que la gente humilde, la desvalida, la gente de nues-
tro pueblo, no tuvíera la capacidad necesaria para formular ese contrato.
En ese contrato no sólo debe decirse: adopto la comunidad de bienes;
adopto la separación de bienes, sino que debe expresarse con toda claridad
cuáles son las reglas fundamentales de esa comunidad, debe decirse que de
los bienes que se tienen en el momento de celebrarse el matrimonio, se
van a hacer copartícipes los cónyuges. Hay que prever esta eventualidad:
que al trasmitirse la propiedad de esos bienes, dada su cuantía o su natu-
raleza, sea necesario que se otorgue escritura pública, y en 'tal caso, no
sólo debe decirse en ese contrato que los bienes van a considerarse
como de la copropiedad de los esposos, sino que será necesario celebrar
la capitulación matrimonial en escritura pública, porque solamente así se
trasmite la propiedad de esos bienes ; y entonces, acompañar al escrito no
sólo la manifestación de la voluntad de los contrayentes, sino testimonio
de la escritura en que se haya pactado esa copropiedad. Debe decirse tam-
bién, con toda claridad, si los esposos van a hacer comunes todos los bienes
o sólo los productos de ellos. Si solamente serán comunes los bienes que
se adquieran durante el matrimonio. Debe pactarse también lo relativa al
trabajo, porque como se dijo: la mujer puede trabajar aun sin consenti-
miento del marido ; puede tener bienes propios, y está obligada a contribuir
también a las cargas del matrimonio; debe pues, pactarse si también de los
productos del trabajo van a participar los dos cónyuges.
También expresará, y esa es una de las modificaciones más importan-
tes en la sociedad conyugal, cuál de los cónyuges va a administrar los bie-
nes, los que se tengan y los que se adquieran, ésa es una modificación muy
seria, porque conforme al Código de 1884 y a los Códigos que reglamenta-
ban la sociedad conyugal, el representante legítimo de la mujer y el ad-
ministrador de los bienes de la sociedad, era siempre el marido. Hoy se
puede pactar que no sea el marido, que sea la mujer, o que sean los dos.
Todavía más, deben expresarse las facultades que se conceden en la ad-
ministración, y se exige que, puesto que se está estableciendo una sociedad
de carácter netamente económico, se fijen las bases de la disolución.
Si al celebrar el matrimonio se conviene que no sea el régimen de sacie-
dad conyugal el que se establece, sino el de separación de bienes, entonces
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72 FRANCISCO H. RUIZ

debe acompañarse una lista de todos los bienes que tengan los esposos, lo
mismo que de todas sus deudas, a fin de que se sepa qué cosa es de cada uno
de los cónyuges. Ese inventario de bienes, también debe acompañarse cuando
se trate de constituir el matrimonio bajo el régimen de sociedad conyugal,
porque es necesario saber cuáles son los bienes de que se van a hacer copar-
tícipes y los gravámenes y la? deudas que tengan los cónyuges. Ha de expre-
sarse, en el sistema de comunidad de bienes, si de todas las deudas respon-
de la sociedad, si sólo de las que contraiga el marido, o .h mujer, o de
las que contraigan los dos. Esta es una modificación importante, porque
en el régimen de la sociedad legal, tal como la reglamentó el Código de
1884, se disponía expresamente que la sociedad legal respondía de las
deudas que durante el matrimonio contrajera el marido, aunque las con-
trajera sin la voluntad, sin el consentimiento de la esposa. En el actual
régimen ya no puede hacezse eso; se necesita el consentimiento manifes-
tado por la esposa, para que la sociedad legal responda de las deudas del
marido. Con la reglamentación hecha por los Códigos de 1870 y 1884 de
una manera unilateral, siempre favorable al esposo, quedó normada la sacie-
dad legal, en forma tal, que en la mayoría de las ocasiones no se tenia
en cuenta la voluntad de uno de los socios, la voluntad de la mujer. El
marido obraba como el dueño de la situación, como el amo y señor y eso
aun en los pocos casos en que consentía que su esposa compartiera la di-
rección del hogar y los cuidados y las responsabilidades de la administra-
ción de los bienes de la sociedad conyugal, podía a su arbitrio, en cual-
quier momento, recobrar su supremacía, bastando para esto que revocara
las autorizaciones, las licencias que bondadosamente había concedido.
Esta organización de la familia, tan favorable al marido, dió por re-
sultado que existieran en los códigos a que me he referido, preceptos como
éstos que voy a exponer. Se decía que la mujer debía obediencia ai marido
en todo lo relativo a las cuestiones del hogar, a la educación de los hijos,
a la administración de los bienes ;que la mujer no podía contratar, no podía
adquirir ni a título oneroso, ni a titulo lucrativo; que la mujer no podía liti-
gar, ni para continuar los litigios que habían comenzado antes del matri-
monio. En fin, la mujer no podía, sin la autorización del marido, o sin
la autorización del juez, en su caso, ejecutar ninguno de los actos impor-
tantes de su vida jurídica. Como consecuencia de este estado de subordina-
ción en que caía la mujer por razón del matrimonio, fué necesario estable-
cer la representación de la mujer por medio del marido; fué necesario
establecer las autorizaciones, las licencias del marido, ya.
que la mujer no -

podía por propia determinación ejercitar sus principales derechos, ni eje-


cutar actos de importancia jurídica, sin la autorización del marido o la
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L A SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 73

del juez, cuando no quisiera darla el marido, sin fundamento ninguno. A


consecuencia de esa subordinación completa fué necesario que se organizara
la representación de la mujer por medio del marido ; éste era el representan-
te forzoso, necesario de la mujer; el marido era el administrador forzoso
en la. sociedad legal.
El marido podía enajenar y gravar los bienes inmuebles pertenecien-
tes a la sociedad conyugal, sin que fuera necesario que en la operación in-
terviniera la mujer, sino en muy pocos casos. Fué indispensable, para que
la mujer pudiera ejercitar sus derechos que la representara el marido, y
se llevó tan lejos esa incapacidad de la mujer, que se cometió la inconse-
cuencia de que hasta en los casos en que el matrimonio estaba sujeto al
régimen de la separación de bienes, y que, por consiguiente, tanto el marido
como la mujer eran dueños de los bienes que les pertenecían en propiedad
y podían administrarlos, sin embargo, tratándose de la mujer aun casada
bajo ese régimen de separación de bienes, no podía enajenar sus bienes
inmuebles ni sus derechos reales, sin autorización expresa del marido y,
en su defecto, del juez.
La razón de esa autorización, de esas licencias maritales, no podía
ser la inferioridad mental de la mujer, no podía fundarse tampoco en la
supuesta frivolidad y ligereza de la mujer, porque las mujeres que eran
solteras o viudas podían ejercitar sus derechos, podían disponer de sus
bienes, administrarlos, sin las taxativas que tenían las mujeres casadas.
No era, pues, una incapacidad que se derivaba del sexo; la mujer no era
incapaz como mujer, era incapaz como casada. Era el matrimonio el que
producia esa disminución de capacidad jurídica. La mujer inteligente, re-
flexiva, cuidadosa, en una palabra, apta, sin duda que no perdí'a esas
cualidades por casarse. El matrimonio no podía producir una incapacidad
natural en la mujer; sólo producia una incapacidad legal a consecuencia
de la potestad marital organizada teniendo en cuenta Únicamente los inte-
reses del esposo. Fueron esas irritantes desigualdades entre los dos socios
que formaban la unión conyugal, las que provocaron un movimiento muy
enérgico en favor de la liberación de la mujer, movimiento que primero se
manifestó en la doctrina, pero poco tiempo después tuvo repercusiones
prácticas en las legislaciones. En la nuestra, la Ley de Relaciones Familia-
res y, principalmente, el Código Civil de 1928 acogieron esa tendencia
redentora al disponer que la mujer tuviera en el hogar igual autoridad a
la del marido, en lo que se refiere a la dirección del mismo hogar, a la
educación de los hijos y a la administración de los bienes.
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74 FKANCISCO H. RUIZ

No dispongo de tiempo para tratar de todos los importantes proble-


mas que se presentan itn el Derecho familiar; pero no quiero pasar por
alto uno de ellos : el relativo al divorcio.
El matrimonio indisoluble, sin duda que es el ideal de la sociedad
conyugal; es el que puede cumplir más amplia y perfectamente todos los
altos fines sociales que están encomendados al matrimonio. Por su natu-
raleza, el matrimonio está destinado a ser indisoluble; e1 matrimonio ce-
lebrado para que dure determinado tiempo o para que pueda ser disuelto
cuando se quiera, nunca podrá realizar la unión completa y perfecta que
debe existir entre el esposo y la esposa. El matrimonio indisoluble cons-
tituye, pues, un ideal; pero por desgracia, en algunas ocasiones los ele-
mentos constitutivos de esa sociedad no cumplen aptamente las funciones
sociales que le han sido encomendadas. La infidelidad, el vicio, el delito y
otras graves causas, llegan a establecer abismos infranqueables entre los
esposos, a encender el odio en los corazones y a volver insoportable la vida
en común. En tales condiciones, la ley ha tenido necesidad de intervenir
para curar aquel estado patológico de esa unión, para evitar que esas per-
turbaciones trasciendan más allá de la familia y perjudiquen altos intereses
sociales. Cuando la vida en común ya no es posible entre los esposos, la
ley ha tenido que intervenir para resolver ese importante problema plan-
teado, y la resolución que le ha dado ha revestido dos formas: algunas
legislaciones han establecido el divorcio completo, el divorcio que disuelve
el vinculo del m$rimonio y deja en aptitud a los cónyuges para volverse
a casar. Otras legislaciones han establecido una especie de divorcio, tam-
bién le llaman divorcio, pero es un divorcio incompleto que no produce
la disolución del matrimonio, que separa a los cónyuges que no pueden
vivir juntos, en cuanto al lecho y a la habitación; que suspende algunos
de los efectos civiles del matrimonio, pero que no rompe el vínculo.
Los Códigos de 1870 y de 1884 adoptaron el segundo sistema de que
he hablado; la Ley de Relaciones Familiares y el Código de 1928 adopta-
ron el divorcio que rompe el vinculo matrimonial.
Mientras el matrimonio fué considerado como un sacramento, era
un dogma indiscutible su indisolubilidad; pero cuando el matrimonio se
secularizó, comenzaron las grandes discusiones, las grandes y frecuentes
disputas sobre el divorcio, y desde los que llegan a admitir que el divorcio
puede verificarse sin la intervención del Estado, exclusivamente por la
voluntad de los cónyuges, estableciendo de esta suerte el verdadero amor
libre, hasta los que rechazan completamente la existencia del divorcio que
disuelve el vinculo y a lo sumo admiten, y en casos muy especiales, la se-
paración de cuerpos de los esposos, con suspensión de algunos efectos
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L A SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 75

civiles del matrimonio, encontrarán ustedes una gran diversidad de


opiniones.
Los que sostienen que el divorcio debe romper el vinculo, arguyen
de esta suerte: si el matrimonio ,es un contrato, puede disolverse hasta
por el mutuo consentimiento, aplicando la regla general que se aplica a
los contratos, el principio jurídico que dice que lo que se ha hecho por
mutuo consentimiento, se puede disolver por mutuo consentin~iento,por mu-
tuo disenso; que así como nadie puede ser obligado a casarse, tampoco
a nadie se le puede obligar a que permanezca casado cuando ya no lo desea;
que obligar a la mujer a sufrir las caricias de un hombre que se llama su
marido, pero a quien no quiere, y obligarla a que por toda la vida se en-
tregue a un hombre a quien detesta, es una cosa insoportable e inmoral;
es llevar, dicen, la prostitución al mismo matrimonio. Continúan arguyen-
do que nadie puede enajenar irrevocablemente su libertad, que si se ha
abolido la esclavitud, si se han prohibido los votos perpetuos, es un con-
trasentido querer que en el matrimonio permanezca la voluntad indisoluble-
mente unida a otra voluntad; que si el afecto es la base más sólida del
matrimonio, cuando el amor se extingue, cuando el afecto desaparece, no
tiene razón de ser el matrimonio; sin que sea obstáculo que se haya pro-
metido un afecto eterno, porque nadie tiene el poder de hacer inmutables
sus sentimientos. Que cuando el hogar, lejos de ser una escuela de mora-
lidad para la familia, se convierte en un verdadero infierno a consecuencia
de la mala conducta de los esposos, de sus continuas reyertas, cuando sola-
mente desmoralizaría a los hijos, y quizás les haría perder el respeto y
hasta el cariño a sus padres, ese hogar no debe subsistir y debe permitirse
que los cónyuges, o por lo menos que el cónyuge inocente, pueda rehacer
su vida, restableciendo otro hogar, quizás libre de las lacras del primero.
Todavía pueden darse otros muchos razonamientos en pro del divor-
cio, y que omito en brevedad del espacio de que dispongo.
Les haré ver ahora el reverso de la medalla. Los impugnadores del
divorcio sostienen que es cierto que el matrimonio es un contrato en su
celebración; que los esposos, o los contrayentes, se casarán o no, según
quieran o no hacerlo; pero que una vez celebrado el matrimonio, sale de
la categoría de un mero contrato, para convertirse en una institución
social; que aun considerándose el matrimonio como un contrato, es un
contrato sui generis, un contrato muy peculiar, dados los fines sociales
que está llamado a llenar el matrimonio, y las diferencias radicales que
existen entre este llamado contrato y los demás contratos, pues mientras
que en los contratos comunes y corrientes, las obligaciones entre los con-
tratantes, lo mismo que sus derechos, desde su nacimiento hasta su ex-
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76 FRANCISCO H. RUIZ

tinción están sujetos, por regla general, a la voluntad de los contratantes


mismos, cuando del matrimonio se trata, los derechos y obligaciones de los
casados no han sido establecidos por la voluntad de ellos, por el mutuo
consentimiento, sino han sido establecidos por la ley y no para beneficio
de d o s , sino principalmente con miras a un beneficio social.
Aseguran que el matrimonio no debe ser una unión pasajera, una
unión casi puramente zoológica de los sexos, sin ningún contenido ético
humano; que la familia, que es una unión permanente, debe exigir c m o
base un matrimonio permanente; que el fin del matrimonio no es sola-
mente la procreación, sino también la educación de los hijos hasta hacer
que éstos se encuentren en condiciones de constituir una nueva familia,
y esto exige que la unión entre los esposos se prolongue ; que lo que se ha
hecho por el primer hijo, se tiene la obligación de hacerlo por el segundo
y por el tercero, y así la unión se irá prolongando, y cuando ya no sea
posible la procreación, esa unión habrá quedado afianzaáa por el hábito
y por la dulzura de los recuerdos.
Se dice que es una frágil base para las instituciones los afectos, el
amor ; que no puede llegarse a subordinar a las veleidades de esos mismos
afectos los derechos y las obligaciones de una institución social como la
del rnatrimnio ; que solamente la ausencia de principios morales ha podido
hacer que se juzgue que la veleidad, que la inconstancia en los afectos,
puedan constituir motivos para romper obligaciones sagradas entre los cón-
yuges; que si el hogar se ha convertido en un infierno, no es necesario
que las culpas de los padres recaigan en los hijos y que como remedio se
dé la privación del hogar a los hijos ; que se concibe la separación de los
esposos que no pueden vivir ya juntos ; pero manteniéndose, por lo menos
legalmente, vivo el hogar y los vínculos entre los padres y los hijos, para
no hacer a éstos víctimas inocentes de las faltas de los padres.
Estos y otros muchos razonamientos también se han esgrimido para
atacar el divorcio que disuelve el matrimonio. Había dicho al principio
que, para mi, el matrimonio indisoluble representa el matrimonio perfecto,
el matrimonio ideal ; pero agregué que hay veces que la vida en común se
hace imposible, que es indispensable que los esposos se separen, y añadiré
que esa separación temporal que los impugnadores del divorcio aceptan
como moral, es un remedio imperfecto, incompleto, y que tiene serios in-
convenientes. Hacer que los cónyuges se separen temporalmente, para que
pudieran reflexionar sobre su conducta inconveniente y darles la oportu-
nidad a una reconciliación, se explica, y de hecho algunas legislaciones
hacen preceder al divorcio que rompe el vinculo, la separación de cuerpos ;
pero admitir que esa separación de cuerpos sea el remedio definitivo y
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L A SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIL'IL 77

radical, ofrece inconvenientes, porque deja a los cónyuges en una situa-


ción indecisa ; no gozan de las franquicias, de los derechos que tiene el sol-
tero, ni el viudo ; tampoco tienen las del casado. Además, en esta separa-
ción sin rompimiento de vínculo, es castigado del modo más despiadado
el cónyuge inocente, el que no ha dado motivo para la separación, y que,
sin embargo, algunas veces en la plenitud de la vida, se ve en la imposibi-
lidad de reconstruir un hogar, porque estará perpetuamente unido al cón-
yuge que le ha ofendido, al cónyuge del que ha sido la víctima. Y por lo
que toca a que los hijos no deben pagar las faltas de los padres, hay que
decir que la ley que establece el divorcio que rompe el vínculo, no deshace
el hogar en lo relativo a los hijos, no rompe las obligaciones que los padres
tienen respecto de los hijos; el divorcio sólo se concede cuando han que-
dado aseguradas, hasta donde es posible, las buenas condiciones de la
prole, de los hijos; estos hijos permanecerán en poder del cónyuge ino-
cente, y quizás para ellos sea más ventajoso, menos doloroso, por lo menos,
ver que el progenitor con quien viven y que es el inocente, puede restable-
cer un nuevo hogar, que verlo obligado, por no poder romper los vínculos
matrimoniales, a constituir una unión ilegítima que, sobre todo a los hom-
bres, les puede imponer la necesidad de satisfacer imperativos fisiológicos,
Por lo que a mi toca llego a la conclusión de que el matrimonio, por
su naturaleza, debía de ser indisoluble; pero que hay casos en que es
preciso disolverlo, y que esa disolución debe ser radical, porque es el
único remedio definitivo y completo para esas situaciones; que el divorcio
debe aceptarse como un mal; pero como un mal necesario, como un mal
menor que la prolongación de una unión que se ha vuelto imposible.
Para concluir esta plática, que se ha prolongado demasiado, me voy
a permitir decir unas cuantas palabras sobre el concubinato.
Nuestro legislador expresó claramente, en la Exposición de motivos
del Código de 1928, que no podía cerrar los ojos para no ver una forma
irregular de constituir la familia, muy extendida en nuestras clases humildes,
en nuestras clases proletarias: el concubinato; que por eso se veía en la
necesidad de reglamentarlo, concediéndole algunos efectos juridicos ; pero
tuvo buen cuidado de expresar que solamente consideraba el concubinato
como capaz de producir efectos juridicos, cuando existía entre personas
que no estuvieran casadas con otra. No quiso sancionar el adulterio, no
quiso premiarlo; solamente tomó en cuenta el concubinato cuando se sos-
tenía entre personas que no estaban ligadas con otra por el vínculo matri-
monial; no quiso tampoco confundir el concubinato con esas uniones
pasajeras y sin trascendencia; exigió, para tener como subsistente el con-
cubinato, que un hombre viviera con una mujer, como marido y mujer,
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78 FRANCISCO H. RUZZ

por espacio de cinco años, o que hubieran tenido hijos. No era, pues,
cualquiera unión fuera de la ley, fuera del matrimonio, la que podía con-
siderarse como concubinato, sino la que constituía una unión seria, per-
manente, muchas veces fecunda, la que podría considerarse como un ma-
trimonio de hecho. No quiso tampoco reconocer como concubinato las
relaciones que un individuo o una mujer pudieran tener con muchos in-
dividuos del sexo contrario ;no reconoció muchos concubinatos en un indi-
viduo, sino uno solo, porque quiso, hasta donde era posible, equipararlo
al matrimonio, y al matrimonio como lo hemos establecido, monógamo;
una concubina y no muchas ;cuando son muchas no hay concubinato.
En estas condiciones, y solamente en beneficio de los hijos y algunas
veces de la concubina, que era la parte débil en ,esas uniones, hizo que el
concubinato produjera algunos efectos para los hijos, a fin de establecer
la fíliación, y una filiación que ya no era distinta de los otros hijos ha-
bidos fuera del matrimonio, en cuanto a sus derechos; y respecto de la
concubina, le concedió algunos derechos hereditarios; pero siempre en
el supuesto de que no existiera la esposa, porque el legislador expresa-
mentedice que reconoce que el matrimonio es la forma legal de constituir
la familia. Admite el concubinato como un hecho que, por su frecuencia
en las clases populares, era necesario reglamentar en obvio de mayores
males.

El hombre primitivo de incipiente desarrollo cultural, incapaz de


formar conceptos abstractos, no conoció el derecho de propiedad, sino la
propiedad. Ejercía su poder físico sobre algunas cosas, se apoderaba de
ellas y las consideraba suyas, porque podia disponer de ellas y evitar que
otros las tomaran.
La propiedad, antes que como derecho, existió como un hecho. La
propiedad en esa etapa era un apoderamiento, una apropiación que no es-
taba acompañada de un estado de conciencia. El hombre, obedeciendo a
su instinto de conservación, tomaba de la naturaleza lo que necesitaba
para vivir y desarrollarse y lo consideraba suyo mientras podía evitar
que otros lo despojasen.
En la comunidad primitiva, la apropiación de los bienes se hacia en
una forma única, simple y brutal: el apoderamiento de ellos.
En una época más avanzada de cultura, cuando el desarrollo psíquico
del hombre le permitió elevarse del grosero materialismo a los conceptos
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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 79

representativos, pudo concebir que hubiera entre él y las cosas de que se


había apropiado algo más que el ejercicio del poder físico que sobre ellas
ejercía ; que podían ser suyas cosas que no estaban en su poder; que podía
tener con sus cosas una relación no perceptible por los sentidos. Comenzó
a separarse el hecho consistente en el poder físico que se ejercitaba sobre
la cosa y a dibujarse un poder de carácter inmaterial, que el dueño tenia
sobre sus cosas. Cuando ese poder fué reconocido y garantizado por la
conciencia colectiva, la propiedad que hasta entonces había sido un hecho
adquirió vida jurídica y se convirtió en un derecho, en un estado de dere-
cho que garantiza la adscripción duradera de los bienes a su dueño.
Dije en mi primera plática, y creo haberlo demostrado, que el hom-
bre tiene derechos por y para el cumplimiento de sus deberes ; que la gé-
nesis de sus derechos debe buscarse en sus deberes, porque todo derecho
de una manera más o menos remota tiene su origen en un deber. La doc-
trina moderna sostiene que el derecho no debe ser considerado como un
poder de hacer o no hacer, que libremente se ejercita, como una facultad
de exigir que revela el predominio de una voluntad humana sobre otra
voluntad ; sino como un medio racional que se emplea para que se puedan
cumplir las obligaciones que le dan origen. De este punto de vista desde
el cual la doctrina contempla al derecho, me ocupé en plática anterior, al
hablar del derecho-función, del derecho-deber.
La propiedad es un derecho, y como tal, tiene su génesis en los debe-
res del hombre. Efectivamente, la propiedad es un derecho, es decir, un
medio racional, adecuado y necesario para el hombre, para que cumpla
con el deber que tiene de conservarse y desarrollarse integral y armónica-
mente. Este desarrollo implica no sólo la satisfacción de sus necesidades
individuales, sino también la realización de sus fines sociales, porque el
hombre sólo puede vivir dentro de una colectivdad, en la que tiene asigna-
da una tarea que cumplir, una función que desempeñar. Para cumplirla,
necesita disponer de medios adecuados, y ese poder de disposición de los
medios que necesita para que su misión no quede frustrada, constituye su
derecho, que se da en función de sus necesidades, es decir, que aumenta
o disminuye paralelamente a ellas.
La organización jurjdica de la propiedad está íntimamente ligada con
las condiciones económicas de la sociedad. Las teorías jurídicas y econó-
micas se entrelazan e integran recíprocamente. El problema estriba en
encontrar una organización de la propiedad que permita que todos los hom-
bres puedan tener alguna participación en los bienes de la naturaleza, que
no ponga obstáculos a que los bienes se defiendan en la medida necesaria
para que todos los hombres tengan por lo menos el mínimun de medios
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FRANCISCO H. RUIZ

que haga posible la satisfacción de sus necesidades. Una organización que


favorezca la concentración de bienes en pocas manos y conduzca al mo-
nopolio de los satisfactores de las necesidades, privando de ellos a la mayo-
ría, sin duda que es una organización injusta, que provocará violentas
reacciones y que está condenada a desaparecer.
Son numerosos los sistemas excogitados para explicar la naturaleza,
extensión y funcionamiento del derecho de propiedad y que, cristalizados
en las legislaciones de diferentes países, han producido reglamentaciones
muy disímbolas de ese derecho. Solamente me ocuparé de tres de ellos;
dos que forman los polos opuestos de la doctrina sobre la propiedad, y el
tercero que constituye una síntesis coordinadora de los principios acepta-
bles de esos dos sistemas extremos. Hablaré someramente del sistema
individualista, del socialista y del sistema ecléctico, que considera a la
propiedad como función social.
La escuela individualista colocó el fundamento de todo el sistema
jurídico en estos dos conceptos básicos :la personalidad humana y la volun-
tad individual autónoma, autonomía entendida en tal forma, que la trans-
formaba en verdadera soberanía. En este sistema, la propiedad aparece
como una proyección de la personalidad h u m n a en la esfera patrimonial ;
como un derecho natural, absoluto, inalienabie e imprescriptible, que va-
rias Constituciones califican de sagrado. Este derecho integrante de la
personalidad, es anterior al Estado: lo tetlia el hombre presocial cuando
se asoció con otros para formar el Estado; éste no lo ha creado, y debe
reconocerlo y garantizarlo, sin que le pueda imponer más lidtaciones que
las indispensables para asegurar la tranquilidad socia, para que eviten
que los derechos de unos choquen con los derechos de otros, lo que sería
un obstáculo para la convivencia social. Sostiene que el propietario puede
disponer de su propiedad de la manera que más le agrade, con tal que
no dafíe la propiedad de otro, pudiendo, si quiere, dejarla improductiva,
porque el derecho de disponer de lo que es suyo, llega hasta autorizarlo
para que no lo aproveche y para impedir que otros lo utilicen.
Partiendo del supuesto de la existencia del hombre presocial, que
vivía en absoluto aislamiento y de que el Estado es fruto de las concesio-
nes que & sus derechos hicieron los individuos al formarlo, sin que hubie-
ran podido desprenderse de aquellos derechos inherentes a su naturaleza,
corno es el derecho de propiedad, llega a la conclusión & que este derecho
es intangible para el Estado, en todo aquello que no sea necesario para
la coexistencia de los derechos de todos. El individuaíismo reconoce que
cada hombre tiene el derecho de aprovechar su propiedad para la concecu-
sión de los múltipies fines de la vida humana; pero no le impone la

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L A SOCIALZZACION DEL DERECHO Y EL CODZGO CIVIL 81

obligación de hacerlo, de tal suerte, que si le place, puede permanecer inac-


tivo, puede hacer que su propiedad a nadie sea Útil. Tiene un derecho, es
decir, según la concepción individualista. un poder, una facultad, una
prerrogativa, que puede o no, usar a su albedrío.
Frente a frente del individualismo, como la reacción más enérgica en
su contra y como doctrina radicalmente opuesta, ha aparecido el socialis-
mo. No voy a ocuparme en extenso del socialismo ; sería una tarea supe-
rior a mis fuerzas e incompatible con el poco tiempo de que dispongo para
estas pláticas. Sólo me ocuparé de los lineamientos fundamentales del
socialismo como doctrina jurídica de la propiedad, deteniéndome muy
poco en su aspecto económico.
El socialismo propugna la abolición de la propiedad privada y
porque se socialicen todos los medios de producción. Afirma que la rique-
za social debe ser administrada directamente por los productores, por me-
dio de sus organizaciones económicas y sociales. Sostiene que lo vital
para el conglomerado social es la producción, siguiendo en importancia la
conveniente distribución y consumo de la riqueza social. Que la única
fuente de la propiedad debe ser el trabajo productivo y que si son los
productores los que con su esfuerzo físico e intelectual han creado ese
conjunto de medios indispensables para satisfacer las múltiples necesida-
des humanas, nada más justo que corresponda a esos mismos productores
administrar, por medio de sus organizaciones, la riqueza social que han
creado. Que la propiedad privada debe desaparecer, porque representa la
inicua explotación del trabajo humano y el injustificado acaparamiento
de la riqueza en provecho de unos cuantos, porque hace ricos a unos pocos
y sume en la más espantosa miseria a la mayoría. Que esa viciosa organiza-
ción social desaparecerá cuando todos los medios de producción estén
al alcance de todos, porque se hayan socializado, y así quedará resuelto
integralmente el pavoroso problema económico.
Por lo que toca a la distribución y consumo de la riqueza producida
por el esfuerzo común, cada escuela de las muchas que existen, y que en
conjunto se designan con el nombre de socialismo, propone diferente sis-
tema. Una sostiene que los bienes deben repartirse de acuerdo con las
necesidades de los que los reciben. Otra, que deben repartirse teniendo
en cuenta las aptitudes demostradas para la producción. Una tercera, que
deben conjugarse las necesidades con las aptitudes.
No me es posible entrar en más detalles sobre el particular, porque
no debo desviarme del objeto principal de estas pláticas; pero creo per-
tinente llamar la atención de ustedes que uno de los principios básicos
del socialismo : que el trabajo es la Única fuente, la sola razbn que justifica
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82 FRANCISCO H. RUIZ

la propiedad, debe aceptarse con reservas. Hay seres que no han realizado
ningún trabajo productor y por la sola razón de que necesitan vivir, tienen
derecho a los medios conducentes para satisfacer esa necesidad que cons-
tituye un deber. El niño, el decrépito, el inválido, aunque no sean produc-
tores, aunque no puedan trabajar, tienen derecho a que se les suministre
lo necesario para vivir, y no a titulo de liberalidad o limosna, sino como
verdadero derecho, que tiene por Único fundamento su imperiosa necesi-
dad de vivir, que, como dije, se impone como un deber.
Al contacto con la realidad y como consecuencia de la evolución eco-
nómica y social, el dogma de que la propiedad es un derecho absoluto, su-
frió serio quebranto, porque se comprendió que el derecho de propiedad
en cuanto a su naturaleza como derecho, no difiere esencialmente de los
otros derechos ; que su diferencia es de contenido y de fin, y que no había
razón para que escapara a la característica de todos los derechos: la rela-
tividad.
Se vi6 que si el propietario frente a los demás hombres tiene derechos,
frente a la sociedad tiene deberes, precisamente por ser propietario. Que
si el propietario utiliza su propiedad para satisfacer sus necesidades, debe
aprovecharla de manera que lejos de perjudicar beneficie a la colectividad.
Debo advertir que la propiedad enteramente substraída a toda regla-
mentación con miras sociales, no ha existido nunca en la época civilizada.
Los códigos más individualistas han establecido restricciones a la propie-
dad exigidas por el interés social, como las relaciones de vecindád, las ser-
vidumbres legales, etc. En todas las legislaciones se reconoce el impuesto
y la expropiación por causa de utilidad pública, que se fundamentan en
los fines sociales que debe cumplir la propiedad. Pero esas restricciones
son una mínima parte del contenido social de la propiedad.
L a propiedad como factor de producción, interesa no solamente al
propietario, sino también a la sociedad, cuya vida alimenta. El elemento
social debe penetrar en el concepto de la propiedad, no sólo en la forma
puramente negativa de señalar límites a la extensión y ejercicio del derecho
de propiedad ; sino también en la positiva de imponer al propietario aque-
llas obligaciones y responsabilidades que demanda el interés general. La
propiedad obliga, dice la Constitución alemana.
El propietario debe incrementar la riqueza pública, el bienestar colec-
tivo, haciendo que su propiedad no permanezca improductiva, que fruc-
tifique para él y para los demás. El propietario que no pueda o no quiera
que su propiedad satisfaga su fin racional -proveer a las necesidades de
la vida humana-, no merece ser propietario.
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L A SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 83

No es cierto que el propietario tenga el derecho de dar a sus cosas el


destino que le plazca o no darle ninguno. Las cosas improductivas, no
sólo causan daño al propietario, sino también a la colectividad, porque
disminuyen o por lo menos no acrecientan la riqueza pública. El Estado
puede y debe intervenir para hacer que la propiedad llene su fin social,
porque el Estado debe procurar el bienestar colectivo, porque su misión es
de un alto valor social y no se reduce a funciones policíacas y fiscales. No
es solamente el gendarme que mantiene el orden y el recaudador que re-
coge contribuciones.
Al penetrar el factor social en el campo jurídico de la propiedad re-
incorporó a ese campo los entes colectivos juzgados incapaces de ser pro-
pietarios por razones pseudo-económicas, en las que se revela el prejuicio
de la escuela individualista de considerar como la Única realidad viviente
al individuo. Ese mismo factor di6 poderoso impulso a la socialización
del Derecho privado, al propugnar que los beneficios de la propiedad
se extiendan a todos los componentes de la colectividad.
La propiedad se justifica racionalmente por el deber impuesto al hom-
bre de vivir y desarrollarse, pero su vida no debe ser una vida puramente
vegetativa, sino una vida digna del hombre, que sea capaz de realizar su
destino social y humano, con sus múltiples necesidades racionales varia-
bles y progresivas, a partir de un minimun reconocido en cada época de
cultura.
En el complejo de necesidades humanas que debe satisfacer la pro-
piedad, figuran y actúan no sólo necesidades individuales que tengan un
sentido ético, sino también necesidades de carácter social. La propiedad
presta inestimables beneficios al individuo, por cuanto le proporciona los
medios para proveer a sus necesidades físicas, intelectuales y morales, pero
no agota allí su función, porque también debe servir a la sociedad minis-
trándole lo indispensable para satisfacer las necesidades colectivas. El fin
racional de la propiedad es satisfacer las necesidades humanas, ya sean
de carácter individual o social.
La doctrina que ve en la propiedad una función social, sostiene que
el Estado debe intervenir para que la propiedad realice su fin social. Nadie
tiene reparo en admitir que cuando un propietario abandona sus cosas
por largo tiempo y un tercero las toma y usa como si fueran suyas, aquél
las pierde en favor de éste. En esto consiste la prescripción adquisitiva,
por todos admitida. Pero ha suscitado ardientes discusiones y protestas
la teoría que sostiene que cuando el propietario aunque conserve en su
poder su propiedad, prácticamente es como si la hubiera abandonado, por-
que la deja por largo tiempo improductiva, haciendo que resulte inútil
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84 FRANCISCO H. RUIZ

para él y para la colectividad, pueda el Estado hacer salir la propiedad,


mediante una legal expropiación, de esas manos infecundas. No se quiere
comprender que la propiedad debe ser objeto de una continua actividad, ,
de una permanente utilización, para que quede racionalmente justificada.
La propiedad, como todo derecho, es una. función ; pero aun descono-
ciendo d carácter funcional del Derecho en general, el derecho de propie-
dad debe considerarse como una función, atenta su naturaleza. El derecho
de propiedad aparece en su génesis como una función, pero ¿de qué? De
un sistema de exigencias racionales que, visto desde determinado ángulo,
constituye un sistema de deberes. El hombre tiene fines que cumplir, fines
que no son optativos, sino impuestos con necesidad racionai. Para cum-
plirlos, necesita medios conducentes, y el derecho a esos d i o s constituye
el derecho de propiedad. La propiedad es una función de necesidad, es decir,
que la adscripción de bienes que implica, está determinada por las necesi-
dades humanas y dependen de ellas no d o en su existencia, sino también
en su extensión y cuantía. En esto consiste el ca&ter fnncicmaí de la
propiedad. Las necesidades humanas la justifican y los diversos grados y
formas de esas necesidades, determinan los diversos grados y formas de la
propiedad. Se establece así una relación necesaria y paraleta entre variables,
que nos conduce a la noción matemática de función. La funaón matemá-
tica expresa la relación en el variar de dos cantidades de tal manera, que
a cada variación de una corresponde una variación de la otra. En este
centido, se dice que la propiedad es una iunción con relac'in a las necesida-
des que satisface, y como esas necesidades no sólo son individuales, sino
también colectivas, cuando se quiere hacer resaltar el carácter de estas
últimas necesidades, se añade un calificativo a la función y se dice que la
propiedad es una función social.
La propiedad no es una función social, como algunos sostienen, en
d sentido de que sólo tiene justificación cuando satisface necesidades co-
lectivas y que merece ser garantizada Únicamente en la medi& que presta
ese servicio social ; la propiedad también se justifica p r & e satisface nece-
sidades racionales del propietario. La propiedad es función de toda necesi-
dad racional humana, ya sea individual o colectiva. Asegurar que la iinica
razón que justifica que una persona sea dueña de una wsa en que ésta deba
servir exclusivamente para satisfacer las necesidades & los otros, es ir
contra el sentido común. La propiedad tiene fines individuales y fines socia-
les, que no se excluyen, y la conjugación y armonización de esos fines y,
en caso necesario, su subordinación, deben tomarse en -ta m una doc-
trina integral & la propiedad.
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LA SOCZALZZACION DEL DERECHO Y EL CODZGO CIVIL 85

La doctrina del abuso del derecho apareció como una enérgica reacción
contra el carácter absoluto que la doctrina individualista daba al derecho
de propiedad. Por eso me ocuparé de ella brevemente.
Usar un derecho es actuarlo, es decir, ejecutarlo. El derecho tiene
para su ejercicio un límite objetivo, una esfera dentro de la cual puede
actuar, una extensión que le fija la ley. Cuando el derecho obra fuera de
esa esfera, cuando se ejercita traspasando los límites que la ley le fija,
se está actuando sin derecho, se está cometiendo un acto arbitrario e ilegal.
No hay entonces lo que técnicamente se llama abuso del derecho. El acto
es francamente antijurídico.
Cada derecho tiene un fin social que debe realizar, fin social que se
ha tenido en cuenta para que la ley garantice su existencia y su ejercicio.
Puede suceder que el acto-uso del derecho se haya mantenido dentro
de la esfera de acción fijada por la ley, que no se dé al derecho una exten-
sión mayor que la legal; pero que al ejercitarse, no se haya tenido en
cuenta, se haya contrariado el fin social a cuyo logro está destinado. No
ha habido una extralimitación del derecho, sino una desnaturalización del
derecho, porque se usa para un fin distinto de aquél por el cual y sólo
para el cual ha sido establecido y protegido. El fin antisocial perseguido
al actuar el derecho, junto con el daño que se produce al obrar de esa
manera, constituyen el abuso del derecho. El titular de un derecho debe
ejercitarlo para satisfacer sus necesidades, puesto que para eso se lo re-
conoce el todo social, la voluntad colectiva, es decir, la ley. Todo sujeto
derecho, al ejercitarlo, hace uso de una facultad que le ha sido reconocida;
pero en relación a la colectividad, tiene el deber de usar su derecho de
acuerdo con el fin social a que está destinado. Aquí encuentran ustedes
una aplicación más de la doctrina que he venido desarrollando en mis
pláticas anteriores, cuando he hablado del derecho-deber.
Aclararé con ejemplos la doctrina expuesta, y al efecto estudiaré tres
casos diferentes : Primer caso. Un propietario construye un muro dentro
de su propiedad; pero con sus cimientos invade la propiedad ajena. Al
proceder así, no está usando, ni abusando de su derecho; está sencilla-
mente obrando sin derecho, está lesionando el derecho ajeno al invadir
una propiedad que no es suya. Segundo caso. El propietario levanta un
muro dentro de su propiedad, sin invadir de manera alguna la del vecino
y ha levantado ese muro para apoyar construcciones que está haciendo.
Aquí se tiene el uso correcto del derecho de propiedad, no hay lesión
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86 FRANCISCO H. RUZZ

del derecho ajeno y se usa el propio para el fin racional a .que está des-
tinado : satisfacer necesidades del dueño. Tercer caso. El propietario, como
en el caso anterior, levanta un muro dentro de su propiedad, sin invadir de
ninguna manera la ajena; pero ese muro en nada lo va a utilizar, para
nada le va a servir. Lo ha construido exclusivamente con el objeto de pri-
var a su vecino de una hermosa perspectiva, de obscurecer su propiedad
o causarle alguna otra molestia o daño, del que ningún beneficio racional
obtiene. Este tercer caso constituye un abuso del derecho. Es cierto que
no ha habido una invasión de la propiedad ajena, que el propietario ha
usado, sin extralimitarse, del derecho que tiene de hacer construcciones
dentro de su propiedad; pero ha usado de su derecho desnatural'izándolo,
contrariando el fin racional que debe cumplir y con un fin antisocial. El
derecho de propiedad no se ha usado para llenar la función que lo justifica:
satisfacer necesidades racionales del propietario.
De todos los derechos se puede hacer un uso abusivo, porque cada
derecho tiene asignado un fin racional que debe realizar.
Lo expuesto nos suministra un-criterio cierto para distinguir el daño
causado por el abuso del derecho y el daño causado por la infracción do-
losa de una obligación civil, llamada por algunos delito civil; del daño
causado por la infracción culpable, pero no dolosa, de una obligación civil
y del daño de que debe responderse por la responsabilidad del riesgo crea-
do. En los dos primeros casos hay siempre ilicitud objetiva; en el abuso del
derecho, no hay ilicitud objetiva, sólo hay ilicitud en la intención del agen-
te. En el tercer caso, el riesgo es parte integrante del derecho que se usa,
y la responsabilidad nace automáticamente como consecuencia lógica y
prevista de los riesgos que lleva consigo d uso del derecho; mientras que
en el abuso del derecho sólo nace a consecuencia de ese abuso, es algo
extrínseco al derecho que se actúa.
En el abuso del derecho no hay conflictos de derechos, no hay dos de-
rechos, uno frente al otro. Hay bn derecho que se ejercita contrariando
el fin social que ha motivado su protección, y un interés dañado, que aun-
que es legitimo, no ha recibido la protección legal que lo transforme en
derecho.
Algunos tratadistas, entre ellos Planiol, sostienen que hablar del abuso
del derecho es ilógico, porque es ilícito el abuso del derecho y lo ilícito no
puede considerarse como el ejercicio de un derecho ;que el uso cesa donde
el abuso comienza, y sólo podría haber abuso cuando se m e d e en el uso
del derecho, entonces en realidad se obra sin derecho. Es cierto, como dice
Planiol, que el abuso del derecho es un acto ilícito, pero la ilicitud puede
provenir d e p u y diferentes causas, y cuando se habla del abuso del derecho,
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LA SOCIALIZACION DEL DERECHO Y EL CODIGO CIVIL 87

se quiere hacer mención de una causa especial de ilicitud, que consiste


no en la extensión indebida que se da a un derecho, sino que manteniéndose
el derecho dentro de sus limites legales, se desnaturaliza al usarlo, porque
se contraria el fin racional a que está destinado, porque se usa con un fin
antisocial, y esto, como se ve, no es cuestión de extensión, sino de intención.
El Código Civil de 1928, en algunos de sus artículos, trata del abuso
del derecho. El art. 1912 dice: "Cuando al ejercitar un derecho se causa
daño a otro, hay obligación de indemnizarlo si se demuestra que el derecho
sólo se ejercitó a fin de causar el daño, sin utilidad para el titular del de-
recho." El art. 840 estatuye : "No es licito ejercitar el derecho de propiedad
de manera que su ejercicio no dé otro resultado que causar perjuicios a
un tercero, sin utilidad para el propietario." Estas disposiciones se ins-
piraron en los artículos 226 del Código Civil Alemán y segundo del Có-
digo Suizo de las Obligaciones y cristaliza la doctrina generalmente acepta-
da sobre el abuso del derecho.
A esa doctrina se le han hecho varias objeciones. Se dice que la apre-
ciación de que un individuo haya obrado o no con la exclusiva intención
de perjudicar a otro, es una apreciación esencialmente de carácter psico-
lógico y que es peligroso encomendar a la psicología individual que fije el
criterio para juzgar del abuso del derecho, además de que será fácil al que
abusó del derecho fingir algtín motivo de interés o de utilidad que lo im-
pulsó a obrar. La objeción tiene más apariencia que fuerza real. La in-
quisición que se encomienda al juez no es una inquisición meramente sub-
jetiva y arbitraria en el campo de la conciencia del titular del derecho,
sin contacto alguno con la realidad exterior, que haga ver el hecho sola-
mente a través del prisma de un criterio subjetivo: lo que se encomienda
al juez es que analice un acto realizado, sus antecedentes y los efectos
que produce para el agente y para el medio social y que de todas esas cir-
cunstancias infiera lógicamente la intención con que se ejecutó y si ha
faltado interés serio y legitimo para obrar. En esto, nada hay de extraordi-
nario y anormal; eso lo practican todos los días los jueces del ramo civil
y del penal al dictar resoluciones sobre hechos sujetos a su apreciación.
También se objeta la doctrina porque se asegura que es dificil saber
cuil es el fin económico-social de cada derecho. Tampoco esto es rigurosa-
mente exacto. Todo derecho, como ya demostré en pláticas anteriores, se
da siempre en función de ciertas necesidades; tiene, por lo mismo, un
fin racional que llenar. Siendo el derecho un producto social, su fin no
debe romper el equilibrio entre los intereses individuales y los de la colec-
tividad y no puede, por tanto, admitirse que un acto antisocial pueda cons-
tituir un fin del derecho. Causar inecesariamente daño a otro sin que re-
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88 ' FRANCISCO H. RUIZ

suite ninguna ventaja al agente, además de ser irracional, es antisocial,


porque atenta contra la solidaridad, fundamento de la convivencia humana.
La doctrina del abuso del derecho favorece la socialización de los
derechos de los individuos, porque tiende a sacarlos de su .aislamiento
hostil y a armonizar todos los intereses ;porque hace extensiva una defensa
al desamparado que tiene un interés legitimo, pero que no constituye un
derecho porque no ha sido protegido legalmente, en contra del que, pre-
valiéndose de la legalidad objetiva de su derecho, lo usa para causarle
un daíio injustificado, por innecesario.

(Concluirá)

DR © 1942. Escuela Nacional de Jurisprudencia

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