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La depresión opera como síntoma social, este último definido por la autora del texto,
refiriéndose a los escritos de Zizek, como “aquellas formaciones que irrumpen y ponen
al descubierto el punto de imposibilidad radical inherente a un modo de organización
social” (Araujo, K. 1999, pp. 289), en la medida en que actúa evidenciando dos puntos
de la imposibilidad: primero, la relación de un modo de organización social con la fisura
(que no se puede simbolizar por ser del carácter de lo real) y segundo, el lugar del goce.
Es posible notar que la depresión penetra en lo social por que ha sido un fenómeno
importante en el orden de la psiquiatría y la psicología, por una parte por su destacada
presencia en los últimos años y por que ha podido surgir como una respuesta de los
sujetos a la represión y al control social, donde esta respuesta repercute en la imagen de
sociedad y en el sentido que le es dado al malestar. En este caso, la depresión es
percibida imaginariamente como un “el mal, o uno de los males de nuestro fin de siglo”
(Araujo, K. 1999, pp. 292), ya sea por la difusión que ha tenido a través de los medios
de comunicación, ya sea por medio de los reclamos singulares de los individuos.
La depresión, como “posición subjetiva (…) que se da en el interior de las diferentes
entidades clínicas: en el rango de las neurosis y de las psicosis” (Araujo, K. 1999, pp.
293) se contrapone a los modos de vida y a los discursos dominantes de nuestra época,
los cuales son representados por la ciencia y el capitalismo. Esto quiere decir que, si
bien la hegemonía de estos elementos tiene que ver con el abarcamiento completo (más
adelante se verá que esto constituye una fantasía) de todo el mundo cognoscible, con
una relación inversamente proporcional entre la satisfacción o ganancia y el tiempo que
se toma para conseguirlas, sin consideración de pérdida o excedente; la depresión
representa todo lo contrario con la máxima de “no puedo, no siento, no anhelo” (Araujo,
K. 1999, pp. 294) , refiriéndose así al nulo ejercicio de la producción; al no sentir deseo
por estar tomado por el goce de su dolor moral (sintiendo angustia), el cual tiene un
carácter de mortífero por ser pulsional, por extraer satisfacción a toda costa de cosas que
pueden ir en contra de la integridad del sujeto mismo o de sus semejantes (que en el
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caso de la depresión, por estar atrapado en su goce, no necesariamente lleve a algo
beneficioso).
En este sentido, es posible reafirmar lo expuesto por Araujo en su texto El goce de la
globalización (1999, pp. 296):
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instala el goce en el dolor moral (al contrario de la globalización, que lo pone en lo
narcisista de la no fisura), es decir, reincorpora la pérdida exponiendo las consecuencias
de no aceptarla.
En el texto, la autora plantea que la depresión revela síntomas que nacen por causa de
una imperfección en la ética de los sujetos, como un problema para responsabilizarse de
su deseo y de su goce propio en las condiciones de posibilidad de cada cual, la que se
resolvería en la medida en que fuera reconocida la pérdida, fisura o hiancia.
Para finalizar, se propone reconocer lo irreductible, “aceptar que para entrar en el
campo del otro, debemos admitir responsablemente que hay una dimensión en él, y en
nosotros, que está completa e irremediablemente fuera de nuestro alcance” (Araujo, K.
1999, pp. 302), lo cual no aceptamos, y creemos poder conocerlo todo, simbolizar todo,
por causa de los efectos que los discursos dominantes tienen sobre nosotros los sujetos.
Aceptar esta esfera de lo real para constituir lo humano desde otro punto de vista que
no involucra la fantasía de lo completo.
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Bibliografía:
Araujo, K: El goce de la globalización. En: Cultura y globalización. Red para el
desarrollo de las ciencias sociales en el Perú, P.U.C. del Perú, 1999.
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