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El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias per-
sonas que sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los
capítulos del libro.
El motivo por el cuál hacemos esto es porque queremos que todos tengan la oportu-
nidad de leer esta maravillosa trilogía.
También les invitamos que en cuanto esté el libro a la venta en sus países, lo compren.
Disfruten de su lectura.
Saludos.
The Rose & the Dagger
Créditos
Traductores
s Mafer
w Claudia Leandra
s Karla Sbraccia
w Miriam Reyes
s Ale Murquía
w Junexis Hernández
s Yunnu Heedz
w Raisa Castro
s Alba A. Spencer
w Aluisa
s Sebastian S. Herondale
w Fatima Park
s Idrys
w Roxana Bonilla
s Luisa Tenorio
w Bella Martínez
s Caro Monastero
Correctores
w Reshi
s Ella R.
w Cotota
The Rose & the Dagger
Créditos
Diseño
s Lu Na
Recopilación y Revisión
w Reshi
s Ella R.
w Cotota
The Rose & the Dagger
Sinópsis
La muy esperada secuela del impresionante The Wrath and the Dawn, alabado por
Publishers Weekly como “un potente libro lleno de intriga y romance.”
Estoy rodeada por todos lados por un desierto. Una invitada, en una prisión de arena
y sol. Mi familia está aquí. Y no sé en quién puedo confiar.
En una tierra al borde de la guerra, Shahrzad ha sido arrancada del amor de su marido
Khalid, el Califa de Khorasan. Ella una vez le creyó un monstruo, pero sus secretos
revelaron a un hombre atormentado por la culpa y una poderosa maldición, una que
podría mantenerlos separados para siempre. Reunida con su familia, quienes se han
refugiado con los enemigos de Khalid, y Tariq, su amor de la infancia, ella debería ser
feliz. Pero Tariq ahora envía fuerzas a destruir el imperio de Khalid. Shahrzad es casi
una prisionera atrapada entre la lealtad a las personas que ama. Pero ella se niega a
ser un peón y diseña un plan.
Mientras que su padre, Jahandar, sigue jugando con fuerzas mágicas que aún no
entiende, Shahrzad trata de descubrir los poderes que podrían permanecer dormidos
en su interior. Con la ayuda de una alfombra vieja andrajosa y un joven tempestuoso
pero sabio, Shahrzad intentará romper la maldición y reunirse con su verdadero amor.
A mis hermanas:
Erica, Elaine y Sabaa
Este libro sería posible, sin ninguna de ustedes
Y a Victor, siempre.
Prólogo
Traducido por Mafer
Corregido por Reshi
Habían sido de importancia cuando su padre la había dejado a cargo esa mañana,
con una importante tarea para completar. Así, con un suspiro cansada del mundo,
empujó las mangas hechas jirones y lanzó otra palada de escombros polvorientos, en
la carretilla que estaba cerca.
—Es demasiada pesada—su hermano de ocho años de edad se quejó mientras trata-
ba de mover a un lado otra pieza con restos de cenizas cargadas desde el interior de
los restos de su casa. Tosió cuando una nube de hollín se levantó de entre los restos
carbonizados.
—Déjame ayudarte—.La chica dejó caer la pala con un sonido metálico agudo.
—Debemos trabajar juntos, o no vamos a terminar de limpiar todo antes de que Baba
vuelva a casa—. Ella apoyó los puños en las caderas antes de mirar hacia él.
El sol del mediodía se ocultaba detrás de los tejados rotos de Rey. Creaba sombras
de la luz y la oscuridad a través de la piedra y mármol quemado. Aquí y allí, todavía
había humeantes montones de escombros que servían como un duro recordatorio de
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lo que había tenido lugar hace tan sólo unos pocos días.
El chico le dio una patada a una piedra cercana. Se deslizó por la tierra prensada
antes de estrellarse contra los pies de un desconocido de pie con capucha por los
escombros de la puerta.
—¿Puedo ayudarlo…?—. Ella hizo una pausa. El rida’ negro del desconocido estaba
bordado con plata e hilo de oro. La vaina de la espada estaba finamente grabada y
delicadamente enjoyada, y sus sandalias estaban hechas de piel de becerro de la más
alta calidad.
Mientras caminaba en un débil rayo de luz, la chica vio su rostro por primera vez.
Su cara se acercaba a la hermosura. Pero sus ángulos eran demasiado duros, con
una expresión demasiado severa. La luz del sol en sus manos reveló algo más bien
en desacuerdo con el resto de sus galas: la piel de sus manos estaba roja y agrietada
y pelada dando la evidencia de un trabajo duro.
Sus cansados ojos eran de un color dorado rojizo. Había visto ojos como esos una
vez. En la pintura de un león.
—No era mi intención asustarte— dijo el desconocido en voz baja. Sus ojos se
movieron alrededor de las ruinas de su morada. —¿Puedo hablar con tu padre?
—Él no está aquí. Se fue a hacer cola para los materiales de construcción.
El desconocido asintió.
—¿Y tu madre?
—Está muerta— dijo su hermano, saliendo detrás de ella. —El techo cayó sobre ella
durante la tormenta. Y murió—. Había una cualidad atrevida en sus palabras que la
joven no se sentía. Un reto pendiente que venía con su juventud.
La gravedad del desconocido se profundizó por un instante. Miró hacia otro lado. Sus
manos cayeron a los costados.
—¿Por qué necesitas tú una pala, hombre rico? —. Su hermano pequeño marchó
hacia el desconocido, la acusación en cada uno de sus pasos descalzos.
Su hermano no dijo nada, a pesar de que apenas era capaz de enfrentarse a la mirada
del alto desconocido, incluso desde este punto de vista.
—Khalid.
—¿Por qué?
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—Porque cuando nos ayudamos unos a otros, somos capaces de lograr cosas más
rápido.
Kamyar asintió lentamente, pero se detuvo frente al desconocido con la cabeza hacia
un lado.
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Por el resto de la tarde, el trío trabajó para limpiar el suelo de madera carbonizada y
los residuos anegados. La chica nunca le dio al desconocido su nombre y se negó
a llamarlo otra cosa que no fue sahib, pero Kamyar lo trató como si fuera un amigo
perdido desde hace mucho tiempo con un enemigo común. Cuando el extraño les dio
agua y pan lavash para comer, la chica bajó la cabeza y tocó con la punta de los dedos
su frente en señal de agradecimiento.
Una escalera de color rosa recorrió sus mejillas cuando el casi-bello desconocido le
devolvió el gesto, sin una palabra.
Miró por encima del hombro. Entonces el desconocido metió la mano en su capa y
sacó una pequeña bolsa cerrada por un cordón de cuero.
—No, sahib—. Ella sacudió la cabeza. —No puedo tomar su dinero. Ya hemos tomado
suficiente de su generosidad.
—No es mucho. Me gustaría que lo tomaras—. Sus ojos, que habían aparecido
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cansados al inicio, ahora se veían más allá del agotamiento. —Por favor.
Había algo en su cara en ese momento, escondido entre el juego de sombras, en las
motas persistentes de ceniza y polvo…
Algo sobre eso significaba un sufrimiento más profundo que una niña podría esperar
comprender.
A pesar de su confusión, se las arregló para responder la misma, sus dedos rozando
su frente. Cuando levantó la vista de nuevo, él ya había doblado la esquina.
Shahrzad levantó su mano en un rayo de luz. El anillo de oro apagado brilló dos veces,
como si le recordara a su compañero, lejos a través del Mar de Arena.
Khalid.
Porque la última vez que estuvo en Rey, miles de personas inocentes parecieron.
Y Shahrzad no podía regresar hasta que hubiera encontrado una forma de proteger a
su gente. A su amor. Una manera de terminar la terrible maldición de Khalid.
¡La pequeña bestia afuera tenía una campana alrededor de su cuello! Y ahora el ruido
y el balar aseguraban la imposibilidad de dormir.
Entonces, con un exasperante grito, se dejó caer contra el algodón irritante de su saco.
No cuando estaba tan lejos de casa. Tan lejos de donde su corazón deseaba estar.
Tragó el repentino nudo que se formó en su garganta. Su pulgar rozó el anillo con dos
espadas cruzadas, el anillo que Khalid había puesto en su mano apenas una quincena
atrás.
El aire aquí era extraño. Más seco. Más árido. Suaves barras de luz se colaron a
través de las costuras de su tienda. Una delgada capa de fina tierra se pegaba a todo.
Hacía que su pequeño mundo pareciese hecho a partir de una oscuridad con polvo
de diamantes.
En un lado de la tienda había una pequeña mesa con una jarra de porcelana y una
vasija de cobre. Las pocas posesiones de Sharzad estaban colgadas junto a ella,
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envueltas en la deshilachada alfombra que le dio Musa Zaragoza hacía varios meses.
Se arrodilló delante de la mesa y llenó la vasija con agua para lavarse.
El agua estaba tibia, pero limpia. Su reflejo se veía extrañamente calmado mientras le
devolvía la mirada. Calmado pero distorsionado.
La cara de una chica que había perdido todo y nada en el lapso de una simple noche.
Deslizó ambas manos dentro del agua. Su piel se veía pálida y cremosa bajo la
superficie. No su usual cálido color bronce. Fijó su mirada en el lugar donde el agua
se encontraba con el aire, en la extraña curva que hacía ver como si sus manos
estuvieran en un mundo diferente bajo el agua.
El agua miente.
Salpicó un poco de agua en su rostro y arrastró sus dedos húmedos por su cabello.
Luego levantó la tapa del pequeño contenedor de madera cerca de ella y usó una
pizca de la menta pulverizada, pimienta blanca, y sal en grano molida guardada dentro
para limpiar su boca del sueño.
—Estás despierta. Después de que llegaras tan tarde anoche, no creí que fueras a
levantarte tan temprano.
—Tú nunca te levantabas para desayunar antes. —ella se agachó para entrar,
asegurando la solapa cerrada tras ella.
—¿Quién puede dormir con los balidos de esa maldita cabra gritando afuera? —
Sharzad lanzó agua hacia Irsa para eludir su inevitable torrente de preguntas.
—¿Te refieres a Farbod?
—Por favor dile a Farbod que, si insiste en sus recitales mañaneros, mi platillo favorito
es cabra guisada, servida en salsa de granadas y nueces molidas.
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—¡Já! —Irsa tomó un trozo largo de hilo del bolsillo de sus pantalones sirwal. —
Supongo que no deberíamos olvidar que estamos ahora en presencia de la realeza.
—enrolló la tira de hilo alrededor del final de la trenza de Shahrzad. —Le advertiré a
Farbod que no se atreva a molestar a la ilustre esposa del Califa de Khorasan.
—Te extrañe. —sus dedos rozaron la empuñadura de la daga, y ella se echó para
atrás en alarma—¿Por qué cargas con una...?
f
La noche de la tormenta, Shahrzad había cabalgado con Tariq y Rahim a una colina a
las afueras de Rey, en busca de su padre.
Sus pies descalzos y sus manos estaban quemados. Rojas, en carne viva y abrasa-
da. Su cabello se estaba cayendo en manojos. La lluvia los había juntado en el lodo,
aplastando las hebras contra la piedra mojada, como otras cosas olvidadas.
Shahrzad nunca olvidaría la imagen del cuerpo encorvado de su padre contra la roja
y gris colina.
Cuando había tratado de retirar los dedos de Jahandar lejos del libro, él había gritado
en un lenguaje que ella jamás había escuchado que usara antes. Sus ojos habían
rodado hacia atrás, y sus pestañas habían temblado hasta cerrarse, para no volverse
abrir de nuevo, ni una vez en los cuatro días después de eso.
Tenía que saber que su padre estaba a salvo. Tenía que saber lo que había hecho.
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—¿Baba? —dijo Shahrzad suavemente, mientras se arrodillaba junto a él en su
pequeña tienda.
Tembló en su sueño, sus dedos cerrándose más fuerte alrededor del antiguo tomo
asido en sus brazos. Incluso en su delirio, Jahandar se había negado a soltar el libro.
Ni un alma estaba permitida a tocarlo.
Shahrzad sostuvo la taza en los labios partidos de su padre. Esperó hasta que lo sintió
tragar. Él murmuró para sí, se volteó en su costado, metiendo su libro más adentro de
sus mantas.
—No te regañes. No te sienta. Y... has hecho más que suficiente. —Irsa hablaba
con una sabiduría mayor a sus catorce años—. Baba se despertará pronto. Lo sé. —
Mordió su labio, su tono perdiendo convicción—. La calma es necesaria para sanar
sus heridas. Y el tiempo.
Shahrzad no dijo nada mientras estudiaba las manos de su padre. Las quemaduras
ahí habían ampollado a lo largo del morado amoratado y llamativo rojo.
Antes de que pudiera protestar, Irsa retiró el vaso de la mano de Shahrzad, levantándola
en pie y arrastrándola a las dunas fuera de la tienda de su padre. El aroma de carne
rostizada colgaba espeso en el aire del desierto, el humo sobre ellos una nube sin
rumbo.
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Aterciopelados granos de arena se deslizaron entre los dedos de Shahrzad, apenas
demasiado calientes para soportar. Duros rayos de luz de sol emborronaban todo lo
que tocaban.
Mientras caminaban, Shahrzad miró alrededor del campo de los Badawi a través
de ojos entrecerrados, estudiando el ajetreo y el bullicio de caras sonrientes en su
mayoría; gente cargando bolsas de granos y atajos de mercancías de una esquina a la
siguiente. Los niños se veían suficientemente felices, aunque era imposible de ignorar
el brillante surtido de armas, las espadas y hachas y flechas apoyadas en la sombra
de pieles de animales curándose. Imposible de ignorar su asaltante propósito...
Shahrzad se tensó, después llevo sus hombros hacia atrás, rehusándose a cargar
a su hermana con esos problemas. Esos problemas eran pensados para gente con
habilidades únicas.
—Sin armas. —La mano del soldado afianzó el hombro de Shahrzad con la fuerza de
un agresor de toda la vida. De la clase que amaba su rol más de lo necesario.
—Las armas no están permitidas en la tienda del Sheikh. —El soldado alargó la mano
hacia su daga, sus ojos brillando con una amenaza sin palabras.
El soldado empujó a Irsa hacia atrás. Sin pensarlo por un momento, Shahrzad aplastó
sus puños en el pecho del soldado. Él se tambaleó a un lado, las aletas de su nariz
airadas. Detrás de ella, oyó a hombres comenzar a gritar.
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Colérico, el soldado tomó posesión del antebrazo de Shahrzad. Ella se preparó para
la pelea que venía a continuación, sus dedos de los pies enroscados y sus nudillos
tensos.
Perfecto.
—No te estoy ayudando—se acercó, lanzando una corta pero reprimente mirada en
su dirección. Su dolor sin esconder era muy crudo para robarle su pensamiento.
—Suéltala de una vez. No pregunté por excusas. Sigue órdenes o atente a las
consecuencias, soldado.
—Gracias, Tariq—dijo Irsa, ya que Shahrzad tenía todavía que ofrecer un poco de
gratitud.
—Yo…
Entonces dio un paso hacia Irsa, su cabeza ladeada en pregunta. Su hermana lanzó
media sonrisa en su dirección. Suspirando suavemente, Rahim paso de ellas dentro
de la tienda, sin ninguna palabra.
Le tomó un tiempo a sus ojos ajustarse a la súbita penumbra. Una serie de lámparas
de latón colgaban en perezosos intervalos de las vigas de madera por encima, su luz
pálida después del sol del desierto. En el lado más lejano de la tienda había un larga
y baja mesa, hecha de sencilla madera de teca. Desgastados cojines de lana estaban
tirados por ahí en pilas al azar. Niños gritando corrieron junto a Shahrzad, ciegos a
todo menos a su directa misión para tener el más estimado asiento en la mesa del
desayuno.
Sentado en el mismo centro de ese barullo que ponía a castañear los dientes, estaba
un hombre anciano con unos ágiles ojos y una desarreglada barba. Cuando vio a
Shahrzad, le sonrió con una sorprendente calidez. A su izquierda estaba una mujer
de una edad similar con una larga trenza de cobre apagado. A su derecha se sentaba
el padre de Shiva, Reza bin-Latief. El estómago de Shahrzad se tensó, un destello de
culpa resurgiendo. Lo había visto el día anterior, pero en el clamor de su llegada los
saludos habían sido breves, y aún no estaba segura de que estaba lista para ver al
padre de Shiva.
Tan pronto después de enamorarse del mismo chico que la había asesinado.
Decidiendo que era mejor evitar la atención no deseada, Shahrzad mantuvo su cabeza
baja y tomó el cojín junto a Irsa, enfrente de Tariq y Rahim.
2 rida’: es una capa llevada sobre el hombro de un hombre, cubriendo su camisa; también puede incluir una
capucha para ocultar su cara.
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Ella evitó la mirada de aquellos a su alrededor, especialmente esa del chico de los
ojos de hielo, que tomaba cada oportunidad para quemar a través de ella con la llama
de su desconcertante mirada. El deseo de llamar la atención a su comportamiento
estaba siempre en el margen de su mente, pero el regaño de Irsa era cierto: ella era
una invitada aquí.
Una pierna de borrego rostizada fue puesta en el centro de la muy usada mesa. Su
servicio de vajilla era una variedad de plata aplanada, dentada de todos lados por
antigüedad y uso. Gruesas rebanadas de pan barbari, cubiertas de mantequilla y
rodadas por semillas negras de sésamo, fueron dejadas en cestas al alcance, junto
con tazones astillados con nabos enteros y bloques de queso de cabra salado. Niños
gritones alargaron sus manos a los nabos y arrancaron grandes trozos de barbari a la
mitad antes de agarrar la carne con sus manos desnudas.
Sus mayores aplastaron tallos de menta fresca antes de servir chorros oscuros de té
sobre las fragantes hojas.
Sus amplios hombros estaban rígidos, su esculpida mandíbula estaba tensa. Exhaló
por su nariz y levantó su mirada a la suya.
Sabiendo que le faltaba gracia en ese momento, Shahrzad eligió no decir nada. Ella
enrolló su lengua dentro de su boca. Apretó su labio inferior entre los dientes.
El viejo sonrió de nuevo. Más ampliamente. Más espacioso entre sus dientes.
Exasperante.
—¿Lo vales?
—¿Qué si vales todo este embrollo, hermosa? —el viejo se repitió en una cancioncilla
enloquecedora.
Irsa envolvió una suplicante palma alrededor de los dedos de Shahrzad, sudor frío
chorreando en su palma.
—Creo que la belleza rara vez vale la pena. —Shahrzad asió la mano de Irsa más
fuerte en solidaridad fraternal—Pero yo valgo mucho más de lo que puedes ver—Su
tono era tranquilo a pesar de su reproche disimulado.
Sin dudarlo, el anciano lanzó su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
El padre de Shiva miró su intercambio con una mirada inexpresiva, sus codos doblados
contra el borde desgastado de la mesa.
—¿Sí, tío Reza? —Alzó sus cejas en forma de pregunta, su mano flotando sobre la
cesta de pan.
—Gracias. Estoy muy agradecida a todos por cuidar a mi familia. Y por cuidar tan bien
de Baba.
Él asintió, entonces se inclinó hacia delante, acomodando sus manos bajo su barbilla.
—Por supuesto, tu familia siempre ha sido mi familia. Como la mía siempre ha sido
tuya.
El cuerpo entero de Shahrzad se congeló, sus dedos aún paralizados sobre la canasta.
La tensión renovó su agarre en su cuerpo, y la culpa enroscándose alrededor de su
estómago con el salvajismo de una serpiente.
—Shahrzad... —la voz de Reza bin-Latief había perdido todo rastro de amabilidad;
cualquier calidez en el hombre que había considerado como un segundo padre había
desaparecido—¿Por qué estás sentada en esta mesa, partiendo pan conmigo, usando
el anillo del muchacho que asesinó a mi hija?
—Tío Reza...
No más.
Pero no lo estaba, no por eso. Ella lo sentía por cientos de cosas. Miles de cosas.
Sus labios se curvaron hacia arriba con una entretenida clase de malicia. Se rehusó
a moverse.
El sencillo lino de su rida› se enrolló sobre su hombro, revelando una marca quemada
en su piel.
Shahrzad alzó su mano derecha en un eje de luz filtrándose por la costura de la tienda.
Ella vio como la atrapaba el oro apagado de su anillo.
Pero necesito mantener a mi familia a salvo; debo encontrar una manera de romper
la maldición.
Alas, ella no sabía en quién podía confiar. Hasta que Shahrzad supiera quién era este
Sheikh Omar al-Sadiq y por qué un asesino Fida›i merodeaba este campamento,
debía permanecer cuidadosa. Porque era claro que ya no tenía un aliado en Reza bin-
Latief como lo tuvo alguna vez. Y Shahrzad se rehusaba a cargar con sus problemas
a Tariq.
Miente.
3 Fida’i: son mercenarios marcados por la marca de un escarabajo en el parte interna del antebrazo.
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Sin ningún momento para el sentimentalismo, Shahrzad se arrancó el anillo del dedo.
Respira.
Las hermanas se miraron a los ojos mientras Irsa tomó el anillo de la mano de Shahrzad
y creó un collar con el hilo.
Sin palabra alguna, Irsa aseguró el collar tras la garganta de Shahrzad y ocultó el
anillo bajo su qamis.
Él estaba solo.
Y debería aprovechar este tiempo, antes de que los deberes del día le robaran estos
momentos de soledad.
Tan pronto como alcanzó su shamshir1, supo que sus manos sangrarían.
Sacó la espada de su funda con el suave siseo de metal contra metal. Su palma ardía,
sus dedos estaban adoloridos. Aun así, sostuvo la empuñadura con más fuerza.
Cuando él volteó hacia el sol, la luz golpeó sus ojos, cegándolo por un momento.
Khalid maldijo por lo bajo.
Khalid cerró los ojos con fuerza. Y contra su mejor juicio, dejó a su mente derivar hacia
sus recuerdos.
Él recordó cuando tenía siete años, siendo un niño parado en las sombras, observando
1 Sable delgado con una curva bastante pronunciada
2 Faqir: erudito de la magia y misticismo.
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a su hermano, Hassan, aprender el arte de la espada. Cuando su padre le permitió
finalmente aprender junto a Hassan, Khalid estaba sorprendido; su padre nunca había
prestado atención a sus peticiones antes.
—Tú bien podrías aprender algo de valor. Supongo que hasta un bastardo debería
saber pelear. —El desdén que su padre sentía por Khalid parecía no tener fin.
Pero a la tarde siguiente, su padre le prohibió a Khalid aprender junto a Hassan de ahí
en adelante.
Él envió a Hassan a aprender de los mejores. Y dejó que Khalid se las arreglara por
sí mismo.
Esa noche, el niño de once años príncipe de Khorasan juró convertirse en el mejor
espadachín del reino. Una vez que lo hiciera, tal vez su padre se daría cuenta que el
pasado no le daba el derecho de negarle a su hijo un futuro.
Khalid sonrió para sí mismo mientras la memoria traía consigo el agridulce sabor de
la ira infantil que sintió.
Él no sabía por qué estaba recordando estas cosas justo esta mañana. Tal vez era por
el niño y su hermana de ayer.
Kamyar y Shiva.
Lo que sea que haya llevado a Khalid hasta su puerta le había hecho quedarse y
ayudar. No había sido la primera vez que hizo algo como eso. Desde la tormenta,
hubo muchas veces en que Khalid se dirigió a alguna sección de su ciudad, cubierto
por el anonimato del silencio y las sombras.
El primer día, él llegó hasta un lugar asediado de Rey, que no estaba lejos de zoco.
Estando ahí, les dio comida a los heridos. Después de dos días ayudó a reparar un
pozo. Sus manos, que no estaban acostumbradas a la rudeza del trabajo físico, se
llenaron de ampollas y sangraron por el esfuerzo.
Al principio, Kamyar le recordó a Shahrzad. Tanto que, incluso ahora, traía atisbos de
The Rose & the Dagger
una sonrisa a su rostro. El pequeño niño era atrevido e insolente, intrépido, lo mejor y
lo peor de Shahrzad.
Entonces, mientras las horas pasaban, fue la niña quien le recordó más el espíritu de
Shazi.
Ella se pasó viendo a Khalid de reojo. Esperó que él lo traicionara, que se deshiciera
de su piel de serpiente e hiciera su jugada. Como un animal herido, ella comía y bebía
con precaución, nunca bajando la guardia, ni por un momento.
Ella era inteligente y amaba a su hermano con una ferocidad que Khalid casi envidiaba.
Apreciaba más que todo su honestidad. Y quiso hacer más por su familia. Mucho más
que alejar su pequeña casa de la destrucción y dejarles una miseria dentro una bolsa
de cuero. Pero él sabía que nada sería suficiente.
Las hojas habían sido forjadas en acero damasquino, templados en los Fuegos Azules
de Warharan, supervisados por él. No habían otras iguales.
Con una espada en cada mano, Khalid continuó moviéndose a través de la arena.
Ahora, los chirridos del fino metal sonaban sobre su cabeza con la furia de los vientos
del desierto.
f
The Rose & the Dagger
—¿Las arcas de Khorasan están así de vacías? —Continuó bromeando Jalal, aunque
su tono sonaba extrañamente forzado.
—Por favor dígame Caliph de Khorasan, rey de reyes, que aún puede darse el lujo de
conseguir un par de guantes o, al menos, solo uno —Jalal paseó hasta estar a su lado,
con una oscura ceja levantada hasta lo alto de su frente.
—Si tú necesitas un guante, puedo conseguirlo para ti. Pero solo uno. No estoy hecho
de oro, capitán al-Khoury.
—Procure conseguir uno para usted, mi señor. Al parecer está en la dolorosa necesidad
de uno. ¿Qué pasó? — sintió hacia las ensangrentadas palmas de Khalid.
—¿Tiene esto algo que ver con su desaparición de ayer? —Jalal presionó, haciendo
su agitación más evidente.
Cuando Khalid no pudo responder la segunda vez, Jalal se puso delante de él.
3 Tikka: es una faja larga atada alrededor de las caderas, es principalmente decorativa,
usada por hombres y mujeres por igual.
The Rose & the Dagger
En sus dieciocho años, Khalid nunca había visto a Jalal tan nervioso.
Jalal soltó una fuerte carcajada. Demasiado fuerte. Sonó tan obviamente falsa que
solo consiguió inquietar aún más a Khalid.
—¿Quieres que confíe en ti? Debo decir, estoy molesto por la ironía en esto.
—No quiero que confíes en mí. Quiero que me digas cuál es el problema y dejes de
hacerme perder el tiempo. Si necesitas que alguien sostenga tu mano, ve por una de
las tantas chicas que suspiran por ti fuera de tu habitación.
—Ah, ahí lo tienes —la expresión que mostró Jalal era sombría—, incluso tú.
Khalid se detuvo al instante. Dio media vuelta, su talón haciendo una huella en la
arena.
—Que amable.
—Ella no me aceptará —se pasó los dedos por su cabello otra vez—. Al parecer tú no
eres el único que notó a todas esas mujeres fuera de mi habitación.
—No —Jalal soltó una risa seca—. No lo está. No últimamente. —Su risa dio paso
a un adusto silencio—. Khalid-jan, tú si me crees cuando digo que solo pensaba en
mantener seguro a Shazi cuando le dije a ese niño…
The Rose & the Dagger
—Te creo —la voz de Khalid era suave pero brusca—. Como te dije, no hay necesidad
de discutir esto de nuevo.
—Dile a tu padre —Khalid se impulsó en la pared para irse—, que se asegure de que a
ella y al niño no les falte nada. Si necesitas algo más solo pídelo. —Empezó a alejarse.
Las palabras punzaron, la facilidad con la que salieron de los labios de su primo. La
comprensión de todas las fallas de Khalid cuando se trató de Shahrzad. El recordatorio
de todas las posibilidades perdidas.
Su pecho se apretó, Khalid dejo que las palabras de Jalal se mecieran en la briza…
—No pretendo ofender a nadie. Solo trato de ser honesto, es algo que sé que aprecias.
—Replicó Jalal—. Hasta el momento, sin saber lo que ella realmente siente, es lo
único que puedo manejar. La amo. Creo que quiero estar con ella.
—Tenga cuidado, Capitán al-Khoury. Esas palabras significan diferentes cosas para
otras personas. Asegúrese de que signifiquen lo correcto para usted.
—Ahora es fácil. Es fácil decir lo que quieres cuando el momento ha pasado. Es por
eso que esas chicas esperan a tu puerta y la madre de tu hijo no te acepta. —Se
dirigió hacia el palacio a zancadas.
—Siempre.
The Rose & the Dagger
—¿Siempre?
La alfombra mágica se arremolinaba a través del aire con la gracia lánguida de una
hoja cayendo. Luego, con un suave movimiento de su muñeca, Shahrzad envió a la
alfombra flotante de lana de nuevo al suelo.
—Él simplemente me dio la alfombra y dijo que Baba me había pasado sus habilida-
des. Pero necesito hablar más con él sobre eso, muy pronto. Yo tengo… muchas pre-
guntas importantes para Musa-effendi.
—Sí. —Asintió con firmeza—. Una vez que determine la mejor manera de viajar al
Templo de Fuego sin ser vista.
—Tal vez —Irsa vaciló—, ¿tal vez cuando vayas, podrías también hablar con Mu-
sa-effendi sobre Baba? En caso de que él… —Se interrumpió, incapaz de terminar
con el pensamiento que sabía que era el que más preocupaba a ambas por el mo-
mento.
Irsa cruzó las manos sobre sus rodillas y se reprendió por tales pensamientos egoís-
tas en medio de tanto sufrimiento. Este no era ni el momento ni el lugar para preo-
The Rose & the Dagger
cuparse por sí misma. No cuando había tantas otras cosas de las que preocuparse.
Sobretodo Baba.
Mientras Shahrzad se inclinaba hacia adelante para enrollar la alfombra mágica deba-
jo de sus pertenencias, la cuerda alrededor de su cuello se deslizó a la vista.
El anillo permaneció seguramente oculto, pero su historia todavía rogaba por ser con-
tada. Irsa no pudo evitar entrometerse.
—¿Cómo podrías perdonarlo, Shazi? —preguntó Irsa en voz baja—. Por lo que le hizo
a Shiva? ¿Por… todo?
—¿Confías en mí, Jirjirak? —Shahrzad tomó las manos de Irsa en las suyas.
Grillo. Desde que había sido una niña, Irsa odiaba ese apodo. Hacía eco a una época
en la que había sido maldecida con las piernas llenas de cañas y una voz que le hacía
juego. Shahrzad era la única que podía usar el temido apodo y no provocar un enco-
gimiento o algo peor de ella.
Por la décima vez como en muchos momentos, Irsa estudió el rostro de su hermana,
buscando una respuesta que esperaba poder entender. Su hermana lucía tan bonita
como siempre, sin embargo sus rasgos habían cambiado en los pocos meses en los
que había estado en el palacio. No por mucho, y no de una manera en la que la ma-
yoría de las personas notaría. Sus mejillas habían perdido parte de su redondez, y
el bronce de su piel había perdido un poco de su brillo. Afortunadamente, su barbilla
seguía siendo terca, su nariz tan impertinente. Pero una sombra había caído sobre su
rostro; alguna clase de peso que se negaba a compartir. Sus ojos avellana parecían
casi opacos a la luz de las lámparas cercanas. Sus colores habían sido siempre tan
cambiantes. Tan impredecibles. Al igual que los estados de ánimo de su hermana. En
un momento, ella era brillante y llena de risas, lista para cualquier tipo de daño. Al si-
guiente, ella era dura y seria, preparada para luchar hasta la muerte.
—Lo siento —dijo Shahrzad—. No deseo ocultar estos asuntos de ti. Pero si alguien
fuera a descubrir que sabes de tales cosas, ellos podrían lastimarte para conocer la
verdad, y… No podría vivir con eso.
—Algunas cosas no tienen que ser dichas. Tú no tuviste que decirme que estabas
enamorada de Khalid Ibn al-Rashid. Y yo no tuve que decirte que lloré hasta quedarme
dormida durante semanas después de que te fuiste. El amor habla por sí mismo.
Shahrzad tiró de sus rodillas contra su pecho y parpadeó hacia Irsa en silencio. Sus-
pirando para sí misma, Irsa recogió su bolsa de hierbas de té y cogió una ramita de
menta fresca.
Un viento seco del desierto circuló a través del campo Badawi. Sopló espirales de are-
na alrededor del laberinto de ondulantes tiendas. Irsa escondido su trenza en su qamis
para evitar que la cola le golpeara la cara.
—Oh —Irsa reprimió una sonrisa ante el idioma de su hermana—. ¿Quién te enseñó
a decir esas cosas? ¿Fue el califa?
—Dale tiempo. Encontrarás que no es tan terrible. —Enlazó los brazos con su herma-
na y la atrajo hacia sí.
—De todos los lugares, ¿por qué estamos en este desierto de mala muerte? ¿Por qué
el viejo jeque nos concedió el refugio?
—No estoy al tanto de los detalles. Sólo sé que le vendió caballos y armas a Tío Reza.
Su tribu comercia en ambos. Tal vez es por eso que se les permite permanecer. —Pau-
só su pensamiento—. O quizás es simplemente una consecuencia de su cercanía con
Tariq. El jeque lo trata como si fuera un hijo.
—Así pues, ¿no ha unido fuerzas con Tariq y los otros soldados? ¿No está involucrado
en el esfuerzo de guerra? ―Las cejas de Shahrzad se juntaron en confusión.
—No lo creo —replicó Irsa—. Pero cuando asista al siguiente consejo de guerra, me
aseguraré de reunir más detalles para ti.
—¿Qué?
Irsa vertió agua en un cuenco y sacó vendas de su cartera. Se inclinó para agitar el
paño en el agua fría.
—¿Vas a decirle a Baba sobre la alfombra mágica? Estaría muy emocionado al saber
que te ha pasado sus habilidades. —Sonriendo para sí misma, Irsa escurrió el paño.
—Yo… no. Pensé que había escuchado algo afuera, pero debo haberme equivocado.
The Rose & the Dagger
—Los extremos de sus labios se convirtieron en el comienzo de una sonrisa—. Sé que
el desierto disfruta jugándole trucos a una mente cansada. Si empiezas con la cara de
Baba, yo lavaré sus brazos.
—Absolutamente —fue una réplica firme, una que no podía ser ignorada.
Y aunque Irsa se puso a trabajar en silencio con Shahrzad para limpiar la piel de su
padre del sudor y la mugre…
f
—¿Qué pasó? —susurró Irsa, el instante en el que la entrada de la tienda de su padre
se cerró detrás de ellas—. Dime la verdad, Shazi, o yo…
—Me parece haber oído algo fuera de la tienda —respondió en voz baja—. Y no quería
que nadie nos oyera hablar sobre asuntos de importancia.
—¿Crees que alguien nos está espiando? —Irsa no podía imaginar por qué alguien le
importaría escuchar su conversación.
Ella pasaba casi todas las mañanas con Aisha y los niños, y en las tardes Rahim es-
taba enseñándole a montar caballos con mayor soltura.
En el mismo instante en que la realización cayó sobre ella, Irsa desterró el pensamien-
to.
Shahrzad había estado aquí sólo por un día. Su hermana estaba siendo ridícula. Pa-
The Rose & the Dagger
ranoica. Claramente el resultado de vivir al lado de un monstruo y diariamente temer
por su vida.
Ella chilló.
Largos dedos la agarraron por la nuca. Aliento caliente lavó a través de su piel.
—No se suponía que fueses tú. —Una voz baja ronca en su oído—. Lo siento.
Ella parpadeó con fuerza y rápido, forzando a sus ojos a acostumbrarse a la penum-
bra. ¿Araña?
—Déjala ir. —Shahrzad se paró en la entrada, con una mano sobre la daga enjoyada
en su cintura. Sus rasgos eran impasibles. Sin embargo algo salvaje se movió profun-
do en sus ojos. Como si hubiese esperado tal amenaza.
Indignada, Irsa empezó a luchar contra él. Apretó los antebrazos con más fuerza alre-
dedor de su cintura y cuello. Ella comenzó a ahogarse.
—¡Primero tu daga! —dijo Araña, sus dedos clavándose en la tierna piel debajo de la
oreja de Irsa.
—Suéltala primero, y ella puede irse. Pero si va a buscar ayuda, si siquiera llego a oír
el Halcón Blanco afuera de esta tienda, te mataré.
—Ella no conseguirá a Tariq —La daga hizo un sonido metálico a los pies de su her-
mana—. Ella no hará nada.
Irsa lo sintió relajarse en el mismo instante en el que su pecho se tensó desde adentro.
Cuando Irsa volvió a mirar a Shahrzad con vacilación, su hermana la impulsó hacia
adelante con una mirada de advertencia.
Pero tenía miedo. Ya le había costado a Shahrzad su daga y no sabía qué ayuda po-
dría proporcionarle más allá de una declaración conmovedora.
Así que salió hacia el sol del desierto, con el corazón clamando en su pecho y los
residuos de su orgullo a sus pies. Frenética, comenzó a buscar ayuda. Los ojos que
más necesitaba encontrar pertenecían a un chico alto de hombros anchos y la sonrisa
fácil de una tarde de verano. Un chico que había amado a su hermana desde que eran
niños.
—¿Irsa?
Ella trató de ignorar la cercana voz familiar. La voz del chico que más deseaba encon-
trar. Un chico cuyo amable rostro se encontraba buscando una y otra vez. No. Irsa no
necesitaba a Rahim. Necesitaba a Tariq, un chico de determinación y acción.
—No, yo solo… ¡necesito a Tariq! —Su mirada se precipitó en todas direcciones, fre-
nética.
—¿Por qué?
—Porque tengo que hacer algo. —Ella pasó junto a él—. Tú no lo entiendes. Shazi.
No. Ninguno de ellos era un líder. Siempre había conocido a Rahim como un chico que
seguía. Al igual que ella era una chica que corría. Una chica que no podía hacer nada,
salvo salvar su propia piel.
La culpa arañó su estómago. Irsa comenzó a temblar, incluso bajo el sol abrasador.
Ella sintió el agarre de Rahim apretarse sobre sus hombros.
Aunque Irsa siguió temblando, mantuvo la voz firme mientras trabajaba a través de los
inicios de un plan.
—No. —Un destello de perplejidad cruzó el rostro de Rahim—. Zoraya exploró el terre-
The Rose & the Dagger
no de antemano esta mañana, así que él la dejó atrás para que descansará.
E Irsa la tomó.
Una línea indeleble
Traducido por Mafer
Corregido por Cotota
En otro mundo -en otra vida- ella podría haber sentido lástima por él.
Y, a pesar de todos sus esfuerzos por ocultarlo, ella podía ver sus dedos temblando
alrededor de su daga.
Muévete lentamente.
Su agitación empeoró.
—¿Cómo? —Con cada errática pisada, haces de luz rebotaban a través de su rostro,
proyectando su dispersa barba en una sombra siniestra.
—¿Perdón?
—¿Cómo sobreviviste?
—Conté historias.
Se detuvo a la mitad de un paso. Su desdén era claro incluso antes de que contestara.
—¿Contaste historias? ¿Esperas que me crea que ese monstruo te mantuvo viva,
porque le divertías?
The Rose & the Dagger
Shahrzad igualó una mirada marchita en su dirección.
—Cree lo que elijas creer. Pero la prueba está de pie frente a ti, de todas formas.
—Teymur. —Shahrzad curvó sus labios en una cuidadosa sonrisa—. No estoy tratan-
do de provocarte —repitió—, estoy tratando de entenderte.
Una pobre elección de palabras. Shahrzad se dio cuenta tan pronto pasaron a la com-
prensión.
Se abalanzó hacia ella. Largos dedos se cerraron alrededor de su garganta como una
mancuerna. Shahrzad envolvió ambas manos alrededor de su muñeca, tratando de
estabilizar su agarre. Ella miró de vuelta en sus ojos como flamas, determinada a no
retroceder.
No tenía miedo. Este chico –este delgado hombre-niño– estaba por lejos más asus-
tado de lo que ella jamás estaría. El sudor caía en constantes chorritos abajo por los
lados de su rostro.
—¿Cómo sería posible que comprendieras? —Estaba tiritando tan fuerte que hacía
que su voz temblara—. Tú estás viva. ¡El monstruo te dejó vivir!
Con su otra mano, colocó la punta de su daga bajo su barbilla. La hoja estaba todavía
guardada en su vaina enjoyada.
—Teymur–
—¿Es de él? —Su mirada se movió de la daga de regreso a Shahrzad—. ¿Él te la dio?
—Sí. Él me la dio.
The Rose & the Dagger
—¿Y si te mato con ella? —Su voz bajó a un susurro—. Como él mató a mi Roya.
Shiva.
—La verdad.
—Dónde yace tu lealtad. ¿Le importas a Khalid Ibn al-Rashid? —Escupió el nombre
como si fuera una maldición—. ¿Eres importante para él?
—No puedo hablar de sus sentimientos. Los esconde bien —Una media verdad. Ella
podía manejar esto, si se le presionaba más. La sangre regresó a sus apretados dedos
de prisa.
Miente.
En la promesa de mañana.
—Con... Tariq Imran al-Ziyad —La mentira quemaba en su lengua—. Donde siempre
estará. —Mantuvo sus ojos cerrados, sabiendo que podrían traicionarla.
Teymur tomó un arduo respiro. Se sacudió en su pecho, después lleno el espacio entre
The Rose & the Dagger
ellos, caliente y fétido. Adentro, luego afuera. Dos veces más.
—Él no la tocó.
Su resolución firme mientras hablaba. Y Shahrzad sabía que no podía quedarse quieta
más tiempo. Golpeando su brazo a un lado, ella tacleó su hombro e intentó huir.
Con viciosa precisión, Teymur agarró su muslo, tomando sus pies de debajo de ella y
azotando a Shahrzad al suelo. Todo el aire fue expulsado de su pecho. Jadeó una vez,
el dolor en su costado abrasando mientras se esforzaba en recuperar el aliento.
Por primera vez, una fría ola de miedo bajo por su espalda.
Esta delgada comadreja de niño era más fuerte que ella. Él era alto y astuto. Y ella no
podía pelear con él por siempre. Ni podría razonar con él.
Pero tal vez hubiera otra manera. Una manera de distracción y mentiras.
Cualquier resquicio de piedad que pudiera haber tenido por él se derritió en su rabia.
Estaba depredando en el más básico de los miedos. Un miedo que Shahrzad hacía
mucho había sostenido en los recesos más oscuros de su mente.
Los dos lados del hombre-niño lucharon por el control mientras la miraba ferozmen-
te. Él estaba tan aterrado, fanfarroneando y temblando por este difícilmente ganado
triunfo.
Teymur hizo una mueca ante su audacia. Su valor al llevar sus vergonzosas intencio-
nes a la luz.
Shahrzad sabía que sus burlas eran tontas. Sabían que podían provocarlo más. Pera
no podía –no lo haría– consentir en la cara de tal cobardía.
La sensación del frío acero contra su piel no la asustaba. Se colgó de rabia en su lugar.
—Khalid Ibn al-Rashid valora pequeñas cosas en vida. Lo entretuve por un tiempo.
No busques razones más allá. Lo dijiste tú mismo: es un monstruo. —Habló en tonos
claros, su apenas contenida furia subrayando cada sílaba.
—¿Esperas que me crea que el gran Rey de Reyes no estaría enojado por lo que ha
pasado hoy?
No.
—Si crees que Roya condonaría tus acciones en este momento, nada que haga o diga
importará. —Se atragantó con la bilis que subía—. Pero no puedo imaginar que alguna
chica con amor real en su corazón pueda alguna vez aprobar algo como esto.
Incluso en la tenue luz, podía ver que varias tiras de carne seca habían sido desliza-
das bajo el borde de la tienda en su dirección.
Eran del tipo de carne seca que Tariq usualmente daba a Zoraya.
Esto no parecía algo que Tariq hubiera planeado. Si Tariq supiera lo que ocurría dentro
de las paredes de la tienda, la habría arrancado del suelo y usado sus sogas para
colgar a Teymur en el viento. Tariq –temerario en cada vuelta– hubiera detestado te-
ner que recurrir a un ataque sigiloso de cualquier forma. Y definitivamente no uno que
incluya a Zoraya.
Una cosa era segura: si este plan estaba pensado para proveer una distracción, pro-
baría a ser una muy interesante.
Como una mangosta a una cobra, su mano salió disparada al collar del qamis de Tey-
mur. Metió la tira en el hueco tras su cuello. Momentáneamente aturdido, soltó la daga
y pegó ambas manos en su nuca, como si tratara de aplastar un insecto merodeando.
En una ráfaga de plumas y destellantes garras, Zoraya vino chillando por la entrada
de la tienda, directo al cuello de Teymur. Gritó y se tambaleó a un lado de Shahrzad. El
halcón continuó atacándolo, sus alas abiertas ampliamente. Shahrzad cogió otra pieza
de carne seca mientras Teymur trataba en vano de defenderse del embate de Zoraya.
—Zoraya. ¡Detén esto, ahora! —El halcón ignoró la orden, así que Shahrzad silbó
suavemente.
Zoraya graznó en respuesta, pero cesó su ataque. De espaldas para recoger su daga
olvidada, Shahrzad se plantó frente a un acobardado Teymur. Su cuello y manos esta-
ban rasguñados y sangrantes, y la parte delantera de sus pantalones estaba empapa-
da. El halcón retrajo sus garras y aterrizó a lado de los pies de Shahrzad, sus plumas
azul-gris extendidas en una sombra protectora.
Lo sabía y no le importaba.
Sus pies descalzos pisaron sobre la fría piedra mientras ella recorría los lúgubres pa-
sillos hacia las puertas de su recamara. Con el corazón en la garganta, puso su mano
en la puerta y la empujo para que se abriera.
Estaba oscuro. Un azul muy oscuro. El tipo de oscuro que traía el frio con él, sin im-
portar la temperatura.
En el centro de entre los cojines se sentaba una figura solitaria, envuelta en sombras.
—¿Khalid?
Shahrzad caminó más rápido atravesando la niebla, y entrecerró los ojos en la oscu-
ridad azul y el fino velo.
—No, Shazi-jan. No soy él. Pero espero que perdone esta intrusión. —La figura le son-
rió con una sonrisa cómplice de quien conoce secretos del pasado, presente y futuro.
¿Cuánto tiempo había deseado oír ese sonido solo una vez más?
—¿Shiva? —susurró Shahrzad sin creerlo mientras rodeaba el pie de la cama y alcan-
zaba la cortina de seda.
Shiva sonrió, juguetona y llena de vida. Un hoyuelo deformaba su mejilla izquierda, tan
perfectamente imperfecta como siempre.
La imagen rasgó su corazón de nuevo. Pues Shahrzad sabía que esto era un sueño,
también sabía que tendría que despertar en algún punto.
—Tontita. Solo porque estemos en un sueño no significa que sea una mentira.
—¡Claro! Siempre he estado aquí —Shiva puso su barbilla en una rodilla—. He estado
esperando hasta que me necesitaras.
—Pero no lo hice —continuó Shahrzad—. Cometí tantos errores. ¡Me enamoré del
chico responsable de tu muerte!
—Lo hiciste. Y eso fue difícil de ver, algunas veces. Especialmente la mañana que casi
moriste.
—Te traicioné
—No, Shazi. No me traicionaste. Te lo dije, estuve ahí todo el tiempo. Y tengo una
The Rose & the Dagger
confesión que hacer… —los ojos de Shiva miraron a los lados, brillando con malicioso
entendimiento. Llenos de vibrante luz—. Al momento que lo vi correr hacia ti esa ma-
ñana, supe que ibas a salvarlo, justo como él te salvo a ti. —Cuando Shiva alcanzó su
mano, Shahrzad saltó por la calidez de esta.
De nuevo, Shiva sonrió, sus delgados hombros inclinándose con graciosa agilidad.
—Se siente real porque tú me recuerdas de esta manera. Y es encantador ser recor-
dada como cálida y perfectamente imperfecta. —Shiva entrelazó sus dedos con los de
Shahrzad y apretó.
—Lo… siento tanto por amarlo, Shiva-jan. Siento tanto no haber sido fuerte.
—¡Es ridículo disculparse por eso! —Los finos rasgos de Shiva la hacían lucir como
una muñeca al enojarse—. Deberías saberlo mejor. Nunca te disculpes por algo así
de nuevo. Tú entre todas las personas debería saber qué pasa cuando me desobe-
decen. —Ella sacudió un puño, riendo con burla recordándole todas sus discusiones
de la infancia. Shahrzad no pudo más que unirse a su risa, hasta que su coro lleno el
espacio alrededor de ellas.
—No quiero despertar —la risa murió en los labios de Shahrzad, el eco volviendo ha-
cia ella desde las puertas dobles. Desde una puerta entre mundos.
—Y yo no quiero que despiertes —dijo Shiva—, aun así, cuando la hora llegue, des-
pertarás, como siempre.
—No lo creo —los labios de Shiva formaron una melancólica sonrisa—. Después de
todo, no me estabas buscando a mí cuando llegaste. Estabas buscándolo a él. —No
era una acusación. Solamente una observación. Shiva siempre había sido así, incapaz
de retener la verdad pero incapaz de ser cruel. Un raro tipo de persona. El mejor tipo
de amiga.
—Entonces debes romperla —interrumpió Shiva—. Eso está fuera de cuestión. Lo que
queda es saber cómo piensas actuar para hacerlo. ¿Tienes un plan?
Aunque Shahrzad pretendía buscar a Musa Zaragoza pronto por esa misma razón, no
podía responderle a Shiva. No estaba segura de cómo proceder. Incluso desde niña,
fue por la vida guiada por el instinto. Eso y coraje absoluto.
Shiva fue quien siempre planeaba. Shiva quien siempre pensó en lo que vendría des-
The Rose & the Dagger
pués.
— ¿Ves? — dijo Shiva, relajando su ceño—. Esta es la razón por la que vine a ti esta
noche, mi queridísima amiga. Estás perdida y no funcionará de esa manera.
Shahrzad observó como la niebla se esparcía al techo, envolviendo la cama con sus
fantasmales brazos y ondulándose sobre ellas.
¿Podría siquiera atreverse a hacer algo así? Después de toda la muerte la sangre y la
destrucción sin sentido, parecía como la peor forma de egoísmo.
Era una coraza de la chica que conocía. Una chica encorvada, reticente. Una chica
ausente… de la vida y de vida.
Ella se enderezó.
—Quiero estar con Khalid. Quiero que mi padre esté bien. Y… quiero que la maldición
se rompa.
—Muy bien, entonces —Shiva asintió, con un aire de solemnidad—. ¿Cómo alguien
hace que una cabra vuele?
—Se seria.
—¡Estoy siendo seria! —Rió Shiva, dejando que el sonido atravesara la niebla y pasa-
ra sobre el centinela—. ¿Y si pusieras la cabra en tu alfombra voladora? ¿Podría volar
The Rose & the Dagger
entonces? —Sus ojos brillaron con una sospechosa luz.
—Fue solo una teoría —Shiva sacudió la mano por una voluta del humo blanco—.
Pero si me preguntas, la mejor forma de ir volando es cortar las cuerdas que te atan al
suelo… —sus palabras empezaron a sonar apagada, como si estuviera bajo el agua,
aunque su sonrisa continuaba brillante.
f
Shahrzad despertó con un sobresalto.
Esperó por el aplastante vacío que venía cuando se daba cuenta que su sueño había
terminado con tantas cosas sin decir.
Nunca vino.
Por primera vez desde que escapó de la ciudad de Rey hace casi una semana, ella no
se sintió perdida y tan sola. Ella había encontrado un medio para lograr su propósito.
Y su propósito tenía un peso que podía soportar.
Gracias, Shiva
Con cuidado de no molestar a Irsa, Shahrzad se puso las sandalias para tomar algo de
aire. Se llevó la shahmina de su hermana y envolvió el gran triangulo sobre su cabeza
para protegerse de una fría noche en el desierto. Hizo su camino fuera de la tienda,
asegurándose de cerrar la solapa tras ella…
—¡Quítate de encima! —dijo ella, consternada por sentir sus mejillas arder.
—Qué estás–
—Qué rayos–
—Tu primero —dijo Tariq con voz hosca que le recordó una versión mucho más joven
de él mismo. Un joven con una sonrisa perezosa siempre inclinado a las bromas.
—Eres… horrible Shazi. Solo horrible —pasó la mano por su cara, pero no antes de
que Shahrzad viera la mirada de humillación que trató de esconder.
—Sé que soy horrible. Así que me pregunto con más fuerza: ¿Por qué estás aquí?
Escudándose de una nueva ola de culpa, ella se apartó, sus mejillas ardiendo.
Shahrzad lo apartó.
— ¡No me toques, Tariq Imran al-Ziyad! ¡No te atrevas! —estaba horrorizada de sentir
el pinchazo de las lágrimas aproximándose. No había llorado ni una vez en los pa-
sados días. No cuando encontraron a la contraída figura de su padre en esa oscura
The Rose & the Dagger
ladera. No cuando se volvió a dar un último vistazo a su ciudad ardiendo detrás de ella.
Ni siquiera cuando supo que Tariq le había prometido a Jalal nunca traerla de vuelta.
—Detente —ella puso ambas manos en su pecho mientras lágrimas de enojo empe-
zaban a derramarse—. ¡No te necesito!
Calientes lágrimas se deslizaron por su rostro. Aun así ella se resistió a apoyarse en
él. Se resistió a sucumbir a tal debilidad.
Se sintieron como todo lo que ella amó acerca de ser joven y libre. La esencia de la
arena y la sal en su piel; el montuoso sentimiento de caer y saber que alguien estaría
siempre ahí para atraparla o, por lo menos, para cuidar sus heridas; la novedad de
todo las cosas… y del amor, especialmente.
—Rahim me contó lo que sucedió —los dedos de Tariq se movieron a su cuello, como
siempre lo hacían antes, hace muchos años. Él bajó el tono de su voz, haciéndola
vibrar, suntuosa y resonante contra ella, casi decadente. Un lujo que ella ya no nece-
sitaba ni merecía—. Golpeare a esa maldito niño por siquiera pensar algo como eso.
No.
—¿No me corresponde?
—Ya controlé el asunto Tariq. No hagas nada, no serviría para nada más que para
derramar más sangre. Y ya tuve suficiente de eso —ella chocó su hombro al pasar a
su lado.
—Respóndeme Shazi. ¿Le dirías que no le corresponde enfurecerse con este chico
por lo que te hizo?
Ella esperó.
—Sí.
—Él… escucharía.
—Estás mintiendo —bufó Tariq—. No creo ni por un momento que ese sanguinario
que tu llamas esposo dejaría a ese chico ver otro día después de lo que te hizo.
—Lo que Khalid haría no te incumbe —ella estaba peligrosamente a punto de gritar—.
¡Y ya me harte de discutir sobre este incidente y el sanguinario de mi esposo contigo!
—Shahrzad cortó el aire con una mano terminando la discusión.
—¿Así que ahora crees que te corresponde controlar lo que sucede en este campa-
mento? —dijo Tariq—. ¿Es por eso que ese chico llorón fue devuelto a su gente, como
un niño que va a ser regañado? Honestamente creíste que…
—Honestamente creí que no serviría de nada derramar más sangre. Teymur fue lleva-
do al Emir de la tienda de Karaj para que lidien con esto apropiadamente. Y eso es lo
que me corresponde, decidir cómo tratar con estos asuntos. ¡Y no —ella puso un dedo
en su pecho— te corresponde repartir justicia en mi nombre!
—¿De verdad crees que el emir lo castigará por lo que hizo hoy? No lo hará. Y ahora
no tengo idea de dónde esté Teymur. Por lo que dudo que ese extremista fuera envia-
do para que lidiaran con él, como a ti te gustaría creer. ¡Él huyó y con él todo sentido
de justicia! —Tariq extendió los brazos, su rostro desfigurado por la exasperación—.
¿Sabías arreglaron para que Teymur se casara en la familia del emir? Es posible que
el emir incluso lo enviara con ese propósito.
Sin una palabra, Shahrzad tomó su mano y lo llevo hacia el desierto, alejándose de las
tiendas. Cuando finalmente se volteó para enfrentarlo, Tariq parecía haber envejecido
una década debido a todo lo ocurrido.
—¿Alguna vez piensas sobre esa noche? —Tariq no pudo mirar a sus ojos mientras
hacia la pregunta.
—Hiciste lo correcto —dijo Shahrzad, estudiando los infinitos granos de arena que se
deslizaban entre los dedos de sus pies—. Te puse en una situación imposible. Una
situación inapropiada.
El cambio su peso de un pie a otro, este chico que nunca fue incomodo, lastimándola
con su rara incomodidad.
Tariq merecía su honestidad. Por todos esos besos robados en rincones oscuros. Por
todos esos años de amor incondicional.
Ella sostuvo su mirada, aunque el dolor en su pecho hacía que quisiera correr rápido
y muy lejos.
— Shahrzad…
—Quería –no, necesitaba– sentir algo —había una gentil determinación en sus pala-
bras—. Pensé que, si me perdía en tus brazos, podría sentir algo de nuevo. Así podría
llorar por Shiva y continuar. Pero tuviste razón al apartarme. Nunca te odié por eso. Por
favor créeme cuando lo digo —terminó con un suave tono.
Tariq estaba callado por mucho tiempo. Ella vio el dolor en sus ojos desaparecer, re-
emplazado por amarga resignación.
The Rose & the Dagger
—Te creo. No cambia el hecho de que después de eso me odié a mí mismo casi cada
día —él dio dos pasos hacia ella y se detuvo, vacilante.
Los dedos de sus pies se encogieron en sus sandalias, apretando la arena contra su
piel.
Tariq presiono sus labios en una fina línea. Los músculos de su cuello se movieron
mientras tragaba con fuerza. Él parecía estar ordenando sus palabras antes de decir-
las, de nuevo tan raro por parte de su primer amor.
Luego sus ojos encontraron los de ella y no se apartaron, feroces con convicción.
—Porque sé que, si nos hubiera dado a ambos lo que queríamos esa noche, tú serias
mi esposa ahora, en lugar de suya.
—¿Es…es eso lo que pensabas que traté de hacer? —Shahrzad logró farfullar—.
¿Qué fui a tu habitación como la hija de un pobre hombre, que intentaba escapar
como la esposa de un futuro emir? —Ella lo observó, poniendo sus brazos en jarras—.
No fue mi intención forzarte a casarte conmigo, ¡idiota arrogante! De haber compartido
tu cama esa noche, ¡nunca habría esperado que me propusieras matrimonio al día
siguiente!
—Pero no habría sido porque me sintiera obligado a hacerlo —dijo Tariq, posando las
manos en sus hombros, con cautela al principio, y poniendo su peso después—, ha-
bría sido porque no quería esperar un solo día más… y porque habría sido incorrecto.
Mi primo había sido asesinado días antes. Mi tía se arrojó de su balcón tres días des-
pués. ¿Cómo podría ir con tu padre, con mis padres, y pedir que te casaras conmigo?
Sus manos cayeron a sus lados mientras esperaba a que ella reuniera sus ideas y
hablara.
—Continuas hiriéndome, chica horrible. Porque lo sé. De haber pasado una sola no-
che contigo, nunca habría deseado ser apartado de ti desde ese día en adelante.
Shahrzad quería que dejara de hablar. Detenerlo antes de que dijera algo de lo que
se arrepintiera.
—Desde la tarde que te vi caer de las murallas en Taleqan, te sentiste ineludible para
mí. Eso es lo mucho que te amo —sus palabras salían sin esfuerzo. Como siempre—,
pero tú no puedes decir lo mismo de mi ¿o sí?
—Por favor respóndeme Shazi —dijo—. Es tiempo de que escuche la verdad. Yo…
merezco escucharla.
Cuando Shahrzad estudio su cara, se dio cuenta que, en el transcurso de los últimos
días, él se había estado preparando para este momento.
—Si te amo Tariq —con mucho cuidado, Shahrzad puso una palma en su mejilla —,
pero… es él donde vivo.
Tariq cubrió su mano con la de él. Asintió una vez. El único signo de reconocimiento
fue el pequeño movimiento de un musculo de su mandíbula. La intención de esconder
la emoción lo delató más de lo que cualquier ataque de lágrimas lo haría jamás.
—Supe que estabas enamorada de él cuando los vi juntos en Rey. Pero… he sido un
tonto, por aferrarme a una vana esperanza.
—Por favor, tienes que saber… —Shahrzad mordió su labio inferior, segura de que
haría que sangrara—. Nunca quise causarte dolor.
—El dolor fue por mi culpa. Rahim me contó lo que le dijiste a Teymur hoy… que tu
corazón estaba conmigo, como siempre lo estaría.
—Yo…
—Mentiste para salvarte. Lo entiendo —dijo en un tono plano—, pero debes saber que
Teymur le dirá al Emir de Karaj, y el rumor se esparcirá.
—No puedo pedirte que hagas eso. No voy a pedirte que hagas eso. No es justo.
—No, no lo es —Tariq estuvo de acuerdo—. Pero aún tienes que pedirme que aban-
done esta guerra.
The Rose & the Dagger
Sus ojos se abrieron con sorpresa.
Articulando su traición.
—El amor te ha vuelto ciega a la verdad. Pero no lo hará conmigo —dijo Tariq, con
los ojos inundados de emoción—. Solo hay una verdad que realmente importa: ¿él es
responsable por la muerte de mi primo?
—Sí.
—Tariq, por favor —ella lo alcanzó—. Dijiste que me amas. Te ruego que reconside-
res…
—Si te amo. Nada cambiará eso. Así como nada cambiará el hecho de que él mató
a mi primo y me robó a la chica que amo —Shahrzad miró con horror cómo su mano
cayó en la empuñadura de su cimitarra, sosteniéndola fuerte.
— No te equivoques, la siguiente vez que vea a Khalid Ibn al-Rashid, uno de nosotros
Pero Jahandar no quería que las cosas se revelaran como lo habían hecho.
Cuando él primero había llamado al poder del libro, él había pensado que podía
controlarlo. Él había pensado que era un maestro.
Una parte de Jahandar sabía que todos los derechos del libro debían ser destruidos.
Y aun así…
Jahandar enredo sus dedos estrechamente alrededor del libro. El calor se filtró en su
piel, pulsando en los callos de sus manos.
Quizás podría controlarlo ahora. Ahora que sabía qué tipo de criatura era.
¿Era el peso de pensar tal tontería? ¿Una evidencia más de una sospecha fuera de
lugar?
Tal vez.
The Rose & the Dagger
Él podría intentarlo. Solo algo pequeño, al principio. Nada como los errores que él
había cometido en las cercanías de Rey. Lo sabía mejor ahora.
Ahora que él había visto de lo que era capaz. Él había caminado en las aguas del rio
con mucho cuidado. Con más consideración de la que había adoptado en la cima.
La noche que él había presenciado como el libro ponía a una ciudad entera en ruinas.
Se estremeció al recordad los rayos de luz que habían cortado el cielo y habían
golpeado el corazón de Khorasan, la gema más preciada.
La ciudad donde Jahandar había criado a sus hijas y atendido su amada biblioteca.
La ciudad donde había enterrado a su esposa después de verla caer en una enfermedad.
El recordó las muchas veces que se había mostrado incapaz a esos que lo rodeaban –
incapaz de evitar que su esposa sucumbiera ante su enfermedad; incapaz de mantener
su puesto como Visir después de su muerte; incapaz de prevenir que su hijas dieran
zancadas por los pasillos del palacio hacia una muerte segura.
Inútil.
Otra vez, apretó el libro, agradecido de que sus dos hijas hubieran escapado de la
tormenta ilesas.
El no había querido que pasara. El solo quería dar una distracción. Rescatar a su
amada hija. Y quizás encontrar su verdadera vocación–
Como hombre de poder. Un hombre para ser respetado. Un hombre para ser temido.
Irsa había dicho mucho hoy, cuando había mencionado una alfombra mágica. Eso
The Rose & the Dagger
había tomado todo su auto-control para mentir aun cuando había escuchado las
palabras. Para guardar silencio ante tal posibilidad.
Y ella era fuerte. Aún más fuerte de lo que él era. Él lo había sentido cada vez que
las manos de Shahrzad habían frotado el libro; que había dado la bienvenida a su
presencia.
Su oportunidad de redención.
Una vez que recuperara el uso completo de su cuerpo, Jahandar volvería a retomar
sus estudios.
Esta vez, el seria el maestro del libro. Volviéndose verdaderamente digno de ese
poder. El no permitiría que lo contralara de nuevo.
Le enseñaría a su hija a usar sus poderes. Entonces, juntos, pondrían poner bien todo
lo que había ido mal.
Era la única cosa de la que de la que había estado siempre orgulloso de sí mismo
desde el principio.
Dispuesto a aprender.
La Mariposa y la Bestia
Traducido por Ale Murquía
Corregido por Cotota
No puede recordar una sola vez cuando haya estado satisfecho con una sorpresa. En
su experiencia, las sorpresas eran a menudo el preludio de algo mucho más engañoso.
Como un veneno lento enmascarado por un vino fino. Servido en una copa enjoyada.
No.
Y por esa razón, cuando Khalid caminó dentro de los aposentos de Vikram, y encon-
tró a Despina sentada a la cabecera de la cama de su guardaespaldas, estaba más
disgustado.
¿Cómo es que se las había arreglado para enterarse de la recuperación del Rajput
tan pronto? Khalid recibió palabra solo hasta el amanecer, hace menos de una hora.
De hecho, los ojos y oídos de la criada eran bastante extensos. Estaban entre las razo-
nes del rey por las que ella siempre había hecho como una espía excelente. Sin duda
se trataba de su habilidad de hacer amigos y ganarse su confianza con la facilidad de
una mariposa. Fue así como se hizo de amigos de influencia alrededor del palacio.
—Sayyidi.
—Estoy impresionado —Khalid permaneció a los pies de la cama, con sus rasgos ce-
ñidos. Despina sonrió, sus ojos chispeando aun en con la débil luz filtrándose por las
rejillas de la ventana.
—¿Tu hombro?
Nunca ha habido formalidades entre ellos. Habían entrenado juntos por años. San-
grado juntos. Peleado juntos. El Rajput ha sido su guardaespaldas desde el día que
Khalid fue coronado rey. Su amigo antes que eso.
—Solo perdió al faqir, sayyidi –dijo ella mientras recolocaba la vasija en la mesa baja—
. Él vino a decir…
—La flecha hizo pedazos mi esternón, y el hueso en mi hombro —dijo Vikram con un
tono brusco. Un tono que prometía una fiera represalia en un futuro cercano.
Vikram la silenció con una mirada. Poniendo mala cara, Despina regresó a su banco
y cruzó sus brazos sobre el pecho.
Vikram se inclinó hacia atrás contra las almohadas y lo observó con su usual mirada
sin concesiones.
—Para pelear.
—Mientes. Como la postura de pavo real en la que estas —las cejas de Khalid se
elevaron.
The Rose & the Dagger
—Yo no miento.
—Raramente es mejor.
—Ya no puedo pelear más, meraa dost —fue un a difícil confesión. Sus ojos se cerra-
ron por un instante.
—Ahora, eso es una mentira —dijo Khalid sin vacilación—. El faqir me dijo que tu hom-
bre debería sanar con el tiempo—. Puede que no volverá a ser lo que…
Verdaderamente, Khalid odiaba las sorpresas. Con el fuego de mil soles, las aborre-
cía.
A pesar de todo.
Él sabía que las palabras de aliento eran necesarias. Vikram no era un tonto, no tenía
la necesidad de mimos. Sin embargo, Khalid no podía ignorar su inclinación por decir
lo obvio.
—Es muy pronto para hacer un juicio sobre el asunto —se refrenó para no hablar en
un tono gentil, él sabía que Vikram lo despreciaría—. La sensibilidad debería regresar
a tu mano con el tiempo.
—Aún si lo hace, jamás pelearía como una vez lo hice —no había sentimiento detrás
de la respuesta. Solo la simple declaración de un hecho.
Despina se removió en su asiento –el segundo gesto de desconformidad por las pala-
bras de Vikram que ha visto de la criada desde que llegó. Pensamiento que lo descon-
certó. Khalid concedió que las palabras de Vikram requerían consideración
—Esa flecha usaba puntas de obsidiana —la furia de Vikram hizo que se formaran
profundas líneas a través de su frente, bajando por los lados de su rostro—. Destroza-
ron los huesos. Esta más allá de una reparación.
A pesar de su deseo de avivar las llamas, Khalid aprisionó su ira. No tendría propósito
avivar el furor. En cambio, ocultó sus rasgos en una máscara de falsa compostura. Una
máscara que usaba bien.
The Rose & the Dagger
—Oí suficiente.
—No puedo servir como tu guardaespaldas con solo un brazo bueno —dijo Vikram de
una manera mordaz.
—Difiero.
—Como sabía que lo harías —dijo frunciendo el ceño—. Pero eso no importa, meraa
dost.
—Por qué no seré menos de lo que soy, y tú no me forzarás a ser menos —ni siquiera
se molestó en desafiar la mirada molesta de Khalid.
—Desearía dejar la ciudad. Para comenzar una vida nueva por mí cuenta
Vikram casi le da una mirada burlona a su Rey. Después su mirada se deslizó lenta-
mente a la disgustada mariposa a su lado.
Aparentemente el odio de Khalid por las sorpresas estaba solo comenzando. Por mu-
cho que lo intentó, Khallid no pudo evitar la mirada agria que cruzo su rostro.
Cuando sus bonitos labios comenzaron a elevarse para formar una sonrisa y sus ojos
comenzaron a brillar como si estuviera repletos de secretos sin compartir, le tomó a
Khalid toda su fuerza para no perder su temperamento y salir del cuarto con una rabia
sin sentido.
—Muy bien entonces. Nada más lejos para mí que entender las maquinaciones del
amor —Khalid sacudió su cabeza, desvaneciendo toda evidencia de su incredulidad—.
¿Algo más?
The Rose & the Dagger
—Hay… una cosa más —dijo el Rajput refunfuñando, casi como si la idea fuera re-
pentina.
—Comprendo —replicó Khalid—. No discutiré estos asuntos con nadie. Tienes mi pa-
labra.
—Partiremos en dos días. Después de eso, todo está en manos de los dioses.
—El mejor espadachín en una ciudad caída —contratacó Khalid, frenando el inicio
de una sonrisa—. Adecuado —miró a lo lejos, frotando una palma a lo largo de su
mandíbula.
—¿Meraa dost?
Esa fue la primera insinuación de indecisión que Khalid escuchó en la voz de Vikram.
—¿Qué dices? —Khalid finalmente sonrió, aun con todo el peso de su corazón—.
¿Después de todas tus protestas?
—Ella no está segura en Rey, Vikram —dijo Khalid—. No soy bueno para ella.
— ¿Y él sí? —las líneas de la frente del Rajput regresaron según la rabia de Khalid
aumentaba.
—¿Y tú no puedes? —la mirada de Vikram lo partió a la mitad como las puntas de
obsidiana de Tariq Imran al-Zivad rompían los huesos. La sangre de Khalid se llenó de
The Rose & the Dagger
turbia ira. Ira sin justificación.
Después de todo, él había sido el que dejó a Shahrzad desaparecer con el hijo de Na-
sit al-Ziyad. No fue tras ella, como hubiera querido hacer. No le ordenó a Jalal traerla
de regreso, a pesar de los ruegos de su corazón.
Porque era mejor que ella no sufriera junto a él –junto a Rey– nunca más.
¿Hasta qué punto podrían mediar sus defectos con su destino? No era posible. A pe-
sar de todos sus intentos para evitar su destino, hallaría su camino hasta él. Ha redu-
cido su camino a través de su ciudad. Prendió fuego a todo lo que más quería.
Él ardería solo –una y otra vez– antes que ver una cosa así.
Las palabras eran susurros en sus oídos, llevadas por el aire como una invocación
secreta.
“Vuela”.
Color óxido, con el borde azul oscuro y en el centro un medallón con ornamentas de-
corativas blanco y negro.
Aunque una pequeña. Era apenas del largo suficiente para sostener a dos personas,
sentadas lado a lado.
Aunque ella sabía que esperar, todavía le tomó por sorpresa cuando una esquina de
la alfombra se enroscó en su mano.
—Corta las cadenas, arruínalo. ¿Tragaste tus orejas justo ahora, junto con su nervio?
The Rose & the Dagger
—Te escuche las primeras mil veces, ¡Tu rata! —con una pequeña mueca por la me-
moria de Shiva, Shahrzad alcanzado por un vaso vacío y el lanzador de agua en la
mesa baja cercana. Captura su lengua entre sus dientes, ella llena el vaso a la mitad y
lo coloca en el centro del medallón de la más fea alfombra de toda la creación.
Shahrzad vuelve su palma a la alfombra. Al igual que antes, la extraña sensación des-
plegada alrededor de su corazón antes de hormigueo en su brazo. Los bordes de la
alfombra encorvados sobre sí mismos, luego la alfombra se elevó en el aire. Pronto,
había nada bajo ella solo espacio vacío. Se levantó en sus rodillas, moviéndose con
precaución. El vaso no se había movido del centro del medallón, ni una sola gota de
agua había caído.
Exhaló por la nariz, Shahrzad flotó sus dedos a la derecha. La alfombra siguió a lo
largo del nivel de sus hombros, la superficie del agua estaba en calma como un lago
imperturbable.
Se levantó sin previo aviso, su mano apuntando al techo de la tienda. Shahrzad espe-
raba que la alfombra se inclinara sin control, pero –aunque se elevó en el brillo de un
ojo– se negó a ser sacudida por una corriente sin gracia. En su lugar, se ondeó como
si estuviera bajo el hechizo de la más ligera de las brizas. Arrastrando las puntas de
sus dedos, se elevó por encima de su cabeza- una serie de pequeñas olas sobre una
orilla invisible- antes de la espiral de regreso al suelo a sus órdenes. Repitió los movi-
mientos dos veces. Arriba. Abajo. Y otra vez. Ni una sola vez la alfombra hizo contacto
con su piel. Ni una sola vez perdió el control. Se llevó el vaso como un acompañante
sin peso, del techo al suelo como nubes en el aire.
Shahrzad nunca vio el agua arrellanarse de un borde al otro, sin derramarse, simple-
mente arremolinándose alrededor, como si estuviera bailando una música lánguida
que solo él podía oír.
Sus ojos se ampliaron, dejó que el círculo mágico de la alfombra regresara a la tierra.
En sus oídos, la voz de su mejor amigo –la voz detrás del murmullo secreto– comenzó
a reírse, líricamente, hermosamente.
Provocativamente.
Tu turno, arruínalo.
Sin el vaso.
f
The Rose & the Dagger
Baba lucía mejor esta mañana. Al menos, eso era lo que Irsa pensaba. Él no parecía
tan pálido o absolutamente tan marchitado. Y él tenía que tragar su mezcla de agua y
hierbas con un poco más de entusiasmo del que tenía ayer.
Irsa hizo una mueca mientras se soplaba unas hebras pegajosas de cabello de su
frente. Estaba segura de que comenzaba a parecerse a uno de los innumerables ni-
ños de la calle en Rey. Repleta de suciedad a lo largo del cuello y arena detrás de las
orejas. Con un resoplido Irsa levantó su trenza de castaño cabello y la retorció en un
nudo en la base de su cuello.
¡Dios Misericordioso! ¿Por qué la tienda de su padre era más caliente que la suya?
Se sentía como en una panadería en una tarde de verano. ¿Cómo podía permanecer
Baba ahí?
Irsa estudió su tez pálida una vez más luego finalizó quitando el sudor de su frente.
—Por favor despierta, Baba. Es mi cumpleaños hoy. Y sería el mejor regalo de todos
escuchar tu voz. O ver tu sonrisa. —Ella depositó un beso en su frente antes de reco-
ger sus cosas y caminar a grandes zancadas a la entrada de la tienda de su padre.
—Irsa al-Khayzuran.
Se detuvo en seco. Giró. Casi tropezó con el tacón de la sandalia. Luego levantó una
mano para proteger sus ojos de los rayos abrazadores.
—He esperado un largo tiempo en sol por ti… para que pudiera asegurarme que todo
está bien después de la terrible experiencia de ayer —declaró Rahim al-Din Walad en
voz baja—. Pero ¿supongo que soy más fácil de ignorar?
El controló una ligera risa. Sonó como un tipo de risa seca, como un pergamino ras-
gándose en dos, pero Irsa se sintió aliviada de ello. Cosas extrañas siempre la habían
aliviado de tal manera.
—Cómo puedes ver, estoy absolutamente bien —el color saltó a sus mejillas—. ¿Ne-
cesitas alguna cosa más?
The Rose & the Dagger
—¿Las personas solo hablan contigo cuando necesitan algo?
¿Por qué el siempre hacía muchas preguntas? ¿Y por qué eso la irritaba tanto?
—No. Ellos solo me hablan cuando lo necesitan también. O cuando ellos creen que
yo necesito algo, eso hacen usualmente —replicó ella—. Pero ¿supongo que estabas
esperando en el caluroso sol por salud? —tan pronto como la pregunta salió de su
lengua, Irsa quería palmearse la boca.
¿Qué estaba mal con ella? ¡Después de todo lo que Rahim había hecho por ella úl-
timamente! Le enseñó a montar a caballo en las sofocantes tardes cuando él podía
haber estado con Tariq o los otros soldados. Luego ayudándola a rescatar a Shahrzad
apenas ayer.
En verdad, no había una razón concebible para que fuera tan mala con él.
—No. —Rahim presionó sus labios como una ráfaga de viento soplando un baño de
arena a través de sus rizos estrechamente ondulados—. ¿Pensaste que podría olvi-
darlo?
—¿Qué estás haciendo? —Rahim finalmente parpadeó, sus pestañas tan gruesas
como pinceladas a través de un lienzo.
—Porque… yo… ¡las chicas deben ser hermosas! —replicó Irsa de nuevo, secándose
la frente con la manga.
The Rose & the Dagger
—No sudorosas, malolientes desastres
—No, es… eres… preocupante —Irsa no pudo evitarlo. Realmente lo era. Con sus
incesantes preguntas.
Y su inquebrantable calidez.
—Te he traído algo —le dijo luego de varios momentos de deliberación constante.
—Tomé esto prestado de Omar. Por eso tenemos que devolverlo. Pero… pensé que te
gustaría. —Se encogió de hombros, luego acercó el pergamino a ella.
Rahim esperó, imperturbable, pensó que ella podía ver otra pregunta formándose en
sus labios.
Ella lo golpeó.
—¿Qué es esto?
—Omar me dijo que puedes poner hierbas de té y leche en el agua de tu padre. Este
es un pergamino de plantas y sus propiedades curativas. Pensé que podría gustarte.
Podría traducir el pergamino para ti mañana. Quizás puedas trascribirlo. —Se encogió
de hombros otra vez—. O… puedo hacerlo para ti. Aunque que mi escritura deja mu-
cho que desear.
Irsa estaba sorprendida. De todas las cosas sensibles que esperaba que Rahim hicie-
ra o dijera, eso no era.
—Yo… bueno… supuse que podría hacerlo. Sí, eso quería decir. Lo transcribiré. No tú.
—De nada —él sonrió; otra vez, el sonido era frágil en el aire sin embargo caliente en
su piel. Cuando él se volvió para dejarla, Irsa sintió una repentina urgencia de pregun-
tarle si se podía quedar.
—No puedo ver porqué podrían oponerse. No con Tariq a su lado. Nada de importan-
cia se discutirá alrededor del fuego. Y todo el mundo es más bien curioso acerca de
ella. Pero, si ella decide asistir, no será fácil. Todos los ojos estarán puestos sobre ella
—Rahim advirtió, siempre el amigo vigilante.
—Me aseguraré de mantenerla informada. Y… haré todo seguro para que nada le
pase a ella —Irsa alzó la barbilla, encontrándose con su mirada. Firme. Leal.
Al menos esperaba que así era como parecía. Ella bien podía parecer loca, por todo lo
que sabía –cabello sudoroso y sujetando un pergamino curativo en su pecho.
—No esperaba menos —de nuevo, Rahim hizo una pausa en consideración a ella—.
Tavalodet mobarak, Irsa al-Khayzuran. Tendrás cientos de cumpleaños por venir.
Se inclinó con una mano en la frente. Cuando se enderezó, sonrió con esa casi sonri-
sa, como si solo él fuera consciente de algo importante.
—Eres más que hermosa. —Rahim tomó una cuidadosa respiración—. Eres intere-
sante. Nunca olvides eso.
Como una Rosa Floreciendo
Traducido por Mabelsm
Corregido por Cotota
El Califa de Khorasan no debía de desaparecer por horas y horas, sin ninguna palabra
y sin explicacion.
Pero Khalid se reusaba a permanecer en el palacio, por días y días. Había demasia-
das historias allí. Historias llenas de sangre, ira y traición. Los únicos lugares donde
Khalid había buscado refugio alguna vez estaban ahora destruidos por la tormenta.
Al menos fuera de las paredes del palacio, las historias estaban vivas y reales. Incluso
si seguían doliendo, incluso si hacían pedazos sus recuerdos, las enfrentaría.
Él podía arreglarlas.
Demasiado brillante.
Mientras el día pasaba, pequeñas distorsiones empezaron a pasar por su vista. Su do-
lor de cabeza se agravo hasta un grado debilitante. Siempre había estado allí, pero las
horas del día que había pasado mirando a un pequeño documento de interminables
resmas de pergamino, seguido por una tarde de levantar granito caliente para bajarlo
por un camino inestable, no habían ayudado a la cuestión.
The Rose & the Dagger
Khalid paro un momento para jalar su capucha y limpiar el sudor de su ceja.
No era mera coincidencia que él hubiera decidido reparar la librería más antigua de la
ciudad. Aunque había muchos otros trabajando en esto, él se había sentido atraído por
varios días hacia la estructura de piedra que se desmoronaba.
El lugar donde el padre de Shahrzad había trabajado, antes de que su familia huyera
de rey.
Un lugar que Shahrzad había amado, si su afinidad por contar historias era una indi-
cación.
Quedaba claro que el edificio había caído en mal estado mucho antes de los eventos
de la tormenta solo una semana atrás. Las escalones que llevaban a la puerta curva
de la bodega estaban agrietados y desalineados, las una vez vividas areniscas esta-
ban ahora oscurecidas en gris y café.
Khalid había enviado a sus ingenieros al sitio para afirmar las vigas que se doblaron.
El día de hoy el trabajaba junto con agobiados trabajadores, formando una línea de-
para ahuyentar a los escombros.
Khalid maldijo levemente mientras que el sudor de sus manos causaba que las piedras
se resbalaran de sus manos. Desde luego, quien esperaría de él tal acto de beneficen-
cia, porque estaba claro que él no estaba hecho para realizar ninguna buena acción
de ningún tipo. De que servía todas esas luchas de espadas en supuesta estrategia,
si él no podía transportar piedras de algún edificio.
Cuando la piedra que sostenía cayó al suelo con un repentino estruendo, paso rosan-
do por un pelo el pie de Khalid.
Khalid ajusto el frente de su rida’ para poder reconocer al hombre sin ningún impedi-
mento.
—Gracias.
Con una pequeña sonrisa, Khalid hizo una inclinación y se dirigía otro lado del edificio
para hacerse cargo del consejo del hombre.
Algunos niños jugaban alrededor de los baldes de agua. Varios chicos peleaban por
un oxidado baldo colgado arriba de una fuente, rodeada de ceniza y escombros. Una
chica con iniciativa salto para alcanzar la cubeta, sus contenidos fastidiosamente
limpios.
Ninguna rama o polvo a la vista. Ella miro a Khalid, una sonrisa ilumino sus rasgos
mientras se daba cuenta de la fina espalda colgando de su cadera.
—Algo de agua en este caluroso día, sahib? —El listón descolorido que rodeaba de
su muñeca se deslizo alrededor de su delgado brazo mientras levanto una ahuecada
calabaza.
— ¿Para usted, sahib? —su sonrisa se tornó traviesa—. Solo dos dinares.
Apenas capaz de contener su júbilo cuando Khalid le entrego las monedas. La chica
corrió por las calles, su trabajo del día considerado hecho. Los otros niños corriendo
tras de ella impacientes de tomar parte en sus ganancias.
Mientras que él había sido engañado totalmente, Khalid pensó en el dinero como bien
gastado.
Él se agacho cerca de la cubeta y dejo que el agua caliente corriera por su palma.
Mientras que el salpicaba agua en su cara, se permitió el lujo de dejar caer su capucha
antes de meter la calabaza en el agua y echar agua de en su cabeza.
Khalid dejo gotear el agua por sus ojos. El agua escoció al principio, así que el presio-
The Rose & the Dagger
no su pulgar y su índice en el puente de su nariz, tratando de contrarrestar el ardor.
Cuando se paró, estiro sus hombros, disfrutando en este descanso.
Ni siquiera hubo un momento para procesar el insulto porque dos manos agarraron
a Khalid por la capucha de su capa y presionaran su cara contra la tosca pared de la
librería más antigua de Rey. Su pie conecto por la cubeta, mandando agua hacia la
piedra.
—Sabía que estabas enojado conmigo, pero nunca te creí capaz de esto —su voz es-
taba llena de rabia—. De verdad, yo nunca pensé que podrías ser así de vil. Supongo
que debí de haberlo sabido. Siempre he pensado mucho de mi familia.
Khalid parpadeo fuertemente, buscando una pizca de cordura en la locura frente a él.
—No hay nadie para salvarte aquí, Khalid-jan —dijo Jalal mirando al cielo sin nubes—.
Y es tu maldita culpa. Sin Vikram, sin guardias. Por una vez tendremos una pelea justa,
y te daré una paliza que recordaras por la próxima década, tu bastardo desagradecido.
Mientras que sus palabras eran cortantes y precisas, los rasgos de Jalal estaban de-
macrados. No se había afeitado propiamente, cansancio se reflejaba en las sombras
debajo de sus ojos.
—Tú puedes intentar, por medios justos o con trampas —disparo Khalid en un tono
frio, a pesar de su asombro—. Pero insisto en que reveles la razón de tal comporta-
miento antes de que te derrote, puesto que me gustaría saber de lo que supuestamen-
te soy culpable, aparte de tener la mala suerte de llamarte primo.
Khalid había nacido como el hijo de un rey. La dieciochoava generación al-Rashid. Por
esto era solo la tercera vez que alguien lo había golpeado con absoluta fuerza. Con
tal odio visible.
Y ahora Jalal
Khalid se precipito al suelo, sus dedos aferrándose a la tierra. Sangre corría por su
ceja, terrible en su fuerza. La bestia encadenada en su cabeza aulló, enojada, sus
garras hurgando en sus ojos.
The Rose & the Dagger
De todos modos, Khalid se levantó con sus rodillas.
Khalid protegió su cráneo, intentando contrarrestar la agonía que sentía. Agujas de luz
plagaban su visión, apuñalaban sus sienes. Enfurecido por el inexplicable ataque de
ira de su primo se paró y agarró su shamshir.
Los ojos de Jalal se abrieron. Entonces, sin dudarlo ni un segundo se paró del suelo y
desenfundo su espada.
Se reusaba a entablar un combate, con un ser amado en una batalla de fuerzas leta-
les.
Incluso desde donde estaba parado, incluso con el silencio que llevaban los nervios,
Khalid podía ver una niebla sospechosa formándose alrededor de los ojos de Jalal.
—Piensas que no puedo vencerte. —Jalal dio un paso al frente, blandiendo su espa-
da—. ¿O es esto culpa? ¿Finalmente muestras algo de remordimiento por alguien
aparte de ti mismo?
—¿Culpa de que? —Khalid tomo una respiración irregular, luchando para mantener su
calma—. ¿Qué es lo que he hecho?
—¿Nunca me perdonaste por haberla mandado lejos, verdad? —Su voz era cruda,
rasposa. Derrotada—. ¿Por pedirle a ese chico que se la llevara?
The Rose & the Dagger
Con esto Khalid dejo caer su shamshir. Mientras que esto estaba lejos de explicar la
conducta de su primo, ya no estaban cerca de la cúspide de desastre.
— ¿Entonces por qué lo hiciste? —La espada de Jalal cayó a su lado, pero su cara
permanecía llena de furia.
—¿De que estás hablando? —si estas extrañas ideas continuaban le sería muy difícil
controlar su temperamento.
—Despina.
Todo alrededor de Khalid permaneció quieto. Incluso el mismo aire que los rodeaba se
paró repentinamente.
—Tú la enviaste lejos. —Susurro Jalal, huecamente—. Después de que confié en ti.
Tu debías de haber sabido de quien hablaba. O mi padre debe haberte pedido que la
despidieras. Y lo hiciste. Sin duda. —Dio otro paso al frente lentamente. Luego otro—.
Al final la familia no significa nada para ti. Yo… no significo nada para ti.
—Yo nunca...
—¿Entonces es una coincidencia? —Le dio a Khalid una mirada maliciosa—. Que
días después de que te diga que quiero casarme con la chica que lleva a mi hijo, la
chica es enviada lejos del palacio, ¿Sin explicación?
—Yo no la despedí, ella pidió irse. —La verdad completa se posaba envenenada en
la lengua de Khalid. Él quería decirle a su primo lo que había pasado. Pero ahora las
circunstancias parecían muy… extrañas. Ahora que Khalid sabía lo sucedido, la ver-
dadera identidad del amor de Jalal, el casamiento de Despina con Vikram parecía un
poco más que sospechoso.
Khalid cerró la distancia entre ellos y poso una mano tentativa en el hombro de Jalal.
—¿Por qué no? —Los labios de Jalal no más que una fina línea en su rostro, sus ojos
fríos—. Yo envié lejos a la chica que tu amas. Por esta razón enviaste a la chica que yo
amo lejos, como castigo. Tú siempre tuviste un mal temperamento. Yo solo nunca supe
que tuvieras una mente para la venganza.
Su acusación colgó en el pequeño espacio entre los dos, amarga y rota en tono.
No menos efectiva.
Khalid sabía que Jalal hablaba desde un lugar que no conocía la razón. A pesar de
esto él no podía olvidar la punzada que cada palabra infringía en el… y el deseo de
responder a las palabras hirientes de su primo con las suyas propias.
Después de todo si se le acusaba de tal monstruosa conducta sin prueba, ¿no debería
de aprovechar la ocasión?
—Si ella te dejó no es mi culpa. —Dijo en el tono condescendiente que su primo tanto
odiaba—. Si la amabas, era tu responsabilidad casarte con ella, era tu responsabilidad
The Rose & the Dagger
cuidarla. Tu responsabilidad decirle que la amabas.
Risa rodó por los labio de Jalal, el sonido tan ácido como el vinagre.
—Y ahora también yo. Sigue mirando tu sombra querido Khalid-jan. Porque por prime-
ra vez en dieciocho años, yo no la estaré vigilando por ti.
El Fuego
Traducido por Bella Martínez
Corregido por Ella R
Dichas emociones le hacían difícil pensar con racionalidad. No que la actual sensación
pareciera de importancia a ninguno de los tontos insolentes presentes.
Su consejo de guerra no iba bien. Estaba claro que había demasiado en juego para
todos los involucrados.
A pesar de eso, Omar escuchó a Reza bin-Latief compartir informes sobre el joven
rey de Khorasan. Sus peculiares desapariciones. Y el lamentable estado de su reino
devastado.
Muchos de los Guardias Reales del Califa habían muerto la noche de la terrible tor-
menta. Una gran parte de su ejército remanente había muerto de frío o huido hacia
Rey. Ahora KhalidIbn al-Rashid estaba llamando a sus portavoces para ayudar a re-
construir y fortalecer la ciudad.
Con esta revelación, un clamor colectivo surgió de muchos de los jóvenes presentes.
El ceño fruncido de Omar se profundizó. Continuó sin decir nada. No hizo mucho más
aparte de moverse desde su asiendo acolchado en la esquina. Incluso cuando vio que
el clamor aumentaba hasta tomar un tono febril.
No le convenía a Omar o a su gente plantear objeciones ahora. Era mejor para él per-
manecer invisible y despreocupado. Un observador casual de la crisis. Omar todavía
The Rose & the Dagger
no tenía todos los hechos. Y necesitaba saber más acerca de la guerra que posible-
mente ocurriría en su frontera.
El pedido que Omar había hecho recientemente a Reza no había sido recibido con
buenas noticias. Sólo unos momentos antes, le había pedido a Reza que quitara sus
soldados de las fronteras del campamento de Omar. Este iba a ser el último consejo
de guerra en su tienda. Su última oportunidad para presenciar las semillas de la dis-
cordia. Él ya había arriesgado demasiado, ayudándoles con la provisión de caballos y
armas.
Las personas de Badawi podrían no estar relacionada con esta sublevación. No aún.
Era cierto que sentía un genuino afecto por el joven sahib Tariq y su tío Reza bin-Latief.
Pero Aisha continuaba advirtiéndole que ninguno de estos hombres era de fiar. Uno
de ellos estaba con mal de amores y era imprudente. El otro se escondía detrás de
secretos y mercenarios.
La marca del escarabajo en el antebrazo del soldado atravesó su vista por un instante.
La marca de la Fida’i.
Omar se inclinó más atrás en sus cojines y pasó los dedos a lo largo de su barba.
Asesinos a sueldo. En su campamento. Aisha tenía razón. Tal cosa no se podía tolerar
más allá de esa noche. Su familia. Su gente. Era simplemente demasiado en riesgo.
Su lista de preguntas para Reza creció con cada momento que pasaba. Porque no ha-
bía pasado inadvertido para Omar que Reza parecía inquietantemente a gusto con el
belicismo. Al igual que el hecho cada vez tenía más abundancia en oro. Por desgracia,
la identidad del benefactor sin nombre de Reza siguió eludiendo a Omar.
Omar se negó a perder el control. El califa y su familia eran sus invitados. Estas eran
sus tierras. Su gente.
Mientras miraba al otro lado del camino, Omar vio otra cara frunciendo el ceño, que
combinaba con la suya. A pesar de que había notado ese rostro por su preocupado
silencio antes, más bien lo sorprendió ahora. Porque era una cara que no pudo ocultar
su confusión… y las muchas preguntas que le acechaban.
Cuando Omar se inclinó hacia adelante para estudiar el fuerte olor en el aire entre el
niño y su tío, percibió que se tramaba una consternación. Una extraña incertidumbre.
f
Había sido una mala decisión por parte de Shahrzad.
Pero ya era demasiado tarde. Si se iba, los murmullos le seguirían el rastro. Podría
despertar una cierta hostilidad.
El miedo era algo que aquellos soldados entendían bien. Algo que Shahrzad no podía
permitirse en aquel momento. Especialmente si quería saber la mejor manera de escu-
The Rose & the Dagger
rrirse a través del campamento mañana por la noche. Y dirigirse hacia Musa Zaragoza.
Así que se sentó con sus pies cerca del fuego. Con una multitud de ojos brillantes
como brasas en su dirección. Como lobos dando vueltas, a la espera de la orden de
su alfa.
La mirada de Shahrzad vagó alrededor del anillo que los hombres sentados forma-
ban cerca de las llamas crepitantes. Vagó ligeramente por detrás de ellos para notar
la posición de los centinelas apostados alrededor del campamento. Su posición y su
número. Cuán a menudo recorrían el lugar.
—Deberíamos irnos.
Un flujo constante de hombres salía de la tienda del jeque hacia la inmensa fogata en
el centro del campamento. A medida que tomaban lugar junto al fuego, los hombres
repartían jarras de vino especiado con una liberal facilidad, la cual hablaba de reciente
discordia y la necesidad apremiante de olvidar.
Al parecer, su consejo de guerra no había ido bien. Y aunque Shahrzad estaba ansio-
sa por descubrir por qué, no era tan tonta como para creer que alguien le diría.
En cambio, observó mientras los carbones del ghalyan eran colocadas encima de un
brasero de hierro, mientras un hombre de viejos y nudosos dedos llenaba varias pi-
pas de agua con tabaco de narguile de olor dulce. Sus mangueras envueltas en seda
fueron cuidadosamente enrolladas para mantenerlas fuera del alcance de las chispas.
Un grupo de mujeres jóvenes se sentó junto a los altos ghalyans, riendo entre ellas
mientras esperaban que los carbones se prendieran fuego. Sus shahminas de colores
brillantes colgaban sueltos sobre sus hombros, protegiendo sus espaldas de la brisa
fresca de una noche en el desierto mientras el fuego bañaba el aire ante ellos en un
calor que erizaba.
Rahim emergió pesadamente desde el fondo de la tienda del jeque Badawi, su rostro
engarzado en una mueca, Tariq pisándole los talones. Sin detenerse, Tariq tomó una
jarra de vino con especias y la vació de golpe. Se limpió la boca con su mano libre,
luego se trasladó hacia el fuego, la jarra colgando de sus dedos. Como siempre, Tariq
vestía todas sus emociones como inoportunos ropajes de gala. Tristeza. Frustración.
Enfado. Amargura. Anhelo. Por primera vez, Shahrzad consideró seriamente huir de
allí, pero en su lugar levantó la barbilla y se encontró con la mirada de Tariq.
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Una vez más, él no vaciló.
Tampoco su mirada.
Shahrzad apenas se dio cuenta cuando Rahim se dejó caer al lado de Irsa, provocan-
do una nube de chispas y quejándose en todo momento. A pesar de que le tomó una
gran cantidad de esfuerzo, Shahrzad logró frenar su deseo de alejarse cuando Tariq
tomó lugar a su derecha, demasiado cerca para ser confundido con un amigo, su hom-
bro presionado contra el de ella y una mano descansando en la arena detrás de ella…
Su cuerpo se tensó; sus ojos se estrechan hasta convertirse en rendijas. Ella quería
despotricar contra de él. Y empujarlo.
Tariq era sensato. Él sabía lo mucho que ella odiaba este tipo de comportamiento.
Los lobos circulares, los ojos cargados con juicio que habían estado sobre ella, conti-
nuaron su apreciación en silencio, pero su hostilidad había disminuido.
Ellos lo escuchan.
¿Tariq era el que estaba detrás del ataque en Rey? ¿Había enviado a los asesinos
Fida’i a su habitación aquella noche?
No. Aunque Tariq despreciaba Khalid, su amor por ella le impediría recurrir a este tipo
de violencia. De ponerla en riesgo.
¿No es así?
Una llamarada de duda se formó en el pecho de Shahrzad. La desterró con una res-
piración.
Shahrzad tenía que creer en el niño que había conocido y amado durante tanto tiempo.
—Te estás sacudiendo la suerte de encima, Irsa al-Khayzurán —Él apretó su rodilla
para que se quedara quieta. —. Y podríamos necesitarla pronto. —Sus ojos se dirigie-
ron nuevamente hacia la tienda que todavía continuaba vaciándose. Al sitio donde el
The Rose & the Dagger
reciente consejo de guerra había dejado un tácito significado.
Por más que la luz del fuego parpadeara o no, Shahrzad podía ver el tinte de color
rosa en la piel de su hermana.
El calor del fuego había calentado el vino. Había aumentado lo picante de los clavos
de olor y la canela. El toque del jengibre. La rica dulzura de la miel, y los afilados cítri-
cos del cardamomo.}
Embriagador y potente.
Cuando ella miró a Tariq, él la estaba mirando de soslayo, sus espesas cejas bajas
en su frente.
—¿Por qué se te permite beber para ahogar las penas, pero yo no puedo? —Ella ar-
gumentó, aclarándose la garganta del ardor del vino.
—Asno —Ella lo sostuvo un poco más allá de su alcance. —No eres mi guardián, no
importa lo mucho que lo desees. —A pesar de que había querido decir las palabras
como una réplica, las lamentó el instante en que pasaron por sus labios. Porque vio
como Tariq se cerraba de nuevo en sí mismo.
Sin previo aviso, Tariq deslizó su brazo alrededor de ella. Su mano salió disparada
hacia adelante, sus largos dedos agarrando la jarra.
—Hazlo y morderé tu mano —le dijo—. Hasta que grites como un niño pequeño.
The Rose & the Dagger
Él se rió, un rico susurro de aire y sonido. —Pensé que estabas cansada del derrama-
miento de sangre. Tal vez te lance encima del hombro. En frente de todos.
Negándos a obedecer sin una pelea, ella pellizcó su antebrazo hasta que él hizo una
mueca.
A pesar de que había cedido esta batalla, una pequeña parte de ella se sentía aliviada
por el cambio. Era la primera vez en casi una semana, de hecho la primera vez desde
que habían salido de Rey, en que se habían hablado el uno al otro sin el toque de an-
gustia colgando en el aire entre ellos.
También marcó la primera ocasión en que Shahrzad creyó que su amistad podría so-
brevivir a todo lo que había sucedido.
Esta recién descubierta esperanza aliviaba el peso sobre su corazón, Shahrzad alzó
la vista hacia el cielo estrellado. Era de un azul profundo, con una media luna envuelta
en un paño grueso y suave de nubes pasajeras. El cielo parecía extenderse sin fin, su
horizonte se curvaba para encontrarse con la arena a cada lado. Sus estrellas parpa-
deantes eran una exploración de contrastes, algunas destellando con alegría, otras
guiñando con un dejo malvado.
Por un momento, Shahrzad se acordó de algo que su padre solía decir: “Cuanto más
oscuro es el cielo, más brillantes son las estrellas.”
Las jóvenes mujeres sentadas al lado de los ghalyans estaban siendo entretenidas
por un grupo de jóvenes con jarras de vino especiado.
—A pesar de la petición del viejo jeque esta noche, no importa donde acampemos. Lo
que importa es que estamos cerca de sitiar Rey, —Un joven ebrio proclamaba. —. Y
cuando lo hagamos yo seré el primero en mear sobre la tumba de Khalid Ibn al-Ras-
hid! —Él levantó la jarra hacia el cielo.
Las jóvenes rieron disimuladamente. Una reprimió una carcajada. Los otros hombres
se unieron en el brindis con levantando sus jarras y sus voces más aún.
Su alegría compartida era como la punta de una cuchilla fría contra la columna de
Shahrzad.
—Ese monstruo no se merece una tumba —Otro joven intervino. —. Su cabeza per-
tenece a la punta de una lanza. Tendrá suerte si le ofrecemos un trago de agua antes
The Rose & the Dagger
de que la separemos de su cuerpo. —Un creciente coro de aprobación. —Después de
que él mató a esas chicas inocentes, una muerte limpia es demasiado buena para él.
Yo digo que lo despedacemos y dejemos sus restos para que los devoren los cuervos.
Mejor aún si continúa respirando mientras los cuervos lo picotean.
Con aclamo que le siguió, el grupo de hombres creció en número, a medida que cada
vez más eran atraídos al clamor como las abejas al néctar.
La sangre rugía por el cuerpo de Shahrzad. Los bellos de su piel estaban completa-
mente erizados.
Khalid.
Con nada más que sus amenazas de ebrios, esos muchachos tontos habían conse-
guido grabar imágenes brutales en su mente. Brutales imágenes que no se olvidaría
pronto.
Diría cualquier mentira que fuera necesaria, existiría bajo las aguas llenas de odio
para siempre… Hasta que se ahogara en su enemistad, si era necesario.
Era furia.
Podía sentir los ojos de Tariq en ella. Al igual que los ojos de los lobos sobre el fuego.
Ella lo supo en el instante en que sintió su mano sobre su pelo, alejándolo de su rostro,
asegurándola silenciosamente de...
—¡Preguntemos a White Falcon! —El primer joven se volvió a Tariq. —El supuesto
líder de nuestro anfitrión. —Los hombres alrededor de él ni siquiera se molestaron
en ocultar su diversión en lo más mínimo —¿Cómo te gustaría ver que al monstruo
conozca su fin?”
Tariq se tensó ante la burla, luego se relajó. Él inclinó su cabeza hacia atrás, adoptan-
do una mirada de comodidad. Sus dedos pasaron a través de las ondas oscuras de
Shahrzad, a la vista de aquellos a su alrededor.
Por favor, muéstrame que no estás siendo conducido por el odio, Tariq.
El pulso de Shahrzad se ralentizó al igual que su respiración cuando Tariq levantó una
mano ante una serie de protestas.
—Después pondré su cabeza en una lanza para que todo el mundo la vea.
El sonido de las aclamaciones se perdió en la amarga rabia que hacía eco a través los
oídos de Shahrzad. Los gritos estrangulados de un corazón destrozado.
A medida que a los hombres siguieron bebiendo de sus jarras y dando caladas a los
ghalyans a sus alrededores, Tariq entregó Shahrzad su vino especiado, con una ex-
presión sombría. Vagamente de disculpa.
f
—No necesito tu ayuda —Shahrzad empujó lejos a Tariq, luego procedió tambaleán-
dose hacia un costado.
—Una historia previsible, tú, chica horrible. —Cruzó los brazos sobre el pecho, miran-
do Shahrzad balancears a través del campamento Badawi con pies inestables, en la
dirección opuesta de su tienda de campaña.
Tariq estaba honestamente sorprendido ella fue capaz de permanecer en pie. Incluso
horas más tarde, él todavía se sentía obstaculizado por los efectos del vino, y nunca
habría supuesto que Shahrzad tomara bebidas alcohólicas de ningún tipo antes.
Por todo lo que estaba bien, Tariq sabía que debería caer riéndose de su actual apuro.
La ironía. Encadenado a la única persona que esperaba evitar. Esto no era en absoluto
como él había deseado terminar la noche. Tenía esperanzas de que el vino lo ayudara
a olvidarse de sus frustraciones. Con Shahrzad y las continuas evasivas de su tío. Con
insultos ocultos de los soldados al igual que su irrelevancia. Cada vez se estaba vol-
viendo más claro que él era nada más allá de un nombre. Después de todo, ¿cuándo
su tío le había dado algo más que el poder de su nombre?
Tariq se sentía incómodo en torno a estos hombres que estaban dispuestos a destruir
The Rose & the Dagger
lo que quedaba de Rey sin lugar a dudas. Dispuestos a derramar sangre inocente por
su causa.
Cuando Shahrzad se tambaleó hacia un lado de nuevo, Tariq se lanzó hacia delante
y la agarró, aunque el movimiento repentino casi lo tira a él hacia la arena. Luchando
para conseguir equilibrarse, llegó a un poste cercano, la menguante luz de las antor-
chas brillando escasamente alrededor de ellos.
—Te lo dije, no necesito tu ayuda —le dijo arrastrando las palabras, aunque se agarró
a sus qamis en un intento de mantenerse erguida.
Sus delicadas manos estaban contra su pecho. Ella olía a vino especiado y primavera.
Su cabello era una maraña de provocación. Todo en ella era completamente seductor.
Encantadora en la manera en que sólo ella podía serlo, una chica que ejercía sus ar-
timañas sin intención.
Cuando miró hacia Tariq con una pregunta en sus perfectos labios, era lo único que
podía hacer para no responderle con un beso.
Shahrzad aferró con fuerza de la ropa cerca de su garganta. —¿Has enviado a los
Fida’i?
—Tú no harías eso, ¿verdad? ¿Sin importar cuánto lo odies? No me harías eso a mí.
—Ella apretó la tela con más fuerza, una nota lastimera en su voz.
—Tienes demasiado honor para eso. —Ella negó con la cabeza mientras miraba a lo
lejos, como si estuviera hablando consigo misma. —Yo nunca podría amar a un chico
sin honor.
Los ojos de Shahrzad se centraron en los suyos. Por un momento, vio el brillo de la ira
a través del desorden de colores. —Khalid tiene honor, Tariq. Si tu solamente…
—No quiero oírte decir excusas por él. —Tariq se alejó del poste, dispuesto a llevar a
Shahrzad a su tienda y terminar con esa noche, de una vez por todas.
Tariq puso a Shahrzad de espalda contra el poste, ocultándola en lo que parecía ser
un abrazo entre amantes. Se aseguró de estar parado un poco más allá del débil cír-
culo de luz que proyectaban las antorchas. Cuando Shahrzad elevó una protesta a
medias, Tariq amortiguó sus palabras contra su pecho.
Porque era poco probable que Shahrzad se comportara amable con ellos.
Su cuerpo se aflojó contra él mientras esperaban que los soldados pasaran. El de-
seo de luchar estaba abandonándola poco a poco mientras que el vino continuaba
ejerciendo su influencia. Cuando ella se apoyó en él y él vio como sus ojos aleteaban
hasta cerrarse, Tariq tomó una respiración profunda.
El dolor de la pérdida por algo que aún no se había ido, era agudo. Y más agudo que
cualquier cosa que jamás había sentido antes.
—Mmm.
—¿Qué?
—No lo haré. —Él puso los ojos en blanco, mirando por encima del hombro para ase-
gurarse que los soldados estaban fuera de vista. Luego levantó Shahrzad de la arena,
casi desequilibrado por su peso, aunque era leve. El vino no le hizo ningún favor. Apla-
zando sus efectos, Tariq avanzó tambaleándose hacia su tienda.
Sus brazos rodearon alrededor de su cuello. —Estoy muy apenada, tú sabes. —Tariq
apenas podía oírla.
—¿Por qué? —Una vez más, casi se rió de lo absurdo de su disculpa. Ahora, de todos
los tiempos.
—Que tengas que verme. Y hacer esto. No es tu pl… —Sus ojos se abrieron de re-
pente, la corona en su cabeza casi golpeándolo en la mandíbula. —¿Dónde está Irsa?
The Rose & the Dagger
—Con Rahim.
—¿Qué?
Apenas disimulando su diversión, Tariq colocó a Shazi en su saco de dormir, sin si-
quiera tomándose la molestia de tapar su cuerpo con la manta. Ella se revolvió cuando
él trató de levantar la almohada.
—No lo hagas. —Ella puso una mano en su brazo, sus los ojos apenas abiertos.
—¿O qué? —Susurró, sus labios crispándose. —Las amenazas vacías no me mue-
ven, Shazi-jan.
Ella arrugó la nariz, y luego se hizo un ovillo, presionando una palma sobre su frente.
Una vez más, trató de levantar la almohada y colocarla debajo de su cabeza. Después
de un tiempo, se dio cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos y decidió que la mejor
opción era que saliera de su estupor durmiendo.
Mientras Tariq se movía para pararse, notó un trozo de pergamino que había caído de
entre los pliegues de la ropa de Shahrzad. Probablemente cuando él estuvo a punto
de dejarla caer.
Estaba arrugado como algo que había sido plegado y desplegado en numerosas oca-
siones.
Miró hacia abajo a la figura dormida de Shahrzad. Titubeando por el lapso que duró
una respiración.
Prefiero el color azul antes que cualquier otro. El aroma de las lilas en tu ca-
bello es una fuente de tormento constante. Desprecio los higos. Por último,
nunca voy a olvidar, de todos los días de mi vida, los recuerdos de anoche…
Khalid
Con gran cuidado, Tariq volvió a doblar la carta siguiendo sus pliegues, sus dedos
anhelando estrujarla con sus puños.
Él sabía que Shahrzad amaba al niño rey. Él lo había sabido desde Rey.
Pero no había sabido que el niño rey la amaba de verdad. A pesar de lo que el capitán
de la guardia había dicho la noche de la tormenta, Tariq no había querido creer que el
loco asesino era capaz de amar a nada ni a nadie. Al menos no de una manera que
Tariq podría llegar a entender.
¿Esto?
Tariq comprendió.
Completamente.
En una carta bastante corta, el Calipha de Khorasan había logrado expresar en pala-
bras exactamente cómo se había sentido siempre Tariq sobre la única mujer que había
amado. Siempre lo había sentido, pero nunca logró decirlo con aquella una elocuencia
así de simple.
Por primera vez, Tariq vio lo que Shahrzad veía cuando miraba a Khalid Ibn al-Rashid.
Vio a un niño. Que amaba a una chica. Más que nada en el mundo.
Pasó la mayor parte de la mañana siguiente con su cara en una cuenca, vaciando el
contenido de su estómago. Sus entrañas eran un revoltijo de nudos; la corriente más
ligera de la luz la hacía estremecerse. Hubo momentos en los que juró que las mismas
raíces de su pelo aullaban en protesta.
Si no fuera por Irsa, Shahrzad estaba segura que habría padecido esos durante todo
el día. Cuando Shahrzad se quejó de que se sentía como si estuviera en un barco ro-
dando en medio de una tormenta, Irsa hurgó en su pequeña pila ordenada de cosas y
desentrañó un viejo pergamino. Después de analizar su contenido, Irsa dejó su tienda
de campaña y volvió con un tónico elaborado a partir de la raíz de jengibre molido y
la cáscara de un limón seco. Aunque Shahrzad protestó al principio, el brebaje olía
bastante fuerte y el gusto sabía más bien amargo, no pudo negar que ayudó a calmar
su estómago.
Porque en este día, estas circunstancias le sentaban muy bien. Si todo el mundo creía
que estaba enferma, era muy probable que la dejaran sola con sus propios recursos.
Aún más probable que no se dieran cuenta cuando se escapara por la noche. . .
Con pasos cuidadosos, Shahrzad se movió entre los parches de la oscuridad, evitan-
do cualquier tramo de luz. Su mirada se dirigió a los puestos de vigilancia que había
notado la noche anterior. Se permitió respirar libremente cuando pasó los bordes del
campamento Badawi y entró en la extensión sin fin de arena más allá.
Por suerte o por desgracia, había elegido una noche sin viento, una noche en la que
cada sonido que hiciera, sería perceptible. Si se caía o aullaba o hacía algo que podía
atraer la atención, su secreto sería descubierto; sus detractores habrían demostrado
sus dudas se basaban en hechos.
Como mínimo, encontrarían a Shahrzad sola en el desierto, con una daga y una alfom-
bra. Todo el mundo sospecharía de su traición. Sería improbable que la dejen sola con
sus propios recursos nuevamente.
Aunque su primer instinto fue acudir a Khalid, Shahrzad sabía que sería aún más difícil
dejar Rey una vez que regresara. Y ahora no era el momento de poner sus deseos por
encima de las necesidades de su familia.
Shahrzad tenía que encontrar a Musa. Después de Baba, él era la única persona que
ella conocía con aptitud para la magia. Podía estar más allá del reino de las posibilida-
des, pero quizás sabía cómo ayudar a su padre.
Pronto, Shahrzad se encontró con una gran duna que se adaptaba a sus necesidades.
Aún así, se sentió tonta cuando desplegó la alfombra raída sobre la arena de seda.
The Rose & the Dagger
Su mirada se endureció.
Con aquellas palabras resonando en sus oídos, Shahrzad se quitó las sandalias y las
ató en su faja tikka. Luego aseguró su trenza por última vez y se sentó en la alfombra.
No había tiempo para preocuparse más por la ridiculez de este esfuerzo. No había
tiempo para nada en absoluto, realmente.
Shahrzad había pensado que tendría que presionar sus manos en la superficie de la
alfombra. Pero tan pronto como sus pies desnudos rozaron la lana gastada, la sensa-
ción alrededor de su corazón se encendió, cálida y luminosa.
—¡Oh! —gritó en voz baja mientras se dejaba caer sobre la alfombra, con las rodillas
contra el pecho. La sensación destello a través de sus extremidades con un repentino
brillo ardiente. La alfombra se levantó en el aire, sus esquinas curvándose hacia arriba.
Flotó sobre la arena, subiendo como una cometa en una brisa errante.
Poder.
Cuando volvió a mirar hacia abajo, estaba muy por encima de las arenas de plata. Tan
alta como la torre más alta de Taleqan.
The Rose & the Dagger
El miedo permaneció, pero pronto fue sobrepasado por aquella otra emoción aún sin
nombre.
Incluso antes que tuviera una posibilidad de considerarlo, sabía con una innata clase
de certeza como dirigir la alfombra, al igual que un pez que nace en el agua sabe
nadar.
A Casa. A Khalid.
La alfombra se precipitó en un arco perezoso, elevándose aún más. A la altura del más
alto parapeto de Rey. Tan pronto como dio vuelta, despegó hacia un cielo salpicado de
luz. El mundo a sus pies desapareció en una avalancha de fuego parpadeante.
La euforia ganó.
Shahrzad rió en la noche, una corriente de aire a sus pies. Se levantó sobre sus rodi-
llas. Dejó a sus brazos extenderse amplios en el viento. Dejó que el frío resbalara y se
alejara de ella, pero no que la atravesara. Que nunca la atravesara.
Ella era el agua en un vaso, girando y bailando a una música que sólo ella podía oír.
Y allí arriba, más alto de lo que había creído alguna vez que podría estar, el viento
soplaba a su lado, mientras que todo lo demás desaparecía en un borrón.
Cuando vio el mar brillando en el horizonte, sus ojos se abrieron con sorpresa.
La alfombra mágica flotaba junto a la piscina, justo por encima de una piedra lisa
saliente. Shahrzad puso un pie descalzo fuera de la superficie de lana.
La piscina estaba rodeada en dos lados por filas de arcos que servían de umbral.
Entre ellos había estatuas de mármol de hombres y mujeres que vertían corrientes
doradas de agua o empuñaban artilugios extraños que Shahrzad nunca había visto
antes. Uno de ellos era un orbe lleno de lo que parecía ser remolinos de fuego, ¿o
quizás de viento? Otro parecía estar girando un vórtice hecho de. . . ¿arena?
El humo del incienso subía desde ollas de cobre pequeñas que flanqueaban la pis-
cina. El humo azul grisáceo se filtraba en el aire por encima de ellos, el olor dulce de
la mirra pimentada era fuerte. En contraste con la piedra color canela había un borde
de brillantes mosaicos en color lapislázuli.
The Rose & the Dagger
Shahrzad enrolló la alfombra con cuidado. La ató en su espalda usando su shahmina
antes de dar un paso tentativo hacia adelante.
Era bastante alto y estaba vestido con un manto que cayó a sus pies en un caos de
colores. Mankalahs de cuero se envolvían alrededor de cada muñeca. Su cabeza
estaba completamente despojada de pelo, y sus profundos ojos marrones brillaban
como faros de luz cálida.
Tanto el niño y la niña estaban armados con espadas cortas, en forma de gancho en
sus caderas izquierdas.
Shahrzad se detuvo cerca del escalón inferior. Sin pensarlo dos veces, buscó su
daga.
Musa mostró una amplia sonrisa, sus facciones se suavizaron con comprensión. —
Estás entre amigos aquí, mi estrella. Puedo protegerte de muy poco en este mundo,
pero en esto, puedo confiar mi vida: Aquí, estás a salvo.
—No has causado ningún problema. Parissa y Masrur están de guardia esta noche.
Como de costumbre, Mas prefiere estar dormido, pero la curiosidad de Parissa ha
The Rose & the Dagger
ganado sobre todo lo demás. Ella está bastante fascinada, ya que ha oído mucho so-
bre ti. — Musa se echó a reír, y la oscura piel alrededor de sus ojos se arrugó. Miró
por encima del hombro al chico y chica en cuestión.
—Me disculpo por visitarlos en el medio de la noche. —Shahrzad les ofreció una
cautelosa sonrisa cuando empezó a subir los escalones, con su mano, finalmente,
alejándose de su daga. Parissa sostuvo las velas en alto, iluminando el camino para
Shahrzad, mientras que Mas se mantuvo con su usual somnolencia.
Sorprendida por esta noticia, Shahrzad casi pisó mal un escalón. —¿Las estrellas?
—Sus ojos se dispararon a la chica de ojos saltones que se cernía sobre su izquier-
da.
Shahrzad había oído de aquellos que podían hacer tal cosa. Pero nunca había tenido
la oportunidad de conocer a alguien con esta rara habilidad.
—Por qué no te unes a nosotros a tomar un poco de té, y responderé todas tus pre-
guntas —dijo Musa, su voz tranquila y suave, como un arroyo entre piedras irregula-
res.
Shahrzad se detuvo un instante, su pie descansó en el escalón final. —Me temo que
no tengo tiempo para el té. Debo regresar antes de la llegada del amanecer.
Ella tragó, con la esperanza de transmitir la necesidad de discreción con nada más
que un vistazo.
—Ya veo. —El mago en sintonía asintió, aunque sus ojos se estrecharon en cuestión.
—Hay algo…
Afortunadamente, Musa no presionó aún más. La tomó de la mano, sin la más míni-
ma pausa. —¿Qué es lo que necesitas, mi estrella?
f
Ante las silenciosas peticiones de Shahrzad, Musa despidió a Parissa y Masrur de
sus puestos y los envió a dormir. Mas le dirigió una mirada de agradecimiento, aun-
que Parissa parecía bastante molesta. Miró la alfombra mágica por última vez antes
de salir, un rastro de cera goteaba en su estela.
Después de Shahrzad terminara su relato, Musa hizo una pausa para meditar so-
bre las llamas que bailan en la parte superior de la columna de mármol que estaba
cerca.
—¿Usted sabía que estas cosas iban a suceder? —preguntó Shahrzad cuando ya
no pudo soportar el silencio. —¿Acaso Parissa leyó las estrellas y reveló mi futuro?
Él negó con la cabeza, una sonrisa jugando en los bordes de sus labios. —Esa no
es la forma. Tu futuro no está escrito en piedra, mi querida estrella. Una moneda gira
sobre sí misma varias veces antes de que aterrice.
Musa se inclinó hacia delante, con los codos sobre las rodillas. —¿Así que has veni-
do aquí con la esperanza de que pudiera romper esa terrible maldición?
—Pero podría ser capaz de hacer más por tu padre —continuó Musa—. Especial-
mente con respecto al libro que él mantiene cerca. ¿Dijiste que tiene muchas quema-
duras en las manos? ¿Que este libro despide una cantidad inusual de calor?
—Sí, casi me quemo cuando estuve cerca de él el otro día. —La boca de Shahrzad
se estrechó al recordar la peculiar ola de calor que había sentido cada vez que se
acercaba al tomo en brazos de su padre.
Shahrzad asintió.
Musa presionó un dedo contra sus labios en una contemplación momentánea. —Sé
que no quieres involucrar a ninguna otra persona en estos asuntos, pero siento que
tenemos que consultarlo con otro individuo.
—¿Hay alguien que usted conozca que pueda ser capaz de ayudar? —Un hilo de
esperanza sacudió el corazón de Shahrzad.
—Quizás. Hay alguien aquí que puede saber más que yo. Si mis sospechas son co-
rrectas, sería, por lo menos, ser capaz de responder a las preguntas acerca de este
libro, aunque puede llegar a ser una. . . interesante tarea el obtener las respuestas de
él.
Shahrzad fue detrás de Musa mientras se abría camino por las escaleras, pasando
por la piscina rectangular de agua. A pesar de que aún dudaba, continuó siguiendo
The Rose & the Dagger
al mago mientras caminaba hacia el borde del promontorio.
Cuando hizo un brusco giro cerca del borde del acantilado, otra serie de escaleras
surgió ante ellos, que descendía a la más absoluta oscuridad. Tallada directamente
sobre la roca, los escalones eran irregulares y precarios. Sin una barandilla. Sin nin-
gún tipo de asideros en los que detenerse a hablar. Ella supuso que llevarían a una
extensión de arena, pero no podía ver exactamente dónde, ya que el camino desa-
parecía en una curva de piedra cerrada.
Él se rió con ganas y le tendió la mano. Sin decir una palabra, ella se dejó llevar por
los peligrosos escalones de piedra hacia el vacío cavernoso.
En un primer momento, Shahrzad no podía entender por qué estaban cruzando una
playa oscura en plena noche. Los rayos de luz de la luna que bailaban frente a las
olas no indicaron la presencia de cualquier aparte de ella y el mago vestido de ma-
nera colorida delante de ella.
Estirada a través del centro de una plana piedra estaba la solitaria figura de un hom-
bre joven.
Una pequeña ola golpeó la base de la piedra, aventando espuma blanca en el aire,
mojando sus pantalones de agua de mar. Sin embargo, el joven no se movió de su
lugar.
Musa se acercó a la orilla, a pocos pasos del chico. El mago procedió a esperar, asu-
miendo una postura de silencio sereno.
Bribón.
El chico se cruzó de piernas y colocó una mano debajo de la cabeza. Luego bostezó.
Prodigiosamente.
—Artan Temujin. —Musa intentó de nuevo. No era una petición contundente. Cla-
ramente, el mago tenía la paciencia de veinte hombres. Y la serenidad de muchas
almas iluminadas.
Por el contrario, Shahrzad estaba tentada a empujar al joven fuera de la roca. Para
ver como las olas lo revoleaban por un tiempo.
Lo que pasó después hizo que Shahrzad cayera de cara contra las olas.
El chico levantó una mano en el aire por encima de su pecho. Retorció los dedos, y
una girante bola de fuego del tamaño de un puño apareció sobre su palma abierta.
Elevó la bola de fuego más alto, para ver a Shahrzad con una mejor luz. Después
arrojó la bola de fuego en las olas con una giro de muñeca. Se desinfló en el mar
antes de desaparecer en una espiral de humo blanco.
No voy a ser impresionada por este bribón. No importa lo impresionante que pueda
ser.
Cuando el muchacho se volvió a sentar, ella notó que se inclinaba hacia un lado. Se
deslizó de la roca hasta caerse de rodillas con un chapoteo en el agua…
¡Está borracho!
Cuando el joven se echó hacia atrás y levantó la cara hacia la luz de las estrellas,
Shahrzad detectó muchas cosas.
Al igual que Musa, la cabeza del joven estaba completamente calva. Los lóbulos de
ambas orejas estaban perforados con pequeños aros de oro. Su piel era de un color
gris claro, y sus ojos tenían una elegante forma de endrina y sus párpados estaban
caídos, inequívocamente del Lejano Oriente. No era una belleza clásica, pero llama-
ba la atención de su propia manera. Por el hecho de que su belleza se encontraba
en la suma de sus defectos, una mandíbula demasiado prominente, una nariz rota y
curada en varios lugares, una cicatriz en diagonal a través de su labio inferior. Desde
donde estaba, el resto de su piel se veía tan suave como la superficie de un espejo.
No llevaba camisa y los pantalones delgados que tenía habían sido magníficos mu-
chas lunas atrás. Ahora parecían estar hechos jirones y descuidados.
Una vez que encontró el equilibrio, Shahrzad descubrió que no era mucho más alto
que ella, a pesar de su amplio torso, tenía un pecho grueso y fuerte.
—Es bonita —dijo el joven arrastrando un ligero acento. Su boca se estiró hacia un
lado en una sonrisa feroz.
—Qué suerte que sus talentos estén en otra parte. Y que usted no sea un juez de la
belleza —dijo ella con otra sonrisa mordaz.
—Ah —Levantó un largo dedo índice—, pero lo soy. Da la casualidad que soy el juez
sublime de la belleza de este lado del río Shan K’ou. Hubo una vez en la que tuve
que elegir cuál de las cuatro atractivas vírgenes era la más…
El joven se rió de nuevo, volviendo a caer en el agua. Procedió a flotar en una co-
rriente de reposo, con los brazos y piernas extendidos.
—Eso es cierto. —El joven no se inmutó. —No eran vírgenes. —Le guiñó un ojo. —
Pero mentiroso es un poco exagerado. Simplemente disfruto embelleciendo la ver-
dad.
The Rose & the Dagger
Musa se pasó una mano por la cara. —Por favor, siéntate un momento. Como un
favor a mí, actúa de una forma acorde con tu herencia.
-—Lo siento, Musa-effendi… pero él no está en un estado en que nos pueda propor-
cionar ayuda alguna. Y no tengo tiempo para esperar. —Shahrzad se giró, frustrada
por haberse esperanzado en conseguir la ayuda de un joven tan vago, grosero.
—Shahrzad-jan…
Shahrzad se volvió hacia el muchacho. —¿Y tú eres…? —preguntó ella, con los pu-
ños en las caderas.
—Artan Temujin. —A pesar de que casi se caía otra vez en el proceso, el joven le
hizo una reverencia burlona.
Ella levantó una ceja delgada hacia él, tratando de invocar cierta moderación.
—¿Quién es ese exactamente?
—¡Chica lista! —Se rió. —Pero has besado a un loco asesino… —Gotas de agua
rodaban por el fuerte pecho. —¿No es lo mismo?
Con una sonrisa satisfecha, Artan tiró de ella hacia el agua junto a él. Sin estabilidad
en sus pies, ella se agarró de su brazo izquierdo.
Pero lo más sorprendente de todo fue la corriente que corrió a través de su sangre
con su toque. Casi similar a la sensación de la alfombra. Un chisporroteo alrededor
de su corazón que recorrió todo su cuerpo.
—Bien bien bien… —Artan hizo una pausa, sus ojos oscuros estaban perforando
agujeros en los de ella. —Parece que no se ha equivocado, Musa-abagha.
—¡Qué genio! —Se rió con admiración. —Te debo advertir, pequeña criticona: la
última chica que trató de someterme encontró su vista bastante desconcertada al día
siguiente. —Artan le hizo señas para que se acercara, como si tuviera una elección.
—Hice que sus ojos apuntaran en dos direcciones diferentes.
—¡Ja! —resopló Shahrzad. —A fin de lograr tal hazaña, ¿no tendrías que pararte
derecho en primer lugar?
—Deberías estar realmente asustada en los días en los que puedo estar parado de-
recho. Por qué, hubo un tiempo en que hacia huir a toda una flota de…
—¡Basta! —Shahrzad lo empujó lejos. —Traté de ser paciente contigo, ya que Mu-
sa-effendi dijo que podrías ser de ayuda, pero no creo que esto sea posible. Sólo
tienes que responder ésta pregunta, y te dejaré en paz. ¿Sabes o no algo acerca de
un libro que quema al tacto?
—¿Con una cerradura en el centro? —Se aclaró la garganta, todavía luchando por
enfocarse.
—Sí.
—No lo sé.
—Tener que admitirlo debe de herir tu orgullo —dijo Artan, con tono de burla.
—Sólo un idiota abriría un libro así —dijo Artan, frío y despiadado. —. Es una antigua
magia oscura. Magia de la sangre. De la clase que se paga muchas veces más… si
tu padre idiota no la ha pagado ya.
Shahrzad se volvió hacia Musa. —¿Por qué este horrible joven es…
—Mis antepasados escribieron ese libro —Artan interrumpió sin rastro de la sufi-
ciencia que Shahrzad habría esperado de tal reconocimiento. —Si tu padre está en
problemas, mi familia es la única que sabrá qué hacer.
Shahrzad sabía que tenía que tratar de ganarse a ese bribón, a pesar de su compor-
tamiento hasta el momento. Cuando echó un vistazo al joven de pie frente a ella, él
la observaba con un aire penosamente interesado, especialmente para alguien tan
podrido por la bebida.
—No, Reina de una Tierra Que No Me Importa Nada. —Artan se rió de su propia
broma. —No lo haré.
—Artan, hijo de Tolú… —La sonora voz de Musa Zaragoza resonó desde la orilla.
Sin embargo, Artan se frotó la nariz con el dorso de una mano, frunciendo el ceño
con frustración. Él gimió, el sonido fue mucho más fuerte del que requería la situa-
ción.
Fue sólo una serie de nombres. Sin embargo, parecía significar tanto.
—Por favor —dijo Shahrzad, encogiéndose de hombros. Ella dio un paso hacia el
muchacho. —Necesito tu ayuda.
Artan presionó una palma de su mano contra su frente, exasperado. —No debería
ayudarte. Y no tengo ningún deseo de llevar a una criticona como tú a cualquier
lugar.
—Al menos no hasta que aprendas a defenderte sola. Eres como un potro recién
nacido; puedo ver todo lo que eres capaz de hacer, que es una gran cantidad de
nada, salvo utilizar tu boca. —Él resopló. —Vuelve mañana por la noche. Una vez
que aprendas a controlar la magia básica, te llevaré a ver a mi tía. Ella no ayudará
a cualquier persona que no respete. Y te sacará de la habitación riéndose. Antes de
quemarte hasta que dejes de existir. —Artan frunció el ceño una vez más hacia la
costa, a continuación salpicó agua, enviando una niebla salada alta en el aire.
—Oh, tengo la intención de vengarme de ti por eso, no hay ninguna duda. —Artan la
miró con recelo. —Y yo siempre consigo lo que quiero.
Algo en la forma en que la miraba hizo que Shahrzad lamentara la decisión de pe-
dirle ayuda. Esa misma sensación de peligro sobre él se intensificó. Al igual que ese
sentimiento antes de caer. —¿Por qué… qué fue exactamente lo que te hizo cambiar
de opinión?
The Rose & the Dagger
—No me malinterpretes. Estoy complacido por ello. Eso significa que podemos ser
amigos algún día.
Artan volvió a caer en el agua con una extraña sonrisa de satisfacción. —Porque soy
tan egoísta y rencoroso como tú.
Donde hay ruina
Traducido por Caro Monastero
Corregido por Ella R.
Shahrzad intentó.
Verdaderamente. Lo hizo.
Pero, en el último instante, todo lo que pudo hacer fue lanzarse a sí misma dentro de
un parche de arenilla resplandeciente a sus pies.
—Inútil. —Una profunda voz resonó en ella como el golpe de un látigo. —Solo una
completa pérdida de tiempo.
Yo… lo odio.
—¿Estás enojada, pequeña criticona? —continuó Artan— Bien. También yo. Esta es
la segunda, no espera, tercera noche seguida que has llegado al templo y arruinado
mi noche con la luna.
Ella se puso de pie, sacudiendo el polvo de sus palmas. —Perdóname por arruinar lo
que podría haber sido, de lo contrario, una noche productiva.
—Me satisface que estés de acuerdo conmigo. Porque la luna, sin duda alguna, me
hubiese ofrecido más entretenimiento que tus lamentables intentos con la magia. —Él
resopló— Tales dones… desperdiciados en semejante boba.
¡Bastardo!
Una oleada de sangre calentó sus mejillas. —Si tuviese una bola de fuego, la enviaría
directo entre tus piernas. Pero me preocupa que hubiera muy poco para quemar.
The Rose & the Dagger
Artan rió, alto y sin cuidado. —Al menos tu sentido del humor ofrece algo para reco-
mendarte. Aunque nunca he sido alguien con gustos por delgadas, enojadas chicas.
—El le echó una mirada interrogadora. —¿Al Califa de Khorasan le gusta la manera
en que te ves?
—Miserable idiota —Se echo hacia atrás sobre sus talones. —. La belleza se desva-
nece. Pero un dolor en el trasero es para siempre.
Otra bola de fuego ardió en la palma de su mano. —Sobre esto sí. —Artan sonrió,
moviendo sus cejas. —Y yo prestaría atención, si fuera tú.
Cuando se echó a correr otra vez, Artan profirió un quejido detrás de ella. —El viejo
refrán es cierto, Shahrzad al Khayzuran: ¡Nosotros solamente corremos de las cosas
que verdaderamente nos asustan!
Otro alto quejido. —Para de estar asustada. ¡Y comienza a hacer algo al respecto!
Hasta ahora lo había intentado por dos noches consecutivas. La única conclusión a la
que pudo llegar fue esta: su poder no surgía desde su interior. En su lugar, lo absorbía
de las cosas a su alrededor.
La primera vez que le había ofrecido esta sugerencia a Artan, él se había reido, su
cabeza tirada hacia atrás y su boca un abismo insondable. Luego había procedido a
atacarla con un controlado torrente de fuego. El había querido que, por lo menos, ella
pudiera defenderse.
Artan quería que se arrojara a un lado girando bolas de fuego. O moviera otros objetos
en su camino para ahuyentarlos.
Ese había sido su turno de reir, cabeza hacia atrás en un estilo igualmente exagerado.
The Rose & the Dagger
Artan creía que si ella era presionada por la idea del peligro inmediato, quizás su cuer-
po podría reaccionar por instinto. Asi que por las pasadas dos noches, habían estado
confinados en la playa. Él había comenzado amenazándola con pequeños, lentos cír-
culos arremolinados de llamas. Shahrzad había corrido lejos de ellas cerca del pánico.
Indiferente, Artan había procedido con verdaderas esferas de muerte, las cuales eran
decididamente mas difíciles de evadir.
Todo lo que Shahrzad tenía para mostrar eran las múltiples contuciones de las tantas
veces que se había lanzado en la arena.
—Eres un maestro terrible —gritó Shahrzad —¡Este método estaba defectuoso desde
el principio! —Ella se acercó a las olas, aminorando sus pasos.
Deteniendo sus pasos, Shahrzad se inclinó hacia adelante, jadeando por aliento. —
Lección concluida por esta noche.
—No exactamente.
Bastante seguro, Artan empezó a disparar otra serie de disparos directamente hacia
ella. Orbe tras orbe de llamas ondulantes volaron desde sus palmas extendidas.
—No corras de ellas—gritó Artan—. Haz que ellas corran de ti. ¡Hazme creer que no
estoy llevando a una oveja a ser esquilada por lobos cuando te lleve con mi tía!
—¡Shahrzad!
Ella removió hacia atrás una cortina de cabello justo a tiempo para ver una bola de
fuego final girando en su dirección.
El agua salada contra su piel desnuda la aturdió hasta devolverla a los sentidos.
A la agonía.
—Idiota —Artan la tomó en sus brazos y la arrastró lejos de la espuma del oleaje, de
vuelta hasta la costa. —. Absoluto tonto —murmuró él.
Las sacudidas se extendieron de sus piernas a sus brazos. Sus dientes empezaron a
castañear.
—De-de-detente. No p-pude…
—¡No estoy hablando de ti! —Sin otra palabra, Artan la despojó de los pedacitos que-
mados de lino restantes alrededor de su estómago.
Aunque sus palabras estaban mal, su cara estaba extrañamente correcta. Su mandí-
bula estaba arreglada. La cicatriz diagonal a través de sus labios, blanca. Él presionó
ambas manos en sus hombros en un intento de estabilizar su temblor. Una sacudida
ardió a través de ella.
Los centros oscuros de los ojos de Artan se extendieron, como una gota de tinta a
través del agua. Sus manos se movieron de sus hombros para cernirse sobre su es-
tómago.
The Rose & the Dagger
La tinta en los ojos de Artan comenzó a cambiar de color. Comenzó a aclararse, vol-
viéndose un gris tormentoso.
Cuando Shahrzad se incorporó, le echo una ojeada a su estómago. Una fea roncha
roja había quedado. Pero no era nada como la quemadura que había esperado, el
dolor no era nada peor que unos días bajo el caliente sol.
De alguna manera, Artan había transferido la mayor parte de su herida sobre su pro-
pia piel.
—Tú…no tenias que hacer eso —farfulló, un salado mechón de cabello atrapado en
sus labios.
Era una cosa ridícula para decir. Una cosa obvia para decir. Sin embargo, ella sintió
que debía decirlas.
—Eso parece.
The Rose & the Dagger
Su pecho jadeaba por el esfuerzo. —Esto —señaló entre sus quemaduras similares—,
no está funcionando.
—Es una pena —Artan se quedó postrado en la orilla, perdido en sus pensamientos,
observando el cielo nocturno arriba. —Mi tía te comera viva.
—¿Por qué… por qué piensas que tu tía me comera viva?— preguntó Shahrzad vaci-
lante. —Y si sabías eso, ¿por qué estuviste de acuerdo en llevarme con ella?
Cuando Artan finalmente se dignó a hablar, su mirada permaneció fija en las estrellas.
—¿Alguna vez has oído una historia llamada “La Niña que Agarró la Luna”?
Las cejas de Shahrzad se juntaron hasta tocarse. —Solo por esta vez —Ella giró su
mirada hacia el cielo. —Habia una niña que vivía en una torre de piedra, rodeada por
dragones blancos que cumplían todas sus ordenes.
Cuando ella deseaba un pegajoso pastel, no tenía más que pedirlo. Cuando le apete-
cía dormir, ellos volvían el cielo de noche con el batido de sus alas. De sol a luna con
un simple rugido. Aunque la niña pedía cosas sin ninguna razón, continuó queriendo,
más y más de todo lo que le podían conseguir. Pero más que nada, la niña deseaba
ser poderosa. Para ella, los dragones siempre poseyeron mas poder que cualquier
ser en el mundo, porque ellos eran capaces de hacer que cualquier deseo se hiciera
realidad...
Artan exhaló un suspiro, sosteniéndolo por un rato. Con aquel raro comportamiento, la
confusión Shahrzad aumentó, y dejó de hablar.
Cuando Artan la miróde soslayo, Shahrzad continuó. —Una noche, cuando uno de sus
dragones le trajo un grueso collar de oro de una tierra distante que había pedido, la
niña olió el extraño perfume adornando sus vestimentas de seda y decidió que ya no
podía vivir queriendo ese poder. Ella debía tenerlo. La niña demandó al dragón que
la llevase hasta su fuente mágica. El dragón se volvió hacia la luna llena, la angustia
The Rose & the Dagger
plasmada en su rostro cubierto de pequeños cuernos. A la niña no le importó. Ella le
insistió al dragón que la llevase a la luna asi podría aprovechar su poder. Volaron hacia
ella, una lluvia de estrellas recolectándose en medio de ellos. La niña recogió las es-
trellas y con ellas fabricó una cuerda. Luego, aunque el dragón rugió una advertencia
final, la niña lanzó un anillo de estrellas alrededor de la luna, mientras reía como una
campana sonando en la noche.
Shahrzad se detuvo a mirar a Artan. —Pero, como tantas otras fuentes de poder, la
luna se rehusó a ser contenida.
Cuando dijo esto, Artan sonrió. Pero no fue una sonrisa de entretenimiento. Fue una
sonrisa de algo mucho más oscuro y profundo.
—La luna comenzó a deslizarse a través del cielo. Arancada del lomo del dragón, la
niña se aferro a la cuerda de estrellas. Ella gritó, pidiéndole a la luna que concediera
su deseo o la pusiera en libertad. Como una escalofriante brisa, la respuesta de la
luna corrió sobre su piel: “¿Tú deseabas ser poderosa? Entonces te haré mi sombra.
Una luna que comande a las estrellas perdidas. Pero entiende que una cosa así ven-
drá con un costo.” Sin titubear, la niña vibró con una carcajada “No me importa el costo.
Toma todas mis posesiones del mundo, porque no voy a tener necesidad de ellas una
vez que posea tal poder.” Las palabras de la luna flotaron a través del aire nocturno,
mas frías que una primera nevada.
“Muy bien, niña. He deseado por mucho tiempo una verdadera compañera.” Luego,
en un remolino de polvo estelar, la luna convirtió a la niña en su sombra, despojándola
de toda luz. Atada a ella por todos los tiempos. A esta sombra de luna, la nueva luna,
se le concedía el poder solo unas pocas noches al año. Pero nunca el poder suficiente
para liberarse a si misma de sus ataduras.
—Ese es el por qué la luna que conocemos parece desaparecer —terminó Artan en
voz baja. —. Ensombrecida. Eclipsada.
—¿Por qué estas aquí, pequeña criticona? —comenzó Artan— ¿Realmente es por tu
padre?
—¿Nada mas?
A esto, Shahrzad vaciló.Por supuesto que ella estaba allí por su padre. Pero también
estaba aquí por otra razón. Una razón que necesitaba permanecer envuelta en el mis-
terio. —¿Por qué preguntas?
Artan volvió su cabeza para mirarla. —Por qué sé que hay más. Sé que eres la reina
The Rose & the Dagger
de una ciudad destrozada y de un reino en el borde de la guerra. Que tu rey es un
monstruo.
Shahrzad no dijo nada. Sus dedos se movieron por la piel desnuda de su estómago,
rozando tentativamente la herida. Se sentía caliente al tacto. Su imaginación volvió en
el tiempo solo hasta unos momentos atrás, cuando el rostro de Artan Tremujin había
perdido todo rastro de pretención.
Quizas era tiempo de poner una pequeña medida de confianza en este chico. —Khalid
no es… un monstruo. En absoluto. —Su corazón se apaciguó por un momento en el
calor de los recuerdos.
—¿Por qué eres tan curioso? —Sus ojos se estrecharon. —¿Por qué estuviste de
acuerdo en ayudame, Artan Temujin?
—Querias saber por que estuve de acuerdo en ayudarte. Es mayormente porque Mu-
sa-abagha me lo pidio. Y porque estoy obligado por la estupidez de mi ancestro. Obli-
gado a ser un concededor de deseos. Musa-abagha me ha mantenido a salvo todos
estos años. A salvo de aquellos que podrían esclavizarme. Hacer de mí un dragón
que no hace nada más que traer collares de oro a pequeñas niñas ingratas. —El rio
amargamente.
—Mi familia esta tan hambrienta de poder como la niña que atrapo a la luna. Son
monstruos empapados con una extraña magia. Mi tía los protege en un fuerte dentro
de una montaña. Pero... —Artan hizo una pausa, su rostro severo. —Ella ha cometido
errores anteriormente. Mis padres fueron victimas de su arrogancia. Ellos abandona-
ron la fortaleza, buscando una forma de destruir sus ataduras. La magia que filtraron
en el mundo trajo terribles consecuencias. Como resultado, mi tía espera que me
mantenga cerca y haga lo que se me dice. Servir a quienes me lo digan. Asi que me
escape. —Artan la observaba atentamente mientras hablaba. —Me di cuenta que el
control de mi tia era otra forma de esclavitud.
El resopló. —Ella podría prender fuego este templo con un solo eructo. Y encender
cada vela en Khorasan con la mera pista de una flatulencia.
—Se serio.
—Ella es poderosa —Artan rio sin artimaña. —. Y, como tú, completamente desprovis-
ta de sentido del humor.
Shahrzad dejo pasar otro pequeño período de tiempo, el sonido de las olas estrellán-
dose unas con otras cada vez más alto, tanto como sus pensamientos. —¿Es lo sufi-
cientemente poderosa para curar una enfermedad? —Ella mordisqueo su labio. —¿Lo
suficientemente poderosa para… romper una maldición?
—Ah —El la cortó con una mirada, todos los signos de humor desvanecidos. —. Ahí
está ¿Eres tú la maldecida?
Él llevo ambas manos detrás de su cuello, entretejiendo sus dedos uno a traves de
otro. Después de un tiempo, Artan respondió, sus palabras suaves. —Vas a tener que
traerlo, Shahrzad. Tu rey. El tendrá que hablar con mi tía si ella va a ayudarlo.
—Si pudiera hablar contigo por un momento… —Alcanzó algo dentro de los pliegues
de su capa. —He traído algo para ti.
En sus manos había un cuadrado de jade de la mitad del ancho de su palma, ensar-
tado en un delgado círculo de cuero oscuro, destinado a ser usado sobre el cuello. La
superficie de la pulida piedra verde estaba cubierta de intricadas marcas.
—No estoy seguro de que haga mucho —murmuró Musa—. Una vez más, es posible
que solo evite los efectos por un tiempo. Pero pensé en ayudar de cualquier manera,
por más pequeña que sea.
Artan bostezó audiblemente al escuchar eso. Shahrzad lo fulminó con la mirada antes
de mirar hacia la alta figura ante ella. Sus cejas negras estaban rayadas con blanco,
fruncidas con preocupacion. —Gracias, Musa-effendi. Esto es mucho mejor que cual-
quier cosa que podría haber esperado.
Musa asintio. —Por favor dile a Khalid que lamento no haber sido más fuerte tantos
años atrás. Lamento haberlo dejado solo. Pero ahora estoy aquí, si alguna vez me
necesita. —Al terminar, colocó el talismán en su mano y se inclinó sumamente en re-
verencia, la punta de sus dedos rozando su frente.
Mientras su pulgar cepillaba los grabados tallados en el jade, Shahrzad trató con todas
sus fuerzas ignorar el innegable peso asentandose alrededor de su corazón.
El peso de la realización.
Y la emoción de la certeza.
Iré a casa.
El grito de guerra de un Ratón
Traducido por
Corregido por Ella R.
Lamentablemente, no era una buena espía. Pues sus dedos parecían engancharse
con todo lo que tenían a la vista.
Veinte pasos adelante, Shahrzad se movía de sombra a sombra con una seguridad de
que Irsa habría envidiado, de no haber estado tan irritada.
Mientras rodeaba la curva de la siguiente tienda, una mano salió desde un charco de
sombras y agarró su muñeca.
—¿Por qué me estas siguiendo? —Era tanto una demanda como una acusación.
—¡No me importa! Dime a dónde te diriges. ¿No has aprendido nada? Después de lo
que sucedió con Teymur, ¿no sabes lo peligroso que es el que desaparezcas sola así?
No puedo entender por qué tú…
—Irsa…
—¡No! —dijo Irsa— No quiero una excusa interminable. Quiero que me digas a dónde
vas y por qué. Ahora.
Shahrzad suspiro.
—De todas las noches, desearía que no me hubieras seguido justo esta, Irsa-jan. —Le
dio una mirada soñadora al desierto. —¿Podrías por favor dejarme ir por esta vez?
Prometo que te llevare conmigo mañana. Juro que lo hare.
—No puedes seguir haciendo lo que se te dé la gana y suponer que todos te espera-
rán. Como si no tuviéramos algo mejor que hacer. Como si no fuéramos capaces de
hacer algo más.
—Lo sé. Y esa nunca fue mi intención —Shahrzad mordió su labio inferior. — Pero…
¿Podríamos por favor hablar de esto mañana?
Sus ojos se desviaron hacia el desierto de nuevo, e Irsa sintió el calor del resentimien-
to alzarse de nuevo, las esquinas de sus ojos picando.
The Rose & the Dagger
—Ve —Se soltó del agarre de su hermana. —. Ve a dónde sea que estés desapare-
ciendo. Dónde sea que es más importante que el aquí y ahora.
Su hermana alargó su mano hacia ella de nuevo.
—Desde ahora, solo haz promesas que pretendas cumplir. Y mantente a salvo, Shazi.
Por favor. Ten cuidado.
Sharzad hizo una pausa, sus rasgos tensos antes de que se deslizara en las sombras
delante sin dar siquiera una mirada sobre su hombro.
Los pies de Irsa se sentían de plomo mientras regresaba al campamento. Cada paso
se sentía involuntario. Arrastró sus dedos, haciendo caminos en la arena. Cuando miró
hacía arriba de nuevo, Irsa se dio cuenta que había parado frente a una tienda que no
era la suya.
Irsa estaba fuera de la tienda de Rahim al-Din Walad como una boba sin propósito.
Sin razón.
–¿Rahim?
–Rahim.
—¿Qué va mal? —Rahim restregó las lagañas que le había dejado el sueño en sus
ojos.
Irsa lo miró, perdida en sus pesados parpados y pestañas de un color tan negro como
la tinta. ¿Siempre había sido tan…alto?
—Ella… ella me contó que una vez este desierto fue un océano —Irsa pauso para
equilibrar su voz. —. Que estaba lleno de toda clase de peces que bailaban en las
brillosas aguas y nadaban bajo un perfecto sol. Hasta que un día un pequeño pez
insatisfecho decidió que estaba cansado de nadar y quería volar. Así que fue a ver a
la Bruja del Mar, quien le pidió que recolectara todas las flores blancas de los arreci-
fes más lejanos del mar y se las llevara a ella. Con los pétalos ella le haría unas alas.
Cuando el pequeño pez le llevo a la Bruja del Mar una ortiga tejida con las flores
blancas, ella hizo un hechizo, y una sombra negra floreció sobre el sol. Fue como si la
noche hubiera llegado para no irse jamás. El mar se secó, y todos los hermosos peces
comenzaron a desaparecer, excepto el pequeño pez con sus alas blancas hechas de
pétalos. Cuando el sol al fin reapareció, el pequeño pez sintió tanta culpa por lo que
había hecho que voló hacia su fogosa luz, sus alas quemándose en mil pedazos. Aho-
ra, cuando miras a través del desierto y alrededor de la costa, aún puedes ver cómo
él pagó por sus alas, en las adorables conchas blancas con flores grabadas en su
superficie.
—No soy muy buena contando cuentos —susurró Irsa, el resto de una lágrima desli-
zándose retorcida por su cara.
¿Lo era?
Una ráfaga de viento sopló entre ellos, envolviéndola en una fragancia de aceite de
lianza y… ¿naranjas?
The Rose & the Dagger
—Ella continua dejándome atrás —dijo Irsa suavemente. —. Todos siguen dejándome.
Y estoy preocupada por ella. Pero, más que eso… estoy sola.
Sin decir nada, Rahim se sentó frente a su tienda y palmeo el sitio en la arena al lado
de él.
Y fue suficiente.
Un balance perfecto
Traducido por Alba A, Spencer
Corregido por Ella R.
La lluvia empezó a caer cuando las puertas de Rey aparecieron por el horizonte.
Gordas y pesadas gotas comenzaron a caer produciendo un plink en los hombros de
Shahrzad y un plaf en las esquinas de la alfombra mágica.
Khalid.
Mientras Shahrzad se acercaba a las puertas de la ciudad, una corriente de aire levan-
tó la alfombra, llevándola más allá de las almenas iluminadas con antorcha, más allá
de la vista de cualquier centinela que estuviera deambulando.
El ligero color de granito recién labrado contra el viejo. El olor de savia de madera
recientemente molida. Las pilas de escombros organizados. El hedor de basura que-
mada.
The Rose & the Dagger
Alrededor de ella había una ciudad que era todo menos renuente.
Mitad en ruina.
Sin embargo, mitad renacida.
Tampoco Khalid.
Shahrzad envió la alfombra más arriba. Hacia un palacio roto de granito y mármol re-
luciendo en la primera descarga de la lluvia de verano.
Khalid es tan terco como yo. ¿Qué si se rehúsa a confiar en Artan, o en la familia de
Artan?
¿Qué si rechaza su oferta de ayuda? ¿Qué si está resignado a vivir el resto de sus
días con esta maldición?
Esperó en silencio por un tiempo, su pulso tamborileando en sus oídos. Sus emocio-
nes corrían en una gama salvaje, y tembló, a pesar de la cálida brisa de verano.
Khalid no había huido de sus obligaciones. Aquello había sido bastante evidente para
ella, mientras volaba sobre Rey. Ella había visto su mente para la organización, su
tranquila inteligencia, en cada aspecto de la restauración. En la lógica ingeniería. En
la cuidadosa atención al detalle.
Él estaba en todos lados. Incluso si nadie más veía esta simple verdad, Shahrzad lo
hacía.
Ella había sido la que había dejado atrás un desastre ardiente, sin mucho más que
una última mirada. Había dejado al chico que amaba para que manejara una tarea
insuperable sin ella.
Estaba empapada hasta los huesos ahora. La lluvia de dulce olor había mojado su
cabello, el cual estaba escurriendo en las puntas. Su qamis se aferraba a su cuerpo,
y su faja tikka azul profundo se arrastraba contra la piedra ónix junto a sus sandalias.
El suficiente.
Sus rodillas temblaron. Un escalofrío corrió desde la parte trasera de su cuello hasta
la planta de sus pies.
—¿Shahrzad?
En ese momento de balance perfecto, ella entendió. ¿Ésta paz? ¿Estas preocupacio-
nes silenciadas sin esfuerzo?
Era porque ellos eran dos partes de un todo. Él no le pertenecía. Y ella no le pertene-
cía a él. Nunca fue sobre pertenecerle a alguien.
Khalid no parpadeó.
—Shazi.
Pero estaba empapada, y Khalid lucia tan prístino como siempre. Su cabello negro es-
taba impecable. Los afilados planos de su rostro traían a la mente a un halcón en vue-
lo. Penetrante, sin embargo fríamente distante. Como si pudiera calibrar a un hombre
con una mirada, si tuviera la preocupación de hacerlo. El fino lino de su traje colgaba
a través de la esbelta figura de un experimentado guerrero.
Sus ojos brillaban como oro derretido. Y decían todo sin una palabra.
Shahrzad arrastró sus empapadas ondas hacia un lado, salpicando agua hacia sus
pies.
Ella exhaló rápido solo para inhalar profundamente. Para respirar su esencia. La esen-
cia de sándalo y luz de sol. Sus dedos se movieron sobre su piel, creando memorias
por sí mismos. Las manos de un maestro espadachín. Los labios de su más grande
amor. El corazón de un rey.
The Rose & the Dagger
—Khalid.
f
Después de su abrazo, Shahrzad vio a Khalid manteniendo cuidadosamente su dis-
tancia.
No era para castigarla. Era para protegerla. Ella lo conocía lo suficientemente bien
para darse cuenta de eso. Y Shahrzad aun tenía que revelar por qué había regresado.
Por ahora.
Khalid escuchó, el severo conjunto de sus cejas altas en su frente, mientras Shahr-
zad le contaba acerca de su alfombra mágica. Mientras le decía acerca de la extraña
nueva habilidad que aún tenía que controlar completamente. Pero, salvo por aquella
demostración inicial de emoción, no ofreció nada más en el asunto.
Así que, a pesar del deseo de Shahrzad de estimular la decisión de Khalid con un ata-
que verbal, escogió un acercamiento menos directo, optando por usar la qamis suelta
de lino que le había proporcionado… y nada más. Después de todo, los pantalones
de sirwal eran demasiado grandes. Ambas prendas estaban cortadas para un hombre.
La qamis cubría más que suficiente, ya que su dobladillo caía cerca de sus rodillas.
Por ahora.
Cuando Khalid se dio la vuelta, sus cejas se dispararon hacia su frente otra vez.
The Rose & the Dagger
Después suspiró, largo y bajo.
—¿Algo está mal? —Su voz sonaba inocente, aunque su expresión denotaba un sen-
timiento muy lejos de eso. Shahrzad se sentó al borde de su cama, doblando sus
piernas hacia un lado.
—Mal no es exactamente la palabra correcta. —Su réplica fue brusca, pero había una
nota de humor detrás de ella.
Khalid caminó por su recamara pobremente iluminada, sus movimientos fluidos como
los de una sombra trazada en humo. Shahrzad lo siguió con sus ojos, consciente de
que probablemente parecía una predadora acosando a su presa.
Ante esto, ella frunció el ceño. —Eso es llevar el asunto un poco lejos ¿No lo crees?
—Si planeo pensar, entonces no. Uno podría argumentar que no es lo suficientemente
lejos. —Khalid se recargó contra el sofá, sus ojos destellando. Concentrado. Determi-
nado.
Bien, entonces.
—Shazi —Khalid levantó una mano para detenerla. —. No puedes… tú… no deberías
quedarte.
Incluso en la débil luz que emitía la lámpara enrejada encima de ellos, Shahrzad vio
The Rose & the Dagger
el rostro de Khalid suavizarse. —Si pensara que hay una manera de romper esta mal-
dición…
—Puede que la haya —Ella interrumpió. —. Pero necesito que confíes en mí. Y que no
te enojes conmigo por lo que estoy a punto de decirte.
—Confío en ti.
—¿Pero te enojarás?
—Debes saber que tienes un temperamento abominable —dijo Shahrzad con repro-
che.
—No estamos discutiendo mis defectos —Ella resopló—. ¿Me prometes que no per-
derás tu temperamento hasta que termine de hablar?
—¿Khalid?
Khalid se puso rígido. Shahrzad ya podía verlo ensamblando sus objeciones, así que
disparó antes de que él pudiera comenzar.
—Se que albergas amargura hacia él por lo que le pasó a tu madre. Por su… fracaso
al acudir en su ayuda. Pero el desea ayudar ahora. Y fue el único que me dio el cono-
cimiento y los medios para viajar hasta aquí sin ser vista.
Pero las palabras de Khalid no sonaron como de costumbre. Salvo por el aliento que
usó para decir su nombre, el resto de sus palabras estaban como memorizadas. Frías
e indiferentes.
—Uno de sus estudiantes en el Templo de Fuego tiene un familiar que declara ser una
poderosa hechicera. Es posible que ella pueda ofrecernos una manera de deshacer
la maldición.
La respuesta de Khalid fue inmediata, su postura inflexible. —Ese tipo de magia viene
con un precio. Uno que no estoy dispuesto a pagar.
—¡Deja de ser tan terco! —Sus pies desnudos cayeron al piso de ónix. —No me hagas
rogarte. Porque no lo haré. Simplemente perderé mi temperamento o lloraré. Y siem-
pre he despreciado secretamente a aquellos que lloran para sonsacar sus objetivos.
Pero si me fuerzas a hacerlo, Khalid Ibn al-Rashid, lo haré. Y yo lloro preciosamente.
—Ella cruzó sus brazos y frunció sus labios.
—¡Mentiroso!
Ella había sospechado hacía rato que de eso se trataba todo. Sin embargo Shahrzad
no pudo resistir el presionar más lejos a Khalid. —¿Nunca me has mentido?
—En el zoco. Cuando me preguntaste si recordaba mi último sueño. Dije que no.
—¿Y lo recordabas?
The Rose & the Dagger
Khalid asintió.
—En aquel momento, era menos un sueño y más una pesadilla recurrente —Khalid la
contempló por un momento. —. Soñé que dormía junto a una chica en mi recamara.
No recuerdo su rostro. Ni tampoco recuerdo nada acerca de ella. Solo recuerdo como
me sentía.
—¿Cómo te sentías?
—Oh. —Shahrzad miró hacia otro lado, jugando con la manga de la qamis prestada
para ocultar el rubor en sus mejillas.
Esa noche en el zoco, Khalid mintió porque creyó que ese sueño era sobre mí.
—La última vez que tuve ese sueño fue la noche anterior a que vinieras al palacio
—continuó—. Lo recuerdo bien porque desperté repentinamente, buscando por algo
que… no estaba ahí. —Sus ojos fueron a la deriva hacia la pared de alabastro; estaba
perdido en sus pensamientos.
—Esa paz que buscas está aquí —Shahrzad susurró. —. Lucha por ella. Lucharé por
ella contigo. Haré lo que sea necesario —Sus manos se apretaron alrededor de sus
mangas. —. Cuando estaba en el desierto, despertaba cada día y seguía con mi vida,
pero no era vivir; era meramente existir. Quiero vivir. Tú eres el lugar donde vivo.
Al escuchar eso, Shahrzad alzó una mano hacia él. Deteniéndose justo ante su frente,
como buscando permiso. Él se inclinó hacia delante, y sus dedos repasaron a través
de la negra seda de su cabello. Khalid la asió de la parte trasera de su rodilla, arras-
trándola más cerca.
A su silencio, Shahrzad jaló su cabello hacia atrás, forzándolo a mirarla a los ojos. —
Quiero una vida con aquellos a los que amo alrededor de mí, a salvo y felices. ¿Qué
es lo que quieres?
—Vivir… intensamente.
—¿Qué más?
—Probar cada aliento. —Khalid deslizó una mano hacia su pierna. Un escalofrío de
calor se le disparó a través de la columna vertebral.
—¿Irás conmigo? —Jadeó ella mientras sus manos se movían más arriba.
Él asintió.
Entonces Khalid la jaló más cerca y apretó su boca contra la de ella. Su lengua bordeó
el camino entre sus labios y ella exhaló su nombre, mientras él daba zancadas hacia
la cama, volcando sus cuerpos sobre la seda opaca.
Shahrzad jaló el lino sobre su cabeza, y Khalid se alzó sobre sus rodillas y se quitó su
qamis. Miró abajo hacia ella…
Estaba furioso.
Su rostro era una lección de la furia. La clase de furia silenciosa, que lo consume
todo. Era peor cuando estaba así de callado.
Mientras Khalid miraba fijamente su cuerpo, ella se dio cuenta del porqué.
—Khalid…
La brutal promesa que sus palabras llevaban implícitas envió un temblor bajo su es-
palda.
—No lo hagas —dijo Shahrzad gentilmente—. No arruines nuestro tiempo juntos con
tu ira. No estoy lastimada. Y estas heridas fueron por mi culpa. Unas que gustosamen-
te sufririá una y otra vez, porque me han hecho más fuerte. Me han guiado hacia ti.
—Shahrzad…
Ella alzó su mano para trazar la marca en su clavícula. El débil moretón a lo largo de
su mandíbula. Luego desplazó sus dedos hacia los nuevos cortes en sus manos. A la
cicatriz del cuchillo a lo largo de su palma que aún no había sanado.
—Yo también odio tus cicatrices —murmuró Shahrzad—. Pero la piel es piel, así sea
la de un hombre o una mujer. Y el dolor es dolor. No lamentes el mío más de lo que
yo lamento el tuyo. Y confía en que, si alguna vez llega el momento en que se cometa
una injusticia contra mí, tú serás el primero en saberlo. —Presionó un beso sobre su
palma herida. —Y yo estaré a tu lado mientras hacemos justicia.
The Rose & the Dagger
Shahrzad tomó su mano y la colocó sobre la herida en su estomago. —Te prometo que
no me duele. —Sonrió casi de manera provocativa.
—¿Sabes porque adoro las rosas? —Shahrzad desató el nudo de su faja tikka con
deliberada lentitud. —Siempre las he amado por su belleza y por su esencia, pero…
—-Es por sus espinas —Los músculos de Khalid se tensaron ante su toque. —. Por-
que hay más de ellas de lo que se ve a primera vista.
Ella le sonrió a Khalid, pasando sus dedos a lo largo de los huecos curveados de sus
caderas. —¿Sabes cuánto te he extrañado?
Khalid inhaló rápidamente. —Lo sé —Él rozó su pulgar por su labio inferior. —¿Y tú
sabes que haces que mi vida valga mil veces más ser vivida?
Los ojos de Klhalid cayeron sobre el cordel que colgaba en su cuello. Sus dedos se
desplazaron hasta enrollarse alrededor del anillo.
Y en ese momento, perdieron toda consideración por algo más que no fueran ellos
mismos. Porque en ese momento, no había dolor. No había cicatrices. Y una maldición
era una preocupación de una era pasada.
Aquí, la única cosa que importaba estaba frente a cada uno. Aquí y ahora.
The Rose & the Dagger
—Te amo —Exhaló Shahrzad—. Eres todo lo que soy.
f
—Es tarde —dijo Khalid—. Deberías dormir.
Estaba recostado sobre su estomago con los ojos cerrados, tratando de dispersar el
tortuoso dolor en su cabeza. Que su dolor escogiera aquel momento para darle pro-
blemas era meramente otra prueba más de su interminable mala fortuna.
O tal vez otra prueba más del retorcido humor del destino.
Los cojines crujieron a su alrededor. Shahrzad rodó sobre su espalda, cubriendo con
su pequeña forma la suya. Sintió la presión de su mejilla entre sus omoplatos. Luego,
con un toque ligero como el de una pluma, ella acarició con ambas manos sus brazos
hasta llegar a su nuca.
—¿Quieres que me detenga? —Ella preguntó cuando se dio cuenta que sus intentos
de tranquilizarlo no eran útiles.
—No.
Khalid pensó por un momento, tratando de desaparecer las imágenes que sus pala-
bras traían a su mente. —Tal vez una historia. —Sonrió para sí mismo, a pesar de los
ruidos sordos en su cabeza.
—¿Cualquier historia?
The Rose & the Dagger
Ella se inclinó hacia delante para susurrar en su oído. —Un hombre joven estaba pa-
seando a través del bosque cuando se encontró con una paloma con lengua de miel.
Hizo una pausa para escuchar la dulce melodía de su canción y se sorprendió cuando
la paloma dejó de cantar y comenzó a hablar con él.
Era como si ella fuera parte de un sueño. Uno del que Khalid nunca deseaba desper-
tar.
Él sintió su sonrisa otra vez. —La paloma dijo, “joven hombre ¡Pareces tener buen gus-
to! Me gustaría compartir un secreto contigo. Si tomas este sendero de aquí, encontra-
rás una puerta roja lacada con un picaporte de madera. Ante ella, encontrarás la tribu
de los Hombres Llorosos. No les preguntes porque lloran, simplemente pasa a través
de la puerta, y ¡encontrarás riquezas que van más allá de tus sueños más salvajes!”
El hombre estaba tan sorprendido de encontrar ambos, una paloma parlante y la pro-
mesa de riquezas más allá de sus sueños más salvajes que siguió con entusiasmo las
direcciones a través del bosque de la paloma con lengua de miel.
Ella entrelazó sus dedos con los suyos. —Cuando terminó de pasar por el jardín col-
gante, llegó a una hermosa aldea, con casas que poseían una maravillosa vista hacia
el mar cristalino. Él inmediatamente compró la casa más magnifica que pudo encon-
trar. Después de atravesar la aldea entera, encontró otra puerta roja laqueada con otro
picaporte de madera. La abrió y deambuló en el mercado de una gran ciudad, lleno
con sonidos de comercio y olor a exquisiteces. En poco tiempo, había amasado una
considerable cantidad de oro. La calidad de las gemas que poseía era incomparable,
y su mano para el comercio no conocía límites. ¡Parecía que no importaba para donde
girara, la suerte estaba de su lado! Cuando se topó con otra puerta roja lacada con
picaporte de madera, empujó a través de ella, solo para cruzase en el camino de la
The Rose & the Dagger
joven mujer más bonita que había contemplado. Tomados de la mano, atravesaron un
camino que poseía otra imponente vista, llena de valles verdes y brillantes manantia-
les. El joven hombre ni una sola vez miró hacia atrás. Siempre hacia adelante. Incluso
hacia la siguiente puerta.
—Luego, muchos años después, cuando el joven hombre ya no podía llamarse joven,
encontró otra puerta con otro picaporte de madera y, sin la más mínima duda, paso a
través de ella, sin preocuparse de a donde podría llevarlo.
La voz de Shahrzad tomó una nota melancólica. —Se encontró a si mismo caminado
a través de un bosque. Entrando a un claro familiar. Rodeado de una tribu de Hombres
Llorosos. La puerta lacada ante él no tenía picaporte. En ese momento, el no-tan-jo-
ven hombre entendió. Así que se sentó junto a los hombres de su tribu… y comenzó
a llorar.
El silencio se hizo alargó por unos momentos. —¿Por qué escogiste esa historia en
particular? —preguntó Khalid finalmente.
Otro escaso silencio. —A veces… me preocupa querer demasiadas cosas —dijo Sha-
hrzad.
Ella se desplazó para apoyar su barbilla en su hombro, causando que Khalid hiciera
un gesto de dolor.
Una parte de Khalid sabía que debía mentir para evitar que Shahrzad se preocupara.
Pero él simplemente no veía el punto. Para él, las mentiras raramente cumplían su
propósito original. A menos que se necesitaran más mentiras.
—Tengo algo que puede ayudar. —Shahrzad posó un sugestivo beso en medio de su
espalda.
A pesar del asedio en su frente, Khalid consideró su oferta. Su cabello negro era un
reluciente velo contra su hombro. El olor a lluvia aferrado en cada rizo. Incluso ahora,
podía imaginarse la manera en que sus labios se abrían cuando le besaba el hueco
en su garganta. La manera en que su suave aliento bañaba su piel. La manera en que
sus delgadas manos…
Khalid casi gime en derrota. —Estoy más que dispuesto, pero creo que ya hemos pro-
The Rose & the Dagger
bado ese remedio esta noche. Más de una vez.
Otro aluvión de risa cantarina llenó el aire. Shahrzad se deslizó fuera de su espalda,
dejándolo frio. Khalid abrió sus ojos para verla caminando hacia su pila de ropa des-
echada.
A pesar de que sus ojos ardían, Khalid la estudió mientras hablaba. Como si estuviera
formando una grabación indeleble, que quedaría guardada para siempre en su mente.
Su insolente barbilla. Sus ojos de joya y su cabello vagabundo. Nadie podía negar que
Shahrzad fuera hermosa. Pero no era simplemente su hermosura lo que cautivaba a
Khalid incomparablemente.
Tanta fuerza.
—Eres muy sabia, Shahrzad al-Khayzuran. Tal vez tú deberías gobernar Khorasan. Y
dejarme languidecer en tu recamara, hasta que me necesites.
—Tal vez debería —Se acostó junto a él. —. Pero no nací hombre.
—He pensado durante un largo tiempo que ese tipo de cosa no debería importar. —
Khalid enredó una de las piernas de ella sobre la de él.
En vez de una respuesta, Khalid enterró su rostro en sus oscuras ondas, capturando
la fragancia de lilas y lluvia. Ella sopló una exasperada ráfaga de aire por encima de
su cabeza.
—Tú…
—¿Khalid?
—No necesitas decir que me amas. Sé que lo haces. Pero… ¿Puedo preguntar porque
no lo dices?
A pesar de que estaba planteada con aire despreocupado, Khalid sintió el latido del
corazón de Shahrzad entre sus omoplatos. Lo sintió acelerarse. Y le dolía saber que
él le había dado razón para dudar de su cariño. Pero había sabido durante un tiempo
que le debía una explicación.
Por supuesto que quería saber porque. Ella era una chica que decía lo que pensaba
libremente y otorgaba generosamente sus sentimientos a aquellos que encontraba
dignos. Después de todo lo que Khalid había hecho, y todo en lo que había fallado, lo
sorprendería siempre que ella aún lo encontrara entre uno de los merecedores.
Khalid la jaló más cerca de él. —Ante la tumba de Ava, juré que pasaría mi vida mos-
trándole a aquellos que amaba como me sentía, sin tener que recurrir nunca a las pa-
labras. Prometí que haría por los otros lo que fallé en hacer por ella. No profesar amor.
Sino en cambio actuar en base a él.
Se recostaron en silencio por un tiempo. A pesar de que era incapaz de ver su reac-
ción, Khalid sabía que estaba pensando. Sabía que estaba considerando su promesa.
Tal vez era tonto de su parte mantenerla. Una promesa a una chica que ya no vivía.
Una chica que había sufrido enormemente en vida. Y había muerto con su mentira
abrasando sus oídos.
En todas las cosas, Khalid le había fallado a Ava. En esto, deseaba tener éxito.
—Shazi…
—Ya que no puedes decirlo ¿Por lo menos me dirás cuanto es que me amas?
The Rose & the Dagger
Khalid pasó la punta de su nariz junto a su oreja, una sonrisa agradecida sobre sus
labios.
Se sintió afortunada de haber logrado viajar de vuelta sin ser vista. En verdad, había
dejado Rey sin demasiado tiempo de sobra. Aunque desesperadamente quería que-
darse con Khalid y ver el cielo arder alrededor de ellos, no podía arriesgarse a ser
vista.
Y sabía que tenía que explicarse por cómo había dejado las cosas con Irsa la noche
anterior.
Tan pronto como la tienda se cerró, Shahrzad se dio la vuelta para observar a su her-
mana sentada en su saco de dormir, sus ojos enrojecidos e inyectados en sangre.
Claramente, Irsa no había dormido bien. Y podría incluso haber derramado una lágri-
ma o dos.
—Le dije a Rahim que te habías ido. —Una nota de insolencia puntuó su rasposo su-
surro.
—¿Qué? —Shahrzad casi dejó caer el paquete que contenía la alfombra mágica.
Irsa se mordió su labio. —Como te pierdes el desayuno casi cada mañana, él ya sos-
pechaba que estabas haciendo algo, así que yo…
—Después de que te fuiste, fui a hablar con él, y… —Irsa se aclaró la garganta mien-
tras jugaba con la esquina de su cobija. —Y sabe que no estás enferma. Ya sabía que
algo había estado ocupando tu tiempo estas noches pasadas. Así que cuando me
acompañó de regreso a nuestra tienda, vio que no estabas aquí…
The Rose & the Dagger
Shahrzad podía no enojarse con su hermana. No se enfadaría con ella. Irsa había he-
cho mucho para ser un bastión de fuerza para Shahrzad. Para ofrecer entendimiento y
soporte cuando nadie más se había atrevido a hacerlo. Y Shahrzad había hecho poco
para merecerlo. Todas esas veces que Irsa había deseado ser su confidente, Shahr-
zad se había opuesto a confiar, sabiendo que sus secretos eran demasiado peligrosos
para una chica tan seria y compasiva.
Aquí estaba la prueba de que Shahrzad había sido sabia al retenerlos. Cuando la pre-
sionaron, Irsa había sido incapaz de mentir a Rahim sobre el paradero de Shahrzad. Si
Irsa verdaderamente hubiera sabido dónde había estado Shahrzad, indudablemente
podría haberle dicho.
No. Shahrzad no podía estar enojada con su hermana por este lapso de debilidad. Eso
no habría sido de ayuda.
—Sé que estas furiosa conmigo —Irsa continuó, un temblor en su voz—, pero inten-
cionalmente no divulgué tu secreto a Rahim. En verdad, esto es tu propio error. ¿Qué
esperabas? Has estado faltando al desayuno por casi una semana. No sé qué ha pa-
sado contigo últimamente. Te has vuelto descuidada. Distraída.
—¿Estás… estás planeando salir otra vez esta noche? —Preguntó Irsa, comenzando
con un chirrido que al final se vio envuelto con acero.
—Por supuesto que sí —Irsa arrojó su manta hecha jirones y se levantó. —. Eres mi
hermana. Pero tus amigos están preocupados por ti, y muy pronto su preocupación
se volverá sospecha —Líneas de concentración inundaron su frente. —. Por favor, no
vayas otra vez esta noche. Te lo ruego.
Shahrzad pensó rápidamente. Ya había hecho planes para llevar a Khalid al Templo
de Fuego a encontrarse con Artan y Musa Zaragoza. Si no regresaba a Rey como ha-
bía prometido, Khalid indudablemente podría preocuparse. Y en el Templo de Fuego
The Rose & the Dagger
estarían esperando por ellos; se encontraba atada de manos para dar su palabra a
cualquier lado.
Tragó duro. Sabiendo que esos problemas palidecían en comparación con el problema
más grande en mano.
Sé honesta.
Todo eso podría terminar esta noche. El destino era para los tontos. Shahrzad no es-
peraría a que su vida pasara.
—Iré a desayunar contigo ahora, y luego pasaremos la tarde con Baba —dijo Sha-
hrzad. —. Me aseguraré de que todo el mundo me vea. ¿Eso ayudará a calmar tus
preocupaciones?
Las líneas a través de la frente de Irsa se estrecharon aún más. Shahrzad podía verla
luchar consigo misma. —¿Lo que estás haciendo es realmente de tal importancia?
Irsa hizo una pausa final, todavía prevaricando. Luego encontró su mirada con la de
Shahrzad. —Ven conmigo. —Tomó su mano y la guio hacia fuera. Rodearon el labe-
rinto de tiendas hasta que se detuvieron en los límites del campamento. Allí, en la
distancia donde los soldados habían puesto su campamento, Shahrzad vio un gran
grupo de hombres ensillando sus caballos.
—¿Qué? —La alarma se deslizó dentro del estómago de Shahrzad, enredando sus
entrañas en nudos.
Una…¿incursión?
—Tariq está liderando un contingente de tropas hacía un fuerte cercano esta noche…
con la intención de derrocar a su emir y tomar el control —dijo Irsa tranquilamente.
—Rahim me lo dijo.
—¿Cuál fuerte?
—No me dijo eso —Irsa confesó—. Todavía estoy compartiendo una tienda con la Ca-
lifa de Khorasan, después de todo.
Una vez más, los pensamientos de Shahrzad revolotearon por su mente como piedras
a través de un estanque. Si Tariq estaba liderando a una banda de soldados en una in-
cursión a través de la frontera de Khorasan y Parthia, probablemente estaban tratando
de hacerse con el control de esa frontera.
Lo que podría poner en riesgo la frontera. Dejarla vulnerable a los ataques extranjeros.
Shahrzad tenía que decírselo inmediatamente a Khalid. Tenía que viajar a Rey esa
noche y evitar la posibilidad de una guerra con Parthia, antes de que más personas
inocentes murieran sin ningún motivo.
—¿Shahrzad? —Irsa la tomó del hombro, sacudiéndola del tumulto de sus pensa-
mientos. —¿Has escuchado una palabra de lo que te dije?
The Rose & the Dagger
—¿Qué?
—No es… peligroso, ¿Lo es? —preguntó Irsa— ¿Lo qué estás haciendo no es peli-
groso?
Shahrzad rió, pero el sonido no sonó verdadero. Se alejó de los soldados con sus bri-
llantes espadas. Las dos hermanas volvieron a su tienda.
Sin una palabra, Shahrzad vertió agua de la jarra a la cuenca de aluminio. Su mano
tembló, causando que su reflejo en el agua hiciera lo mismo. Ajustando su mandíbula,
Shahrzad tiró de su arrugado quamis sobre su cabeza, determinada a lavarse y afron-
tar el día.
—¡Shahrzad! —El grito de Irsa vino con una cara drenada de todo color.
Era demasiado riesgoso. Especialmente ahora que Irsa estaba confiando en Rahim.
Si Irsa vacilaba, Rahim le diría algo a Tariq. Y Tariq, de todas las personas, no podía
saber nada sobre sus visitas a Khalid.
Khalid.
Después de todo, si todo iba de acuerdo al plan, ellos tendrían respuestas pronto.
Una vez que Shahrzad y Khalid supieran qué hacer con la maldición, todo podría ser
revelado.
Todos sabrían que el chico que Shahrzad amaba no era el monstruo que creían que
era. Que era, y sería, el gran rey que su reino tan desesperadamente necesitaba. El
gran rey que Shahrzad había visto cuando volaba sobre su ciudad.
Hasta entonces, tenía que estar en silencio. Porque no facilitaría las cosas si el ni-
ño-rey que todo el mundo odiaba era maldecido a gobernar un reino abandonado. El
ejército que estaba formándose en contra de Khalid sólo sería estimulado a pelear si
supiera que las mareas de la fortuna se habían vuelto contra él.
Por una vez, Shahrzad encontró una solución, podía decirle a Tariq la verdad.
No era solo una cuestión del amor. Era una cuestión de la vida.
Y tenía la intención de que todo fuera bien, de una vez por todas.
f
Jahandar se permitió abrir un ojo de plata. Luego lo cerró. Luego lo abrió una vez más.
—Vi tu ojo abrirse justo ahora —La voz continuó—. Y sé que te despertaste ayer y hoy
por la mañana. Vamos, Jahandar. No estoy aquí para juzgarte. Sólo deseo hablar con
un querido amigo.
The Rose & the Dagger
Jahandar tomó una cautelosa respiración, enfadado consigo mismo por emocionarse
en primer lugar. Había sentido que alguien había entrado a la tienda un momento
atrás y pensó que podría ser Irsa o Shahrzad, así que se había despertado de su falso
sueño, ansioso de hablar con sus niñas de nuevo. Pero no estaba listo para hablar con
nadie más. Mucho menos con Reza bin-Latief.
Sin embargo, ya había cometido el error. Jahandar supuso que tendría que asumir la
responsabilidad por lo que había hecho, por temor a que alguien sospechara la verdad
detrás de su misteriosa enfermedad.
Los hombros de Jahandar se sacudieron por la risa, que luego terminó en una serie
de toses. —Los años han sido amables contigo, sin lugar a dudas. Pero no demasiado.
Era verdad. La última vez que Jahandar había visto a Reza bin-Latief no había sido
mucho después de que su esposa e hija hubieran perecido con días de diferencia
entre ambas. Una tragedia que ningún hombre podía soportar. Una que claramente
había cobrado su precio.
Reza había perdido peso. Su cabello había casi desaparecido en lo alto y se había
vuelto gris en los lados. Su bigote era muy amplio y le había comenzado a crecer una
barba. No tenía más la apariencia de un hombre que encontraba diversión en la vida.
Las líneas sobre su cara no eran líneas hechas por el deleite o la satisfacción.
—¿Qué hora del día es? —preguntó Jahandar, su voz rota y seca.
Jahandar tomó un distraído sorbo. —Mis hijas estarán aquí en breve. —Tan pronto
como las palabras salieron de sus labios sin tacto, Jahandar quiso tomarlas de regre-
so. ¡Qué desconsiderado y cruel!
Pero Reza no pareció darse cuenta. —Eres un hombre con suerte. Tales niñas devo-
tas. Te digo que Irsa viene a verte con bastante frecuencia.
Reza mantuvo una mano en su barba. —Es bueno escucharlo. Te iba a decir que ella
ha estado enferma los últimos días.
The Rose & the Dagger
—¿Enferma? —Las cejas de Jahandar se juntaron en su frente.
—Viejo amigo… —Reza pausó una sonrisa, luego se inclinó más cerca. —No he ve-
nido a quitarte tu tiempo o molestarte innecesariamente. Sé que todavía estás reco-
brándote. Y hay un asunto apremiante que necesito atender esta noche. ¿Pero quizá
pueda preguntar una duda?
—Por supuesto.
Jahandar se endureció. Su mano libre se apretó fuerte sobre el libro. Todavía se sentía
caliente al tacto, aunque no quemaba con el mismo fervor. El frio metal de la llave so-
bre su cuello pesó como un ancla siendo arrastrada por el fondo del mar.
Reza observó su reacción en silencio. Luego siguió adelante, sin perder el ritmo.
—¿De verdad?
Jahandar asintió.
Reza suspiró con obvia renuencia. —No soy parte de las torpes masas, Jahandar-jan.
Nosotros tenemos muchos años de amistad. Estuve allí cuando Irsa nació. Y estuve
allí… cuando Mina murió —Su voz creciendo tranquila. —. Hice todo lo que pude, y
siempre deseé poder hacer más.
El corazón de Jahandar cayó a su garganta. Era verdad. Reza había llevado a su mé-
dico personal hacia la cama donde yacía la enferma esposa de Jahandar, aunque su
esfuerzo había sido en vano. Y Reza había cuidado de Shahrzad e Irsa en los días que
le siguieron, cuando Jahandar había sido… incapaz de hacerlo.
—Lo sé, viejo amigo —susurró Jahandar—. Nunca olvidaré lo que hiciste.
La sonrisa de Reza fue triste y pequeña. —Por desgracia, los tiempos difíciles no pue-
den ser olvidados. Pero prefiero que recordemos de lo que son capaces los amigos en
tiempos de necesidad —Hizo una pausa para enfatizar. —. Del mismo modo en que
sé de lo eres capaz, incluso si sólo hay un puñado de personas que son conscientes
de ello.
Eso, también, era verdad. Reza siempre había sabido que Jahandar poseía habilida-
The Rose & the Dagger
des únicas.
Reza juntó ambas manos debajo de su barbilla, dejando su mirada sobre el cuero ca-
belludo de Jahandar. —Viejo amigo, ¿Hiciste algo la noche de la tormenta?
—Si lo hiciste —presionó Reza en una voz lenta—, por favor, debes saber que no voy
a juzgarte. En realidad, voy a celebrarte. Porque sé que no querías hacer nada malo.
Y si hiciste algo, debió haber sido una hazaña notable.
Jahandar tragó.
—Sí lograste tal asombrosa hazaña solo —Reza dijo tranquilamente, sus ojos cafés
brillando con fervor—, ¿Puedes imaginarte lo que podrías lograr con una fuerza de
soldados a tu espalda? ¿Con la fuerza de una armada a tu entera disposición?
Lo sabía… y no le importaba.
Jahandar se dio cuenta que por primera vez en muchos años, por primera vez desde
que Mina había muerto y él había perdido su posición en el palacio, Reza verdadera-
mente lo veía. Veía al hombre que había conocido hace muchos años atrás. Un con-
sejero del Califa de Khorasan.
No al principio.
Después de todo, hasta ella había tenido miedo al principio. Pero Khalid no necesitaba
saber eso.
Tan pronto como se acomodó en la alfombra, Shahrzad la impulsó al aire sin una pa-
labra de advertencia.
—Te caerás.
—¡Sólo lo sé!
The Rose & the Dagger
—Baja —insistió él, su mandíbula rígida. —. ¡Por favor!
—¿Por qué?
Se lo merece. Tal vez el Rey de Reyes no será tan arrogante la próxima vez.
Sonrió para sí. Khalid dejando de ser arrogante era igual de improbable que ella dejan-
do de provocarlo. Era sencillamente tan fácil. Y demasiado divertido.
Cuando se rio, Shahrzad fue recompensada con una de sus infrecuentes sonrisas sin
esfuerzo. La clase que transformaba su rostro de sombras en uno de luz.
La clase que la hacía querer olvidarse de qué tan pequeña era la alfombra mágica.
La mano de Khalid se tensó alrededor de su cintura. —¿No estás robando las palabras
comúnmente reservadas para un hombre?
—Estás invitado a decir otras cosas, no tan comunes. —Aunque su tono era ligero, su
pulso vaciló.
—¿Cómo por ejemplo...?
—Ya lo he hecho. —El roce de los labios de Khalid pasando bajo su oreja envió un
remolino de deseo a través de ella.
The Rose & the Dagger
Viajaron sobre un tramo de desierto cerca de una extensión de montañas. Sobre ellos,
unas pocas estrellas solitarias titilaban, cosidas a través de la oscura tela de la noche.
Khalid pronto se acostumbró a la ráfaga de viento contra su rostro, la tensa postura de
sus hombros relajándose. Después de un tiempo, el aire comenzó a espesarse con la
escancia de la sal, y el mar brilló sobre el horizonte.
Aunque ella se había comportado de la misma manera solo unas noches antes, Sha-
hrzad rodó los ojos. —Eso es innecesario. Sin mencionar insultante.
—Perdóname por no sentirme bienvenido a donde quiera que vaya —musitó él—. Y
por no correr ningún riesgo.
Con una sacudida de su cabeza, Shahrzad alcanzó su mano, entrelazando sus dedos
con los suyos.
De nuevo, Khalid no perdió un latido. Aunque reconoció al mago, jaló más cerca a
Shahrzad y alzó su shamshir.
Musa sonrió a Khalid, sus dientes como perlas puestas contra ébano. —No pensé que
vendrías.
Le tomo a Khalid un momento contestar. —Mi esposa puede ser muy persuasiva. —Su
espada se mantuvo vigilante.
Los ojos del mago se arrugaron en las esquinas. —Es tan bueno verte. Ha pasado
tanto tiempo.
Musa se acercó. Parecía estar estudiando a Khalid. Tal vez tratando de ver rastros del
niño que había conocido, en el joven hombre frente a él. —Te ves…
—No tienes motivos para halagarme. Las mentiras no son propias de ti.
—No estoy mintiendo —Musa rodeó el estanque. —. Tus ojos podrán ser del mismo
color que los de tu padre, pero puedo decir que ven el mundo como Leila lo hizo. Ellos
ven todo. Tu padre… —Falló en detener una mueca—…veía muy poco.
Khalid entrecerró sus ojos hasta que parecieron rendijas. —Mi padre vio lo suficiente.
—No —Musa se detuvo frente a ellos, su colorida capa ondeando sobre la roca color
canela. —. Él vio lo que deseaba ver. Y nunca le dio la oportunidad a nadie de demos-
trarle lo contrario.
—No vine aquí para ser sermoneado por el tutor de mi madre —contrarrestó Khalid.
—. Ni vine aquí para otorgarte la oportunidad de que me convenzas nuevamente,
Musa Zaragoza.
La sonrisa de Musa se torno anhelante. —Lo siento tanto, pequeño pahlang. Por todo.
—No tienes permiso para llamarme así —Los rasgos de Khalid estaban tensos y tiran-
tes. —. Soy el Califa de Khorasan para ti. Nada más.
En ese momento, todo acerca de Khalid se desplazó hacia un tiempo cuando Sha-
hrzad había vivido con miedo al amanecer. Cuando todo lo que conocía de él era un
muchacho hecho de hielo y piedra, que asesinaba a sus novias sin razón o disculpa.
Un tiempo cuando todo lo que tenía eran historias impulsadas por el odio.
The Rose & the Dagger
Le dolía ver a Khalid regresando a eso. A un caparazón de lo que realmente era.
Musa hizo una reverencia, sus dedos en su frente. —Un millar de disculpas, sayyidi.
—No había nada que pudiera haber hecho —Shahrzad lloró—. Si hubieras tratado de
ayudar, probablemente hubieras sido asesinado también.
—No —Musa ladeó su boca a un lado. —. Cuando nos enfrentamos a nuestros miedos
más oscuros, la inacción es para los débiles o los que no tienen esperanza. Siempre
hay algo que decir o hacer. Aunque sean solo palabras…
—Son simples garabatos en una página —Khalid terminó, su voz incluso más fría. —.
El poder tras ellas recae en la persona.
Musa hizo una reverencia de nuevo. —Sayyidi —Giró su atención hacia ella, su expre-
sión disfrazada en calidez. —. Tu impaciente tutor espera por ti en su lugar de siempre,
mi señora.
f
La criatura esperando en la playa definitivamente no era Artan Temujin.
Era fácilmente cinco veces más larga que un hombre. Y el doble de gruesa. Pero estas
características no dieron lugar a la preocupación en Shahrzad. Lo que la alarmó fue
el hecho que se pareciera a una serpiente. Cubierta en oscuras escamas iridiscentes.
Repleta con una capucha gigante.
¿Y... alas?
Shahrzad se tragó un grito ahogado. Khallid sacó su espada con un rápido gesto.
The Rose & the Dagger
La serpiente dejó ver sus negros colmillos, como si entendiera. Y estuviera en des-
acuerdo, de todo corazón.
—Él solo es una tonta serpiente alada —Artan sacudió una mano con desdén. —. A la
que le encanta asustar personas. Y, como cualquier buen tirano, mucho de su aparien-
cia es solo para el espectáculo. Él es realmente muy dulce... la mayor parte del tiempo.
Ahora, tanto la espada como su maestro se giraban hacia el calvo muchacho, con
intención inquebrantable.
Artan se burló. —¿Supongo que éste es el marido maldito? —Se río para sí.
¿Es que este tonto no escuchó ni una palabra de lo que le dije acerca del tempera-
mento de Khalid?
Antes de que Shahrzad pudiera intervenir, Artan saltó sobre la cola de la serpiente
hacia la arena.
—Tú de verdad eres tan apático como ella dijo —continuó, mirando a Khalid de reojo.
—. Pero hay muy poco que yo pueda hacer para remediar eso.
La segunda ofensa.
No fue la bombardeada de burlas lo que inició la reacción. Fue la visión de los ante-
brazos chamuscados de Artan que se registraron en el rostro de Khalid. Shahrzad hizo
una mueca al verlo. Solo alguien que conociera bien a Khalid lo hubiese notado.
The Rose & the Dagger
En un instante de entendimiento.
Oh, Dios.
El último insulto.
Sonriendo todo el tiempo, Artan llevó ambas manos junto a su rostro, como si intentara
rendirse. Entonces el centro de sus palmas se encendió rápidamente en llamas.
—Admitiré que estaba tratando de provocarte —Artan dijo sin rastro de miedo. —. Es
uno de mis pasatiempos. Shahrzad me dijo que tienes temperamento. Pero las cosas
se han subido de tono más rápido de lo que pretendía. ¿Por qué no...
—¿Fuiste tú quién la quemó? —Aunque una gota de sudor se deslizó bajo su cuello,
Khalid no pestañeó ante las arremolinadas esferas de fuego.
Los ojos de Artan se agrandaron. A diferencia de Khalid, era incapaz de ocultar su re-
acción. La culpa cruzó se notó en todos sus rasgos, causando que su desnuda calva
se sonrojara. —Bien, uh…
—¡Detengan esto, los dos! —Shahrzad tomó a Artan por el cuello de su camisa y lo
jaló lejos de Khalid. —¿Qué están haciendo? —Por un momento consideró darle un
puñetazo a Artan justo en la nariz. —¿Están completamente locos? —Entonces se
giró hacia Khalid. —Y tú no has sido nada menos que abominable toda la tarde. Prime-
ro con Musa-effendi, y ahora con Artan. ¡Están tratando de ayudarnos, Khalid!
—Al decir “mejor mundo” te refieres a uno más aburrido —Artan sonrió una vez más,
aunque extinguió sus armas. —. ¿No estás de acuerdo, Oh Rey de Reyes?
The Rose & the Dagger
Khalid bajó su arma, pero mantuvo su fría mirada fija en Artan.
—Hmmm —Artan se detuvo en consideración. —. Si no fuera por nuestro corto pero
encantador saludo, casi me hubiera preocupado de que te hubieras casado con un
mudo, mi querida pequeña criticona. Lo entendería, teniendo en cuenta cuánto es que
tú hablas, pero debo decir que estoy un poco sorprendido.
—En tal caso debe tener muy poco que decir alrededor de ti. —Artan le guiñó un ojo,
lanzando un brazo alrededor de sus hombros y acercándola más a su lado.
Shahrzad puso una mano en su cara, empujándolo lejos. —Él habla cuando sus acom-
pañantes lo ameritan, bribón.
Artan tiró su cabeza hacia atrás y se rió. —Oh, me gusta, pequeña criticona. No dice
mucho pero dice la verdad. Puede quedarse.
—¡Lo haremos, lo haremos! —Artan jaló uno de sus aretes. —Es solo que Shesha
está… muy poco cooperador por el momento —Dio la vuelta en la arena y se movió a
terreno más alto. Después arrojó dos túnicas revestidas en piel hacia ellos. —. Encuen-
tren una manera de asegurarlas en esa pequeña alfombra; van a necesitarlas.
Shahrzad ojeó las gruesas pieles apiladas a sus pies. —Artan... ¿a dónde estamos
yendo? —Su voz cargada con sospecha.
Esto era los más lejos que Shahrzad había volado con la alfombra mágica.
Antes, sus viajes no habían tomado más que una hora. Era verdad que ella había via-
jado más rápido de lo que creía posible, el suelo se había difuminado debajo de ella
y las estrellas se habían estrechado a cada lado, pero ella siempre había tenido una
vaga idea de hacía dónde estaba yendo.
La alfombra salió disparada hacia el este por más dos horas. Luego, cuando una ex-
tensión de montañas, más altas y más imponentes que las que había en Khorasan,
aparecieron en el horizonte, la alfombra empezó a elevarse.
Sin decir una palabra, Khalid, los cubrió con una de las capas de piel y la mantuvo
cerca de él. El frío no atravesó la piel de Shahrzad, ni una vez, gracias al calor de la
magia en sus venas, pero ella no era tímida como para desperdiciar la oportunidad
de sentir el cuerpo de Khalid contra el suyo. Una sonrisa cruzó a través de su cara
mientras se acomodaba contra su pecho y posaba la mano en su palma, mientras que
inspeccionaba las siluetas de las montañas en la distancia.
A la luz de las estrellas, los largos bigotes de Shesha se veían plateados en ambos
lados de su hocico puntiagudo, como cintas delgadas que fluían en una brisa suave.
Sus ojos eran desconcertantes, brillando peligrosos, de un color rojo sangre como los
mejores rubíes de Hindustan.
Al rodear la cima de la extraña montaña, Shahrzad vio que el lado este se curvaba
hacia arriba en picos dentados, casi como un conjunto de dedos abanicando directo
hacia el cielo.
Shesha viró hacia el afloramiento más bajo, luego se lanzó de repente, sus alas mem-
branosas tensándose contra sus escamas. La alfombra mágica lo siguió, y un viento
helado azotó contra la cara Shahrzad, robando el aire de su cuerpo.
Arton se movió por los estrechos pasillos con la ligera facilidad de años pasados. Lám-
paras delgadas cubiertas de pergamino ceroso iluminaron el camino delante de ellos.
Prosiguieron hacia arriba por unas escaleras, y a través de otro conjunto de pasillos y
entraron en un oscuro corredor…
Era como una lagartija blanca. Del tamaño de un pequeño gato salvaje. Con garras afi-
ladas y un puñado de manchas oscuras en su espalda. Un abanico de púas a lo largo
de su columna vertebral se erizaba, y su cola azotaba contra el suelo, una advertencia.
Cuando siseó, gotas de saliva cayeron sobre el suelo de laca, quemando agujeros
sobre su superficie. Delgados senderos de humo plateado se cerraron a su paso.
A pesar de que nada sucedió, Sharhzad creyó oír el chisporroteo de unas llamas. La
lagartija continuó escupiendo en dirección a Artan, su lomo arqueándose más alto y
sus ojos amarillos brillando.
El suave sonido de una risa femenina provino del otro lado del corredor.
Sharhzad se paró más cerca de Khalid, cuyos dedos se cerraron alrededor de la em-
puñadura de su espada.
—¿Es seguro para mi proceder, Tia Isuke? —Artan dijo, su diversión todavía evidente.
La risa suave se escuchó nuevamente. —Tan seguro como puedas llegar a estar, hijo
de Tolu.
Tenía la espalda tan recta como una flecha, y sus ojos eran dos trozos de pedernal.
Su cabello era largo y colgaba sobre sus hombros como una capa de estaño pulido.
Una delgada trenza caía detrás de su oreja. Entretejido en esta había una cadena de
coloridas cuentas de cristal. Su túnica adornada en piel y atada en su pecho con un
cordón de cuero.
Ella no sonrió cuando los vio. Ella simplemente arqueó su cabeza con leve interés. Sus
ojos negros estaban alerta y firmes.
—Trajiste amigos —Su mirada se desvió a Khalid primero. Cuando este se quedó con
cara de piedra, Isuke volvió hacia Shahrzad, con los ojos persistentes.
—Pienso en ellos como amigos —Arton sonrió. —Aunque ellos puede que no.
—La chica está de acuerdo —Isuke confirmó. —El chico no —Ella olfateó el aire como
si pudiera discernir sus pensamientos a través de aroma. —Todavía.
—Por otro lado…—Isuke ladeó la barbilla en la otra dirección. —El chico no puede
tener amigos. No se permite tal lujo —Ella parpadeó lentamente. —. Él cree estar en-
vuelto en oscuridad. —La mano de Khalid se apretó alrededor de Shahrzad. Ella tragó
saliva, sus ojos se encontraron con los de Artan.
—No estés tan impresionada, pequeña criticona —Artan se burló. —Te podría haber
dicho estas cosas después de un momento de haber conocido a tu rey. Él odia sonreír
y jamás se ríe. No es descabellado suponer que carece de amigos.
—¿Por qué los has traído a mí? —Demandó Isuke. —¿Son ellos un ofrecimiento?
Ante eso, Sharhzad posó la mano en su daga, preparándose, mientras Khalid desen-
vainaba su sable sin dudarlo.
—No te molestes, chico —Isuke dijo a Khalid, su tono impregnado de vigorosa suavi-
dad. —Si quisiera matarlos, ya estarían muertos. Vinieron en compañía de mi sobrino.
Eso te hace digno de interés. Pero la chica tiene sangre mística en sus venas, y tú
tienes una nube negra alrededor de tu alma. Los escucharé primero antes de decir qué
hacer con ustedes.
The Rose & the Dagger
Cuando Khalid no bajó su espada, Artán se giró hacia él, mirándolo a los ojos. —Pro-
meto que nada dañará a Sharhzad mientras estamos aquí —La solemnidad endureció
su expresión. —. Sobre la tumba de mi padre, lo juro.
Sin embargo, parecía que Khalid no pensaba de la misma forma. Le devolvió una mi-
rada resuelta a Artan durante un momento y, justo cuando Sharhzad había decidido
que la situación había empeorado, Khalid se relajó. Los músculos de su mandíbula
dejaron de contraerse.
—¿Por qué los has traído aquí hijo de Tolu? —La voz de Isuke se había vuelto incluso
más suave. Peligrosamente suave. El gris pedernal de sus ojos oscureciéndose hasta
volverse del color de la obsidiana. —¿Y por qué estás haciendo tales promesas a su
favor?
—El chico esta maldito, Tía Isuke. Ellos quieren tu ayuda para liberarlo, así como en-
contrar un medio para recuperar la salud de su padre —.Artan hizo una pausa. —. Lo
consideraría un favor hacia mi si los escucharas.
—¿Un favor?
—Sí.
—¿Son ellos tan importantes para ti? —Isuke echó un vistazo a Sharhzad con reno-
vado interés.
—Te lo dije, ellos son mis amigos —Artan vaciló por unos instantes. —. Y puede que
ellos posean… conocimientos sobre los delitos de mis padres.
—Muy bien, como un favor hacia ti, los escucharé —Sus facciones se endurecieron.
—Pero espero la misma cortesía cuando te haga una petición en el futuro.
Artan respondió con una brusca reverencia. Entonces Shahrzad tomó posición sobre
los juncos. Enfrente de Isuke, con Artan arrodillado a su izquierda. Miró a Khalid ex-
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pectante, y finalmente el se sentó a su lado, su shamshir cerca.
Cuando Sharhzad terminó, se giró hacia Khalid. Con voz lacónica, él describió los
términos del embrujo, explicando cómo había empezado a cumplirla, pero que ya no
podía seguir sometiéndose a los caprichos de un loco vengativo.
Durante todo el rato, la única reacción de la hechicera fue aquella inclinación de cabe-
za semejante a un ave. Cuando ellos terminaron, ella removió un fajo de papeles en
su escritorio con calculadora lentitud.
—Una maldición es el pago de una deuda contraída… un trato hecho, por más injusto
que sea —comenzó Isuke—. En este caso, la vida de un hombre fue dada por el pago
de esta magia. Para que la magia pase a quedar sin poder alguno, debe hacerse una
ofrenda de igual peso.
La boca de Isuke se curvó hacia abajo, en lo que consideró que pudo llegar a ser una
sonrisa. —No. Yo no dije eso. Si fuera así de sencillo, una vida por otra vida, el embrujo
habría desaparecido hace ya varios amaneceres. Los embrujos raramente son tan fá-
ciles. —Ella depositó un espejo oval del tamaño de dos manos sobre la mesa. Luego,
puso sus manos al lado de este.
—Estoy diciendo —Isuke continuó— que esa magia se refleja a sí misma, ambos
en poder y propósito. Como todo espejo, la magia tiene un lado oscuro. Un lado que
puede ser engañado para ver lo que desea ver —Por un momento, ella parecía estar
absorbida por sus propias palabras. —. Tanto en la magia como en la vida, el engaño
puede ser la mejor manera de derrotar a nuestros enemigos.
Sharhzad parpadeó. Cuando echó un vistazo a su derecha, notó las cejas de Khalid
fruncidas en concentración. Como si el espejo se hubiera convertido en un complejo
enigma que él intentaba resolver.
Yo… no entiendo.
El espejo giratorio llamó la atención Shahrzad una vez más. Brillando antes de tomar
otro giro lento. Luz y oscuridad. Shahrzad, luego Khalid. Una vez. Y otra vez.
Shahrzad se mareó. El olor de los limones y la menta llenó sus fosas nasales y se
extendió en su pecho. Sus párpados comenzando a caer. Una pesadez se deslizó
alrededor de ella como una segunda piel, como si estuviera a punto de quedarse dor-
mida. O a la deriva en aquel espacio entre los sueños, donde estaba al tanto de lo que
ocurría a su alrededor, pero no tenía ningún control sobre ello.
En ese momento de ligereza suspendido, una presencia no deseada entró en su men-
te.
Sharhzad jadeó.
Eso no tenía rostro. Donde debían haber facciones, había en su lugar un óvalo blanco
de marfil, como una cáscara de huevo pulido. El intruso sin rostro se deslizó hacia ella,
y luego la condujo hacia un pasillo de niebla, mirando a través de puertas abiertas a
su izquierda y derecha.
Las habitaciones estaban llenas de los recuerdos de Shahrzad. Todas las veces que
había luchado con Shiva o Irsa. Las veces que había insistido para que las bieninten-
cionadas quejas de Rahim regresaran. Escuchado a su madre recitar historias. Las
veces que había desaparecido por un abrazo robado con Tariq. Leído libros junto a su
padre. Llorado a solas en su habitación.
El intruso hurgó en algunos de los momentos que había compartido con Khalid. Mu-
chas de las noches que le había contado cuentos a la luz de las lámparas. Discutido
con él sobre los asuntos del corazón, mientras que cortaban el pan en trozos peque-
ños. Todas las veces que lo había besado, en los callejones oscuros y detrás de velos
de gasa brillante. El intruso se demoró un segundo sobre su primer beso en el zoco.
Como si hubiera llegado a la misma comprensión que ellos lo habían hecho en ese
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instante.
Su intruso pronto desarrolló un gran interés por cualquier memoria de su padre. Ob-
servó sin ojos como Jahandar había presentado a Shahrzad junto con la única rosa
florecida de su jardín, por la tarde, la primera vez que había llegado al palacio de Rey.
Se inclinó más cerca, ansioso, mientras Jahandar convenció a la rosa de la vida, sólo
para llevarla más allá de la muerte con un giro involuntario de su muñeca.
Después de eso, el intruso buscó con propósito a través de los pasillos de niebla a
Jahandar al-Khayzurán. Pronto, se encontró con el recuerdo del día anterior, cuando
Shahrzad había presionado a su padre para obtener información sobre lo que había
ocurrido la noche de la tormenta en Rey.
A la propia tormenta.
Con ojos encendidos, Jahandar le había mostrado el libro que había mantenido pre-
sionado contra el pecho durante todo este tiempo. Se había quitado la llave de color
negro de alrededor de su cuello.
Y abrió el tomo…
Desde más allá de la neblina blanca, el intruso sin rostro alcanzó, con una mano fría,
la muñeca de Sharhzad, apretándola con fuerza.
El sonido del cristal haciéndose añicos dispersó aquella sensación de estar a la deri-
va, devolviendo todo a su lugar con un enfoque entrecortado.
Sus ojos se abrieron. Ella fue sacada de un mundo de nebuloso humo blanco.
Lo primero que notó fue la huella de una mano en su muñeca. Rojo y palpitante y real.
Shahrzad parpadeó pesadamente. Cuando levantó la vista, su corazón se desplomó
en su estómago.
La espada de Khalid había sido arrojada al otro lado de la habitación. Estaba incrus-
tada contra la pared del fondo en un ángulo extraño, su empuñadura enjoyada todavía
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estremeciéndose debido al impacto.
Sharhzad sabía que Khalid lo había destrozado. De alguna manera, se las había arre-
glado para romper cualquier control que la bruja tenía sobre él y había destruido su
espejo en un intento por detenerla. En respuesta, la hechicera había arrojado la espa-
da de Khalid lejos de su alcance.
Al principio pensó que Artan se había interpuesto entre Khalid y su tía para evitar que
Khalid la atacara.
Pero Shahrzad se dio cuenta que podría haberse equivocado. Artan parecía estar con
ellos, no con su tía. Estaba de espaldas a Khalid, y sólo un tonto podría darle la espal-
da a su enemigo. Artan no era tonto. En ese momento, su expresión reveló una mezcla
complicada de determinación y remordimiento. Como si supiese que había cometido
un error.
Así que Artan no se había interpuesto entre Khalid para detenerlo; se había inter-
puesto para salvarlo. Había elegido estar del lado de un chico que apenas conocía por
encima de su propia familia.
Está claro que Isuke pretendía robarse mis recuerdos. ¿Con qué propósito?
La hechicera se quedó con la espalda tan recta como una flecha y las manos sobre la
mesa. Sin verse arrepentida.
—Prometiste —dijo Artan, con tono acusador—, prometiste que no habría nada más
que búsquedas por el libro. Prome…
—No estoy herida. Solo fue… un sobresalto —dijo Sharhzad—. Pero demando sa-
ber…
The Rose & the Dagger
—Tus demandas son de poca importancia para mí —interrumpió Isuke—. Pero el libro
que tu padre tiene… él no tiene permitido conservarlo.
Confusión atravesó las cejas de Sharhzad. —No comprendo. Es la razón por la cual
mi padre…
—Las heridas de tu padre sanarán con el tiempo. Pero él ha liberado algo mucho más
destructivo en tu mundo —El único cambio en la bruja fue en el color de los ojos, de
gris a obsidiana, luego de vuelta otra vez. —. Si tú destruyes el libro por mí, liberaré
de su maldición al chico que amas tan entrañablemente. Dictaré que su deuda estará
pagada.
Aunque Shahrzad deseaba hacer todas las preguntas que estaban en su mente, eligió
la más apremiante. —¿Por qué el libro debe ser destruido?
Shahrzad tenía que conocer las razones de la bruja, porque ella no confiaba en sus
motivaciones. Tampoco tenía ninguna intención de confiar en alguien que sabía todo
sobre ella y sin embargo, no ofrecer nada a cambio.
Isuke hizo una pausa en consideración. —El libro otorga nada más que tragedia a su
poseedor. Deberías estar orgullosa de lograr su desaparición.
—Discúlpeme, pero eso no es una respuesta —Sharhzad dijo igualando el tono cor-
tante. —. ¿Qué tiene que ver este libro contigo?
—Mis razones no tendrían que importar siempre que tu alcances tus objetivos, pero
diré esto: el libro involucra a los padres de Artan. Si lo destruyes, lo liberarás a él de
sus deudas.
—Estas deudas, ¿de qué tipo son? —Khalid dijo mirando a Artan.
Con su mente llena de sospechas, Shahrzad estudió a la mujer pájaro frente a ella.
—Si sabes dónde está el libro, ¿por qué no lo destruyes tu misma?
Isuke apenas sonrió. —Como aprendí cuando entré en tus pensamientos, no eres tan
estúpida como en un principio pensé que eras.
—No —Artan rio, a pesar de que no sonaba divertido en lo más mínimo. —. No lo es.
—Yo no puedo destruir ese libro —confesó Isuke—. Nadie de mi familia puede. Es un
libro forjado con la magia de nuestras venas. Sangre dada voluntariamente debe ser
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lo que lo destruya. Pero no puede ser la nuestra.
—No —Khalid intervino, los ángulos de su perfil afilándose aún más. —. No permitiré…
—Shazi…
—Esta no es una elección que puedas hacer, Khalid. Es mía y solo mía.
—Es tu decisión hacer lo que quieras —Sus manos se cerraron en puños. —. Tanto
como lo es para mí. No hay razón para que vayas por esto sola y…
—La elección, de hecho, recae en ti chico —La boca de Isuke se curvó hacia abajo
mostrando esa extraña sonrisa suya. —. Porque, finalmente, tú debes ser quien des-
truya el libro, ya que el embrujo reside en ti. La chica debe robárselo a su padre, junto
con la llave para abrirlo. Luego debe entregártelo, entonces podrás destruir el libro y
librarte de tu maldición.
Sharhzad se mordió el labio inferior. —Y… ¿Cómo se supone que el debe hacerlo?
—La maldición fue una pagada con sangre —Isuke acotó—. Por ende sangre debe
pagarse a cambio. Tanto ahora como al momento de destruirlo. Pero no deben preo-
cuparse; la sangre ofrecida es importante en significado, no en cantidad. Y en primer
lugar voy a necesitar una manera de llevarlo a cabo… —Isuke miró el filo en la cadera
de Sharhzad. —. Dame tu daga chica.
Una vez que los símbolos lograron mantener su resplandor misterioso, Isuke cambió
su mirada a Khalid. —Dame tu mano.
Cuando la mano de Shahrzad acarició a través de la funda metálica, se sentía tan fría
como la muerte.
—Usa la llave para abrir el libro, pero solo cuando estés listo para destruirlo —La he-
chicera le dijo a Khalid en tono furtivo. —. Repite el mismo ritual que acabas de ver:
usa la daga para cortar tu piel, y deja caer las gotas sobre la hoja. Luego, atraviesa
las hojas del libro con la daga antes de arrojarlo a las llamas —Ella se detuvo como
en consideración. —. El libro se defenderá. Gritará. Haz lo que deba hacerse para
prenderlo fuego. Porque el fuego se llevará tu maldición con él, mientras las cenizas
del libro se esparcen en el viento. Esto lo juro, por mi nombre y el nombre de mis an-
cestros antes que yo.
Los dedos de Isuke se curvaron como garras sobre la muñeca de Shahrzad, don-
de la marca de más temprano permanecía. Entonces, y sólo entonces, mostró algún
signo de emoción. Sus labios se retiraron por encima de sus dientes en una mueca.
Dos líneas verticales aparecieron en el puente de la nariz.
—Haz lo que se tenga que hacer, chica. Destruye el libro y libéranos de su terrible car-
ga. Falla, y su peso no seguirá recayendo solo en mi familia —Los ojos de la hechicera
sangraron en piscinas de obsidiana. —. Sino también sobre la tuya.
A Juegos y Finta
Traducido por Fatima Park
Corregido por Ella R.
Por tres días, había fingido interés en el libro de su padre. Se había sentado junto a
él en su pequeña tienda y escuchado mientras él explicaba los orígenes de su magia.
Había sonreído cuando él había tratado de decirle lo como le había ido traduciendo
minuciosamente sus páginas. Memorizar minuciosamente su contenido.
¿Salvarla?
Especialmente ahora que Shahrzad sabía sus razones para apreciar el libro altamen-
te. Para protegerlo, incluso a través de su niebla de delirio. Ahora que se dio cuenta de
cómo su mal palidecía en comparación con sus posibilidades.
Antes, Shahrzad nunca habría creído que su padre podía estar tan embelesado por el
pensamiento de poder. Pero la prueba se sentó frente a ella, día tras día. Los ojos de
su padre se juntaron con una luz febril, sus palmas llenas de cicatrices acariciando su
cuero cabelludo al descubierto, como si buscara un recordatorio de todo lo que había
ocurrido.
Aunque Jahandar había dicho que no tenía la intención de dicha muerte y destrucción
atacar en el corazón del Rey, que todo lo que pretendía hacer era salvarla, Shahrzad
no podía evitar la sensación de duda que se asentó sobre ella.
Porqué su padre no podía mirarla a los ojos cuando dijo estas cosas.
Como tal, se había llevado todos sus esfuerzos para ocultar su horror cuando su padre
reveló que Reza bin-Latief había solicitado su ayuda en futuros proyectos.
The Rose & the Dagger
¿Futuros proyectos? ¿De qué tipo?
Alas, Jahandar se negó a dejarlo fuera de su vista. Dormía con el libro presionado
contra su pecho y su llave colgando de una fina cadena alrededor de su cuello.
¿Cómo sería alguna vez capaz de tomar el libro de su padre y entregarlo a Khalid si
no quería desprenderse de él, ni siquiera por un momento?
Shahrzad había considerado esto muchas veces. Especialmente aquel primer día.
Una parte de ella quería creer que su padre estaría dispuesto a hacer cualquier cosa
para dar a su hija la amorosa y feliz vida que tan a menudo le había negado.
Pero cuando miró en sus ojos mientras él hablaba del libro en tales tonos reverentes,
mientras discutía el sentido de propósito que su magia le había dado, sabía que no se
desprendería fácilmente de él. Incluso si le costaba a Shahrzad su felicidad.
Porqué su padre siempre había sido un buen hombre. Un hombre amable. Un hombre
inteligente.
Un hombre con mucho para estar orgulloso. Hijas que lo amaban. Y una vida por vivir.
Pero Shahrzad conocía que la mente de su padre había sido víctima de sí misma. Ha-
bía empezado a creer sus propias mentiras.
Así que en esta tarde en particular, Shahrzad se fue a preparar pan para la comida de
la noche en una nube de preocupación.
—¿Hmm?
Irsa chasqueó.
Con eso, Irsa alcanzó dos tazas y algunas ramitas de menta, las cuales entregó a
Shahrzad. Entonces Irsa camino detrás de una mesa cargada con tubérculos. Ella se
agachó debajo de un enrejado encadenado con hierbas secas antes de resurgir con
un pequeño plato de pasteles redondos diminutos hechos de almendras molidas y
albaricoques confitados, cubiertos con una capa de azúcar.
Las dos chicas se sentaron en el piso junto al bulto de masa fallida. Shahrzad hizo
puré las ramitas de menta en las tazas y vertió dos chorros de té. Luego se engancho
un pequeño pastel de almendra.
—Bien. Nada te está preocupando. —Irsa lamió el polvo de azúcar de sus dedos—. Un
día, no preguntare más, y será tu culpa.
—Te estas volviendo bastante difícil. Tal vez deberías dejar de pasar demasiado tiem-
po cerca de Rahim al-Din Walad. —Shahrzad casi sonrió.
Shahrzad tomo una respiración profunda. Todo lo que había dicho Irsa era verdad. Le
había estado negando a Irsa su confianza. Pero sus intenciones sólo han sido bien
intencionadas. Como tal, parecía mal incluir a Irsa ahora que Shahrzad estaba sumida
en un dilema de su propia creación.
Pero en los últimos tiempos, tanto orgullo había casi demostrado ser la caída de Sha-
hrzad. Su rechazo a ver la verdad a través de los cuentos casi le había costado el
amor de Khalid. Si confiara en su hermana ahora, tal vez Irsa le podría proporcionar
la ayuda que tan desesperadamente necesitaba. Tal vez dos cabezas prevalecerían
donde una había fallado, como su madre tan a menudo había dicho.
O tal vez Shahrzad lamentaría el día en que se había puesto la vida de su hermana en
riesgo por su propio beneficio.
—Hay un somnífero en el rubrica de curativos que Rahim me dio. ¿Crees que podría
funcionar?
Es riesgoso. Pero no he sido capaz de llegar a una mejor solución en los últimos tres
días.
—Podría.
—Sin embargo, me gustaría advertirte —continuó Irsa— Creo que va a tomar tiem-
po para que Baba concilie el sueño. Y no sé qué tan efectivo es el somnífero, ya que
todavía tengo que probarlo —tomó un sorbo de su té—. ¿Por qué necesitas su libro,
Shazi? ¿Y por qué no puedes simplemente pedírselo?
—No. —La boca de Irsa se redujo—. Si quieres mi ayuda, yo quiero que me digas tus
razones. Dime la verdad.
—¿Bonita? ¿Fácil? ¿Cómo parece? —Irsa se burló, casi con frialdad—. ¿Qué edad
crees que tengo, Shazi? ¿Una mera bebé en pañales? O una joven capaz de inventar
un somnífero. Porque no se puede tener ambas cosas.
Si Irsa era suficiente mayor para ayudarla, suficientemente mayor para pasar las horas
con Rahim al-Din Walad, entonces tenía la edad suficiente para saber por qué Shahr-
zad necesitaba el libro de su padre.
—Tienes razón. No importa cuánto me gustaría negarlo, ya no eres una niña. Es hora
de decirte la verdad. —Shahrzad respiro profundamente y empezó.
Esta vez, ella no dejó nada fuera. Con una voz tan suave que apenas podía ser oída,
Shahrzad le dijo a su hermana la historia de la maldición. De todo lo que el chico que
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amaba se había visto obligado a hacer para proteger a su pueblo. De todo lo que ahora
tenían que hacer para poner fin a un régimen de terror perpetrado por un loco afligido.
Cuando llegó el momento de escuchar de la difícil tarea delante de ellos, Irsa se acer-
có más y entrecerró los ojos en concentración.
—Así que tengo que tomar el libro de Baba mientras duerme, entonces recoger a de
Rey de modo que pueda destruir el libro y acabar con la maldición, junto con esta gue-
rra innecesaria —terminí Shahrzad, sus hombros cayeron hacia delante del peso de
todo lo que había divulgado.
Shahrzad mordió el interior de la mejilla, todavía poco dispuesta a ceder, pero consi-
derando la idea.
—No te preocupes, Shazi. —Irsa sonrió afablemente—. Sólo estoy esperando que
Baba concilie el sueño, entonces entregar un libro a ti. No hay peligro en esto.
Se estaban haciendo cargo de sus destinos. Negarse a permitir que el destino dictara
su futuro. Tal vez la razón Shahrzad había estado luchando mucho en los últimos tiem-
pos se debía a que había estado luchando contra una corriente embravecida. Tal vez
debería nadar junto a la corriente, para variar.
Shahrzad asintió.
—Juntas.
f
Tariq no estaba seguro de lo que le podría haber poseído para seguir a Irsa al-Khay-
zuran esta noche.
De todas las cosas que debería haber estado haciendo, no debería haber seguido se-
cretamente a Irsa. Debería haber estado planeando su siguiente ataque. O al menos
formando los inicios de una estrategia con su tío, a pesar de su creciente malestar en
cuanto a objetivo de Reza bin-Latief.
En vez de eso estaba aquí con Rahim, caminando por el desierto a caballo...
De hecho, eran afortunados de que Irsa fuera un objetivo tan pobre. Así como un pues-
to de observación indudablemente pobre. Porqué cualquier soldado que se precie se
habría dado cuenta de ellos caminando a distancia.
Pero Tariq había estado preocupado acerca de Shahrzad por algún tiempo. Estos días
pasados, había tratado de mantener control sobre su paradero. A principios de esta
tarde, Tariq la había visto robar en el desierto, llevando un paquete enrollado. Antes
de que hubiera sido capaz de librarse de sus soldados y seguirla, Shahrzad había
desaparecido sin dejar rastro.
Ahora Tariq se vio obligado a hacer la segunda mejor opción y seguir a Irsa. Porqué si
alguien sabía lo que quería Shahrzad con esta extraña desaparición, sería su herma-
na menor.
Tariq estaba más que dispuesto a recurrir a subterfugios si eso significaba aprender
la explicación detrás del comportamiento reciente de Shahrzad. Más que dispuesto a
robar en el desierto, en la búsqueda de una figura encapuchada bajo un cielo ilumina-
do por la luna.
¿Y Rahim?
Se estaba haciendo bastante claro que Rahim seguiría a Irsa al-Khayzuran a cualquier
lugar.
Todo lo que Irsa tenía en su posesión era un pequeño paquete envuelto en un trozo de
ropa oscura, presionado contra su pecho. No estaba vestida para viajar. El shahmina
ligero sobre sus hombros no la protegería de mucho.
Tariq encontró esto extraño puesto que Irsa al-Khayzuran era usualmente bastante
sensata. Por lo general, no era motivo de preocupación. Ella nunca lo había sido. No
The Rose & the Dagger
era el tipo de serlo jamás.
Rahim y Tariq desmontaron de sus caballos, ocultándose detrás de uno de los edifi-
cios de piedra agrietada. Se quedaron en un estanque de sombra mientras Irsa ataba
su caballo a un poste cerca del pozo.
A pesar de todo, Tariq tenía que admitir que estaba un tanto curioso.
Porque Tariq no podía ver ningún rastro de Shahrzad en cualquier lugar cercano.
Rahim inhalo por la nariz. Aún desde un brazo de distancia, Tariq podía sentir la apren-
sión creciente de su amigo como si fuera propia.
Tariq sofoco una sonrisa. —Ella no está en ningún peligro. Obviamente ella ha encon-
trarse con alguien que conoce. ¿Te preocupa que pueda ser otro chico?
—Por supuesto que no te importaría si fuera otro chico —Tariq rodo sus ojos—. Por
eso la estas siguiendo a mitad de la noche, como un marido celoso.
—Los dos sabemos porque estamos aquí, y no tiene nada que ver con...
Dos figuras se acercaban a Irsa. Uno de ellos era fácilmente reconocible. Tariq co-
nocería su forma en cualquier lugar. Se había pasado la mayor parte de su vida me-
morizando sus líneas. Pequeñas y ligeras. Con una trenza desordenada, despeinada
recientemente por los fuertes vientos.
Aun así Tariq sabía, incluso antes de que la figura retirara la capucha de su rida’, in-
cluso antes de que su mano se moviera a la parte baja de la espalda de Shahrzad,
quien era.
El odio voló a los dedos de Tariq. En espiral a través de su estómago. Sus propias pa-
labras hicieron eco en sus oídos.
—No te equivoques, la próxima vez que vea a Khalid Ibn al-Rashid, uno de nosotros
morirá.
f
A Shahrzad no le gustaba este lugar.
Cuando ella y Khalid había volado sobre la localidad que rodeaba el pozo, una extraña
sensación de aprensión había lavado sobre ella.
Todos los edificios a su alrededor fueron abandonados. Muchos de los techos de barro
se habían derrumbado sobre sí mismos, formando cráteres que prestaron un mayor
sentido de amenaza al espacio... Advirtiendo a todos y cada uno de los que se atrevie-
ron a pisar cerca que el tiempo no vería con buenos ojos a los que se demoran.
Peor aún, a pesar de todas las garantías anteriores de su hermana, Shahrzad podía
decir que Irsa estaba nerviosa. Su hermana se paseó en un pequeño círculo junto al
pozo, agarrando un paquete envuelto en lino a su pecho. Shahrzad observó como Irsa
llevaba un anillo más pequeño en la arena a sus pies...
La única cosa que dio Shahrzad el sentimiento de que todo estaría bien pronto fue la
presencia tranquilizadora de la mano en su espalda.
Shahrzad enderezó los hombros. Pronto, Khalid destruiría el libro de su padre. Enton-
ces podrían comenzar a corregir los muchos males que les rodeaban. Y nunca tendría
tal causa por la cual preocuparse de nuevo.
The Rose & the Dagger
Mientras caminaban hacia el pozo, una brisa repentina entró por la herradura de los
edificios abandonados, cortando a través del hueco de piedra en un frenesí de aire y
sonido.
Por un momento, pensó que había oído el ruido de los cascos en la distancia....
A su lado, Khalid se detuvo también. Luego se trasladó más allá de ella, como si estu-
viera tratando de descifrarlo. El caballo de Irsa se encontraba cerca, atado a un poste.
Al igual que ella vio el claro desplazamiento de las sombras cerca de un edificio en el
extremo derecho.
Y sabía. Ella lo sabía con el mismo tipo de paralizante certeza como alguien que cuel-
ga de un precipicio.
Porque había entrenado en el arte desde hace años. Ahora era el momento perfecto.
El viento había caído. Hacia abajo y hacia la izquierda. Casi podía sentir el toque de
las plumas entre sus dedos. El sonido vibrante de la cuerda del arco, que ya estaba
tensa.
Irsa observó al Califa apretar a Shahrzad contra su pecho. Aunque su cara estaba en
blanco, sus ojos eran una tormenta de verano. Un sol ardiente asediado por agitadas
nubes de tormenta.
Los dedos de su hermana estaban envueltos en los pliegues del rida1 negro del Califa.
1 Rida. Capa llevada sobre el hombro de un hombre, cubriendo su camisa; también pue-
de incluir una capucha para ocultar su cara.
The Rose & the Dagger
Sin embargo, ninguno de ellos había pronunciado una palabra aún, sus ojos fijos en
los del otro. Cualquiera fuera la conversación silenciosa que compartían no era una
que Irsa entendiera. Se dejaron caer al suelo, el Califa todavía con Shahrzad apretada
fuertemente contra él. Irsa se arrodilló en la tierra cerca de ellos, su corazón vociferan-
do en su pecho.
Una ráfaga de movimiento detrás de ellos estimuló al califa a entrar en acción. Le pasó
el cuerpo de Shahrzad a Irsa y se paró casi en el mismo movimiento. Irsa sostuvo a
Shahrzad, estudiando frenéticamente la floreciente herida en el hombro de su herma-
na, preguntándose qué debía hacer, preguntándose qué podía hacer…
El esposo de su hermana.
Era alto. No tan alto como Rahim, pero más alto de lo que esperaba. Puede que haya
habido un tiempo en que alguien más lo hubiese encontrado atractivo. Pero no era
ahora. Ahora sus rasgos estaban castigados con severidad. Implacables en su intento.
La única emoción que Irsa pudo distinguir era la furia.
Verdaderamente un monstruo.
La visión de él emergiendo por encima de ella, su espada preparada para matar, hizo
que Irsa quisiera encogerse en un rincón, como el ratón inútil que había reivindicado
ser, en la peor de sus pesadillas.
—¡Shazi!
The Rose & the Dagger
—¡Dios Misericordioso!
¿Rahim y Tariq? ¿Qué estaban haciendo aquí, de todos los lugares? ¿Cómo habían…
Shahrzad estiró la mano para agarrar el shahmina de Irsa, sus manos temblorosas.
—¿Shazi? —Saliendo de su confusión, Irsa se inclinó más cerca para oír lo que su
hermana estaba tratando de decir.
—Irsa —Shahrzad se ahogó, sus dedos enrollándose alrededor de la fina tela del chal
de Irsa. Sus labios habían perdido todo el color, y su voz era más aliento que sonido.
—. Tienes que detenerlo.
—Él va a matarlos. —El temblor se había extendido desde las extremidades de Shahr-
zad hasta su pecho. El cuerpo de su hermana había empezado a temblar, y las manos
de Irsa se sentían pegajosas por la sangre de Shahrzad.
—¿Qué-qué hago…
—Haz que se detengan —jadeó Shahrzad. —. ¡Tienes que hacer que se detengan!
Rahim había sacado su cimitarra para tomar posición frente de Tariq. Un carcaj2 de
flechas colgaba del hombro de Tariq.
¿Tariq había disparado una flecha hacia ellos? ¿Tariq era responsable de esto? ¡Pero
debía de haber estado apuntado al califa! ¡Sólo para golpear a Shahrzad! ¡Dios mise-
ricordioso! ¿Cómo había sucedido esto?
¿Cómo se suponía que los detuviera? ¡Le había costado semanas conseguir la aten-
ción de su propia hermana! ¿Cómo iba a parar a un muchacho impetuoso como Tariq,
armado hasta la empuñadura con sueños de sangre y gloria?
El rostro de Tariq había adquirido una tonalidad grisácea. —¿Está muerta? —le pre-
guntó al califa, pasando sus dedos por su pelo con angustia.
Completamente indefenso para luchar contra un monstruo que empuñaba dos espa-
das.
Porque estaba tan claro como la lluvia que estaba más allá de todo pensamiento ra-
cional.
Irsa chilló cuando el califa levantó ambas armas contra Rahim. Ella sintió a su hermana
luchar para recuperar el aliento, luchar para sentarse erguida, luchar para protestar…
—¿Está muerta? —El dolor de Tariq causó que su voz se rompiera a través de la triste
oscuridad. —Sólo tienes que responder a esta pregunta, bastardo, y podrás hacer lo
que quieras conmigo.
—¿Por qué iba a hacer algo por ti? —respondió el califa, bajo y atroz.
—Entonces estamos de acuerdo en al menos dos cosas. —Al decir eso, el califa des-
vió su atención hacia Rahim, sus espadas brillando bajo un rayo de luna.
—Irsa —Shahrzad tiró de ella más cerca, todavía luchando, con el rostro contraído,
sus palabras un susurro desigual. —. Tienes que… gritarle a Khalid. Levántate. ¡Haz
que se detenga! Haz algo.
Irsa negó con la cabeza. ¡Él era el Califa de Khorasan! ¿Podría un ratón siquiera atre-
verse?
—¡Irsa!
El choque de las espadas resonó en el desierto, el sonido de metal contra metal pul-
sando a través del aire.
The Rose & the Dagger
Sin embargo, Irsa permaneció inmóvil por el miedo. Como si todo pensamiento cohe-
rente dentro de ella hubiese sido tragado en un soplo.
Así que al final, no fueron los susurros suplicantes de su hermana. No fue el miedo
que corría por la sangre de Irsa. No. Nunca fue el miedo. Fue mucho más que eso.
Era mayor que el desierto, este sentimiento. Y puso el fin definitivo al reinado del ratón.
De una vez por todas.
—¡Khalid Ibn al-Rashid! —rugió Irsa. Todos los ojos se voltearon en su dirección. —
Detén esto inmediatamente. Porque si no lo haces, ¡te prometo que Shahrzad nunca
te perdonará!
El chico que siempre hizo las preguntas correctas. El chico que la hizo sentir más que
bella. El chico que le dio la fuerza para ser un león.
Incluso los granos de arena parecían ceder ante ella. Parecían suspirar de nuevo,
aliviados.
El Califa de Khorasan la miró durante un momento sin parpadear. Sus facciones per-
dieron parte de su severidad. Se enderezó.
El califa se arrodilló junto a Shahrzad y trató de levantarla. Ella hizo una mueca, la
tensión presente en su rostro. Su coloración había empeorado considerablemente, su
piel amarillenta, y su frente empapada de sudor.
—Puntas de flecha de obsidiana. —Los ojos del califa ondulado con los restos de furia
pasajera.
Irsa asintió. —Es probable que empeore más al moverse. Tenemos que hacer algo.
Pronto.
Shahrzad se lamió los labios. —Simplemente hazlo y deja de hablar de ello, patán —
murmuró en un tono apenas audible.
Irsa estaba casi tan sorprendida por la intrepidez de su hermana como por la visión
de la boca del califa tirando hacia arriba con sombría diversión. Tiró a Shahrzad más
cerca, de nuevo con gran cuidado. Con un movimiento rápido, el califa rompió el asta
de la flecha tan cerca de su piel como pudo. Shahrzad amortiguó un grito contra él, y
continuó agitándose con renovado vigor.
—Es poco probable que permanezca consciente durante mucho tiempo —El califa le
dijo a Irsa en voz baja. —. Soldados experimentados han sido conocidos por estreme-
cerse mucho antes de esto.
—Tomen uno de nuestros caballos —dijo Rahim detrás de ellos—. Luego cabalguen
de nuevo hacia el campamento Badawi con Tariq. Nadie les cuestionará si vuelven con
Tariq, siempre y cuando tu cara este cubierta. Yo cabalgaré de vuelta con Irsa.
El califa miró por encima del hombro a Rahim. Rahim no retrocedió ante su fría valo-
ración. Después de un segundo, el califa se puso de pie con Shahrzad en sus brazos.
No dijo una palabra mientras esperaban a que Tariq recuperara los caballos. Cuando
Tariq se movió para ayudar con Shahrzad, Rahim lo detuvo con una mano en el pecho
antes de ayudar al califa él mismo. Pronto, el califa se sentó a horcajadas de un caballo
zaino3 oscuro, con la pálida figura de Shahrzad acurrucada frente a él.
Todavía en completo silencio, el califa se puso la capucha del rida en la cabeza y di-
rigió el caballo hacia adelante, como si pretendiera proceder sin ellos. Luego giró el
caballo de Tariq en su dirección. Sus ojos brillaban como brasas en un incendio.
—¿Tariq Imran al-Ziyad? —comenzó a decir el califa, su poco disimulada ira dando al
nombre el rencor de un juramento.
3 Zaino. Caballos que tienen el pelo de color castaño oscuro, sin manchas de otro color.
Un hermano y un hogar
Traducido por Roxana Bonilla
Con todos los demás, él era hielo picado en una montaña. Con su hermana, era una
brisa de verano a través del mar.
Por desgracia, esto hizo poco para cambiar el hecho de que Irsa siguiera aterrada de
él. Ella estaba bastante segura de que casi había matado a Tariq no menos de tres
veces desde su regreso al campamento Badawi.
Tan pronto como se ocultaron dentro de la tienda, Irsa trató de remover el qamis man-
chado de sangre de Shahrzad, a fin de ver mejor la herida en cuestión. Por supuesto
que no era apropiado para Tariq ayudarle con esto. Especialmente en presencia del
esposo de Shahrzad. Seguramente Tariq no habría pensado que lo era. Irsa no estaba
muy segura de por qué incluso había intentado hacerlo.
Luego, una vez que la herida fue limpiada, ella y el califa intentaron sacar la punta de
flecha. Ya que ninguno de ellos estaba versado en la materia, resultó ser una tarea di-
fícil, especialmente con la combatividad de Shahrzad saliendo a la superficie. Al final,
se vieron obligados a consultar a Tariq, ya que había sido el que labró la punta de la
flecha en cuestión.
The Rose & the Dagger
Con el propósito de infligir una gran cantidad de daño.
Con la intención de triturar la piel y romper los huesos.
Irsa estaba segura de que el califa tenía la intención de asesinar a Tariq ante este
reconocimiento. Por desgracia, no ayudó mucho a la causa de Tariq cuando este fue
quien extrajo la punta de flecha. Después de todo, él tenía el mayor entendimiento
acerca de su diseño. Por no hablar de las manos firmes de un experto arquero. Se las
arregló para remover la punta de flecha intacta, la cual Irsa estaba muy agradecida de
ver a pesar de la dificultad que acompañó el esfuerzo.
El último incidente en el que Tariq escapó por poco de una muerte temprana ocurrió
no mucho después de que Irsa limpiara la herida de Shahrzad por última vez con una
mezcla de vino viejo y agua tibia. No mucho después, Irsa se dio cuenta de que la
herida no dejaría de sangrar pronto.
Cuando supo que tendría que ser sellada con un cuchillo caliente.
Shahrzad no era una chica que se encogiera ante tal cosa. Tampoco era una chica que
lamentara una cicatriz.
Pero Irsa sabía que esto no iba a ser una pequeña cosa para digerir. Sin embargo,
tenía que ser hecho. Shahrzad ya había perdido una buena cantidad de sangre. Un
poco más y ya no sería una cuestión que podrían ocultar con éxito del resto del cam-
pamento. Cuando Irsa trajo su sugerencia a la luz, Shahrzad estuvo de acuerdo en
que no se debatiera mucho más.
Una vez más, Tariq casi escapó de la muerte. De eso Irsa estaba completamente se-
gura.
Porque después de que la herida fuese cerrada, cuando estaba claro que Shahrzad
había perdido todo sentido de sí misma, el califa agarró la parte delantera del qamis
de Tariq con la mano izquierda, sin soltar la empuñadura de la daga al rojo vivo en
la mano derecha. Irsa sintió el odio reuniéndose en el espacio entre ellos, tan seguro
The Rose & the Dagger
como sintió el cansancio apoderarse de sus huesos. El único que impidió que el califa
viera sus deseos volverse realidad fue Rahim.
Rahim alejó a Tariq. Lo obligó a salir. Luego le siguió, arrojando una mirada de disculpa
sobre un hombro.
Ahora quedaban sólo Irsa y el califa con Shahrzad. Solos en la tienda de Tariq.
Ella terminó de escurrir la ropa ensangrentada en un recipiente con agua tibia y se le-
vantó, tratando de hacer a un lado la fatiga. El califa permaneció al lado de Shahrzad,
estudiando la herida en su espalda y las frescas vendas colocadas sobre ella.
Irsa no podía ignorar su compulsión para llenar el tortuoso silencio con sonido. —Aun-
que parece absurdo decirlo —balbuceó—, estoy agradecida de que la flecha haya
golpeado en un ángulo tan extraño, ya que la herida no es muy profunda. Ella estará
adolorida por algunos días, y estoy segura de que su hombro le dolerá durante un
tiempo, pero… pudo haber sido mucho peor.
El califa finalmente volvió su mirada de Shahrzad para observar a Irsa con templanza.
—Sí —Acordò. —. Podría haber sido mucho peor —Sus ojos se estrecharon. —. De
no haber estado tú allí, muchas cosas podrían haber sido mucho peores. Te agradezco
por ello, Irsa al-Khayzurán.
Un rubor nervioso floreció en sus mejillas. Después de todo, no todos los días el Califa
de Khorasan la consideraba como si fuera una pregunta que él buscara responder. —
Rahim… le trajo un cambio de ropa —Irsa tomó un respiro tranquilizador. —. Hay agua
limpia en esa jarra de allí y, en caso de necesitar más, hay un abrevadero no lejos de
aquí. Estoy segura que le gustaría lavar toda esasangre. Puedo salir si así lo desea…
sayyidi.
Ante eso, el califa esperó para responder, como si estuviera ordenando sus pensa-
mientos. Le fue imposible a Irsa saber que estaba pensando, porque él era imposible
de leer.
The Rose & the Dagger
Imposible en todas las formas.
Una llamarada de sorpresa se disparó a través de Irsa, deteniendo sus inquietas ma-
nos. —Pero…
—Me gustaría que me llamaras Khalid —El califa apoyó los codos en las rodillas. —.
Puesto que ya me has reprendido a la manera típica al-Khayzurán, no debería ser
demasiado difícil. —Un rastro de extraño humor se dibujó en su rostro.
El rubor de Irsa se extendió desde la garganta hasta nacimiento del pelo. —Me-me
disculpo por eso. No estaba en mis cabales.
La intensa forma en que el califa la miró, como si pudiera ver más allá de sus ojos, a
su propia mente, sólo profundizó la sensación de incomodidad de Irsa. Ella se echó
hacia atrás los escasos mechones de pelo que habían caído en su cara. —Supongo
que tenías un poco… de mal genio.
La sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios. —Un defecto por el cual estoy
seguro de que seré reprendido en un futuro próximo —Miró a la figura durmiente de
Shahrzad. —. Merecidamente.
—Sí —Irsa sofocó una sonrisa, a pesar de su malestar. —. Es probable que lo seas,
aunque cómo Shahrzad puede llegar a reprender a alguien por tener mal carácter,
nunca lo voy a entender.
Ante eso, el califa verdaderamente sonrió. El gesto logró suavizar todos los bordes de
su perfil, dejándolo casi… infantil. Casi hermoso.
Absolutamente menos monstruoso.
La realización de esto, atrapó a Irsa con la guardia baja. Fue la primera vez que real-
mente captó el hecho de que el Califa de Khorasan era todavía sólo unos pocos años
mayor que ella.
Y tal vez un chico con un poco más para él, de lo que las historias predecían.
Irsa entrelazó su trenza entre sus dedos en una cuidadosa consideración de este he-
cho.
Cuando la cara de Irsa enrojeció por segunda vez, fue por una razón completamente
diferente.
El califa se frotó el cuello, y luego se alejó de la luz. Casi vacilando. —¿Puedo pregun-
tar dónde está el libro de tu padre?
Aunque habló en voz baja, Irsa miró hacia la entrada de la tienda de campaña antes
de contestar. —Está aquí —susurró—. En mi bolso.
La expresión del califa perdió una pizca de su crudeza. Volvió a estudiar Irsa, con el
rostro arrugándose y desarrugándose con pensamientos no expresados. —Yo no… —
Inhaló a través de su nariz. —Nunca he tenido una hermana —Sus cejas gruesas se
aplanaron, proyectando una sombra más oscura por encima de los ojos. —. Y nunca
ha habido un momento en que me haya detenido a formar una opinión sobre el asunto.
¿Alguna vez te has detenido a pensar cómo sería tener un hermano?
Pero la verdad es que Irsa siempre había querido uno. Desde niña, había considerado
cómo sería como tener a alguien a quien admirar, como una hermana haría con un
hermano. Alguien que la molestara, de la forma en que sólo un hermano podía. Al-
guien que cuidara de ella y la fastidiara cuando fuera necesario e innecesario.
Durante muchos años, Irsa había pensado que encontró a este hermano en Tariq.
Pero Tariq siempre había estado ocupado con otras cosas más grandiosas, arcos y
flechas y apuestas y halcones. Cosas más grandes que correspondían a un niño como
él. Al igual que Shahrzad. E Irsa en realidad nunca lo había resentido verdaderamente.
Porque ella siempre había esperado que las cosas cambiaran a medida que crecieran.
—¿En serio? —Irsa parpadeó, asombrada. —Dios, eres tan extraño. ¿Alguna vez al-
guien te dijo eso?
Fue relajada. Suave y melódica. A pesar de que definitivamente no era un sonido que
parecía haber sido muy practicado, tampoco era una risa tímida. Se trató simplemente
de una risa que hablaba de mejores tiempos. De tiempos en que un pequeño niño se
reía de mejores y más brillantes cosas.
Irsa tenía la clara sensación de que estaba siendo testigo de un evento bastante ex-
traordinario.
—Lo siento —dijo ella, tratando todo lo posible en ser respetuosa, aunque sabía que
su comportamiento ya había sobrepasado la noción. —. No fue mi intención insinuar
que eras extraño.
—Haz hecho mucho más que insinuarlo; lo dijiste abiertamente. —Los ojos del califa
brillaron, pero Irsa no detectó ningún indicio de amenaza en ellos.
—En cualquier caso, estoy muy lejos de estar ofendido. Entre todas las cosas, me en-
cuentro agradecido contigo. Probablemente debería decírtelo, por lo menos.
—Gracias… —Su boca se inclinó, como si todavía estuviera deliberando algo. —Irsa.
Ella dirigió una sonrisa torcida hacia él, y la incredulidad comenzó a calentar a través
de ella. Antes de que el color llegara a sus mejillas, ella recogió el cambio de ropa que
Rahim había proporcionado y se lo pasó al… a Khalid.
The Rose & the Dagger
Él se puso de pie y se quitó el rida manchado de sus hombros. Luego se deslizó hacia
la jarra de agua, sin una palabra.
Aturdida por el incipiente entendimiento de por qué su hermana podría haber elegido
amar a este supuesto monstruo, Irsa buscó su bolso. Pasó el libro encuadernado de
lino a Khalid en un frenesí. Entonces Irsa salió deprisa de la tienda, su mente un em-
brollo de pensamientos.
Él se quedó quieto al verla. —Yo-yo… —Se pasó una mano de la nuca a la mandíbula
en un frote apaciguador. Su voz tenía una calidad similar a la grava. Incluso más que
de costumbre. Como si hubiera estado gritando a los cielos durante una eternidad.
—Supongo que estoy esperándote —terminó Rahim, reforzando tanto su tono como
su rostro. Cuando parpadeó, sus pestañas negras como la tinta se abanicaron contra
la suave piel de los párpados con una lentitud casi sensual. —. A la espera de ver si
estás bien.
—¿Oh?
—¿Eso crees?
Rahim asintió. —Estoy seguro de ello. Él te escuchó. Y no me parece que sea el tipo
de rey que hace eso a menudo. —Él abrió la boca para decir algo más, pero la cerró
como si hubiera reconsiderado el asunto.
Irsa ya no podía soportarlo. Ya no podía soportar no saber todo lo que Rahim quería
decir.
Todo lo que él pensaba, en cualquier momento dado. Ella sabía que estaba más allá
The Rose & the Dagger
de los límites, pero quería saber todo lo que él deseaba o quería, en todo momento.
Amor.
—De eso se trata —dijo Rahim con un suspiro. —. Cuando estoy cerca de ti, me haces
olvidar.
—Me estás confundiendo, Rahim al-Din Walad. —Irsa cruzó los brazos como si eso
ocultaría el repentino repiqueteo de su corazón.
—Debería querer decirte muchas cosas, Irsa al-Khayzurán. Debería querer darte las
gracias por salvarme hoy. Darte las gracias por salvar a mi mejor amigo. Pero… —Ra-
him dio un paso lento hacia ella. —Eso no es lo que quiero hacer.
Otro paso. Demasiado cerca y aun así tan lejos. —Quiero preguntarte algo.
—Entonces pregúntalo. —El cálido aroma de aceite de linaza y naranjas llegó a Irsa,
atrayéndola aún más cerca. Pidiendo que se quedara.
—¿Puedo besarte?
The Rose & the Dagger
—¿Por qué pides permiso? —murmuró Irsa. —¿Eso no… arruina el momento?
—No —Él sonrió, pero sus bordes de sus labios vacilaron con un significado más pro-
fundo. —. Porque no es sólo un beso.
—Porque cuando te bese, quiero que los tuyos sean los primeros… y los últimos la-
bios que alguna vez bese.
Su corazón se detuvo, y luego comenzó de nuevo, más rápido y más vivo que nunca.
—Sí.
Con el rostro solemne, Rahim se inclinó hacia ella, levantando su nariz con la suya.
Ella lo sintió temblar cuando él le dio un beso tentativo en la comisura de sus labios,
tan suave al principio. Luego presionó sus labios totalmente en contra de los de ella,
e Irsa finalmente lo entendió.
Entendió lo que significaba sentirse como en casa donde quiera que fuera. El sentir
como si pertenecieras en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier época.
Porque en ese momento, con la presión de los labios de Rahim en los suyos, con el
toque de su lengua enviando pólvora a través de sus venas, sabía que siempre estaría
en casa aquí.
Tariq había recorrido todo el campamento Badawi dos veces. Ambos recorridos se
habían completado en un trance. Al mismo tiempo, sus emociones habían sido una
ráfaga de remordimiento y resentimiento. De ira y angustia.
Lo último que Tariq había querido ver era a la chica que amaba más que a nada caer
debajo de su flecha. Caer bajo la ceguera de su propia rabia.
The Rose & the Dagger
Y Tariq lo había visto. Lo había visto todo.
Tariq se había dado cuenta de ello en el momento en que había lanzado la flecha. En
el instante en que la soltó y salió disparada de la cuerda.
Por supuesto que Shahrzad había saltado para salvar al niño rey. Ella siempre había
sido de las que daba todo por sus seres queridos. Al igual que ella había estado dis-
puesta a arriesgar todo para vengar a Shiva. Al final, no debería haber sorprendido a
nadie, y menos aún a Tariq, que Shahrzad hubiera alcanzado al Califa de Khorasan
sin pensarlo dos veces.
Pero Tariq no había contado con que el niño rey actuara en respuesta. No había con-
tado con que pusiera su vida antes que la de ella. Sin un momento de vacilación.
Sin embargo, Tariq le había visto moverse para protegerla con su propio cuerpo.
Tariq supo entonces, como lo había sabido cuando leyó la carta que Shahrzad man-
tenía escondida en su capa, que esto no era un amor común, nacido de un capricho
pasajero.
En realidad, Tariq había sabido ya en ese entonces que no podía ganar. Que esta no
era una batalla a ser ganada.
Y ahora lo sabía, con una especie de fría e inquebrantable certeza. El mismo tipo de
certeza que había sentido debajo del Gran Pórtico cuando se dio cuenta por primera
vez de que Shahrzad amaba al niño rey. Había ignorado la verdad aquella fatídica tar-
de. Pero ahora, a pesar de la serie de sueños que había tenido, de todos sus pensa-
mientos desesperados de que un día, si Shahrzad y el niño rey se separaban el tiempo
suficiente… Tariq sabía que sus deseos nunca se verían realizados.
Shahrzad nunca regresaría a Taleqan con él.
Le dolía. Desgarraba cada parte egoísta del alma de Tariq. Rasgó en dos cada recuer-
do de los años que habían compartido juntos. Todos los días que había esperado que
ella regresara. Para ver que estaban hechos el uno para el otro.
Shahrzad y el Califa de Khorasan habían estado juntos por sólo unos pocos meses.
Separados durante menos tiempo, incluso. Sin embargo, ambos estaban dispuesto a
morir por el otro.
Mientras que Tariq había estado dispuesto a matar al niño rey, con nada más que una
mirada.
Una vez más, el recuerdo de Shahrzad desplomándose debajo de la flecha voló hacia
su mente. Tariq se estremeció hasta detenerse. En ese momento, había hecho un mi-
llar de promesas descuidadas a un millar de dioses sin rostro.
Entre estas promesas, recordó una que quemó con un repentino y brillante fervor: Si
la dejas vivir, haré cualquier cosa que me pidas.
Una desatenta promesa hecha cuando Tariq había lanzado su arco a un lado y corrido
hacia Shahrzad, sin preocuparse por nada más que la chica yaciendo ante él.
Tariq se detuvo delante de su tienda. Tenía que hablar con el niño rey, el califa. Tenía
que entender qué fue lo que Shahrzad entendió. Saber qué fue lo que vio en Khalid
Ibn al-Rashid. Porque un monstruo no podría amar como el Califa de Khorasan ama-
ba. Nunca podría cuidar de Shahrzad con la ternura de la que Tariq había sido testigo
esta noche.
—Él fue a lavarse no hace mucho tiempo —Irsa se puso de pie. —. Le acabo de dar
a Shahrzad un poco de té para ayudarla a dormir —Ella continuó mirando alrededor
con obvia inquietud mientras se frotaba el hombro. —. No creo que sea prudente que
te quedes aquí. Khal- el califa probablemente volverá pronto… —Se interrumpió, su
significado tan claro como la intención detrás de él.
Aunque Tariq sabía que tenía buenas intenciones al advertirle, no le hizo caso. —¿Está
dormida entonces?
Irsa asintió.
Después de un momento, Tariq se encontró con su mirada. —Siento mucho que esto
sucediera, Grillo. Por favor créeme cuando digo que nunca quise que nada de esto
ocurriera.
—Sé que es así. Pero yo no soy la que merece escuchar tu disculpa —le dijo Irsa en
voz baja.
—Lo sé.
—Si lo sabes, creo que sería prudente para ti que tomaras ese conocimiento y ac-
tuaras en base a él en el futuro. —Con eso, Irsa alcanzó los paquetes de hierbas que
había usado para preparar el té de Shahrzad y se apartó.
Tariq tomó la mano de Shahrzad. Entrelazó sus dedos con los de ella. La piel de la
palma de su mano era suave, con excepción de los callos que reconoció de sus años
de entrenamiento en arquería. Los años en que él había pasado entrenando junto a
ella. Animándola a desafiar los límites. A ser más que la esposa que todo el mundo
esperaba que fuera. A llamar la atención donde quiera que fuera, de la forma en que
solo ella podía. Como sólo ella lo había hecho, desde el día en que Tariq se había dado
cuenta de que solo había, y habría, una chica para él en el mundo.
The Rose & the Dagger
Solo una. Siempre.
A pesar de que Tariq sabía que estaba mal, deslizó un pulgar a través de su dedo ín-
dice. Él sabía que nunca volvería a tener la oportunidad de tocarla de esta forma. Pero
él quería hacerlo.
—Lo siento mucho, Shazi-jan —murmuró— Dios, si pudiera cambiar ese momento,
no lo habría hecho, por nada en el mundo. Recibiría mil flechas por ti —Tariq inclinó
su cabeza más cerca de la de ella. —. Cuando pensé que estabas muerta, no había
nada que deseara más que hacer que regresara. Lo siento, mi amor. No puedo tragar
mi odio de la forma en que tú lo haces. No soy como tú. Pero puedo jurar que te escu-
charé la próxima vez. No importa lo desagradable que encuentre tus palabras. Voy a
escuchar, Shazi.
Tariq se puso de pie, y luego se inclinó para besar su sien. —Juro por mi vida que
nunca serás lastimada por mí otra vez —dijo en su oído mientras le apartaba un rizo
rebelde.
Observándolo.
Sin decir una palabra, Tariq le siguió hacia fuera al desierto. El califa se detuvo para
entregarle su arco y sus flechas antes de poner entre ellos veinte pasos de distancia.
Tan tranquilo como el ojo de una tormenta, el califa se quitó su shamshir y lo retorció
en dos.
—Tres flechas —comenzó a decir, con una voz que logró superar la distancia, aunque
Tariq no pudo detectar ningún sentimiento detrás de las palabras. —. Tres disparos,
Tariq Imran al-Ziyad. No hay nadie aquí que te detenga. No hay nadie que me defien-
da. Te voy a dar tres flechas. Tres oportunidades para terminar lo que empezaste en
The Rose & the Dagger
el pozo.
—¿Por qué tres? —Tariq imitó el tono impasible del califa mientras llevaba el carcaj a
su hombro.
—Una por tu prima —El califa empujó una espada en la arena delante de él, su empu-
ñadura enjoyada balanceándose bajo la luz de luna. Él blandió la otra en un brillante
barrido. —. Una por tu tía. Y una por tu amor.
Incluso desde aquella distancia, los extraños ojos del califa poseían un brillo que no
era de este mundo. —Pero cuando falles, y vas a fallar, nunca más volverás a repetir
lo que acabo de ver.
—¿Entonces estás celoso? —Tariq gritó, lo suficientemente fuerte como para que
hiciera eco a través de las frías arenas.
Una fina corriente de nubes púrpura pálido flotó por encima, moviéndose demasiado
rápido como para reconfortar, pero demasiado lento como para transmitir algo de im-
portancia.
Tariq esperó un segundo. Las palabras del niño rey estaban en marcado contraste con
sus acciones. ¿Era esta, finalmente, una debilidad? ¿Finalmente algo que le hacía
parecer menos como un monstruo y más como un hombre?
El califa vaciló, y eso dijo más de lo que las palabras jamás podrían. —Hubo un tiempo
en que lo estuve. Pero el hecho de que hayas esperado hasta que Shahrzad estuviera
dormida para tocarla me demuestra que sabes que ella no lo aprobaría. No le faltarás
el respeto de tal manera otra vez. Y tampoco me faltarás el respeto a mí.
Tariq dejó que su arco recurvo colgara a sus pies. —Yo no lo hice para faltarle el res-
peto. No estoy tratando de recuperarla —Él tomó una respiración medida. —. Sé que
he… perdido.
El shamshir destelló en el aire una vez más. —Sin embargo, aún deseas matarme. —
No era una pregunta.
—Y lo harás —El califa arrancó el otro shamshir de la arena y blandió ambas espadas.
—. Porque eres un tonto si piensas que elegiría luchar una batalla que no puedo ganar.
—¿Es por eso que todavía tienes que encontrarte conmigo en el campo de batalla,
bastardo arrogante?
—¿Y cuáles son las otras razones? —Tariq extrajo una flecha de su carcaj.
—Tal vez debería —Una vez más, el califa giró sus espadas en arcos elegantes. —.
Tienes tres flechas. Apunta bien.
Él debía apuntar al corazón del bastardo. Porque, a pesar del pomposo descaro del
niño rey, nadie podía escapar a tres flechas disparadas en rápida sucesión. Tal vez
podría esquivar una. Golpear a un lado la segunda con un buen sincronizado balanceo
de una espada.
Pero no una tercera. No podía ser un espadachín tan dotado. Nadie lo era. La idea era
simplemente ridícula. Llena del tipo de audacia intrépida que causó rutinariamente a
Shahrzad tantos problemas.
Arrogantes. Audaces.
Por él mismo.
The Rose & the Dagger
Con la ira corriendo por su sangre, Tariq llevó la flecha aún más atrás. Oyó la cuerda
tensarse al lado de su oreja. La suavidad de las plumas de ganso entre sus dedos se
sintió tan familiares, que casi le susurraban una promesa en el viento.
Podía hacerlo. La arrogancia del niño rey lo hacía débil. Le hacía creer que Tariq era
incapaz de este tipo de violencia. O incapaz de utilizar la habilidad necesaria.
La última punta de flecha que Tariq había visto era la que él había retirado de la espal-
da de Shahrzad. Manchada con el color carmesí de su sangre.
Parecía que sólo un momento había pasado desde que Tariq había prometido que
nunca le haría daño a Shahrzad de nuevo.
¿Y esto? ¿Lo que Tariq estaba a punto de hacer? Esto haría mucho más que solo
dañarla. Esto la destruiría. Más allá de las palabras. Más allá del tiempo. Como Shahr-
zad había dicho una vez sobre su propia muerte. En una noche no hace tanto tiempo,
cuando se había preocupado de que Tariq pudiera perecer en manos del Califa de
Khorasan.
El califa dejó caer sus espadas a los costados. —Tal vez no eres el arquero que pensé
que eras.
—Tal vez —Cortó su mirada del niño rey. —. O tal vez sólo estoy a la espera de un
viento más favorable.
The Rose & the Dagger
La expresión del niño rey se oscureció en respuesta, un músculo trabajando en su
mandíbula. —No lo olvides nunca, Tariq Imran al-Ziyad, te di esta oportunidad. Hoy me
disparaste a mí… y en su lugar golpeaste a aquello que es más importante que la vida
misma. La próxima vez que intentes algo así en su presencia, voy a desollarte vivo y
dejar el resto para los perros.
Las cejas de Tariq se dispararon en su frente. —Y aquí estoy yo, en la cúspide de creer
que tal vez no eres un monstruo.
—Soy hijo de mi padre, un monstruo por sangre y por derecho —La voz del califa se
mantuvo fría a pesar del calor de sus palabras. —. No hago amenazas vacías. Harías
bien en recordar eso.
—Sin embargo, deseas que confíe en que mereces a Shahrzad. Que eres lo que es
mejor para ella. —Tariq se abstuvo de burlarse con desprecio.
—Nunca presumiría tal arrogancia. Y puedes descansar tranquilo; el día que me preo-
cupe por tu opinión, será el día en que la luna se alce en lugar del sol. También debes
saber esto: Voy a luchar por lo que me importa, hasta mi último aliento.
—Ella me importa también. Nunca amaré a nadie ni a nada tanto como amo a Shahr-
zad.
—Hasta que aprendas a dejar de lado tu odio siempre te amarás más a ti mismo.
La risa brotó de los labios de Tariq, oscura y mordaz en su tono. —¿Puedes honesta-
mente pretender que no me odias?
El califa hizo una pausa. —No. Yo no te odio. Pero me molesta profundamente tu pa-
sado, más de lo que las palabras puedan expresar —Él restauró sus cuchillas en
una sola espada y comenzó a caminar hacia él. —. ¿Sabes cuántas veces te hubiera
podido matar, Tariq Imran al-Ziyad? ¿Cuántas veces he deseado, en las partes más
oscuras de mi alma, que ya no existieras? He sabido quién eras, quién era tu familia,
por mucho tiempo. Mi padre te habría matado simplemente por mirar a Shahrzad de la
forma en que lo haces. Por mi parte, yo también te hubiera matado. Pero por ella, no lo
hice —Envainó su espada en un rápido movimiento. —. Y nunca lo habría hecho, si no
fuera por los acontecimientos de esta noche —dijo, casi como una ocurrencia tardía.
Tariq apretó una mano alrededor del agarre de su arco, considerando la confesión del
califa. Tan difícil como lo fue para Tariq admitirlo, no creía que el califa estuviera min-
tiendo. Porque él no parecía propenso al fraude. Lo que puso en duda muchas otras
The Rose & the Dagger
sospechas que Tariq había albergado en su contra.
Sospechas que por largo tiempo habían rogado por respuestas.
—Porque pensé que no tenía otra opción —el Califa respondió con cuidado. —. Creía
que había sido arrebatada de mi lado por un hombre que deseaba que yo sufriera de
la forma en que él sufrió. Un hombre que buscó… —Tomó una respiración vacilante.
—maldecirme por mi descuido. Maldecir a las familias de Rey con la muerte de sus
hijas cada amanecer. Y al hacerlo, el hombre maldijo a todo Khorasan. —Un rastro de
angustia cruzó la mirada del califa, una angustia que insinuaba una incalculable canti-
dad de sufrimiento. Él respondió como si hubiese esperado responder durante muchos
años. Como si supiera que ninguna respuesta sería alguna vez suficiente.
—Me equivoqué al creer que no tenía otra opción —dijo el Califa quedamente, sin
dejar de hacer su camino hacia Tariq. —. Demasiado equivocado. Y yo nunca podré
corregir este mal. Ni podré corregir los agravios a tu familia. Pero puedo prometer llevar
a cabo compensaciones, si me concedes la oportunidad.
Tariq apretó los dientes. A pesar de esta revelación, a pesar de la constatación de que
esto debía de haber sido lo que Shazi había estado tratando de decirle en respuesta
todo el tiempo, la respuesta del califa no era realmente una respuesta. No era más que
una serie de promesas huecas.
—Tus promesas no son más que palabras vacías —Tariq disparó en respuesta. —.
Dichas demasiado tarde.
—Mis promesas no son palabras vacías —El califa se detuvo a una longitud de un
cuerpo de distancia de él. —. A pesar de que una promesa significa poco sin una ra-
ción de confianza.
Tariq endureció su mandíbula. —El jeque de este campamento me dijo una vez que
la confianza no es una cosa regalada; es una cosa que se gana. Todavía no te has
ganado la mía.
La boca del califa se curvó en una sonrisa reticente. —Creo que me gustaría conocer
a este sheikh1.
1 Sheikh. Jeque, líder de la tribu Badawi.
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Un presagio de incómodo silencio pasó antes de que Tariq respondiera, sus palabras
igualmente reticentes. —Aunque soy reacio a admitirlo, sospecho que le gustarías.
—Él disfruta de una buena historia de amor. —Tariq suspiró con resignación.
Ante este silencioso pronunciamiento, Tariq atrapó una pizca de una vulnerabilidad en-
terrada profundamente debajo de la arrogancia. Más del hombre detrás del monstruo.
Tariq hizo una pausa para examinar al niño rey que siempre había despreciado. Al que
por tanto tiempo quiso ver morir de mil maneras lentas, a sus dispuestas y ansiosas
manos.
No algo que le gustara. Quizás no algo que alguna vez podría gustarle.
—Por tu bien, es mejor que sea una buena historia de amor —susurró.
Ante eso, el Califa de Khorasan se inclinó ante Tariq Imran al-Ziyad, una mano en su
frente. Después de un momento, con la más ligera punzada detrás de su corazón…
Cuando Shahrzad despertó a la mañana siguiente, lo hizo con una cabeza dando
vueltas y un hombro pesado. Su lengua se sentía gruesa y pesada, y cada musculo
en su cuerpo dolía.
Pero estaba cálida. Más cálida de lo que nunca podía recordar estar.
Por un momento, se congelo, pensando que todavía podría estar perdida en un sueño,
fraguado por uno de los tónicos con mal sabor de Irsa.
Lo miro, la confusión en conflicto con los rastros del sueño. Entonces notó el trozo de
cuero mezclado con un trozo metal sobre su garganta.
Shahrzad rara vez había visto a Khalid verse de alguna otra forma que no fuera inma-
culado. La visión de él apareciendo en un estado más allá de su control era... intrigan-
te, por no decir más.
Khalid descansando era una fascinante panorama para contemplar. Despierto, cada
sombra, cada hueco aparecía pronunciado por la apatía de hielo que mostraba ante
todos, la orgullosa y petulante mascara que usaba para ocultar al mundo los senti-
mientos que había debajo. En reposo, todo se ablandaba. Moldeado como si estuviera
hecho de la más fina arcilla. Sus labios estaban ligeramente abiertos. Pidiendo a gritos
ser tocados. Sus cejas, usualmente situadas bajas y severas sobre su frente, ahora
eran lisas y sin la amenaza de su juicio. Sus pestañas eran largas y gruesas, curván-
dose oscuramente sobre la piel de sus pómulos.
Demasiado hermoso.
Los labios de Khalid apenas se habían movido mientras habló. Sus ojos permanecían
cerrados.
Ella aclaro su garganta. —No necesito una pintura. Ni quiero una. —Aunque se esforzó
para sonar indiferente, el tono áspero de su voz la traiciono.
—Mentirosa.
Mientras tomaba, algo se movió en los rincones oscuros del lado opuesto de la tien-
da. Tariq apareció pronto, su pelo desarreglado y sus ojos aun pesados por el sueño.
—¿Hay algo mal?
—En realidad, yo le pregunte —Tariq bostezo a través de sus palabras. —. Sería mu-
cho más probable que obtenga una respuesta honesta de él antes que de ti.
Shahrzad estrechó sus ojos a Tariq, más que dispuesta a luchar con él, a pesar de su
condición. —¿Así que ahora estás hablando con él en lugar de tratar de matarlo?
Estamos en la tienda de Tariq. Y nos las arreglamos para sobrevivir la noche aquí.
Shahrzad apenas podía creerlo. Otra vez se preguntó si aún podría estar sufriendo
de los efectos secundarios del sufrimiento de la noche anterior. Ciertamente no podía
haber una nota de humor en la voz de Tariq. Y todavía tenía que detectar un toque de
tensión en Khalid.
Pero Shahrzad no podía estar segura que todo fuera efectivamente como parecía.
¿Qué había hecho que Tariq ya no se enojara hasta la médula por la mera existencia
de Khalid? ¿Y que había hecho que Khalid ya no tuviera la mente para destruir a Tariq
a primera vista?
Tariq estudio la débil luz que se filtraba por las costuras de la tienda. —Creo que es
cerca del amanecer.
—Pero no creo que él deba permanecer en el campo por más tiempo —dijo Tariq en
un tono pensativo. Por un momento, indecisión pareció flotar sobre él. Como si él mis-
mo no estuviera seguro de su curso. —. No puedo seguir garantizando su seguridad,
si alguien descubre su identidad. Después de todo —Se volvió sombrío. —, esto no es
un ejército reunido en su apoyo.
Shahrzad se preparó para una de las respuestas abrasadoras de Khalid. Algo bajo y
cortante que seguro provocaría a Tariq.
Cuando Khalid no dijo nada, Shahrzad tomó la oportunidad para responder con un
rápido asentimiento. —Tiene razón. Deberíamos regresar a Rey con toda prisa, Kha-
lid. —Reprimiendo un jadeo, Shahrzad se desplazó hacia un lado, preparándose para
levantarse.
—No —dijo ella—. Nadie sabe que te fuiste, y el shahrban se enfurecerá si cree que
algo ha sucedido. Por no hablar de Jalal. Debemos volver rápidamente.
—Mi tío estará enfurecido conmigo independientemente de lo que pase. Y Jalal... Será
improbable que lo note. —A la mención de su primo, el cuerpo de Khalid se tensó
fuertemente.
En cambio, se esforzó por sentarse derecha, ahogando un grito por el dolor punzante
que viajaba a lo largo de su brazo. Todo el lado derecho de su cuerpo estaba rígido.
Ella abría y cerraba su puño en un intento de restaurar el movimiento de sus dedos.
—Shazi —Tariq miro hacia ella, preocupación arruinando su rostro. —. No creo que
debas…
—No supongas que me importa lo que crees —Lo fulminó con la mirada mientras lo
alejaba con su brazo sano. —. Especialmente desde que tienes la culpa por esto.
Tariq hizo una mueca de dolor. —No voy a protestar en ese asunto. Y aunque es una
pobre manera de decirlo, lo siento. Más de lo que puedo decir con palabras.
—Se que lo sientes. Todos sentimos mucho que todo esto haya tenido que suceder
—dijo en un tono displicente—. Pero ahora no es el momento de decirme que hacer,
especialmente en la cara de todos tus errores. —Con una mirada cortante, Shahrzad
regresó a su tarea de restaurar el movimiento del lado derecho de su cuerpo, a pesar
del agudo dolor detrás de cada movimiento.
—¿No la vas a detener?— le dijo Tariq a Khalid, su exasperación era muy evidente.
—No —respondió Khalid en una manera serena, aún acostado en la cama en un es-
tudioso silencio. —. No lo hare.
—¡Khalid!
Tariq sonrió, claramente más que un poco entretenido de ver frustrada a Shahrzad. —
Estaré feliz de prestarte un caballo y provisiones. Pero espero el reembolso total en el
futuro. Con intereses, porque sin duda te lo puedes permitir. También no cuentes con
tomar mi caballo. No esta vez —Se detuvo. —. O nunca más, para el caso.
—Estoy de acuerdo con tus términos. —Khalid se paró frente a Tariq, el primero era
media mano más bajo que el ultimo, sin embargo, los dos parecían estar en extraña
igualdad de condiciones.
Asintiendo a Khalid con una casi afable expresión, Tariq volvió la mirada a Shahrzad.
—Reuniré las provisiones necesarias y los esperaré a ambos afuera. —Entonces, con
nada más que una notable sonrisa para ocultar una persistente tristeza, Tariq salió de
la tienda.
Ya sea que había aceptado del todo la situación o estaba dando un espectáculo digno
de mejor artista callejero de Rey.
¿Tariq le estaba dando a Khalid una oportunidad para que le probara que estaba equi-
vocado?
—¿Qué paso entre tú y Tariq? —Soltó Shahrzad sin preámbulo. Dejó caer su voz.
—¿Y quién tiene el libro de mi padre?
—Tariq disparó una flecha hacía ti —Entonó Khalid sin pausar su tarea. —, y vivió para
contarlo —Volvió la mirada hacía ella. —. Acerca del libro, no necesitas preocuparte
más por él. Ya has lidiado con más que suficiente.
—Khalid.
Deslizando las manos mojadas por su rostro y cuello, Khalid permaneció en silencio
durante un tiempo. —Tariq Imran al-Ziyad y yo hemos llegado a un tipo de entendi-
miento. —Levantó la tapa de un pequeño recipiente de madera al lado de la cuenca y
sacudió una medida de menta molida y sal de roca triturada en su mano para limpiar
su boca del sueño.
—¿Entonces no debería preocuparme?
Finalmente Khalid volteo para encontrar su mirada. —Por el hijo de Nasir al-Ziyad, no
lo puedo prometer. Pero por mí, no deberías preocuparte. Lo prometo.
Khalid no buscaría represalia por lo que había sucedido la noche anterior. Lo que ojala
significara que no albergaba ningún resentimiento oculto hacía Tariq por tratar de ma-
The Rose & the Dagger
tarlo. Ni tampoco le deseara el mal por herir a Shahrzad en el proceso.
La esperanza de reconciliación con la que había soñado cerca del fuego comenzó a
tomar forma una vez más.
—No, no lo hare. —Terminó sus abluciones sin decir nada más al respecto.
—Y yo desearía que no hubieras saltado delante de la flecha anoche. Pero los deseos
son para los genios y los tontos que creen en esas cosas. —La insinuación de ira en
sus palabras llevó una oleada de calor a su piel.
—¿Crees que quería ser disparada con una flecha? —Acusó. —Es imposible que es-
tés enfadado conmigo por eso, Khalid Ibn al-Rashid. Desde luego, no tenía la intención
de...
—Lo sé —Khalid se arrodillo frente a ella, sus manos descansaron en sus costados.
—. No quería dar a entender lo contrario, Pero… —Tomó una pausa, las duras líneas
de su cara derritiéndose. —No puedes hacer eso otra vez. Yo... No puedo ver algo así
otra vez, Shahrzad.
Su mirada se endureció. —Si me estas preguntado si lo haría otra vez, lo haría. Sin
dudar.
—Shahrzad, no puedes hacer eso otra vez —Sus palabras fueron apagadas y áspe-
ras. —. Prométemelo.
—No puedo prometer eso. Nunca prometeré algo así. No mientras viva. Como dijiste
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una vez, no hay una decisión en el asunto. No para mí.
—Por lo menos dos veces —Un lado de su boca se levantó. —. Y solo ante ti.
Shahrzad desplazó ambas manos al rostro de Khalid. Su barba incipiente rozó su piel
mientras sus dedos acariciaban su mandíbula. Sus ojos se cerraron por un instante.
Pero no importaba.
Incluso la pesadez del tónico no amortiguó el fuego corriendo por sus venas. Ella tiró
de él más cerca, inclinando sus labios a los de él.
Él sabía a agua y menta y a todo lo que siempre anhelaba en todos sus recuerdos.
Olía como el desierto en el sol y el más leve rastro de sándalo. El palacio de Rey y las
arenas ondulantes Badawi, uniéndose en perfecta armonía.
Su tacto era seda sobre el acero. La hacía fría y cálida al mismo tiempo. Sus besos
eran la mezcla perfecta de duro y blando. Practicado y sin restricciones.
Cuando trató de tirar de él más cerca, Khalid fue cuidadoso. Demasiado cuidadoso.
Como siempre, Shahrzad quería más. Enredó sus dedos en la parte delantera de su
qamis prestado, diciéndole sin palabras lo que quería. Él la inmovilizó, capturando su
cara entre sus manos.
—Y yo odio tener que dejarte atrás. Dejarte en medio de todo este... caos. —Los ras-
gos de Khalid se apretaron en los bordes.
El recuerdo trajo de vuelta otro asunto igualmente urgente que casi se le había perdido
de vista.
The Rose & the Dagger
Sus ojos vagaron por la habitación. —¿Dónde está, Khalid?
Khalid deslizó la mano debajo de la cama, y luego levantó el pequeño bulto al que su
hermana se había aferrado cerca del pozo. —Irsa me lo dejo anoche —dijo calmada-
mente—. Lo mantuve al alcance de la mano, junto con mi espada y tu daga.
—¿Irsa?—Shahrzad casi sonrió por la familiaridad. —¿Te dio permiso para llamarla
así?
—Dijiste una vez que no tenías intención de ser querido por tu gente, Khalid Ibn al-Ras-
hid. Sin embargo, has conseguido ganarte a varios de tus críticos más duros en una
sola noche. —Shahrzad sonrió sin reserva.
—¿Irsa era una de mis críticas más duras? —Arqueó una ceja.
Desde más allá de la tienda, el balido de una cabra los trajo de vuelta al presente.
Khalid tiró de la cadena de plata alrededor de su cuello. La llave negra colgaba sobre
su corazón, junto con el talismán de jade. La mera visión de ambos provocó un esca-
lofrío por la columna de Shahrzad.
Llevó su mano al pecho de Khalid para cubrir el frío metal. —Destrúyelo tan pronto
como puedas. Esta noche, si es posible. No pierdas el tiempo.
Asintió una vez. —Cabalgaré durante el día y lo destruiré ni bien el sol se ponga —
Khalid apoyó su frente contra la de ella. —. Regresare por ti tan pronto como pueda.
The Rose & the Dagger
—No. Yo iré a ti.
Khalid sonrió antes de presionar otro beso de infarto en su garganta. Luego guardó la
daga en su faja tikka y desapareció debajo de la puerta de la tienda.
f
Fue el frío lo que despertó a Jahandar.
Alguien le había robado el libro y la llave. Su cabeza débil y su lengua hinchada eran
prueba de que alguien lo había drogado con intención de robar sus posesiones más
preciadas.
De hecho, con un simple chasquido de dedos, Jahandar poseía el poder para incen-
diar todo el campamento.
Porque aún no sabía el daño que la tormenta había causado en sus habilidades. Ni
tampoco sabía el precio completo que se había visto obligado a pagar para ejercer
dicha habilidad impresionante.
Solo había tres personas en el campamento que sabían acerca del libro.
¿Había sido engañado por su propia carne y sangre? ¿Sus propias hijas lo habían
esquilmado? ¿Y luego arrebatado su única y verdadera oportunidad de ser un hombre
de poder e influencia?
Las manos de Jahandar se apretaron fuertemente en puños. Tomó su capa, la ira au-
mentando. Pasando a través de sus brazos y su pecho.
Porque este hombre tenía tanto que perder como él por su desaparición.
The Rose & the Dagger
Jahandar no podía estar seguro de mucho más, pero tenía certeza de esto.
Al igual que sabía que iba a hacer cualquier cosa para recuperar el libro.
Incluso matar.
f
Shahrzad sabia que debía abandonar la tienda de Tariq.
A pesar de que su hombro seguía doliendo y su cuerpo seguía débil por la terrible ex-
periencia de la noche anterior, ya era hora devolver a su propia tienda. Para proceder
como si todo estuviera bien. Porque si pasaba otra noche en la tienda de Tariq, alguien
tendría que notarlo.
Y algo así no sería bueno para ninguno de ellos, a largo plazo. A pesar de su relación
fingida.
Se puso de pie e hizo una mueca ante el repentino destello de dolor en un lado de su
cuerpo.
Su boca y garganta estaban resecas. Con el ceño fruncido, Shahrzad tomó el vaso
de tónico junto a su cama y casi lo volcó en el proceso. Maldiciendo en voz baja, se
enderezó antes de tomar un largo trago del líquido amargo.
Si nunca más volvía a beber algo cargado de cebada o corteza de sauce, sería dema-
siado pronto.
No puedo permanecer tan débil. Sobre todo porque voy a necesitar viajar a Rey pronto.
—¿Shahrzad-jan?
Casi tiro el vaso. Tratando de mantener la calma, Shahrzad apretó su shahmina más
cerca de ella —Tío Reza. —Dejó el vaso, sus manos se apretaron en puños para ocul-
The Rose & the Dagger
tar su temblor repentino.
—No quería asustarte. —Sonrió con evidente calidez, sus ojos marrones casi líquidos
bajo el sol de la tarde que brillaba por debajo de la puerta de la tienda.
—No —Reza observó la cama deshecha. —. Te estaba buscando a ti. ¿Puedo hablar
contigo un momento?
—En realidad, estaba yendo de regreso a mi tienda para ver a Irsa. ¿Es importante?
—Algo —Se hizo a un lado. —. Puedo caminar contigo, si no te importa. Mi tienda está
en el camino.
Reza mantuvo abierta la solapa de la tienda para ella. Un guardia estaba fuera, sólo
para caminar detrás de ellos guardando cierta distancia. Shahrzad trató de ocultar su
malestar tanto ante la cercanía del guardia como ante el dolor que todavía experimen-
taba debido a su terrible experiencia.
Qué extraño que el tío Reza necesite un guardia con él en todo momento. Sobre todo
en su propio campamento.
—¿En qué te puedo ayudar? —empezó, tratando de sonar alegre. Esforzándose por
ocultar lo nerviosa que se sentía. Pues estaba claro que Reza bin-Latief sabía que ella
no había estado en su tienda anoche.
Reza sonrió pacientemente. —He notado que has estado pasando más tiempo con
Tariq.
—Si.
—He estado preocupado por ti recientemente. Me han dicho que has estado inusual-
mente cansada durante el día... —Guardó silencio, mirándola con demasiada circuns-
pección.
Shahrzad sonrió, luego se mordió el labio, mostrando una expresión tímida. —Creo
que los últimos meses han simplemente estado causando estragos en mí, tío Reza.
Ha sido algo así como... ajuste al venir aquí. Pero estoy mucho mejor ahora.
Una sola ceja se levantó. —¿En verdad? Tu coloración deja mucho que desear. ¿Has
hablado con Aisha acerca de tu salud?
Ella agitó una mano desdeñosa. —Yo no quiero angustiar a Aisha con tales cosas. En
cualquier caso, Irsa ya me ha preparado un tónico que ha ayudado mucho.
—¿Irsa? —Se detuvo en consideración. —¿Así que Irsa sabe cómo elaborar tónicos,
entonces?
—Algo así. Supongo que deberías probar uno primero y después decidir. —Shahrzad
amplió su sonrisa.
—Ya veo —Se detuvo cerca de su tienda, su expresión todavía dudosa. Reza enton-
ces tomó su brazo, su toque era ligero, pero no lo suficiente como para ser ignorado.
—. ¿Shahrzad? Enserio quiero creerte, pero he notado algo bastante preocupante... y
yo ya no puedo permanecer en silencio sobre el asunto.
—Vi la ropa ensangrentada junto a la cama, Shahrzad-jan —Colocó una palma ama-
ble en su antebrazo, como si quisiera consolarla. —. Estás claramente lesionada. Me
gustaría enviar a Aisha para que eche un vistazo. —Reza se dio la vuelta para dirigirse
al guardia detrás de ellos con un movimiento de su mano libre.
—Tío Reza... en verdad no lo estoy. —Trató de retroceder otra vez, el pánico se apo-
dero de ella.
La tienda estaba a oscuras. Lo suficientemente oscuro para que sus ojos tardaran un
momento en adaptarse a la oscuridad. Luego, a partir de los bordes de su visión, Sha-
hrzad vio una figura corpulenta en la entrada.
Era el centinela que había conocido el día después de su llegada al campamento Ba-
dawi. El que tenía la marca Fida’i grabada en su antebrazo. El que le había dado un
juicio bastante imprudente, para luego asignarle un castigo único en su tipo.
Shahrzad se dio la vuelta hacia la entrada, un grito salió de sus labios. Miró a Reza
bin-Latief en busca de ayuda. Al padre de Shiva. A su segundo padre en quien había
confiado durante mucho tiempo.
Mientras que el asesino Fida’i la agarraba de la garganta. Mientras que un dulzor nau-
seabundo nublaba sus sentidos.
Habían pasado muchos años desde que había sentido verdadero temor. Era dema-
siado viejo ya para el miedo. Demasiado a gusto con la vida. Demasiado encaminado.
Pero no podía encontrar a la esposa del Califa de Khorasan. La había buscado toda la
tarde. E Irsa al-Khayzuran no estaba por ningún lado, tampoco.
Omar había sabido que algo estaba en marcha ayer por la noche, cuando su centinela
más confiable había acudido a él a informarle que Shahrzad no había regresado a su
tienda. Ni siquiera el mismo centinela había visto a la esposa del califa en algún lugar
por allí esta mañana. Que de hecho era una causa de alarma. Antes, cuando Shahr-
zad desaparecía cada noche, siempre volvía a su tienda al amanecer.
Y ahora Omar estaba seguro de que sus peores miedos se habían cumplido.
Lo que dejó a Omar con una decisión que tomar. Era obvio que Reza bin-Latief le ha-
bía mentido acerca de sus intenciones, como Omar había sospechado que podría ha-
cer. Pero el conocer la verdad con una inequívoca certeza rompió su corazón, porque
Reza se había convertido en un amigo. Había sido un buen hombre. Un hombre que
había amado a su esposa e hija, y había vivido una vida de simples deseos.
Pero el sufrimiento había cambiado todo. Pues era fácil ser bueno y amable en tiempos
de abundancia. Los tiempos de prueba eran los momentos que definían a un hombre.
¿Y el amor? El amor era algo que influía mucho en una persona. Traía alegría como
también traía sufrimiento, y a su vez traía esos momentos que definen el carácter de
uno.
El amor daba vida a lo muerto. Era el más grande de todos los poderes en la vida.
Omar había visto su sombra descender sobre su amigo, al igual que sabía que su
propia tribu caería en el choque de dos reinos. Que estaría atrapada entre las nacio-
nes en guerra de Khorasan y Parthia. Una era una soberana tierra de abundancia,
asediada por la reciente desgracia. La otra era menor en todos los sentidos, excepto
por la ambición.
No había sabido quien sería su verdadero enemigo, y a quien podría moldear hasta
convertir en amigo. Y Omar no era el tipo de hombre que elegía un bando sin aprender
todo lo que pudiera primero. Sin ver las dos caras de la moneda.
Había esperado que Tariq, el joven noble de Khorasan que poseía un corazón tan
puro, ayudara a guiarlo. El Halcón Blanco de Khorasan, que guiaría a su reino desde
la oscuridad hacia la luz.
Pero ahora Omar no estaba tan seguro. Porque aún no había tenido la oportunidad de
hablar libremente al respecto con Tariq. Y el corazón del muchacho no parecía estar
en las recientes redadas realizadas en plazas vecinas. Omar no estaba seguro de que
Tariq hubiera elegido bien al seguir a su tío. No estaba seguro de que Tariq supiera la
mejor manera de elegir entre el bien y el mal.
Era momento que Omar compartiera con Tariq todo lo que sabía. Todo lo que había
aprendido de su observancia silenciosa. Todo lo que había sospechado durante mu-
cho tiempo.
Lo que significaba que los dos reinos estaban propensos al borde de la guerra.
Lo que significaba que la tribu al-Sadiq cabalgaría nuevamente.
¿Junto a un misterioso joven rey que había matado a todas sus novias sin causa
aparente? ¿O junto a un tirano hambriento de poder que había pagado a mercenarios
para permanecer entre la gente de Omar? El mismo tirano hambriento de poder que
Omar sospechaba que se había aliado con Reza bin-Latief desde hace mucho tiempo.
Porque Omar había visto los troncos de oro desaparecer bajo el manto de la noche.
Había visto a los bandidos con sus marcas de escarabajo. Eso era por lo que había
pedido a las fuerzas de Reza bin-Latief que se trasladaran a las afueras de su campa-
mento hacia casi dos semanas.
¿Pero cuál de estos dos reyes era el verdadero villano de esta historia?
De hecho, ya era hora de que Omar tomara una decisión. Para poder fisgonear la raída
lana de los ojos del desierto.
Porque el desierto de hecho tenía ojos. Ojos que Omar había puesto en marcha hace
muchas lunas. Omar siempre había sabido cómo ver y escuchar. Aquel desierto era
suyo. Un desierto que su pueblo había gobernado durante seis generaciones.
Ya era hora de que Omar viera si Tariq era de más que músculo y coraje. Si podía
manejar la verdad. Una vez que Omar se confesara ante él, escucharía lo que el chico
tenga que decir. Y su decisión estaría hecha.
Pero la gente de Omar venía primero. A pesar de lo mucho que había llegado a cuidar
del joven. A pesar de cuanto Omar deseaba ver al joven lograr todo lo que se había
propuesto lograr.
Omar se lo había dicho a Aisha muchas veces antes. A pesar de que había ca-
rraspeado bastante cada vez que lo oía, sabía que nunca dejó de hacerla sonreír.
Khalid montó a través del desierto hasta que el sol descendió en el horizonte.
Le llevaría dos días más de difícil viaje para llegar al Rey. Para ese instante, su
tío sin duda podría haber perdido el juicio. No importaba que Khalid fuera el califa
y por lo tanto con derecho a su propia libertad. En asuntos como este, el General
Aref al-Khoury solo veía un chico enojado, solo en las sombras. El mismo chico
que en silencio cuidó por todos estos años.
Khalid solo podía esperar que el shahrban1 creyera que estaba ocupado en una
de sus muchas excursiones dentro de la ciudad. O que Jalal estuviera dispuesto
a ocultar la ausencia de Khalid por un corto tiempo.
Sus intercambios hace unas las pocas semanas atrás habían sido forzadas pero
mejores.
Continuó montando a un ritmo acelerado a través de las arenas ocres hasta que
sólo quedó una pizca de calor del sol persistiendo a través del cielo. Luego se
bajó del caballo prestado y retiró el paquete de provisiones de la silla de montar.
Con solo un momento para tomarse un respiro, Khalid liberó el libro de su lugar
en los pliegues de la bolsa de cuero desgastada. El libro todavía estaba envuelto
en una tela de lino marrón áspero. Metiéndolo bajo su brazo, Khalid se alejó del
caballo, su mano desplazándose hacia la daga en su cadera.
Aunque la extraña bruja en las montañas del este le había advertido que el libro
1 Shahrban: es el general de más alto rango en Khorasan, superado sólo por el
califa.
The Rose & the Dagger
podía gritar, podía pelear, Khalid todavía no sabía que podía hacer.
Lo cual era el por qué no había hecho nada con el libro hasta que él estuviera
lejos de todos y todo.
Era extraño que algo tan común pudiera significar tanto. Pudiera hacer un incal-
culable daño a tantas vidas. Ciudades enteras. A tantas familias.
Khalid esbozó una sonrisa amarga. El poder detrás de las palabras recae en la
persona. Siempre había sido una de las enseñanzas favoritas de su madre. Uno
de los más notables datos de sabiduría de la Musa Zaragoza que había impar-
tido sobre ambos.
Las palabras de este libro en particular nunca darían poder a nadie más otra vez.
Las páginas se abrieron de golpe. Una extraña luz blanca emanaba de su interi-
or. Enfermizo. El texto era indescifrable para él.
Cuando Khalid tocó las páginas, una llamarada repentina de calor lo recorrió,
quemando la punta de sus dedos. Maldijo. Con la quemadura llegó otro destello
de luz, violenta y vívida y brillante. Maliciosa.
No más.
Pasó el filo sobre su mano. Goteando su sangre sobre el metal. Comenzó a bril-
lar un rojo fuero.
Luego dejo que su sangre goteara sobre las páginas del libro.
El libro comenzó a gritar. Un agudo y ansioso gemido. Por un momento, sus pá-
ginas parecían quemar. El olor se hizo presente, intenso y espeso en el aire. Las
gotas carmesí se ennegrecieron al tocar el libro. Remolinos de un gris pálido se
levantaron sobre ellas. Encrespándose en un sugerencia siniestra.
Pero el humo detuvo su mano. Se reunió una fuerza con vida propia y lo envolvió
alrededor de sus muñecas en un tornillo glacial.
Era cada momento que él se había sentido solo. Cada momento que se había
sentido impotente. Cada momento que había querido desaparecer.
Cada feo pensamiento y cada sensación de vacío corriendo a través de él, como
sí el libro lo conociera por dentro y comprendiera cada duda, cada inseguridad,
y la trajera a la superficie.
Después de todo, ¿qué había hecho para merecer algo de ello? Fue el no de-
seado segundo hijo de una segunda esposa no deseada. Todo lo que una perso-
na, que no era nada para nadie.
Nada.
The Rose & the Dagger
Él había sido solo un niño enojado en las sombras tanto tiempo. Un chico que
había sido enviado a las sombras por su hermano. Un chico que vio morir a su
madre desde las sombras.
Un chico que había crecido en las sombras. Y ahora tenía que vivir en la luz.
Vivir… ferozmente.
Khalid agarró la daga con las dos manos. Pero el humo se defendió. El talismán
de jade enrollado en su cuello. Los gritos sonaron más fuertes a su alrededor.
La arena se arremolinaba en un remolino de rabia, presionando, fuerte y más
fuerte, tratando de tragarlo. Tratando de hacerlo desaparecer.
Todo lo que él quiso durante tiempo era desaparecer. Llevarse toda la fealdad
con él, todos los viciosos recuerdos de la sangre de su madre derramándose a
través de la pasta azul y los cordones de seda al amanecer.
—No.
—No.
Cada letra que Khalid había escrito, la había escrito con un propósito. Cada dis-
culpa que había ofrecido, la había ofrecido por una razón. Cada viaje que había
hecho como Rey, la había tomado con esperanza.
Aquí estaba su oportunidad de ser mejor. Finalmente. Una oportunidad para vi-
vir, para amar, en la luz.
Como sí el libro sintiera su final, dejó escapar un grito final, la arena se cerró
alrededor de él. Presionándolo, mordiendo su piel.
Su pecho agitado, Khalid arrancó un trozo del lino marrón, entonces golpeó el
pedernal para atrapar alguna flama. El viento apagó la flama en ese mismo in-
stante.
The Rose & the Dagger
Le tomó cinco intentos encenderla. Cinco intentos luchando contra el cieno on-
dulante. Cinco intentos acercar el fuego y dejar encender las páginas.
Hasta que la arena finalmente se arremolinó de nuevo al suelo. Hasta que Kha-
lid finalmente cayó con él, exhausto. Se quedó mirando el cielo, su cuerpo roto.
Cada herida cruzando su piel dolía, las cicatrices se abrieron en la lucha. La
sangre de Khalid se filtró en la arena. Sus párpados comenzaron a cerrarse.
Una extraña brisa pacífica revolvió su pelo. Le trajo una sensación de calma a
Khalid que solo experimentaba alrededor de Shahrzad. Esa pequeña medida
de paz que siempre luchaba por mantener. Como atrapando el agua con sus
manos.
Sí Shahrzad estaba segura, él podía estar en paz. Sus ojos se cerraron. Entonc-
es Khalid se durmió. Con el talismán de jade en pedazos junto a él.
El palacio de arenisca
Traducido por Yunn Heedz
Corregido por Cotota
Cuando Shahrzad despertó, fue por causa del sonido de los pájaros y el tacto de la
seda.
Incluso la brisa ligeramente perfumada a su alrededor no traía más que luz y belleza.
Sin embargo, dentro de ella no sentía nada, excepto la sensación de ser controlada.
La sensación de estar encerrada.
Es cierto, ella aún estaba vestida con los mismas qamis1 arrugadas y los sucios pan-
talones sirwal que recordaba haber estado usando, pero no la habitación en la que
había dormido que rivalizaba con las mejores salas del palacio de Rey.
Las pantallas abiertas a su derecha estaban mucho más adornadas en sus tallados. Tal
vez incluso un poco estridentes. La madera ricamente manchada tenía incrustaciones
de marfil, salpicado por un verde jaspe oscuro. Más allá de las pantallas, Shahrzad
podía ver una serie de enrejados creando sombras en el balcón de mármol. Ramas
de árboles de flores colgaban sobre la terraza, enhebrándose a través de la blanca
celosía2 como cortinas, sus brillantes flores de color rosa fuerte sobre sus ramas.
Las paredes de su habitación eran de arenisca. Donde podía ver las paredes, eso era.
Gruesos tapices se aferraban a todas las superficies expuestas. En la esquina había
una mesa formada de muchos trozos de azulejos de colores. Era como si un artesa-
no enloquecido hubiera tomado un martillo y golpeado un arco iris, destruyendo algo
hermoso en un esfuerzo para crear algo decididamente menos. Las almohadas eran
gruesas y estaba bordeada de espejos diminutos bordados con hilos de oro y plata.
Sobre la llamativa mesa había una cesta de pan sin levadura y un vaso de cobre, junto
con un plato de frescas hierbas, rodajas de queso de cabra, pequeños pepinos y un
surtido de una dulce conserva.
1 Qamis: camisa holgada, manga larga, usada por hombres y mujeres por igual, normalmente hecha de
lino.
2 Enrejado de pequeños listones, generalmente de madera o hierro, que se coloca en las ventanas y otros
huecos análogos para poder ver a través de él sin ser visto.
The Rose & the Dagger
Cuando Shahrzad examinó la bandeja de comida más cercana, se dio cuenta de que
su anfitrión no le había provisto de un cuchillo, ni había un utensilio o agudo objeto de
ningún tipo a la vista.
Porque era ya evidente que Reza bin-Latief había estado aliado con los asesinos Fi-
da’i3 desde hace bastante tiempo. Probablemente había sido quien envió a aquellos
mercenarios a Rey hace semanas, en un intento ya fuera para matar a Khalid o se-
cuestrar a Shahrzad con un plan para usarla como una ventaja.
A un lugar que estaba segura de que provocaría un predecible giro en los acontec-
imientos. Sobre todo porque Shahrzad tenía un presentimiento con el que sabía dónde
había sido tomada.
Cuando Shahrzad oyó el sonido de una rejilla de metal más allá de las puertas dobles,
tiró a un lado las hierbas y rompió el plato contra el borde de la mesa de mosaico. Lu-
ego agarró a uno de los fragmentos más grandes de porcelana y envolvió un extremo
en una servilleta de lino a modo de un arma rudimentaria.
Una de las dobles puertas se abrió. Shahrzad ocultó su arma a un lado de su pantalón
3 Fida’i: es un mercenario con la marca de un escarabajo en la parte interna del antebrazo.
The Rose & the Dagger
de sol desgastado.
Sólo para ver a su padre entrar como si nada a través del umbral–
Bien vestido y llevando una sonrisa a través de los mechones de la barba bien recor-
tada.
¿Baba?
Cuando Jahandar vio a Shahrzad –armada y en cuclillas en una posición casi salvaje
sobre el suelo de mármol– él levantó sus manos llenas de cicatrices en un gesto con-
ciliador.
—¡Shahrzad-jan! No debes tener miedo. —¡Se movió hacia ella en rápidas patadas
que Shahrzad no había visto en él en mucho tiempo.
—¡Querida, por favor baja el arma. ¡No hay motivo para tener miedo! —Volvió a son-
reír, aún más brillante—. Los guardias que están afuera me dijeron que intentaste abrir
la puerta no hace mucho tiempo, así que vine de inmediato.
—Sé que debes tener miedo, pero él no te desea ningún daño. Nadie lo hace. De
hecho, tú estarás más segura aquí de lo que estabas en el campamento. Y mucho
mejor cuidada. Como corresponde a su situación. —Sus hombros se ensancharon,
llenos de una especie peculiar de orgullo. Un orgullo que no se ajustaba a su situación
en absoluto.
—¡Baba! —Amonestó ella, su frustración siendo muy clara, porque aún tenía que re-
sponder a la pregunta que ahora le había planteado dos veces.
Como ella había sospechado. Sin embargo, el corazón de Shahrzad dio un vuelco. Por
un momento, apenas podía respirar.
4 Amardha: la ciudad más grande de Parthia; la ciudad en la que Salim Ali el Sharif reside.
The Rose & the Dagger
A su acusación tranquila, los ojos de su padre se pusieron llorosos, y luego se pus-
ieron rígidos en los bordes. En ese instante, Shahrzad se dio cuenta de que no sería
movido por sus súplicas.
No esta vez.
Él se puso recto.
—Tal vez soy yo el que debería estar haciendo esa pregunta, hija.
Inmediatamente, Shahrzad retrocedió por su ataque y la fría luz que había entrado en
sus ojos. Los ojos que habían sido siempre un espejo caliente para los suyos.
—¿Qué has hecho con mi libro? —Le preguntó su padre en un tono afeminado.
Shahrzad se quedó con el rostro de piedra, aunque su corazón dio un vuelco ante la
mención de su hermana.
—Ella se negó a decir nada más sobre el asunto, pero sabes tan bien como yo que
Irsa es incapaz de decir una mentira. Y sus intentos de evitar la divulgación de la ver-
dad desmentía sus acciones —Su cara se arrugo fuertemente por la frustración—. Por
lo tanto, debo insistir en ti a pesar de que tomó esfuerzo, su padre logró moderar su
reacción—. No estoy enfadado, querida. Conozco a alguien que debe haberte obliga-
do. Tal vez el califa o alguien con el deseo de debilitarme–
No hubo respuesta, salvo por una suave inhalación de la respiración. El más elemental
de vacilaciones.
—¿Baba?
Él abrió la boca para contestar, pero se detuvo con contundente golpe. Un golpe que
hizo que la garganta de Shahrzad se apretara con trepidación. Su padre le ofreció una
sonrisa amable.
—Tú aún estás débil por el viaje y tus heridas. Permite a los sirvientes del sultán que
The Rose & the Dagger
te curen, después de lo cual debes unirte a nosotros para la cena. La hija del sultán ha
estado muy preocupada por ti. Te prometo que todo se discutirá esta noche.
Shahrzad se estiró hacia él, incapaz de ocultar su miedo por más tiempo.
—Te he permitido una gran cantidad de libertad, hija. Tal vez te he permitido demasi-
ado —el tono de su padre era firme. Se puso de pie bastante alto. Más alto de lo que
Shahrzad recordaba verlo de pie. De hecho, no lo había visto actuar con tanta en-
ergía desde antes de que su madre muriera—. Me has desafiado el tiempo suficiente,
Shahrzad. No voy a permitir que me mientas sobre esto. Tú estás jugando con algo
demasiado peligroso y demasiado importante. Descansa por ahora. Y vamos a discutir
la cuestión más adelante —Jahandar se dio la vuelta.
—Descansa. Y vamos a discutir el asunto esta noche… cuando estés lista para de-
cirme la verdad —con eso, Jahandar al-Khayzuran salió de la habitación en un remo-
lino de fina seda.
Shahrzad se dejó caer al lado de los fragmentos de porcelana rota, sin soltar su arma
improvisada.
El pánico con el que había estado luchando desde que ella había vio a su padre –no,
desde donde el primer indicio de donde estaba había comenzado a echar raíces– se
apoderó de ella con una extrema urgencia.
La guerra que ella había querido evitar ahora se deslizaba fuera de su control. Mucho
más allá de los límites de sus peores temores que venían a pasar.
Porque tan pronto como llegara la noticia a Rey de que Shahrzad estaba prisionera en
Amardha –era ahora una “invitada” del tío que con toda seguridad tenía previsto usarla
como un peón– Khalid marcharía sobre la ciudad con un ejército a sus espaldas.
Excepto ella.
Pero Shahrzad no era tonta. Ella no se acobardaría ante el sultán de Parthia. No rog-
aría por una palabra de bondad de su enemigo. Tampoco esperaría a ser rescatada,
como un niño que se lamenta en las alas.
Ella encontraría a Irsa. Y descubriría una manera de salir de esta maldita ciudad.
The Rose & the Dagger
O moriría en el intento.
f
Su preocupación por Irsa hizo a Shahrzad obedecer.
A pesar de que no creía que su padre permitiría que su hermana fuera herida, Shahr-
zad ya no sabía qué pensamientos se arremolinaban detrás de los ojos hambrientos
de poder.
Así que ella no dijo nada cuando los sirvientes entraron en la habitación para ayudarla
a bañarse y vestirse.
Curiosamente, todo el asunto parecía un inquietante recuerdo del día en que Shahr-
zad llegó por primera vez al palacio de Rey, cuando las dos criadas la habían prepara-
do para el matrimonio de Shahrzad con un monstruo. Cuando habían restregado pasta
de sándalo en sus brazos y cubierto su piel con escamas de oro antes de colocar una
pesada capa sobre sus hombros.
Esta vez, las prendas de Shahrzad eran casi tan elaboradas como lo habían sido esa
ominosa tarde.
Bermellón. Un rico color rojo que le recordaba a una puesta de sol de verano.
Los pantalones sirwal estaban hechos de la más fina seda, bordados con hilo dorado.
La parte superior estaba ajustada muy baja en su pecho. Mucho menos de lo que
Shahrzad estaba acostumbrada a usar. La túnica estaba hecha de una tela delgada de
oro. Algo no muy típico del damasco. Esta tela se asemejaba a la gasa. A la luz, hacía
alusión a aquello que estaba debajo.
Shahrzad se sentía expuesta. Vulnerable. De lo cual sabía que no era por casualidad.
Los sirvientes tejieron su negro cabellos en una trenza y enrollaron gruesas cadenas
de perlas de semillas por toda la brillante trenza. Los brazaletes en el brazo izquierdo
de Shahrzad y los aretes en sus orejas eran de lingotes martillados con pequeñas
perlas a juego y pequeños diamantes incrustados.
Tal y como su padre le había asegurado, Shahrzad había sido bien cuidada. Vestida
para adaptarse a su estatus.
Sin embargo, una califa es solamente una prisionera si ella elige serlo.
The Rose & the Dagger
En estos pensamientos, Shahrzad echó hacia atrás los hombros y apretó los dedos de
los pies dentro de las zapatillas de punta. Con su cabeza alta, siguió a los sirvientes en
el pasillo, donde un contingente de guardias armados se situó en la lista, a la espera
para conducirla hacia el próximo destino.
Una vez más, Shahrzad fue golpeada por la opulencia exagerada de la estructura de
piedra arenisca a su alrededor. Es cierto que el palacio de Rey había sido jaspeado y
pulido más allá de la explicación, pero siempre había habido una frialdad. Una especie
de cruda falta de voluntad para abrazar todo lo que era. Y ahora que Shahrzad vio todo
lo que un palacio podría ser, ella estaba extrañamente contenta de que Khalid no hu-
biera llenado cada esquina con una estatua dorada o cada tramo de los aleros con un
tapiz brillante. De hecho, parecía que cada alcoba en Amardha había sido adornada
con papel de oro o de aluminio, cada cúspide enmarcada con las tallados e incrustado
con joyas más allá de la razón o el gusto, y la vista de todo tenía Shahrzad bastante
incómoda.
Aunque era obvio que Salim Ali el-Sharif tenía una preferencia por la opulencia.
Los guardias llevaron a Shahrzad por varios magníficos pasillos hacia un conjunto de
puertas bellamente talladas tan anchas y tan altas que Shahrzad no había visto nunca.
Por supuesto, al igual que ella había llegado a esperar en menos de un día, las puertas
estaban cubiertas con una capa de oro líquido, con asas de zafiro sólido del tamaño
de su puño. Dos guardias las empujaron, abriéndolas, y ella siguió la aglomeración de
soldados por una serie de pasos de piedra arenisca pulida hacia dentro de una sala
cavernosa de granito color rosa pálido con tiñes de color burdeos. Una larga mesa solo
se extendía a través de su centro, iluminada por largas velas perfumadas en agua de
rosas y mirra. El mantel parecía estar hecho de la más fina seda de araña, respland-
eciendo brillantemente en la cálida luz del resplandor de las velas.
Por lo que el ojo podía ver, Shahrzad lo tomó como una pantalla totalmente innece-
saria de opulencia. Incluso el olor de los cirios empalagaban la parte posterior de su
garganta, porque fue alterado. Exagerado.
Demasiado.
—¿Hay alguna razón por la que estás viéndome de esa manera? —Dijo ella, su voz
susceptible saltando a través de la sala cavernosa—. ¿Tienes un deseo de muerte, o
eres simplemente insensato como aparentas?
—Eso no es una respuesta, insolente tonto. Y eso apenas y es una reverencia —con-
tinuó, decidida a hacer un punto de esta interacción.
Shahrzad no podía permitir que cualquier hombre en esta ciudad maldita la tratara
mal. Ni siquiera por un momento. Porque si veían siquiera un rastro de debilidad en
ella, sería su perdición.
Salim.
—Hablando sabiamente como siempre, mi señora —él batió las manos como si quis-
iera aplaudirle. El sonido resonó en sus oídos, fuerte y crepitante.
—Sus soldados pueden aprender una lección de respeto, mi señor —Shahrzad sonrió
mientras que el Sultán de Parthia aparecía a la vista.
—¿Y supongo que tiene usted intención de enseñarle a ellos? —Él apoyó una mano
en la empuñadura de su reluciente cimitarra.
—Bueno, alguien debería. —Ella le rozó la punta de los dedos en su frente mientras
se rivalizaba sus reverencias burlonas.
Jahandar al-Khayzuran siguió al sultán, vestido con sus galas de seda, las manos jun-
tas delante de él, con una expresión entre pensativo y perturbado.
Ya fuera que su padre no supiera que ella y Salim ya había establecido una relación
The Rose & the Dagger
preocupante o estaba haciendo un buen trabajo para ocultar el conocimiento. Shahr-
zad abstuvo de encontrar la mirada de su padre. La traición todavía estaba fresca. Y
ella no quería hacerle saber a Salim sus probabilidades.
Salim se trasladó para sentarse frente a Shahrzad, una elegancia tranquila a cada uno
de sus movimientos. Su manto ricamente bordado y sus vestidos muy bien adaptados
eran tan recargados como su palacio. Como un gato atontado por haber sido alimen-
tado recientemente con la crema más rica, Salim le sonrió a Shahrzad, su perfecto
bigote colgando por encima de sus dientes de lobo.
—¿Visita? —Shahrzad alzó una ceja—. Esa es una interesante elección de palabras.
—Seguramente prefieres este lugar que ese campamento tribal en el que has sido
obligada a pasar el tiempo en las últimas semanas.
—No lo podía decir. Mis puertas nunca estaban cerradas en ese campamento tribal.
—En efecto —apuntó otra sonrisa falsa en su camino—. ¿Tienen puertas las tiendas
de campaña?
Su boca salivó ante el olor del carne cociéndose a fuego lento ante ella –una de
lentejas aromáticas y cebolla caramelizada. El dulce aroma de la canela y el clavo la
llamaron a ella, los dátiles y las berenjenas burlándose de ella aún más.
The Rose & the Dagger
El colmo fue la visión de la conserva de membrillo.
—¿No tienes hambre? —Preguntó Salim, un brillo malicioso en los ojos—. He selec-
cionado los platos que me han dicho que son sus favoritos.
—Shahrzad-jan, la hija del sultán le dijo al cocinero que preparara una comida espe-
cial en tu honor.
—Estoy segura de que lo hizo —dijo Shahrzad entre dientes, mordiéndose el interior
de la mejilla.
—Tal vez mi hija pueda persuadirte de comer —la luz en los ojos de Salim quemó
brillantemente mientras miraba por encima del hombro.
Shahrzad no se voltearía detrás de ella, por qué lo último que quería ver en ese mo-
mento era la sonrisa perfecta de Yasmine el-Sharif.
Si ella intenta provocarme esta noche, no va a ser el hollín lo que frotaré sus dientes.
No.
Será mi puño.
—Ven, hija —Salim llamó—. Nuestro invitada está bastante contenta de verte.
Shahrzad frunció los labios y envolvió sus dedos alrededor del cojín de seda a los
costados como si fuera a empaparla con la fuerza necesaria para mantener la calma.
Los ojos del color de un cielo azul zafiro brillaban hacia ella.
Despina.
f
The Rose & the Dagger
Muchas cosas pasaron a la vez.
En primer lugar, Shahrzad saltó a sus pies, la intención de atacar a su ex doncella. Una
ráfaga de movimiento convergió sobre ellas.
Antes de que los guardias podían llegar a ella, Shahrzad se detuvo en seco.
Fue la preocupación. Preocuparse por una antigua amiga. Preocuparse por un niño
aún no nacido.
Tan pronto como la preocupación corría por Shahrzad, fue eclipsado por otra ola de
emoción.
Su mirada se desvió sobre las amplias curvas de la chica ante ella –siempre encan-
tadora– y ahora aún más resplandeciente, con un vestido de seda amatista, que se
unía en ambos hombros por puños de cobre que formaban brillantes pliegues. Estos
pliegues de seda caían a los pies de Despina en corrientes de lila y malva. El corte
profundo de la prenda no hacía más que acentuar su hermosa forma, al igual que el
entalle de la cintura y la banda de cobre, adornada con brillantes piedras preciosas
de vívidos colores púrpura y rosa sonrojado. Su cabello castaño miel estaba colocado
encima de su cabeza en un arreglo elaborado adornado con una banda de brillantes
joyas.
Una corona.
Despina había sido muchas cosas a la vez para Shahrzad. Había sido una amiga
cuando Shahrzad más lo necesitaba. Una confidente, cuando Shahrzad no había teni-
do ninguna. Pero estaba claro que todo lo que había conocido Shahrzad sobre Despi-
na había sido envuelto en mentiras. Porque era evidente que ahora ella era más cosas.
La hija secreta de Salim Ali el-Sharif. Una princesa de Parthia. Una espía e impostora.
Por encima de todas las cosas, estaba claro que Despina nunca había sido amiga de
Shahrzad.
—¿No vas a felicitarme? Estoy casada ahora. ¿O no has oído? —Su mueca se con-
virtió en una sonrisa.
The Rose & the Dagger
Sobre el hombro de Despina, Yasmine se acercó, con una risa incómoda y un modo de
andar sarcástica. En medio de toda la reciente confusión, Shahrzad ni siquiera había
visto a la hija que había conocido –la hija que había estado esperando.
Pero Yasmine el-Sharif parecía extrañamente fuera de lugar. A pesar de que se veía ig-
ual de impresionante como Shahrzad recordaba –una abundante cabellera color cao-
ba cayendo en ondas por su espalda y el suave balanceo de la falda verde esmeralda
haciendo alusión a la clase de gracia que ningún tipo de práctica lo haría perfecto– la
princesa no parecía querer para tomar parte en esta terrible revelación. Continuó mi-
rando por encima del hombro, como si prefiriera huir.
—No quisieras saber —ella caminó hacía el asiento al lado de su padre—. Pero las
felicitaciones se deben dar, no obstante. Pero da la casualidad de que mi marido es
un buen amigo tuyo.
Aun inexplicablemente taciturna, Yasmine tomó el lugar junto a Despina, mientras que
Jahandar se sentó junto a Shahrzad. Él le lanzó una mirada nerviosa llena de adver-
tencia, que Shahrzad ignoró sin demora.
La madre de Despina había sido una de las bellezas más famosas de todos Cadmeia.
Su padre había sido un hombre rico que las había dejado detrás por un futuro mejor.
¿O lo había hecho? ¿Qué podía creer Shahrzad de los cuentos que le habían dicho?
¡Por supuesto que Despina no querría casarse con Jalal! ¡Por supuesto que ella no
querría casarse con un miembro de la familia que había estado espiando durante tan-
tos años! ¡Por supuesto, ella huiría! Sólo para volver a los brazos de su padre. . . y a
oídos demasiado-ansiosos.
The Rose & the Dagger
Sólo para traicionar a Shahrzad. Y a todos los que ama.
—El Califa de Khorasan es amable con nadie —Despina respondió con ligereza—.
¿O tal vez se te ha olvidado cómo llegaste a estar en el palacio? —Ella resopló—. Me
atrevo a decir que es bastante conveniente.
No es de extrañar que Despina hubiera escapado de todo el mundo con tal facilidad.
Tal encanto desvergonzado. Nació con él. Ella estaba destinada a residir en un palacio.
Para deslizarse y serpentear su camino hacia los círculos internos, con lo mejor de las
víboras.
En apenas seis años, había logrado ganarse la confianza del Califa de Khorasan.
—¿Cómo pudiste hacer esto a Jalal? —preguntó Shahrzad, sus uñas enterrándose en
sus palmas mientras trataba en vano de reprimir su hirviente indignación.
Shahrzad apretó los dientes, obligándose a permanecer inmóvil y en silencio. Ella vio
a Yasmine considerando sus pensamientos a través de sus ojos medio cerrados.
No era impropio de la princesa a ser tan tranquila. Sorprendió a Shahrzad, pero Yas-
mine el-Sharif le había sorprendido en más de una ocasión. Una vez más, Shahrzad
sentía como si Yasmine quería hablar, pero sin embargo, tal vez tenía que formar una
opinión. O carecía del valor necesario para hacerle frente a su padre.
The Rose & the Dagger
Sin embargo, Yasmine veía a todo el mundo con disgusto. Por un instante, pensó
Shahrzad en entablar una conversación con ella. Pero la linda chica no la veía a ojos.
Todavía se negaba a verla como algo más que una enemiga.
No un igual.
Shahrzad continuó mirando a Despina mientras que dejaba que su ex doncella riera
y bromeara con el sultán de Parthia –con su padre– como si ella no hubiera pasado
años en un mundo de engaño.
Porque Shahrzad recordó como Despina se había enfermado ante sus ojos.
Shahrzad dejó que sus hombros se relajaran. Alcanzó su copa de vino con joyas in-
crustadas.
—Tío Salim —comenzó en un tono frío—, ¿estás al tanto del embarazo de tu hija? ¿U
olvidó decirte el hecho de que va a tener un hijo?
—Por supuesto que es consciente de ello —Despina respondió sin perder el ritmo—.
Te lo dije, estoy casada. Es lógico pensar que podría estar embarazada.
—¿Es así? —Shahrzad apretó la mandíbula, luego tomó un sorbo de vino, tratando
de no perder el equilibrio—. ¿Y qué hiciste con tu supuesto marido? ¿Tirarlo al mar
cuando terminaste con él?
—Por supuesto.
—¿Nunca vas a dejar de mentir? —dijo Shahrzad través de sus dientes. Se volvió con
la intención hacia Salim—. Mi señor, ¿sabías que el padre de su hijo es–?
—El Guardaespaldas favorita del Califa —Despina terminó con una lenta sonrisa.
—Vikram Singh es el padre. ¿No lo sabías? Y yo que pensaba que ustedes dos eran
bastante unidos.
¿El… Rajput? ¿Vikram está aquí? Pensé que había muerto la noche de la tormenta.
—No te preocupes, Shahrzad —dijo Despina—. Vikram está seguro. O, más bien, esta
tan seguro como puede estar, dadas las circunstancias.
A su derecha, oyó a Jahandar reprimir un suspiro con problemas. Un suspiro que sig-
nificaba silenciar sus preguntas.
Salim tomó una respiración profunda, como si necesitara tiempo para considerar la
mejor manera de responder.
—El guardaespaldas más preciado de mi sobrino está exactamente donde debe es-
tar –en un lugar reservado para aquellos que fallan en no morderse la lengua sobre
asuntos que ya no son su preocupación.
—¿Y qué asuntos podrían ser esos? —preguntó Shahrzad en un furioso susurro.
—Bueno, como el marido de mi hija, debe cuidar más a su familia en lugar de los suy-
os, ¿o no habría de hacerlo?
Una vez más, Shahrzad envolvió sus dedos alrededor de los cojines de seda a los
costados.
The Rose & the Dagger
—Así pues, hemos llegado a eso. Basta de bromas. ¿Qué quieres hacer conmigo?
Salim se inclinó hacia delante, apoyando los codos lo largo del borde dorado de la
mesa.
—Eso depende de lo que esperas que Khalid haga —dijo Shahrzad entre dientes.
—¿Y qué crees que pasará cuando lo haga? Además de tu completa aniquilación.
—Padre–
—Espero que él haga lo que él ha evitado hacer cobardemente por años –encontrarse
conmigo en el desierto con un ejército adecuado. Y luchar para ver quién merece
gobernar estas tierras.
A pesar del temor de que se disparó en su interior –de saber que Khalid aún carece
de una adecuado ejército– una burla se escapó de los labios de Shahrzad, su sonido
goteando con burla.
Aunque Shahrzad atrapó la segunda mirada de precaución que Yasmine tiró su direc-
ción, ella lo ignoró.
—Tu mientes igual que tu maliciosa hija lo hace —Shahrzad sonrió—. Siempre has
tenido miedo de él.
—¡Y tú me has traído aquí en contra de mi voluntad, para ser utilizado como un peón
de estos despreciables mentirosos!
—Pensé en traerte aquí para negociar una tregua. ¡Para ayudar a aliviar estas heridas!
—¿Para ayudar a quién? —Acusó Shahrzad—. ¡Porque parece que a la única persona
a la que querías ayudar era a ti mismo!
Color se extendió por el rostro de Jahandar, por primera vez en una escalera de color
rojo. Luego, en un lavado de blanco.
Pero él no lo negó.
—¿Cómo se siente, Shahrzad al-Khayzuran? —dijo Despina con una voz melodio-
sa—. ¿Ser tratada como una esclava? ¿Estar al servicio de las personas que se con-
sideran a sí mismas por encima de ti, cuando sabes en tu corazón que son lo mismo?
—Yo prefiero preguntarle a tu marido. La próxima vez que lo vea… arrodillado a mis
pies.
—¿Dónde está mi hermana? —Gritó Shahrzad—. ¿Dónde está Vikram? ¿Qué has
hecho con ellos?
Despina se limpió la barbilla con el borde de una servilleta de lino, totalmente en calma.
The Rose & the Dagger
—Si ella quiere tanto ver a su ex guardaespaldas, entonces llévenla a él. Y déjenla allí
a que se pudra.
Jahandar se sentó rígido en la mesa, hundiendo la cara entre las manos temblorosas.
Ni siquiera echó un vistazo en su dirección mientras que Shahrzad continuaba lanzan-
do obscenidades en el aire.
Los guardias la arrastraron por los pasillos iluminados por las lámparas. Después de
un tiempo, Shahrzad puso poca resistencia. Porque intentarían humillarla mientras la
llevaban, como si fuera el cadáver de un animal moribundo. Y no les daría esa satis-
facción. Los pasillos arqueados adquirieron un aspecto aún más estridente al pasar
por debajo de sus alcobas con joyas incrustadas, adentrándose en el palacio de piedra
arenisca. El olor del humo de las antorchas de los guardias quedó atrapado en la gar-
ganta de Shahrzad, haciendo que los ojos lloraran.
Las celdas de la prisión del palacio estaban separadas por las grandes puertas de
hierro, en forma de medias lunas torcidas. Los techos eran bajos y los pisos estaban
cubiertos de paja sucia. El moho saturaba el espacio, húmedo y espeso. En todas las
demás celdas una sola antorcha iluminaba las paredes cubiertas de líquenes, casi no
ofrecían ninguna luz.
—No tan habladora ahora, ¿verdad? —dijo, su aliento caliente y amargo contra su piel.
—¡Perra!
Otro guardia la levantó del suelo, como para protegerla de los golpes. Sus ojos se en-
contraron con los suyos, y por un momento Shahrzad creyó ver un destello de pánico.
El primer guardia se dobló, agarrándose en medio y lanzando maldiciones a su mane-
ra. Luego se enderezó y se acercó a ella de nuevo, con el rostro desencajado por la
rabia.
—Ten cuidado. No seré alimentado en pedazos a los cuervos. Si el bastado niño rey
descubre que le hemos hecho daño–
—El bastardo rey niño nunca sabrá. Sobre todo después de que diezmemos su ejér-
The Rose & the Dagger
cito y dejemos su cadáver a pudrirse en las arenas —él lanzó una mirada desdeñosa
al guardia más pequeño—. ¿A menos que tú creas que estamos en el lado perdedor?
—Además —el primer guardia continuó—, no voy a hacerle daño —con una sonrisa
maliciosa, volvió su atención a Shahrzad—. No ahora, al menos.
—Tócame otra vez y los cuervos serán el menor de sus preocupaciones —dijo.
—Lo dudo mucho —el guardia la atrajo hacia sí. Él sacó una daga enganchándola en
su faja—. No te preocupes. Voy a dejar el hacerle daño para alguna otra noche.
No había descansado propiamente desde que regreso del desierto muy tarde en la
noche.
Al llegar Khalid, el shahrban lo había regañado por algo de tiempo, Khalid lo había
dejado hasta que tuvo que recordarle a su tío que él no estaba obligado a reportarle
su paradero a nadie.
Después de dejar esto claro, Khalid camino lejos rápidamente, solo para ser abordado
por Jalal en el vestíbulo.
—Pensé que estabas muerto. —Dijo Jalal sin ninguna palabra de bienvenida.
Esto era rencoroso sin duda, pero Khalid siempre había tenido una vena rencorosa,
era una de sus más feas cualidades. Una de muchas cualidades pasadas de padre a
hijo.
Él había intentado reparar el daño, había intentado enmendar lo que se había roto
entre ellos esa tarde cerca de la biblioteca. El corazón de Jalal se había perdido el día
que Despina se desvaneció en el desierto del otro lado de las puertas de la ciudad.
Y un corazón perdido era una cosa seria de hecho. Especialmente desde que su pri-
mo nunca había experimentado un corazón roto de verdad anteriormente. A Jalal al-
Khoury se le habían negado pequeñas cosas. Un chico que había sido bendecido con
una madre que lo amara desde su infancia hasta su adultez. Un padre quien siempre
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había estado a su lado apoyándole. Aunque podría decirse que Aref al-khoury era un
poco distante, siempre había amado a su hijo y siempre lo había demostrado.
Desde luego a Jalal se le había negado muy poco a lo largo de sus veinte años. Su
perdida más grande en su vida había sido la de su mejor amigo.
La noche de ayer después de que Jalal lo asechara desde la distancia en los fríos co-
rredores del palacio, Khalid había recordado brevemente los días en los cuales Jalal
había venido a él después de que Hassan muriera en combate. Cuando Jalal intento
buscar algo en común entre ellos tras una perdida compartida.
Aunque otra vez Khalid se había retirado a la comodidad de las sombras, lejos de to-
dos y de todo, incluso como un chico.
Esta mañana, Khalid le había dicho a su tío, el general, los eventos de los días pa-
sados. Pero todavía no sabía si la maldición estaba verdaderamente rota. Él no era
alguien que cree en las cosas sin prueba alguna.
Él había intentado dormir de nuevo la noche anterior. El tipo de sueño irregular donde
no descansas. El tipo que no se prestaba para los sueños. Pero Khalid esperaba que
los sueños volvieran con el tiempo.
Justo cuando Khalid decidió que no podía analizar otra petición, unos golpes en su
puerta resonaron.
Su tío se paseó dentro, como era usual su expresión era imposible de leer. Un rasgo
de familia, en casi todos los hombres, menos en Jalal. Y Hassan. Hassan había son-
reído mucho, especialmente a su hermano pequeño.
—Un jeque Badawi desea hablar con usted. El trae consigo a una pequeña tropa. —El
general dudo antes de continuar—. Y está acompañado de alguien con quien no reco-
miendo hablar bajo ninguna circunstancia.
Khalid se paró de su escritorio, dejando que la pila tambaleante cayera a sus pies.
—¿Quién es?
f
—¿Habías estado alguna vez en una sala así de grande? —Suspiró Rahim mientras
miraba con asombro el piso que tenía un diseño de piedras en diagonal en blanco y
negro.
Mientras que el salón parecía grande a simple vista, Tariq podía ver rendijas en las
elegantes armaduras, una grieta en la pared, y muchas pequeñas fisuras en…
Era un salón magnifico, eso era seguro, pero también era un cuarto con mucha histo-
ria.
En una esquina del gran salón había una tarima con un sofá al centro. Detrás de él
estaba un conjunto de inmensas escaleras con forma de brazos abiertos.
Tariq se movió hacia la tarima, con Rahim y Omar siguiendo sus pasos.
La última vez que Tariq había estado en él fue la noche de la magnífica celebración,
llena de comida, bebidas, música y danza. La noche en la que el Califa de Khorasan
presento a su nueva reina a cada noble del reino.
Tariq recordó el momento en el que habían aparecido en final de las escaleras toma-
dos de la mano. Como si solo fueran una extensión del otro.
The Rose & the Dagger
Él debía de haberlo sabido entonces, lo debería haber visto con el corazón y no solo
con los ojos.
Tariq volvió en si cuando el Califa descendió de las escaleras con forma de brazos
abiertos apurado. Esta vez el Califa no hizo un alarde de su entrada, se movía rápida-
mente, sin ceremonia. Lo seguían el General de Rey junto con el capitán de la guardia.
— ¿Por qué están aquí? —El joven rey no dio indicios de formalidad.
A una parte de Tariq le gusto por esto, pero solo una pequeña parte.
El general le dio un vistazo a Omar antes de pasar a Rahim y luego de vuelta a Tariq.
Sin previo aviso, la cimitarra de Rahim salió de su funda para apuntar a la garganta del
capitán de la guardia. El general dio un comando a las sombras mientas desenfunda-
ba su propia arma.
Omar permaneció callado ante el caos con una expresión desconcertantemente cal-
mada en su cara.
Tariq asintió hacia Rahim, quien dejo su arma al mismo tiempo que el capitán de la
guardia soltaba el rida’ de Tariq.
—No comenzamos de la mejor forma, mi amigo —le dijo Omar a Tariq sacudiendo
su cabeza lentamente—. Pero si veo a lo que te referías del joven Califa, él no es un
hombre de muchas palabras —Sus ojos brillaban con la luz de la antorcha del león a
su derecha—, pero parece ser un hombre que dice las correctas.
El califa observo a Omar, aunque no dijo nada preguntas no dichas estaban presentes
en su mirada.
—Yo soy Omar al-Sadiq —Omar dio un paso al frente—, y me han dicho que tú eres
un hombre digno de ganar mi confianza.
—Por Tariq, por supuesto —La sonrisa de Omar era amplia y con espacios entre los
dientes.
—Ya ves, a pesar de todas tus diferencias el Halcón blanco te ha escogido —Explicó
Omar—. Así que estamos aquí para luchar junto a ti. Sería un gran honor para mí que
te ganaras mi confianza, porque a mí me agrada tu esposa y no me gustaría verla
herida.
Las facciones del Califa se endurecieron. Tariq vio sus manos volverse puños a sus
lados.
—¿Qué es lo que buscas al confiar en mí, Omar al-Sadiq? —Respondió el Califa sua-
vemente. Sus nudillos se volvieron blancos.
Tariq sabía que el Califa estaba buscando confianza en sí mismo. Por qué Khalid Ibn
al-Rashid no sabía cómo evaluar al jeque Badawi.
—Desearía tener la ocasión para ofrecer algo mejor —sonrió Omar—. He pasado
tiempo en compañía de tu esposa, y ella es maravillosa. Aun mas, parece tener fe en
ti, ahora parece que Tariq también la tiene. Así que me gustaría seguirlos. Si tú dejas a
mi gente en paz, y proteges las tierras en las que habitamos, combatiré contigo.
—Mi tío ha perdido de vista, las cosas por las cuales yo peleo, y yo —Sus labios en-
cerraron las palabras—. Y yo no estoy seguro si alguna vez supe por lo que estaba
dispuesto a pelear. Pero Omar dice la verdad; si el tío Reza se ha llevado a Shahrzad
en contra de su voluntad, tú y yo somos el menor de dos males.
El califa asintió.
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—Yo no puedo reunir a todos los que se unen bajo mi estandarte a tiempo, pero puedo
enviar a aquellos que estén cerca y– —se detuvo considerando, mirando a Tariq una
vez más—. ¿Conoces el templo de Fuego en las montañas cercanas al mar?
—Yo lo conozco.
Shahrzad se recargó contra la fría pared de piedra. Un constante goteo de agua sucia
pasaba por sus zapatos. Las pesadas cadenas alrededor de sus muñecas y tobillos
tintineaban con los más pequeños movimientos.
Días posiblemente.
Era imposible de decir, como ningún rayo de luz traspasaba ese lugar.
Incluso el aroma hacia que su estómago se revolviera, el pan al lado estaba rancio y
seco. Solo comió lo suficiente para conservar su energía.
Su padre había venido a visitarla dos veces. Para rogarle que se disculpara.
Para que entrara en razón. Para que trabajara al lado del sultán para lograr una paz
duradera.
Las dos veces, Shahrzad le había dado la espalda se obligó a hacerse pequeña, de-
seando poder desaparecer por un momento, para que no tuviera que enfrentarlo
Para que no tuviera que admitir como él había traicionado todo lo que ella amaba.
Shahrzad sabía que ella había traicionado a su padre al haber robado su libro, pero un
libro no era lo mismo que una vida. No era lo mismo que un futuro.
Y con este libro su padre había tomado tantas vidas esa noche en Rey. Tantos futuros.
Al inicio, los guardias habían venido a revisarla regularmente. Para jugar con ella. Para
amenazarla. Para lanzarle burlas de actos imperdonables a su persona.
Ella creyó en sus amenazas al principio. Se había preparado a si misma de sus malos
tratos. Había esperado en el cuarto húmedo, temblando y alerta… prometiendo que
no lloraría.
Pero aparte del guardia que cortó su cabello y el ocasional estiércol en su cara, no
hicieron mucho más. No infligieron ningún daño permanente en ella
Shahrzad no era tan tonta como para pensar que era respeto. No, con hombres como
estos nunca era respeto.
Algo no estaba bien detrás de estas paredes. Y estaba claro que los guardias tenían
miedo de ese algo.
Estos pensamientos le daban algo de confort. Por una vez la hacían ver os beneficios
de una mala reputación.
Déjalos temer lo que está por venir. Déjalos saber lo que es estar en la oscuridad, que
no sepan lo que les depara el futuro.
Porque Khalid los haría pedazos una vez que cruzara los muros de la ciudad
De nuevo ella se quedó pensando en los riegos de desear demasiado. Pero poco ser-
vía querer lo que no podía controlar. Los sucesos de las semanas pasadas le habían
enseñado eso.
Shahrzad tragó secamente mientras que jalaba sus rodillas a su pecho. Cada hora
que pasaba tomaba más de su determinación, y ella no podía dejar que su voluntad
se desvaneciera junto con su fuerza. Se negaba a dejarlo pasar.
Ella era un árbol que había sido golpeado por una tormenta. Ella no se rompería.
Nunca.
Al menos ahora los soldados la dejaban estar tranquila. No la habían venido a moles-
tar por un tiempo.
The Rose & the Dagger
Al menos ahora estaba sola.
Shahrzad envolvió sus brazos alrededor de sus piernas. El sonido de sorberse la nariz
parecía rebotar de pared en pared. La antorcha fuera de su celda parpadeo
—¿No has perdido la esperanza? —una voz ronca resonó justo detrás de las rejas.
Shahrzad se quedó callada. Ella no estaba segura de que fuera otro prisionero o un
guardia tratando de jugar con ella todavía. Intentando quebrarla.
—Tu. Niña. Sigues con vida —repitió la voz con un seco carraspeo. Sonaba como una
pila de hojas marchitas volando en el corredor de granito.
No me romperé. Nunca
—Bien. —La voz tosió, quienquiera que fuera, era viejo, muy enfermo—. Te he estado
observando estos pasados cuatro días. Tú tienes coraje.
Otra tos.
—No.
Una pausa.
—No lo sé todavía.
—No.
Shahrzad se movió levemente mientras miraba el techo de su celda, sus cadenas tin-
tineando al moverse.
A pesar de todo, Shahrzad estaba interesada, era poco probable que los soldados los
fueran a molestar por algún rato.
The Rose & the Dagger
—¿Higuera de bengala?
—Cuando hacia una travesura cuando niño, corría a ocultarme en el hueco de una
Higuera de bengala en las afueras de la selva, me escondía allí antes de que mi padre
me pudiera castigar.
—De donde vengo nos crían para ver las cosas en un ciclo sin fin. Yo vi ese ciclo in-
terminable en la vida de la Higuera de bengala. Crece grande y ancha, provee refugio
a aquellos que lo buscan. Con el tiempo crece demasiado grande, destruyendo lo
que se encuentra alrededor. Pero también lo he visto proveer nueva vida. Da semillas
para nuevas flores. Tú eres una Higuera de bengala porque te veo en esta historia. El
inicio y el final de todas las cosas. La esperanza de que las cosas crezcan incluso en
la sombra.
La voz del viejo hombre había empezado a profundizarse mientras hablaba. Había
empezado a perder algo de su rasposidad. Había comenzado a rodar como un trueno
distante.
—Sé el inicio y el final, Shahrzad al- Khayzuran —una pequeña luz comenzó a cobrar
vida en el corredor.
El ejército que se abrió camino hasta las puertas de Amardha era uno inusual.
En el flanco del joven rey montaba un chico de blanco, llevando una bandera de un
halcón. Un chico que había sido su enemigo hace pocos días.
Al hombre de este muchacho montaba una gran cantidad de los mejores jinetes de
este lado del mar de la arena. Jinetes que no habían ido a la guerra por una genera-
ción.
Por encima de ellos volaba un hombre joven con una cabeza calva reluciente en el sol
de la tarde. Un joven con un anillo de oro en cada oreja. Un hombre joven en una ser-
piente voladora con las escamas de la noche más oscura, ondulante con cada latido
de sus curtidas alas.
Una serpiente que gritaba a través del calor con un sonido como clavos a través de la
piedra.
El anfitrión se movió en sintonía, dirigido por este niño-rey y por la cabeza de una
serpiente voladora.
Una vez más, era una vista bastante extraña. Pero, no obstante, una temible vista. Una
vista alimentada por un tumulto de emociones.
Para el niño-rey en su vanguardia había dominado su rabia, incluso antes de que hu-
biera comenzado la marcha desde Rey a Amardha. Había dominado su control.
Y el suyo era un control aún más letal en tal estado. Una furia en su peor momento en
un caso así. Cuando podría ser liberado con astucia en el aviso de un momento.
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Al igual que la cabeza de una serpiente.
Las puertas grises de Amardha quedaron a la vista antes que el niño rey moviera los
ojos rápidamente. Una vez.
El niño rey espoleó a su negro al-Khamsa hacia adelante, sus pezuñas levantando
una tormenta de polvo y escombros.
Las vistas y los sonidos de tintineo de metal y de caballos resoplando llenaron el aire
del desierto con una extraña clase de anticipación. Aunque Irsa aún no había decidido
si algo bueno. Sin embargo, se paseaba por las afueras del campamento recién for-
mado, tratando de mantenerse desenfadada.
Su expresión se redujo. En ese momento, Rahim le tomó la mano. Irsa envolvió sus
dedos alrededor de los suyos como si estuvieran hechos para eso, y sólo para eso.
Con sus manos aún entrelazadas, Rahim e Irsa observaban a los hombres trabajan
en concierto de silencio.
Él no respondió de inmediato.
—Un poco. En la mayor parte de las batallas que hemos luchado, hemos tenido la
ventaja de la sorpresa. Y hay pocas posibilidades de sorpresa cuando marchas hacia
las puertas de una ciudad y rápidamente levantas el campamento. —Rahim rió sua-
vemente—. Pero el califa parece ser un estratega sensato. Y no parece propenso a
perder la vida innecesariamente.
Pero Irsa sabía que no decía la verdad. Sabía que al menos respetaba a Khalid mucho
más de lo que aparentaba.
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—No te preocupes. No se lo voy a decir a Tariq.
—No entiendo por qué iba a querer ir. Para ser honesta, yo ni siquiera entiendo por
qué Khalid desea ir. Será poco probable que hombre horrible devuelva a Shazi sólo
porque se le pida hacerlo.
—Aun así, entiendo por qué ambos quieren entrar en Amardha y probar. —Rain se
detuvo y se volvió para proteger a Irsa de una ráfaga de arena que sopló en su camino.
—Creo que el califa nos debe llevarnos con él —dijo Rahim con firmeza—. No hay un
arquero más fino que Tariq en el campo. El califa se lleva al joven mago al templo del
fuego con él para que le proteja, junto con el capitán de la guardia. Sin duda van a
proteger al califa, pero no sé si pondrían en riesgo su seguridad por el bien de Shazi.
Preferiría que los demás estuvieran involucrados. Otros en quien he confiado.
—¿Crees que el sultán en realidad se rendirá a Khalid? —Irsa alzó la vista, sus carac-
terísticas dudosas.
—Se trata menos de exigir rendición y aprender más acerca de si Shazi se encuentra
o no todavía en la ciudad.
Rahim suspiro.
—Sería absurdo que le hiciera daño a Shahrzad. Durante años, nada la ha superado
en todos los sentidos. A pesar de que Parthia es un reino rico, nunca ha sido capaz de
sostener una vela para Khorasan. Nuestros ejércitos, nuestras arcas, nuestros gober-
nantes siempre han sido más fuertes.
Rahim asintió.
Irsa quería creer a Rahim. Pero no podía olvidar los acontecimientos de esa terrible
tarde en el desierto con Spider. Esa terrible tarde en la que ella y Rahim habían sido
testigos de Shahrzad cayendo presa del odio.
Si no hubieran estado allí para ayudar a Shazi, algo indescriptible podría haber suce-
dido ese día. Si Rahim no hubiera estado allí, su hermana podría haber muerto. Rahim
había sido la voz de la razón por la agitación de Irsa. Nunca se había encogió por el
peligro. Había sido rápido y capaz en todos los giros.
Irsa no podía olvidar. Y no podía dejar de recordar que Spider había desaparecido del
campamento al día siguiente.
No. Ella nunca olvidaría que había insectos traidores que acechaban donde menos te
lo esperabas.
—Le voy a pedir te lleve a ti y a Tariq con él cuando vaya a Amardha. Como un favor
hacia mí.
—Por favor — susurró Irsa—. Por favor, traerla de vuelta a salvo. —Una vez más, Irsa
recordó cómo Rahim había ayudado a su rescate a Shahrzad con muy poco derrama-
miento de sangre—. Sé que vas a pensar en una forma.
—No. —Rahim rió de mal humor—. Porque no quiero recibir otra de sus famosas con-
ferencias.
—Difícilmente se le puede culpar. Nos buscaron durante horas el día que Shahrzad
desapareció. Y les preocupamos terriblemente. —Irsa sintió el peso de la culpa asen-
tarse sobre ella una vez más. Aunque todo el mundo le había asegurado que no había
nada que pudiera haber hecho para salvar a su hermana, ya que ella también, pro-
bablemente habría sido llevada, Irsa aún se sentía culpable por haberse perdido con
Rahim.
The Rose & the Dagger
Hicieron el viaje de regreso hacia la tienda Omar en un silencio pensativo. Aisha esta-
ba fuera, su expresión en conflicto entre una sonrisa y el ceño fruncido.
Antes de que una palabra de castigo pudiera decirse, Irsa se puso de puntillas para
hablar al oído de Rahim.
—No te preocupes. Voy a hablar con Khalid. —Ella sintió el calor familiar enredándose
a través de su estómago cuando Rahim le rozó la frente—. Me aseguraré de que él
escuche.
—Lo sé. —Él la miró con ojos inocentes—. Es por eso que te amo.
f
Tariq no había esperado que el sultán de Parthia los invitara a su palacio. Había espe-
rado que el gobernante del reino en guerra se reuniera con ellos en el desierto.
Por lo que el califa tomó la decisión de montar hacia Amardha, bajo una bandera blan-
ca.
El shahrban había estado firmemente en contra. Pero el califa había sido inflexible,
citando la sabiduría detrás de conocer las intenciones de su enemigo. La comprensión
del juego al que Salim Ali el-Sharif se encontraba destinado a jugar.
Tariq sospecha que califa deseaba, sobre todo, saber el paradero de Shahrzad. Al
igual que él.
Si era prudente o imprudente quedaba por ver. Pero sería difícil de sitiar la ciudad sin
antes saber si Shahrzad estaba dentro de sus paredes. Sin saber si podían rescatarla.
Así que esa misma tarde, Tariq, Rahim, el capitán de la Guardia Real, un chico cal-
vo de las montañas del este, y un pequeño contingente de guardias acompañaron
al califa a Amardha. En un palacio que Tariq sólo podría describir como más allá de
opulencia. Las fuentes de mármol que recubrían sus patios se hallaban cubiertos de
joyas. El agua en sí parecía brillar como si hubiera sido cubierta de polvo de diamantes
desechados.
El califa se reunió con el sultán en el patio principal. Ya que él se había negado a poner
un pie en el palacio propiamente dicho.
No habló cuando el sultán se dirigió hacia él, una amplia sonrisa cortando a través de
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su elegante cara untuosa.
—¡Khalid-jan! —comenzó el sultán—. Has traído un grupo más grande contigo del que
habíamos acordado. Pesaba que ibas a ser sólo tú y el capitán de la guardia.
—Este tipo de comportamiento podría ser interpretado como una amenaza, sobrino,
viniendo a las puertas de mi ciudad con un anfitrión a la espalda, ignorando la más
simple de mis peticiones.
—No me importa cómo se interpretan mis acciones —respondió el califa, sus palabras
una púa en voz baja. —Solo importa que sepas esto: pagarás por lo que has hecho.
—¿Pagar? —El sultán puso sus brazos sobre el pecho, las mangas de su manto rica-
mente recortadas brillando en el sol de la tarde.
—No voy a jugar a estos juegos contigo, Salim. ¿Dónde está ella?
En ese momento, Tariq dio un paso adelante. El capitán de la guardia levantó una
mano para detenerlo.
—No he perdido ni una cosa, Salim Ali el-Sharif. Me dirás donde se encuentra Shahr-
zad ahora. Antes de que las palabras salgan forzadas de tu lengua. —Un músculo se
contrajo en la mandíbula del califa—. Antes de que tu ciudad sea reducida a cenizas.
Los guardaespaldas del sultán acudieron a su lado, sus manos sobre las empuñadu-
ras de sus espadas.
—Este es tu palacio, estas son sus tierras, por mi voluntad. Como siempre lo han sido.
—Tal arrogancia —resopló el sultán—. Si crees eso, ¿por qué no las tomas?
—Te equivocas. Si realmente pensabas que Parthia ganó tan fácilmente, lo habrías
tomado ya.
—No soy tan codicioso como puedes pensar —dijo el califa con desdén—. Poseo dos
veces tus vasallos, y eres superado en soldados y armamento por más de la mitad.
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En cuanto a la lamentable obligación de reunirte en el desierto, ¿crees que no podría
haber viajado a través de ellos en una tarde, si me ponía en ello?
—Creo que eres un niño engreído de las palabras ridículas, al igual que tu madre.
—Entonces arriesga. Pero voy a arrasar este palacio, piedra a piedra, a medida que
pierdas esa oportunidad. ¿Y si todavía estás mientras lo hago? Entonces que así sea.
—Dudo que vayas a hacer eso, hijo de puta. Lo dudo mucho. —Con eso, Salim arrojó
algo en su dirección.
Era una larga trenza negra, envuelta en una cuerda rota de perlas.
—Mis soldados me dicen que ella huele a jardín de primavera —dijo el sultán en voz
baja, sin una pizca de emoción. Luego sonrió. Despacio. Con crueldad.
f
Khalid había sabido que su tío Salim trataría de provocarlo.
Cuando Khalid vio por primera vez lo que su tío había lanzado a través de las piedras,
había habido un momento –menos que un momento– en el que el mundo alrededor
de Khalid se había reducido a cenizas. Donde todo lo que hubiera querido hacer era
aplastar algo entre sus manos y verlo derrumbarse en pedazos.
Pero se dio cuenta en el siguiente instante lo que había hecho Salim. Lo que quería
decir para que Khalid hiciera. Y aunque Khalid quería nada más que obligarle, la rabia
ciega no serviría para un propósito más allá de este momento.
The Rose & the Dagger
La rabia ciega era la acción de un niño que existía en las sombras.
Salim quería una excusa para atacar a Khalid a sangre fría. Para matarle en este patio,
ante una serie de testigos. Masacrar a Khalid en defensa de sí mismo.
Porque era la mejor manera de asegurar una ascensión legítimo al trono. Una que no
tuviera el hedor de la traición a la misma.
Así que Khalid permanecía inmóvil, la furia hirviendo en su sangre, abrasando rápida-
mente en la garganta.
Khalid haría que el sultán pagara a Parthia por lo que había hecho.
Por desgracia, Tariq Imran al-Ziyad no sabía las cosas que Khalid sabía.
Así que cuando el chico sacó su espada y se cargó el sultán de Parthia, Khalid sabía
lo que iba a ocurrir antes que nadie.
Una legión de soldados se materializó desde las sombras del patio, listos para defen-
der a su sultán.
Khalid balanceó su espada para defender al chico desde el primer golpe. Tariq logró
desviar el siguiente ataque parándolo. Se puso de pie detrás de Khalid mientras un en-
jambre de soldados les rodeada, empuñando destellos de plata amenazantes. Pronto,
el sonido de espadas siendo arrancadas de sus vainas emanaba por todos los lados.
Aunque la sangre hacía estragos en su cuerpo, Khalid sintió que el corazón se le des-
plomaba como una piedra en el estómago.
Esto no era una batalla que podían ganar. Ellos manifiestamente les superaban en
número. Superados, en todos los sentidos.
Sin embargo, Khalid separaba su shamshir en dos como un par de soldados cargaron
en su dirección. Como todo el caos se desató. Miró a su derecha, esperando ver allí a
Jalal. Como siempre había estado. Incluso cuando Khalid era un niño pequeño. Incluso
cuando Hassan murió. Pero cuando Khalid miró a cada lado, se dio cuenta que lucha
solo. Su primo se enfrentaba a varios soldados al otro lado del camino.
The Rose & the Dagger
Jalal ni siquiera se detuvo para buscar a Khalid. Tal como había declarado la tarde ante
las escaleras de la biblioteca de Rey, Jalal ya no vigilaría la sombra de Khalid. Ya no se
preocuparía indebidamente de su primo.
Los soldados se acercaban a ellos. Khalid vio a uno de sus hombres cayendo debajo
de la cruel división de una espada. Él sabía que tenían que llegar a la tierra más alta
que rodeaba el patio hundido cada vez que tenían la oportunidad de llegar a las puer-
tas.
Pero su primo no podía oír por encima de la refriega. Khalid dio la vuelta a uno de los
soldados de Salim, y entonces le redujo la cara y el pecho con las dos espadas. Ríos
de color carmesí siguieron en su estela, tiñendo la piedra arenisca a sus pies.
—¡Jalal! —En ese momento, tanto su primo como Artan Temujin, que estaba luchando
para dirigirse a través del aplastamiento de cuerpos hacia Salim, se volvieron en su
dirección.
Khalid vio que los ojos de su primo se abrían como platos en el mismo instante en que
Artan gritó una advertencia. Khalid no vio al soldado detrás de él hasta que fue dema-
siado tarde. Se dio la vuelta en un intento para desviar el golpe, y luego a su derecha
una figura surgió para repeler el ataque.
Para salvarlo.
Era el chico con el que Khalid había luchado esa noche en el desierto.
Rahim.
Khalid vio en un momento de shock como dos soldados más convergieron en su di-
rección, mientras las espadas de Khalid se giraron para desarmar al centinela delante
de él…
Khalid cortó a su atacante y le dio una patada alejándolo. Entonces cortó con la es-
pada para defender a Rahim. Lo acercó, pidiendo ayuda. Nadie podía oír a Khalid a
través del sonido del metal y los gritos de los heridos.
A petición de Salim.
Para cuando Khalid levantó la vista, vio la piedra de Artan Temujin lanzada hacia el
The Rose & the Dagger
sultán de Parthia, las palmas del mago ensanchándose por sus hombros….
—Vas a dejarnos ir —dijo Artan voz alta—. No nos vas a seguir. —Él comenzó a re-
troceder, con las manos ampliándose mientras el halo de fuego creció alrededor de la
cabeza del sultán—. Y, en el futuro, vas a tomar en serio el significado de discurso civil.
f
Shahrzad no dijo nada cuando Vikram levantó ambas manos en la reja de metal de
la celda. Sopló sobre el hierro en una exhalación lenta de aire, y el metal comenzó a
brillar de color rojo.
Ahora observaba mientras inclinaba el metal fundido sin la más mínima chamusquina
de su piel. Una vez que hubo ensanchado un espacio lo suficientemente grande, se
dirigió a su celda.
—No tenemos mucho tiempo —Vikram dijo entre dientes mientras se acercaba a su
lado—. Los soldados pueden venir a ver cómo estás de nuevo pronto. —Un bajo jura-
mento pasó a través de sus labios cuando vio las cadenas uniendo de sus muñecas
y tobillos.
—Cómo…
Shahrzad asintió, todavía en una pérdida de palabras. Ella nunca había oído al Rajput
decir tantas cosas en un solo aliento. En retrospectiva, tal vez su historia de la capaz
higuera de Bengala.
Vikram levantó una longitud de cadena de al lado de sus pies. El sonido de metal
golpeando el metal resonó con un Clank atronador. —Cuando derrita la cadena, los
puños se calentarán. Pueden quemar.
—Como sospechaba. —Tosió con diversión—. Sé que hubo un tiempo no hace mucho
The Rose & the Dagger
cuando yo te habría felizmente dejado pudriéndote en esta celda.
Tardó sólo un momento para recordar. La noche de la tormenta, Shahrzad había trai-
cionado a Khalid ante los ojos de Vikram. Le había traicionado.
—Puedo explicarlo…
—Ha pasado el tiempo. —Vikram envolvió ambas manos alrededor de los enlaces de
sus tobillos y dejó que un lento susurro de aire pasase entre sus labios.
A medida que el metal comenzó a calentarse contra su piel, una familiar sensación
de hormigueo alrededor del corazón de Shahrzad brilló a la vida. Sorprendida por la
sensación, dejó entrar un aliento agudo.
La sensación de quemado la travesó mientras el calor creció. A medida que las cade-
nas comenzaron a adquirir un resplandor de fuego.
En ese instante, Shahrzad sintió un hilo prendiéndose dentro de ella. Una repentina
chispa innegable. Pues aunque sabía que las cadenas eran cada vez calientes, sintió
poco dolor. Sólo una conciencia cada vez mayor. Ese hilo la llamó mientras continua-
ba estudiando el metal. A medida que continuó observando el trabajo de Vikram para
fundir las cadenas.
Es posible….
Tirando toda precaución al viento, Shahrzad colocó ambas palmas de las manos en
puños en los tobillos. Al igual que la alfombra mágica.
Ella no respondió.
Como lo había esperado, Shahrzad continuó sintiendo poco dolor, aunque sabía que
el hierro estaba ahora lo suficientemente caliente como para dorar. A su contacto, la
magia Vikram había alimentado el metal para propagarse a través de ella como una
llama lamiendo través del petróleo.
Una vez que sentía un enlace a ella –cuando sentía que el hilo dentro de suyo se ten-
saba, ya que conectaba a la magia dentro de ella– Shahrzad deseó que las esposas
desaparecieran. Deseó que la magia la siguiera sin hablar.
Artan se había equivocado. Sin embargo, él había estado también en lo cierto. Es ver-
dad que ella no debería haber huido de sus intentos de provocarla esas noches en la
playa. Sí, debería haber enfrentado a sus miedos de frente. Pero no de la manera que
Artan había imaginado. Por la magia dentro de ella trabajando por el contacto. Sólo
cuando tomaba esas cosas alrededor de ella, esas cosas imbuidas de los mismos
The Rose & the Dagger
poderes extraños como los de ella, Shahrzad podía manipular su poder.
Tal como ella había sospechado. Shahrzad tomó la magia de lo que estaba a su alre-
dedor.
—Cómo…
—Eso puede ser lo más bonito que hayas dicho nunca —sonrió Shahrzad—. Ahora
ayúdame con las ataduras en mis muñecas para que podamos encontrar a mi herma-
na y huir de este lugar abandonado de la mano de Dios.
La concha blanca
Traducido por Akasha San
Corregido por Cotota
Khalid no dejó que la culpabilidad por todo lo que había pasado lo sobrecogiera. Se
negó a que su pesar le impidiera seguir su curso. Tuvieron que huir de la cuidad. Lejos
del alcance del orgullo herido de Salim.
Así que siguieron adelante. Cada vez más rápido a través de callejones, calles y ave-
nidas. Un puesto de frutas cayó al borde del camino en su prisa. Juramentos enojados
fueron lanzados a sus espaldas en su retirada. Las mujeres quitaron a sus hijos del
camino de Khalid, corriendo y gritando a la vez.
Él no importaba.
Khalid mantuvo a Rahim en la silla de montar con él. En momentos de debilidad, Kha-
lid bajaba la mirada para ver la sangre del niño derramada en sus manos. En su silla
de montar. En sus riñones.
—¡Date prisa! —Gritó Khalid por encima del hombro. Espoleó a Adeshir a ir aún más
rápido, los músculos del semental manchados por su sudor.
Tan pronto como pasaron las puertas de la cuidad para irrumpir en el desierto, Khalid
detuvo a Adeshir y desmontó de la silla.
Incluso desde la distancia, aún con un conocimiento superficial de las cosas, Khalid
The Rose & the Dagger
vio que había poco que pudiera hacerse. La herida era demasiado profunda. Había
perdido demasiada sangre. Sin embargo, se volvió a mirar a Artan. Cuando Khalid era
un niño pequeño, recordaba a Musa Zaragoza usando magia para curar sus heridas.
Artan se inclinó por encima del chico. Tiró de uno de sus pendientes, y levantó las
manos por encima de la sangrante herida. Una luz parpadeó dos veces antes de des-
vanecerse. Con una mirada y una expresión grave, Artan confirmó lo que Khalid ya
sospechaba. Tariq Imran al-Ziyad pasó una mano por su cabello, manchando su frente
con la sangre de su amigo. Una línea carmesí comenzó a gotear desde una esquina
de la boca de Rahim. Tosió y la sangre borboteo al salir.
El hijo de Nasir al-Ziyad se inclinó sobre él, apretando una mano ensangrentada en
una de las suyas.
—Rahim…
—Yo también —dijo en voz baja, las palabras fueron un susurro más que otra cosa.
Casi un suspiro roto.
—Gracias Rahim —dijo Khalid, mirándolo a los ojos de color azul oscuro con una ex-
presión firme, inquebrantable.
—Sayyidi.
—Irsa.
—¿Si?
—Lo prometo.
Khalid apartó la mirada mientras lagrimas silenciosas corrían por la cara de Tariq
Imran al-Zydad.
Nadie lo hizo.
f
Irsa había estado esperando en la tienda con Aisha toda la tarde. De vez en cuando,
Omar las dejaba para ir a ver si Tariq y los otros volvían. La última vez que las había
dejado, Irsa había querido acompañarlo, pero había decidido que era más prudente
quedarse en la tienda.
Después de todo, ella había sido causa de preocupación suficiente. Con toda la bús-
queda el día que Shazi desapareció. Luego, con la marcha a Amardha.
Mientras Irsa había pensado en un principio que todo esto sería emocionante, estaba
cansada. Ansiaba volver a estar en un solo lugar. Saber que depararía el mañana.
Mientras cabalgaba por el desierto el otro día, Irsa se había topado con una concha
blanca con una flor grabada en ella. Le había recordado la historia que le había con-
tado –de manera muy pobre– a Rahim esa noche cuando había encontrado el camino
a su tienda.
En realidad, Irsa creía que esa noche había empezado a enamorarse de Rahim.
Así, cuando se encontró la concha blanca, Irsa pensó que era muy apropiado colocar-
la en los pliegues de su capa. Sabía que era tonto, pero pensaba dársela a él después,
tal vez cuando todas estas cosas pasaran. La concha era una cosa ridículamente
frágil. Propensa a romperse con el más mínimo error. Pero por lo menos podría mos-
trársela a él. Tal vez hacerlo sonreír.
The Rose & the Dagger
A ella le gustaba su sonrisa.
Mientras Irsa se encontraba perdida en su recuerdo –en la forma en la que las es-
quinas de los ojos de Rahim se arrugaban cuando sonreía–, se abrió la puerta de la
tienda, y una ráfaga de oscuro aire de desierto barrio a su espalda.
—Aisha.
Aun así, no dijo nada más allá del nombre de Aisha. Sin embargo, ella parecía enten-
der. Ellos siempre habían estado conectados de esa manera. Los ojos de Omar se
posaron en Irsa, y volvieron a su esposa, hablando sin palabras.
—Irsa-jan —dijo Aisha en voz baja, apoyando su mano sobre el pecho de Omar, cu-
briendo su corazón—. ¿Vendrías conmigo?
—No —Omar tomó aire para tranquilizarse. Coloco la palma de su mano nudosa sobre
la mano de Aisha—. Yo la llevaré.
—¿Ha pasado algo? —su cuerpo no se sentía como suyo. Su voz sonaba como si
viniera desde más allá de ella, un eco silenciado a través del agua.
Omar se acercó a su lado. Cerró sus ojos mientras inhalaba profundamente. Juntó sus
manos entre las suyas.
Él sacudió la cabeza.
—No, ocurrió una pelea en el palacio —nuevamente, Omar hizo una pausa para en-
durecerse—. Rahim murió.
Rahim no estaba muerto. Los hombres habían ido a hablar bajo una bandera blanca.
Aisha se lo había dicho. Se suponía que nada malo debía pasarles.
El jeque Badawi suspiró, luego pasó un brazo sobre los hombros de Irsa. Irsa se con-
centró en parpadear, en poner un pie delante del otro, como si hubiera salido de la
tienda a un hermoso atardecer del desierto. El cielo estaba inundado de tonos naran-
jas y rosas. Colores brillantes que deberían calentarla. Que deberían traer una sonrisa
a su rostro.
Siempre le había gustado el atardecer. Era como si una mano gigante hubiera jalado
al sol desde su puesto de atraque… solo para que el sol se defendiera, resistiendo,
dejando un rastro de sí para desvanecerse entre las estrellas.
Irsa se quedó mirando al cielo del desierto mientras caminaba. Las imágenes delante
de ella eran borrosas, y corrió su palma por sobre sus ojos.
Tan sólo esta mañana, Irsa había caminado con él por aquí. Había sostenido su mano.
Había guardias fuera de la tienda de Khalid. Cuando vieron al jeque, se movieron para
dejar pasar a Irsa.
El capitán de la guardia la miró por un momento. Puso una mano sobre su brazo. Apre-
tándola. Luego se hizo a un lado.
The Rose & the Dagger
Irsa se detuvo ante la visión delante de ella. Su corazón dio un vuelco dentro de su
garganta.
Tariq y Khalid estaban alrededor de una cama elevada de pallet. La coraza plateada de
Tariq estaba sucia, su expresión perdida. Su cara estaba cubierta de sudor y suciedad.
Las manos de Khalid estaban manchadas, su cuirassde plata y oro estaba empañado
por manchas oscuras. Ambas de sus capas estaban ensangrentadas. Rojo sobre blan-
co. Carmesí sobre negro. Colores que no podían ser ignorados.
Irsa supo en ese momento que esto no era una mentira. Que la sangre no miente.
Aun así, se dirigió hacia ellos como en trance, el calor robado de su propia sangre.
Rahim estaba acostado en la cama de pallet. Muy quieto. Si Irsa no lo viera de cerca,
él bien podría estar durmiendo.
—No —dijo Khalid—. No fue culpa de nadie, fue culpa de todos. Mi culpa más que
nada —se acercó a ella—. Pero me salvó la vida, Irsa-jan. Y pensó en ti, hasta el final.
—¿Quieres que te dejemos a solas con él? —Preguntó Khalid, sus ojos mirándola a
la cara.
Irsa le devolvió la mirada. Hace solo unos días, la había asustado cuando la había
mirado de esa manera. Como si pudiera ver a través de su alma. Ahora todo lo que
Irsa veía era una mirada llena de preguntas. Una mirada que simplemente deseaba
entender.
Para ayudar.
Khalid dirigió una mirada a los demás. Rápidamente abandonaron la tienda, excep-
tuándolos a él y a Tariq.
Tariq se colocó delante de ella, alto envuelto en blanco manchado de rojo. La atrajo
hacia él en un abrazo suave.
Irsa no pudo responder con palabras, así que en vez de eso solo asintió.
Una vez que se fueron, Irsa se sentó en el borde de la cama de pallet. Extrañamente,
no sentía dolor. Una vez más, era como si se moviera fuera de ella misma. Rahim aún
se veía como si estuviera durmiendo. Alguien había tratado de limpiarlo, pero olvida-
ron una línea de sangre en su cuello. Si no hubiera sido por eso, Irsa podría pensar
que podría despertarlo con nada más que su toque.
Entonces Irsa alcanzo los pliegues de su capa y sacó la concha blanca con la flor gra-
bada en su superficie.
—Oh —fue un sollozo silencioso. Algo se rompió detrás de su corazón. Aunque Irsa
quería pelear contra la repentina quemadura, dejó que corriera a través de ella. No se-
ría débil. No era momento de ser débil. Y peleando contra ella misma, peleando contra
lo que sentía en este momento, seria débil.
—Yo… —Irsa tomo una cuidadosa respiración para estabilizar sus palabras—. Me he
sentido sola durante casi toda mi vida. Hasta que te conocí —colocó la concha en su
pecho—. Pero te prometo que no me volveré a sentir sola. Nunca olvidaré —se puso
de pie tambaleándose—. Siempre recordaré.
Con eso, Irsa giró y camino hacia la entrada de la tienda, con la cabeza alta, aunque
su cuerpo había comenzado a temblar.
Khalid y el joven mago del templo del fuego estaban esperando afuera, más allá de un
par de antorchas. El mago la miró, su gesto era suave. Ella comenzó a caminar hacia
ellos, luego se detuvo.
El mago tomó una respiración profunda. Envió una sonrisa triste en su camino mien-
tras colocaba una mano tranquilizadora sobre el hombro de Khalid. Entonces, sin una
palabra, se fue.
—Me alegro.
—Yo también —Khalid estudió su rostro. Estudió el torbellino de emociones que atra-
vesaba sus facciones—. Irsa…
—¿Cómo dejaste que esto pasara? —Preguntó, lagrimas resbalando por sus meji-
llas—. ¿Por qué no lo protegiste? ¿Por qué no…?
Irsa lloró hasta que el ultimo rastro de calor del sol se hundió bajo el horizonte.
Trueque, mentiras y traición
Traducido por Akasha San
Corregido por Cotota
Vikram dejó a Shahrzad a través de la parte más vulnerable del palacio de piedra, una
sola antorcha sostenida en lo alto en su mano derecha. Aunque Shahrzad no pudo
distinguir ningún tipo de camino delante de ellos, el guardaespaldas se movía y giraba
con una habilidad que sugería un conocimiento previo del espacio.
Sobre todo, él conocía estos pasillos laberinticos un poco demasiado bien para su
comodidad.
—No.
Vikram giró en su lugar. La llama en su mano brilló como la mirada que le dirigió, una
mirada capaz de hacer que un hombre se fuera corriendo a casa con su madre.
—¿Quién?
—¿Quién crees?
—Por una rata de palacio —dijo entre dientes—. ¿Cómo voy a saberlo?
—Despina.
—¡Despina! —Farfulló—. ¿Eres tan tonto como para confiar en esa cambiacapas?
Vikram miraba hacia ella, su antorcha casi lo suficientemente cerca para chamuscar
lo que le quedaba de cabello.
—Una historia probable. Ya que sospecho que ella es la razón por la que estoy aquí.
—No había manera de evitar que esto ocurriera, ya que ella no sabía el plan del sultán.
Sólo sabía lo que podría pasar. Hizo todo lo posible por ayudarte.
—¡Ja! —Sus ojos mostrando su incredulidad—. ¿Esperas que crea que la chica que
sonreía mientras los guardias del palacio me arrastraban fuera intentaba ayudarme?
¡Había un millar de cosas que pudo haber hecho!
—¿Cómo?
—Pudo haberle contado a Khalid quien era. Lo que creía que podía pasar.
—¿Confesar que había estado espiando para el sultán de Parthia todos estos años?
¿Que ella era la hija del sultán? —Vikram se burló—. Si crees que tu esposo le hubie-
ra creído después de eso, no lo conoces tan bien como creo que lo haces. Khalid Ibn
al-Rashid es el hombre más desconfiado. Aunque no puedo culparlo por serlo.
—Vikram, ¿Qué es lo que Despina trata de lograr con todo este engaño?
—No es mi trabajo el divulgar los secretos de los demás —con una infranqueable
autoridad en su voz que indicaba era el final de la charla, Vikram giró y comenzó a mo-
verse hacia adelante, aún más profundo bajo el palacio de piedra arenisca. Shahrzad
tuvo que acelerar su ritmo para seguir sus grandes zancadas. Durante un tiempo, se
sintió como una pulga persiguiendo a un elefante.
The Rose & the Dagger
Las paredes alrededor continuaban estrechándose, convirtiendo el techo en uno re-
dondeado, menos piedra y más tierra. A medida que pasaba el silencio, Shahrzad se
encontró a si misma considerando las palabras de Vikram.
—Le pudo haber dicho todo a Khalid —repitió Shahrzad, aunque con menos vehe-
mencia—. Él le hubiera creído. Después de todo, tú le creíste.
—Yo podría hacerlo —replicó Shahrzad en voz baja antes de casi chocar contra su
ancha espalda.
Una vez más, Shahrzad fue poseída por la repentina urgencia de atacarla.
La antigua criada –ahora princesa– estaba envuelta en una capa oscura, con una
sonrisa torcida se acercó a Shahrzad.
Su sonrisa se ensanchó.
—No iré a ningún lado contigo Despina el-Sharif. Primero eres una cosa, después eres
otra. En este punto, mi cuello duele de girar tan rápido. Sólo dime: ¿Por qué has estado
mintiendo todo este tiempo?
—Nací para mentir, Shahrzad. Yo te pregunto ¿Cómo se recupera uno de tal inclina-
ción?
—De la misma manera en la que eliges servir aun padre tan despreciable —respondió
Shahrzad con sarcasmo.
—Supuse querrías saber acerca de eso —Despina le lanzó una pequeña sonrisa—.
¿Te importaría caminar mientras hablamos?
—Puedo ver que estas pocas semanas alejada no han resentido tu obstinación. Lásti-
ma —Despina sonrió—. Muy bien, entonces. Yo sabía que esto ocurriría eventualmen-
te —ella se apoyó sobre sus talones, sus brazos en jarras—. En su lecho de muerte,
mi madre confesó la identidad de mi padre. Ella me presentó un pergamino como
prueba y me dijo que fuera con él, porque esperaba que cuidara de mí, ahora que no
tenía a nadie.
Aunque Despina hablaba con ligereza, un destello de dolor, un atisbo de verdad, on-
dulaba a través de sus ojos. A pesar de los olores repugnantes y los sonidos de goteo
en el lodo alrededor de ellos, Shahrzad se esforzó por mantener una postura inmóvil
en silencio.
Despina continuó.
—Perdona la interrupción —dijo Shahrzad con el ceño fruncido—. Pero no puedo ima-
ginar a Salim Ali el-Sharif extendiendo una mano de bienvenida hacia ti. Especialmen-
te después de negarte durante toda tu vida.
A pesar de que había tomado una postura reflexiva, Despina mantuvo firme su sonrisa.
—Tienes que entender. Cuando hayas pasado la mayor parte de tu vida sin saber
quién es tu padre, sólo para descubrir que es un encantador, guapo rey con riquezas
más allá de tus sueños más salvajes, hay pocas cosas que no harías por ganarte su
afecto —se demoró en el recuerdo coloreado por la ira—. Me prometió que me recla-
maría como suya si le ayudaba a aprender los secretos de la corte de Rey. Primero
fue para asegurar a Yasmine un esposo. Luego fue para usurpar el trono a Khalid
Ibn al-Rashid. Encontró un esclavista que me compraría y me traería al palacio de
Rey, donde empecé limpiando las recamaras de la reina. Después de que Khalid Ibn
al-Rashid se convirtiera en califa, me libero y me ofreció un puesto como criada. Me
levanté en las filas poco después. El resto se puede suponer.
—Es una gran historia —dijo Shahrzad dejando a un lado un nuevo hilo de líquido
cuestionable—. Pero todavía no me fío de ti.
—Está bien —Despina suspiró con fuerza, sus frustraciones viviendo desde tus taco-
The Rose & the Dagger
nes—. Entonces confía en esto, Shahrzad al-Khayzuran: preferiría ser una criada en
Rey que una princesa en Parthia. Como criada en Rey, siempre supe quién era. Me
sentía orgullosa de mi misma. En Parthia, fui negada una y otra vez. Negada y denun-
ciada por mi propio padre. De hecho, si por mi fuera, nadie sabría sobre mi linaje. Todo
lo que quiero en la vida es criar a mi hijo en la ciudad que he llegado a amar como mía.
Con la gente que he llegado a amar como mía. Con la familia que he llegado a amar
como mía —sus ojos brillaron con un fervor innegable.
Con un resoplido de exasperación, Despina se acercó. Ella vaciló solo un instante an-
tes de tomar la mano de Shahrzad.
—La única familia que conozco es la que tengo en Rey. Los amigos que tengo. El amor
que tengo —su voz se hizo más suave—. No tienen igual.
Shahrzad sabia eso muy bien. Lo había visto. La mirada salvaje en los ojos de Jalal la
noche de la tormenta. La calidez en Despina ahora.
Aunque una parte de Shahrzad quería alejar el toque de Despina, para negarse a ser
tocada por una chica que tuviera alguna relación con Salima li el-Sharif, no lo hizo.
—Créeme que infundí el temor de los dioses a los soldados cuando vinieron por tu
esposo —Despina rió—. Es cierto que no todos lo creyeron, pero eso no me detuvo.
Oh, las historias que conté…
—No se dará cuenta de ello por unos días. Él nos sacó a Yasmine y a mí de Amardha
esta tarde en previsión de lo que podría ocurrir.
—Ah, ¡casi lo olvido! El Califa de Khorasan ha traído todo un ejército a las puertas de
la cuidad.
—Es lo que he querido decirte desde el inicio —puso sus ojos en blanco—. Planeo
llevarte hasta él, Brat Calipha. Eso si me lo permites. Finalmente
Otro gruñido de Vikram. Uno que Shahrzad sabia estaba destinado a indicar que es-
taba de acuerdo.
Shahrzad asintió.
—No, No he oído sobre tal cosa. Nadie más fue llevado a Amardha, salvo tú y tu padre.
—Si estas mintiéndome acerca del paradero de Irsa, yo personalmente te haré desa-
parecer —dijo Shahrzad en una voz peligrosamente tranquila.
—Llámame así otra vez, y enfrentaras mi ira —Despina arrojó una capa a Shahrzad.
Una vez que Shahrzad se había cubierto con la capa, el trio se movió más profunda-
mente en las alcantarillas de la cuidad, con Vikram a la cabeza. Merodeo por debajo
de las goteantes piedras con su cuerpo encorvado hacia delante, sus manos apoya-
das contra las paredes. Por mucho que lo intentó, pronto se hizo imposible para Sha-
hrzad ignorar a las criaturas de muchas patas que corrían a través de la oscuridad. Un
escalofrío le recorrió la espalda cuando una pasó a través de sus dedos.
Continuaron por el sucio conducto, bordeando la orilla del rio de lodo. Shahrzad tro-
pezó con piedras torcidas y adoquines desalineados. Varias veces oyó el chillido de
distintas ratas. La cacofonía del agua goteando y el eco de las pisadas, en conjunto
con la menguante flama de la antorcha en la mano de Vikram, solo aumentaron la
angustia de Shahrzad.
Cuando llegaron al final del pasadizo, se encontraron con una reja de metal oxidado
sellada a través de la entrada. Vikram bajo la antorcha y empujo la rejilla chirriante
para abrirla, sus enormes músculos abultados bajo su Qamis manchado.
El trio salió a un callejón abandonado en el centro de Amardha. Varias calles más allá,
el ruido de la tarde-noche sonaba en el pesado aire de verano. Un coro de alegres
borrachos, acompañado de discordia desenfrenada. Despina ignoró la celebración y
se movió a través de las sombras con paso firme.
Pasaron por varias calles secundarias cercanas al bazar. Shahrzad siguiendo a Vikram
y Despina hacia un grupo de árboles de limó, su aroma cítrico flotando en el viento.
Vikram se quedó entre las sombras, una daga escondida debajo de su antebrazo.
Después de una pausa a medio paso, Despina se encaminó hacia la juerga en el ba-
zar.
—Los tontos están festejando la victoria de mañana —dijo Despina en voz baja—. Si
alguien descubre nuestros planes e intenta atraparnos, será más fácil para nosotros
desaparecer entre la multitud.
Los gritos delante de ellos se volvieron más fuertes cuando cruzaron otra calle de tie-
rra. Rezagados entrando por el tramo principal del bazar empujados más allá de ellos,
mientras aquellos que ya tenían rato se iban con sus sacos llenos. El aroma del aceite
quemado inundó el aire, espeso y perdurable.
—Sigue caminando.
—Dije…
—¡Ahí estas! —Una risa femenina lleno el aire detrás de ellas—. ¡Te he estado espe-
rando toda la noche!
Una suave mano pasó cepillando a Shahrzad para librar a Despina del abrazo del
chico. Libre de sus protestas. Aunque la chica estaba envuelta en una capa de la seda
más fina, Shahrzad reconocería ese cabello en cualquier lugar.
Yasmine.
Visitas indeseadas
Traducido por Akasha San
Corregido por Cotota
Yasmine hizo un gesto hacia la arboleda de limoneros detrás de ellos, su mano firme-
mente envuelta alrededor de la muñeca de Despina.
—Mantenga la calma, mi señora —dijo Yasmine suevamente. Dejó que su mirada fue-
ra más allá de ellos.
—Me preguntaba cuando mostrarías tu verdadera cara, Brat Calipha —dijo Yasmi-
ne—, porque no es como si fueras muy perspicaz.
Shahrzad apretó los dientes. Ese apodo estaba reservado para el uso de Despina.
—Por última vez, síganme, tontas ridículas —repitió Yasmine con el repique de una
risa.
Cuando Yasmine asintió en su dirección, los soldados dejaron caer las espadas a la
tierra.
—No estoy muy segura —Shahrzad contempló la punta de su espada, vigilando a los
soldados todo el tiempo—. ¿Tú qué harías?
—Cuidado —Shahrzad dio un paso más cerca—. No sea que empiece a creer en tus
mentiras.
—¡Despina, dile a tu esposo que me suelte en este instante! —Ella continuó luchando
contra el imponente hombre—. ¡Huele mal!
Ignorando el ceño fruncido de Shahrzad, Despina levantó una segunda hoja delante
del hermoso rostro de su media hermana.
—¡Es verdad! —Yasmine golpeó a Vikram con fuerza. Él gruñó, pero no se movió—. No
The Rose & the Dagger
son guardias del palacio. Son mercenarios, contratados con mi propio dinero. ¿Crees
que los guardias del palacio dudarían en luchar por mi liberación? Además, ni siquiera
están vestidos cono guardias del palacio. Pregúntales Despina.
Shahrzad intercambió miradas con su antigua criada y vio que Yasmine decía la ver-
dad.
—Yo sabía que estabas planeando algo cuando te negaste a salir conmigo de la cui-
dad. El espectáculo que hiciste en la cena fue demasiado bueno, incluso para ti.
—No. Le pague a una de tus criadas para obtener información de tus movimientos. El
dinero es una mercancía en esta ciudad, como bien sabes.
—Porque no quiero ver morir a mi padre. No deseo ver lastimado a Khalid. Los amo a
ambos, y si vamos a la guerra, uno de ellos perecerá.
—Porque tengo una idea que quizá ayude a terminar con esta guerra sin derrama-
mientos innecesarios de sangre.
f
Era una desaliñada banda de almas que caminaban a través de las arenas hacia el
campamento del Califa de Khorasan.
Tres mujeres jóvenes –todas con sus vestiduras rasgadas, dos de ellas con olor a
aguas residuales–, hacían su camino delante de los guardias con la tarea de vigilar el
campamento mientras llegaba la noche. Cuando un guerrero corpulento con piel color
cobre apareció, los soldados sacaron sus espadas. Dos llegaron a estar delante de él.
—Me gustaría hablar con el Califa —se metió una ola de mal rapado cabello detrás de
la oreja, dejando aún más manchas de suciedad en su cara en el proceso.
Los ojos de la chica brillaron a través de una gran variedad de colores antes de que-
darse en el verde.
El guerrero corpulento se movió para atacar. Pero fue detenido por la chica más pe-
queña antes de que pudiera continuar.
—Cuida tus palabras, soldado —dijo en un tono imperioso la chica regordeta con una
corona de rizos despeinados—. Ella es la Califa de Khorasan-.
—¡Basta! —La última chica, la más llamativa, dio un paso al frente—. Mi nombre es
Yasmine el-Sharif, y exijo hablar con…
—Yo exijo un momento a solas contigo —el soldado a cargo sonrió antes de tirar de
ella para besarla.
The Rose & the Dagger
Antes de que el corpulento guerrero pudiera detenerla, la pequeña chica con el cabe-
llo mal rapado saltó sobre él con la furia de un mono loco. Ella comenzó a golpearlo en
la cabeza y el cuello con ambos puños.
—Él… él es el Rajput.
f
Con los años, muchas cosas interesantes habían despertado a Jalal al-Khoury en el
medio de la noche.
Hizo una nota mental para reemplazar al tonto a cargo del campamento por la noche.
Estaba claro que ese idiota no estaba a la altura, por los labios sangrantes del hombre,
y su participación reciente en una pelea.
Jalal se armó, a continuación camino penosamente a través de las arenas detrás del
ininteligible tarado. El tonto se mantuvo murmurando acerca de espadas de fuego y
bellas mujeres que olían a alcantarilla.
Una vez que se acercaban a la entrada del campamento, Jalal escuchó la entonación
distintiva de voces femeninas.
Sin pensar, Jalal comenzó a correr. No le importaba si dejaba al tonto en el polvo de-
The Rose & the Dagger
trás de él. En ese momento, no le importaba si dejaba todo en el polvo detrás de él.
No era posible. Su mente le estaba jugando una mala pasada. Como lo hacía en los
últimos tiempos.
Despina.
—Tú… —dijo con voz ahogada—. Tú, has exprimido mi corazón hasta dejarlo seco.
Se dirigió hacia ella. Despacio. Como un gato, sus patas a los costados.
Su sonrisa se ensanchó.
Jalal tomó su barbilla con la mano. Despina envolvió ambas manos alrededor de su
muñeca.
—Lo haré.
f
Un crujido despertó a Khalid de un sueño intranquilo.
La puerta de su tienda estaba abierta. Una sombra apareció en la entrada. Sin vacilar,
tomó su espada.
The Rose & the Dagger
—Estoy desarmada, sayyidi. Esta vez.
Khalid pudo sentir la sonrisa detrás de sus palabras. Él no se movió, seguro de que su
sueño no había terminado.
—¿No vas a preguntarme cómo es que llegué hasta aquí? —Dijo. Podía oír el toque
de reciente tristeza, de cansancio, en su voz.
—No necesito saber eso —Khalid alcanzó sus manos—. No ahora. A menos que quie-
ras decírmelo.
—El querer y el necesitar son dos cosas muy diferentes. Siempre lo pensé antes, pero
no es lo mismo que saberlo —Shahrzad se apoyó en su pecho y respiró profundamen-
te—. ¿El libro de mi padre?
—Destruido.
Ella asintió con la cabeza, la tensión saliendo de sus extremidades. El aroma del jabón
Nabulsi adherido a su piel. De pronto Khalid sintió el calor de las lágrimas empapando
su qamis.
Y comprendió.
Shahrzad asintió.
—Rahim…
—No he estado aquí para ella —el remordimiento en su cara lo destruyó—. No he es-
tado aquí para Irsa cuando me necesitaba. Estaba demasiado ocupada queriendo co-
sas que no podía controlar —se presionó contra Khalid—. Debí haberlo saberlo mejor.
—Como tú has dicho, querer y necesitar son cosas diferentes. Ahora lo sabes, confió
en que lo harás mejor.
Khalid levantó las manos hacia el cabello mojado. La furia se tejió en su pecho cuando
toco los bordes irregulares. Bordes que apenas rosaban su hombro.
Bordes que hablaban de violencia reciente. El abuso a manos de Salim Ali el-Sharif.
—Si.
—Muchas veces.
—Tengo una idea —sus labios se torcieron hacia un lado—. Bueno, no es solo mía. Y
necesitamos tu ayuda.
Comenzó al amanecer.
Cuando Khalid envió a sus arqueros para disparar una ráfaga de flechas a las almenas
de la cuidad.
Khalid sabía desde hace tiempo el sentimiento que, sin duda, se estaba extendiendo
a través de la cuidad de Amardha en este momento.
Todo lo que Parthia tenía era arrogancia. Arrogancia que khalid tenía intención de
utilizar en su beneficio.
Con el sol de mediodía a sus espaldas, sus arqueros dispararon hacia el cielo. Por
desgracia, los encargados en la cima de las paredes no podían ver bien, el sol brillaba
delante de sus ojos. No podían emitir las ordenes apropiadas a sus soldados para dis-
parar hacia abajo a los atacantes. Sus disparos fallaban, golpeando suciedad y arena
y rocas y escombros. Algún escudo ocasional. Pero nunca golpeando sus objetivos.
Entonces…
Las flechas disparadas estaban marcadas con el estandarte de las espadas gemelas.
El estandarte de al-Rashid.
Una advertencia: Khorasan no tendría piedad con aquellos que continuaran peleando.
Un cobarde inconcebible.
Una lluvia de flechas cayó enviada por los hombres del sultán. Flechas que continua-
ban fallando a su objetivo.
Sin embargo, Khalid sabía las palabras que se extenderían a través de las filas de sol-
dados de Amardha tras estos eventos. El sultán de Parthia observaba desde el interior
de su lujoso palacio como su cuidad era incendiada. Sin tomar represalias.
Esa tarde, Khalid ordeno a sus ballestas ir adelante. Diez ballestas gigantes armadas
con flechas de metal tachonado, capaces de disipar más de dos talentos de hierro.
Hierro pesado destinado a mantener en su sitio a una pared. Cada ballesta fue colo-
cada a una distancia específica a la pared circundante de la cuidad de Amardha. En
un punto con la intención de infligir un daño significativo.
Los soldados en las almenas comenzaron a huir, gritos de advertencia haciendo eco
en sus filas.
Khalid esperó para ver si Salim tomaría medidas. Cuando el sultán no hizo nada, como
khalid esperaba, estaba listo para entregar otro mensaje sin palabras.
Estructuras llenas de granos y otros productos alimenticios fueron el blanco. Khalid es-
peraba que albergaran a muy pocas personas, si no es que a ninguna. No quería ser
responsable de más muertes. La pérdida de cualquier vida en esta guerra le pesaba
profundamente. Khalid no quería derramar sangre inocente.
The Rose & the Dagger
Las ballestas fueron disparadas. Volaron en una resonante corriente de aire, estrellán-
dose en sus objetivos con estremecimientos ondulatorios.
Varios cuerpos cayeron de una torreta en colapso, uno empalado en una almena. El
pecho de Khalid se apretó. Muchos habían muerto innecesariamente. Por un momento
lucho por respirar. Luego Khalid se obligó a endurecerse.
Esperar a sentir cuando ya no queda nada. Esperar a sentir después de que has ga-
nado.
Él sabía que Salim Ali el-Sharif nunca pensó que Khalid fuera a atacar verdaderamen-
te a Amardha. Después de todo, Khalid nunca lo había hecho. No en todos estos años.
No después de innumerables provocaciones.
Necesitaba creer que Khalid arrazaria con la cuidad entera, sin retroceder.
A lo lejos, un mar de sementales Árabes rodeados por una nube brillante de arena se
dirigió hacia las puertas de Amardha. Los hombres que montaban los caballos esta-
ban encapuchados y enmascarados, empuñando anchas cimitarras y mankalahs de
piel gruesa en cada muñeca. Eran gente del desierto. Nacidos y criados bajo la luz
abrasadora del sol. Sin miedo y orgullosos. Conocidos por tomar pocos prisioneros.
Liderados por un chico con un halcón gris azulado y un anciano con una larga barba.
Se detuvieron a un cuarto de legua fuera de las puertas de la cuidad. Tariq Imran al-Zi-
yad levantó su cimitarra al cielo. El eco de un aullido recorrió a las masas. Los hombres
levantaron sus espadas al tiempo que el aullido alcanzaba un tono febril. La arena al-
rededor de los cascos de los sementales se elevó en una niebla oscura, mezclándose
con los destellos de acero sobre ellos.
Khalid podía sentir el miedo acumulado encima de la cuidad. Ya no era una chispa a
punto de convertirse en llama. Se había extendido como la pólvora, profundamente en
los callejones más oscuros de Amardha.
Porque justo como Artan había dicho ayer, guerras fueron ganadas incluso antes de
ser peleadas.
A medida que el sol bajó por el horizonte, la serpiente alada apareció, llevando un pa-
The Rose & the Dagger
quete debajo de sus alas. Artan a horcajadas sobre él, luciendo una sonrisa maliciosa
y una mirada oscura.
La serpiente alada gritó cuando se precipitó hacia las puertas de la cuidad. Los hom-
bres colocados a lo largo de la pared comenzaron a dispararle flechas frenéticamente.
Flechas que rebotaron en su armadura de escamas. En respuesta a las flechas, la
serpiente alada gritó aún más fuerte, y Khalid observó a los hombres llevando sus
manos hacia sus oídos, gritando el uno al otro con terror.
A continuación, la serpiente alada dejó caer su fardo sobre las puertas de la cuidad.
El líquido espeso salpicado sobre la pared gris, recubriéndola con una capa de fluido
viscoso.
Aceite.
Con un chasqueo de su lengua, Khalid apartó a Ardeshir de entre las sombras. Sus
insignias para la batalla incrustadas con oro y plata, su ‘rida ondeando detrás de él. Un
batallón completo de la Guardia Real marchaba a su espalda.
Khalid observo arder las puertas de Amardha sentado sobre su árabe negro. Obser-
vando la madera oscura brillar en tonos azules y blancos. Flamas que danzaban color
ocre y naranja.
Cuando Khalid escuchó los gritos y los sonidos del creciente pánico, bajo la mirada
hacia el mensajero que esperaba junto a él.
—Entrega la carta.
f
La luna colgaba alto en el cielo cuando el sultán de Parthia entró en el campamento de
Khalid. Desmontó delante de la tienda más grande en silencio, la rabia en su rostro tan
clara como el día. Detrás de él cabalgaban Jahandar al-Khayzuran y los dos generales
más altos del ejercito Parthiano.
Cuando Salim dio un paso hacia el dosel que llevaba dentro de la tienda, el Capitán de
The Rose & the Dagger
la Guardia Real lo detuvo. Le pidió que dejaran todas sus armas fuera.
Con una mueca desdeñosa, el sultán de Parthia arrojó su espada y la daga curva de
su cadera. Sus hombres hicieron lo mismo antes de ser autorizados a entrar en la
tienda del Califa de Khorasan.
Una vez que hicieron su camino hacia el interior, se encontraron con Khalid y sus
hombres esperando por ellos, sentados en una larga, larga mesa. Lámparas colgadas
de postes de hierro en cada extremo, y detrás de la mesa había una pantalla tallada,
dividiendo la tienda en dos.
—Siéntense —Khalid hizo un gesto hacia los cojines de seda delante de él.
Con desprecio apenas disimulado, Salim se sentó, sus generales a cada lado. Jahan-
dar al-Khayzuran se movió hacia una esquina de la mesa, bajo la atenta mirada de
Tariq.
—¿Hija? —Khalid hizo una pausa, su desdén demasiado evidente—. Debería al me-
nos tener la decencia de decir hijas.
En ese momento, la mandíbula de Salim se abrió por un breve instante. Luego su mi-
rada se estrechó con repentina cautela.
El silencio flotaba en el espacio como un espectro. Jalal apretó sus puños, su cuerpo
tenso, listo para lanzarse en cualquier momento.
—Bien —dijo Khalid—. Al menos hizo bien con ella en una cosa.
Aunque Jalal pronunció un juramento entre dientes, Khalid no reaccionó a sus pala-
bras. Tampoco se molestó en defenderse.
—Hace lo que siempre ha hecho, culpar a otros por sus transgresiones. Y haciéndolo,
obtiene la recompensa de siempre, nada.
Salim resopló.
—No he venido a ser sermoneado por un niño. Iremos al asunto, en tu carta, decías
que tienes a Yasmine.
Khalid asintió y luego de echó hacia atrás, colocando sus manos sobre la mesa. Es-
peró un momento.
—¿Trajiste a Shahrzad?
Otra pausa.
—De nuevo, es bueno saber que se preocupa por algo. Además de por usted.
—Cómo te atreves…
—Él se atreve, tío Salim —una voz resonó desde detrás de la pantalla tallada—. Él se
atreve muy a menudo.
En ese momento, los labios de Khalid se curvaron en una sonrisa oscura mientras
Shahrzad se deslizaba a la vista. Iba vestida en ropas simples. Una qamis color crema
y pantalón sirwal gris pálido. Su cabello ondulado caía sobre sus hombros, e iba sin
adornos, salvo por la daga enjoyada en su cadera.
—¿Le sorprende? —preguntó Shahrzad, sus ojos color avellana centelleantes—. Su-
pongo que habrá muchos soldados encargados de buscarme. ¿O tal vez no pensó
que encontraría la manera de salir de su ciudad? —Tomó asiento al lado de Khalid.
El sultán de Parthia logró disimular su sorpresa con una velocidad admirable. Intentó
sonreír a Shahrzad, pero su sonrisa carecía del odio de antes.
The Rose & the Dagger
—Sigo impresionándome con usted, Shahrzad al-Khayzuran. Pero es claro que tuvo
ayuda escapando. Tal vez me podría obsequiar la historia algún día, así podría estar
seguro de las fallas en mi seguridad.
—Oh, es una buena historia —sonrió Shahrzad—. Y tuve gran ayuda, pero si no le
importa, creo que dejaré que sus hijas le cuenten la historia.
La rosa
Traducido por Akasha San
Corregido por Cotota
Shahrzad observó con amarga satisfacción mientras Salim Ali el-Sharif era derrotado
por sus hijas. Primero una, luego la otra.
A pesar de que era poco para llenar el hueco en su pecho después de la muerte de
Rahim, Shahrzad sintió una sombra de satisfacción al ver a Salim caer ante las manos
de las mujeres. Especialmente ante las manos de aquellos que había estado tan dis-
puesto a dejar de lado o usar como peones.
Era tiempo de que Salim aprendiera que sus hijas eran mucho más que objetos para
usar y desechar a su antojo.
Pero la verdadera dificultad había llegado cuando Salim se había enfrentado con Yas-
mine.
Fue fácil para él mostrar indiferencia ante Despina. Lo había hecho durante la mayor
parte de su vida. ¿Pero Yasmine? Yasmine era la hija que Salim había amado. La hija
que había apreciado.
—¿Qué quieres que haga, Yasmine? —Preguntó Salim una vez que se dio cuenta de
la amplitud de su traición.
Los hermosos ojos de Yasmine se llenaron de lágrimas. Pero no lloró. Como Shahrzad
había sospechado hace mucho, había una innegable fuerza con ella, incluso en los
tiempos más difíciles
—Tenía que detener esto, padre. Detener esta pelea sin final. Estos disturbios sin fin.
—No —Yasmine sacudió la cabeza—. Lo hiciste por muchas razones, pero si alguna
vez te hubieras detenido a escuchar mis pensamientos, sabrías que no es esto lo que
quiero. No sabes lo que quiero.
The Rose & the Dagger
Los rasgos de Salim se endurecieron.
—Yo nunca…
—Lo hiciste —ella enderezó su espalda—, si no hubieras actuado como lo hiciste, tal
vez no habría tenido que apartar a aquellos que realmente me importaban. Tal vez
hubiera encontrado la felicidad que buscaba.
Shahrzard vio que lo ojos de Yasmine volaron hacia Khalid por menos de un instante.
No fue intencional. Shahrzad no lo resintió, lo entendía. Yasmine había sabido desde
el principio que las deplorables acciones de su padre habían sido un obstáculo para
su unión con Khalid.
—Tal vez, entonces no habrías tenido que recurrir a tales medios como base para
lograr tus objetivos.
—¿Ahora que estamos aquí, que será de nosotros, hija? Haciendo lo que hiciste, has
rebajado a nuestra familia. ¿Quieres que me rinda? ¿Quieres que lo perdamos todo
por tus infantiles esperanzas?
Ella no respondió.
—Usted puede hacer lo que quiera, Salim —respondió Khalid en su lugar—. Puede
darse la vuelta y alejarse de esta mesa ahora, si es lo que quiere —continuó—. Pero
las puertas de su ciudad arderán hasta caer. Y una vez que eso pase, no hay nada
que nos impida sitiar Amardha —Khalid se inclinó hacia delante—. Pero yo preferiría
que eso no pasara. Preferiría no matar a tanta gente por mi orgullo y su presunción.
—¿Qué hay de los otros involucrados? Muchos de tus abanderados han suministrado
armas y fondos a la causa. ¿Qué hay de ellos? —Su voz se hizo más fuerte—. ¿Qué
hay de Reza bin-Latief?
—No se equivoque: la traición de mi tío será juzgada. Como la de los otros aliados a él.
Hay mucho por discutir —intercambió una mirada de complicidad con Shahrzad. Una
mirada que ella estaba feliz de compartir. Feliz de entender. Finalmente.
—¿Qué es lo que quieres, Khalid Ibn al-Rashid? —Demandó Salim—. ¿Mi muerte?
The Rose & the Dagger
Khalid dejó que sus ojos se deleitaran en la imagen del sultán de Parthia estando a su
consideración.
—Debería matarle por todo lo que ha hecho. Por todo el dolor y la destrucción que ha
traído sobre los que más quiero.
—No tienes el coraje —a pesar de que Salim dijo las palabras en una réplica mordaz,
Shahrzad pudo detectar un rastro de miedo debajo de ellas.
—No hace falta coraje para matar. Hace falta coraje para vivir.
—Quiero que abdique al trono —replicó Khalid—. Le daré un hogar fuera de Rey don-
de residirá, con guardias que le vigilaran a todo momento. Guardias de mi elección.
Khalid miró hacia Shahrzad. Ella le devolvió la mirada, disfrutando de la forma en que
le dio permiso de divulgar el mejor secreto de todos. El arreglo al que habían llegado
la noche pasada. Juntos.
—Creo que Yasmine el-Sharif sería una excelente sultana de Parthia, mi rey.
f
Jahandar se sentó en la esquina de la mesa en la tienda del Califa y observó su mun-
do deshilacharse como una madeja de seda.
Había elegido mal. Había pensado que Reza bin-Latief sería quien le ayudara a en-
contrar un camino de regreso a las gracias del libro. De regreso al poder. De regreso
a la influencia.
No se había dado cuenta de la enemistad que existía entre Shahrzad y Salim Ali
el-Sharif. Había pensado tontamente que Shahrzad le ayudaría a ganar al sultán a
su causa. Después de todo, su hija estaba casada con el sobrino de sultán. Aunque
The Rose & the Dagger
Jahandar sabía que la intención del sultán era destronar al califa.
Salim le había asegurado que nada dañaría a Shahrzad. Fue por eso que Jahandar
había estado tan dispuesto con el plan de Reza para sacar a Shahrzad de Amardha.
Jahandar se había dado cuenta entonces que el niño rey, el califa de Khorasan, ya
había ganado la guerra. Había comprendido el poder que necesitaba para ganar. Ya
que el califa había tomado el control de todo lo que Jahandar más quería.
Irsa no estaba por ningún lado. Shahrzad no había mirado hacia él ni una sola vez.
Cuando todo el mundo se levantó de la mesa para irse, Jahandar se puso de pie tam-
bién. Observo a los guardias del califa escoltar al sultán y a sus generales fuera de la
tienda. Entonces todos los que permanecían en la tienda comenzaron a moverse, sin
tener en cuenta la presencia de Jahandar.
—N-no.
Su cara se tensó.
Shahrzad apartó su mirada. Pero no antes de que Jahandar viera la expresión de dolor
The Rose & the Dagger
en su rostro. El califa se acercó más. Considerando a Jahandar a través de ojos firmes,
penetrantes. La mirada lo hizo querer encogerse.
Jahandar lo resintió. Pensando que este niño era su rey, pero era todavía un niño.
Un niño que había tomado mucho de él. Había tomado todo de él.
—¿Cómo?
Jahandar juntó sus manos delante de él, la sangre subiendo por su cuello.
—¿Por qué?
Como todos continuarían haciendo. Debido a este niño. Este niño que no tenía dere-
cho de hacer tal cosa. Este niño que había tomado tanto de Jahandar.
Su hija. Su libro.
Su respeto.
La ira surgió de Jahandar en un torrente abrasador. Una caliente ola de rabia. Sin pen-
sar, alcanzó la daga de la cintura de Shahrzad. Inmediatamente el califa se interpuso
entre ellos para empujarla a un lado, pero Jahandar no estaba intentando herir a su
hija. Nunca a su hija.
El califa levantó su brazo para desviar el golpe. Gritos de alarma sonaron de los guar-
dias.
Ajeno a todo, Jahandar cortó hacia abajo con viciosa precisión. La hoja cortando a
través de la cara del califa mientras trataba de empujar a Jahandar lejos.
Khalid pensaba a menudo cómo se encontraría con su fin. A menudo había deseado
que le hubieran dado la opción de morir antes de que el padre de Ava. Morir en lugar
de imponer su maldición sobre su pueblo.
¿Pero esto?
Su asesino.
Pero Khalid no tenía tiempo para el odio. No tenía tiempo para castigar.
El dolor recorrió el pecho de Khalid. Un dolor sin fin. Él sabía que la herida era mortal.
Su visión brillaba, luego se aclaraba mientras que sangre caliente goteaba junto a él.
Oyó a Jalal golpear al padre de Shazi hacia el suelo y patear la daga de las manos de
Jahandar.
Desvaneciéndose.
—No —Shahrzad comenzó a gritar. Ella abrazó fuertemente su cada vez más débil
cuerpo tendido en el suelo delante de ella. Viendo la sangre fluir de su pecho.
Nadie más alrededor de ellos se movió. Las manos de la princesa de Parthia se es-
trechaban sobre su boca, sus ojos azules vacilantes con lágrimas. Su hermana menor
había enterrado la cara en su hombro para ahogar su llanto.
Sin embargo, nadie veía en dirección a Jahandar. Ni siquiera se pronunció una palabra
en su dirección. No su hija. Ni siquiera el shahrban. Ni una sola palabra de odio o ira
o venganza.
Y Jahandar no se sentía diferente. No se sentía mejor por haber hecho lo que había
hecho.
Pero ahora, ella estaba destrozada. Jahandar lo vio. Vio los ojos brillantes. Oyó sus
tristes gemidos, cada uno más fuerte que el anterior.
Jahandar no podía soportar la vista de su hija destrozada. Porque él nunca había pre-
tendido hacerle daño.
La sangre del Califa fluyó hacia él. Hacia las manos de Jahandar, acurrucado en el
suelo.
Y Jahandar entonces supo lo que tenía que hacer. Había memorizado todos los he-
chizos de su precioso libro. Cada línea de texto que había traducido estaba grabada
en su mente.
The Rose & the Dagger
¿Y este hechizo?
Con la sangre del califa en sus manos, Jahandar comenzó a murmurar el hechizo.
Dejó que su muñeca se convirtiera lentamente en un nudo.
Su visión comenzó a desdibujarse. En la punta de los dedos florecía una luz inestable.
Una ola de frialdad creció desde su centro, sólo para rodar por su espina dorsal. Su
vista se iluminó, luego se oscureció, como si una gota de tinta hubiera salpicado den-
tro de sus ojos, sólo para desvanecerse en la nada.
Porque aquí… aquí estaba el verdadero poder. El poder que Jahandar había querido
todo este tiempo.
El poder de amar.
f
Reza observaba el amanecer romper lentamente en el oeste. Un lento desenfoque
de una noche todavía llena de estrellas. Había sido un hombre de infinita paciencia
durante mucho tiempo. Tuvo paciencia para construir relaciones. Paciencia para forta-
lecer la confianza.
Reza esperó en el desierto, viendo las puertas de Amardha arder. Se alarmó al ver
que el ejército del sultán aún tenía que tomar represalias, pero sabía que vendría en
el tiempo. Y Reza se negó a mostrar los mercenarios a su alrededor que no tenía nada
más que la mayor fe en su causa.
Los hombres con una lealtad comprada y vendida no podían ser confiables en torno
a un centro interrogatorio. Porque las preguntas podrían ser vendidas en una subasta
al mejor postor.
The Rose & the Dagger
Cuando Reza vio el remolino de polvo levantarse de un jinete que se acercaba, se
sentó más alto de su montura. Los caballos de los hombres a su alrededor relincharon
mientras sus hombres se acercaban.
El mensajero Fida’i no dijo nada, mientras que frenaba a su caballo ante Reza. El ani-
mal brillaba por el sudor, los ojos del mensajero eran sombríos.
—El sultán se ha rendido ante el Califa —dijo el mensajero sin hacer una pausa para
recuperar el aliento.
—¿Cómo es eso posible? Una batalla que nunca se libró. ¿Has hablado con el sultán?
El mensajero no respondió. Él intercambió una breve mirada con los otros hombres
alrededor de Reza.
Incluso antes de que sintiera el primer golpe, Reza entendía lo que estaba pasando.
Reza cayó hacia adelante en su caballo. El semental se echó hacia atrás ante el se-
gundo golpe en el lado de Reza.
—Tengo un mensaje del hijo de Nasir al-Ziyad. Dice que la próxima vez que envíe un
mercenario para matar a alguien que ama, asegúrese de que ella no viva para con-
tarlo.
El niño corrió por las puertas dobles hacia los brazos de su padre.
—Creo que tu madre puede tener algo que decir sobre eso.
—¡No! —El pequeño niño negó con la cabeza—. No le puedes decir a Mamá. El tío
Artan me hizo prometerlo.
—Una vez más, tu madre puede tener algo que decir sobre eso.
El muchacho hizo un barrido de su habitación con sus grandes ojos de color ámbar
con motas.
—Por supuesto.
Con cautela, el muchacho llegó hasta colocar una mano sobre la cicatriz que estro-
peaba la cara de su padre.
—A veces.
—El tío Artan arregló mi rodilla el otro día después de que me caí. Quizás le puedas
preguntar si puede arreglarlo.
—Eso no es necesario.
—No me importa.
—¿Por qué?
—Porque me recuerda que todas las cosas tienen un costo. Que cada decisión que
tomamos tiene consecuencias.
El chico asintió lentamente, como si fuera muy sabio para sus cinco años.
—No me gusta que estés herido —sus pequeños dedos seguían presionados en la
mejilla de su padre, pastoreando del borde de la cicatriz muy suavemente.
—Del mismo modo que no me gustaría que tu estuvieras herido. De ahí la preocupa-
ción con respecto a la serpiente que vuela.
—¡Mamá, no le digas al tío Artan que te he dicho, pero él dijo una vez que aprenda mis
lecciones esta semana, me va a enseñar a volar!
—Lo olvidé.
Shahrzad rió.
—Tienes que aprender a mantener tus promesas, mi estrella. Porque un hombre que
no puede mantener sus promesas no es nada —ella echó hacia atrás su maraña de
ondulado pelo negro—. ¿Y qué es eso de que volar? —Shahrzad agarró una de las
rosas marchitas al lado de la cama de su hijo—. Si estás tan interesado en volar con
el tío Artan, entonces tal vez no debería contarte la historia que tenía la intención de
empezar esta noche. Sólo te podría alentar —con un giro de su mano, Shahrzad trajo
la flor de vuelta a la vida.
—Lo sé. Pero confío en ella porque es mi mejor amiga —ensanchó la sonrisa de Ha-
roun—. No te preocupes, mamá. No voy a volar… todavía.
Con una amplia sonrisa propia, Shahrzad se instaló junto a los más bellos de su exis-
tencia. Su marido y su hijo. El pequeño niño tendido junto a ella era un pequeño reflejo
de Khalid, salvo por tener la nariz y sus olas salvajes de cabello.
Una de las marcas de la noche en que su padre había dado su vida por su amor. Una
en el rostro. Una en su corazón. Estas marcas que la hicieron estar agradecida, cada
día, de estar viva. Para compartir esta vida con sus seres queridos.
Todo lo que Shahrzad quería estaba delante de ella. Todo lo que Shahrzad necesitaba
estaba en su interior.
—¿Todo fue bien con Irsa? —preguntó Khalid mientras que Shahrzad se apoyaba en
un cojín.
—Sí —respondió Shahrzad, levantando la rosa para oler su aroma—. Ella está todavía
ocupada en el solarium estudiando hierbas medicinales junto a Artan. Pero ella podría
acompañar a Tariq en su próxima visita a Amardha.
—¿Aun tratando de formar una pareja? Tanto tú como Irsa son peores que los chismes
en las esquinas de las calles del zoco. Siempre tramando algo —una cálida luz brillaba
en sus ojos.
—¡No estoy haciendo nada! —Shahrzad levantó las manos—. Tariq viaja a Amardha
por su propia voluntad. Si se las arregla para pasar una cantidad excesiva de tiempo
con Yasmine mientras lo hace, entonces…
—En efecto.
—¿Mamá? —Haroun se aclaró la garganta, mirando entre sus padres—. ¿La historia?
—Ah, sí. ¡Por supuesto! —Ella lo atrajo hacia sí—. Desde que mi effendi más aprecia-
do está tan enamorado de la idea de volar, pensé que iba a comenzar este cuento en
un lugar no muy lejos de aquí. Nuestro héroe comienza su viaje en una noche oscura,
en la que se desliza desde la ventana de su dormitorio hacia un jardín, con nada más
que una pequeña alfombra bajo el brazo. Una fea alfombra manchada con un medallón
en el centro y quemado a lo largo de sus lados.
—Sí. Una alfombra —los ojos de Shahrzad brillaban—. ¡Pero esta no es una alfombra
ordinaria! Es una alfombra que puede llevar a nuestro héroe donde quiera ir. A cual-
quier momento y a cualquier lugar. Su imaginación es el único que los une. En caso
de que quisiera ver a las criaturas mágicas que nadan en un mar azul a mil leguas
de distancia, él puede, si así lo desea. Si desea a que sabe la nieve en la parte supe-
rior de los picos de los árboles más altos cuando se mezcla con la mejor miel en los
mercados de Damasco, no tiene más que preguntar. Por desgracia, estas no son sus
preocupaciones principales. Para él tiene más que un sueño y un sueño solamente.
Shahrzad hizo una pausa, mirando al chico a su lado. Luego levantó la mirada hacia el
hombre a través de los cojines de seda.
Su corazón era tan ilimitado como el océano. Tan vasto como el cielo.
—¡Sí!
Como siempre, no podría hacer de este sueño una realidad sin el incansable apoyo
de mi brillante agente, Barbara Poelle. B, solo Cookie podría comenzar a compararse.
Además- buena suerte, estúpida.
A mi editora, Stacey Barney: gracias por siempre, siempre desafiarme y nunca permi-
tirme conformarme con nada menos que la excelencia. Trabajar contigo es uno de los
mayores regalos que esta increíble carrera me ha otorgado. Gracias por amar estos
libros y estos personajes tanto como yo - desde el principio hasta el final.
A todas las fantásticas personas en Penguin: no hay palabras para expresar lo mucho
que su apoyo y entusiasmo significan para mí. Un agradecimiento especial a la indo-
mable Kate Meltzer y mi maravillosa publicista Marisa Russell-gracias por no rehuir
de mis interminables preguntas y por siempre cuidar mi espalda. También un enorme
agradecimiento a Carmela Iaria, Alexis Watts, Doni Kay, Anna Jarzab, Chandra Wohle-
ber, Teresa Evangelista, Marikka Tamura, Jen Besser, Catherine Hayden, Lisa Kelly,
Lindsay Boggs, Sheila Hennessey, Shanta Newlin, Mia García, Erin Berger, Amanda
Mustafic, Colleen Conway, Judy Parques Samuels, Tara Shanahan, y Bri Lockhart.
A los Bat Cavers 2015: aquí están por las muchas, muchas críticas compartidas y las
aún más compartidas risas en nuestro futuro cercano. Gracias a Alan y Wendy Gratz
por hacer posible esta magia.
A mis hermanas escritoras- Joy Callaway, JJ, Traci Chee, Sarah Lemon, Ricki Schultz,
y Sarah Henning- gracias por estar ahí en cada paso del camino.
A Marie Lu: no hay suficientes gracias en el mundo. Estoy muy agradecida de poder
llamarte mi amiga. Habrá muchas más tazas de té en nuestro futuro cercano, y las
estoy esperando todas.
A Beth Revis y Lauren DeStefano: nunca, nunca dejen de ser las almas maravillosas
que ambas son. Es algo glorioso de presenciar, y estoy más allá de agradecida por te-
nerlas en mi vida. Lauren, ya no quedan más emojis. Los hemos usado todos. También
Eva dice hola. Revis, ese delineado está en su punto.
A Carrie Ryan: muchas gracias por cada almuerzo, cada texto, cada risa, cada lágrima.
No sé quién fue el primero en decirlo, pero cuando encuentres a alguien que odia las
mismas cosas que tú, aférrate a ellos; por lo tanto, me aferraré a ti. Siempre.
A Marie Rutkoski: por la hermosa crítica de Rose, por el consejo, por los mensajes de
correo electrónico, por todo. Pero más que nada por ser como eres, maravillosa.
A todos los amigos increíbles que hice en mi año debut- a Sona Charaipotra, a Dho-
nielle Clayton, Victoria Aveyard, a Adán Silvera, a David Arnold, a Becky Albertalli, a
Valerie Tejeda, a Nicki Yoon, a Melissa gris, a Virginia Boecker -fue todo un honor pa-
sar por ese torbellino con ustedes.
A Brendan Reichs porque lo prometí. Y también porque él puede llevar un traje man-
darina como ningún otro.
A Sabaa Tahir: Eres mi roca, y no tengo ni idea de cómo habría escrito este libro sin ti.
Ninguna. Doy las gracias a todos los siete por unirnos.
A Heather Baror-Shapiro y todo el equipo de IGLA: cada vez que veo una cubierta
internacional tengo que pellizcarme. Gracias, una y mil veces.
A Elaine: por entenderme como nadie más lo hace. También por aguantarme. Gracias,
gracias, gracias. Hasta el infinito.
A Erica: ser tu hermana es una de las mejores cosas de ser yo. También hay un aguje-
ro en tus jeans. Probablemente deberías revisarlo. A mis hermanos, Ian y Chris- estoy
segura de que ambos van a leer este libro. Hay personajes en él inspirados en cada
uno de ustedes. Mwahahaha. A Izzy: gracias por ser tan impresionante y de gran apo-
yo. A mi padre: gracias por inculcar en mí el amor a la palabra escrita. A mi umma- gra-
cias por decirle a la gente en la línea del supermercado que comprara mi libro. Nunca,
nunca dejes de hacer eso. También gracias por estar tan orgullosa. A Mama Joon y
Baba Joon: espero que cuando lean este libro sientan lo que siento cuando estoy cer-
ca de ustedes- un profundo y permanente amor. A Omid, Julie, Navid, Jinda, Evelyn,
Isabelle, Andrew, Lily, y Ella: gracias por el valioso regalo que es nuestra familia.
Y a Vic-