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CUENTOS

Calixto García.

Centinela.

Noche árabe.

El muerto.

Sinfonía lunar.

Diarios de París.

La casa en el aire.

Escrito en piedra.

Mujer triste.

Endless nights.

The fun theory.


Calixto García.

Ruidos del pasado llaman, suenan.

Recuerdos de una vida invivida. Del ayer de otros.

La estética y las imágenes simples de los 90’s que hoy no existen.

Hoy ya nada cristaliza. Ya nada se desvanece en el aire. Tal vez por eso tanto soltero y tanto
ladrón.

Ya no hay condena, amar ni perdón.

Promesas de oportunidades.

Ni presente ni verdades

Solo el tiempo. Siempre el tiempo.

Ahora ya no cristaliza.

Las fotos ya no se revelan ni se ni se velan.

Solo se guardan.

Ya nadie se acuerda.

El amor no ha sido, es el siguiente.

Después del primero, después del divorcio.

Después después y mueres ahora.

Muerto ya, el observador busca sus archivos legibles.

Nada.

Las canciones de hace 20 años resuenan.

Un sentimiento de reversa a los tiempos que corren.

Ya no son días para vivir.


Buscando a Calixto García.

Difiero. Lo importante es el viaje, el camino, no la tarea.

De acuerdo, no hay que repetir la orden.

Lo importante de la obediencia no es la obediencia per se, es la lección. ¿Por qué seguir la orden
irracional? ¿Muy orden irracional? Sacrificar al primogénito tenía la finalidad del viaje a la
comunión. A encontrarse con Dios es la piedra.

Ahora, la historia no será muy distinta a otras que se han leído, contado y dicho. No hay nada
nuevo debajo del sol, la voluntad ya trazó las letras de cada Rowan, de Marlow y de Willard; y de
miles (solo miles, en este mundo no hay millones de condenados a estas empresas) de
espectadores y mensajeros conscientes, sin otro propósito que ver el horror y llevar estas cartas.
Mensajes que a la vez son su escape a un ocio maldito.

Rowen recibe la carta con ansia, carta con tiquete e incertidumbre, más que una tediosa
obligación era la suerte de su predestinación, esperar este tipo de misiones era un anhelo diario,
de mantener su mente ocupada y fuera de la rutinaria oficina administrativa del comando. Sobre
todo el hecho de dejar de ver, así fuera por un corto periodo, al soldado fútil. Le desesperaba verlo
cada día patrullar la plaza presidencial vacía. Su mérito el cuidado de escalonar precisamente sus
pasos, coordinados como al son de un metrónomo, debería ser la batuta de la banda de guerra, no
el soldado fútil, que luego de patrullar haciendo triángulos y cuadrados se queda de pie, con un
fusil sin munición, fusil fútil, delante de una estatua de espaldas que bien podría hacer su labor,
porque de resto hay cámaras para filmar a nadie porque nadie entra al patio presidencial, ni
siquiera el presidente.

Qué clase de castigo, tortura, trabajo es ese. Qué pensará en sus 6 horas de pie. Bajo un sol
picante. ¿Mirará la bandera? ¿Se percatará del movimiento del sol durante el año? Yo lo noto
porque lo veo salir cada mes de un lado distinto de la montaña. ¿Qué puede hacer y qué pensará?
¿Mejor que ir a cuba? ¿Con el riesgo de morir y ser estatua? Mejor ser la estatua viva a la espalda
del busto del prócer muerto.

Recordó así Rowan a su compañero el soldado fútil mientras iba en su avión, llevando su carta a
Calixto García. La avioneta acuatizo cerca de las coloradas, con el rumor que Calixto se encontraba
en Sierra Maestra.

Tuvo que dejar su camuflado americano en USA, llevaba camisa blanca, botas y cargo tormenta del
desierto. Con barba para pasar desapercibido. Aprendió español de su nana, sin embargo sabía
que un gringo jamás pronunciará el español, como los franceses el inglés. Era un hombre
silencioso y hablaba en el código de los hombres, cabeceos y señales, para saludar, pedir trago y
señalar el baño. No requería más mientras lo encontraban sus informantes en el balneario en
donde se quedó por 3 noches, en distinto cuarto cada vez.

La tercera noche lo atrapó una gitana con sus ojos e historias del no tiempo en la barra del bar, vio
entonces que unos sujetos subieron por la escalera a su cuarto, el único alquilado en ese rincón
rodeó la piscina so la excusa de llevar a bailar a la gitana. Despropósito cuando esas gentes sólo
entienden a la caja y sus aplausos. Vio que entraron a su cuarto, detrás iban dos.
Americanos con la misma dirección, entraron al cuarto abierto y en una rápida balacera quedaron
todos muertos. La música paró por 10 segundos y siguió. La sangre y el ron son muy calientes aquí,
le dijo la gitana quién de inmediato le dejó un moretón en el cuello.

- Necesito encontrar a Calixto.-

La gitana abrió sus ojos como si hubiera escuchado el nombre del diablo. Intentó zafarse pero
Rowan la sujetó y le paso el frío de su pistola en las costillas, al parecer un frío que ya conocía.
Algo le dijo en su dialecto. Y entendió Pico Turquino y Cienfuegos de la guita a la media noche. Le
sopló en la cara y cuando abrió los ojos no la vio más.

Llegó la guardia local a atender la matanza. Debía subir por su mochila y la carta a García seguían
en la habitación. La recepcionista lo delató como el hospedado, con sus señas subió junto con los
gendarmes, no sin antes llevarse una botella de ron del mostrador.

Eran 3 de la guardia. Entraron, uno de los cubanos seguía vivo con la resignación de la muerte
recostado contra la pared y una herida mortal en la arteria femoral. Uno de la guardia me quitó la
botella y le dio al moribundo.

- Nunca lo va a encontrar señor, nunca se lo van a llevar.

Calixto murió – dijo (mirándome, mirando a Rowan); levantó su arma, sin pensar desenfundé la
mía y lo terminé. Su arma estaba sin balas, fue un suicidio asistido.

¿Qué pasa aquí? Preguntó el comando del grupo, bebió, los otros bebieron y me dieron la botella,
sin mayor reparos a mi arma desenfundada.

- A ver cálmese, guarde el arma y cuente por qué lo buscaban estos hombres, y los americanos.

- Alargó el conversatorio contando una historia alterna.

Esperando que los guardias se emborracharan lo suficiente. Para ello tuvo que retenerlos con los
mismos ademanes de macho, tomando del pico de la botella sin tomar. Logró que dos cayeran.
Quedó el comandante. Se agachó a recoger su bolso al lado de un cuerpo, medio cráneo reposaba
encima de la maleta. Movió todo con cuidado de no untar su camiseta de sangre.

Sentado le dijo – espere -. Yo sé a donde va, - lo dijo con el arma en la mano apoyada en la pierna,
sentado. Usted busca a alguien que ya murió, aquí la jungla se come a los hombres, atrapa su
mente y los tiene viviendo como los árboles, no le voy a decir que no vaya, porque seguramente
no va a volver. Por la sangre de los hombres que aquí yacen solo le digo que a nadie puede matar
en la tierra, al monte no le gusta la muerte y por eso todos los muertos bajan por el río de la sierra
al mar -.

Lo prometo le dijo Rowan estrechando su mano, con convicción pero sin mucha fe que no recurría
a su pistola.

Eran las 11:50 y salió corriendo sin preguntar dónde sería la “garta". Tomo por la única vía que
daba al balneario, algo le movió en el corazón a seguir una trocha que parecía calle cerrada. El
caminante conoce el camino cuando lo recorre, el sentimiento de lo correcto lo llevo a una caseta
llamada la “garita”, esperaba un Jeep, gritó – Pinta Turquino Cienfuegos –
Lo alumbró una linterna amarillenta y moribunda.

- El gringo! – dijo.

Lo agarraron de los tirantes de la mochila y lo subieron al Jeep.

Llevan una cabra, una modelo, el cotero que lo alumbró y un conductor que sólo lo miraba por el
retrovisor.

Tomó unas 3 horas subir la sierra por camino destapado, de vez en cuando la chiva se reía y la
modelo criticaba las morbosidades del cotero mientras fumó todo el camino.

A mitad del trayecto se encontraron un río. Bajaron del carro para que pasara sobre el lodo sin
trancarse, el agua llegaba hasta la cintura, Rowan se cargó a la modelo en hombros. Cuidando que
su camisa no se mojara ni se manchara, a través de río bajó una bruma por el meandro y la luna
apareció en el cielo, con ella miles de bombillas se iluminaron, en el agua y en medio del espesor
de la selva ahora negra camuflada de tinieblas.

- Son leones y cocodrilos, toca ir calmados –

Cómo leones, dijo Rowan.

- Hace un tiempo se volaron del zoológico y se llenó la jungla de leones, no comen hombres,
olvidan la subida de la sierra, dicen. Sólo mataron a un hombre que buscaba al general Calixto,
como sabiendo y protegiendo, no se lo comieron.

Llegaron casi a la cima, la luna ya se había escondido.

- Aquí nos quedamos hasta el amanecer. Son 15 minutos pero la noche está espesa y no se ve el
abismo, ni a pie.

Durmieron recostados en la ladera, al abrigo el trópico que ya había secado sus ropas pero al
tiempo humedecía el viento para respirarlo.

Rowan soñó con un león viéndolo de frente, vio pasar y llamar un águila. El león salto y la devoró
mientras lo miraba. Se ponía la mano en el corazón y encontraba la carta en el pecho.

La modelo le tomó del pecho y lo despertó. – es hora –

Se asomaba el Pico Turquino de la montaña.

Llegaron a una cascada cristalina, la modelo se quitó la ropa y se sumergió, el cotero seguía con
insinuaciones que Rowen no consentía. Se quitó la camisa y la guardó junto con la carta en una
bolsa plástica dentro de la maleta y se metió a la lagunilla. Sintió el fresco del norte y un olor que
le recordaba el invierno de Winsconsin, la brisa de Yosemite justo cuando llega el otoño. Respiró
por un segundo la paz fría fuera de esta tierra ebria, dulce y sangrienta.

Las duchas limpias terminaron de lavar los sesos de su maleta y el rubor de la modelo, no el mugre
del cuello del cotero. Llegada a la plataforma de la cima decenas de miradas, como los cocodrilos
los miraban.
Indígenas, parecían, otros vestidos de militar pero con los mismos rasgos mongoloides y piel de
bronce. Hacían labores mientras guardaban el camino. Apilaban cuchillos, exprimían manioca,
limpiaban cestos y ropa, siempre mirando.

Los recogió un perro negro sin pelo. Ante la insistencia siguieron al perro hasta una gran choza.

La modelo se perdió entre las mujeres de esa aldea de paja blanca. Al horizonte se veía el
Atlántico, con el cotero se quedó coqueteando con una indígena. El conductor se quedó en el
Jeep.

Un azul que se funda con el cielo, el infinito interrumpido por esa choza, por esa aldea, por esa
isla. Presente la nada a una misión de hombres sensibles, vulnerables al fuego y llenos de vida roja.
Inacabable el blanco y el océano. Recordó Rowen ponerse su camisa aún límpida.

Vamos sentémonos frente al mar

Bajaron unos metros detrás de la peña, de este lado la ladera era blanca, marmolada, calcárea.

You see it captain? White ,whites, only whites.

Toda esta gente reunida por el tiempo y la pereza, aquí la paciencia te vuelve es blanca, lo blanco
los gobierna.

Let me real my news

- Rowan le entregó la carta. La García la tiró al viento sin leerla, con la suerte de brisa se
abrió y las hojas quedaron contra la peña, el agua eventualmente borró las letras de la misión o
del secreto que tenían.

Duraron en silencio unos 40 minutos, no más que el susurro del mar, estrellando sus gritos de
libertad en la costa, erosionando la costa y el pensamiento.

Rowan se fijó y Calixto ya había dejado una huella en el tronco seco en que se sentaba. ¿Se la
pasaba allí sentado en silencio desde hace 5 años? ¿Qué puede saber que sea tan necesario para
el gobierno?

¿Cuánto duran los secretos?

- ¿Cómo se llama capitán?

- Rowan Sr!

Devolverse sin razón, Calixto García se perdió en el mar.

- No me dejarán volver sin razón.

- Aquí lo importante no es una razón ni las vidas de las gentes en su camino. La razón es que
no hay razón. El acantilado blanco no de razones ojalá haya traído cigarrillos más que cartas.

Sí – Acá traigo en mi maleta algunos Luckies .


- Nice. Ashes

Rowan, lo importante no es obedecer es entender la orden, una vez comprenda ya no es necesario


hacerla.

El camino es lo que hace al hombre. Baje por esta ladera, en 3 horas llegará a la bahía. Allí seguro
encontrará un teléfono para que lo recojan.

Calixto tomó una vasija hecha de coco seco y le echo agua por la coronilla, y luego se perdió en el
camino arriba.

- Rowen logró bajar y llamar. Efectivamente a su regreso la guerra se había resuelto sin él.

Su informe quedó archivado en los anaqueles de la “compañía”.

No volvió a asumir misiones por el estilo. Buscó una casa en el mar y escribió un libro sin final
llamado: buscando al sargento García.

Lo importante es el viaje y encontrarte, encontrarse. La nada.


Centinela

Inquieto, como un gato. Perro pequeño, el ojo de un águila. Sentado con tufillo de ron. Callado al
principio. Examinando en CAMO. Los extranjeros no, yo soy con los de mi país. Venga, ven, yo, te
sirvo hasta cuando quieras. Los gringos se ponen locos, fumaaados. Pierden el control, tú te ves
bien. Afirmó con gestos, sellando con el puño el pacto.

Fue la primera noche de mi viaje Caribe en el hostal. La regla no permitía que se vendiera cerveza
después de las 23h, había arribado a las 22:30h. Pedí mi cerveza sin transgredir la regla. Después
de 4 horas en un calor húmedo que me empañaba las gafas esperando un bus, luego con aire
acondicionado que enmantecaba el propio sudor, la cerveza era más que necesaria.
Tomándola, escuché entonces a Amílcar, el centinela.

Nervioso y tranquilo, se sentó a contarme su historia, medio desafiando aún más la regla que ya
había ofrecido romper. La cautela del centinela. Seguramente era de eso relatos que ya casi se
recitan de memoria, by heart dirían los gringos, pero yo lo sentí como único. Espontáneo.

“Yo trabajé en la reserva, pero antes de eso fui soldado, 3 como bachiller, 7 de profesional. Los
derechos humanos estuvieron encima, señalaba con la mano la nuca. Ahí pedí la baja, salimos
luego limpios de eso. Una persona que decía que era inocente demandó a la CPI”.

Estuvo en misiones importantes, bajas de cabecillas renombrados. Nos llevaban a todo el país.
Manejaba la artillería pesada. .50 y 5.56 en una M60. Paradójicamente flaco para manejar ese tipo
de maquinaría. Al relato alzó las manos a su pecho con fuerza y suavidad hacía la ilustración del
pateo de la M60. <tuf tuf tuf> meneaba como grados exactos hacia los lados, de izquierda a
derecha. Precisión de un mulero. Capacidad de una expresión efectiva y a la vez ambigua, algo
muy propio del Caribe, pero en este personaje era aún más afinada. Daba todo por entendido y en
un lenguaje corporal y cultural también, la violencia ha dejado en todos nosotros suposiciones
obvias sobre el dolor que no es obvio, de la masacre y de la muerte todos los días a la hora de
almorzar, en la televisión, en los primos que mataron, en el amigo del amigo que desapareció. En
mi caso especial nunca he tenido una experiencia de muerte, ni a mis abuelos los vi, estuve de
viaje en la muerte de dos y a uno no conocí. Sin embargo, estas tierras están más cerca de estas
historias, más primos, más hermanos, madres. Vínculos directos, más cercanos, siempre
presentes. Heridas abiertas del Caribe.

Dando por sentado cuando nada es comprendido parte la descripción no tan precisa de los
hechos. Sentí entonces preguntarle directamente si había dado de baja. – Con un gesto de
vergüenza pero al mismo tiempo de cierto orgullo irreverenciado con la pregunta, contestó:

“un superior, un cabo que ahora es coronel… me dijo un día levántese, (asumo la escena en la
trinchera) dispare a las 9, las 9 son como en el reloj (explicando lo obvio) a la izquierda. Me paré
con la M60, pin pin pin pin pin pin, y me agaché otra vez. Ese día hubo una baja de ellos, la gente
me aplaudió. Uno luego del combate pregunta bueno y quién disparó p’allá. –Amílcar! Amílcar les
pegaste! – yo les pegué pero yo no he matado a nadie. Tenía los huecos de la M60, pero usted
sabe, la gente dice, pero yo no lo maté, sólo le pegué.

¿le pegaron a usted?

Con una sonrisa y esa mirada carismática hacia mí y al mismo atenta alrededor, se levantó la
camisa y me mostró cicatrices invisibles a esa luz de hostal cerrado. “Esta solo me pasó rozando,
esta sí me entró, me la sacaron por acá. Señalaba el empellón izquierdo. Me atendieron de una,
me sacaron del combate y en el helicóptero como 2 horas. No puede tener miedo, usted no piensa
en ese momento usted… actuaba mirando atento, como cuando miraba a la calle para ver si
llegaba un huésped para abrirle. Pero en su interpretación escrutaba el horizonte con su M60
invisible en el pecho.

Uno no piensa en la muerte, si tiene que avanzar, avanza, nunca imagina si va a pasar algo.

Llegaron unos extranjeros, les abrió

Una vez a mí no me tocaba de centinela, así que armé mi cambuche, mi tienda, el superior colgó
una hamaca, al otro día descubrimos que debajo de la hamaca había una mina, a la entrada de mi
tienda, diagonal estaba el nailon rojo para detonarla, ninguno la vio. Si hay un Dios, existe. Si usted
cree en Dios existe. Ahí mismo nos ayudaron y la desarmamos era un pote de leche klim.

Uno ve muchas cosas en la jungla, cosas que dicen que no existen, jabalíes, brujas, siente los
pasos, usted apunta pendiente. Y pum, jabalíes.

Luego conocí al amigo, más bien lancero de la compañía, en otro contexto, de guía de ruta de
montaña y bajada de río. Me contó la misma historia, vista desde el ayudante de la ametralladora
.50 que manejaba Amílcar, no le hablé de Amílcar, son casualidades o a veces, espejos que no
revelan reflejos. De alguna manera todos los amores se cruzan.

Éste no estaría tan orgulloso de las fuerzas militares. Concordaban que “los derechos humanos
están contra el ejército” y son permisivos con la guerrilla.

De los disparos o balazos también hablaba de pegar. Nunca me pegaron gracias a Dios.

Me tocó dos ambientes, uno no duerme, no come bien, hay que dejar la comida y tirarte al piso si
no te pegan; lo decía mientras tomábamos sopa de pescado al frente del mar.

En el río insistía, no puedes dormir bien, no sabes si te van a dar dormido.

Pensé entonces en la paradoja que puede ser el miedo a dormir y no despertar, que seguramente
será el miedo de los octogenarios, y de la milicia.

Trataba de olvidar mientras Amílcar se jactaba de su historia secreta. “De donde vengo me
respetan mis primos varios siguieron en el ejército, me obedecen como su superior. Les digo
vamos a tomar, llegamos a un lugar, en las motos, todos tenemos moto y ya voy viendo si están
borrachos y ahí digo, nos vamos y nos vamos. Lo dice con una petulante gracia y cerrando con una
sonrisa humilde. De inmediato verifica el perímetro con su reflejo de centinela.
El reflejo del otro es mirar mujeres, y contar historias de mujeres extranjeras, que no puede tener
mientras que quiere dejar la suegra. El servicio militar se me tiró la vida debí seguir estudiando.
Luego confesó que salió de la universidad porque se gastó la matrícula con una novia tomando
ron, para castigarse se metió en el ejército.

El ron es muy caliente, daña el hígado.

Llevo un mes sin tomar, me dijo un personaje de ojos rojos y casi que iris blanco sin estar ciego. De
unos 1.45cm, sin ser enano, muy bajo. No fue militar, pero si fue guía turístico, no le pregunté si
había sido militar, le tomaba foto a su bicicleta y pensó que le tomaba foto tomando ron. ¿Para
qué la foto? Somos amigos, me extendió el puño. Llevo un mes sin tomar, ¿para qué es la foto?
Uno no busca problemas, vengo, a veces, me compro una gorra, media de ron. Sentía algo en la
cabeza. Mi abuela decía que la gente que quiere ahogarse va al mar y se le quita. El mar está vivo.

¿Quiere un sorbo de ron?

– No, gracias.

Usted es mi amigo, extendió el puño y siguió hablándome despidiéndose con sus puños al aire
pero agarrándome con la mano y la conversación. No quería que pensara que era un borracho y
venían nuevos argumentos por cada ola. No me soltó hasta que lo convencí que no era funcionario
del estado, que le quitaría las ayudas.

Lo soy pero no trabajo para ellos. No olvidaré lo del mar está vivo. Hay algo en estas gentes.

Una maldición de imposibilidad, las oportunidades son disfraces de anzuelos. Trampas de agonía o
aburrimiento.

¿Para salir del país se necesita solo pasaporte? Me preguntaron todos. Como si no tuviesen el
derecho a ser, solo a morir a ver pasar los días y la vida, en una guerra que no es de nadie o
atendiendo turistas que van y vienen. Miles de historias que no importan, y las de ellos importa
menos.

La imposibilidad es sobre todo el acceso a dinero o mujeres, el empleo nunca falta, pero el soltero
es bendito.

¿Viaja solo? ¡Mejor!


Noche Árabe

Se fue el tren. Fue la media noche de una ciudad vieja, más vieja de lo que cree, más pequeña de
lo que pretende ser en grandeza. La más oscura de las luces. Y allí quedé estancado en el último
vaho del halito azufroso de los túneles de la ciudad de los topos. ¿Qué hacer? Hay plata para hotel,
pero no lo merecen. Hay tal vez energía para pasar la noche. Tal vez una noche fría. Podría
arriesgarme a tomar las calles vacías y encontrar algún cafetín tranquilo y no tan caro. En donde
charlen al menos hasta las 3am. Tal vez haya alguien que escuche pensé. Saldré, pensé, y lo hice.
Salí y caminé. Todo estaba cerrado, luego de las 9 ésta ciudad cosmopolita muere. Salvo algunas
esquinas y recovecos. El sueño bohemio no existe, todos los intelectuales madrugan y dependen
de ese último tren. Al menos lo que yo he visto porque no sé nada. A veces me cuesta hablar y
cuando no me callan. Es más fácil escuchar y ver de todos modos. Avisto un local árabe, risas y
rostros trigueños; barbas medio crecidas medio dejadas. Cejas bold. Humo blanco. Siempre quise
probar narguile, y tal vez me antojara de un buen shawarma. Me senté. Bonsoir. Ya a esas horas
nadie más habla francés. Eres español, me preguntó el mozo en español árabe. Soy Valencia pero
no de España, respondí. Le quedó la duda, asintió. Cual adivino acomodó la pipa y me pasó una
carta de tabacos y de comida. Un poco caro pensé. Pero es el precio de la cordialidad y del
servicio, tan raro y tan caro por éstos lares. Habré pedido algo de miel y manzana, de sabor no
tenía nada. Si mucho humo. Y un shawarma. Comí y luego fumé sin la nauseabunda resaca del
cigarro y el cigarrillo. Un humo de magia, abundante dentro del cual uno se pierde y se esfuma un
poco. Alcanzaba a escuchar algunas historias de desiertos, lo que podía medio discernir de su
francés extraño que cuando se emocionaban se convertía en la clásica onomatopeya del barbar.
Seguro no se jactaban de la biblioteca de Alejandría, ni de su influencia cultural sobre el
mediterráneo, ni hablaron del Quijote. Hablaban de desiertos, de cómo aguantaban calor mientras
se dejaban la barba, de cómo habrían negociado con algún jeque importante. De cómo habrían
atravesado las dunas en arriesgadas caravanas menores, evadiendo a los asaltantes o negociando
con ellos con historias y trueques inesperados, causalidades insospechadas que vencen el sentido
común del robo. Siempre el diálogo en cuestión de función y no de forma. De pronto un joven
levanta su mano hacia el centro de la conversación, haciendo su espacio, comenzó una breve
introducción desafiando la credibilidad de un joven. Pedía confianza y atención. Al menos eso
entendí. Éste reporte está de seguro tergiversado, desdibujado y redibujado; sin embargo no lo
hace menos interesante. Empezó a contar una historia que juraba era verídica. Lo que no sé es si
contaba sobre un sueño o algo que fue, o ambas. Contó lo que para mí era un sueño, una visión de
los desiertos de noche.

Era de noche. El cielo en azul profundo. Las dunas eran montañas blancas. Todo de colores no
vistos. Gamas violáceas y argentadas jugaban con las sombras. Incluso los granos se hacían
sombras y se movían, movían las montañas. De repente una duna se deslizó más que las otras,
creando una hondonada y de la hondonada un valle. Al valle el viento pegó y cual brocha de
arqueólogo comenzó a hacer emerger, descubrir; lo que parecía eran palmas. Grandes hojas de
palma eran desempolvadas, como si el tronco se meciese a voluntad ayudándole a la corriente. De
pronto en el centro de la hondonada se aclaró una piedra. Una gran piedra cóncava. Blanca al
resplandor de la luna llena, acebrada por vetas de lo que parecía algún cuarzo. La arena se escurrió
por completo por debajo de la piedra. Era un gran sifón. Por un momento el joven pensó que se
trataba de un sueño y que en el sueño estaba dentro de un reloj de arena y que pasaría al otro
lado del devenir. Pero allí se detuvo el deslizamiento. Se miró las manos y se dio cuenta que no era
un sueño. Miró a las caras constantes de sus compañeros de caravana. No estaba soñando. Volteó
y volvió a mirar y el valle y la roca seguían allí. La noche seguía. No soñaba. Y así como se fue la
arena subió el agua. Agua cristalina brotó de la piedra. Oasis dijo uno, otro dijo, no; los oasis no
existen. Debe tratarse de otra cosa -¿Qué puede ser que no sea un oasis sino un oasis?- replicó.
Bajaron entonces a tomar del agua de la piedra. Se preguntaba el joven si tal vez sería una fuente
de eterna juventud, entonces dudó; contaba, porque si iba a vivir para siempre no quería ser joven
para siempre porque para siempre tendría la credibilidad de un joven y nadie creería en lo que
veía. Pensaba entonces guardar el agua en una cantimplora y dejarla para el momento preciso.
Pensó también en que tomaría tiempo darse cuenta del efecto de las aguas mágicas, si lo eran.
Entonces nadie creería su historia sino hasta que pasaran los años y él siguiera siendo joven, por lo
que pensó también en tomarla de inmediato. Pero pensó también que si iba a ser inmortal
entonces los de la siguiente generación no le creerían sino hasta que envejecieran junto con él. O
le matarían por envidia de ser inmortal. Tal vez le convertirían en leyenda. Una leyenda inmortal
es más llevadera que la idea de un hombre inmortal, menos para el inmortal. Siendo así, si decidía
convertirse en inmortal estaría condenado a vivir una especie de anonimato por el que su
credibilidad seguiría en duda. Cuán compleja es la vida y la verdad. Más incompatibles de lo que se
pensaría, agregó.

El joven dejó un momento el misterio en el aire con un silencio. Yo ya estaba sentado a la mesa
con ellos luego que uno diera cuenta que yo estaba asomando mi oreja, los modales de la noche
se hacen más cómplices y el tipo me invitó a la mesa sin interrumpir al joven. El narrador en ese
lapsus fumó un poco, alcanzamos a pensar que había terminado la historia, se reincorporó y dijo:
ahora, amigos, sí que no me van a creer pero acá tengo la cantimplora… se llevó la mano al cinto
entre sus ropas y sacó una cantimplora metálica y la puso sobre la mesa. Siempre sujetándola
como quien desconfía pero comparte. Debe ser el modo de vender mercaderías preciosas en el
desierto.

Prosiguió diciendo: esta noche la siento especial, algo mágica como esa noche que les cuento, por
eso lo conté, porque anoche soñé con un español andaluz, y he aquí encontramos al señor que
habla en español, puede que sea una señal, con el tiempo uno ya no ignora estas cosas. Estoy
dispuesto a ofrecerles un trago de la bebida inmortal, si ustedes se entregan al reto de beberla y
ser inmortales conmigo. Si beben, quiere decir que no me creen y simplemente es agua, o lo
suficientemente osados para aventurarse en el infinito, como la arena de la duna. Como la noche
de arabia. Si no toman, estaré satisfecho porque aunque me desprecien quiere decir que algo
creen de mi relato, luego quién a la final quiere ser inmortal, y prefieren dejar pasar, al menos por
ahora el chance del no tiempo. Sirvió en pequeñas copas con cuidado de no dejar gotas. Unos
sonreían escépticos, otros con algún gesto de terror. Lo meditaban, entre esos yo, algo descreído
pero abstraído en la decisión de trascender el mundo. La parsimonia del servicio duró un
momento largo. Guardó su botella en su cinto y dispuso todo - ¿Alors? Alzó su copa incitando al
brindis. Nos miró a todos a los ojos de una forma que fue imposible negarse a tomar la copa en la
mano, y beber, por cortesía o amenaza, salud! Bebimos.

Un dejo de anís me dio confianza que podía tratarse más bien de algo terrenal, pasamos el trago y
todos soltaron una carcajada, menos el joven, quien solo sonreía. C’est un bon eau de vie! Exclamó
uno. Plus proche á un Pastis je dis, dijo otro. - ¡Una buena agua de vida, español! Me dijo uno
cacheteándome el brazo, esperando que me contagiara de la alegría burlesca. Era aguardiente…
que en francés se dice “agua de vida”. Algo tarde le hallé gracia a la analogía y correspondí con
sonrisa complaciente. Una buena historia para la metáfora de un licor popular. Lo felicitaban por
su historia y la analogía. Por mi parte quedé algo desubicado, pensé que algo se me había perdido
en mi comprensión limitada del francés, o tal vez sigo siendo muy crédulo de las parábolas. Sí, algo
de anís o absenta más que pastis, pero a mí no me supo a licor. En esa consternación me
interrumpió la mirada pícara del árabe. Miró las copas y me picó el ojo. Era la mía distinta a las
otras, al momento de beber cambió mi copa por la de él, el viejo truco de la baratija por la reliquia
en una pasada de manos. ¿Dónde está la bolita?

Al rato los dejé, ya estaba muy distraído por esa sensación y no quería pasar por antipático. Esa
impresión de engaño me absorbía y al mismo tiempo traté de concentrarme para ver si percibía
algún cambio en mí, algo de inmortalidad inundar mi sangre o mis sentidos.

Llegué a la orilla del río, pensé en el devenir. Fue el amanecer y pasó un tren. Es hora de partir…
¿ahora hacia dónde? Por fuera de toda cotidianidad estaba mi razón, es hora de irme de ésta
ciudad muerta de noche… para siempre (?).

Juan S. Valencia S. 08. 2013 - 12.2014


El muerto

Estuve allí despierto cuando lo vi. Apareció primero como una sombra difusa que fue
oscureciendo. Yo ultimaba pensamientos antes de dormir ya había ocurrido lo usual, mi mente
despertó en ese instante. Insisto entonces en la lucidez del momento. La sombra se hizo más
sombra, luego la sombra proyectó sombra sobre la pared y la primera tomó color de apoco. La
silueta de un hombre sentado a los pies de mi cama, mirando hacia la puerta de la habitación,
dándome la espalda. Comenzaba a definirse un perfil en la pared. Una cabeza cabizbaja, cejas
pronunciadas y una nariz algo curvada, no muy grande. El mentón algo asomado. Un cuello
delgado. Tomó color y peso del ahora cuerpo. El colchón sintió la presencia. No me moví.

No temía. Como buen observador no quería distraer a la cosa. Luego de un momento de estar
completamente materializado, la figura se incorporó alzando la mirada hacia el frente. En la
sombra del perfil se veían sus párpados abrirse y pestañear.

Subió y giró su mirada y su cuello en un ánimo exploratorio. Miraba a todos los rincones del
cuarto. Inclinaba su cara hacia los lados como un perro deteniéndose en algunos objetos. Tal vez
un gesto de extrañeza o familiaridad.

Apretó luego la colcha, la estrujaba y luego la acariciaba. De pronto suspiró, miró hacia arriba. Se
acordó que tenía espalda y giró. Me vio. Me miró fijamente. Unos buenos segundos. Volvió a mirar
alrededor. Volvió a mí.

-¿No tiene miedo?

-No- respondí-.

Sonrió – ¿por qué no?

- ¿Por qué sí?

- En general la gente se asusta.

¿De qué?

De los muertos.

¿Usted está muerto?

Eso parece. ¡Un fantasma! Gritan…

¿Qué se siente estar muerto?

¿No quiere saber primero quién soy?

Me senté al borde de la cama.

¿Se puede mover?

-Sí.
Siéntese en la silla del escritorio, así le duele el cuello.

Me sonrió. Caí en cuenta de lo estúpido de la idea del dolor en un muerto.

Se sentó en la silla de frente a mí.

¿Qué se siente? ¿le duele? No creo que lo conozca pero eso no le pregunto.

No duele, siento algunas cosas. Texturas, a veces olores. Sentimientos no muchos, a veces siento
simpatía, compasión, ya que lo pienso mejor. Pero no nostalgia, ni tristeza. Tal vez eso sea la paz.

¿Cómo es estar muerto?

¿De qué morí?

No, ¿cómo es? ¿Qué pasa o qué hace?

- No recuerdo bien, me siento algo perdido. No sé lugar sino en el tiempo. No sé cómo describirlo.

Se quedó un momento catatónico. Volvió en sí y dijo:

“Es como dormir, duermo y despierto, así. Aparezco en un lugar, un lugar cualquiera, no sé, creo
que debe haber razón, debo tener alguna misión o tarea donde aparezco. De hecho esto es nuevo
para mí, nunca nadie me había hablado. ¿Deberían tener algún sentido mis apariciones? ¿la
muerte tendrá algún sentido? si eso me pregunta no tengo la respuesta.

-Yo no le hallo mucho sentido a la vida, sin ofender- repliqué.

No. No.

Quedó otro momento pensativo.

-Sí. Me despierto algo desorientado. A veces duro largo rato. Días, años, no sé, no recuerdo bien si
lo soñé, porque también sueño. Duro años en lugares solitarios. Días en bosques olvidados, es muy
hermosa esa soledad, el silencio, el aire frío sin sentirlo frío.

- Y luego qué pasa, ¿se duerme?

Desaparezco, entonces es como dormir hasta que vuelvo a aparecer. En otro lugar. Nunca repito
de lugar.

Por qué cree que desaparece. Ya me dijo que no sabe, pero debe existir algún patrón ¿no?

- No. Cuando despierto en lugares habitados desaparezco rápido. Antes pensé que era porque me
veían, entonces trato de no dejarme ver. Por eso miro bien antes cada detalle para saber si estoy
en un lugar habitado, me trato de esconder, me gusta observar lo que más puedo antes de
desvanecer. Creo entonces que es el miedo que hace que me vaya. Por eso le pregunté si tenía
miedo.

- No, me parece tonto tener miedo de los muertos. Creo que tiene que ver con ignorancia la gente
se asusta de lo desconocido; no sé si un muerto pueda hacer daño, de eso no me he enterado, le
tengo miedo a los vivos. ¿le puede hacer daño a alguien?
- No lo creo, no lo he intentado. Pero pienso que esas intenciones son de naturaleza más humana,
la destrucción. Entiendo su idea del absurdo sobre el espanto a lo muerto, es absurdo que un
muerto quiera matar, esas ansias se van con la muerte. Usted ya no siente apegos, emociones
particulares.

¿Conoce usted a otros?

- ¿Muertos?

¿Sí?

No. Siento presencias, alientos y hasta sombras. Pero no me he sentado a dialogar con uno. A no
ser que usted esté también muerto.

Creo que no. De hecho quiero algo caliente para tomar, usted trae un helaje peculiar consigo.
¿Quiere algo de tomar?

Mmm no gracias.

¿Lo puedo tocar?

¡No! No quiero desaparecer, si me toca tal vez algo le pase a usted o a mí.

¿Sabe qué me gusta? Acariciar animales. Gatos y perros. Los caballos y vacas son más difíciles, se
asustan. Animales dormidos en sus ranchos.

A mí también me gusta. Acompáñeme a prepararme un té, en la cocina deber estar el gato, de


pronto se deja acariciar.

¿Hay alguien más en casa?

No. Vivo solo.

Bien.

¿Usa la escalera o puede atravesar el suelo hasta abajo?

No le hizo gracia el chiste. Tampoco se sintió muy aludido.

-No, vamos por la escalera, téngame abierta la puerta, me cuesta empujar o mover cosas.

Después de usted entonces.

Bajó con mucha cautela. Su ir era muy humano, el caminar. Pero al tiempo con cierta torpeza y
levitación. Como un animal grande con prudencia felina.

Ya en la cocina saqué la tizana de manzanilla y le presenté al gato y puse a hervir el agua. El animal
lo saludó igual de falto de impresión que yo. Sí podía tocarlo y yo quería tocarlo, pero no dejaba,
cada vez que pasaba por su lado paseando por la cocina preparando el té, guardaba la distancia
para que no ocurriera un accidentado roce. Quería saber si quedaba untado de ectoplasma o si iba
a sentirme frío, más de lo que estaba; y tal vez un poco muerto.

Ahora sí, cuénteme su historia.


Mi historia, pues no creo saberla bien. Recordarla.

¿Es acaso posible olvidar el en más allá?

No sé sea olvido, creo que la muerte la puedo describir como una lucidez difusa. Es difuso pensar,
sentir y ser. Todo desvanece. Es una especie de amnesia. Entonces me es difusa ésta realidad,
hace ya mucho que no soy parte de esto. Es como si el tiempo no fuera conmigo. El recuerdo y el
olvido dependen del tiempo. No sé hace cuanto morí, que tiempo ha pasado ni qué tiempo es
ahora.

-Antes me habló de ratos, días…

-Sí, en efecto cuando aparezco vuelvo a tener una noción de tiempo. El sol sale y se va, pero desde
que morí no siento tener una consciencia de tiempo. Sentir ese afán de la vida. No siento que gano
o pierdo tiempo. Debe ser una ventaja de la inmortalidad, no hay angustia de la mesura. Puedo
despertar y no me interesa o inquieta si pasaron diez o mil años. Sé que estoy aquí, no sé qué año
es, algo debo hacer y descifrarlo. Sin tiempo.

Es 2013.

Tampoco sé si aparezco en el pasado, o si sigo en la linealidad.

Bueno, pero sí sabe quién fue…

Eso es lo otro relativo. Siento que he sido tantas veces que ya no sé qué ha pasado en vida y en
muerte. Le hablaré de lo que creo que fui .sobre todo el momento en que morí. Estará difuso,
tergiversado para su juicio tal vez.

Adelante.

De oficio era curtidor. El curtidor de una pequeña aldea en algún lugar de lo que era España. No sé
si hoy lo siga siendo.

Sí, es así, creo.

Con el cuero yo mismo hacía botas, chalecos, riendas, tambores, panderos, tiendas, sillas para
caballo, muebles. Todo lo que se pudiera hacer en cuero.

Un bello oficio.

Depende, en esa época no era una actividad envidiable, sí muy necesaria y rentable. No es muy
agradable buscar orín limpio de casa en casa. Pasar una tinaja llena de urea de las bacinillas del
pueblo. Hubo un tiempo en que intentaron ponerle precio y cobrarme. Lo que hice fue poner un
sistema de letrinas en las dos cantinas de la plaza principal. Con el desecho de los buenos y fieles
borrachos me era suficiente. Hice buenas amistades en las cantinas, escuchando historias de viajes
imposibles, piratas, montaraces, mercenarios, solados y uno que otro filósofo. Sin embargo
aquella asociación me llevaría a morir.

¿Cirrosis, sífilis?

No. Oiga bien, verá, desde siempre se han cavilado maldades.


(Parecía hacerse más nítida su imagen mientras relataba, más clara la voz, más brillantes los ojos).

Recién había contratado un gran encargo de marroquinería para la milicia del país. Riendas,
estuches, amarras, en fin. Aquello despertó la envidia de un trío de hermanos ganaderos a quienes
por mucho tiempo les compré el cuero, hasta que me pude hacer de un buen ganado, más grande,
en un pueblo cercano, con un primo de mi mujer. Mejores pieles y menor precio. Estos hermanos
comenzaron a hacer sus cosas pero usted sabe que las artes requieren cierta maestría y entonces
yo era el único que adornaba los cueros con blasones y bordados, hechos por mi mujer.

Entré al bar y allí estaban esos hombres. El hospedero de la taberna se inquietó. Me acerqué a la
barra de la cantina y al abordarme con prudencia e inmediatez me dijo: - no es bueno, nada bueno
que esté hoy por aquí. Estos están celosos y le están preparando una celada. Uno de los que
comanda la milicia ya tenía negocio con ellos para hacer sus cueros. El principal se negó diciendo
que éstos utilizaban de lo muerto y carroñado para trabajar, lo cual no es falso, y que no
producían nada digno de portar para su ejército.

El plan, además de matarlo es capturar a su mujer, excusa de la viudez, para ponerla a trabajar
para ellos. No es bueno que esté hoy. -Comprendo- le dije, -pero ahora que lo sé no puedo irme
cual cobarde-, mientras hablábamos uno de los hermanos salió de la taberna. No cesaban de mirar
de reojo.

Haz ésto - le dije -. Sírveles una ronda de cervezas, que van de parte mía, convidadas en honor a
los buenos años – No creo que sea un gesto que te libre de la envidia ni de la muerte – Espera…
necesito que mezcles la cerveza con ese extracto de ajenjo que me diste a probar hace un tiempo.
Para justificar el sabor les dirás que es de esa cerveza de trigo que haces tú. Que es más costosa y
turbia. Estoy seguro que esos tacaños nunca han probado ni pagado por una buena cerveza.
Confío que el efecto de esa alquimia me aventaje algo si hay duelo. –Ésta bien.

Menos mal ese día llevaba mi espada y mis cuchillos de cortador. Sólo pedí una cerveza que
pensaba alargar toda la noche.

Mientras contaba su historia el hombre no vivo parecía tomar más color y así más el deseo de
tocarlo y de sentir qué es tocar a un fantasma. Lo intangible

-Me senté de espaldas al muro y cerca de la puerta. El cantinero llevó las cervezas. Los hermanos
miraron algo extrañados. En esas regresó el mayor, que había salido.

Volteó y alzó su capa con ademán de agradecimiento los otros lo imitaron con obvia hipocresía.

Pensé en llamar a algún amigo, pero no contaba con algún mensajero fiel conocido en el bar.

Pensé en salir, pero tal vez ese era su plan, y agarrarme fuera. No irían a manchar de sangre la
cantina, ni les serviría de cuartada ser tan evidentes.

Me preocupaba que el mayor casi no tomaba, apenas la probó. Los demás si pidieron otra y el fiel
cantinero les llevó otra ronda envenenada con ajenjo.

De pronto sonó una cabalgata, pero no parecía estuviesen pastando los caballos si no rodeando la
taberna. Me pegué más al muro hacia una esquina con mano en uno de mis puñales. Entró el
comando en cuestión, escoltado de otros 3. Entró sin buscarme, ni mirar a los hermanos.
Cantinero, la fuente está sin agua para los caballos. El resto de rufianes salieron de la cantina sin y
con disimulo ante la presencia de los militares. Éramos entonces solo los hermanos, los militares y
yo.

Está rodeado marroquín. No dijo más y llevó su mano a la empuñadura de su espada. Sin chistar ni
esperar palabras le lancé el punzón, directo a la garganta. Miró con algo de vergüenza y
desesperanza y expiró. Apenas le miraron caer los escoltas, en ese tiempo abaniqué mi espada
desgarrando al tiempo sus diestras que empuñaban en vano espadas que sus tendones cortados
ya no podían apretar, en el segundo giro le atiné a dos gargantas y a un ojo, que luego finé con
una estocada de daga.

Se levantaron los tres hermanos, sin precaución los dos borrachos arremetieron sin guardia. A uno
pateé y al otro esquivé en su burdo ataque, el movimiento los dejó enfrentados y se mataron en
su dulce ebriedad confundiéndose el uno y el otro conmigo.

Quedaba el mayor sobrio. Le lancé la daga, la desvió con su espada y sus reflejos me respondió
con un lance, aguanté con mi espada pero me resbalé con la sangre.

Me iba a clavar contra el suelo pero tomé una silla en donde trabó su espada. Luego empujé la silla
y la empuñadura le rompió la nariz.

Me fui a levantar pero alcanzó a patearme las piernas. Mientras desclavó su espada de la silla
pude reincorporarme y recoger la mía. Vi entonces que entraba la cabeza de un caballo por la
puerta, que no dudé en puntear, el caballo herido empujó al hermano sobrio y lanzó a su caballero
hasta el otro lado de la barra. Aproveché pues para pisar el brazo de mi adversario y clavarlo en el
piso por una pierna, luego en el corazón. Terminé al caballo que sufría y corté la cabeza del jinete
que se asomó por la barra. Seguían dando vuelta los caballos de la emboscada. Recogí mis armas y
la espada del finado. Salí y 5 jinetes me esperaban. Dos me embistieron. Di un bote rastrero y con
las dos hojas corté los tendones de las patas traseras de los caballos que de inmediato dejaron la
nuca de sus amos al filo de la noche y del hierro. El gato comenzó a admirarlo como si entendiera
la historia.

Un jinete huyó, sabio, los otros dos dieron vuelta y me enfrentaron sus caballos.

A uno clavé con la espada del rival del mentón a la cabeza, y con mi espada atravesé la cara del
montaraz mientras se inclinaba sobre la cabeza muerta.

El otro caballo me empujó con sus patas delanteras. Caí en el agua al lado del cantinero asustado,
asustado de mí como si fuese yo el malo y el diablo. Giré y de nuevo mi punzón halló camino en su
nariz hasta adentro. Cayó. Monté el caballo y tomé rumbo a mi casa, con el apuro en que la
emboscada haya tomado por plan sellar a su vez el secuestro de mi dama. El caballo andaba brioso
y en el camino desbocó. Fiel a su amo nos lanzó ambos por un peñasco.

Caí contra el suelo primero con las piernas sentí como los huesos se resquebrajaban. Luego apoyé
un brazo que también se quebró, el hueso salió por detrás atravesándome el pecho, con mi último
aliento y mi mano buena me desquité en el caballo, clavándolo en la cabeza. El pobre sufría de
relincho de muerte con sus piernas rotas.
Sentí primero calor dentro de mí. Luego frío en los dedos y de pronto un sueño. Ahí fue donde
primero sentí desvanecer, y lo hice. Luego aparecí en un campo que creí era algún cielo. Duré allí
algún tiempo sin poder mover mi mirada de un valle hermoso. Día y noche mirando, al mismo
punto. Sin sentir nada. Ni impaciencia.

A veces me pregunto qué fue de ella. Más por curiosidad, no por nostalgia. Eso no se siente
estando así. Mucha curiosidad sí.

-¿Por qué no dijo que se cayó de un caballo? ¿Y ya?

-Muerto pero no ridículo.

Creo que el ego persiste en alguna medida entonces. Sin un acto heroico previo no tiene gracia
morirse. Al menos no después de muerto.

-¿Ha sentido alguna vez algún tipo de sensación de ser recordado?, ¿Rezado? ¿Invocado?

-No, nada. Deberían ahorrarse ese tiempo…

Aunque después hay mucho. Lo que pasa es que uno no decide mucho. Ni dónde estar ni cuándo.
Pero es agradable. Se siente como dejar una carga muy pesada. Dejar la angustia del tiempo, que
es la vida.

La vida es un tiempo y nada más. Luego vienen muchos tiempos y en ellos distintas cosas. A veces
veo, otras si lo oigo. En ninguna decido, así como los vivos, qué ser o estar, solo hasta hoy. En
donde no hubo miedo creo lo recordaré así. Es extraño, nunca había hablado tanto, nunca había
hablado muerto.

Tal vez estoy cerca de mi resurrección. ¿Y por qué usted me escucha? ¿Debía saberlo? Estoy
curioso.

Yo no me asombro mucho. Me intereso. Es como una imposibilidad o condición que tengo.

No importa lo que vea o pase solo necesito entenderlo. Por eso debo tocarlo. Lo toqué.

Cuando lo toqué sentí como si fuera un universo compacto de sensaciones. Frío y calor. Miedo.
Libertad. Paz. Electricidad. Vacío y oscuridad. Le agarré fuerte un brazo y sentí como si fuese una
nube, una galaxia o algo así. Algo nebuloso lleno de energía, oscuridad, luz y vacío. Inmensidad y
ligereza, todo al tiempo. No sentí tiempo. No sé cuánto duró. Sentí morir, desvanecer, dormir y
despertar. Parpadeé lo que dura tal vez un milenio. Abrí los ojos y estaba allí.

Recostado en mi cama, en mi habitación. Ya no estaba él. La colcha seguía hundida. La silla


movida. El té en la cocina. Caliente.

Thinking, everthinking

Grateful. Curse.

Pienso y lo existente desaparece.

Sin sentido lo lleno de sentido al menos de realidad. Veo, observo. Nada. Puros actos. Debilidades.
A veces virtudes. Risas y caras falsas. Egos. Actores malos. Y aquello es felicidad alegría. No hay
satisfacción sólo cerveza. Sillas y aplausos. Perfumes, barbas. Nombres. Sueldo. Quincenas
gastadas. Jirafas. Noche.

Ella también mira y ve que no hay nada.

Nada satisfactorio. Sólo cerveza, Órdenes. Frío. Humores. Manos alzadas. Sonrisas falsas de ella
que agrada para servir. Pero los ojos ni el parado mienten. Cansancio y frustración. Oportunidades
en cada ladrillo. Ladrillos llenos de risas. De nada. De nada. Gracias. Gracias a regañadientes. Frío
de las jarras y del barman. Que no es nadie pero cree.

Barras y mesas, vidrios maderas. Olvidos y fotos. Portavasos gastados ojos cansados y yo. El que
mira lo que no pasa aquí.

En ningún lugar.
Sinfonía Lunar

Entre nosotros se escucha mucho de los osos, es la fratria más grande y al oso es al que más
vemos en nuestras tierras. Es constante en nuestras historias, sobre todo el día de “La Madrugada
del Oso” cuando salimos entre la niebla y el pálido gris de los primeros minutos del día, a verlos
entre los árboles, pasar por el camino de bayas y ratones que les hemos preparado. Grande fiesta.
Pero hoy no quiero hablarles de eso, ahora es un momento propicio, pasan de pequeños a
grandes, de pequeños a grandes, a cazadores; para contarles lo que algunos tal vez ya conocen
como el cuento de horror para no dormir, para que no salgan de noche cuando el frío cesa y
parece invitarlos a escaparse a los valles de plumas de luna, por ejemplo. La historia del lobo
solitario, dueño de la noche, la sombra, el silencio. La incertidumbre. Entre nuestro linaje se
cuenta poco, pero allí siempre se deja su tótem, algunos lo asumen, no por sangre sino por alguna
ínfula de hombría. Al rato esto los consume, como a todo aquel que quiere ser lo que no es. Lo
dejamos, ya casi solamente en esos cuentos de noche porque no sabemos ciertamente si existe
todavía. Muchos lo sienten y tienen la duda de si aparecerá, lo que si persiste es su presencia,
cuando caminen de noche lo van a sentir, no lo van a ver.

Hubo algún clan del lobo, es de los más desconocidos, comenzando porque no hay quien se pueda
vestir de piel de lobo, nadie lo ve por ahí. Uno de nuestros abuelos, Chibec, tiene una parte de
lobo, es muy reservado con esa historia y mantiene apartado en su tienda. Alguna mujer cuenta
que el viejo una vez ebrio le habló sobre los lobos-hombres, que él dejó tratando de dejar linaje.
Pero eran más lobos que hombres y se fueron de nosotros, pero están aquí. Un linaje de sombra.

Fue precisamente cuando iba hacia el Valle de Lágrimas de Luna, uno de los valles de plumas de
luna, cuando no tenía barba. Me fui con unos primos osos, escapados una noche de verano. El
camino fue muy amable, musgos gentiles a los pies, luz de luna toda la noche hizo los pasajes,
hacía brillar los senderos.

Nos estrellamos con el río crecido, ese que pasa antes de la colina de la que baja el valle. Unos
querían volver, uno del clan del ratón se devolvió. No nosotros, después de un rato de divagar
cómo pasar vimos una luz blanca que comenzaba a asomarse detrás de la montaña. Un sonido
parecido al de flechas rozando el oído, de gritos lejanos. Pero no de dolor, agradables. Sonidos que
ningún hombre puede repetir, voces de luna les llamamos. La luna estaba en ese mismo camino y
estaba a punto de pararse sobre el valle después de la montaña. No nos podíamos perder aquello,
las piedras de los abuelos estaban cubiertas de agua y no nos arriesgábamos a pasar. Decidí subir
hasta donde pudiera pasar para lanzar una línea, ninguno sabía esos caminos porque no les habían
enseñado a pescar. Me esperaron ahí. Llegué al árbol grande al lado de la cantera de las navajas,
sabía que allí la piedra que esconde el río debajo podía ser el lugar de paso. Sabía la ruta para
pasar la piedra escalando, me la enseñaron con una canción. Estaba oscuro y una nube
ensombreció el cielo, a tientas pude recostarme en la piedra mientras trataba de recordar la
siguiente estrofa y mientras volvía la luz. No sabía cuánto más podía estar ahí colgando, me
entumecí y no encontraba asidero. Fue ahí cuando lo vi. Los ojos grises. Pensé que era un ocelote,
pero recordé que así como el clan ocelote, ellos tienen los ojos amarillos. Sentado más arriba de la
roca estaba el lobo mirándome fijo.
No podía asustarme. El río debajo de la piedra muele a los osos que por ahí se caen, rescatamos
las pieles abajo en las piedras de los abuelos cuando sucede. Se aclaró cielo y entonces lo ojos se
hicieron más brillantes, lámparas azules. En la punta de las orejas y la cabeza tenía pelo blanco
brillante, tal vez por eso le dicen a las plantas del valle les llaman orejas de lobo. En un movimiento
rápido me lanzó un zarpazo, pensé que me quería hacer caer para devorarme luego a la bajada del
río, una muerte indecente para una cacería, pensé. Cerré los ojos, no sentí una garra clavada sino
una mano que rodeó la mía y me alzó. Con la boca me abrazó el cuello, sentía sus filosos colmillos
y el aliento sanguinolento. Creí que me iba a cazar rompiéndome el cuello, como se mata al pájaro
o al venado. Pero no me hizo daño, me sostuvo y me arrastró. Apenas podía ver cómo iluminaba el
camino entre la roca delante de los dos, con las dos lumbreras de los ojos. Me dejó al otro lado,
indiferente comenzó a andar el camino oscuro, lo seguí y me guio hasta un claro, se detuvo, cerró
los ojos y con ello desapareció, no lo volví a ver más.

Desde ese encuentro quedé con las marcas en el cuello, casi todos asumen que es por el símbolo
del oso, pero en la boca del oso no cabe el cuello de un hombre (…).

• ¿Qué estás haciendo Sue?, no puedes escuchar a los hombres hablar! Te van a quitar el
pelo, por ese pelo es que te van a casar, ¿es que no te quieres casar?

• Ya cállate que nos van a escuchar, vámonos.

¿No escuchaste la historia hermana? Un valle de sonidos y de lágrimas de luna, ¡tenemos que ir!

• ¿Estás loca? Nos van a dar azotes.

• Sabes que nuestro abuelo no es así, y si así ocurriera bien lo valdría. Tengo que ver eso. En
trece noches se asoma la luna blanca. Debemos salir en las mañanas y aprendernos el camino para
ubicarnos bien de noche.

• No, no, no. te casas ese día, luego de la luna blanca.

• ¡Si quieres cásate tú por mí!...

…No vamos a tener problemas, llegamos en la mañana y al medio día es el matrimonio.


Alcanzamos.

• No sé

• Iré sola entonces...

• No!

• Bueno entonces así vamos a hacer, salimos la hora del oso, a la madrugada, poco después
que los hombres salgan a cazar, cuando las mujeres duermen y los niños lloran.

• ¿Y quién cuida a los nuestros?

• Sabes que se cuidan solos, pareces un cucarrón en la oreja.

• Está bien... ¿Pero si nos descubren?


• No importa.

Comenzaron a salir las hermanas a la hora del oso. Contaban los pasos día tras otro. Dejaban un
volante roto colgante de un árbol cada tanto. El último día las acompañó un oso todo el camino, el
pelaje gris brillaba como el de los abuelos. Para Sue fue una señal, para la hermana fue una
advertencia.

Llegó la noche de luna blanca. Como era tradición, Sue fue coronada de flores y vestida con un
manto blanco cubierto con piel de venado rojo, la estirpe de su madre. Así debía dormir, sin
arrugar el manto y boca arriba. Tenía que despertar con los primeros rayos, si se levantaba tarde
era mal presagio. Por eso nadie podía molestar a las novias la noche antes de la boda. Aprovechó
aquello para escapar por detrás de su tienda prenupcial. Su hermana la esperó al borde de la
montaña antes de tomar la senda programada.

- ¿Cómo te dejó salir madre?

• Le dije que estaba con la enfermedad de las mujeres, me exprimí unas moras en el vestido,
espero me lo ayudes a lavar... Por eso me dejaron sola a dormir aparte.

• Eso es lo menos, te van a buscar marido ahora.

• Después se lo confieso que no.

Comenzaron a bajar, por las guías, en nada se parecía el camino, apareció el musgo franco, más
amplia la trocha, sin lodazales. Sus marcas aparecían, movidas en lugares que no reconocían. Por
fin se asomó el río delante de ellas. Hasta allí habían marcado, no habían podido llegar más lejos
porque significaba no llegar a tiempo a sus tareas, el valle era mucho más allá, pero luego del río
era más fácil encontrar la senda. Ya en la rivera se percataron que no sabían cómo cruzar. El río
cubría el puente de las piedras llamado de los abuelos. Y entonces allí apareció, el brillo detrás de
la montaña. La luna blanca iba detrás de ellas, por el mismo camino hacia el valle. Así también
comenzaron a escuchar los ruidos agudos. Filos en el aire, momentáneos, como la aguja contra la
piedra, o cuando el hilo está tan fino que corta el hueso del volante y chilla. Pero no era molesto,
al contrario era un sonido encantador, tanto que Sue se paró en el puente, el agua le llegaba a las
pantorrillas, sintió miles de espinas atravesarle los pies y tobillos. Avanzó levantándose el manto
para no mojarlo.

-¡Sue no! ¡Te va a llevar la corriente!

(Sue ya estaba movida por la magia del valle).

• No hables más, si vas a cruzar ven conmigo, sostente de mí, si no quédate.

• No puedo, está muy fría.

Sue ya iba a la mitad del puente y ahí lo vio. El lobo solitario. Dos ojos brillantes delante de ella,
rayos azules iluminaron el camino delante de ella, una cuerda blanca resplandecía por debajo del
agua y comenzó a levantarse hasta quedar flotando justo encima del río. Pisó y siguió caminando
por la delgada pero firme cuerda, hasta el final del puente. Estaba el lobo, lo sintió como cuando
se saluda a un viejo conocido. Volteó a mirar donde estaba su hermana, ya no estaba, regresó la
mirada y el lobo ya no estaba.

Salió a correr, más para alcanzar a la luna que ya casi cruzaba la montaña que para calentarse, lo
cual tuvo su efecto. Aparecieron venados de cola gris que saltaban en la misma dirección, la
llevaron por el camino de la colina hasta el filo. Bajaba la hondonada, delante de sus ojos miles de
orejas de lobo brillaban, una leve niebla dejaba ver los haces de luz que caían desde la luna. Las
plantas parecían cuchillos pulidos. La luz era fría, azul y gris. Al mismo tiempo era caliente, un
suave fuego, se quitó la piel de venado, su corona daba destellos violáceos. El viento soplaba y se
rasgaba en los bordes de los filos de las hojas de oreja de lobo, de allí el sonido, un silbido tenso y
agudo que se juntaba con los demás, entre las hojas del valle se hablaban y se respondían con
ritmo. Se hacía estridente y se calmaba. En el cielo se podían ver las nubes más allá de las nubes y
las estrellas se acercaban a escuchar aquello.

El lobo estaba en medio del valle, era a la vez lobo, a la vez hombre. No un hombre lobo, no era
una mezcla antropomorfa ni animaloide, era las dos cosas a la vez, no se podía distinguir bien la
ilusión. Sue se acercó y le acarició el cuello, sintió el calor de hogar, como si estuviera en casa al
pie de la fogata nocturna. El lobo no se inmutó, se dejó acariciar.

Escucharon al valle por eternidades, ella miró que el lobo parecía llorar, con la mano lo secó.
Cuando se miró los dedos estaban negros, intentó limpiarse en su manto, pero el vestido no se
manchaba ni el negro de sus dedos se quitaba. Ella lloró luego dos lágrimas, una por el éxtasis y la
alegría de lo que presenciaba y otra por verlo llorar. El lobo en su forma de lobo le lamió una de las
lágrimas, en su forma de hombre la secó con una caricia. La lágrima de Sue le dejó la mano
brillante, untó la lágrima en una hoja y ésta creció y quedó resplandeciendo como las otras. Hilos
destellantes hacia la luna comenzaron a subir de la nueva planta. Se dio cuenta entonces que
entre las hojas comenzaban a abrirse más ojos, otros lobos, sentados entre las plantas;
escuchaban y lloraban y sus lágrimas eran ese líquido gris con el que iban pintando las hojas. El
único que no lloraba brillante era el lobo solitario.

Se despertó ella en su tienda. Boca arriba, acalorada por la piel de venado. Estaba con su corona
puesta. Está aún de noche, sólo fue un sueño, pensó. Se miró los dedos y estaban negros. Se
levantó y vio al oso abuelo que la miraba. El oso dio vuelta y salió, afuera se veía el alba.

Este fragmento es el único vestigio de lo que cuentan los cronistas de la conquista sobre el mito
del lobo en el páramo. No hay mucha evidencia que el lobo americano haya podido migrar hasta
acá, sin embargo esta tribu indígena mantuvo en sus linajes el del lobo. Dicen que el abuelo de Sue
dijo que sus hijos no eran del puma sino del lobo, y ahí se mantuvo la herencia. En lugar de pieles
vistieron con las hojas de frailejón que se caían en las noches de luna llena.

Juan S. Valencia. S. 02.07.17


Diarios de París.

La primera vez que encendió un cigarro. Un desafío al infante. A la inocencia. A la vida. Un sabor y
un olor viejos y un cuerpo joven que resiste. Los sentidos se calibran en resistencia a ese nuevo
aire viciado, vicioso y perverso. Pero legal. Un mal consentido. Consentido y amado.

Fumar no es sino la tolerancia de un mal, finalmente un buen acondicionamiento a una vida igual
enferma, igual letal. Sabe a vainilla en la frente. Y sí, entra como poseyendo, poseyéndome esa
tostada, parca, la parca delicia de la hoja seca.

Lo más difícil no es dejarlo, es coger costumbre. Insisto, el cuerpo resiste.

Comienza lento y suave. No por antojo, por voluntad, por desafío insisto. Luego se hace llevadero
como el sufrimiento y la tristeza. Y es que finalmente es una tristeza la que va a acompañar el vito
de paso. Del curioso al vicioso. Consentido. No es arte, no sé si placer, es vico, pero no es vico. Es
muestra de genialidad la imagen de verse sacando, encendiendo y en el caso europeo, armando
un buen pucho. Un acompañante de soledades, de pensamientos, de tragos, de tragos de
tristezas, de noches, de largas noches y de la media noche en el silencio soplo. Mi suspiro es visible
y es gris y el cielo rojo.

Con café lo bajo, también con té lo tomo.

Lo tomaba, lo fumaba. Pero no dejo de ser esa resistencia vencida a la imagen de verme fumando.
El pensar y el vivir cuesta, cuesta morir un poco fumando.

Es tiempo, el humo y el fuego tiempo. El alimento tiempo y la vida tiempo y cuando pasa el tiempo
fumo, fumaba. Cuando necesito tiempo lo extraño, era mi tiempo, mi vida y mi muerte mi cuerpo,
que ya no es mío, era mío. Era y fumaba. Ahora no soy y no fumo. Intemporal, insensible. Atento,
vital. Vivo, vivía, ahora no. Cuando fumaba. Moría, muero cuando anhelaba el ahora que es. Era yo
la sombra del tiempo en la media noche en la pared, con el sabor carcomido del tiempo, que es el
humo, es el tabaco, en la mano, en la manga, en el pan, en el mango, en el tiempo.

Lo busca, la caja, la abre, lo asoma, lo saca, con los labios, en la otra, el fuego al ensayo chispa y
pedernal, el fuego. Chupa sin pasar fuego, vela en la punta al mirar. Sopla y ahí viene el descanso
mortal. Inhala, espera, sopla y respira al fumar. Piensa y (es). Era el fumar

Ficciones. Todo pasado es la ficción. Una ficción. Ficciones, mentiras. Olvidos. Verdades gastadas.
Expiran. La nueva verdad, la verdad. Fricciones de palabras. Y de tiempo. De lo cierto y del orden.
Paradigma, paradoja. Estructura, norma, arquetipo. Adjetivos del confuso surreal de la mente y del
ojo y del que mira el afuera, o la cueva. Las sombras o las luces. La materia o la meta-física. El
espíritu y la lógica. ¿Ficciones?

Fusiones.

Funciones.

Mente. Carne y alma.

Despertares.
Sueños.

Miedo a lo imposible. A lo imposible posible.

Pavor de la certitud relativa del color en el fractal. El giro. Frío ante el fantasma que resulta ser
ahora. Que reclama con su oreja roja – dónde las fricciones? Despertad. Morid. Responded.

17/12/13

Que si soy Hedonista, me cuestiono. Casi no logro recordar el nombre del mismo. La fábula sí,
claramente, de las primeras construcciones míticas de la infancia para controlar el ya premeditado
o previsto acto de ahogarse en el río de su imagen. Digo que no. Ningún Hedonista diría que sí,
que también le han enseñado el código de la falsa modestia, o por el sólo temor al control social, o
de transgredir el mito. No sea que lo omita por olvido o por ignorancia. Eso sería una falta de
inteligencia. Al juicio de los otros.

Sin embargo cuestionaría esas preformas, cómo ya he desafiado otras, como los genios lo hacen.
Antes de deliberados genios por supuesto, antes son el loco o el Hedonista.

Cuestiono esa preforma efectiva en el sentido en que nos aparta de la reflexión. Tal vez en cierta
etapa sea bueno apartarnos del río, como de la calle. Pero ya grandes, o más bien maduros,
cruzamos las calles todos los días. Esos tabúes de protección se van franqueando a medida que los
enfrentamos, y que perdemos el miedo.

Se puede de toda forma, vivir con el miedo a la calle, o morir en la calle. Pero no es lo usual. Lo
usual es que ya no nos acercamos al río. Ya crecidos puede que no sea evitable el ahogarse
mientras nos deleitamos en el examen del yo. Innumerables defectos también salen a la luz, pero
de allí parte algo necesario, el amor propio.

Ahora, creo que el ahogo consiste en creerse poderoso. Creerse el cuento. El yo como una
creencia, como una doxa, un ídolo. Pero transitar el río es confiar en uno mismo, luego quién más;
sobre la tan parafraseada pero escasa conciencia de sí. Como el sentido común, la conciencia es
otro de los antídotos descubiertos para contrarrestar la epidemia o la enfermedad que el mundo
ha hecho del presente.

Por otro lado, encuentro paradójico que, en la paradójica ética del presente, lo correcto es dar y
darse placer. Pero el placer del amor propio en el sentido de la conciencia de sí es entonces mal
visto y presumido como el ahogo: El error.

Está muy bien lucir el cuerpo pero ya no la mente.

Escupitajos, resoplidos, muecas, arrugas.

Piel seca y cansada del agua pesada, de los años sin historia, sin su historia, porque aquí ya no pasa
nada, ni pasan ellos, pasan otros.

Los turistas, los viajeros, la nada, la ignorancia, y el dinero, la diversidad política y correcta.

El odio escondido. Hipocresía cívica, el falso querer, la utopía detestable e insoportable.


La democracia protestada. El idioma inentendible, impronunciable. Permanente. Casto. Viejo e
inservible. Infértil a una nueva razón que no es de la luz, viene del calor y del sudor del primitivo y
salvaje antediluviano.

Deslumbrado el siglo de las luces por la génesis de una genética sucia pero sabía.

¿Acaso hay hombres en la jungla? ¿Acaso hay frío en el trópico? ¿Es cierto que no hay coca ni
idiotez ni en su sangre ni en su razonamiento?

Y vi en el tren todas las vidas tristes. En un punto ciego, absortos, evitando el contacto, visual.
Sufrimiento y mentiras, generalizadas. La tristeza es universal. No reconoce bellezas ni capitales.
Siempre presente en el peatón, en el transeúnte. Mirada al vacío contando un tiempo y un afán
que no existe, escondidas en una carrera invisible ocultan lo inconsistente e íntimo de cada vida, y
es que ¿quién cuenta con una significación completa? Ni el escritor ni el poeta.

Observando a los aparatos, fingiendo una acción fingida. Tengo una vida, tu sait, très occupé, tu
sais. Tu ne sais pas, tu n’est pas, personne. Tierra de nadie, París.

Las luces son intermitentes y la razón ninguna, nadie la tiene, todos la dicen, sobre ello viven,
sobre la nada reposan. Sin duda.

El mesero digno. Con porte y aspirando a una déspota elegancia. En el ejercicio de vanagloriarse
en una noble profesión, desvirtuando el mismo fin de ella, el servir. Tirando las copas y tumbando
los vasos. En una bastedad pulcra y solemne. Acaso un voto de dignidad y de orgullo vano no le
permite practicar la humildad. Por qué la humildad la hace trapo y la toma como humillada
complacencia? Pecho en alto y la cuenta bien puesta, boca abajo. El tirano vasallo. En tux y
engreído, se acomoda encima de sus comensales como si propina leva fuese.

*Las horas vacías de las 3pm.

*La ciudad subterránea.

*La maldad y la mujer. Relatividad del límite la posesión y el interés.

*Una paradoja del tiempo y un perro cuántico.

Las luces y lumbreras se funden. Viejas y amarillas obscurecen, nublan la visión del argonauta del
cielo. Cegado de la ciencia ya no ve los ecos de la primera ciencia, la ciencia del cielo, luego la
astronomía. Dejaron de ver la noche para verse ellos en el espejo, en la mentira.

Para negar al otro, para falsear la realidad y hacer la verdad de mentira. Verdades de vidrio
quebrado, caleidoscopio de fantasmas innombrables, irrepetibles, rozados de memoria. Sobre
esos ídolos reflejos, la inquisición del yo presente.

La muerte de la originalidad y el derecho de conocer y hablar por propia cuenta. Ya no se puede


alzar la mirada y ver. Ya no hay estrellas, el cielo es ahora plomo rojo.

Lleno del aliento vano e irrisorio, alabado de los intelectuales.

Pasó la estrella y su estrella, que no era estrella era cometa, fugaz. Y con vuelta. Cuando vuelva lo
falaz habrá muerto y en un cielo descubierto ya no habrá quien mire jamás.
17/03/13

Pasa la luz, la estrella. En la ciudad nublada para amar, para ver. El techo del cielo se cubre de
males, de lumbreras artificiales que ahogan el infinito.

Ya no hay estrellas, sueños ni deseos. No se ve el cometa. No hay esperanzas, sólo olores. Egos
que polucionan el arriba al que nadie ve.

Todos caminan cabizbajos, sin mirar, sin mirarse, sin escuchar, sin sentir.

La razón ignora.

El cosmopolita en el invernadero de grises se cree rey. Múltiples reinados se estrellan sin tocarse,
no se infectan y hieden. No se inmutan sólo marchan. Sobre el asfalto y el cemento, el camino de
mentiras y mentiras, la mentira y la pretensión, la canción. El ruido y el aviso. No hay ni luna que
mire o que salve sobre las luces de la gran villa, capital.

Arrasadas del cielo, arrastradas, malignas cayeron aquí. No despiertan. Revoluciones mudas.

Respirando, solo siendo, no soy nada. No siento.

No me reclames (N) amor que ya no siento, ya no puedo. Despertar. Amor

No resuelvo el sueño ni al ser. Ni la duda resuelvo, la duda soy, serás dudas. La certeza y la duda.
Sus dudas y por ella la vida. El misterio. La nada.

La vida. La nimia.

Solo creí que la vida podía ser distinta, en cierto sentido evitable.

Añoraba una vida evitable, inconclusa.

Ya no puedo resistir más. Hay que trabajar. Hay que crecer y dejar de ser. Despertar, dejar de
soñar es vivir, es hacer, es morir.

Vivir de sentidos indefinidos y vacíos. De materias, de palabras, de discursos, de creencias


increíbles, de sofismas inalcanzables. De nada.

Hoy consté, que morí, que lloré, que fui, que no volveré a ser. Ni lo que fui ni el seré.

05/01/13 París

Porque la vida no es vida, sino una sentencia, escondida desconocida. Cruel. El hombre el
prisionero y carcelero.

Pienso, siento que hoy es noche para dejar un antecedente, quién sabe si cumpla aniversario, de la
derrota. Tomaron 12 años para reconocer lo visible de la experiencia y del poder humano, la
muerte de las ilusiones, las esperanzas se rinden.

Los juegos de niño, los escenarios y diálogos de una imaginación sin tiempo que ya no existe. Tan
solo ahora el reproche y no hay tiempo. Ya no hay tiempo para soñar despierto, sólo llorar, de
silencio sin poder dormir o soñar. Que mejores días vienen. El cansancio.
Agotado estoy como un octogenario y sólo tengo 24. Me cansé de lo que soy. La muerte de mi
ideal yo vino en un retrato de cándida inocencia. De una maldad sin años. La misma que ahora es y
soy. Ya no soy el mismo.

Para qué escribir si nadie lee, para qué hablar si nadie escucha. Nadie entiende. Para qué amar si
nadie siente, si ya no amo. Ya ni siento.

Luego que esperaba que la vida fuera sino sólo tiempo. Duro e inclemente tiempo. Las
resoluciones de este año son sólo ahora respirar y pesar. Costar y doler. En el alma en las almas.
Incertidumbre.

Mi vida pasó en un momento, en una foto, en un recuerdo que olvidé. Ahora olvido todo. Y ahora
recuerdo esto como antes de morir, ¿Cerca está la muerte? ¿Dejó un momento para escribir? O ya
estoy muerto, estoy muerto para mí y sólo espero y no llega no llega mi futuro yo. Listo. Feliz.
La Casa en el Aire

Llamé a Pablo y le dije: anda Pablo, puse mis paredes de azul en la casa y tuve la idea de
pintarle unas nubes.
- ¿Unas nubes?
- Sí, pero no como de cuarto de niño, toda la casa de azul; para que sienta como si
estuviese volando todo el tiempo.
- Ajá
- Te doy diez pesos y el almuerzo, ya a la noche podemos tomar un vino.
- No lo sé… nubes… voy a tu casa a verlo entonces.

***

- Mira que sí, es un celeste especial el que pusiste, ¿cómo lo sacaste?

- No lo sé, regué algo de un blanco sobrante en la lata del azul y me pareció bien.

- Sí. El azul, el azul… sabes que tengo una fijación especial por el azul. Pero … las
nubes no sé, qué te digo, en mi opinión es un trabajo más para Salvador porque si quieres
sentirte volando necesitas algo como un cielo realista ¿no? Y sabes que ese no es mi
estilo.

- No, no; no importa el estilo. No lo había pensado y no tengo lío con el tipo de
formas. Con que sean nubes me anda bien.

- ¿Nubes azules quieres?

- Pues no era lo que pensaba, pero si quieres intentar en la pared del estudio…
- Vale.

***

- ¡Listo! ¿Qué tal?


- Pablo, me gusta… pero parece la silueta de una mujer, no nubes.
- Pues, evidentemente, en las nubes uno siempre busca formas que asocia a
predisposiciones conscientes o inconscientes que reflejan la naturaleza del espíritu y su
deseo. Así, la gente trata de encontrar desde el rostro del creador hasta animales y cosas.
Ahora, esa nube tiene su forma aleatoria que tú ves como mujer.
- Es una mujer…
- No es una mujer, es una nube, que yo también veo como mujer a la verdad, que se
llama Celeste, pero es nuestra interpretación. Tal vez tengas también el deseo vivo por
ella, ¿la conoces? Si quieres te la presento…
- No Pablo, no la conozco.
- Dijiste que querías volar y ella a mí me hace volar, no creo exista un hombre al que
no. Pero si no te gusta lo puedo borrar. No hay problema.
- Ni más faltaba hombre. Está genial, me causa algo de gracia, pero me gusta. No me
causa la sensación de vuelo. Pero me gusta.
- Bueno, la sangría te quedo regia. Me debes 10 pesos.
- Aquí tienes, gracias por venir.
***
Aló, ¿Salvador? ¿Qué tal? Bien, muy bien. Mira que necesito tu ayuda, quiero ponerle
unas nubes a un muro que pinté de azul… ¿vienes enseguida? Hombre gracias no quiero
molestarte… entonces nos vemos.
***
¡Pero si han pasado 10 días Salvador! Dijiste enseguida y te esperé todo ese día.
- Sí, sí. En efecto, hace 10 días salí de mi casa para acá. Pero no dije que ese mismo
día llegaría… ah? Verás, salí al portón y me dio miedo salir en coche, últimamente he visto
y soñado con muchas latas arrugadas. Metales destrozados, eso debe ser una señal,
¿imaginas la tragedia que me muera? No, no. Bueno pues decidí venir en caballo, pero
luego me dije – qué desfachatez llegar oliendo a corcel a su casa-. Entonces compré un
carruaje, que me entregarían a los dos días en la provincia vecina. En dos días sin pintar,
tres pintado, entonces fueron tres. Tres. Así que me fui caminando hasta el pueblo. Allí
tomé unas copas con unos señores que hablaban de las fases lunares y su influencia
gravitacional sobre la tierra, las bestias, los campos y hasta nosotros, en el pelo. Parece
que es mejor cortarse en cuarto menguante, lo cual haré con mis bigotes, no lo sé tal vez
funcione, como lo explicaban parecía lógico. Ya traían varias copas pero hablaban en sus
cabales. Veme llevando donde quieres que pinte, ayúdame con el cofre.
De ahí agarré un bote hasta la provincia, a la mañana ya tenían mi carruaje, que me lo
entregaron sin caballos ni chofer… ¿pero a quién se le ocurre vender carros sin caballos?
Sólo hasta la noche pude conseguirlos, no fue fácil encontrar un caballo blanco y uno
negro, tuve que buscar por todas los establos del lugar…
Para no alargar la historia, espero no te moleste tenerlos en tu patio, fui al cantón de la
policía que en un principio parecía iban a acceder cuidarlos en su caballeriza; pero no les
gustó que le rindiera pleitesía al comandante, anda si no me la dan a mí… pero la verdad
es que me da gracia que el sargento siempre es gordo y algo le dije sobre la espalda del
caballo y se molestó. A ver ¿qué es lo que tienes? Ah! Celeste, simpática… aunque algo
histérica. ¿Quieres que pinte sobre eso? Si es así es mejor que hables con Pablo primero.
- No, esa la voy a dejar así. Quiero que veas el cuarto contiguo que es mi habitación.
El concepto era de cielo y nubes para sentirme volando; y Pablo lo desarrollo así… ven.
- Ya… lindo cuarto. Nubes dices… está bien ese azul, ¿cómo lo sacaste?
- Gracias, mezclé un blanco sobrante con la de azul y así quedó.
- La magia de lo imprevisto sin duda, ¿sabes que nada es casual eh? Mira, te lo haré
sin costo, sólo quiero que me traigas, aparte de comida y eso, bastantes higos. Digo
bastantes son bastantes, no todos para comer, me gusta el perfume. Debieras tener tú tu
propia higuera. Y, necesito silencio. Tal vez no salga, o salga y no regrese unos días. En
todo caso estará terminado en… 30 días. Si no salgo, a los tres días revisa, si algo no me
busques ni me llames. También voy a abrir unos huecos en los postes para colgar una
hamaca, creo que es lo más cercano a una sensación permanente de levitación. Incluso los
aviones son muy tiesos como para estar en el aire, me siguen pareciendo montajes los
viajes transatlánticos. Consígueme mañana la hamaca.
Transcurrieron los 30 días del pacto. Salvador salió sólo 3 veces de la habitación para
aventar sus batolas sucias y pintadas al cesto de lavar. Cada 3 días lo revisaba, llevaba una
botella de vino y todo lo que le faltara para comer. No hablaba, comíamos en silencio esas
noches y salía para verlo de nuevo 3 días después. Salió el último día a eso de las 3 de la
tarde, con una apariencia de soldado cansado y victorioso. Con un mal olor soportable y
hasta agradable, el humor de una especie de historia gloriosa. El bigote le colgaba cual
maestro oriental, al natural, el resto de la barba crecida y puntada, untada de higos. Salió
diciendo con cierta solemnidad mesiánica: está hecho.
En efecto era un cielo, un cielo hiperreal, de un horizonte calmo se desplegaba un
nubarrón tormentoso, casi apocalíptico que parecía fuese a llover de súbito sobre ellos.
Abajo una esfera perfecta, cerca de ser tangible en sus bordes. Sobre ella un elefante de
patas largas y flexionadas dándole postura de meditación. Al frente un león le observa
sentado, en la cara el felino tenía una máscara veneciana de blanco marmolado, con nariz
puntuda y larga y un gesto de furia en las cejas. Ambos animales reposaban cobre un
balancín que por centro tenía un panal de abejas destilante de miel y a su vez la miel
formaba un discreto y brillante charco a un lado. En el reflejo de este un ojo y del cual
bebía la lagrima un oso con el gorro de circo rodeado de abejas. Al fondo un pequeño
montículo de latas retorcidas y brillantes.
Salvador lo firmó en la esquina mientras lo detallaba. Enseguida se fue alejando de
espaldas a mí, de frente a la obra, abriendo sus brazos que con la batola extendida parecía
profeta. Se dio la vuelta hacia mí y dijo mirándome con fijeza: ¡dí mi nombre! Lo hice. –
¡Con mi apellido! - Así lo hice. – ¡dilo fuerte! anda…- lo dije fuerte. – ¡otra vez! ¡Tres
veces! - Así lo hice. – ¡ALUMINUM TRUENO!-. Se dio vuelta y se incorporó, bajó sus
brazos, ató su bata, recogió sus pinceles y me dijo- me marcho amigo… envíame unas
fotografías, no me olvides. – ¿se lo puedo mostrar a Pablo? - le pregunté. – ¿Quién es
Pablo? - respondió haciéndome un gesto de extrañeza a la vez que un guiño. – ¡adiós!
Se marchó conduciendo su carruaje, recitando a voces exaltaciones y poemas a lo que veía
en el horizonte, así como al brío y a la estética de sus caballos. Así oí hasta que ya no pude
escucharlo, luego desapareció en el horizonte con su bata bandeando en el aire como una
bandera mientras arriaba de pie en el carro a sus equinos.
Al principio fue entretenido observar la pared. Cada vez descubría nuevos detalles. Me
absorbía por horas su contemplación, tanto que ralentizó mis deberes. Luego penetraron
esas imágenes e ideas hasta mi sueño. Primero una placidez de recuerdos de lugares de
mi infancia, pero repentinamente se hacían pesadillas; me miraban las fieras en un
suspenso incesante que me mantenía dormido y agitado sin poder salir del onírico. O
simplemente el ojo me secuestraba la conciencia y me ahogaba en un mar de dulce,
pegajosa y deliciosa miel. De pronto sentía que estaba bien morir y me dejaba tragar, me
dejaba ir. Así que preferí el ambiente erótico del diseño de Pablo. Por un tiempo, me fui a
dormir al estudio. Subsecuentemente la intriga de amar a esa tal Celeste me infatuó y
desesperó. Debo salir de casa por unos días.
Tomé un tren a los países bajos, algo más fríos pero siempre agradables. Me encantaba
comer sardinas asadas al almuerzo con una buena cerveza de la región. Eventualmente
volvería mi capricho del cielo y me compré unas cartillas de pintura para principiantes y
me recomendaron ir al mirador al medio día para observar el cielo azul claro con nubes de
algodón.
Subí e hice algunos bocetos, avergonzado por mi inexperiencia y la mirada pública y
defraudada que busca o cree haber topado con un artista legítimo. Sin percatarme de
inmediato me di cuenta que tenía compañía. Un señor bien vestido, de traje negro y
sombrero, estaba sentado a mi lado. Cuando le miré me sonrió y me dijo – buen trabajo, a
mí también me gustan las nubes-. Me presenté en acto reflejo de una extraña cortesía que
no había practicado nunca. Él me dijo- Mucho gusto, René-. – encantado señor René, pero
no sé por qué dice buen trabajo, no quiero despreciar su cordialidad, pero mis nubes
están lejos de parecer reales-. – Eso es lo que me gusta, usted entonces no se da cuenta
de lo mágico de su abstracción, usted está dibujando como siente el cielo, con formas
suaves y difuminadas, casi sin sombras, objetos claros y apacibles, agradables, que invitan
a descansar en ellos, a su vez omite el picor de este sol de mediodía. Así, su interpretación
e ilustración de este paisaje son más reales en términos humanos que la escena real. Eso
me fascina. -¿Es usted pintor?- - qué es o no es, no es la cuestión, digamos que lo que
hago son cuadros, pinturas, que eso me defina no lo sé. Eso está supuestamente al juicio
de los críticos y no me ha ido muy bien en esos ámbitos. Al menos no aquí. Pero no me
importa ¿quiere ir a mi taller?
- Claro que sí, muchas gracias-.

Ella es mi esposa, - encantado-, bueno, allí están mis pinturas… ¿qué tal?
- Está muy bueno. Me gusta la nitidez y el concepto me encanta… ¿por qué sin
rostros?
- ¿Para qué? El detalle de los gestos es muy arbitrario para el que lo admira, es
egoísta obligar al lector del cuadro a sentir alguna cosa.
- Interesante, me gustan bastante.
- Gracias.
- Mire, creo que voy a abusar de su confianza, pero quisiera atreverme a pedirle a
pedirle que vaya a mi casa a pintarla.
- ¿Qué quiere que pinte?
- Nubes.
- No es por negarme, pero usted pinta ya muy buenas nubes.
- No como usted maestro, yo pago el viaje eso sí. No creo que me alcance para pagar
lo que vale su arte, de lo contrario estaría ofertándole mi fortuna para llevarme medio
taller.
- Bueno, me alegra, y en cuanto a la oferta sí, puede ser. ¿qué dices mujer, vamos de
viaje? ¿Ella puede ir cierto?
- Cómo no, ¡por supuesto!
- Pues vamos.
René tardó un poco en comenzar. Realizaba bocetos y atendía a su mujer y a mí. En las
noches tomábamos vinos y hablábamos de fotografía y del concepto del arte en el arte.
Finalmente luego de ausentarme por 3 días en un viaje de negocios, llegué y toda la casa
estaba cubierta de nubes. Incluso pintó la fachada que logró igualar al celeste del cielo,
con un efecto tal que la casa, que quedaba en una colina, desaparecía en el horizonte. La
casa invisible, la casa en las nubes, la casa en el aire.
Entré y estaba tomando café y galletas con su esposa, con su sombrero y vestido de traje.
Ya adentro, fuera de los muros ahora nublados en cada habitación, cada poste, cornisa,
puertas y umbrales, contaban con algún detalle. Manzanas verdes, hombres y damas sin
rostro, perdidos en un laberinto celestial. Esferas jugando al realismo líquido colgando de
los techos, que ya no parecía techo sino la misma inmensidad. Objetos
sobredimensionados. Mi bolígrafo favorito era ahora una columna; y la casa misma estaba
dibujada como una vista desde el aire sobre el muro de la chimenea. Respetó el trabajo de
los otros dos pintores. Alrededor del diseño de Salvador, pintó espectadores de espaldas
que contemplaban la obra. Al de Pablo, dibujó a Pablo como en el acto de estarlo
pintando. En perspectiva Celeste posando, con un velo y desnuda con una piel multicolor,
recostada sobre un montículo de arena dentro de un reloj de arena.
Es una descripción somera. Al pasar de días, incluso años, notaría más cosas o tal vez las
misas pero siempre parecerían nuevas, como si viniera de noche a seguir escondiendo
detalles y encantos en cada rincón.
No pude estar más agradecido. Se quedó unos días mientras esperaba recibir una carta
que había solicitado a mi dirección. Le ofrecí quedarse con la casa pero no aceptó.
Tampoco recibió pago. Situé sus billetes de tren, fue lo único que acordó. Se fue dejando
un lugar que siempre era distinto. Alguna vez oí que existe una nostalgia existencial sobre
lugares desconocidos, esta casa era la plenitud a esa nostalgia. Un lugar no lugar. Fuera
del mundo, en el celo. En el universo. La casa no era una casa. Cada hora del día en ella
era particularmente estimulante. Horas de un silencio que parecía adelanto de la paz post
mortem, luego las paredes mismas exigían una u otra clase de música para acompañar
atardeceres. Aseguraría que el eco siempre rebotaba de forma distinta, o a veces incluso
se perdía en la infinitud del techo. La nitidez de colores irreales daba la impresión de estar
siempre soñando. Incluso podría aseverar que mis sueños se opacaban frente a esa
realidad.
Logré terminar mis ideas y mis ensayos. Perdí la noción del tiempo. Ya no sé si vivo o
muero. Vivo ese sueño, ese laberinto surreal, sublime y feliz. Dice el fin de mi
autobiografía que también terminé.
Años pasaron. Un día recordé que tenía un buzón de correo. Salí, y me percaté que René
había firmado su obra en el buzón, sin fecha. Intemporal. Ya estaba inclinado el poste
colmado de cartas. Al pie del poste, el servicio postal improvisó una caja metálica para
continuar depositando el correo, estaba igual plena de correspondencia. Otras cajas de
cartón y torres de periódico estaban castigadas por el sol y el agua. La mayoría publicidad
sin interés. Entre todo una carta de la mujer de René, la dejé reposar en el estudio por
unos días. Cierto sentimiento calamitoso me embargó y pensé sobre la esperanza en que
desaparecería en esos laberintos de tiempo y espacio, o que sería un sueño. Pero no, allí
seguía, en sueño y despierto la carta en el lugar. Efectivamente, era la noticia que René
había muerto.
Sentí dolor, hubiese querido llevar una amistad más directa con él. Vivía en lo íntimo de su
mente y creo que eso me hacía sentir su amigo. El que me haya escrito ella lo
corroboraba, lo que me tranquilizó. Viajé a su ciudad a dar el pésame, volví al mirador a
decirle adiós en la banca en que lo conocí, o más bien en la que me encontró. Es más
poético pensar que somos encontrados por la vida que el ingenuo despotismo que somos
los descubridores de todas las cosas que persisten más que nuestra memoria. Allí traté de
bocetar nubes, las dejé en la banca, algo así como la realización de un único ritual.
A mi regreso a casa sentí que la vida había pasado por allí, parecida a la sensación de
escuchar que un hombre nuevo viene al mundo. Entré y noté un nuevo detalle, cuando lo
vi sentí que había vuelto a mi casa en mi ausencia. Detrás de una nube, que era mi nube
favorita a la hora del café, reconocí una nueva silueta, era la de un hombre con sombrero.
Un hombre en el aire. Intemporal.
Juan Sebastián Valencia S. 2015.
The truth lies on the stone.

Ernesto un oficinista del centro sale, un poco más tarde de lo habitual, a las 6:00 p.m de su
trabajo, hoy la burocracia estuvo más lenta y tuvo que evadir con respuestas escuetas y más
gente. Agotado y hambriento va y pide una cerveza y una hamburguesa a un bar tipo pub a la
esquina de su edificio. El sitio está lleno, así que se sienta en una banca pública frente al pequeño
cuchitril. Algo usual en el centro de las ciudades, donde no cabe más gente pero “son los mejores
lugares de la tierra”. Mientras espera llega un vagabundo, se para de frente al él quieto. Ernesto
con sus audífonos aislado solo atiende con un reflejo metropolitano, levanta la mano con la plama
de frente y niega con la cabeza, y dice: “No tengo, gracias”

El vagabundo se queda allí. Ernesto no levanta la mirada por el miedo y la indiferencia. Pero nota
que el vagabundo mira la hora en su muñeca sin reloj, y cruza las manos impaciente.

De pronto se inclina y le habla fuerte:

- ¡Señor! ¡Señor! con aliento de hambre y cigarrillo.

Ernesto se retira un audífono y lo mira, era al parecer un abuelo, con la barba blanca y medio
canosa, de ojos azules y afables.

- ¡Que no tengo! Le replicó con una crudeza que a Ernesto mismo le extrañó, nadie está
preparado para dialogar con la tímida miseria, cuando el crimen tiene corbata.

- No le estoy pidiendo limosna, ya trabajé hoy, le pido que se retire de mi banca.

Ernesto duda y se levanta un poco, pero se vuelve a sentar.

- ¿Cómo así su banca? Esta banca es de todos ¿No? Algo confundido, la lógica y el deber ser
se entre cruzaban en su cabeza acerca de la propiedad de la calle, de un habitante de la calle.

- Vengo todos los días a las 6:00 horas a sentarme a leer, todos aquí saben que es mi banca,
permiso por favor.
- Mire, no quiero discutir con usted, no tengo donde comer, no puedo comer, por eso vine a
la banca. No puedo comer parado por eso vine a la banca.

- “Yo no tengo casa, usted tiene casa, vaya a comer a su casa”.

- Pero acabo de pedir comida, señor.

Meditó sobre si comer al lado del vagabundo “compartamos la banca, yo como y me voy”

- No, ésta es mi oficina en la oficina no se come, ni se duerme. ¿No le enseñaron eso?


Además tengo hambre y si se le riega algo ¡me ensucia la banca!

- ¿Me está usted jodiendo? ¡es la calle!, la banca está sucia y huele a orines.

- No me insulte señor, ustedes con sus corbatas y su plata con la boca más podrida que la
mía.

- Lo siento, pero no puedo creer lo que pasa.

Se sentó el vagabundo

- Qué pasa?

- ¡Es la calle!

- Es mi casa, que tal que yo llegara a comer en su sala o el estudio de su casa. ¿Le gustaría
sin que me invitara?

- Entiendo, pero no. Mire si quiere lo invito.

- ¿Qué?
- Lo mismo que voy a comer, hamburguesa y cerveza.

- Uy, no, eso es malo para la salud. No coma eso. Bueno por favor levántese o llamo a la
policía.

- ¿A la policía? jajaja señor pero es la calle.

Sonó el digiturno para recoger su comida.

- Eso, váyase a comer.

- Voy a volver.

Cuando regresó el vagabundo estaba sentado con una pierna a cada lado de la banca como un
caballo y mirando al centro de la misma.

Volvió el hombre y se sentó.

- No señor, no puede.

Cansado de discutir se quedó de pié y apoyó la cerveza en la banca.

- ¿Pero qué hace? ¡me está mojando las letras!

- ¿Pero cuáles letras?

- Las de la piedra. Le dije que venía a leer, vengo aquí a diario a leer la piedra.

- Ahí no dice nada ¿Cómo así? ¿y si llueve?


- Usted no entiende, la piedra dice algo distinto, cada día, si llueve lluvia escribe, usted está
tergiversando el mensaje.

- Usted está loco a ver ¿qué dice? léame la piedra.

Se metió al bolsillo la botella.

Mire, no recuerdo bien si fue el Buda o el Cristo, que dijo que haría a las piedras hablar, no hay
nada más cierto que eso, aunque creo que fue más el segundo porque el primero nunca existió, al
menos no he visto al Buda en la piedra. A Cristo sí. Pero la prensa de hoy, no trae religión solo
política.

Las manchas hoy está hacia la derecha, la godarria está inventando una nueva forma, si eso es
posible… de godarria.

- Pero si se sienta al revés entonces es la izquierda.

- Si claro, ambas están podridas, por eso no creo en la política sino en las piedras. que son
firmes. Ahora la base está cagada y meada como todos, pero vea que una flor salió hoy de la pata.
Usted no lo notó porque ustedes solo miran pa´lante ni siquiera miran al cielo, son como
marranos.

- Esa flor solo dura tres días, y luego, si no sale otra, estamos fregados. Comienza la resolana
y la gente con sed no piensa, o solo piensa en no hacer nada. La lluvia aburre a la gente. y la pone
a trabajar, a almorzar en sus casas, no en la calle como animales.

- Cuando la gente no piensa, la embarra y ustedes toman decisiones sobre nosotros y la


embarran. Yo no tengo nada pero la resolana solo me afecta porque hace más frío de noche. Es
preocupante, ojalá salga otra flor o nos darán impuestos a los locos y gamines. Ya si quiere
siéntese.

- Gracias.
El vagabundo sacó un teléfono y empezó a twittear sus lecturas de la piedra.

Ernesto no volvió a sentarse en la banca, renunció y se convirtió en escalador.


Mujer triste

Era una mujer. Era una mujer triste. Triste no dramática; no de las que lloran por teléfono o se
bajan del carro. Creo que la verdadera tristeza no llora. No sufría de esa supuesta “melancolía”
que no es sino puro aburrimiento mezclado con la pereza de pensar y pensarse. Era una mujer
realmente triste. No tenía cara lastimera ni sufrida. No sufría. Solo era triste. Ahora dudo entonces
que toda tristeza sea un sufrimiento, ni todo sufrimiento una tristeza.

Era una mujer triste; como las hay extrovertidas, interesadas; malas, buenas, buenas solo cuando
son madres, otras buenas solo cuando son hijas o solteras. Más que la expresión de una tristeza, la
delataba una imperante quietud. Ningún gesto. Una mirada quieta, insensible o ignorante a
voluntad de todas las cosas, personas y sucesos. La vida no le trascendía. Una herida sin cicatriz.

No llevaba, insisto, una vida triste. No le hacía falta nada en el sentido de la escases. No era pobre.
No era rica, aunque más tarde lo sería. No la hacía miserable ni feliz el dinero. No le angustiaba
enriquecer ni empobrecer. Al parecer tampoco amar.

Llevaba una vida feliz, pero era triste. De vez en cuando reía viendo películas, leyendo.
Conversando reía mucho si la compañía era agradable. Sonreía al saludar. Pero su cara
inexpresiva, su mirada quieta, sus mejillas inmaculadas eran el indicio de su tristeza. Le seguía la
voz. Hablaba lento, despacio, claro y grueso. No era tímida. Su voz seducía. Cantaba alto. Cantaba
también bajo; como hablaba; un poco más bajo y luego subía. Sentía la música a la vez que no
sentía nada. Si cantaba no se movía, solo miraba; inexpresiva. Sus canciones, aunque muchas de
letras felices, despertaban un deseo de llorar; un efecto casi sombrío. Era una música oscura; una
música gris y sola, como ella. Rara vez la acompañaba más que el piano. Un piano lento, grave,
suave y callado.

Esa mujer vivía sola. Sin gatos. En una gran casa, en un barrio decente a las afueras de la ciudad.
No obstante, le gustaba quedarse con cierta frecuencia en un hostal cerca de los bares y cafés en
donde cantaba. Aunque era solitaria le encantaba pasar tardes y noches sosteniendo
conversaciones estimulantes con algunos verdaderos intelectuales y músicos que visitaban el
bohemio sector. Claro que la deseaban. Ya estaba acostumbrada a esa incomodidad de los
primeros minutos de flirteo de toda conversación nueva con una nueva persona. Banalidad
indecente, no por vulgar sino por lo cliché; ya no conocía nuevos piropos ni frases de ligar.
Siempre todas las insinuaciones cargadas de vulnerabilidad, de ánimos falsos; de títulos, de egos.
Rápidamente los desarmaba, nada más débil que un hombre con deseo. Sin embargo, luego de
ello; intentaba proseguir y conocer lo que había detrás de esas caras y nombres; qué es lo que
había en el corazón de esos hombres y mujeres que por admiración o lujuria se acercaban a ella.
Valoraba esa atención finalmente es una costumbre y de parte de ella un sentido común del
respeto. Algunos se sentían humillados o desinteresados y se iban. Otros aceptaban la pequeña
derrota pero a la vez aprovechaban la oportunidad de hablar franco y se abrían a lo que en
realidad pensaban y creían y tenían por decir. Tenía la cualidad de sacar lo mejor de las personas.
No era la mujer común que se limita a sus prejuicios e ínfulas, no se dejaba cautivar por los idilios
o sofismas de hombres; de marcas, de perfumes, de lugares, de status; de propiedades y viajes. No
como la pretenciosa que es un intento de mujer y que alimenta su ego con rechazo, impotabilidad
y arrogancia justificada en una belleza, profesión o apellido. Nada de ello le interesaba ni le atraía,
tal vez se enamoraría cuando sintiera que algo era nuevo. Algo distinto a la vida, que ya conocía y
que le aburría por el mundo de imposibilidades que rigen al mundo. Algo menos monótono,
menos ritual. Creía y quería ser y estar emancipada. Difícil tarea. Pero lo hacía bien.

Sí se fijaba en hombres, pero rápido se desinteresaba. Parece que todos leían el mismo manual, tal
vez se pueda hablar distinto, pero muchos animales ingenian mejores formas de impresionar y
enamorar a su hembra. Mala costumbre la nuestra. Le gustaban los hombres callados como ella.
Pero esa era otra falsa impresión, la timidez o el silencio no son garantías de inteligencia o
genialidad.

Tenía una relación cercana con sus padres. Divorciados. Su madre se volvió a casar. Su papá
coqueteaba con jóvenes promesas, mas no le gustaba concretar. Estaba bien solo, como ella. Los
llamaba seguido. A su padre lo visitaba más. Charlas trascendentales siempre tenían; luego de
ellas se evitaban por días. Luego volvían a contactarse, por teléfono primero. Luego se veían,
charlaban y así y así.

Su madre se había acomodado con un jugador de golf, empresario. Vivía en una casa en la playa, la
cual aprovechaba ella para escribir cuando ellos no estaban. También escribía. Escribía cartas
anónimas sobre todo. A ella misma o a desconocidos que imaginaba. Imaginaba relaciones y
rupturas; de allí sus canciones. A veces los experimentaba tan real que les guardaba luto a sus
hombres imaginarios y de allí más canciones.

Las estadías en la casa de playa eran fructíferas en inspiración así como dolorosas. Sentía
verdadera soledad y tristeza común en cada atardecer. Pero la noche venía con viento salino, vino
y queso, y la compañía del gato que allí vivía. Surfeaba los amaneceres; sentía que absorbía la vida
de ese frío de mañana.

Por lo demás, asistía a clases de historia y psicología en la universidad. La academia no le agradaba


mucho; hedía a hipocresía y a pretensión, más que un concierto de pop. Por eso no lograba el
título; redactaba discursos críticos severos en sus exámenes finales, acerca de lo verdadero, lo
universal y lo único que aspiraban enseñar los maestros mientras éstos creían ser actores de un
holismo trascendente. Uno que otro profesor la aprobaba con la máxima nota; pero en su mayoría
la reprobaban. Con los primeros lograba diálogos profundos que suscitaban ensayos, artículos y
hasta cortometrajes; pero de ellos la minoría la incluía en los créditos de la publicación.

Contaba con un pequeño círculo de amigos. Algunas veces en el año se reunían a tomar y a hablar
de sus avances que son las vidas. Sobre todo en la casa de playa. En otras oportunidades iban a la
montaña, en la cabaña de un historiador de la universidad. Otro emancipado, pero demasiado
exquisito como para desligarse del todo de la urbe. Para ser un buen intelectual hay que tener
buen dinero decía; odiaba y amaba su dinero, lo cual lo alejaba de toda relación firme. También
creía que todo compromiso lo limitaba. Para él lo importante era vivir el momento hasta el fin, lo
que ella traducía como el mero consumo de vidas y de la suya propia. Alguna vez se lo dijo y él
estuvo de acuerdo y lo sucedió con la propuesta de estar con ella, a lo cual ella dijo que no y desde
ese momento, vulnerable y abierto, se consolidó la amistad y el plan de cabaña con sus
respectivos amigos que luego se convertirían en un solo grupo.
Su mejor amiga, aunque aprovechada de la oportunidad de los bosques, le reclamó a propósito de
su respuesta al hombre, el cual pensaba ideal para ella. Le dijo que su promesa era que jamás
nadie le daría la talla y que la razón era precisamente su ínfula de superioridad, en parte
justificable, la alejaba de encontrar una pareja que completara su soledad y tristeza. Ella intentó
explicarle que en efecto ella era triste, pero que eso no lo aliviaría un hombre, de hecho no sabía si
era algo que debía aliviar o si era tratable. Tampoco estuvo de acuerdo en que una mujer debía
completarse con un hombre. Pensaba que ese era por el contrario el problema de su amiga, que
por eso vivía de decepción en decepción y luego pensando que el problema era ella. Y se lo dijo.

Capítulo II

Eres (fuiste) inútil (fútil), débil, impreciso. Recuerdo, como la cita de un libro que ni el autor
recuerdo. Te conozco pero no te sé. Lo que sé olivé de ti. No eres memoria. Así de liviano, no
marcaste, no dañaste. Roce sin cicatriz. Olvidé tu nombre. Creo que no fuiste siquiera, siquiera un
fantasma. Al muerto lo lloran escrito en la piedra. Dormí mientras pasabas. Ni un sueño eras, eras
una idea. ¿Qué eres si no eres? Tampoco soy pero algo soy. No estoy, no siento nada.

Te confundo de título y de canción. No eres una foto, un libro o disco. De algún lugar te habré
visto. Do we know each other? Te confundí con otro, perdón.

No fuiste de la escuela, ni del viaje, ni del bar. ¿Por qué te tengo? No lo sé. Extraño extraño sin
extraño. Eres la omisión. No trasciendes, no importas. Nada.

Te mantengo vivo en el capricho de saber de dónde eres. De dónde fue. Que solo la casualidad o la
nada resuelven. Inquietud vana. Una palabra sin significar. Un vacío en la hoja.

Dónde te habré leído, ¿quién te escribió? Ahora yo lo escribo y lo soy. Destino o no, algo pasó.

Escribía mientras esperaba a su banda. Al pianista y tal vez algunas palmas. Ensayaba ahora en
casa, cada vez en el estudio se volvía un recital, lleno de curiosos, amigos de los amigos de los
amigos de ella y del portero del local. De puros favores y cortesías llegaban hasta 30 seguidores,
fans o pretenders, tal vez lo mismo, que hacinaban los cuartos aislados hasta que la atmósfera se
convertía en un indeseable vaho de humores y alientos que mareaban toda inspiración o
admiración. La condensación ya se había llevado un par de equipos. Era curioso pensar que esa
interesada alabanza terminara solo en corrosión.

El pianista llegó con un baterista y un contrabajista. Recordó que había convenido aquello, pero
igual no le agradaba la idea de cantar mientras otros músicos estaban detrás de ella. Seguro le
quedó esa inseguridad de su constante reprobación académica. Los profesionales no tienen mejor
cosa que hacer que juzgar, pensaba.

Ensayaron. La banda sonaba increíble. Los felicitó a la vez que advertía no se enamoraran de ella;
que si así era lo ocultaran. Muchas bandas buenas, con sinergia y actitud se han perdido por los
supuestos romances con la vocal femenina.
En un par de semanas tenían un toque importante, alguna productora le iba a grabar en vivo. el
pianista estaba más preocupado que ella al respecto. Ella no sentía afán alguno. Como ya había
trascendido a la vida, como al amor; o eso sentía, nada la angustiaba. De vez en cuando le
inquietaba el haberse vuelto insensible, pero concluía que no al recordar la zozobra que le causaba
el sufrimiento ajeno. Huía del sufrimiento y la mejor manera para hacerlo era pasar por omisión
sus propios sentimientos, a la vez que sentía empatía por las cuitas de sus allegados.

No le gustaba detenerse en sus tragedias. En alguna ocasión la robaron y lo único que quiso fue
pasar la página pronto. Olvidar el miedo y la vulnerabilidad que sintió. Esas cosas pasan, la vida
pasa y es así. No voy a reaccionar, de qué sirve reaccionar, pensaba; son solo cosas. Cada día gano
y pierdo algo sin pensar, sin sentir. El tiempo y las cosas pasan y para el tiempo y las cosas no
importamos nada. Se lo dijo aquella vez del robo. En sus relaciones no se detenía tampoco. A sus
hombres invisibles los recordaba y les hacía cierto duelo pero los reemplazaba luego con otro
amor nuevo y refrescante. Nuevas canciones esperanzadoras nacían. Sobre la primera vista. El
encuentro. Esa angustia deliciosa de si acaso me miró y me piensa. Si le intereso tanto como él a
mí. Si llamará. Algunos no llamaban, los hombres invisibles también desaparecen sin motivo
aparente. No se interesan o son muy perfectos o muy viciados para ella y viceversa. Todo amor es
primero inventado, luego creído, luego descubierto. Ya no amor. Todos los amores son
imaginarios.

Días después, en la casa de playa, salió a caminar el crepúsculo. Sintió un vacío extraño con el cielo
rosa. Sintió que algo había cambiado. Seguro era el equinoccio. Algo en ella iba a cambiar; había
cambiado. Caminó la playa con cierta nostalgia, como si fuera a morir pronto o a dar vida. Algo se
revolvía en su ser. Subió a una roca. Sentía vibrar la piedra por las olas estrellarse en la base del
acantilado. El mar estaba en calma pero de algún lugar sacaba el ánimo para desquitarse en la
piedra. Como una mujer.

El cielo se apagó y el mar era ahora un oscuro vacío. Se levantó, quería seguir andando. Tomó su
auto, sin rumbo aparente. Aceleró prudente por la autopista principal costera, subió el volumen al
radio y ando y ando. Transcurrieron unas dos o tres horas hasta que se percató que debía comer y
pernoctar ya en algún lugar. Siguió andando algo menos de 30 kilómetros hasta la proximidad del
pueblo que seguía en la ruta. El arrebato la alegró en su resultado. al lado de la carretera vio dos
antorchas que indicaban la entrada de un camino. El olor de las piras de bagazo de viña se
mezclaban con el de la garnacha y el merlot que invadían ya el borde de la trocha. Se sentía como
dentro de una botella siendo servida. Ella el vino, el camino la garganta. El camino la engulló hasta
llegar a una pequeña planada en redoma en donde había un par de autos estacionados. Se detuvo
y al segundo un resoplido la sorprendió de costado. Un jinete. Le dijo – llega a tiempo, ya sale la
caravana a la viña. No dejamos que los autos entren a los terrenos de cosecha. Por favor estacione
y ya le asigno un potro ¿sabe cabalgar? –sí- respondió.-perfecto, bienvenue au Domaine du Lapin
Perdu-.

Cabalgó una pendiente empedrada, hasta la cima de una colina. De allí se avistaba una hondonada
y en la hondonada un valle, atravesado por un río; y en el valle la viña. Separada en la mitad por el
río. Según el guía esa hondonada permitía un microclima perfecto para el cultivo; en donde los
turnos de calor y frío; de sol y sombra pareciese se hubieran comprometido y trabajaran para el
viñador. Inclusive el clima tocaba tales extremos que una vez al año permitía recoger una cosecha
de vendimia tardía durante las heladas de noviembre. Uno de los mejores vinos dulces del mundo.

- es usted sommelier? Preguntó ella.

- soy vigneron-

- ah! Es usted el dueño del dominio…

- así es.

- Con razón la pasión con la que habla-.

- De acuerdo en que el vino es una pasión-.

- No es usual que los dueños de las cosas atiendan las cosas-. Le dijo al vigneron con cierta gracia e
irreverencia.

- Generalmente mis ayudantes se encargan de los turistas en las visitas del día. A ésta hora vienen
amigos o aventureros locales que buscan perderse y casualmente todos llegan aquí-.

- Ah sí?-.

- Sí, no se imagina a las horas que han llegado.

- Los atiende a cualquier hora?

- Hago turnos a la media noche. Algo de misterio y de magia hay en la vendimia nocturna. Además,
son las visitas más interesantes.

Mientras hablaban ella escuchó un ruido entre las vides. Los arbustos se movían entre las sombras
y los reflejos de la luz de luna.

- No se asuste-. Le dijo el vigneron.

- Animales? Preguntó ella.

- No. ¡Bah juif, doucement!

- ¡Soy el extranjero!- Replicó la sombra.

- Él es uno de los nocturnos interesantes. Una noche casi le pego un tiro pensando que era un
zorro. De hecho se lo pegué, pero le dio justo en una caja que carga amarrada al pecho.

- ¿Qué carga?

- Mandamientos, según entiendo. Cuando lo vi no reaccionó. El disparo lo tumbó, se levantó como


si nada; ni se revisó. En su lugar me hizo un gesto de saludo con la mano y me dijo: -soy el
extranjero; la fruta es mía-. No me diga, le dije. – ¿qué hace aquí? ¿Cómo que la fruta es suya? Si
me está robando la próxima bala no falla señor… ¡explíquese! Entonces dijo: - No lo entiende, ¿No
acaba de ver? Ningún hombre me puede matar. Mi vida es del Padre y el Padre es el que labra
todas las viñas y todas son de Él. Soy el extranjero y la fruta es mía-. Dijo eso y se agachó a recoger
uvas. – La fruta y el plomo hermano hombre- respondí y le disparé y en ese preciso instante brincó
un zorro de entre la viña a morderle. Le di al zorro. Con increíble aplomo y serenidad, que me
imagino da esa fe, me reparó: - Ningún hombre o bestia puede matarme. Mi vida no es mía ni
suya. No insista buen samaritano. Yo soy el hijo del extranjero. He de insistiré, me debe una
explicación sobre qué está haciendo en mi terreno…

- ¿no conoce la antigua ley? Preguntó. –¿La del ladrón o la del invasor? ¿La de la montaña y la
bala? Respondí. –No, la ley del principio de las viñas. Verá gentil hombre, el Capitán de los
ejércitos, quien creó la vid y labró la tierra y de la tierra sacó la uva y al hombre. De la vid el vino y
del hombre vida. Mandó que toda fruta que cae al suelo es del pobre y del extranjero. No soy
pobre, tengo un gran tesoro en el alma y en la caja de oro que paró la bala. Pero soy extranjero.
Así que la fruta que cae es mía. Es ley. No se condene hermano-. Así me sonrió luego de su
argumentación. Quise dispararle otra vez para probar lo que decía. Pero me pudo la piedad a esa
mirada y a ese rostro barbudo bonachón. Sus ojos se asomaban como plata; como luna llena en el
abismo que es el río de noche. Le pregunté - ¿Qué hace usted con esa uva? Con eso no sacia el
hambre…

- Para lo mismo que usted, hago vino-

- ¿En dónde?

- Otro de mis tesoros es un barril de Salomón, de cedro del Líbano. Donde el vino se hace ciencia.

- Cuándo me convidará a probar de ello?

- El día en que la luna se detenga en el cielo hasta una considerable victoria-. Entonces miró a la
luna y sus ojos brillaron tanto que se alcanzaban a ver las uvas tiradas en el suelo a través del
espesor de los pámpanos jóvenes. Me sonrió de nuevo y dio la vuelta y siguió recogiendo. Desde
esa vez lo dejo andar por ahí. Solo lo intimido un poco cuando hace eso que zarandea los
sarmientos hasta que caen los racimos. Creo que eso es trampa. Pero bueno, el movimiento es
vida y la vida es buena para la viña.

El año en que nació mi hijo fue la mejor cosecha.

El mejor año. El judío fue feliz arrancando racimos completos, gordos y a reventar.

Tan pesados eran que doblaban la rama y quedaban recostados en el suelo. Lo suficiente para el
judío.

El año en que murió mi padre, el vino le guardó luto. Muy mala temporada para la venta. Lo que
recogí me dio un vino casi negro. Sabe a réquiem y a inmortalidad. Todavía tengo unos cuantos
barriles. Tomo de ese en las noches sin luna y cuando estoy triste, y en el aniversario de mi padre.

- ¿Puedo probarlo?

- Cuando la luna se detenga…

Llegaron a la casa de recepción. Ya estaban acomodados los amigos que se adelantaron en la


cabalgata. Ya conociendo el camino y las historias no consideraron andar al paso de ellos. No
conocieron por eso al judío, que pensaban era otra historia fantástica del vigneron.
Ya allí. El vigneron le acomodó una habitación. Luego sirvieron un cerdo al horno el cual maridaron
con una buena colección de vinos. La charla se extendió hasta la mañana. Hablaron sobre todo de
amor, luego de hablar de economía. Ella cantó algunas canciones a pedido de los presentes. Lo
cual gestó una posterior disolución de una pareja que había ido. Eso es lo malo de las catarsis.
Canciones y films que son tan adecuados que parece que estuvieron hechos para salvar a
enamorados equivocados.

Nada más cautivador que una mujer feliz

A las pocas horas de sueño, el vigneron la despertó para tomar un brunch ligero y para invitarla al
lagar.

Hicieron una corta vendimia de un jardín apartado para experimentar nuevas formas de cultivo y
sus efectos. Seleccionaron casi uva por uva dependiendo del grado de madurez, color y
consistencia. Esas, arrancaron y las llevaron para la pisada. Le lavó los pies cual preparación pre-
quirúrgica y la alzó hasta la tina de uvas.

Al principio sintió algo de pena por estrujar las uvas. Sentía un remordimiento de destrucción
extraño. Sentía como si estuviera estallando pequeñas cabezas. Se metían entre sus dedos como si
fuesen manos implorando que cesara. Casi con la fuerza de levantarla. Tan solo con su peso
muerto. Sentía como una a una cedían. El color no favorecía en eso de tratar de no sentirlo como
un pequeño genocidio. El olor sí. Subían como almas al cielo los aromas frescos de la fruta. Esos
aromas que luego serán ocultados por los amargos taninos por años. Allí estaban vivos. Un éxtasis.
Una ebriedad… en placer. Una sensación de vida y muerte en la mera acción de estar de pie sobre
la creación. Se sintió, prístina. Recién nacida pero consciente.

- El vino es algo vivo. ¿Ya lo siente? Es como la sangre de la tierra. Hay quienes creen que es el
pétroleo. Pero eso es más bien un cáncer. Negro. Estéril y tóxico. El vino respira, siente, vive,
chupa la vida de un desierto arcilloso. Alquimia del agua a la vida. Usted lo toma y la hace feliz

Todo lo que sintió lo pensó luego. Luego quién tiene el tiempo para pensar en todo eso mientras
vive.

Paradoja del tiempo detenido y el devenir consciente.

Instinto luego razón. También pensó, pensó todo eso de camino a casa, en esa ruta larga que salía
del monte a la costa. Ahora de día. Azul. Con ese vacío de los días descomplicados en donde el
viento es generoso, el cielo no hace nada, el mar apenas. Sin obligación ni necesidad, el equilibrio
libre.
Esta noche me recuerda a esa noche, ¿recuerdas? La primera vez que vimos las nubes nebulosas
sobre nosotros. Detrás del frío, solo en oscuridades como estas se muestra esa luz. La luz siempre
gana. Y las estrellas que nos miran hoy nos vieron esa vez y entendieron. Nosotros no.

Esa vez que no olvidas verme dormido, yo no olvidé y te hice un cuento y con el cuento te regalé
esa tierra, esa y muchas noches. Una noche como esta.
J: Es verdad, quién hubiera pensado que estemos aquí hoy, qué locura.

S: Sin duda. Predestinaciones.

J: Esa noche tenía su música, ¿cuál es la música de hoy?

S: ¿Qué sinfonía? Escuchemos… Cierra los ojos.

Un beso.

Se escucha el viento. Crujir de la madera de los árboles, caen piñas de pino sobre tocones secos.
Sobre el pasto. Murmulla un río abajo, siento el frío del río desde aquí.

J: Sentir también es música.

S: Dicen que el universo está en La, una constante vibración en La, así como el tono de los
teléfonos cuando aún no hemos llamado a nadie, o no hay a quién llamar. Buscando a alguien del
otro lado. Vibraciones. Frecuencias.

J: Siempre escribe eso.

S. Son constantes.

J: Vea pues, no lo había escuchado.

S: ¿No las sientes? ¿Qué sientes?

J: Jum. (sonríe).

S: Seguimos sin trascender del silencio. Pero no hay silencio. Hay una luna plata sobre nosotros.
Un Sonido. La luz te brilla en el pelo. Es. Eres. Cascada de luz. Blanca, silverada. Atenta. Callada.

¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo aparecimos aquí?

J: no sé ¿importa?

S: No.

J: Léame un cuento.

S: No tengo para leer. Pero podría improvisar algo.

J. Mueno.

S. ¿Si te quedas dormida desapareces? ¿Como en el sueño, si esto es un sueño se duerme y se


desvanece?

J: ¿Importa?

S: Sí.

J: No

S: Tenía pendiente el de los relojes sin pila, aunque ya estoy harto del tema del tiempo.

J: no, empiece por favor.


S: Mueno.

Aparecí, así como aparecimos hoy, como los muertos. O como los más vivos en espíritu. Aparecí en
un baño y vi un reloj que no caminaba. Salí y ya no estaba donde estaba. Estaba en otro lado,
desconocido, pero sin el temor de lo desconocido. Un déjà vu, o más bien un déjà été, Ya estuve,
pero no recuerdo. Salía de un salón de paredes en concreto en medio de un bosque. Al fondo
divisé una aldea. De arquitectura moderan, pero colonizada por la selva misma. Unas ruinas no
ruinas. Era un concreto de un gris bonito, no ese gris muerto y áspero, poroso. Era una especie de
mármol lacado.

Salté para saber si era un sueño. Voltee a mirar a otro lado y volví la mirada. No era un sueño, al
menos de esos de imágenes débiles. Entré a la aldea. Caminaba la gente despacio, con togas, jeans
y tenis. Mientras me fui adentrando vi entonces más personas y noté que la mayoría tenían canas
pero no eran viejos. Pensé que tal vez era una moda, una tendencia de polis romana posmoderna.

En la plaza principal había una torre de reloj. Un obelisco. Marcaba las 6, era muy claro para ser
cualquiera de las dos. Sin segundero esperé un momento, efectivamente el reloj estaba parado.
Seguro es de esas maquinarias viejas que ya no tienen quién haga los repuestos, como esos pianos
viejos que ya no hay quién afine. Se me acercó entonces uno de los pocos aldeanos con aspecto de
viejo.

A: Time is dead.

S: ¿No habla español?

A: I speak every language, almost, but in english it sounds better, that sentence: time is dead.

S: How?

A: Un día simplemente dejó de serlo.

Pensé que era el loco del pueblo, el único viejo tal vez. Pero habló con una certeza que me
inquietó. Seguí mirando alrededor, no era un sueño. Este señor sólo se sentó en una banca del
parque de la plaza, a mirar la piedra de la banca. Me miraba y se sonreía.

Decidí seguir caminando, en los locales buscaba si había horarias de cierre, pero no encontraba.
Un día infinito pensé. Había comercios, no muchos, sí muchos cafés y bares. Los comercios eran en
su mayoría bodegas de artesanos. Piezas intrincadas con incrustaciones cibernéticas. Madera,
metal y circuitos integrados.

V: esta es una máquina que mide las variaciones termodinámicas y gravitaciones.

Me trató de vender un joven comerciante, de los pocos de pelo negro. Se trataba de un balancín
de madera y piedra, el pivote era de un metal cromado con luces led. Mostraba una serie de datos
que no comprendía, no era un alfabeto numérico.

V: Le voy a mostrar, de un lado pesamos 1kg de piedra y del otro 1 kg de metal. Verá ahora las
variaciones.

Derramó nitrógeno líquido sobre la piedra y sobre el metal comenzó a calentarlo con un soplete.
La balanza se inclinó por la piedra primero, obvio, por el nitrógeno líquido extra pensé. Pero el
metal comenzó a pesar más a medida que se ponía al rojo vivo. Inclinó el balancín totalmente
hasta abajo.

V: ¿qué tal? Resolvimos uno de esos enigmas físicos, el calor afecta la gravedad. El tiempo se hace
más largo al calor ¿no?

S: sí pareciera:

V: Se equivoca, el tiempo ha muerto. En esta dimensión no hay tiempo, solo gravedad diría yo,
pero no me haga caso, soy muy joven todavía. El calor hace a los objetos más pesados. El balancín
cuenta con un alternador de ondas, así que ya no tenemos un modelo subjetivo de peso, sino una
medición exacta y probada, al frío y al calor.

Así fue, calentó la roca y enfrió el metal, la balanza hizo lo propio y se inclinó hacia el lado de la
piedra.

V: como el tiempo ya no pasa el calor tenía que hacer más pesadas otras cosas. La energía cambió
para generar otros estados ante la falta de una dimensión constante de tiempo.

S: interesante, es decir que ¿así les pongan baterías a los aparatos no van a dar ninguna hora?

V: no, la energía ya no marca el tiempo. Ni los relojes de sol proyectan más sombra, ni los de
arena. Nada.

S: ¿cómo?

V: como le digo, la energía y la gravedad ahora actúan distinto. ¿lo va a comprar?

S: ¿cómo funciona el dinero si no es por tiempo trabajado sintetizado en valor?

V: tenemos otro tipo de transferencias, acciones, intercambios. Ya nadie trabaja para alguien. Hay
acciones y empresas grupales, pero en función de comprender tal o cual fenómenos. Empresas
científicas. También con funciones sociales como construirle la casa a recién casados. Ahora es
más funcional dicen algunos viejos.

S: ¿Y los viejos no mueren?

V: Sí. No es como en las intermitencias de la muerte. La gente muere, ya no por degeneración, no


se van de viejos... Un día mueren y ya, al estilo del antiguo testamento.

S: ¿y el tiempo en la música?

V: ahora lo tomó el ritmo. Sucesiones pero no cuentas. Las cosas y eventos ya no duran,
simplemente son.

Salí de la tienda a caminar, ya no se puede sentar uno a ver el tiempo pasar.

Pensé en las sombras, cómo no podrá contarse el tiempo con las sombras del reloj de sol... miré y
el sol no se acostaba y las sombras eran caprichosas. Había un orden en las perspectivas pero no
coordinaban los reflejos. El sol se quedaba quieto. Sería esperar el atardecer, pero no sabía en
cuánto sería. ¿Cómo se cuentan los días y las noches? Ya no se cuenta solo son...

¿Los recuerdos? ¿Ahora cómo funciona la memoria? ¿El pasado? ¿Solo es? ¿Qué será del futuro?
Ya no importa, sin tiempo no hay afán.

Es una sensación en parte liberadora, no hay angustia. La angustia es tiempo.

Llegué a unas galerías, con mesas asomadas, llenas de gente tomando y comiendo. Qué otra
forma de pasar una suerte de inmortalidad, o de mortalidad lúcida sino en conversaciones.

S: - ¿cómo pago por un menú, por una cerveza o un café?

V: No se preocupe. Disfrute de las conversaciones y una buena comida, o lo que quiera pedir-.

S: ¿Con quién hablo?

V: siempre hay alguien.

Sin tiempo siempre hay alguien…

Me llamaron a una mesa dos mujeres. Jóvenes canosas.

M: ¿de dónde vienes?

S: no lo sé, creo que estoy soñando.

M2: es posible.

S: ¿Cómo son los atardeceres aquí?

M: son algo majestuoso, ¿no has visto un atardecer?

S: Sí, pero no aquí.

M2: el cielo se pone rojo, naranja.

S: ¿Cuánto dura?

M: Ah? No... Se pone así y ya... a veces. A veces es noches, a veces alba. La poesía se refiere a ellos
como perfectas itinerancias anímicas.

Un viejo se incorporó a la charla.

V: ya no hay día ni noche. Ahora la tierra baila a su propio ritmo. Hay días sin sol y noches sin luna.
Días de luna.

M: ¿es usted de los poetas?

Le dijo al viejo.

V: solo de una generación antigua que conoce la magia de la noche y que admira ahora cómo esas
intermitencias que dice usted, en efecto, intervienen en nuestros estados. Antes era de cierta
manera poética, otras veces monótono. Muchas veces aterrador, pero había algo particular en
esas sucesiones. Por ejemplo, si el domingo se trataba de puras divisiones arbitrarias de
categorizar y dar un orden a nuestra rotación y traslación ¿por qué no había casi domingos
lluviosos o lunes enteramente soleados? Ni que decir de las noches de verano. Del azul y negros
de ciertos días y noches. Diría yo que vi hasta cielos púrpuras y rojos. Hoy esos esos estados están
más exacerbados. La luz nos afecta de distinta forma. Vivimos distintas formas de luz que el
caballero que recién llega.

S: Y ustedes a qué se dedican. Si no es poeta ¿qué hace?

M: En este momento... pues estamos hablando...

V: No, se refiere a profesiones... No, uno ahora se dedica a muchas cosas y a nada a la vez.
Contemplar, construir, aprender. Ya no hay líneas profesionales. ¿De dónde llegó? Parece que
hubiera dormido mucho tiempo, cuando lo había. Me recuerda ese entonces, un afán por el
orden. Una angustia injustificada, solo se daba cuenta al momento de la muerte que nada valía
tanto la pena, ni la vida. Ahora ese es el sentido común.

S: aparecí aquí. Siento que sueño, pero es muy real.

M2: de pronto viajó en el espacio, con los cambios de energía es posible.

V: es posible. Acompáñeme, imagino que no ha visto los murales. Vamos no es lejos.

Me llevó a unas cúpulas con algunos cielos abiertos, sin puertas. Murales de pinturas, muchas.
Unas estilo grafiti, otras, estilo clásico.

V: aquí frecuentaban esos viejos de mi generación que no podían olvidar el tiempo. Pasaban
pintando estos murales, esperando algo. Pero ya no hay qué esperar, fueron desistiendo, tal vez
existan ideas limitadas… seguro ya no hay más que expresar o decir. No más revoluciones.
Cualquier orden sirve y eso ya no le sirve al arte. Tenemos muchos libros y autores, meramente
contemplativos. Ya los hemos leído casi todos. Ya hemos tenido todas esas conversaciones, una y
otra vez, sobre significados e interpretaciones.

S: ¿cuál es el sentido entonces?

¿De qué?, ¿de la vida? Observe estas paredes. Seguramente estos dibujos le den una respuesta, la
respuesta que encontraron todos antes de no volver.

Repasé los murales. Los que parecían más antiguos eran composiciones muy detalladas,
surrealistas con expresa atención en cada sombra y cada luz. Sin embargo, esas visiones del futuro
se fueron desdibujando en los más recientes. Un dejo de figuras abstractas antropomorfas de
hombres de cuevas. En esas transiciones encontré la de un hombre de pie, admirando un espejo y
en el espejo el reflejo de un río, una cascada, turbulenta, hacia un lago cristalino. Los espejos son
ventanas y en ésta tuve una peculiar catarsis, observando una ventana de mí mismo en la que ya
mi vida no se trataba de un devenir, como el del río, para resolver quién soy. Aquí ya soy quien soy
¿quién soy?

Seguro esa vuelta al hombre primitivo es la respuesta que el fin no es el fin, ya somos lo que
habremos de ser y sin el tiempo ya soy lo que soy. No sé quién soy porque el tiempo ya no está
para decirme. Solo estoy yo ante el espejo. Un presente constante, pacífico y a la vez tenebroso.
La incertidumbre de la certeza. Ya se saben todas las respuestas. El fin de la vida no es la verdad.
La verdad ya es y ya somos y no importa. Y ese es el verdadero terror, que nada importa, nada
significa nada. ¿Ya no hay coincidencias ni predestinaciones? En una serie infinita de posibilidades
sin tiempo toda casualidad es banal. Ninguna es la oportunidad.
La turbulencia entró en mí y despertó una náusea. No angustia. Incertidumbre ya no como esa
sombra de lo desconocido, sino la revelación que detrás del velo no hay nada. Eso revuelve la
vanidad, la libertad desmitifica los tabús necesarios de la significancia y del amor, pensé.

Volví a las galerías allí estaba mi plato, caliente, ya no estaba el viejo ni las mujeres. La náusea me
dejó comer pero se tradujo en una soledad extraña. No de compañía sino de esas en donde se
siente que no se pertenece al lugar o al contexto. El extranjero. El extraño. Curiosamente aquí
éstas dos definiciones podrían confluir, el extraño como ajeno y el extranjero como un recuerdo
acompañado de la sensación del olvido. Estaba siendo olvidado de nadie. Desvanecía a medida
que este pueblo onírico se hacía cada vez más palpable y nítido. Un alienado desvanesciente.

La causa de la náusea era, posiblemente, el tiempo o sus reservas que aún se anclaban en mí,
como un espíritu que no se quiere salir. Comí sardinas con limón y una cerveza. Las propiedades
de la comida también cambiaron, o mejor, no cambian. Siempre fresca.

Eché un vistazo de ese constante día a las calles. Transeúntes, plazas, alamedas, arquitectura muy
cuidadosa y adornada, cada esquina tenía un propósito. El horizonte de la aldea estaba adornado
de una gran montaña, verde. En la montaña se podía ver una torre, pregunté. -ya nadie va- fue la
respuesta. Con recelo y temor la afirmación, tal reserva como cuando se habla de una casa
embrujada, me despertó unas ganas irremediables de ir a ver de qué se trataba. Que exista algo
que la gente evita cuando esa gente ya lo sabe todo... Necesitaba conocer este lugar. Esa emoción
de lo desconocido me quitó la náusea y el asombro que se me arrebató al instante que llegué aquí.
Ningún lugar.

Subiendo la montaña un vértigo me atravesó, un ligero temblor. El cielo cambió de color a un


crepúsculo violáceo y naranja. Se entremezclaban los haces en el firmamento como una mancha
de aceite, o de óleo mezclado no revuelto. Tornasol. Y así se quedó.

A sus afueras la torre compartía la estética de la aldea, entre abandonada y limpia. Escalinatas
viejas cubiertas de musgo, dirigían a una puerta de madera en aguja. La pesada puerta se abrió
con un leve empujón.

Adentro se repetía la arquitectura de los murales. Bóvedas de arcos entrecruzados, algunos cielos
abiertos. De cierta manera los murales se repetían, estaban vivos aquí, las ideas de las pinturas se
paseaban por el aire de estas paredes sin tocarlas, su fondo era gris pero la sensación del lugar era
la misma. Subí por unas escaleras de caracol superando las bóvedas. La torre dejó de ser torre, se
explayaba a amplios patios de jardines colgantes. Llegué a una azotea. En el panorama un cielo
azul, nubes blancas de algodón. Esta acomodación no la percibí. La tierra al fondo no se veía
redonda, no era curvo el horizonte, más bien más profundo de como lo recordaba en mi memoria
difusa del tiempo. Rodee la azotea hasta un puente que llevaba a la torre que de nuevo aparecía
en esta arquitectura plegable. No tenía ni campanario ni reloj. Tal vez fuera un faro que indicara la
altura de la montaña a algún aviador nocturno, me percaté entonces que no había escuchado ni
divisado al momento ningún avión. En el punto más alto de la montaña solo quedaba el silencio.

(Ese silencio que no hemos trascendido).

De ahí escalé y caminé una estructura imposible hasta resultar en una plataforma. El laberinto se
cerró, estaba dentro de la torre. Un salón octagonal, de puertas y ventanas. Ninguna puerta abría,
ensayaba las perillas de cada una que estaba a mi alcance. Las ventanas daban todas a un paisaje
distinto, contiguas mostraban noches al lado de días. Neblinas. El observatorio del tiempo, pensé.
Sin tiempo es solo un laberinto muerto, de puertas cerradas.

Dormí muchas siestas. Desperté, seguían las puertas cerradas, chequeaba cada vez, las que
alcanzaba. Luego intenté descreer el mito de la gravedad y caminaba las paredes para alcanzar las
puertas que daban más alto dentro de la misma estructura octagonal, siempre con distintas
puertas.

Volví a despertar, ahora sin puertas ni ventanas. En la oscuridad la única fuente de luz era ahora
un hoyo en el centro del octágono. Era el fondo de un abismo. El azul del cielo se asomaba por los
lados, al fondo verdes colinas, una larga caída como el tiempo mismo.

¿La única salida?

No dejé que ese pensamiento me calara. ¿Qué sentido tiene la muerte sin el tiempo? ¿Tomar la
decisión de caer cuando no hay horas ni nada que persiga, qué empuje al vacío?

Dormí más, pero cada despertar era el mismo, nada cambiaba, el hoyo y la oscuridad. Sin verme
dudaba si seguía siendo yo mismo. ¿Quién soy? y ¿la única salida? Eran las inquietudes constantes.
Pudieron pasar días, meses, años... en esa prisión. No lo sé. Miraba mis manos a la luz del hoyo,
todavía parecían mis manos. Soporté lo que más pude. El mundo ya debió haber cambiado, nada
fue ni es lo mismo, ¿qué hay que conservar? Todo cambia sin tiempo.

Recordé tu pregunta: ¿qué es la prisa? La angustia del tiempo, respondí y salté, sin prisa al hoyo,
con una tenue certeza de no morir. Nada más estaba claro.

Caí en lo que resultó en un pozo de color y luz. Me sumergí en una materia viscosa y vacía a la vez.
En suspensión. Veía el rostro de ella entre las estelas lechosas e irídeas.

¿Acaso es posible que todas las literaturas se refieran a ella? ¿Qué sea(s) mi fuente inagotable,
como este pozo, de mis palabras?

Respiré para descansar del ahogo, desprendiéndome para siempre para descansar. La luz entró en
mi alma y fue como si me hubiera comido una estrella y estallara dentro de mí. La galaxia misma.
Amor. Luz.

Con una galaxia entera en mi pecho, flameante y rotando por eones, me vi en los espejos del
cuarto octagonal, el reflejo era ella, y las cascadas de pelo, el devenir. Se desvanecieron y se
abrieron a una todas las ventanas y entró más luz. Flotaba en el centro de la torre, la leche
comenzó a drenarse por el hoyo que hacía ahora las veces de sifón. La torre se fue desarmando en
sí misma, mecánicamente. Estaba en el centro de la tierra y sobre ella al mismo tiempo. Sin
tiempo. Conocí entonces, por un momento, todos los pensamientos del hombre la tierra. Soledad.
Luego (te) la encontré. Ella. La felicidad en una lágrima.

El reloj del baño comenzó a andar sin pilas. Miré mi teléfono, no tenía ninguno de sus mensajes.
Olvido. Ninguno. Ningún. Ningún tiempo.

No pude abrir la puerta del baño ...


Ella se comenzó a desvanecer.

S: no te duermas, te me vas.

Abrió los ojos adormilados para verme y desaparecer al cerrarlos.

Las estrellas dejaron de titilar y su perfume inundó los tímidos vientos nocturnos de ese bosque.

En ti se detiene mi tiempo. Paralelos. Hasta que despiertes, hasta que me sueñes; o hasta que yo
también me desvanezca en ese sueño inmortal.

‘‘Time is never time at all…, You can never ever leave without leaving a piece of youth, And our
lives are forever changed. We will never be the same, the more you change the less you feel (...)
And you know you're never sure, But you're sure you could be right, If you held yourself up to the
light’’. (Billy Corgan).
The fun theory
Everybody counts

El maestro entra al auditorio. Precisión puntual como neurocirujano en tiempo. Comienza de


inmediato su clase. Con un apuntador activa su presentación del día. El primer slide es la figura de
un hombre sentado dentro de una vitrina con una cabeza en sus piernas. Titula el valor de la
felicidad y el costo del olvido.

Filosofía económica y J. Stuart Mill.

Proseguida la lección los estudiantes aprendieron acerca de éste particular economista que trató
de tasar la alegría y se inmortalizarla la suya propia disecándose a lo póstumo, a la postre.

La estudiante, por ahora estudiante, quedó algo marcada por la forma crítica en que el profesor
abordó la débil ética económica y su sofisma de “pursuit of happiness” comprendiendo ahora algo,
la ilusión del mundo material.

Al final se acercó al profesor, con cierta confianza motivada por un sentimiento de intimidad
tocada por la lección. Como una predicación que llega al corazón pero que el orador no conoce
por carencia de omnisciencia. Pero fue más la pasión que razón en lo por decir. Se acercó sin decir
mucho.

El maestro por su parte se previno. La mujer era muy atractiva, y no existe peor treta del amor
pero sobre todo de la lujuria para un profesor que mirar a una estudiante.

Quiero que siga.

- La clase ya terminó.

- Sí, pero no sé. Usted debe saberlo. Uno cree que llegará a la casa a repasar y a seguir pensando,
pero esa emoción trascendental se pierde en el camino a casa. Sobre todo los viernes como hoy.

El maestro quedó absorto. Una reacción soñada del estudiantado se estaba dando.

- Qué propone señorita.

- Un café o una copa.

- Un café. Dijo de un tajo, como aniquilando tentaciones con una espada de ética firme y segura.
Afilada y lúcida.

- ¿En dónde? ¿Conoce algún lugar que prefiera?

- Sí, ya que lo dice. ¿Conoce el cafetín del mirador?

- ¿Por el sendero a la montaña?

- Sí, ahí. Pero en lo inmediato no puedo, debo dictar otra clase. ¿Será posible que mantenga sus
dudas y reflexiones frescas para el atardecer?
- Trataré. Entonces allá nos vemos…

- A las 5:30 pm

- De acuerdo.

El profesor llegó a la hora exacta. La estudiante ya estaba con un café a medias.

- Muy puntual.

- De ello depende mi trabajo. Le sonrió.

- En qué trabaja

- Hago consultorías. Respondió cortante.

- Bueno, ahora usted es la que pide consulta. Le sonrió.

El mesero pregunta qué van a ordenar.

- A mí un irlandés.

La mujer terminó de un sorbo el café que le quedaba.

- A mí por favor una infusión de coca y cidrón.

- Qué estimulante. Dijo el profesor.

- El whisky lo es también.

- No tomo whisky.

- Me aburrió. Dijo con cierto misterio. Además debo trasnochar hoy, el alcohol no es muy buen
compañero de vigilias.

- Eso es así como usted dice. ¿Fuma?

- Me aburrió.

- Pues está muy joven para tener vicios cansados… Pero está bien que no fume. Le molesta si fumo

- No. Sabe, en realidad me haría un favor si los pospone. Qué pena. Me gana la oferta a la
cordialidad.

- Está bien. No querría incomodarla.

- Gracias. Qué pena con usted.

- Bien. La escucho. ¿Qué preguntas tiene? Antes de todo es bien grato tener algo de feedback por
parte de ustedes creo que es imposible acercarse a temas filosófico-económicos sin inspirarse
hacia una reflexión crítica. Pero ya sea por timidez o pereza, los estudiantes no se expresan
usualmente. Y eso es triste.
- Creo que va un poco más allá de eso. Uno no quiere que el profesor se enamore de uno, ¿sabe? –
Lo mira fijamente. El profesor hace un sutil gesto de intriga.

- Si, uno pregunta algo en la primera clase y luego se gana al profesor todo el semestre pidiendo
que participe. Se emocionan mucho y uno queda como el lambón o el consentido, se enamoran de
uno, si no, hay unos profes que se pegan tremendos sustos con las preguntas. Si no sabe la
respuesta luego lo asolan a uno. Se enamoran pero en la mala. Y al final como que poco interesa
resolver esas dudas. No son trascendentales. Creo que es un error de la juventud dejar pasar cosas
sin responder.

- Veo.

- Tampoco falta el que hace la pregunta 5 min antes del final y el cucho se riega media hora más.
Eso es desesperante.

- El profesor se sonreía.

- No crea. Es difícil y muchas veces frustrante. Es frecuente que uno olvida cosas claves y queda
con el vacío de no haberlas dicho. Es como dar un concierto sin tocar la que le gusta y ya para la
siguiente clase no tiene sentido mencionarlo. Nada como esa emoción de la que usted me habló
hoy. Del debate y la cuestión viva.

- De acuerdo. Como imaginará tuve el tiempo de repasar ésta conversación en el transcurso del
día. Muchas cosas creo que las resolví, otras las siento estúpidas.

No hay tal.

- Pero pude sintetizar cosas.

Abrió una libreta con apuntes. El profesor estaba dudando si era un sueño. Estaba muy feliz de ver
aquello.

- Mmm sí, me gustó esa pregunta. ¿Qué nos hace pensar que nuestra felicidad yace en algo tan
externo y ajeno como una posesión? ¿O en algo tan vano como un placer? En la segunda me perdí
un poco.

- A ver… para mí el error de la filosofía económica contemporánea es el haber construido su


discurso y su praxis sobre silogismos bastante débiles. Hoy veíamos que se pensaba en un modelo
en donde uno puede tasar la felicidad mediante un sistema de satisfacciones e insatisfacciones.
Eso no es otra cosa que un coeficiente de consumo. Hoy es visible y se lo recuerda como anécdota
particular. Sin embargo, si se fija el modelo pervive en el sentido en que hoy el concepto ideal de
felicidad está y sigue ligado a la noción y al acto de tener y consumir. Ese precepto es en sí una
ilusión creída más nunca satisfecha. No sé en su experiencia, pero en la mía, no hay nada más
triste que estar satisfecho. El placer y la satisfacción son demasiado volátiles e impersistentes,
sobre todo en una sociedad formada por seres insaciables. Usted no queda feliz cuando tiene o
consume porque lo que tiene ya perdió su valor social y económico al momento de poseerlo, deja
de ser deseable incluso para usted. Un ejemplo. El niño que sueña con tener una guitarra o una
batería. Cuando la tiene, tarde o temprano la deja arrumada y olvidada.
Es decir que esa alegría no fue una constante. El tener es constante, pero la alegría de tener no.
Somos inconformes y repito insaciables. No creo que por naturaleza pero sí por cultura.

Entonces, tener o consumir no la hacen feliz, si se piensa la felicidad como un estado que debe ser
constante, o al menos predominar sobre la desgracia. En cambio, lo que experimentamos es una
constante miseria al mismo tiempo en que poseemos y consumidos. De ahí, dudo de que la
felicidad venga de obtener, tener y consumir. Porque luego de obtener, tener y consumir uno
queda miserable porque siempre quiere más. Los griegos vomitaban para seguir comiendo, un no
se sacia de dulce, puede llegar al coma diabético antes de hastiarse. Ni decir de los vicios o el sexo.
Parece que estuviésemos obligados a llegar hasta la aberración para ser felices. Ese es el mito.
Tenerlo todo, saberlo todo, probarlo todo. Es algo imposible, y los que logran alguna profundidad
en alguna de esas experiencias es más miserable que cuando no tenía, no sabía o no había
probado. Con ello no despotrico de la experiencia, pienso que no debe haber imperativos. No
debemos vivir nada. La pursuit of happiness como la pintura es una motivación sin fin en un
camino miserable. Una ilusión inalcanzable. Una mentira. Para mí, hay que desvincular o dejar de
creer que la felicidad viene de allí.

- ¿Entonces de dónde?

- A parte de la coherencia con su sistema de moral y de creencias. Estoy de acuerdo con Marx en
que la felicidad, que es el verdadero ser, proviene de la capacidad creadora.

Uno está realmente satisfecho, feliz, cuando goza de una creación propia.

Es algo hedonista. Pero más real que vivir de una ilusión. Las madres dicen que no hay alegría más
grande que dar a luz a un bebé. Tanto es el furor que se olvida el dolor. Se nos eriza la piel con la
música. Admirando una pintura, una escultura, un edificio; nos perdemos como invitados a un
mundo surreal de esa mente creadora. Construir, escribir e inspirar. Para mí eso es alegría. Que
con un poema alguien llore, que con un ensayo alguien me entienda. Eso es indescriptible, y sobre
todo permanente. Al menos en nuestra vida mortal.

- ¿Pero el arte y la música no son consumo?

- Depende. De si su idea es tenerlo o ostentarlo y no admirarlo en un principio puro de creación.


¿Si usted compra un cuadro de algún famoso, es para admirarlo y contemplarlo? ¿O para decir que
lo tiene? Otorgándose así un poder adquisitivo. Esa es una prostitución de las artes. Valores
exacerbados por objetos concebidos con otros fines. Muchos artistas y músicos mueren en la
miseria. No gozan del producto del consumo de lo que crearon. Lo aprovechan otros, que se
encargan de mover el consumo. Los más fieles visitan su favorito en un museo, o escuchan la
misma canción o artista hasta que cansan o sin cansarse por años. Crean recuerdos entorno a eso,
eso es lo que vale. Valores emotivos, que como la alegría no son tasables. No vale la pena siquiera
intentarlo. ¿Para qué? Es como el cuerpo. ¿Acaso el amor o el disfrute? Es eso tasable. Sí, se
vende… pero no creo que ningún precio lo colme. Colme el vacío de entregar el cuerpo.

El producto de esa ganancia es consumible. Pero, pienso, deja huellas intasables. Inmedibles en
dinero. No sé y no creo que lo que se compre con eso traiga una alegría que eclipse el venderse.

En aquel momento la joven tomó su té y lo fue bebiendo lento. Sintiendo cada sorbo hasta el final.
- Cuidado se quema, todavía debe estar caliente.

Los ojos se pusieron vidriosos. Alcanzaron a caer dos lágrimas dentro de la taza que terminaba de
beber.

- Mmm sí, así me gusta. Respondió.

- ¿Se siente bien?

- Sí, disculpe profesor. Tenía algo atravesado. – ¿Por qué estudió economía?

El profesor sonrió y tomó un buen sorbo de su café.

- No estudié economía como tal. Comencé filosofía, pero no me convencí. Luego hice
antropología, soy antropólogo. Luego hice una maestría en literatura. Entonces, al comenzar a
tratar de abstenerme de la realidad en mis escritos descubrí que me era muy difícil regresar.
Comenzó a dolerme en el estómago el sólo hecho de despertar en éste mundo y; no sé por qué le
estoy contando ésto tan íntimo; pensé que era algún tipo de depresión heredada de mi madre o
alguna secuela de una relación de mi juventud que me marcó de por vida. Luego me di cuenta que
me sentía drenado y consumido. El tratamiento de la depresión comienza con aquello de valorar
las cosas. De allí nació una crítica prematura hacia el concepto de dar valor. De tener y consumir.
Para un ser deprimido ningún consumo sacia esa angustia. Allí comencé a leer a los filósofos de la
economía.

Y caí en cuenta de todas esas contradicciones, en un principio de lógica, luego de método, pero
sobre todo de ética.

Hice mi maestría en economía para enfrentarme a la economía…

- Y qué tal le fue.

- Me enfermé. Sigo algo enfermo, pero logré crear mi cátedra, darle un lugar a mi crítica. A los
maestros nos gusta sentirnos revolucionarios. Es una pequeña revolución. Necesaria para mí. Para
seguir viviendo.

- Revolución… ¿Para usted qué es la revolución?

El profesor calló un buen rato.

- Para mí solo decir que la revolución es un cambio, sería un acto no revolucionario, porque creo y
pienso que una revolución no da nada por sentado, por definido. En ese sentido entonces la
revolución para mí es pensar en un tiempo que no es el presente para una necesidad presente.

Al igual que una actitud. Una actitud inconforme, pero constructiva. Que nada nos defina.
Definirnos a nosotros mismos debiera ser nuestra revolución imperativa.

- Está inspirado profesor.

- La charla lo merece.

Ella lo sintió como un coqueteo. Él lo notó.

- Con todo respeto – Agregó.


Ella sonrió. Siguieron hablando otro rato hasta el final de otro par de bebidas. Disfrutaron el
atardecer y el algo de las luces de la noche. Cada cual salió por su camino con un formal adiós.

Capítulo II

Ella está en su casa. Recibe una llamada en su segundo celular. Contesta

- Aló, sí. Bien, sí hoy puedo. ¿Dónde? ¿Y eso es cerca de? Ah ya. ¿Quién? Mmm sí suena bien…¿ A
qué hora? ¿7? Temprano para ser viernes. No, sólo sería ese. Sabes que no hago varios en un día o
nche… Ok, ¿cómo? ¿Ah sí? Jeans? Tennis? Bueno… como sea.

Lo llamo allí o él llama o tu llamas? Bueno, espero la llamada. Me voy a alistar. Chao.

Llegó a una zona confluida de la ciudad, sobre todo desde los viernes. Cafés, restaurantes, bares,
un teatro y un centro comercial. La cita era en un café. Pidió su té. Llegó el personaje. Lo presintió
cuando lo vio. El tipo llamó y la llamaron. Acertó, por la descripción luego lo confirmó. Camisa
blanca, chaleco café, gafas oscuras redondas. – Lo debes llamarlo Roger o Jorge Luis. Cómo
quieras. Tu eres Violeta, recuerda – lo hago – Respondió y colgó.

Se levantó y lo saludó como a un viejo amigo. Hola Roger.

- Violeta qué puntual.

Ella le sonrió.

- ¿Quieres tomar algo violeta?

- ¿Tú quieres?

- Pensaba algo más venenoso que un café pero no tanto, ahora trabajo.

Conozco una casa de vinos muy buena por acá cerca, si te gusta el vino… sí no tienen unos whiskys
japoneses muy buenos.

- El vino suena bien. Vamos.

Ella dubitó algo.

- Para ir ya sabes, le sonrió coqueta.

- Ah sí, perdón. Pierdo la costumbre.

Le pasó un sobre.

- Ella abrió, contó y se dispuso. Vamos dijo.-

Entraron a la casa y pidieron media botella de un Tempranillo y Garnacha español con una tabla de
quesos y jamón serrano. Bebían con gusto.

Charlaron sobre los viajes de Roger a España en donde se enamoró del vino español comenzando
por los frutos rojos de Alicante hasta el delicado gusto de la Ribera del duero.

Ella atenta todo el tiempo, era buena para admirarlos.


Pasaba ahí cuando Roger le dijo.

- Mira, no sé si es buena noticia. Creo que sí, pero lo que quiero hoy es lo siguiente. Resulta que
ahora voy a tocar en el teatro. Soy pianista de una banda de jazz. Tú entras conmigo como pareja
por supuesto, pero lo que te voy a pedir que me complazcas es que me mires sin cesar durante el
concierto. Tú estarás a un costado del escenario, tras bambalinas. Yo me ubico diagonal al público
en donde quedaremos mirándonos de frente cada vez que despegue mi vista de la banda. ¿Podrás
hacerlo?

- Sí, claro. Lo que quieras Roger, con gusto. Estoy para complacerte.

Aquello sonó algo falso.

- Necesito que te comprometas así como ya cumplí contigo. No quiero ser grosero, pero ya me
tocó una niña que lo primero que hizo fue embobarse en su celular todo el maldito recital y me
salió horrible.

- No, Roger. Yo me comprometo.

Le tomó la mano y le acarició el brazo con cierta timidez midiendo si a él le gustaba. Le plació.

- Sí, es eso. Quiero que me mires, que trates de sentir la música. Cada nota va a ser un verso, un
beso, un abrazo, un golpe, un grito. Te quiero allí recibiendo todo mi amor y odio. Mi esposa lo
hacía. Me miraba a voluntad, pero murió y desde allí no he podido tocar bien sin mujer a la cual
estrellarle la música. Ya después del recital miramos qué más pasa.

- Estoy contigo Roger.

- Le besó bañada en vino su boca.

- Ya en el teatro Roger organizó todo durante la prueba de sonido. Incluyendo la acomodación


exacta de la silla de Violeta. Ella estuvo atenta como él lo solicitó, estaba además encantada,
fascinada de cómo se preparaba una banda para un concierto. Como casi todo parece un fracaso,
desde la afinación hasta la coordinación.

Pero todo se va conformando de forma pulcra y sentida, sobre todo gracias a la gracia de Roger,
siempre paciente con sus músicos. Le maravillaba el hecho que una idea pudiera hacerse música.

Luego del ensayo, fueron al camerino. Allí presentó a Violeta como su amiga de la silla de esa
noche. Todos hablaron un rato. Luego un par de músicos se fueron a jugar ping pong en una
esquina del salón de artistas, mientras el bajista ultimaba unos detalles con una cantante que
llegaba tarde, quien iba a cantar de todos modos una sola canción.

Ella canta como nadie. – le dijo Roger – Vas a oír, hoy vamos a hacer un cover de Pink Floyd has
oído? The great qiq in the sky. Bien difícil, increíblemente hermosa si tienes a una buena cantante.
No es de técnica aunque si son necesarias unas octavas altas bien logradas. Es una canción de
sentimiento, tienes que imaginarte volando, en el cielo, como si tu voz debiera llenar toda la
oscuridad de una noche sin luna. Un grito de vida y de muerte. Como queriendo morir viviendo,
tocando con el alma el cielo y el mismo universo fundirse en el aire con lo oscuro y vencerlo.
Vamos a ver qué tal sale.
- ¿No te da miedo antes de salir?

- Antes. Me estresaba pensando en algún pasaje difícil de alguna canción y hasta que no lo hacía
no descansaba y así perdía el disfrute de lo que estaba haciendo. Ahora no, es curioso, no es por
alardear, creo que a todos los músicos nos pasa. Uno alcanza un punto en el que pareciese que las
manos ya saben que deben hacer, uno solo las sigue. Luego la improvisación también era una
angustia. Ahora dependo de ti, hay días en que nada sale. Otras veces hasta un ensayo sale mejor
que un concierto. Es una cuestión de ánimo, de amor.

De sentirlo. De tratar de decir algo sin hablar. Cuando no tengo a una mujer para mirar me hago
de perfil y busco a alguien en el público para tratar de conectar.

Pero es difícil mirar solo a una persona, la gente se da cuenta y se distrae, o se pone celosa.
Comienzan a mirar donde uno mira, entonces toca mirarlos a todos, y en eso me distraigo.

Comenzó a oírse el auditorio corear al grupo, y casi era hora de salir al escenario. Roger la abrazó,
ella subió sus labios para un beso, pero él puso su cabeza al lado de la suya. Sobre su hombro, de
ella. Por ese momento se sintió como suya, siempre suya. Como su esposa. Su pulgar acariciaba
levemente su gordito, diminuto pero presente en toda mujer, en la espalda al lado de la axila. Ella
lo sintió nuevo y a la vez como si fuese su costumbre de toda una vida.

Jamás nadie la tocó así. Alcanzó a soltar una lágrima. El avanzó sin mirarla hacia la puerta del
salón, dejándola atrás excepto por su mano que la tomó para guiarla detrás suyo.

La acomodó en la silla. Todo estaba oscuro. Puso su mano en el hombro de violeta y acariciaba y
apretaba.

Ella estaba con ansia y emoción como cualquier espectador.

Todos entraron a oscuras. El público aplaudía a las sombras. De pronto una tenue luz iluminó a
Roger quién desde ese instante miró fijamente a los ojos a violeta. El instante duró un rato, para
ella eterno. Sintió como si algo le escrutara el corazón, por ello sintió vergüenza. Pero no podía
dejar de mirarlo. Se sonrojó ella y entonces él comenzó con unos dramáticos acordes que continuó
con una melodía juguetona y dulce. La música de una conversación, de un coqueteo no tan
inocente, ella pensó y él contestó con un si alto.

Roger hizo una sentida introducción guiado por ese dialogo de miradas y cuando dejó de mirarla
se dirigió a su banda que comenzó al unísono la primera tanda de música. Luego se paseaba entre
ella y cada uno de los músicos. Respondía a cada mirada, improvisación alcanzando clímax
espectaculares en cada canción. Luego de cada tema el público se levantaba a aplaudir.

Llegó el turno de la cantante. Roger comenzó con ese piano inolvidable y con la frase: “And I am
not frightened of dying, any time will do, I don`t mind. Why should’ be frightened of dy my?
Theres no reason for it, you’ve gotta go sometime”.

Violeta jamás pensó en esas palabras tantas veces oídas, pero ésta vez las sentía, sobre todo
cuando ella, la cantante, cantó como perdiéndose, arrastrando a todos a un abismo de
tranquilidad. It you hear this whispering you’re dying.

Todos o ella si seguro murieron por un momento. Violeta lloró y Roger la vio y sonrió.
Terminó el concierto con una gran ovación. La banda volvió dos veces luego de ser aclamada por el
público. Luego en el camerino los músicos intercambiaron sus impresiones sobre el toque. Cuando
violeta escuchó hablar a la cantante no pudo creer que alguien que cantara con tal potencia y
sentimiento fuera tan superficial, se cuestionó entonces sobre la imagen del ser. Pero no se podía
ensimismar filosofando, debía estar pendiente de Roger. Pensó en que si él le pedía algo más
perdería algo de admiración, aunque en un principio imaginó que sería algo de otro mundo hacer
el amor con él. Luego cayó en cuenta que allí no habría amor y entonces todo sería pura imagen y
no sentir como la cantante. Pura filosofía. La velada terminó en un bar cerca al teatro. Roger la
despachó, fue una tranquilidad para ella.

- Si quieres te llevo –

- No, gracias –

Ella tenía un amigo taxista que siempre estaba disponible para recogerla luego de su trabajo o si
algo fuera de lo común ocurría.

Llegó a su casa. Suspiró antes de girar la llave de la puerta. Dejó sus zapatos a la entrada, las llaves
en el Bowl. Hoy no tenía ganas de bañarse. Se desvistió en su cuarto, se puso el pijama. Se
desmaquilló. Se miró al espejo. Se ignoró. Apagó la luz y se acostó a ver tele y a chequear el
internet un rato hasta que la agarró el sueño y durmió. Durmió.

Estaba sumergida en agua traslucida y negra a la vez. Subió la mirada buscando la superficie del
agua, vio una luz blanca desdibujada por las ondas de agua. Busco subir más no podía, sentía una
fuerza como un ancla que no la dejaba subir. Se despertó ahogada y sudando. Tal vez no debía
tomar té de coca en la tarde noche, pensó. Se incorporó y salió de su cama a buscar un vaso de
agua en la cocina. La terminó de despertar la luz de la nevera luego de llegar hasta allí gracias a la
intrépida visión nocturna del insomnio. Se quedó a beber mirando por la ventanita de la cocina las
luces de la ciudad. La gente se imagina en esos paisajes nocturnos qué esconderá la noche. Qué
harán esas personas que son las luces encendidas. Ella en su lugar respiró profundo.

Agradeciendo al destino y a sus adentros el no condenarla a estar allí sino ser por ésta vez esa
mirada ingenua e infatuada por las luces de la noche. Sin saber lo que esconden o significan.

Al otro día, unas horas después, despierta algo animada. Sobre todo tranquila. Animada porque
tenía clase de economía. Un sentimiento particular sentirse estimulado por una clase. Pero es que
ese señor si es un verdadero profesor, pensó mientras se bañaba. Salió desmaquillada. Libre. El
aire parecía estar más frío y el sol más brillante de lo usual. Tal vez no se había percatado antes del
sabor de la mañana. Hace ya buen tiempo, uno que no recordara no llegaba mucho antes de clase.
Alcanzó a terminar de leer sus fotocopias y a repasarlas. Si así fuera todas las veces, pensó y dijo al
terminar de leer.

Entró al salón. Ya pasaban 5 min luego de la hora, los estudiantes extrañados de la puntualidad del
profesor. Los más vagos se dispusieron a irse. Luego de un rato volvieron a entrar con un
personaje desconocido detrás de ellos. Buenos días muchachos, presento excusas por su profesor,
se encuentra hoy en un congreso, me pidió el favor de reemplazarlo hoy, también me dio sus
trabajos calificados pueden venir a recogerlos al escritorio y…
Ella sintió una especie de decepción al mismo tiempo en que se extrañaba de sentir aquello; será
algo con lo del frío y la mañana. No, era como un hormiguero en el estómago. Un mover de dedos
inusual e involuntario. Algo así como celos y preocupación. Un reclamo ahogado de por qué no
vino.

Rabia y algo de soledad. Alcanzó como a sentir su olor en la punta de la nariz y la frente y volteó a
mirar a la puerta para mirar si había entrado, pero no, está en otro lugar.

Se sintió entonces patética. Al final el recordar y pensar al profesor por un instante tan intenso le
sacó una sonrisa. Al mismo tiempo se asustó. ¿Qué es esto que siento?

Pasó la clase perdida en esa ausencia del maestro. Imaginando lo que podía estar diciendo. Tal vez
mirándola desde el atril como Martin el músico. Recordó sus lecciones, su forma de estar de pie.
Recordó que era apenas unos años mayor que ella. La gente se prepara mejor y más rápido por
fuera. Conoce el mundo. Cada vez más lúcida se volvía la idea de él. Y al tiempo esa nausea. Qué
desespero tan agradable.

Antes de terminar la clase del sustituto recibió un mensaje de su manager. Lo que le produjo otro
tipo de náusea y angustia. Deber ser lo que siente el reo cuando se acuerda de sus cadenas,
teniendo la llave en el bolsillo. No lo leyó. Al final del curso lo llamó.

- Cuéntame.

- Sí, mira esta semana hay eventos en la costa, van a estar unos duros gringos y otras
convenciones de empresas. Si quieres te agendo, va a haber harta plata pero la agencia me pidió
niñas bien. Pensé en ti. ¿Qué dices?

- Cuándo tengo que viajar.

- Hoy… Ya si se puede para que esta noche puedas conseguir algo.

… Bueno, igual ésta semana no tengo nada importante en la U. Te marco apenas llegue allá.

- Vale, chao.

Cap II

Era, desafortunadamente, de esas costas que huelen a sal fría y no a pantano. Llegó al atardecer.
Un bello sol se dormía en el mar mientras ella bajaba del taxi frente al hotel. En el lobby se
encontró con dos colegas. Quienes la saludaron con efusión.

- AAAA! Viniste… hace tiempo que no te veíamos muñeca, como estás de linda

- Sí, preciosa, eso es mucho trabajo o poco. Ay pícara…

- Qué tal ustedes.

- Pues no… deli acá otra vez, con calorcito, hay menos que quitarse ja ja ja.

- Sí, además que van a estar de una embajada y esos tipos propinan bueno. Toca venir
descansaditas. A veces se enamoran y es toda la semana parejo con el mismo.
- Uy no yo si prefiero distintos, más emocionado, con uno ya se quedan sin historias y luego
empiezan a deprimirse y una les consuela es la sufridera. Patético.

Ella solo asentía con una sonrisa incomoda, a parte de la pena ajena de la pinta de las otras que
parecían llevar letrero de putas. La palabra prohibida.

El ambiente no estaba tan tenso… Se trataba de en efecto una semana de congresos y de una
cumbre política con embajadores de otros países y sus escoltas. Lo bueno es que lo que ella
cobraba no era accesible a escoltas. Lo grave es cuando dicen ser empresarios y resultan ser
polémicos empresarios. Tipos pesados, mañosos y borrachos, entre otras cosas.

Se enamoran de las niñas, luego las amenazan. La agencia era diferente en ese aspecto, de filtrar
el tipo de clientes. Pero no faltaba el traqueto que aparecía y las dejaba en más evidencia que sus
propios escotes.

Todavía no recibía la confirmación por teléfono, así que salió a caminar al malecón de la playa,
hasta una rotonda de bancas y barandas en donde se podía admirar el gentío en la arena y el mar.
Luego de un rato de estar allí, apoyada en el borde del cerco, recibiendo la caricia del viento y
abriendo de vez en cuando los ojos, cada vez que el mar rugía con mayor intensidad, se dio
cuenta, por ese sexto sentido, que alguien la observaba, giró hacia esa presencia en la nuca y lo
vio. Un tipo a unos buenos metros, sentado, de frente a su perfil. Observándola, con algo entre sus
piernas, retratándola parece. La miró fijo sin esa timidez del cruce de miradas. El hecho que ella
volteara parecía satisfacerlo. Mejoré su encuadre pensó. Voy a esperar que termine le dijo al
viento mientras continuaron mirándose. El tipo sonrió y acto seguido reposó su lápiz, o carbón, en
la caja a su lado. Terminó. Ella le devolvió la sonrisa giró su cabeza en una coquetería inconsciente,
rara considerando su profesión y experiencia en ese control y ejecución de movimientos
sugestivos. Falsos.

Volvió a mirar al mar, algo así como haciéndose rogar.

Miró de reojo y allí seguía el tipo, ahora concentrado en retoques con dedo y borrador.

Se acercó y se paró al frente, el tipo le habló. Sin mirarla:

- Dudaste en venir… disculpa mi atrevimiento.

- Perdona mi timidez – le respondió ella.

- La miró. A los ojos primero, luego a su sonrisa, luego otra vez a sus ojos. Por algún segundo
recordó la mirada de su profesor y pensó, es la segunda vez que me miran así, a los ojos. Sin
mirarme el cuerpo, aunque para pintarme me detalló toda igual.

- Quieres verlo, siéntate. La banca no es mía, pero no hay quien la reclame, sonrió un poco.

Ella lo vio, vio el retrato de ella. La impresionó que el detalle no era el de su cuerpo, podía ser
cualquier mujer. El enfoque no estaba en sus atributos delicadamente voluptuosos.

El punto era el viento y su pelo. Esa caricia que mientras sentía quiso nunca olvidar, ese momento
ese mar. Ese lapsus antes que una llamada la devolviera a su realidad. En ese momento fue ella y
ella no era su cuerpo sino su pelo en el viento, en un puerto en el mar. Y unos ojos fijos. Alegres,
atentos, tímidos e inocentes. No se veía coqueta se veía niña. Dulce. Tierna. Deseable por ello?
Irreconocible a ella. Ideal. Idealista. Enamorada de esa forma de verse quedó.

- Está perfecto – dijo

- Bueno, no sé cual sea tu cánon de perfección…

- Está perfecto – insistió – Puedo tenerlo?

- Está condicionado a un diálogo; es el dilema de las creaciones, son susceptibles de extremo


egoísmo o generoso altruismo, no sé si haya punto medio.

- Qué quieres a cambio?

- Tal vez algo más de tiempo. Imágenes así son de preferencia inolvidables y ahora que no voy a
tener el retrato quisiera guardar entones el registro, la impresión en la memoria y eso requiere
algo más de tiempo.

- Con gusto puedes ir a ver el retrato cuando quieras…

- Es un ofrecimiento interesante, pero no vivo aquí…

- Yo tampoco, estoy en la capital.

- Yo en el vecino país. Más complejo en términos de tiempo/distancia.

- Que pena, pero si quieres lo dejo.

- No, quiero que lo tengas.

- Pero no sé cuanto tiempo me resta.

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