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¿Vivir nos produce felicidad?

La felicidad es esa sensación de plenitud que invade tu ser y te permite irradiar luz y
energía positiva. La podemos sentir al despertar cada mañana, es una cuestión de actitud
ante la vida. ¿Cómo podemos alcanzarla? No es tan difícil. En primer lugar debemos
agradecer a Dios por permitirnos ser parte de su maravillosa creación, por hacernos
únicos e irrepetibles.

A partir de eso, podemos emprender nuestra rutina diaria, en lo posible con nuestro
espíritu cargado de optimismo, tener la convicción de que todo va a salir bien, poner en
cada acto lo mejor de nosotros, sin dejar de pensar y respetar al otro, a aquel que es
diferente a mí, pero que es sobre todas las cosas, mi semejante. Vivimos inmersos en
una sociedad de la cual somos una parte fundamental, pero también es importante el rol
y el lugar que ocupa mi vecino, o el verdulero de la esquina o la maestra de tus hijos.

Y para convivir de manera armoniosa y evitar la violencia, las trasgresiones, las


usurpaciones, los enfrentamientos, las invasiones, debemos aprender a ser respetuosos,
dejar de lado la soberbia, el egoísmo, la ambición desmedida (ésa que te lleva a desear
la obtención de algo a cualquier precio, o a costa de cualquiera), pues te conducen
inexorablemente al sufrimiento. No hay herramientas más poderosas que la humildad, la
sensatez, la solidaridad, la confianza, la responsabilidad, la caridad, pero sobre todas las
cosas, la fe, porque todas ellas nos permiten día a día crecer, ser perfectibles, en un
intento de seguir el modelo divino de un Dios, que nos creó a imagen y semejanza. Cada
ser humano, en su individualidad, está formado por cuerpo, psiquis y espíritu.

Somos seres en apariencia simples, pero complejos en el momento de sentir y obrar. Por
ello, así como el cuerpo necesita alimentarse para crecer y gozar de salud, nuestro
espíritu debe ser alimentado diariamente, nuestro intelecto debe ser preparado, cultivado,
para no caer en la mediocridad ni en la ignorancia. El hombre es un ser vulnerable,
sensible a cualquier situación que lo coloque en una posición de riesgo, por eso es
necesario que consolide su fortaleza interior, que enriquezca su espíritu para que no se
instale dentro suyo el orgullo, la soberbia, el egoísmo, la envidia, la perversidad, actitudes
que hacen daño de una u otra manera.
Vivimos en un mundo donde hace falta el amor, la fe, las buenas obras, donde el respeto
sea la moneda corriente y la discriminación, una práctica olvidada. ¡Ojalá fuera posible
erradicarla, por el bien de tantos niños y jóvenes que sufren este fenómeno llamado
bullying, que convierte sus vidas en un verdadero calvario! ¿Qué hacer con todo esto?
Sólo nos queda la posibilidad de cambiar nuestras formas de vivir, de pensar, de actuar
que estén equivocadas, e intentar lograr esa transformación desde lo personal, desde
nuestro pequeño mundo para proyectarlo después al cosmos, granito por granito, aunque
en apariencia parezca una obra titánica, puede que al final logremos formar una
revolución de corazones y espíritus tan real como cierta, que aliente a vivir en paz.

No sirve aparentar ser buena persona, solo por el hecho de lo que dirán los demás, esto
es lo que menos importa, eso nos llevaría a crear confusión. Si intentamos fomentar un
cambio en la sociedad, para que ésta sea más auténtica, primero debemos analizar
nuestra manera de vivir y comportarnos dentro de ella. ¿Somos protagonistas de obras
buenas, generadoras de ejemplos a seguir? ¿Somos solidarios dentro de nuestras
limitaciones económicas? ¿Somos capaces de ayudar, por el solo hecho de dar una
mano, sin recibir nada más que un simple ¡Gracias! Las respuestas a estos sencillos
interrogantes pueden servir de parámetros para medir nuestras formas de ser, nuestros
sentimientos, nuestros valores y el alcance de los mismos.

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