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ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Esta era una muchacha de nombre Alicia, de cabellos rubios como el sol y muy
curiosa, que una tarde de verano decidió dar un paseo por el bosque como
acostumbraba cada tarde. Después de un largo caminar, Alicia sintió tanto calor que
no pudo más que echarse a la sombra de un árbol para descansar. Al cabo de unos
minutos, la niña sintió un ruido extraño cerca del lugar, y al volver la vista hacia unos
arbustos, logró avistar un conejo blanco que saltaba de un lugar a otro a toda
velocidad vistiendo un elegante traje.

“¡Qué tarde es! ¡No lograré llegar a tiempo!” – gritaba el conejo desenfrenadamente
mientras consultaba su reloj con desesperación. Alicia pensó que aquel conejo
estaba loco, pues nunca había visto un animal que se preocupara tanto por el
tiempo. Sin embargo, como no podía resistir su curiosidad, la niña decidió seguir al
conejo bosque adentro, y tras unos minutos, el animal se perdió en el interior de un
pequeño agujero que había en el suelo.

Sin pensarlo dos veces, Alicia se dispuso a seguir al conejo hacia el interior de aquel
hueco, y en poco tiempo se encontró atravesando un estrecho túnel que conducía
a una estancia hermosamente decorada. En aquel lugar, existía una mesa repleta
de manjares y postres deliciosos, y en una de sus esquinas, se encontraba un
pequeño frasco con un líquido azul que decía: “Bébeme”.

Alicia dudó por unos instantes, pero finalmente, terminó por abrir el frasco y beberse
todo el líquido azul de un golpe. En ese momento, sucedió algo sorprendente, pues
la niña empezó a achicarse y achicarse hasta que se volvió un ser diminuto. En el
suelo, y sin haberla visto antes, se encontraba una llave dorada tan pequeña como
Alicia. Ahora solo necesitaba una puerta para poder utilizar aquella llave, así que se
dispuso a recorrer la habitación con sumo detenimiento.

En uno de los rincones, Alicia pudo encontrar una puertecita, en la que penetró para
avanzar por un largo pasadizo. Aunque no pudo encontrar al conejo en aquel lugar,
la niña quedó sorprendida al contemplar una casita que se alzaba sobre un hermoso
jardín lleno de flores. Al entrar en ella, Alicia se encontró rodeada de exquisitos
platos. Guisos, sopas, helados, todo en aquel lugar parecía tan sabroso que la niña
decidió probar un bocado de cada cosa.

De repente, Alicia comenzó a crecer y a crecer hasta que alcanzó el techo de la


casa, pero este no resistió por mucho tiempo y se rompió sin remedio. Un ave que
posaba en el tejado se asustó tanto de ver a la niña que comenzó a gritar
desesperadamente: “¡Una bestia! Auxilio, por favor”, pero Alicia le replicó diciendo:
“Yo no soy una bestia. Soy una niña”.

El ave se alejó del lugar a toda velocidad, y Alicia pudo notar que uno de los platos
en la casita contenía unas setas que parecían muy suculentas. “Quizás si como de
estas setas podré volver a mi antiguo tamaño”, pensó, y efectivamente, tan pronto
probó un bocado su cuerpo se encogió nuevamente y pudo abandonar la casa
donde se encontraba atrapada.

Continuando su viaje por aquel extraño lugar, Alicia arribó al cabo de un tiempo a
un lago de aguas cristalinas donde habitaban unas criaturas muy extrañas. Aquellos
seres no hacían otra cosa que mirar a la niña y murmurar entre ellos. En el grupo
había un zorro de color rosado con orejas tan largas que rodeaban todo su cuerpo,
además de una rana con pelos y barba, un pez con nariz y un pato cuyo pico era
tan grande que dentro de él había otro lago con plantas y hasta peces.

Al preguntarles cómo podía salir de aquel lugar, los animales no le hicieron caso y
continuaron murmurando entre ellos con poco disimulo. “¡Qué maleducados!
Deberían aprender a tener más educación” – gritó Alicia con cierto enfado y se alejó
del lugar caminando por la orilla del lago. Tiempo después, y extenuada de tanto
andar, la niña decidió sentarse a descansar en un hongo gigante de color amarillo.
En ese momento, apareció junto a ella un anciano gusano con mirada triste.

“Hola. ¿Sabes cómo puedo retornar a mi tamaño natural?”, preguntó Alicia al


animalillo y este le respondió: “Por supuesto niña. Ese hongo donde estás sentada
te hará crecer o hacerte más pequeña según el lado por donde lo comas”, y sin
perder un segundo, la niña mordió un costado del hongo y comenzó a hacerse más
grande aún. Rápidamente, Alicia mordió el lado contrario del hongo y su cuerpo
comenzó a disminuir.

Cuando por fin recuperó su tamaño, la pequeña decidió proseguir su camino hasta
llegar a un claro del bosque donde se encontraba una mesa alargada. Alrededor de
aquella mesa compartían espacio un grupo de seres muy extraños, pero entre ellos,
también se hallaba el conejo blanco. Después de comer junto a sus nuevos amigos,
Alicia descubrió que en un rosal cerca de aquel lugar, unas cartas de baraja muy
sobrias se dedicaban a pintar de rojo las rosas blancas.

“La reina así lo ha ordenado” – dijeron al mismo tiempo las cartas cuando Alicia les
preguntó. Entonces, de repente, apareció entre los rosales la mismísima reina, y
observando a la pequeña con aire de superioridad, le gritó a sus guardias que le
cortaran la cabeza. Para defenderse, Alicia sopló tan fuerte que las cartas se
desplomaron en el suelo, pero luego arribaron más guardias, y sin otro remedio, la
niña quedó prisionera.

Acusada de intrusa en el reino, Alicia fue llevada ante un consejo que la acusaba
por toda clase de tonterías. Sin poder replicar, la niña se sintió cada vez más
enfurecida, y en un intento por escaparse, corrió con todas sus fuerzas lejos de
aquel lugar. Tras ella, un ejército de cartas le perseguía de cerca y justo cuando
estaban a punto de alcanzarla, comenzó a gritar con todas sus fuerzas hasta que
se encontró nuevamente en el árbol donde había decidido sentarse a descansar.
Entonces, Alicia comprendió que todo había sido una terrible pesadilla, y como la
noche comenzaba a aparecer, se dispuso a regresar a casa.

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