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Secretismo estatal

Para quienes en su fuero interno albergan el deseo de prosperar como país, tan dilacerante es
saber que desde hace añares este pequeño y devaluado villorrio situado en el corazón de América
Meridional, se tambalea sempiternamente.

La opacidad y la secrecía van alimentando flagelos devastadores que azotan sin descanso la
pseudodemocracia en la que desarrollamos con mucho pesar nuestra vida jurídica, política, social etc.

Los hombres que nos gobiernan (en su mayoría) son fieles reflejos del modelo de “hombre
mediocre” que con tanta meticulosidad describía José Ingenieros, esos que en su vida acomodaticia
se envilecen y se acobardan, esos que no poseen un atisbo de juicio crítico, esos que siempre van
acompañados de un séquito de genuflexos que por pequeñas dádivas son capaces de vociferar
improperios a un niño inocente y esos que después de haber ocultado bajo un obscuro telón los
rescoldos dejados por su ilicitud, proceden a dar discursos grandilocuentes pontificando ser los
grandes agentes de cambio.

Lejos estamos del paradigma aristotélico que exhorta a dar flautas a los mejores flautistas.

Que el escenario político esté atiborrado de corruptos no es algo nuevo, tampoco es novedad
su reelección. Afortunadamente lo que antes era una quimera en el corazón de los justos (como alguna
vez lo mencioné en: http://www.abc.com.py/edicion-impresa/economia/los-lectores-opinan-
1334473.html) a pasos cortos va transformándose en una realidad.

Ver ciudadanos unidos que actúan de manera tal a contener la obscuridad empleada por los
políticos en su accionar es alentador, ver políticos que rindan cuentas lo es aún más.

Poco a poco vamos logrando la sujeción de las decisiones políticas al control ciudadano, paso
a paso vamos entendiendo que la herramienta cívica de vigilancia se da a través de la transparencia.
Se sigue avanzando, como decía un ínclito escritor uruguayo “a pesar de los ruines del pasado y los
sabios granujas del presente”.

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