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Dialnet ElCultoALosDifuntosYSuConmemoracionAnualEnLaIglesi 2243436 PDF
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1
Cf. O. PROHÀSZKA: Año Litúrgico, Ediciones Studium, Madrid 1945, t. II, pp. 196 ss.; F. SARDÁ SALVANY: Año
Sacro, Barcelona 1932, t. III, pp. 405 ss.
2
Cf. I Cor. X, 16 s.; XII, 13. 27; Ef. I, 23; II, 16; IV, 12. 15 s., etc.
3
Cf. II Mac. XII, 43-6; ¿Ecclo. VII, 33?; 1 Cor. III, 10-5.
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ligeras, es necesario creer que, antes del Juicio, existe un fuego purificador, según lo que
afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra
el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt. XII, 31).
En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo,
pero otras en el siglo futuro”4.
Esta doctrina de la purificación final de los salvados ha sido definida por el magis-
terio5. Más que como un último tributo de la justicia divina, hay que entenderla como el
último beneficio de la misericordia infinita de Dios. Las penas temporales que no hayan
sido satisfechas por la penitencia en la vida terrena habrían de interponerse por una per-
petua insolvencia entre el Creador y la creatura; así la Divina Misericordia alarga el plazo
para una honrosa liquidación. Se entiende, por tanto, como un gran consuelo ante la con-
sideración de lo impuro e imperfecto de nuestra vida terrenal.
La purificación se obtiene por una doble pena temporal, no va más allá del Juicio
Final. La pena de daño supone privación temporal del goce divino. El alma, desprendida
de lo terreno, ansía ver a Dios, quien sólo puede satisfacer sus anhelos, ante el que se siente
indigna. La pena de sentido, que se simboliza en el fuego purificador del que habla San
Pablo, supone reconducir los desórdenes creados por las pasiones; recordemos los sufrimien-
tos de Jesucristo en Su Pasión, al cargar sobre sí los pecados del mundo.
En una visión desmitificada del Purgatorio6, podemos decir que supone el impacto que
recibe el justo, imperfecto, al enfrentrarse a la perfección divina, el cual sirve para puri-
ficarlo. Este impacto, más que con las categorías de espacio y tiempo, categorías del más
acá, habría que cuantificarlo con un baremo de intensidad. Por lo tanto, más que lugar
temporal de purgación lo podríamos redefinir como una situación purificadora culmen del
proceso catártico que el creyente empieza a experimentar ya en este mundo, como en un
crisol, para poder resistir la presencia divina. La pena de daño sobrevendría de la confron-
tación con la perfección divina, y la de sentido es el esfuerzo experimentado para ordenar
el amor.
El culto a los difuntos es una constante en todos los pueblos y religiones; incluso en
la sociedad secularizada y materialista en que vivimos, hasta las personas más frías y
egoístas muestran un cierto respeto y veneración a la memoria de los fallecidos. La Igle-
sia lo asume, aunque depurándolo de resabios paganos y supersticiosos. Sin desdeñar la
honra del cuerpo, al que prodiga honores y agasajos como Templo del Espíritu Santo que
fue, destinado a resucitar en la inmortalidad bienaventurada -recordemos las catacumbas
y la veneración a las reliquias-, se preocupa sobre todo de las almas; sin olvidar el con-
4
Diálogo IV, 90.
5
Cf. sobre todo en el Concilio I de Lyon (año 1245; H. DENZINGER : Enchiridion Symbolorum, Barcelona
1948, nº 256), en el de Florencia (años 1438-45; D ENZINGER 693) y en el de Trento (Sesión XXV, año 1563;
DENZINGER 983). En el Catecismo de la Iglesia Católica, editado por mandato de Juan Pablo II en 1992, aparece
en los nn.1030-2.
6
Cf. A. SALAS: Catecismo Bíblico para Adultos, Ma. 1981.
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suelo de los allegados, atiende sobre todo a aliviar a los difuntos; reconoce lo fugaz y la
mudanza del tiempo, pero proyectado sobre la eternidad.
Los sufragios por los fieles difuntos son consecuencia del dogma -contenido en el
Credo- de la Comunión de los Santos, que asegura el maravilloso intercambio de la Gra-
cia entre los miembros del Cuerpo de Cristo.Ya se encuentra en el Pueblo de la Antigua
Alianza: “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que
quedaran liberados del pecado”7. Algunos han interpretado que el pasaje en que San Pablo
ruega misericordia para Onesíforo en su tránsito es un sufragio8.
Aparece ciertamente de manera clara en Tertuliano (siglo II)9, San Cipriano de Cartago
(siglo III)10, San Juan Crisóstomo (siglo IV)11, en la última voluntad de Santa Mónica que
nos relata San Agustín (siglos IV-V)12... Los primeros ejemplos de una conmemoración de
los difuntos en la Eucaristía con una fórmula especial los encontramos en el siglo IV13,
costumbre que San Juan Crisóstomo hace remontar a tiempos apostólicos14, y en el mis-
mo sentido se manifiesta S.Agustín15.
Antes del siglo IV, no obstante, existían ya algunos ritos especiales en sufragio de los
difuntos en torno al sepelio, pero todavía rudimentarios: la misa corpore insepulto16 y los
Salmos como plegaria básica17, con lo que los textos eucológicos propios empiezan a
forjarse. Esta liturgia funeral tiene un marcado color bautismal, es decir, pascual: el mis-
terio de muerte-resurrección cristificante se consuma en el lecho mortuorio, es el festejo
del tránsito del cristiano al seno de Dios. Un Oficio de Difuntos se encuentra ya en Roma
en el siglo VII.
Se tributaba un culto especial a los difuntos los días tercero, noveno, cuadragé-
simo y aniversario del fallecimiento, costumbre que sigue manteniendo la Iglesia
7
II Mac. XII, 46. Así lo señala el P.Suárez en su De suffragiis (secc.VI).
8
Cf. II Tim. I, 18.
9
Cf. De Anima LI: “oramos y ofrecemos el divino sacrificio en el día que triunfaron los santos de la
muerte, y practicamos lo mismo en el aniversario de los fieles difuntos, según la venerable tradición de los
Padres”.
10
Cf. Epístolas I, 2 y XLI, 3.
11
Cf. Homilía in 1 Cor.XLI, 5: “Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job
fueron purificados por el sacrificio de su padre (Cf. Job.I, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras
ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y
en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.
12
Vid. Confesiones IX,13,36 (B. A. C., Madrid 1979): “Porque estando inminente el día de su muerte, no
pensó aquélla en enterrar su cuerpo con gran pompa o que fuese embalsamado con preciosas esencias, ni deseó
un monumento escogido, ni se cuidó del sepulcro patrio. Nada de esto nos ordenó, sino únicamente deseó que
nos acordásemos de ella ante el altar del Señor...”.
13
Vid. el egipcio Eucologio de Serapión XIII,15, en las Constituciones Apostólicas VIII,13,6; explícito es
el testimonio de San Cirilo de Jerusalén, Catequesis Mistagógicas V, 9: “luego nos acordamos también de los que
durmieron en el Señor, empezando por los patriarcas y profetas..., y de todos los que murieron de entre
nosotros, porque creemos que es de gran provecho para sus almas el orar por ellas mientras tenemos presente el
santo y tremendo sacrificio”. Cf. J. A. JUNGMANN: El Sacrificio de la Misa, Ma.1963, pp.796-806
14
Cf. Hom. in Phil. III, 4.
15
Cf. Sermón CLXXII, 2, 2.
16
Arístides en su Apología (ca.140) señala que “si alguno de los fieles muere, dadle el saludo con la
celebración de la Eucaristía y rezando alrededor de su cadáver”.
17
Según, por ejemplo, los testimonios de los funerales de Santa Paula y de Santa Mónica, recogidos
respectivamente por San Jerónimo (Epístola CVIII, 29) y por S.Agustín (Confesiones IX, 12).
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griega18. Eustrato, monje griego del siglo VI, argumenta la elección de las conmemo-
raciones: “Porque el pueblo de Israel llevó luto por Moisés durante cuarenta días;
porque Jesucristo resucitó al tercer día, y porque se apareció a los apóstoles después
de los ocho días y subió al cielo a los cuarenta, la Iglesia determinó que los días
tercero, noveno y cuadragésimo fueran consagrados a la memoria de cada difunto,
solemnizándolos por medio de la ofrenda de sus oraciones y del Santo Sacrificio de la
Misa”.
El Sacramentario Gregoriano y el Misal Romano sustituyeron el día cuadragésimo por
el trigésimo, acaso por la práctica del treintenario gregoriano, y el día nono, con resabios
paganos de novenario, fue sustituido por el séptimo, en recuerdo seguramente del hebdo-
madario descanso bíblico.
La Iglesia como madre atenta a las necesidades de sus hijos no podía olvidar la insti-
tución de una memoria anual por todos los cristianos difuntos. Aunque como dice San
Agustín, “es verdad que los que no murieron en pecado no necesitan de nuestros sufragios
y oraciones, ni los que están ya en la patria celestial, así la Iglesia ofrece el Divino Sacri-
ficio y ruega a Dios en general por aquellos que pueden estar necesitados de oraciones y su-
fragios, para que los que no tienen padres, parientes y amigos que se acuerden de ellos sean
socorridos por esta madre común que a ninguno de sus hijos olvida y a todos los tiene dentro
de su corazón. Jamás nos olvidemos de rogar a Dios por las almas de nuestros hermanos di-
funtos, como lo acostumbra a hacer generalmente la Iglesia Católica por todos los fieles que
murieron, aunque no sepa cómo se llamaron, para que supla la falta de los parientes y
amigos, proveyendo las necesidades de aquellas almas que no tienen otro socorro”20.
En el siglo VII San Isidoro de Sevilla (+636) la señala el día después de Pentecos-
tés21. En un antiguo Ordo Missae de Arlés se señala una conmemoración de los difuntos
el día después de la octava de Epifanía, costumbre que quizá también se siguiese en Roma.
En Milán, en el siglo XI, se celebraba el veintiséis de noviembre, día siguiente a la dedi-
cación de la Iglesia.
Los griegos hacen una primera Conmemoración General de Difuntos la víspera de
nuestro Domingo de Sexagésima, que ellos llaman Apocreos, en el que recuerdan la Parusía,
verdad escatológica a la que van unidos los Novísimos o Postrimerías; es el nominado
18
Cf. Constituciones Apostólicas VIII, 42.
19
Cf. AA. VV.: Año Cristiano y fastos del cristianismo, Madrid 1846, t. Noviembre, pp. 13 ss.; A.
AZCÁRATE: La flor de la liturgia, Buenos Aires 1951, pp.619-27; F.CABROL: La oración de la Iglesia,
Ba.1909, pp.449-66; J. CROISET: Año Cristiano, Ma.1868, t.XI, pp. 613-28; GARRIDO BONAÑO, M., Curso
de Liturgia Romana, Ma.1961, pp.422-426; P. GUERANGUER: El año litúrgico, Burgos 1956, t. V, pp. 725-
44; A. PARDO, A.: Documentación Litúrgica Posconciliar, Regina 1992: PARSCH, P., El año litúrgico,
Ba.1964, pp.753s.; J. PASCHER: El año litúrgico, Ma.1965, pp.771-86; P ROHÁSZKA , op. cit.; C. SÁNCHEZ
ALISEDA: “2-XI: La conmemoración de los fieles difuntos”: Año Cristiano, Ma.1959, t.IV, pp.265-77.
20
San Agustín, De cura pro mortuis IV.
21
En su Regula Monachorum XXIII, prescribe: “el día después de Pentecostés se ofrecerá a Dios el
Sacrificio por las almas de los difuntos, a fin de que, participando en la vida bienaventurada, reciban más puros
sus cuerpos el día de la resurección”.
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22
"Como en las Kalendas de Noviembre se celebra la Fiesta de Todos los Santos, así, al día siguiente ha de
tenerse la conmemoración de todas las almas fieles; pública y privadamente han de celebrarse misas junto con
canto de saltos y donación de limosna”, como nos confirma San Pedro Damiano en la Vida que escribió de
dicho abad.
23
Cf. Concilio de Oxford, 1222.
24
Cf. Calendarium Romanum 59, año 1969.
25
“Según la enseñanza de la Iglesia Católica, instruida por el Espíritu Santo, a partir de la Sagrada Escritura
y de la antigua tradición de los Padres, también refrescada en este Sínodo Ecuménico, de que el Purgatorio existe
y de que las almas allí detenidas podían ser auxiliadas con los sufragios de los fieles, en especial con el Santísimo
Sacramento del altar, manda el Santo Sínodo a los obispos que promuevan que la sana doctrina del Purgatorio,
transmitida por los Santos Padres y por los sagrados Concilios, sea creída por los fieles, mantenida, enseñada y
predicada por todas partes” (DENZINGER 983).
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LA MISA DE DIFUNTOS27
Los textos eucológicos más difundidos por la tradición abundan en dos ideas que ya
aparecen en el Introito o canto de entrada, que es el que marca el leit-motiv de toda la
celebración eucarística, la del descanso eterno y la luz perpetua, a partir de un libro bí-
blico apócrifo, el IV de Esdras II, 34 s., cuyo uso litúrgico se atestigua en la África del
siglo VI: “Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua”28.
La primera imagen aparentemente podría tener resonancias paganas: la inmovilidad del
sepulcro; mas no, nos habla del reposo celestial, tras la dura lucha de esta vida y de la
26
Cf. M. ARMELLINI: Le Chiese di Roma dal secolo IV al XIX, Roma 1891, pp. 358 s.; G. TESEI: Le Chiese di
Roma, Wefag, Roma 1991, pp. 184 s.; L. Z EPPEGNO & R. M ATTONELLI: Le Chiese di Roma, Newton Compton
editori, Roma 1975, p.184.
27
Vid. PABLO VI: Missale Romanum, Vaticano 1975, y Graduale Triplex, Solesmis 1979. H. HAAG:
Diccionario de la biblia, Barcelona 1987, pp. 1606 s.
28
"Réquiem aetérnam dona eis, Dómine, et lux perpétua lúceat eis”.
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29
"Lux aeterna luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum quia pius es”.
30
"Te decet himnus, Deus, in Sion et tibi reddetur votum in Jerusalem. Qui audis orationem, ad te omnis
caro veniet propter iniquitatem. Beatus quem elegisti el assumpsisti; inhabitabit in atriis tuis. Replebimur bonis
domus tuae, sanctitate templi tui”.
31
"In memoria aeteona erit justus: ab auditione mala non timebit”.
32
En su Epístola LXVIII, 11 sobre los funerales de Fabiola describe: “Resonaban los Salmos y el Aleluya,
repercutiendo, conmovía el dorado techo del templo”.
33
"Absolve, Domine, animas omnium fidelium defunctorum ab omni vinculo delictorum. Et gratia tua illis
succirrente, mereantur evadere judicium ultionis. Et lucis aeternae beatitudine perfrui”.
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"Domine Jesu Christe, Rex gloriae, libera animas omnium fidelium defunctorum de poenis inferni, et de
profundo lacu: libera eas de ore leonis, ne absorbeat eas tartarus, ne cadant in obscurum: sed signifer sanctus
Michael repraesentet eas in lucem sanctam: Quam olim Abrahae promisisti, et semini ejus. Hostias et preces tibi
Domine laudis offerimus: tu suscipe pro animabus illis, quarum hodie memoriam facimus: fac eas, Domine, de
morte transire ad vitam. Quam olim.”
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