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Sacralidad y Globalización

Perspectivas para pensar el futuro


Roberto Pitluk

Haciendo foco

En tanto porción inteligente de la biósfera que cobra conciencia de sí misma, la humanidad


está llamada a asumir plenamente la responsabilidad de su futuro desarrollo. Ya que la
dirección que ella defina habrá de influir sobre el conjunto de los seres vivos y el planeta.
Pero para elucidar las incógnitas del presente y navegar hacia la incertidumbre del porvenir
es necesario que unifiquemos los esfuerzos y combinemos lo mejor de nuestro
pensamiento. No será fácil, pero –tenemos que creerlo– es posible.
Los datos macrosociales y geoeconómicos son elocuentes. A pesar del progreso registrado
en los últimos años persisten flagelos tremendos:
 La 5ª parte de la población mundial vive en los límites de la extrema pobreza.
 La 6ª parte de la población mundial padece hambre.
 La 7ª parte de la población mundial goza del 70% de la riqueza.
 11 millones de niños menores de 5 años mueren cada año por causas que podrían
evitarse.
La situación planetaria es comprometedora: la reducción de la biodiversidad, el
empobrecimiento de los ecosistemas y los trastornos climáticos son sólo algunos ejemplos.
La Naturaleza es un todo interligado –con nosotros adentro– y la modificación de una de
sus partes afecta al conjunto. Las consecuencias de un cambio inconveniente, aunque
parezca pequeño, se revelan luego de un tiempo en una escala insospechada. En otras
palabras, la Naturaleza reacciona al abuso y el descontrol humanos y nos impone una
limitación, nos obliga a volvernos conscientes.
Por eso es muy importante la perspectiva intelectual desde la cual asumamos las preguntas
que imponen el desafío de la globalización. Necesitamos abordar la cuestión situándonos en
una escala justa. Es decir, admitiendo nuestra más completa dependencia de la Naturaleza y
nuestra más absoluta pequeñez con relación a los fenómenos cósmicos de los cuales
formamos una ínfima porción.
Tanto si recurrimos a la Ciencia como al Mito los datos nos indican nuestra más completa
nulidad: millones de años de evolución geo-biológica para llegar a la formación de la
pequeña capa de tejidos que configuran el córtex cerebral; eones de tiempo cíclico del cual
el presente Kali-yuga no es más que una insignificante porción en “un día de Brahma”.
Si enfocamos así las cosas, podemos concluir que estamos mirando la realidad al revés.
Nuestra perspectiva –demasiado humana– nos juega una mala pasada. Para compensar este
“error de foco”, sería suficiente que imaginemos por un momento que es la Naturaleza la

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que se está preguntando si necesita realmente a los seres humanos. Fácilmente podría
borrarnos de la superficie del globo, como a los dinosaurios, o volvernos inofensivos, como
a los insectos.

El chip “en corto”

La posmodernidad ha sido definida de diversas maneras por los investigadores que se


ocuparon de ella, destacando uno u otro de sus aspectos característicos. Algunos
discutieron los valores neoéticos del nuevo paradigma emergente. Otros estudiaron la crisis
de identidad que implica la falta de representación de la sociedad de sí misma y la huida a
través del consumo. Aún otros más se ocuparon de indicadores como los meta-relatos, el
fin de las utopías, el descrédito de la racionalidad como certeza moral y científica, la
primacía de la estética y la búsqueda de satisfacción inmediatista.1 Pero pocos se han
inclinado a evaluar la época actual a partir de su falta de conexión con lo sagrado, si bien,
desde una perspectiva más comprehensiva, esta podría ser su distinción fundamental. 2
En las sociedades arcaicas el nexo con lo divino no estaba completamente perdido. Podía
ser más o menos fuerte, más o menos verdadero, pero existía como una instancia central. La
ligazón con lo divino espiritualizaba todos los aspectos de la vida cotidiana y canalizaba el
instinto de supervivencia en una forma de orden social que le era compatible.
La perspectiva ética, tan cara a la civilización contemporánea como contra balance al caos
de valores, es insuficiente para proveernos de una base legítima. Cuando la ética no está
fundamentada sobre algo que trasciende al ser humano, entonces se pone sospechosamente
a su servicio y cada hombre, en cada situación, la construye a su medida, es decir, de
acuerdo a su conveniencia e interés.
La “ética indolora” de los “nuevos tiempos democráticos” sustenta un tipo de
individualismo ajeno al deber, basado en la defensa de los derechos subjetivos, la
autonomía personal y el desarrollo narcisista. Los valores éticos actuales revelan antes bien
la ceguera de nuestra época que el ejercicio de una verdadera facultad de discernimiento
moral. Tal vez por eso sea útil remitirnos al legado de la humanidad y rescatar ejemplos de
valores imperecederos.
En la cosmovisión de los antiguos habitantes de las praderas norteamericanas, por ejemplo,
se consideraba que el mismo soplo vital animaba a toda la existencia viviente. La vida toda
estaba hermanada en su Principio trascendente, del cual, en última instancia, era su
manifestación. Por eso la ligazón con la naturaleza era tan intensa y tan íntima entre los
pueblos originarios americanos, y todos sus fenómenos poseían un gran significado. Aún el
más imperceptible fenómeno natural podía ser decodificado como una señal de lo divino.3
La forma de vida aborigen tradicional manifestaba un sentido sagrado del mundo, muy
ajeno a nuestra vivencia desacralizada contemporánea. Antonin Artaud, que visitó a los
tarahumara de México hace tanto tiempo como 1938, observaba que, con respecto a ellos,
nosotros estábamos muy atrasados, puesto que ellos comprendían que todo paso adelante,
toda facilidad adquirida por la dominación de una civilización puramente física implicaba
también una regresión. Decía Artaud que ante una tradición auténtica la cuestión del
progreso no se plantea, puesto que las verdaderas tradiciones no progresan, sino que
representan el punto más avanzado de toda verdad.4

2
La doctrina hindú de los Kalpas reconoce en la crisis del mundo moderno los signos del
Kali-yuga, el último período oscuro de un ciclo de decadencia. Según esta visión, la
humanidad seguiría un proceso descendente de involución, en correspondencia con las
fuerzas cósmicas creadoras, desde la Unidad hacia lo múltiple. Los trastornos actuales
serían el resultado de este “alejamiento del Centro”, lo que trae como consecuencia una
pérdida de la verdadera intelectualidad –dedicada a la intelección del mundo en contacto
con los principios supremos–, que es reemplazada por una mentalidad aplicada a los
fenómenos sensibles y a la búsqueda de comodidad material.
El hombre moderno, al tomarse como medida de todas las cosas y perder la visión de las
fuerzas superiores de las cuales depende, ha acabado por ignorar la intuición de todo lo que
lo sobrepasa y así se ha hecho inferior a su propia naturaleza, llegando a un nivel muy por
debajo para el cual está potencialmente calificado.
El desbalance planetario es, de continuar la dirección actual de desenvolvimiento,
irreversible. La idea del desarrollo sustentable en estas condiciones aparece como un nuevo
mito auto tranquilizador, carente de significado real. La masacre de especies y la
destrucción de ecosistemas enteros brutalizan al hombre. La utilización de formas de
energía desconectada de sus resultados futuros, la manipulación genética sin conocimiento
de los “demonios” que libera o la exagerada división socioeconómica dentro del tejido
social, pueden resultar un juego alucinado, una fuerte apuesta en contra del Principio
creador.

Re-Conexión

El fin de un ciclo es evidente. De hecho, ya hay anuncios del comienzo del Nuevo Sol.
Pero, ¿cuál es la pregunta que podría guiar la preparación de una parte de nosotros en la
dirección del nuevo ciclo que adviene? ¿Cuál es el bagaje de ideas generatrices que podrían
fecundarnos para proteger realmente el futuro? ¿Cómo podemos buscar adentro de nosotros
y en el legado de la humanidad?
Tal vez sea útil el ejercicio que intentamos en la dirección de un cambio de mentalidad. ¿Y
si trastocamos los términos? ¿Y si miramos las cosas al revés? Quizás esta inversión nos
permita ver las cosas tal como son. Esto implica que en lugar de preguntarnos qué hacer
con la Naturaleza, lo que nos coloca en una ilusoria posición de superioridad, nos
preguntáramos cómo podemos servirla. Este podría ser un giro suficientemente audaz e
inexplorado que nos conduzca a abrir un nuevo abanico de preguntas e indagar desde una
perspectiva nueva.
Por ejemplo: ¿Es bueno para la Naturaleza (y, por ende, para nosotros) restaurar los
ambientes dañados? ¿Es bueno para la Naturaleza respetar la diversidad biológica y cultural
que aún existe? ¿Es bueno para la Naturaleza manipular los códigos secretos de su
actividad? ¿Es bueno para ella la desigualdad entre continentes, países y seres humanos?
Cambiar la perspectiva, darle un giro a la mente, elevar la mirada y abrir el corazón a la
verdad. He aquí un desafío que vale la pena: promover la génesis de un cambio de
mentalidad.

3
La re-conexión, tomar a la Naturaleza como sagrada para servirla, se transforma en el
principio director para pensar el futuro, moderar los abusos, reparar los daños, repartir los
recursos y encauzar la actividad.
Todo lo demás vendrá por añadidura.

Bibliografía citada

Aron, Raymond: 1981 Las etapas del pensamiento sociológico, tomo II. Buenos Aires: Siglo XX.
Artaud, Antonin: 1972 Los Tarahumara. Barcelona: Barral.
Aveni, A.(comp.): 1980 Astronomía en la América Antigua. México: Siglo XXI.
Castoriadis, Cornelius: 1990/91 El avance de la insignificancia. Connexions, 55: 155-172.
Durkheim, Emile: 1960 Les Formes élémentaires de la vie religieuse. Paris: PUF (1ª ed. 1912).
Eliade, Mircea: 1981 Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Labor.
Fitoussi, J. P. y Rosanvallon, P.: 1997 La nueva era de las desigualdades. Buenos Aires: Manantial.
Jameson, Fredric: 1995 El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona: Piadós.
Lipovetsky, Gilles: 1994 El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos.
Barcelona: Anagrama.
Lyotard, Jean-Francois: 1995 La condición posmoderna. Informe sobre el saber. Buenos Aires: R.E.I.
Picó, Joseph (comp.): 1998 Modernidad y Postmodernidad. Madrid: Alianza.
Schuon, Frithjof: 1992 El sol emplumado. Palmas de Mallorca: Jose Olañeta ed.
Storm, Hyemeyohsts: 1979 Seven Arrows. New York: Ballantine Books.
Vattimo, Gianni: 2000 El fin de la modernidad. Nihilismo y hermeneútica en la cultura posmoderna.
Barcelona: Gedisa.

1
Lipovetsky (1994) discute los valores neoéticos, Castoriadis (1990/91) estudia la crisis de identidad, Lyotard
(1995), Jameson (1995), Fitoussi y Rosanvallon (1997), Picó (1998), Vattimo (2000) y aún otros autores se
ocupan de otros tantos indicadores.
2
La des-sacralización de la vida cotidiana fue abordada por Weber y Durkheim a comienzos del siglo XX
como un síntoma característico de la modernidad (Durkheim 1960, Aron 1981). En la década del ’40, Eliade
(1981) reconoce que el mundo profano total, el cosmos completamente desacralizado, es una experiencia
reciente que caracteriza al hombre no-religioso de las sociedades modernas y que le impide, cada vez más,
reencontrar las dimensiones existenciales del hombre religioso de las sociedades arcaicas.
3
Storm 1979, Aveni 1980, Schuon 1992, entre otros.
4
Artaud, 1972: pág 22 y ss.

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