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Las buenas obras del catolicismo sobreviven en los resultados, misteriosamente generativos, de la
escritura. Entre estos inolvidables mártires, Mera y sus lectores incluirán a Cumandá, una salvaje
curiosamente cristiana e inusualmente bella que está enamorada de Carlos, su admirador blanco.
La aldea del Pastaza, a orillas del Parola, está algo alejada del hogar de Carlos (de Andoas) en la
sierra, donde su reformado padre es un misionero dominicano. Había sido propietario abusivo
cuando perdió a su mujer a sus hijos en un alzamiento de indígenas, basado en la revuelta de
1790. Se arrepintió de los males que él mismo había provocado y se dedicó a predicar entre los
nativos que tanto había despreciado.
El romance entre los jóvenes se ve truncado por el padre y los hermanos de Cumandá, que odian a
los blancos y determinan por matar a Carlos para casar a la joven con el anciano jefe. Pero la
virtuosa y viril Cumandá salva a Carlos de cada vaticinio de muerte. Lo salva sólo para volver a
perderlo cuando él regresa con su padre y luego decide partir nuevamente a buscarla, mientras
ella escapa de manos de su difundo esposo y la tribu de salvajes en busca de Carlos.
El dilema se presenta cuando Pona le revela al padre Domingo Orozco que Cumandá es su
pequeña Julia, ya que en ese momento debe decidir si salvar a su hija o intentar convertir al
cristianismo a quien desprecia la raza blanca y cristiana: Tongana o Tubón. La opción superior para
la Iglesia es quedarse, por lo que Tongana no puede resistirse al primer y último sacramento
cristiano. La sacrificada es Cumandá, la mujer sobre cuyo cadáver llegan a amarse mutuamente
sus padres, tanto Orozco como Tongana. Carlos la lloró con sentimiento, pero sin la valentía de
perseguirla sólo él ni para rescatarla por mucho tiempo. Total, Carlos se hubiera ganado una
hermana, no una esposa con quien fundar una nueva familia nacional.
El único que sobrevive es el padre Orozco y la única productividad ha sido un alma más para la
otra vida cristiana, sin contar, claro, con que la conversión deja una huella escrita de amor y
conciliación en la fundación nacional de Ecuador.
La asociación entre continuidad y nación fomenta la creación de relatos orgánicos que, como las
genealogías familiares, adoptan la forma de sistemas arbóreos cuyas ramificaciones consisten en
cuerpos conectados entre sí por la reproducción sexual y el principio de identidad biológica.