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Una maestra sumamente apropiada

Por Katrina Ostrander

Varias semanas después…


Ide Tadaji habría esperado un truco semejante del Clan del Escorpión, pero no del Clan del
Fénix. De repente, los rumores relativos al meishōdō se habían propagado entre las altas esferas.
Se decía que algunos consejeros abogaban por que el Emperador lo prohibiese por completo.
Habían tenido muy poco tiempo para preparar una respuesta, para reclamar favores entre los
consejeros de mayor confianza del Emperador con los que asegurarse de que su clan no sufriese
una gran pérdida de prestigio durante la próxima sesión de la corte. Había tenido que mover tan-
tos hilos como le fue posible para hacerse con alguna ventaja, para obligar al juego a desarrollarse
como deseaba.
Si su contrincante le había ganado la partida, Altansarnai tendría derecho a exigir su retira-
da… o su seppuku.
—Embajador Ide Tadaji —la voz del capitán Ishikawa le llegó al girar una esquina y entrar en
la cámara de audiencias. Tadaji se inclinó profundamente en la estera. Cuando asumió nueva-
mente la verticalidad, el capitán se había sentado junto al bosque de bambú pintado en la pared.
Cada uno de los paneles de la pared tenía incrustados medallones de crisantemos de oro, por si
alguien olvidase el linaje real de la familia Seppun.
—Capitán Ishikawa. Gracias por invitarme —dijo Tadaji. Normalmente la familia Seppun era
retraída, centrada de forma obsesiva en su tarea de proteger al Emperador y a su familia directa.
El representante Unicornio había sido invitado a su sede como parte de esta tarea.
—No me cabe duda que habréis oído las dudas referentes a las prácticas mágicas de vuestro
clan —comenzó Ishikawa. Tadaji asintió—. Sí, capitán —Ishikawa había omitido cuidadosamen-
te que era el Clan del Fénix el que tenía esas dudas. ¿Se debía aquello a sus simpatías hacia ese
clan, o a que era uno de los pocos miembros de las familias Imperiales que no consideraba bene-
ficioso el incremento de las rivalidades entre clanes?
Se notaba una pesadez en el aire. Había llegado el momento de la verdad. Ishikawa se en-
contraba sentado ante él, pero también podía sentirle de pie tras él: su asistente en el seppuku,
preparado para poner fin a la agonía auto infligida.
¿Había condenado Iuchi a su clan al adoptar las prácticas de los sahir? Cuando las fortunas y
los kami ignoraron sus plegarias en las Arenas Ardientes, ¿deberían haber aceptado su negativa?
La mismísima Shinjo-no-Kami permitió esta práctica. No la deshonres con tus dudas, Tadaji.
Aunque sólo había sido un momento, Ishikawa dijo finalmente, —El Emperador no cree que
la magia del Clan del Unicornio necesite ser censurada.

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La sombra que se alzaba tras él se desvaneció con sus palabras, pero Tadaji no se permitió
emitir un suspiro de alivio. Nada podía ser tan sencillo… a continuación vendrían los términos
del perdón del Emperador, y los Fénix no permitirían a su clan salir de esta completamente in-
cólume. No si los Maestros Elementales tenían algo que decir en el asunto.
—Los Unicornio han servido bien al Emperador durante sus viajes por tierras extranjeras, así
como desde su regreso. No vemos motivo para evitar que sigan sirviéndole de la misma forma.
Sin embargo…
Aquí llegaba.
—Los Seppun también debemos cumplir con nuestro deber, y no podemos proteger al Em-
perador sabiendo tan poco de esta práctica y su naturaleza. Solicitamos que uno de los expertos
Unicornio en esta práctica viaje hasta la capital para enseñar a nuestros guardias.
¡Modifica el trato! Endulza el airag de algún modo para beneficiarnos. Empezó a hablar, pero
se detuvo. ¿Qué podría decir para hacer que los imperiales mostrasen más clemencia de la que
ya habían demostrado?
Ishikawa continuó. —Sabemos que la hija de Iuchi Daiyu ha completado hace poco su gem-
pukku y se encuentra entre los practicantes de meishōdō más prometedores de vuestro clan.
Ah, sí. Shahai. La candidata perfecta para servir de maestra… y de rehén. ¿Había sido
idea de Kaede?

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Un golpe maestro: si la magia Unicornio dejaba de ser aceptable, el clan se vería obligado a
cesar de inmediato en su uso o arriesgarse a que algo le sucediese a la hija del daimyō Iuchi.
El sombrío asistente se había apartado para situarse sobre su cabeza, con la espada lista
para golpear.
—Será un huésped de honor en este palacio, y disfrutará de todos los lujos de la Ciu-
dad Prohibida.
Así que la apartarían de su gente, de su padre y de su hogar. Iban a convertirla en un simple
engranaje de las maquinaciones de la corte, y en una traidora a ojos de los suyos. Revelaría los
secretos de su familia traicionando con ello sus tradiciones, aunque fuese siguiendo una orden
directa del Emperador. Nunca volvería a ser realmente bienvenida en la familia Iuchi.
Nada de aquello le importaba al Emperador ni a su familia. ¿Y por qué debería importar-
les? —Por supuesto. Enviaré un mensajero al señor Iuchi Daiyu en una de nuestras monturas
más veloces.
—El Emperador os asegura que todos sus vasallos son altamente valorados por su servicio.
—Aceptamos humildemente la fe del Emperador, y nos sentimos inmensamente agradecidos
de tenerla —el resto del clan tendría que sentir lo mismo. No les quedaba otra elección.
Sí; la sabiduría del Emperador había librado a la delegación Unicornio de la humillación de
sufrir un revés terrible en sus recursos en el momento en el que necesitaban ser aliados fuertes
y atractivos ante el Clan de la Grulla y utilizar el poder político de ese clan, aunque los cofres de
Hotaru no fuesen capaces de engrasar las ruedas diplomáticas con tanta facilidad como antaño.
El Clan del León se enfurecería, pero sus relaciones con el Clan del Unicornio no eran pre-
cisamente cordiales. Se encargaría del embajador Ikoma Ujiaki, aunque fuese posible que sus
palabras se transformasen pronto en ataques en el campo de batalla.
Sin embargo, el Clan del Fénix no dejaría de mirar al Clan del Viento con suspicacia. Resulta-
ría casi imposible obtener su ayuda, ni siquiera con la asistencia del Clan del Dragón.
Con un solo golpe se habían movido todas piezas de la partida, como si alguien hubiese co-
gido el tablero de juego y lo hubiese movido todo a un lado. Algunas piezas acabarían cayendo
por completo.
La cuestión era si sería posible devolver a las piezas al tablero una vez hubiesen sido elimina-
das de la partida. Y qué podía hacer Tadaji para asegurarse de que sucediese.

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