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La Globalización

La Globalización
¿Qué es la Globalización?
¿Es cierto que la Globalización sea la única vía para erradicar la pobreza?
¿Si es así, cómo es posible que cuanto más se Globaliza más ganan los ricos y más pobres son los pobres, es
decir, más se concentra la riqueza en menos manos?
¿Es inevitable la Globalización por ser consecuencia del progreso técnico?
¿Qué significa la frase “otro mundo mejor es posible”?

Introducción

Las naciones más poderosas del Planeta, condicionadas por los intereses de las grandes compañías
transnacionales, tratan de liberalizar y desregular los mercados internacionales, eliminando aranceles al
intercambio de mercancías y transacciones de capitales entre países. Los países pobres se niegan a ello.
Sin embargo, teniendo en cuenta por ejemplo, que los costos de producción son más reducidos en los
países pobres y que eso les permitiría competir, teóricamente, con los países más ricos -cuyos costos son
más altos- en unas condiciones muy favorables si las fronteras estuviesen abiertas y sin aranceles, parece
un contrasentido que esos países pobres se nieguen a esa liberalización. ¿Se han vuelto locos o es que les
gusta tirar piedras sobre su propio tejado? ¿Es la Globalización solo un concepto económico y que tiene
que ver únicamente con intercambios comerciales a escala planetaria o aquí se esconde algo más? ¿Dónde
está la trampa?

Como diría Jack el Destripador: “vayamos por partes”. Así pues, empezaré por recordar algunos conceptos
económicos y su transición desde la teoría a la vida real para terminar por definir el concepto
“Globalización” y dejar claro porque es negativa para la mayoría del común de los mortales.

El Mercado

Un mercado es un lugar público o espacio virtual en el que los productores y/o vendedores de productos
los cambian por dinero físico o virtual a los compradores que pagan un precio por adquirirlos. Existe pues
una oferta y una demanda.

Existen diversos tipos de mercados:

 Los Legales.- de mercancías, de valores y acciones de sociedades (la Bolsa), laborales (contratación de
jornaleros, trabajadores,…), ferias locales, de servicios, etc.;
 y los Ilegales.- drogas, armas, órganos, personas (prostitución, niños, emigrantes, etc.).

El conjunto de intercambios de bienes y servicios dentro de cada país es lo que se denomina el mercado
nacional. Los intercambios y movimientos financieros entre países son mercados internacionales, la suma
de éstos últimos es el mercado global o mundial.

Desde que se produce un producto hasta que llega al consumidor final, el producto pasa por todo un
conjunto más o menos escalonado de mercados parciales en los que intervienen los intermediarios que se
dedican a la compraventa de productos obteniendo una comisión. Ésta se va sumando sucesivamente al
precio. Cuantos más intermediarios intervengan en la cadena de venta del producto desde su producción
hasta el cliente final, más alto será el precio para dicho cliente final.

Lo expuesto es la base de la economía de mercado. En ella los productores suelen especializarse en un


producto pero ellos no producen para su propio consumo, sino que con la venta de su producción obtienen el
dinero que les permitirá comprar el resto de productos que necesitan y que producen otros. En los

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mercados los productores de un mismo producto compiten entre ellos, produciendo un sinfín de decisiones
y, éstas, un sinfín de oscilaciones en los stocks de productos y en los precios, generando excedentes y
escaseces que, a su vez, influyen en las decisiones subsiguientes. En definitiva, los precios y stocks son
el resultado de ese innumerable conjunto de actuaciones individuales.

En un mercado teórico perfecto, ningún participante puede influir en solitario sobre precios o cantidades.
Además, todos estarían plenamente informados de la oferta y la demanda y a qué precios están los
productos. En esas condiciones el cliente final o consumidor se convertiría en el rey de la situación al
poder elegir con libertad lo que más le conviene y al mejor precio.

En ese mercado teórico perfecto imperará la ley de la oferta y la demanda, de manera que un
comprador obtendrá un producto al mejor precio debido a que la competencia entre los diferentes
vendedores de ese mismo producto les forzará a venderlo al precio más barato posible. Si se produjera
una escasez del producto (baja la oferta por haber subido mucho la demanda, por ejemplo) el precio
subirá, lo que atraerá a nuevos vendedores (por el beneficio extra) aumentando así la oferta y provocando
que el precio vuelva a bajar. Si la oferta aumentase demasiado el precio bajaría y ello atraería a nuevos
compradores (aumenta la demanda) y/o algunos vendedores se retirarían, bajando la oferta y
encareciéndose el precio de nuevo. Esta regulación o ajuste automático del precio lo mantendrá
teóricamente en un nivel o entre unos márgenes de equilibrio óptimo.

En definitiva, la actuación egoísta de cada actor en busca de su máximo provecho y la competencia entre
productores conduce, teórica y paradójicamente al conjunto final de precios y mercancías más ventajoso
para todos. Los teóricos del liberalismo económico creen que cualquier intervención o injerencia de los
Gobiernos sobre esa libertad absoluta de movimientos y operaciones del mercado rompería el equilibrio y
sería muy perjudicial para los intereses de todos (consumidores y productores).

El mercado real, desgraciadamente es un mercado imperfecto y es muy difícil que el comprador pueda
elegir sabiendo bien lo que hace porque le falta información sobre todos los vendedores presentes en el
mercado y sobre los mejores precios. Un comprador real suele elegir entre los vendedores más cercanos
y, al no ser experto ni conocedor en profundidad de las cualidades del producto que quiere comprar, lo
hace en función de la presentación externa del mismo, del asesoramiento del vendedor o dejándose llevar
por la publicidad.

Un consumidor real se verá influenciado por hábiles técnicas publicitarias que, en lugar de informar,
buscan solo el aumento de las ventas al margen del interés o las necesidades del comprador, generando
para él nuevas necesidades (¿quién no tiene hoy un teléfono móvil y piensa que no podría ya vivir sin él?),
imponiendo modas, modificando voluntades y ofreciendo como imprescindibles servicios originalmente no
demandados por el consumidor. Así pues, el comprador lejos de ser el rey en el mercado e imponer su
voluntad, pierde su libertad de elección y se ve obligado a aceptar condiciones impuestas y a claudicar con
nuevas necesidades “demandando” nuevos productos persuadidos por la publicidad u obligados por la
presión social y las modas.

Tampoco los vendedores tienen toda la información sobre la demanda real ni sobre los planes de los
compradores. En muchas ocasiones invierten en la fabricación de productos que no tienen salida o fallan en
su publicidad o la competencia entre productores no es leal vendiendo alguno por debajo de los costos de
producción para copar el mercado hundiendo y arruinando a otros vendedores (las Grandes Superficies lo
han usado en ocasiones, por ejemplo, con los libros de texto). Incluso cuando algún productor detecta una
escasez de un producto determinado en el mercado, no siempre pueden aprovechar la situación acudiendo
con su oferta al mercado para equilibrar el precio pues, la fabricación del mismo no es un proceso
inmediato y ese tiempo, muy largo a veces (como en las cosechas agrícolas o productos ganaderos o que
requieran de la instalación de industrias), retrasa la aparición del producto en el mercado, pudiendo haber
cambiado ya la situación.

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Así pues, los ajustes correctores de un mercado perfecto, no son instantáneos en el mercado real e
imperfecto. Además, el tan habitual acaparamiento en manos de una sola empresa de la oferta de algún
producto en régimen de monopolio le da el poder absoluto a esa empresa para imponer condiciones sobre el
precio o sobre las condiciones de contratación. Simplemente esto justificaría sobradamente la
intervención externa correctora en defensa del interés público o por motivos económicos, éticos o
sociales sobre todo cuando se trata de servicios básicos como la sanidad, la educación, el agua, etc.

La Libertad y el Mercado

En el mercado los compradores buscan precios bajos mientras los vendedores intentan vender al precio
más alto posible. Obviamente los compradores con más recursos podrán llevarse más fácilmente lo que
buscan, privando de ello, en ocasiones, a otros demandantes que no pueden pagar a esos precios. También
los vendedores más potentados podrán utilizar técnicas publicitarias y otros medios para aumentar sus
ventas a costa de sus competidores más débiles. Evidentemente, los más fuertes, tanto si son
compradores como vendedores, exigirán que en el mercado pueda operarse con la máxima libertad y poder
así usar sin trabas sus superiores capacidades competitivas. Sin embargo, los más débiles pedirán
limitaciones a esos poderes, sobre todo cuando sean extremos como los monopolísticos.

Así pues, podemos concluir que en el mercado la libertad de elegir la da el dinero. Por lo tanto, en el
mercado llamado libre, los poderosos efectivamente eligen mientras que los débiles se conforman con lo
inferior o con nada. Los poderosos, evidentemente, no quieren tasas ni intervenciones correctoras; los
débiles (que son la gran mayoría, dada la actual asimétrica distribución de la riqueza) serán los que exijan
intervención y control estatal, vigilancias contra abusos, etc.

En los países comunistas con sistemas económicos muy planificados eran y son frecuentes la formación de
largas colas de compradores en las tiendas. En Occidente se muestra ese hecho como un atraso que no
afecta a los consumidores que viven bajo un sistema de mercado “libre”. Pero esta afirmación y supuesta
prueba de superioridad encierra una gran trampa, pues no pone de manifiesto que en los países
occidentales también existen colas, solo que son invisibles. Del mismo modo que los mendigos,
desaparecidos de las calles cuando lo prohíben las ordenanzas o cuando se les oculta ante la llegada de
visitantes ilustres, las colas invisibles están formadas por la larga lista de compradores seducidos por la
oferta, pero que ni siquiera se acercan a las tiendas porque no tienen dinero suficiente para comprar los
artículos, mientras sí pueden hacerlo los adinerados.

Ni en el sistema de libre mercado ni en el comunista hay existencias suficientes para abastecer de todo a
todos. La clave diferencial está en el modo de reparto. En el socialismo planificado la renta está repartida
con más igualdad, por lo que resulta forzoso el racionamiento con sus colas; en cambio, en el sistema de
mercado libre, la riqueza se reparte con total desigualdad, formando colas invisibles, pues sólo una
minoría puede acceder a comprar lo que desea.

Cuando en un sistema de mercado se producen los casos de competencia monopolística, esa maravillosa e
hipotética libertad de elegir del comprador se pierde por completo pues, si desea adquirir algún producto
producido por esa empresa única, ha de someterse al precio y condiciones impuesto por ella.

El registro de marcas y patentes, el acaparamiento de productos mediante maniobras mercantiles, las


ventajas de producción a gran escala, las posibilidades que ofrecen los medios de comunicación y de
transporte actuales para fabricar a miles de kilómetros de los mercados de venta, las diferencias
abismales del costo de la mano de obra entre diferentes regiones del Planeta, las diferencias de costos
por la implantación de industrias en suelo nacional según los países, las diferencias de aranceles e
impuestos, todo ello fomenta y a veces impone la creación de grandes empresas contra las que es muy
difícil competir. Podemos encontrarlas dominando los mercados nacionales e internacionales, son las

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denominadas “empresas transnacionales o multinacionales”. Sus técnicas pasan por competir en solitario
o aliándose con otras afines o complementarias o absorbiendo empresas rivales. Su poder económico,
tecnológico y financiero les permite conseguir créditos y subvenciones públicas en condiciones de
privilegio, así como influir en países cuyos gobiernos tienen menos poder que ellas mismas, presionando
incluso a las autoridades de las naciones más fuertes. Su expansión planetaria les permite distribuir sus
operaciones según los criterios más convenientes, deslocalizando fábricas a países con salarios más bajos,
transvasando fondos y contabilidades, eludiendo fiscalidades y legalidades incómodas, aplastando a rivales
locales, poner y quitar gobiernos a su gusto, consiguiendo cifras de beneficios muy superiores a muchos
presupuestos nacionales.

Esas multinacionales junto con las grandes instituciones financieras, conforman una red de poder
económico ante la que hablar del consumidor como rey del mercado y de su libertad económica resulta
totalmente irrisorio. Incluso las empresas menores se encuentran sometidas, directa o indirectamente, al
yugo de las gigantescas porque, aunque no les vincule ninguna relación contractual, no les queda más
remedio que plegarse a las condiciones y la evolución del mercado y de la producción dictadas por esas
multinacionales. Así, los poderosos directivos y sus mastodónticas empresas avanzan por el mercado
planetario pateando sonrientes por encima de los pueblos.

Aspectos sociales

Para demostrar que no siempre el equilibrio automático entre oferta y demanda a un determinado precio
supone una ventaja desde el punto de vista social voy a hacer uso del ejemplo habitual: supongamos una
escasez en la producción de leche, con oferta escasa y gran demanda, por lo que el precio de ajuste se
sitúa tan alto que los pobres no pueden comprar leche para sus hijos, mientras los ricos no tienen
problema para ofrecérsela a sus gatos.

Dada la tremenda desigualdad en la distribución de la riqueza dentro del sistema de mercado, el ejemplo
de la leche no es para nada improbable. Así, por ejemplo, es un hecho palpable la desigualdad de
oportunidades en los niveles de educación superiores, menos accesibles para estudiantes pobres o la
dificultad para acceder a los servicios sanitarios cuando son privatizados, convirtiéndose en imposibilidad
en caso de enfermedades complicadas con tratamientos caros lo que, además de ser injusto, supone una
fuente de exclusión y marginación social inaceptable.

En otro aspecto, un ejemplo más y muy ilustrativo de perjuicio social cuando las inversiones se guían solo
por criterios economicistas, se produce en las frías aguas del Pacífico sur chileno, donde los inmensos
excedentes de peces capturados podrían paliar buena parte del hambre del Tercer Mundo, si no fuese
porque es más rentable su procesado para fabricar piensos y harinas que alimentarán al ganado productor
de carne destinada a ser consumida en los países ricos.

No hablemos ya del destrozo medioambiental producido por haberse actuado durante decenios pensando
solamente en los beneficios monetarios inmediatos sin tomar en cuenta las ventajas futuras que quedaban
ya destruidas para siempre. Las talas masivas y los incendios de grandes extensiones de selva amazónica,
los vertidos al mar de todo tipo de contaminantes, las sustituciones de grandes extensiones de bosques
primarios por cultivos puntualmente más rentables o simplemente su tala masiva para la obtención de
madera, el enladrillado, cementado y asfaltado masivo de zonas de gran valor ecológico, el uso de artes de
pesca sumamente destructores, etc., etc. son ejemplos de los daños que estamos causando al Planeta y de
los graves perjuicios para el futuro si se dejan en libertad ciertas empresas guiadas únicamente por
criterios lucrativos.

Por lo tanto, el mercado de la competencia imperfecta, el mercado real, está dirigido por unos
cuantos actores interesados en buscar el máximo beneficio privado a costa de lo que sea.

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El interés público y el interés privado no tienen siempre los mismos objetivos. Las empresas persiguen una
“prosperidad” basada en máxima ganancia, en batir records anuales de beneficios. El interés común busca
fines más variados como la salud pública, la mejora de la educación, el respeto a la naturaleza, la cohesión
social, el fomento de las artes, la calidad y salubridad de los alimentos y, sobre todo, el acatamiento de
unas normas éticas de convivencia; esto conlleva muchas veces sacrificios del beneficio económico. Fines
que el empresario (el interés privado) no tiene en cuenta para su actividad no estando dispuesto a realizar
sacrificios en sus beneficios económicos.

Evolución del Mercado

Actualmente el sistema económico mundial está muy condicionado e influenciado por dos nuevos factores:
el tecnológico y el institucional.

El tecnológico tiene su origen en el tremendo progreso sufrido por la informática y las comunicaciones.
Innovación representada por Internet, red global sobre la que se produce el intercambio generalizado de
todo tipo de información digitalizada por unas computadoras cada vez más rápidas y avanzadas e
interconectadas por redes de telecomunicaciones también muy avanzadas y veloces.

El institucional es consecuencia del acentuado liberalismo económico adoptado por los países más
adelantados y los grandes organismos internacionales, cuyo resultado es la puesta en marcha de amplias
medidas liberalizadoras de las transacciones en los mercados, sobre todo, de los movimientos financieros
internacionales imponiéndoselas, de paso, a los países menos adelantados como condición sine qua non para
el mantenimiento relaciones comerciales u obtener créditos financieros. Esto se traduce en una cesión de
poder por parte de los gobiernos a favor de las grandes empresas y grupos inversores mundiales.

Así pues, la economía mundial se mueve hoy condicionada por la posibilidad de realizar comunicaciones y
transferencias instantáneas por una parte y, por otra, por la amplia liberalización de las operaciones
privadas con ausencia de control sobre ellas, lo que traspasa gran parte de las decisiones económicas
desde el ámbito gubernamental con control democrático al poder privado empresarial liberado del
control ciudadano. De esta forma se ha llegado a la estructura actual del mercado al que se ha llamado
GLOBALIZACIÓN.

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Como hemos dicho, es la “moderna” forma capitalista de mercado, en la que se han liberalizado al máximo
la circulación de flujos financieros; luego con ciertas limitaciones y controles se ha liberalizado también el
movimiento de mercancías; y después mucho más restringido se mantiene el movimiento de trabajadores.

Esa libertad financiera es crucial para el sistema, pues favorece las operaciones especulativas por
cuantías muy superiores al valor total de las mercancías intercambiadas mundialmente multiplicando sus
beneficios al aprovechar las diferencias en los tipos de cambio.

En ocasiones, se llega incluso a provocar o explotar desestabilizaciones y hasta crisis monetarias con
auténticos ataques especulativos, que los gobiernos afectados no pueden parar por la superioridad de
recursos de los atacantes y porque los poderes políticos han venido abdicando cada vez más de su
capacidad de legislar contra esas operaciones.

Este mercado globalizado funciona como una red de intensas relaciones económicas que, interconectada
en tiempo real por los nuevos medios informáticos, agrupa una buena parte de la actividad mundial e
influye, más o menos indirectamente, sobre las entidades no incluidas en la red.

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Como en todos los mercados, en este mercado global convertido en espacio unificado por la instantaneidad
de las comunicaciones, la liberalización sólo significa libertad real para los países más fuertes, con
mayor potencia económica. Pero como en ese espacio los gobiernos han renunciado al control sobre las
transferencias financieras, quienes deciden son las grandes instituciones privadas, bancarias o fondos
de pensiones o de inversión, además de especuladores con nombres y apellidos, dueños de sumas
multimillonarias, que utilizan contra cualquier Bolsa o moneda donde encuentren beneficios.

Las nuevas tecnologías y la velocidad en las telecomunicaciones permiten que las cotizaciones, noticias o
factores con repercusión sobre la situación económica sean conocidas en cualquier parte del planeta casi
instantáneamente de manera que se provocan reacciones inmediatas de los grandes operadores seguidos
por los demás. El uso de esas tecnologías no implica que se garantice la transparencia total teórica del
mercado perfecto, muy al contrario, la complejidad y abundancia de medios en la red facilita tanto la
desinformación publicitaria y estratégica como la información. Además, esa maquinaria tecnológica es
usada a fondo por los grupos financieros desde el momento en que los gobiernos más avanzados han
renunciado al control de operaciones que, sin embargo, afectan profundamente a su gestión pública y a la
vida cotidiana de sus ciudadanos.

La libertad financiera y monetaria ha ido consolidándose en virtud de leyes de liberalización presentadas


como “desregularizadoras” y aprobadas por la creencia en la ideología del liberalismo económico
dominante en casi todas las instituciones académicas y seguida por los grandes organismos internacionales.
La utilidad esencial de esa teoría es la de legitimar el poder del dinero, aunque nos la venden como si
tuviese las mismas virtudes democráticas del liberalismo político. Pero la realidad es que, mientras en el
liberalismo político cada persona encarna un voto, en el liberalismo económico, el voto corresponde a
cada unidad monetaria y no a cada ciudadano. Por lo tanto, el dejar los gobiernos las manos libres al
poder económico privado, los votantes han perdido el control democrático ejercido mediante la elección
de sus representantes y gobernantes. En definitiva: la globalización económica es totalmente
antidemocrática.

Podemos dar una definición precisa ya de la globalización como “red de centros con fuerte poder
económico y fines lucrativos, unidos por intereses paralelos, cuyas decisiones dominan los mercados
mundiales, especialmente los financieros, usando para ello la más avanzada tecnología y aprovechando la
ausencia o debilidad de medidas reguladoras y de controles públicos”. La consecuencia es la creciente
concentración en pocas manos de las riquezas del Planeta y del poder económico.

La forma de dotarla de falso prestigio es presentar la globalización como una estructura social moderna
y sin precedentes, alcanzada como uno más de los frutos del progreso. Sin embargo, lo cierto es que el
poder ha buscado en toda la historia la explotación económica de sus súbditos usando los más avanzados
medios técnicos del momento y no solo con el uso de la fuerza. Así, los traficantes y comerciantes en
todos los imperios han procurado montar sus rutas y redes de transporte, líneas marítimas, etc. en
connivencia con los poderes vigentes. Cada imperio ha globalizado como ha podido.

En definitiva la globalización es la forma moderna de Imperialismo. El Imperialismo del poder económico


concentrado a nivel mundial en unas cuantas compañías transnacionales y entidades financieras.

La abismal desigualdad entre la minoría globalizadora y la multitud dependiente aparece en cualquiera de


las estadísticas ofrecidas por los más serios organismos internacionales que, además, muestran una
agravación progresiva de la desigualdad. Por ejemplo, según el programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, en 1997 el veinte por ciento más rico de la población mundial tenía unos ingresos 74 veces
más altos que el veinte por ciento más pobre, sin que se registren medidas redistributivas eficaces por
parte de los más favorecidos. Es más, nunca se ha llegado a hacer efectiva del todo la aportación de un
0,7% del producto bruto de los países adelantados, aprobada hace tiempo por las Naciones Unidas con ese
fin compensatorio.

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Esta abismal desigualdad genera no pocas protestas por todo el Planeta cuyos grupos más o menos
organizados se coordinan utilizando las mismas tecnologías que los globalizadores. Globalizadores que
tratan de deslegitimar las protestas descalificando a sus miembros y tachándolos de minoría heterogénea,
sin ideas sólidas y como gente que se perjudica a sí mismos al enfrentarse a lo que el liberalismo
considera la única solución contra la pobreza, argumentando, además, que la lucha es inútil porque la
globalización es imparable al estar impuesta por el irrenunciable avance de la tecnología.

Es cierto que los oponentes a la globalización somos un conjunto heterogéneo que abarca desde grupos
radicales antisistema hasta pacifistas y defensores de los derechos humanos, pasando por ecologistas o
colectivos culturales, religiosos, etc. Esa variedad está motivada por la multitud de aspectos en que el
acaparamiento de riquezas y el abuso de poder incide sobre las vidas de los excluidos y marginados
de la distribución justa de la riqueza.

La negación que hace el poder económico de ideas sólidas contrarias al pensamiento liberal o “único” queda
desmentida por la existencia de un extenso colectivo social, sostenido por instituciones y publicaciones
seriamente críticas con ese liberalismo. Muchos autores y textos han desenmascarado el anacronismo que
invalida totalmente la teoría liberal por su injusticia distributiva, su ceguera ecológica, su reduccionismo
inhumano, sus desviaciones al orientar la inversión y otros aspectos negativos inherentes al intercambio
descontrolado.

Así pues, mientras la minoría globalizadora limita su interés a los mecanismos y resortes económicos que
afectan a sus beneficios y operaciones especulativas, la gran mayoría oponente nos inquietamos por lo que
importa a la vida humana en todas sus dimensiones, desde el escenario natural a la educación y
perfeccionamiento de las personas, desde el hambre a la actividad creadora, desde la justicia a la
solidaridad, desde la ciencia al placer. Una vida en plenitud, no reducida a meros horizontes económicos, lo
que exige otro mundo más vasto que el financiero. Por eso decimos que OTRO MUNDO ES POSIBLE.

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