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1. INTRODUCCIÓN.
La expresión administrado, en palabras de García de Enterría, es poco adecuada, ya que se
parte de una calificación excesivamente inactiva. Administrado es el participio pasado del
verbo administrar, por lo que será aquella persona que es objeto de la actividad de
administrar. En toda relación jurídica administrativa existe un elemento subjetivo doble: el
titular de un derecho y el obligado a cumplir lo exigido por tal derecho. Por lo general, la
posición activa ha sido reservada a la Administración, mientras que la pasiva ha
correspondido al administrado. Esta situación de primacía viene fundamentada en la propia
naturaleza y fines de la Administración que se concretan en la satisfacción del interés
público, frente a los de carácter privado que son los que persiguen los administrados.
Pero como dice Entrena Cuesta, esto planteamientos han entrado en la actualidad en una
manifiesta crisis originada por el paso de un Estado neutro a un Estado intervensionista y de
prestaciones positivas. En muchas ocasiones las relaciones jurídico-administrativas son más
complejas, ya que los sujetos que en ellas intervienen actúan al mismo tiempo como
titulares de derechos y deberes, e incluso la propia Administración actúa en condición de
sujeto pasivo exclusivamente. Para González Pérez, el término administrado ser refiere a
aquella persona que aparece al lado o frente a la Administración Pública, en una relación
sometida al Derecho Administrativo, sin que en ningún caso sea titular de un órgano
administrativo.
Será administrado el particular en cuanto sujeto del Derecho Administrativo, no siéndolo por
tanto, el particular que se relaciona con la Administración en régimen de Derecho Privado o
en régimen de Derecho Labora. Asimismo, cuando el particular llega a ser titular de un
órgano administrativo deja de ser administrado y se convierte en autoridad o empleado
público.
2. CLASES DE ADMINISTRADOS.
En la relación jurídico-administrativa, el administrado puede ocupar una posición puramente
genérica o un status especial. En el primer caso no implica ningún rasgo de subjetivación,
sino que ostenta un status puramente común, como ciudadano, denominándose
Administrado simple. En el segundo caso, su situación está singularizada, bien por
imperativo de la Ley o como consecuencia de una relación de carácter contractual u otras
causas, conocido como Administrado cualificado. Esta distinción es puramente funcional, ya
que todos somos administrados simples en la mayor parte de nuestras relaciones con la
Administración Pública.
a) De la Ley: cuando una disposición de rango legal imponga deberes especiales a los
administrados.
b) De la voluntad de la Administración: cuando a iniciativa de la Administración se
imponga una relación obligatoria.
c) De la voluntad del administrado: cuando la iniciativa procede del propio administrado.
d) De la voluntad conjunta de la Administración y del administrado: se trata de los casos
relativos a las relaciones contractuales existentes entre ambas partes.
La capacidad de obrar es la aptitud que tiene una persona para ejercitar sus propios
derechos y obligaciones. El artículo 30 de la Ley Reguladora del Procedimiento
Administrativo Común dice “tendrán capacidad de obrar ante las Administraciones
Públicas, además de las personas que la ostenten con arreglo a las normas civiles, los
menores de edad para el ejercicio y defensa de aquellos de sus derechos e intereses cuya
actuación esté permitida por el ordenamiento jurídico-administrativo sin la asistencia de
la persona que ejerza la patria potestad, tutela o curatela ...”.
Garrido Falla al referirse a los derechos políticos subjetivos, los clasifica en función de
las garantías jurídicas para su protección en atención a lo que establece nuestra
Constitución, distinguiendo los siguientes:
Bibliografía utilizada:
Admón. Corporaciones locales, Editorial Meta, Sevilla 2002.
Centro del opositor – Madrid 2001.
Centro de Estudios financieros, Valencia 2003.
Sección de formación de la UNED, Madrid 2003