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CRUCIFICADO CON CRISTO

Por E.W. Bullinger


Traducido por:

Helena Aillón y Juan Luis Molina

“Yo he sido crucificado con Cristo, y aunque ahora siga vivo, ya no soy yo quien
vive, sino Cristo vive en mí; y la vida en la carne la vivo por la fe del Hijo de Dios, Quien
me amó y se dio a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20).

“No permita Dios que yo me gloríe, a no ser solo en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado a mí, y yo al mundo. Porque en
Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada ni tampoco la incircuncisión, sino solo una criatura
nueva” (Gálatas 6:14, 15).

En estas últimas palabras el Apóstol Pablo resume su importante carta a las Iglesias
de Galacia, y resalta o enfatiza la gran suma y sustancia, la esencia y contenido del
Evangelio de Cristo, y de la verdadera Cristiandad. Esto es lo contrario, lo enteramente
opuesto al mundo y a la religión del mundo. El mundo es todo lo que se opone o resiste al
Padre (1ª Juan 2:16). El mundo siempre estará dispuesto a sustentar la religión, e incluso a
la Cristiandad, con la condición de que se le permita alterarla, y adaptarla y que le imponga
sus propias marcas. Y en medio de todas las edades, los cristianos han deseado aliarse y
pactar con esta condición, y han permitido que sus sagrados depósitos hayan sido con ella
manipulados.

A los tales les dice Pablo: “Todos los que desean hacer una feria o espectáculo en la
carne, os obligan con ruegos a que os circuncidéis; y eso solo para que dejéis de sufrir
persecución por la cruz de Cristo” (Gálatas 6:12). Era el miedo del mundo lo que constreñía
a los cristianos a someterse a la circuncisión. Ellos mismos permitieron hacerse malos
judíos con tal de no seguir siendo perseguidos siendo buenos cristianos. “No os
maravilles”, dijo Cristo, “si el mundo os aborrece”; pero en sus seguidores fue creciendo el
cansancio de ser despreciados y repudiados, y por eso le dieron oídos a los pactos de paz
del mundo, y aceptaron los términos del mundo para ganar para sí la seguridad y el lujo del
mundo. Pero el mundo ha quebrado siempre su promesa, ¡y la seguirá quebrando todavía
más y más! “La amistad con el mundo es enemistad contra Dios”. No podemos comprar la
paz con el mundo sin perder la paz con Dios. ¡Su obra final será desnudar y destruir esa
iglesia, que ha comprado paz a costa de desobedecer al Señor, y por someterse y conciliarse
con los requisitos del hombre!

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El consejo de S. Pablo aquí es, que la mera religión sin Cristo es vana, sin provecho
alguno, es indigna. La circuncisión es inútil sin Cristo, y la incircuncisión es inútil sin
Cristo, esto es, la vieja naturaleza de todas formas es vana e inútil. La idea del hombre
siempre es que es alguna cosa, que algo provechoso se puede hacer de ella. Por eso no se
cansan en esfuerzos. En un periodo se llevan a cabo restricciones, en otro, libertad. En un
tiempo se reduce la disciplina, en otro, se deja sobresalir la indulgencia. Una escuela emite
sus avisos, e intenta recluirse en monasterios; otra cree en el desarrollo del hombre, sin
embargo ninguna modificación aparece en el hombre natural; será solamente posible en una
“nueva creación” (2ª Corintios 17).

Debemos ser hechos de nuevo

El hombre debe ser moldado de nuevo, hecho nuevo. Este es el gran punto sobre el
cual incide con tanto énfasis aquí el Apóstol. Él dice: “¡De aquí en adelante que nadie me
cause molestias, porque yo porto conmigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús!”
(Gálatas 6:17). Existe una doble referencia en sus palabras, cuando se traducen más
detalladamente: “A mí no me administréis vuestras amputaciones (circuncisión – amputar
el prepucio de carne)” No preciso de ellas para nada, yo estoy crucificado con Cristo. No
son marcas ni estigmas hechos por el hombre sobre la carne las que quiero, sino las marcas
del Señor Jesús. Él fue crucificado por nosotros, “molido por nuestras iniquidades”, y
aquellos que están crucificados con Cristo tienen Sus marcas en sí mismos, y a los tales
bien se les puede decir “la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu”
(vers.18). Este es el clamor del Cielo para todos lo que están crucificados con Cristo, esta
“gracia” en ellos y con ellos es la “marca” y “emblema” que el mundo jamás podrá tolerar
y aprobar.

El mundo amenaza con pérdidas a todos los que estén así con las mismas marcas del
Señor. Pero, ¿qué es lo que Él Mismo les dice de esto? “Procurad primeramente el Reino de
Dios y Su justicia y todas estas cosas os serán añadidas”. “Dios suplirá todas vuestras
necesidades”. No precisamos temer nada por no complacer al mundo; en Cristo
desaparecen todas las excusas. “No estéis pensando, diciendo, ¿qué comeremos? ¿O qué
beberemos, o qué vestiremos?...Así que no penséis en mañana; porque el día de mañana
traerá sus propias cosas en qué pensar” (Mateo 6:31, 34). Esto es directriz divina, y la
directriz divina tiene la promesa de esta vida, así como también de aquella que está por
llegar.

Así vemos que el argumento del Apóstol se basa en la declaración de nuestro Señor.
Vemos que la única cosa en que podemos realmente gloriarnos es en la Cruz de Cristo, por
la cual nosotros estamos crucificados al mundo, porque estamos crucificados con Cristo, y
esto puede significar peligros y tiempos muy duros. Pero existe un punto muy importante

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conectado con este asunto, y es, que es una muy personal e individual decisión. El Apóstol
dice: “Yo y Yo mismo”. “Yo estoy crucificado con Cristo… Él se ofreció a Sí Mismo por
mí.” (Gálatas 2:20). Esta es la Gloria del Evangelio. El mundo habla acerca del “hombre”,
y seguirá endiosando al “hombre”; pero Dios, al mismo tiempo que ha condenado al
“hombre”, salva los “hombres”. Los hombres se pierden ellos mismos en las masas, e
intentan pasar desapercibidos y ser parte entre la multitud; pero tan pronto como Dios
habla, Él separa el uno de otro, y trata y se relaciona con almas individuales.

El Evangelio no trata con las masas como tales; selecciona de entre las masas “un
pueblo (o gente) para Su Nombre”. La Cruz se relaciona a todos aquellos que están
crucificados con Cristo. No se trata de que tú hayas nacido en un país donde se dignifique
la Cruz; no es que tú y que yo mantengamos algún tipo de relación con alguna iglesia que
porten o exhiban la Cruz; no es que lleves una cruz colgada al cuello, sino que permanezcas
y estés en una vital unidad con el crucificado, entonces puedes decir: “Yo he sido
crucificado con Cristo”. ¡Oh Dios mío, qué maravillosa expresión! ¡Qué misteriosa verdad
hay, cuando un pecador se sumerge en esta vital experiencia! Ahí entonces para él estos
2,000 años se esfuman, y se halla y considera a sí mismo estando sobre el Calvario en
Cristo.

Tan real es esta gran verdad que la misma escena de la crucifixión llega a hacer
parte de nuestra experiencia. Bajo el punto de vista Dios, a Sus Divinos ojos, el pecador
salvo se identifica con Cristo. Todo lo que obtiene de Dios está en Cristo. Ha sido
“escogido en Cristo”, aceptado en Cristo, redimido en Cristo, y representado por Cristo.
Este gran hecho no es solamente verdad para cada pecador salvo, sino en cierta medida y en
parte las mismas experiencias de Cristo se hacen nuestras. Hay o existe un sentido en el
cual pasan ellas a ser verdaderas en nuestra experiencia.

Rechazo

Tomemos, primero, Su repudio. Él fue “repudiado, rechazado por los hombres”, ¡no
repudiado del Padre! No. Debemos hacer la distinción que la Escritura de verdad hace. No
es como se dice habitualmente que el Padre escondiese Su rostro del Hijo, sino que era
Dios airado contra el hombre. “Levántate, oh espada, contra…el hombre que es Mi
compañero” (Zacarías 13:7): “contra el hombre”, no contra “Mi Hijo”. “El Hijo del
Hombre” fue “repudiado por los hombres”, y el alma penitente, el pecador convicto de
pecado, posee esta experiencia. El primer pensamiento del tal es: “Yo soy maldito delante
de Dios”. Nunca antes había el pecador conocido el peso terrible del Divino repudio hasta
que la Ley Santa del Santo Dios sea escrita por el Espíritu Santo en las carnales tablas de su
corazón. Aquel que ha sido crucificado con Cristo se introduce en la verdadera posición y
en medida y en parte dentro de la experiencia de las tinieblas que desbordaron los cielos

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cuando Cristo como hombre pendía colgado en la cruz, siendo hecho maldito (o maldición)
por nosotros. La muerte producida por la ley se concretiza de repente; la conciencia ahora
se aviva y despierta por primera vez; el pecado ahora se ve por primera vez cómo aquello
que le separa de Dios; y el pecador se aborrece a sí mismo, a medida que así va
introduciéndose en la primera experiencia de lo que es estar crucificado con Cristo.

Aceptación

Pero, en segundo lugar, gracias a Dios, hay otra experiencia. Hay otra visión de la
Cruz de Cristo, una visión Divina, la de la aceptación. Si en Su bautismo y transfiguración
el testimonio del cielo fue: "Este es Mi Hijo amado, en quien tengo tanta complacencia",
seguramente así fue también aquí cuando el Amado fue acepto; porque la santidad de Dios
fue entonces evidenciada, la ley de Dios fue entonces, honrada, la majestad de Dios fue,
entonces, magnificada y las mismas palabras son pronunciadas sobre cada pecador que
puede decir: "He sido crucificado con Cristo". El Padre en el cielo declara de Él y de los
tales: "Este es Mi hijo amado, en quien tengo complacencia", y esto, justo porque él es
"acepto en el Amado". ¡Oh, qué poderosa realidad hay en esta gran verdad! ¡Cuán grandes
son los méritos de este Salvador quien ha tomado así el lugar del pecador, para que el
pecador pueda permanecer firme en esos sus méritos! No es de extrañar que de los tales el
Espíritu Santo haya escrito: "No hay ahora ninguna condenación para los que estáis en
Cristo Jesús". ¡Qué perfecta satisfacción se nos presenta y ofrece! ¿Quién puede medir la
respuesta gloriosa a la ley, la evidencia de la santidad de Dios, la cual el hombre (que hace
poco no era más que un pobre y desamparado paria pecador) trae delante de Dios, él está
capacitado para decir: "He sido crucificado con Cristo". Ah, esto es luz que disipará
nuestras tinieblas: toda nuestra esclavitud y miedo se disiparía de repente si tan sólo
pudiéramos comprender lo que significa ser "crucificado con Cristo".

Sus palabras llegan a ser las nuestras

Pero más que esto está contenido en la verdad: no sólo los actos de Cristo y la
posición de Cristo son nuestros, sino Sus palabras y locuciones se convierten en parte
nuestra. Sabemos lo que es clamar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
Es nuestro grito de sentida indefensión, y dice así, si Dios nos repudiase para siempre,
"justo y verdadero es Él". No podemos encontrar ninguna razón en nosotros mismos,
ningún fundamento para nuestra aceptación puede ser hallado en lo vivido en el pasado o
en nuestros sentimientos actuales. Si de alguna manera somos salvos, debe haber sido por
gracia, y solamente por gracia; y se muestra que incluso este grito desesperado es el
resultado de la vida que se nos ha otorgado, porque aunque gemimos, lo hacemos diciendo:
"Dios mío, Dios mío". Esto es el principio y el fin, es decir, todo lo demás está asegurado
cuando podemos decir: Dios mío. Pero la plenitud de nuestra indignidad absoluta nunca la

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experimentamos hasta que esta vida y luz se nos imparte. Fue cuando Dios dijo: "Hágase la
luz", que se evidencio la ruina y la desolación en todo su horror, y lo mismo sucede con el
pecador. No hables acerca de arrepentimiento o constricción como si de una preparación se
tratase para la venida de Cristo, porque si “hemos sido crucificados con Cristo”, tenemos
por cierto que experimentaremos el horror de ésta gran oscuridad, pero será acompañada
con la esperanza: “Dios mío”.

Luego otro clamor: "Consumado es". ¡Qué bendita es esta confesión para Cristo y
para nosotros! Aquel que está crucificado con Cristo puede ponerlo sobre sus labios, y
reclamarlo como suyo propio. Su salvación está consumada, la obra está completa y
perfecta, nada se le puede añadir ni nada se le puede sustraer. Por supuesto, si nos
refiriésemos a ser salvos por nuestros propios méritos, nunca llegaría a estar concluida, y si
dudamos en decir esto, es una prueba de que estamos confiando en nuestros propios
méritos. Si estamos tratando de ser salvos por cualquier cosa que podamos producir,
nuestro descanso siempre será un disturbio. Pero si somos salvados por Cristo, en Cristo,
con Cristo, "por el amor de Cristo", entonces es presunción si no admitimos en su completa
extensión una declaración tal como es esta: "Aquel que cree tiene vida eterna", "ha pasado
de muerte a vida", "no vendrá a condenación". No es presunción proclamar estas palabras,
pero es presunción e incredulidad también, si dudamos como pecadores salvos en
confesarlas. Venid ahora, todos vosotros que estáis procurando establecer vuestra propia
justicia, todos vosotros que estáis buscando algún otro camino para la gloria de Dios,
escuchad este gozoso sonido de una salvación concluida para todos los que han sido
crucificados con Cristo.

El mundo y el crucificado

Nosotros no podemos seguir todas las demás ideas que se reúnen alrededor del
“Cristo Crucificado”, pero hay otros dos hechos que no debemos omitir. El Apóstol dice,
“Por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).

(1) ¿Cuál es la relación del mundo hacia el crucificado? Ahora bien, se ve un muy
solemne aspecto como lo ve el Crucificado, y aquel que está crucificado con Cristo lo ve de
la misma manera (en parte y en medida). Esto es algo más que una figura. ¿Qué quiso decir
Pablo cuando dijo: “Si habéis muerto con Cristo, y “estáis muertos”? No es que estemos
realmente muertos, sino judicialmente muertos a los ojos de Dios y bajo Su punto de vista,
y por tanto nosotros tenemos que reconocernos así. “Si habéis muerto con Cristo”, dice el
Apóstol. “Si habéis sido levantados con Cristo, poned la mira en las cosas de arriba, no en
las cosas de la tierra, porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios” (Colosenses 2:20; 3:1-3). ¿Qué es lo que este lenguaje lleva consigo? Tenemos que
ser ciegos y sordos e indiferentes al mundo, como lo estaba Cristo sobre la cruz. Estamos
en el mundo, de hecho, pero repudiados por él, no fuera de él. ¡Todas las burlas y
distracciones caen en oídos sordos, así como se levantaban desde Jerusalén y llegaban con
el viento hasta el Calvario! Si estamos crucificados con Cristo conoceremos algo de esta
experiencia; solo acuérdate siempre que es el efecto y no la causa de estar así crucificado.

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Nosotros no podemos crucificarnos a nosotros mismos, no podemos hacernos muertos.
¿Cómo es que el Señor Jesús ora? “Yo no oro para que Tú los quites del mundo, sino para
que Tú los guardes del maligno” (Juan 17:15). “Déjame ver la vida”, dice el hombre del
mundo, y se hunde en el pecado. “Déjame ver la vida”, dice el pecador salvo, y se separa el
mismo del pecado. Solamente vive quien está crucificado y levantado con Cristo.

El Gozo y el crucificado

(2). Aquellos que están crucificados con Cristo conocen algo de Su regocijo
sustentador. No se nos deja a la libre imaginación en cuanto a lo que esto sea, sino que
sabemos que “por el gozo que le fue puesto delante, Él consiguió soportar la cruz, sin tener
en cuenta para nada el menosprecio” (Hebreos 12:2). Grandes fueron sus sufrimientos, pero
mayor todavía Su regocijo. Así será con nosotros. Sólo esto sustentará del todo aquel que
ha sido crucificado con Cristo. Nunca sabremos la medida de Sus sufrimientos, pero
sabremos algo de Su regocijo. Porque un regocijo se aparece delante nuestro, y nos capacita
para despreciar el menosprecio y soportar el sufrimiento, y confesar que “los sufrimientos
del tiempo presente no son dignos de compararse con la Gloria venidera que nos ha de ser
revelada” (Romanos 8:18). “Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada
vez más excelente peso de Gloria” (2ª Corintios 4:17). Solamente aquellos que han sido
crucificados con Cristo pueden verdaderamente decir: “Yo vivo” (Gálatas 2:20), y yo tengo
la bendita esperanza de la vida eterna. ¿Podemos proclamar esto? Si no podemos, ¿Qué es
entonces nuestra vida? ¿La vida que tú estás viviendo por ti mismo? ¡No llamemos a eso
vida! ¡No denominemos a nuestros deseos placenteros regocijo! Porque, ¿qué o cuál es
nuestra experiencia sin Cristo? ¿No es sino una conciencia de desengaños presentes, y un
futuro sin esperanza alguna? ¿No es sino un corazón insatisfecho con meros objetos
materiales y terrenales? ¿Llamaremos vida a esto? ¡Claro que no! lo llamamos por su
nombre, que es muerte. No muerte con Cristo, no muerto al pecado, sino muerto en
pecados.

Así quiera Dios que este testimonio por el Crucificado nos vivifique junto con
Cristo, para que seamos capaces de decir: “Yo he sido crucificado con Cristo, y ya no vivo
más yo, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe
del Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a Si Mismo por mí (Gálatas 2:20).

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