Está en la página 1de 3

“Mochila de plomo”

(Argentina/2018) 1h. 07min – +13

Dirección: Darío Mascambroni.


Producción: Fernanda Rocca, Darío Mascambroni.
Guión: Darío Mascambroni, Florencia Wehbe, Pipi
Papalini. Dirección de fotografía: Nadir Medina.
Dirección de Sonido: Martín Alaluf Edición,
Edición: Lucía Torres. Dirección de arte: Anita
Chacón. Música: Jerónimo Piazza, Jorge Nazar,
Rimando Entre versos. Intérpretes: Facundo
Underwood, Gerardo Pascual, Agustín Rittano,
Elisa Gagliano, Osvaldo Wehbe.

Sinopsis: El día en que el asesino de su papá sale


de la cárcel, Tomás un chico de doce años recorre
su pueblo con un arma en la mochila. En éste día tan particular, el pasado cobra
otro sentido para él; nunca nadie le contó quién era realmente su papá ni las
circunstancias de su muerte. Más allá de los rumores pueblerinos, el silencio de su
mamá y de toda su familia cubre lo sucedido aquella noche. Confundido y lleno de
preguntas decide acudir a la única persona que puede responderlas: al caer la
noche, el encuentro con el asesino es inevitable.
Estreno: Arg: 13/12/2018
Premios y Festivales: Nominada en Festival Int. de Berlín; Festival Int. de Cine
Independiente de Buenos Aires (BAFICI)
Palabras del director: ““Durante la niñez y la adolescencia formamos nuestra
personalidad y somos extremadamente permeables a las influencias externas. Casi
todo lo que nos sucede en ese momento es determinante y paradójicamente es cuando
menos control sobre nuestras vidas tenemos. Esa falta de control propia de la edad
es lo que me interesaba desarrollar, porque abre la discusión sobre las
responsabilidades en torno a los hechos muchas veces dramáticos que involucran a
niños o adolescentes.”
Sobre Darío Mascambroni: Nació en Córdoba en 1988. Durante sus estudios
realizó una gran variedad de cortometrajes cumpliendo diferentes roles de la
producción audiovisual, aunque desarrolló mayor interés en la dirección y en la
escritura de guión. Primero Enero, su primer largometraje
como director, estrenado a principios de 2017, obtuvo el
premio a Mejor película de la competencia argentina y el
premio FEISAL del BAFICI 2016. Formó parte de la
competencia oficial del “Festival do Río” (Río de Janeiro
2016); integró la sección competitiva Generation Kplus
en la Berlinale (Berlín 2017) y obtuvo varios premios
más. Mochila de plomo es su segundo largometraje.
Cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada: Mochila de
plomo, por Diego Baridó
Crítica publicada en el sitio Hacerse la Crítica (www.hacerselacritica.com)
Durante los últimos años surgieron un conjunto de películas que abordan el tránsito
hacia la madurez con renovada complejidad, donde los conflictos más urgentes y
estructurales de nuestro tiempo no operan tan sólo como pesado telón de fondo, sino que
son aspectos protagónicos del relato. Si bien historias sobre infancias duras las hubo en
el cine desde siempre, la particularidad de las películas de iniciación del momento es que
el mundo adulto dejó de ser ese sendero de brazas por el cual deben resignarse a transitar
púberes y adolescentes que encallecen sus pies al ritmo de “Los caminos de la vida”.
Ahora ese sendero es desnaturalizado y cuestionado. Ya sea en la etapa del abandono de
la niñez o en el salto de la adolescencia a la adultez, varios títulos agrupados bajo el
anglicismo “coming of age” evidencian una voluntad narrativa en la que niñas y niños no
son mera materia a ser moldeada, sino sujetos activos, críticos de su entorno y
portadores de una mirada aguda sobre los adultos. Esos adultos ahora han dejado de ser
referentes con autoridad automática para ser desnudados como seres errantes, que
avanzan a tientas. ¿Cambió la niñez? Seguramente. Lo que no cabe duda es que está
cambiando el punto de vista sobre ella.
Con Mochila de plomo, su segunda película, el director cordobés Darío Mascambroni
confirma su pertenencia a este grupo de cineastas que se sumerge en la infancia con la
premisa de erradicar todo tipo de subestimación de ese universo. En Primero enero, su
ópera prima, construía un relato intimista, sin pretensiones pero profundo y sensible,
sobre el vínculo entre un padre divorciado y su hijo. En ese microcosmos, narrado con
una naturalidad mayúscula y diálogos espontáneos, el adulto empardaba al niño en
cuanto a dudas, añoranza y caprichos. La angustia de ambos nos resultaba comprensible,
palpable. La comunión entre ambos estaba reforzada por dos elementos: una ausencia
(la de la madre/esposa) y la nostalgia ante el fin de una etapa, conflicto interno
representado espacialmente por esa casa de veraneo cargada de recuerdos familiares y
que debe ser vendida. En Mochila de plomo, Mascambroni se muda hacia un entorno
urbano, un ritmo tenso y un drama costumbrista, pero retiene elementos de su primera
obra: el peso de una ausencia (esta vez un padre) y los reflejos sinceros de la niñez como
imagen especular de los errores y ocultamientos de los adultos.
El plano inicial de la película sintetiza tema, tono y espíritu de la película. En plano
general, vemos a un grupo de chicos de unos 13 años jugando un partido nocturno en una
canchita de fútbol cinco. La acción resulta natural, espontánea, pero ya se percibe un
cuidado en la composición y en la fotografía (a cargo del también realizador Nadir
Medina, de excelente labor) que van plantando claves a través de las cuales leer las
acciones. Bajo la luz cálida de los reflectores y contenidos dentro de la red que cubre toda
la cancha, los chicos juegan concentrados y divertidos. Fuera de esa madriguera, todo es
oscuridad.
La escena de apertura continúa esa propuesta, ahora con el agregado de una música
lúdica y a la vez inquietante. Los chicos vagan por la noche de Villa María en bici y
ciclomotor, bajo las típicas lámparas de vapor de sodio que alumbran con su luz ocre a
pueblos y rutas, que también es el color de ese barrio de casas bajas, el color de un tiempo
que se añora, de una ausencia, pero también de la amistad, que cobija. Una sugerencia
fotográfica que anuncia un retrato de infancia duro, pero no árido.
En la puerta de la despensa, los chicos comparten una ronda de bromas e
improvisaciones de beatbox, amenizadas con gaseosa, papas fritas y cigarrillos. Rituales
con los que empiezan a medirse la sisa de la adolescencia, hasta que es tarde y hay que
volver a casa porque sino “mamá me va a recagar a pedos”. En cambio, Tomás (muy bien
interpretado por el novel Facundo Underwood) vuelve sin apuro, vuelve porque sí. Mamá
no lo espera preocupada ni con la cena servida. Mamá se va con “el gilazo del Dodge” y lo
deja sólo en una casa que es un desorden. ¿Y papá? Papá murió, y es un vacío que late en
esa casa y en el gesto desangelado de Tomás.
Esa misma noche, Pichín (Gerardo Pascual) llega con un bolso y otro trabajito. “Es un
arma, boludo”, dice serio Tomás, cuando ve su contenido. “Mi hermano me dijo que nos
iba a conseguir un poquito más de plata. El trabajo es el mismo. ¿Lo guardamos o no lo
guardamos?”. Sin esperar la respuesta de Tomás, su amigo le devela el doble propósito
de esa encomienda: “Mañana le abren al Nenino. Sale antes por buena conducta.” Tomás
se tensa. Pichín descomprime con una sonrisa, pero se va dejando el arma (con balas)
sobre la mesa. Si la incógnita sobre la muerte de su padre es la pendiente por la que se
desliza la película, el anuncio de la liberación del asesino es el factor que le imprime
vértigo y tensión.
Luego de una noche mal dormida, Tomás se levanta para ir a la escuela. En la mochila van
los útiles, el arma y las balas. La mochila de plomo ya está en la espalda de Tomás y lo
acompañará durante toda la jornada. En el Industrial le informan que quedó libre por
faltas. Sin obligaciones ordinarias por delante, Tomás dedicará el día a tareas más
urgentes y que tienen a la cena de bienvenida a Nenino como última parada. La promesa
de un duelo final le incorpora al drama una pátina de western que justifica las frases
taxativas y los diálogos ajustados a una información precisa que aquí y allá irrumpen en
el texto y lo apartan del naturalismo dominante.
La tentación de la justicia por mano propia tiene el tamaño de su bronca por la ausencia.
En una hermosa escena sobre un puente, Tomás pide el cigarrillo y, como si fuera Clint
Eastwood en Por un puñado de dólares dispara su primer tiro. “Mi hermano dice que hay
que apretar suave el gatillo, sino se le pega a cualquier cosa”, dice Pichín. Con la referencia
a ese hermano mayor emerge el saber que forma parte del contexto, ese saber que no se
elije tener sino que se tiene y ya. Pero Tomás es astuto y, entre dudas y miedos, advierte
que la venganza no lo acerca a su padre sino al universo peligroso que le deparó un
desgraciado y prematuro desenlace. El mismo que hoy carga con plomo su mochila y le
dice, a través de su amigo: “Dale, agarrala gil. Para Nenino. Hacete hombre”. En cuestión
de horas, Tomás debe precipitarse a decidir si su camino es el código barrial del ojo por
ojo al que lo invita el hermano de Pichín con ese fierro, u otro distinto, uno que lo exima
de heredar destinos elegidos por otros y lo acerque sin chicanas a su padre y a entender
qué pasó con él.
¿Pero qué referencia tiene para ese otro camino? ¿A qué baliza apuntar la marcha si todos
los adultos a su alrededor boyan entre frustraciones? Es esa referencia la que Tomás debe
armar, tomando y descartando cosas de cada amigo, conocido o familiar que pueda
decirle algo sobre su padre. No cerrarse en su dolor e ir en búsqueda de la información
que necesita, sin importar qué rencores lo vinculen con su interlocutor, para terminar de
entender la forma de ese vacío llamado papá. E ahí la pequeña epopeya de nuestro
protagonista.

También podría gustarte