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No hay una geopolítica de la corrupción

By Francisco García González • Nov 14, 2016

Como ranas que saltan de una olla de agua que se calentó demasiado rápido, distintos gobiernos
alrededor del mundo parecen saltar al toparse con escándalos de corrupción y sus implicaciones
internacionales.

En Brasil, la operación Lava Jato llevó a la presidenta Dilma Rousseff a un juicio político sin
importar que su país se encontrara a semanas de ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos en Río
de Janeiro. Los Panama Papers han sido nombrados como los responsables de cambios políticos
tan diversos como haber hecho renunciar al Primer Ministro de Islandia y haber tocado a los
gobernantes de países tan diversos como Argentina, China y el Reino Unido. Si bien estos casos
tienen implicaciones internacionales, y un artículo reciente de Foreign Affairs muestra lo fácil
que sería declarar que la corrupción es geopolíticamente relevante y el nuevo tema de política
exterior, este no es el caso. Lo que se sabe sobre la corrupción no está unificado bajo una misma
discusión y mucho menos bajo una misma perspectiva dentro de países individuales. Esta
condición tiene implicaciones para los contextos nacionales que impiden que sea un tema
relevante para la política exterior de cualquier país.
Imagen: http://panamapapers.sueddeutsche.de/en/

Cuando se discute la corrupción en el ámbito internacional, hay dos tipos de información: la


producida por y para empresas multinacionales, que tiende a concentrarse en evaluar el
cumplimiento de leyes con jurisdicción extraterritorial como el UK Bribery Act o el US Foreign
Corrupt Practices Act, y la que producen organizaciones internacionales o regionales para
utilizar como indicadores con características diversas. Si bien el primer tipo incluye estudios de
caso y análisis de riesgo empresarial y el segundo tipo incluye índices de percepción y
victimización de corrupción, ambos tipos de información llevan a discusiones separadas que rara
vez se unifican en una misma perspectiva o disciplina. Por ejemplo, mientras que el Proyecto de
Opinión Pública de América Latina, LAPOP, dice que una cantidad relativamente pequeña de
mexicanos dice ser víctima de la corrupción (27.2% en 2014[1]), KPMG dice que un 89% de los
empresarios mexicanos considera que la corrupción es el principal desafío para la competitividad
en el ambiente de negocios en México[2]. Aunque unificar ambos tipos de información puede
parecer intuitivo, el hecho de que en realidad hablan de cosas distintas lleva a que formen
argumentos débiles. Mientras que es imposible saber si los mexicanos encuestados por LAPOP
hablan de su percepción de las acciones de los políticos (¿un ciudadano de un municipio con un
alcalde corrupto es una víctima de la corrupción?) o de alguna vez haber pagado un soborno (si
ofrecieron el soborno, ¿son víctimas o victimarios?), es igualmente imposible saber si los
empresarios consideran a la corrupción un desafío porque se rehúsan a tomar parte en ella (es
decir, la corrupción les impide hacer negocios) o porque lo hacen constantemente (la corrupción
ya les cuesta dinero). Si los empresarios sondeados forman parte del conjunto de mexicanos en el
estudio de LAPOP, sería especulación asumir que lo que se ve es un desacuerdo o incluso que
ambos resultados están relacionados. Incluso dentro del mismo estudio de LAPOP, la baja
victimización se combina con una percepción de corrupción alta en México, lo cual saca aún más
preguntas: ¿los mexicanos perciben mucha corrupción porque el estudio no cubre todos los
incidentes experimentados por los encuestados, o tienen muy poca tolerancia para los que sí son
cubiertos? La relación que podría tener entre sí toda esta información no se ha estudiado lo
suficiente.

Hablar de más de una política exterior en un solo gobierno equivaldría a hablar de más de un
gobierno.

Llamar a la corrupción un tema de la política exterior de algún país implicaría que existe una
perspectiva unificada al respecto dentro de países específicos. Es así que, aunque distintas
facciones políticas estén en desacuerdo sobre los medios para lograrlo, sería difícil encontrar un
político estadounidense prominente cuya perspectiva de política exterior no estuviera basada en
el papel preponderante de la fuerza militar de su país. De la misma manera, sería difícil encontrar
un político mexicano cuya perspectiva sobre política exterior no estuviera guiada por la
importancia de la relación entre México y Estados Unidos. Exceptuando las propuestas radicales,
las cuales generalmente incluyen algún elemento de reestructuración de las instituciones
existentes, la política exterior no puede tener perspectivas que se ignoren mutuamente dentro de
un mismo gobierno. Una divergencia de ese tipo se parecería al escenario de inestabilidad
política que se vio en el Reino Unido cuando Escocia, Irlanda del Norte y la ciudad de Londres
votaron para quedarse en la Unión Europea y el resto de Inglaterra y Gales no estuvo de acuerdo.
Es decir, hablar de más de una política exterior en un solo gobierno equivaldría a hablar de más
de un gobierno.

Dado que no existe un concepto de corrupción como existe uno, por ejemplo, de derechos
humanos, sería imposible tratar ambos temas a la par en un escenario de práctica o estudio de la
política exterior.

De forma similar, hablar de geopolítica, que es el área de estudio de la política exterior, requiere
una discusión unificada. No existe una teoría unificada de la política exterior en el ámbito de las
relaciones internacionales, pero las distintas teorías sí pueden discutir acerca de un tema de
política exterior en los mismos términos. Por ejemplo, las discusiones sobre derechos humanos
son acerca de su aplicación o falta de ella en distintos contextos geográficos y políticos, no sobre
su naturaleza. Con la corrupción, por otro lado, las discusiones tienden a ser acerca de la
naturaleza del problema (¿la corrupción son solo sobornos?, ¿incluye el nepotismo y los
conflictos de intereses?) y de las acciones para contrarrestarlo al nivel nacional (¿hay Estado de
derecho?, ¿hay un poder judicial independiente?, ¿existe un servicio civil de carrera?). Dado que
no existe un concepto de corrupción como existe uno, por ejemplo, de derechos humanos, sería
imposible tratar ambos temas a la par en un escenario de práctica o estudio de la política exterior.

Si algo es claro en el estudio de la corrupción, es que haber continuado la discusión sin unificarla
ha sido un error dañino para todos los participantes y afectados.

Una estrategia racional, al ver la falta de unificación dentro del estudio de la corrupción, sería
que se estimulara la investigación sobre el tema para aclarar este tipo de preguntas. No obstante,
lo que se produce son documentos que reimprimen listados de estadísticas como la de LAPOP o
el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional en sus propios reportes sin
análisis ni contexto, o caen en proposiciones que siguen una fórmula estándar de “si la
corrupción es mala, lo contrario de corrupción ha de ser bueno”. Esto sin mencionar las
confusiones entre correlación y causalidad y demás errores analíticos que se pueden encontrar en
estudios prominentes como “México: Anatomía de la corrupción”, del Instituto Mexicano de la
Competitividad. Si algo es claro en el estudio de la corrupción, es que haber continuado la
discusión sin unificarla ha sido un error dañino para todos los participantes y afectados.

Esta falta de entendimiento se vuelve clara cuando la corrupción se discute en prácticamente


cualquier contexto nacional y después en foros internacionales.
Imagen “corrupcion” por M MG, licencia BY-NC-SA

Por ejemplo, en 2015, el Secretario de la Función Pública de México, Virgilio Andrade,


concluyó una investigación de un año acerca de las compras inmobiliarias del presidente Enrique
Peña Nieto y su esposa. En esa ocasión, se reportó que la corrupción era un asunto meramente
legal y que el presidente de México no había cometido ningún acto corrupto. Unas semanas
después, Andrade se presentó en San Petersburgo para la Conferencia 2015 de Estados partícipes
del Convención de las Naciones Unidas Contra la Corrupción y habló de la corrupción como “un
fenómeno estructural que limita la eficiencia y la eficacia de los gobiernos”. Unos meses
después, al hablar en un foro de organizaciones de la sociedad civil en la Ciudad de México, la
llamó “no un asunto racial, sino cultural”. Es decir, de acuerdo al entonces zar anticorrupción
mexicano, la corrupción de repente ya no fue un tema meramente legal, sino uno estructural y
después uno cultural. La política exterior se diseña cuidadosamente, ya que ambigüedades como
esta pueden causar dificultades mayores en cuanto a lo que un país puede ofrecer en el ámbito
internacional y lo que sus aliados pueden esperar. Si la corrupción fuera un tema de política
exterior, una situación como la de Andrade habría causado dificultades para México y para todos
los países cuyos representantes lo escucharon.

Imaginemos por un momento que Hillary Clinton, en su papel como Secretaria de Estado de
Estados Unidos, pasara de decir que los derechos LGBT son derechos humanos en Ginebra a
llamarlos “un asunto cultural” en Washington.

Si la corrupción fuera un tema de política exterior, habría consecuencias internacionales cuando


políticos como Andrade hicieran declaraciones incongruentes. Asimismo, habría un esfuerzo por
conectar cualquier divergencia de perspectivas sobre el tema dentro de una misma disciplina. Los
temas geopolíticos o de política exterior permiten desacuerdos internos, pero no separaciones
conceptuales. Si bien la corrupción podría llegar a convertirse en un tema relevante para la
política exterior, no habrá tal cosa como una geopolítica de la corrupción mientras no haya una
perspectiva unificada al respecto dentro de los países que decidan tratar a la corrupción de esta
manera o dentro de la academia que la estudia.
[1] Matthew M. Singer, Ryan E. Carlin, and Gregory J. Love (2014) Ch. Corruption in the
Americas. In Elizabeth J. Zechmeister, The Political Culture of Democracy in the Americas,
2014: Democratic Governance across 10 Years of the AmericasBarometer. Nashville,
Tennessee: Latin American Public Opinion Project (LAPOP)

[2] R. Cabrera. (2015). Perspectivas de la Alta Dirección en México 2015. México:KPMG.

Imagen de portada La corrupción por withquietintentions, usada bajo licencia CC-NC / recortada
y reescalada.

Disponible aquí: http://puntodecimal.mx/politica/no-hay-una-geopolitica-de-la-corrupcion

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