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Como ranas que saltan de una olla de agua que se calentó demasiado rápido, distintos gobiernos
alrededor del mundo parecen saltar al toparse con escándalos de corrupción y sus implicaciones
internacionales.
En Brasil, la operación Lava Jato llevó a la presidenta Dilma Rousseff a un juicio político sin
importar que su país se encontrara a semanas de ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos en Río
de Janeiro. Los Panama Papers han sido nombrados como los responsables de cambios políticos
tan diversos como haber hecho renunciar al Primer Ministro de Islandia y haber tocado a los
gobernantes de países tan diversos como Argentina, China y el Reino Unido. Si bien estos casos
tienen implicaciones internacionales, y un artículo reciente de Foreign Affairs muestra lo fácil
que sería declarar que la corrupción es geopolíticamente relevante y el nuevo tema de política
exterior, este no es el caso. Lo que se sabe sobre la corrupción no está unificado bajo una misma
discusión y mucho menos bajo una misma perspectiva dentro de países individuales. Esta
condición tiene implicaciones para los contextos nacionales que impiden que sea un tema
relevante para la política exterior de cualquier país.
Imagen: http://panamapapers.sueddeutsche.de/en/
Hablar de más de una política exterior en un solo gobierno equivaldría a hablar de más de un
gobierno.
Llamar a la corrupción un tema de la política exterior de algún país implicaría que existe una
perspectiva unificada al respecto dentro de países específicos. Es así que, aunque distintas
facciones políticas estén en desacuerdo sobre los medios para lograrlo, sería difícil encontrar un
político estadounidense prominente cuya perspectiva de política exterior no estuviera basada en
el papel preponderante de la fuerza militar de su país. De la misma manera, sería difícil encontrar
un político mexicano cuya perspectiva sobre política exterior no estuviera guiada por la
importancia de la relación entre México y Estados Unidos. Exceptuando las propuestas radicales,
las cuales generalmente incluyen algún elemento de reestructuración de las instituciones
existentes, la política exterior no puede tener perspectivas que se ignoren mutuamente dentro de
un mismo gobierno. Una divergencia de ese tipo se parecería al escenario de inestabilidad
política que se vio en el Reino Unido cuando Escocia, Irlanda del Norte y la ciudad de Londres
votaron para quedarse en la Unión Europea y el resto de Inglaterra y Gales no estuvo de acuerdo.
Es decir, hablar de más de una política exterior en un solo gobierno equivaldría a hablar de más
de un gobierno.
Dado que no existe un concepto de corrupción como existe uno, por ejemplo, de derechos
humanos, sería imposible tratar ambos temas a la par en un escenario de práctica o estudio de la
política exterior.
De forma similar, hablar de geopolítica, que es el área de estudio de la política exterior, requiere
una discusión unificada. No existe una teoría unificada de la política exterior en el ámbito de las
relaciones internacionales, pero las distintas teorías sí pueden discutir acerca de un tema de
política exterior en los mismos términos. Por ejemplo, las discusiones sobre derechos humanos
son acerca de su aplicación o falta de ella en distintos contextos geográficos y políticos, no sobre
su naturaleza. Con la corrupción, por otro lado, las discusiones tienden a ser acerca de la
naturaleza del problema (¿la corrupción son solo sobornos?, ¿incluye el nepotismo y los
conflictos de intereses?) y de las acciones para contrarrestarlo al nivel nacional (¿hay Estado de
derecho?, ¿hay un poder judicial independiente?, ¿existe un servicio civil de carrera?). Dado que
no existe un concepto de corrupción como existe uno, por ejemplo, de derechos humanos, sería
imposible tratar ambos temas a la par en un escenario de práctica o estudio de la política exterior.
Si algo es claro en el estudio de la corrupción, es que haber continuado la discusión sin unificarla
ha sido un error dañino para todos los participantes y afectados.
Una estrategia racional, al ver la falta de unificación dentro del estudio de la corrupción, sería
que se estimulara la investigación sobre el tema para aclarar este tipo de preguntas. No obstante,
lo que se produce son documentos que reimprimen listados de estadísticas como la de LAPOP o
el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional en sus propios reportes sin
análisis ni contexto, o caen en proposiciones que siguen una fórmula estándar de “si la
corrupción es mala, lo contrario de corrupción ha de ser bueno”. Esto sin mencionar las
confusiones entre correlación y causalidad y demás errores analíticos que se pueden encontrar en
estudios prominentes como “México: Anatomía de la corrupción”, del Instituto Mexicano de la
Competitividad. Si algo es claro en el estudio de la corrupción, es que haber continuado la
discusión sin unificarla ha sido un error dañino para todos los participantes y afectados.
Imaginemos por un momento que Hillary Clinton, en su papel como Secretaria de Estado de
Estados Unidos, pasara de decir que los derechos LGBT son derechos humanos en Ginebra a
llamarlos “un asunto cultural” en Washington.
Imagen de portada La corrupción por withquietintentions, usada bajo licencia CC-NC / recortada
y reescalada.