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INSTITUCIÓN: SEMINARIO MAYOR, PBRO. PEDRO ORTIZ DE ZÁRATE.

PROFESOR: PBRO. MANUEL ALFARO

ALUMNO: MARTÍNEZ SERGIO DANIEL

CURSO: 3RO DE TEOLOGÍA (TRIENIO)

MATERIA: “CRISTOLOGÍA”

TEMA: DESARROLLO SOBRE “EL SIGNIFICADO DEL REINO DE DIOS”

CICLO LECTIVO: 2011

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ESTRUCTURA DEL TRABAJO:

 REINO DE DIOS (DICCIONARIO TEOLÓGICO ENCICLOPÉDICO)

REINO DE DIOS
 LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS
 a) El reino como concepto,
 b) El reino como símbolo.
 c) El reino como liberación.

 1. EL REINO DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

2. EL MENSAJE DEL REINO EN EL NUEVO TESTAMENTO.

 a) Está "ya "presente y "todavía'' por venir.


 b) El reino como don gratuito de Dios y tarea para los seres humanos.
 c) Las dimensiones religiosas y políticas del reino.
 d) El carácter salvador y universal del reino.
 e) El desafío del reino: la conversión.
 f) Compromiso con la persona de Jesús.
 g) Una definición del reino.

 3. LA PERSONA DE JESÚS Y EL REINO DE DIOS.

 a) El origen de la experiencia del reino por Jesús.
 b) La muerte de Jesús y el reino.
 c) La última cena y el reino de Dios.
 d) La muerte de Jesús, revelación definitiva de Dios.

 4. EL ESPÍRITU SANTO Y EL REINO.
 5. LA IGLESIA Y EL REINO.

 a) La Iglesia no es el reino de Dios en la tierra.
 b) El reino está presente en la Iglesia.
 c) La misión de la Iglesia.

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 REINO DE DIOS1

Esta expresión está ya presente en el Antiguo Testamento, inicialmente bajo la


forma Yahveh malak (Yahveh reina) y más tarde también en la fórmula abstracta malkut
Yahveh (reino de Yahveh). En la cultura de la época indica la soberanía de Dios que exige
obediencia en el hombre y que le presta ayuda y protección. En el Nuevo Testamento esta
expresión indica el núcleo central de la predicación de Jesús, resumido en las palabras: «El
tiempo se ha cumplido y J el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el evangelio»
(Mc 1,15). En Mateo aparece la variante «reino de los cielos», que traduce el hebreo malkut
shamaim, utilizado en el judaísmo tardío por los rabinos para evitar la pronunciación del
nombre sagrado de Yahveh. El lenguaje de Jesús era perfectamente comprensible por sus
oyentes, a partir del uso veterotestamentario de esta palabra así como de las expectativas
de sus contemporáneos. Sin embargo, ante el anuncio de Jesús esas expectativas eran
totalmente inadecuadas, si se piensa en la novedad inherente a aquel «evangelio», que
podía reducirse en pocas palabras a la identificación del Reino con la persona de Jesús. En
efecto, Jesús manifiesta la pretensión inaudita de que la causa del Reino, que anunciaba
con sus palabras y al que servía con sus obras, se identificaba precisamente con su propia
causa, de manera que el Reino permanecía en pie o caía con su misma Persona. Éste es el
motivo por el que, a pesar de anunciar siempre el Reino, Jesús no lo describe nunca, sino
que alude siempre a él a través de semejanzas y de palabras. En efecto, descubrir el Reino
significa descubrirlo a él; entrar en el Reino equivale a adherirse a su persona. Como decía
Orígenes, Jesús es autobasileia, el Reino en persona. A este carácter cristológico del Reino,
con el que va unido el carácter teológico por el que el anuncio del mismo es también el
anuncio del señorío de Dios que es Padre, hay que añadir su carácter soteriológico. La
venida del Reino es llegada de la gracia y de la salvación, el perdón gratuito de los pecados.
De esto hablan esa «praxis del Reino» que son los milagros y los signos realizados por Jesús
y su relación con los pecadores. «Entrar en el Reino» y «heredar el Reino» es lo mismo que
«entrar en la vida» y heredarla. En el anuncio del Reino no falta el carácter de juicio, en
cuanto que exige una respuesta inderogable. Las dos breves parábolas del tesoro y de la
perla (cf Mt 13,44-46) expresan sus exigencias radicales.
El Reino de Dios anunciado por Jesús tiene también un carácter escatológico. Esta
constatación ha sido precisamente la que dio paso al redescubrimiento de la escatología,
que surgió como un correctivo del liberalismo teológico y que ha contribuido tanto al
cambio del panorama cristológico y eclesiológico del siglo XX. Fue J. Weis, a finales del XIX,
el que subrayó con fuerza que el mensaje de Jesús no sólo había sido escatológico, sino que

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DICCIONARIO TEOLÓGICO ENCICLOPÉDICO, M. Semeraro, Bibl.: B. Klappert,
Reino, en DTNT 1V 7082; J Fuellenbach, Reino de Dios, en DTF, 1115-1126; S. A.
Panimolle, Reino de Dios en NDTB, 1609-1639; W Kasper Jesús, el Cristo. Sígueme,
Salamanca 1978; W, Pannenberg, Teología y reino de Dios, Sigueme, Salamanca 1974; R,
Schnackenburg, Reino y reinado de Dios, FAX, Madrid 1970

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había sido «solamente» escatológico. Esta tesis dio origen a la formación de « sistemas»
escatológicos sucesivos, opuestos unas veces y complementarios otras.
La cuestión, desde el punto de vista eclesiológico, era la de si, una vez establecido el
carácter escatológico del Reino, quedaba sitio todavía para una «Iglesia». Recordemos la
famosa frase de A. Loisy. «Jesús había anunciado el Reino..., y llegó la Iglesia». Se dirá más
bien que, precisamente porque creía ya cercano el fin, Jesús no podía menos de intentar
recoger al pueblo de Dios de los tiempos de la salvación. El único sentido de toda la
actividad de Jesús, así como de su anuncio del Reino, es recoger al pueblo de Dios del final
de los tiempos (J Jeremias, G. Lohfink).
La cuestión de la identidad o de la distinción entre Iglesia y Reino de Dios es
bastante antigua. Muchos Padres de la Iglesia y teólogos medievales se expresaron en
términos de identificación. Tampoco faltan defensores de esta tesis entre los teólogos
contemporáneos (C. Journet), pero también hay quienes establecen entre estas dos
realidades una mayor o menor distancia.
Esta tesis había sido sostenida sobre todo en la teología liberal y por los
modernistas. La postura adoptada en este punto por el concilio Vaticano II es un tanto
articulada. En primer lugar, respecto a la realidad futura del final de los tiempos, la
Constitución Lumen gentium no parece indicar ninguna diferencia entre la Ecclesia
consummata Y el Regnum consumnzatum. En la gloria del cielo la Iglesia tendrá su
perfección y su cumplimiento glorioso (cf nn. 4§, 68). Por el contrario, en cuanto al tiempo
presente, el Vaticano II relaciona el comienzo de la Iglesia con el anuncio de la llegada del
Reino, de forma que habrá que decir que las dos realidades nacen simultáneamente (cf. LG
5). Más aún, habrá que añadir que precisamente en el crecimiento de la Iglesia está
presente el crecimiento del Reino y que el desarrollo de ambos se realiza- únicamente en y
por la conformación con Cristo que (la su vida por el mundo. De aquí se sigue que ser
miembro del Reino supone una pertenencia, al menos implícita, a la Iglesia. Sin embargo, la
Iglesia, aunque constituye en esta tierra el germen y el comienzo del Reino, lo es «in
mysterio» (Ibíd.). Así pues, en el tiempo presente la Iglesia, aunque inseparable del Reino,
es también diferente de él. Es su primicia y al mismo tiempo su «sacramento». El Reino no
es solamente anunciado por la Iglesia, sino que hasta el final de los tiempos está contenido
realmente en ella y es significado por ella.
Esta relación de unidad/diferencia entre la Iglesia y el Reino de Dios se convierte
para la Iglesia en imperativo de invocación, de anuncio y de servicio. La Iglesia, enseñada
por el Salvador, invoca continuamente: «¡Venga tu Reino!» (Lc 11,2; Mt 6,9). Al mismo
tiempo lo anuncia a todas las gentes proclamando su fe en Jesús crucificado y resucitado, ya
que el Reino es él mismo. Esta invocación y este anuncio se convierten en diakonía o
servicio al Reino, de la misma manera que Jesús: con caridad, humildad y abnegación.
La Iglesia, finalmente, posee fuerzas que se derivan del actual señorío de Cristo y
poderes que guardan una estrecha relación con el Reino de Dios. Jesús promete a Pedro
«las llaves del reino de los cielos» (cf Mt 16,16-19). Jesús sigue ejerciendo su autoridad a
través del servicio de la Iglesia, que se convierte de este modo en el lugar donde, después
de marcharse Jesús, se reunirán todos los llamados al Reino de Dios. La ordenación de la
Iglesia al Reino se revela de la forma más amplia en la celebración de la eucaristía. Aquí ella

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pasa ininterrumpidamente hacia aquel estado de cumplimiento en el que Dios será todo en
todos y su Reino llegará a la perfección.

 REINO DE DIOS2

El dato más histórico sobre la vida de Jesús es el símbolo que dominó toda su
predicación, la realidad que dio sentido a todas sus actividades, es decir, el "reino de
Dios".
 LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS

Resumen la enseñanza y predicación de Jesús en esta lapidaria sentencia: "Se ha


cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el evangelio" (Mc
1,14-15; Mt 4,17; Lc 4,43). La expresión se encuentra 122 veces en el evangelio, y 90 en los
labios de Jesús.
Jesús predicó el reino de Dios no a sí mismo (K. Rahner), aunque en su propia
enseñanza Jesús figura como el representante (Le 17,20-21), el revelador (Me 4,11-12; Mt
11,2526), el campeón (Me 3,27), el iniciador (Mt 11,12), el instrumento (MC 12,28), el
mediador (Me 2,18-19), el portador (Mt 11,5) del reino de Dios (BEASLY-MURRAY, Jesús, 296).
El reino no es solamente el tema central de la predicación de Jesús, el punto de referencia
de la mayoría de sus parábolas y el tema de un gran número de sus dichos; es también el
contenido de sus acciones simbólicas, que forman una parte tan grande de su mi-
nisterio, a saber: su amistad con recaudadores de impuestos y pecadores hasta sentarse a
la mesa con ellos, sus curaciones y exorcismos. Porque en su comunión con los proscritos,
Jesús vivió hasta sus últimas consecuencias el reino, demostrando con hechos el amor
incondicional de Dios a los indignos pecadores (SOARES PRABHU, Kingdom, 584).
La muerte y resurrección de Jesús (Misterio pascual) situó su mensaje en un
contexto nuevo, con el resultado de que en Pablo y Juan el reino de Dios no está ya
directamente en el centro de la predicación cristiana. "Jesús, el predicador del reino de
Dios, se convirtió después de la pascua en Cristo predicado" (Bultmann). Esto no es una
falsificación del mensaje. Hay dos temas centrales en el NT: el reino de Dios y Jesús el
Cristo.
No es fácil definir con precisión lo que significa realmente la expresión reino de
Dios. En el curso de la historia de la teología la interpretación de esta expresión ha
cambiado a menudo según la situación y el espíritu de la época. La palabra "reinado" o
"reino" es un término arcaico, que no evoca una resonancia en nuestra actual experiencia
de la realidad. La expresión necesita ser traducida para extraer su significado. La cuestión,
en relación al mensaje de Jesús del reino, es por tanto: ¿cómo podemos salvar el abismo
hermenéutico entre lo que el reino de Dios significaba en la enseñanza de Jesús y lo
que puede significar para nosotros (N. PERRIN, Language, 32-56).

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René Latourelle y Rino Fisichella, Salvador Pié-Ninot, “Diccionario de Teología Fundamental”,
Ediciones Paulinas, 1992, pág. 1115-1126.

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En la discusión bíblica y teológica sobre el reino, podemos distinguir tres
etapas: el reino como concepto, el reino como símbolo y una nueva manera de enfocar el
reino en cuanto relacionado con la liberación. Cada aproximación plantea diferentes
cuestiones que deberían considerarse complementarias.

a) El reino como concepto, primera aproximación puede describirse como "centrada en


el autor. Aquí la cuestión es qué querían de los autores de la Biblia con este concepto.
Tratar la expresión reino Dios como un concepto supone que detrás de ella encontramos
una clara y constante; por ejemplo, el no de Dios es la intervención fin escatológica y
decisiva de Dios en la historia de Israel para cumplir las promesas hechas a los profetas,
cuestión es encontrar lo que la que significaba en la enseñanza de Jet" aunque Jesús
mismo nunca definió el reino en términos precisos.

b) El reino como símbolo. Podemos referirnos a la segunda como una aproximación


"centrada en el texto". El símbolo reino evocaba en la memoria de la actividad de Dios
como creador del cosmos, como creador de Israel en la historia o normalmente la
expectación de su intervención final al fin de la historia. El Dios que actúa en la historia
favor de su pueblo, y en última instancia en favor de la creación entera; el referente que
subyace y al que se refiere toda la enseñanza y predicación de Jesús. La expresión represen-
ta una muy rica y polifacética "experiencia religiosa". Expresa "relación personal" y está
incluso ligada a áreas geográficas.

c) El reino como liberación. La tercera aproximación, que ha surgido en tiempos recientes,


se puede denominar aproximación "centrada en el lector". Los teólogos de la liberación
apelan al reino de Dios para ayudarse a articular y hacer frente a la cuestión
fundamental de la teología de la liberación: la relación entre el reino de Dios y la praxis
de la liberación en la historia. "Tratamos aquí la cuestión clásica de la relación entre fe y
existencia humana, entre fe y realidad social, entre fe y acción política o, en otras
palabras, entre el reino de Dios y la construcción de este mundo" (G. GUTIÉRREZ, Teología,
45).
Podemos concluir que mientras la primera aproximación intenta llegar "detrás del
texto", la segunda permanece "con el texto" y la tercera se coloca "frente al texto". La
discusión en términos del primer enfoque, el reino como concepto, se desarrolló
ampliamente en Europa (Alemania y Gran Bretaña); el segundo, el reino como símbolo, en
América del Norte, y el tercer enfoque, reino de liberación, surgió en América Latina.

1. EL REINO DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

La expresión literal "reino de Dios" no se encuentra en el AT, pero se dice nueve


veces que Dios reina en un reino. La mayoría de los exegetas insisten en que el término
abstracto malkut está asociado a Yhwh, Dios de Israel, sólo aparece muy tarde en el AT,
y significa el acto de Dios. El acento se pone en la autoridad y dominio regios, más que en

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un territorio o un lugar. Es visto, por tanto, como una idea religiosa. En época reciente
esta tesis ha sido puesta en cuestión al abordar la noción reino no sólo desde el método
histórico-crítico, sino también desde un punto de vista socio-político (N. LOHFINK, Begriff des
Gottesreichs, 33-86). La / fe del AT descansa sobre dos certezas. Primera, que Dios ha
venido en el pasado y que ha intervenido en favor de su pueblo. La segunda es la firme
esperanza de que Dios venga de nuevo en el futuro para cumplir su propósito respecto
al mundo que él ha hecho. Como lo expresó Martin Buber: "La realización de la
soberanía de Dios que lo abarca todo es el próton y el ésjaton de Israel" (BEASLY-MURRAY,
Jesús, 17).
Lo que sigue puede considerarse como los elementos básicos de la noción del
reino de Dios en el AT.:
a) Dios es rey de toda la creación, y de Israel en particular, en virtud de la alianza.
b) Este reinado sobre Israel es experimentado de una manera particular en la celebración
litúrgica, es decir, en el culto.
c) La esperanza de una venida final y decisiva de Yhwh en favor de su pueblo en el
futuro para cumplir sus promesas hechas a los padres y los profetas (R. SCHNACKENBURG,
God s Rule, 11-74).
Lo que era único era la experiencia de Yhwh como Señor de la historia, que actúa en favor
de su pueblo, que cuida, protege, perdona, cura y hace una alianza con él. Todo esto
forma parte de lo que significa decir: Dios es rey de Israel y de todas las naciones. El
verdadero cuidado y presencia de Dios en medio de su pueblo son después expresados
en símbolos como: padre, madre, pastor, novio, etcétera. Las funciones concretas de
Yhwh como rey que reina en medio de su pueblo se convierten en componentes de esta
experiencia: él crea un pueblo, organiza su estructura, lo alimenta, lo protege, dirige,
corrige, redime e imparte justicia para él. Todo esto forma el trasfondo de la "experiencia
religiosa" expresada en el símbolo del reino de Dios (CABELLO, El Reino, 16-18).

2. EL MENSAJE DEL REINO EN EL NUEVO TESTAMENTO.

Jesús nunca definió el reino de Dios en lenguaje discursivo. Presentaba su mensaje


del reino en parábolas. Las parábolas han de ser consideradas como "elección por parte
de Jesús del vehículo más apropiado para entender el reino de Dios" (B. SCOTT, Jesús Sym-
bol Maker, 11). Ellas son la predicación misma, y no deben contemplarse como supeditadas
meramente al propósito de una lección que es totalmente independiente de ellas. Aquí la
participación precede a la información. Las parábolas tienen que seguir siendo el punto
de referencia para comprender el mensaje del reino (J.D. CROSSAN, The Parables, 5152).
El contenido básico del mensaje:

a) Está "ya "presente y "todavía'' por venir. La propia mentalidad de Jesús, su enseñanza
y predicación fueron modeladas de manera muy profunda por los grandes profetas del AT,
particularmente por el Deutero Isaías. Según Lucas (4,16-21) y Mateo (11,1-6), él entendió
su misión en el marco de la tradición del jubileo que anuncia el "gran año de gracia como
definitiva visita de Dios en favor de su pueblo (N. LOHFINK, The Kingdom of God, 223).
Jesús proclamó esta visita final de Dios no como un simple futuro más ni como un objeto
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de ansiosa expectación 3,15), sino como algo que ha llegado con él. El reino se ha
convertido una realidad presente, está "cerca” (Mc 1,14), "dentro de vosotros" 17,21),
demuestra su presencia efectiva como una fuerza liberadora través de exorcismos (Mt
12,28), curaciones y perdón de los pecados.
Aunque Jesús se situó en la tradición de los grandes profetas, su mensaje está
profundamente influido por las expectativas apocalípticas de la época. Sin embargo, no
compartió el pesimismo de los escritores apocalípticos en relación con este mundo, sino
que trazó una visión realista del poder del mal. Su mensaje del reino de Dios sólo puede
entenderse en su contraste con el reino del mal, que opera en este mundo invadiéndolo
todo. Jesús entendió su misión como una ruina y derrumbamiento de los poderes del mal
y trae una liberación que persigue el fin de todo mal y la transformación de la creación
entera (W. KELBER, Kingdom in Mark, 15-18).

b) El reino como don gratuito de Dios y tarea para los seres humanos.
Puesto que el reino de Dios es Dios mismo, que ofrece su amor incondicional a su
criatura y que da a cada una participación en su propia vida, debe entenderse como un
don gratuito, al que no tenemos en modo alguno ningún derecho. Podemos aceptarlo
sólo como un don de amor de parte de Dios con gratitud y acción de gracias. Ésta es la
principal enseñanza de las parábolas del crecimiento (Mc 4 y Mt 13). Se puede rezar "venga
tu reino" (Mt 6,10), se puede gritar a Dios día y noche (Le 18,7), puede uno mantenerse
en vela como las vírgenes prudentes (Mt 25,1-3); pero es Dios quien lo "da" (Lc 12,31).
Sin embargo, el carácter de don del reino no hace de los seres humanos meros
objetos pasivos. Las parábolas de los talentos (Mt 25,14 ,30) y del tesoro en el campo (Mt
13,44) muestran que los seres humanos son también actores en el reino. Aquí el reino es
puro don, pero viene sólo asumiendo increíbles riesgos. La venida del reino de Dios es
total y absolutamente obra de Dios, pero al mismo tiempo es también total y
absolutamente obra de seres humanos (G. LOHFINK, Exegetical predicament, 104-105).

c) Las dimensiones religiosas y políticas del reino.


El carácter religioso del reino es tan evidente en la Escritura que no requiere
especial atención. El reino trasciende este mundo y tiene como meta los cielos nuevos y la
nueva tierra. Este aspecto, sin embargo, es a menudo acentuado hasta tal punto que el
reino no tiene cabida ya en este mundo. Consecuentemente, el mensaje de Jesús se
convierte totalmente en un asunto privado y el aspecto social del reino es completamente
ignorado y abandonado. Actualmente se han hecho intentos de rescatar a Jesús de la
prisión del individualismo y devolverlo a la vida social de nuevo (P. HOLLENBACH, The
historical Jesus, 11-12). Colocando a Jesús en la situación de su tiempo y contemplando su
misión ante todo en el marco de restaurar a Israel y de anunciar el "gran año de gracia"
para su pueblo, la implicación política del mensaje de Jesús se hace obvia en forma de
exigencia de una reestructuración radical de todas las estructuras sociales del presente
sobre la base de la alianza.
¿Hasta qué punto fue Jesús político? Jesús relativizó toda autoridad ante el Padre
y ante el reino. Emprendió una actividad que tenía significación política, y lo más radical
fue la negación de autoridad absoluta a cualquier poder de su tiempo. De este modo Jesús

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se nos presenta con una "política normativa"; es decir, toda autoridad legítima debe ser
sometida al reino que irrumpe y que exige la reestructuración y el reordenamiento de
todas las relaciones humanas.
Insistir en que el mensaje de Jesús sobre el reino fue puramente religioso y que no
tenía nada que decir sobre las estructuras socio-políticas no se puede sostener sobre la
base de las Escrituras, sino solamente desde una visión del mundo, más bien dualista, que
niega toda relevancia del evangelio para las realidades intraterrenas (P. STEIDL-METER, Social
Justice, 15-16).

d) El carácter salvador y universal del reino.


Juan el Bautista anunciaba la venida inmediata del reino y rechazaba todo
particularismo judío y toda pasividad ética. La ascendencia judía no era ninguna garantía
de salvación. Al adoptar el bautismo como rito utilizado para prosélitos judíos declara de
hecho que los judíos están al mismo nivel que los gentiles ante la perspectiva de la
visitación mesiánica venidera. Encontraste con Jesús, que compartía la mayor parte de la
visión de Juan del reino venidero éste anunciaba primero el gran juicio que precedería a
la venida del reino escatológico. Nadie podía entrar en el futuro reino sin haber pasado
por este juicio. Para Jesús el acontecimiento totalmente cierto, que está sucediendo
en ese mismo momento en sus palabras y acciones, es que Dios está ofreciendo su salva-
ción final a todos ahora, en este preciso momento. Esta oferta es absolutamente
incondicional y persigue sólo una meta: la salvación de todos, pero especialmente de los
pecadores y proscritos, que menos la esperaban. La venida no depende de nosotros ni
podemos evitarla. El motivo para la acción ante el reino que irrumpe ahora no es el juicio
que viene, como en la predicación de Juan, sino esta incondicional oferta de salvación. La
función del juicio futuro, que Jesús no niega, no es tanto una amenaza de condenación,
sino más bien un aviso para no permanecer sordos y cerrados a la presente oferta de
salvación (H. MERKLEIN, Die Gottesherrschaft, 146-149).
Para Jesús, el reino es un mensaje de paz y gozo. Ahora no es tiempo de lamento y
de ayuno (Me 2,18ss). El reino de Satán se está derrumbando (Le 10,18). Ahora es tiempo
de salvación; la separación del bien y del mal se hará al final (Mt 13,24-30). La oferta de
salvación es ahora para todos: judíos y gentiles, justos y pecadores. Aunque Jesús restringió
su misión a la "casa de Israel", él previó la entrada de los gentiles (Mt 8,11) en la imagen de
la gran peregrinación de las naciones, tal como se describe en Is 2,2-3.

e) El desafío del reino: la conversión.


A la proclamación indicativa de que el reino de Dios era una realidad inminente,
Jesús añade un imperativo: una llamada a la conversión como respuesta a la venida de
Dios en persona. Esta respuesta al reino "que está cerca" se expresa con las palabras
convertíos y creed. Puesto que el reino es un poder dinámico que constantemente
irrumpe en este mundo, la llamada al arrepentimiento es una llamada permanente diri-
gida a todo el mundo; no sólo a los pecadores, sino también a los justos que no han
cometido grandes pecados.
Convertirse significa volverse hacia, responder a una llamada. Se nos pide que dejemos
entrar en nuestra vida este mensaje del todo inaudito, dejarse uno sorprender por esta

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gran noticia. Este dar la vuelta hacia el reino incluirá un alejarse de. Pero el motivo para la
conversión es el reino de Dios que irrumpe como si ya hubiera llegado, y no ninguna
demanda de prepararse para su futura venida. La conversión es una gozosa oportunidad,
no un acontecimiento terrible de juicio y condenación. El hijo perdido ha vuelto a casa
(Le 15,25), el muerto ha vuelto a vivir de nuevo. "Porque este hijo mío había muerto y ha
vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado" (Le 15,24.32). La / conversión, por
tanto, va precedida por la acción de Dios a la que se nos llama a responder. Sólo su amor lo
hace en absoluto posible. La conversión es una reacción de la persona a la acción previa
de Dios (J. FUELLENBACH, Kingdom, 58-59).
Es importante que el reino de Dios, que irrumpe constantemente, sea contemplado
como algo que siempre es buena noticia y nunca juicio o condenación. Jesús no abandonó
el juicio (la palabra aparece 50 veces en su predicación), pero lo pospuso. Sólo aquel que
no hace caso del reino ahora tendrá que afrontar el juicio cuando llegue la plenitud del
reino. Por lo tanto, dondequiera que se predique el reino, no debe anticiparse el juicio. El
evangelio tiene que seguir siendo siempre buena noticia y ser predicado como
corresponde.

f) Compromiso con la persona de Jesús.


El símbolo "reino de Dios" apunta fundamentalmente y revela de una manera
muy concreta el amor incondicional de Dios a sus criaturas. Este amor incomprensible (Ef
3,1819) se manifestó e hizo tangible en la persona de Jesús de Nazaret. Por eso el reino no
es sólo un "gran designio", un "sueño utópico que se ha hecho realidad", el "plan
definitivo de Dios respecto a su creación"; es fundamentalmente una persona: Jesucristo.
Lo que verdaderamente es, sólo lo podemos sentir e imaginar en un encuentro
personal con él, "el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20). Conversión
significa volverse hacia alguien. Significa acoger, aceptar a Jesús como el centro de toda
nuestra vida. A él y su evangelio subordinamos todo lo demás (Mc 10,28), incluso la
propia vida (Mc 10,32). Previamente a la pregunta sobre qué es el reino, está la
pregunta: "¿Quién es Jesús para mí?" (R. CABELLO, El reino, 22). La conversión, en último
análisis, es un compromiso personal con Jesús, una declaración abierta por él. La per-
sona de Jesús se convierte en el factor decisivo de salvación, de aceptación o de rechazo
del reino de Dios. Esta adhesión personal es un elemento nuevo y sin precedentes en las
pretensiones de Jesús.
Resumiendo, pues, el mensaje fundamental de Jesús contiene un indicativo que
compendia toda la teología cristiana y un imperativo que resume toda la ética cristiana.
El indicativo es la proclamación del reino, es decir, la revelación del amor incondicional de
Dios a todos. El imperativo es una llamada a volverse hacia su reino inminente y dejar que
su poder entre en mi vida.

g) Una definición del reino.


Jesús nunca definió el reino de Dios. Describió el reino con parábolas y símiles (Mt
13; Mc 4); con imágenes como vida, gloria, gozo y luz. Pablo, en Rom 14,17, presenta una
descripción que es lo más cercano a una definición: porque el reino de Dios no es
comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.

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A. Schweitzer consideraba este texto como "un credo válido para toda época"
Algunos eruditos han deducido de aquí que el símbolo "reino de Dios" no sólo es el centro
de los sinópticos, sino también de todo el NT. Justicia, paz y gozo son conceptos clave que
expresan relaciones con Dios, con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la
naturaleza. Dondequiera que los cristianos se relacionan en justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo, allí se hace presente el reino. El reino, definido en una breve fórmula, no
es otra cosa que justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (H. WENZ, Theologie des Reiches
Gottes, 20-24).

3. LA PERSONA DE JESÚS Y EL REINO DE Dios. ¿Cómo se relaciona el reino de


Dios y la persona de Jesús?

a) El origen de la experiencia del reino por Jesús.


La proclamación del reino por Jesús está enraizada fundamentalmente en su
"experiencia del Abba". El mensaje del reino le fue "enviado" en su oración, y por tanto
está íntimamente ligado a, y determinado por su experiencia personal de Dios como
Abba. Jesús experimentó a Dios como aquel que venía como amor incondicional, que
tomaba la iniciativa y entraba en la historia humana de una manera y en un grado no
conocidos por los profetas. Esta experiencia de Dios determinó toda su vida y constituyó
el verdadero núcleo de su mensaje del reino (H. SCHÜRMANN, Gottes Reich, 21-64).
En cierta etapa de su vida, Jesús se dio cuenta de que Yhwh quería conducir a Israel,
y en definitiva a todos los seres humanos, a aquella intimidad con él que él mismo
experimentaba en su propia relación con Dios, a quien él llamaba Padre. Esto se
expresa de manera más explícita en la oración del Señor. Aquí Jesús autorizó a sus
discípulos a seguirle dirigiéndose a Dios como Abba. Al hacerlo así, les permite participar
en su propia comunión con Dios. Solamente aquellos que puedan decir este Abba con
una disposición de niños serán capaces de entrar en el reino de Dios (J. Jeremias). En Jesús,
el Padre quiso hacer que la alianza fuera verdadera y quedara finalmente establecida. Esto
es lo que Jesús concibió que es el reino de Dios que iba a venir por medio de él al mundo:
el amor incondicional de Dios, que no conoce límites cuando viene a cumplir la antigua
promesa de salvación para toda persona y para la creación entera. Puesto que Jesús
mismo es la oferta definitiva de Dios a nosotros, puede decirse que él es el reino de
Dios presente en el mundo. Jesús es el reino en persona, la "autobasileia"; o, como lo
expresó Orígenes: "Jesús es el reino de Dios realizado en un yo".

b) La muerte de Jesús y el reino.


¿Qué conexión existe entre el reino que Jesús predicó y su muerte en la cruz?
¿Era la muerte de Jesús necesaria para que el reino, en su plenitud, pudiera venir? ¿Cómo
entendió Jesús su muerte? ¿Cómo interpretó su fracaso?
A. Schweitzer defendía que la llegada del reino escatológico de Dios jamás podía
haber sido proclamada por Jesús sin saber su intrínseca relación con las adversidades y
sufrimiento que esta expresión apocalíptica evocaba. Si Jesús proclamó el reino de Dios
como inminente, entonces la idea de sufrimiento tenia que venirle del modo más natural.
No era posible separar del reino escatológico la idea de la prueba escatológica, del
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mesías venidero y del sufrimiento en la época que precedería inmediatamente a la
llegada del reino. El sufrimiento tenía que ser proclamado como necesario para la venida
final del reino de Dios. Jesús, que se entendió a sí mismo claramente en relación con el
reino venidero, se dio cuenta de que tenía que asumir el sufrimiento y la muerte como un
prerrequisito necesario para que el reino irrumpiera finalmente en esa época y en ese
tiempo. W. Kasper, haciendo suya la visión de Schweitzer, concluye: "Jesús ciertamente
vio las pruebas de sufrimiento y persecución como parte del carácter humilde y oculto del
reino de Dios, y como tal lo transmitió en su línea principal de predicación. Existe, por
tanto, una línea más o menos directa del mensaje escatológico de Jesús sobre la basileia,
del reino, al misterio de su pasión" (W. KASPER, Jesus the Christ, 116).

c) La última cena y el reino de Dios.


La perspectiva escatológica de la muerte de Jesús es evidente en el pasaje que
trata de la última cena (Mc 14,17-25 y 1Cor 11,23-25). Las reuniones en torno a la
mesa, que provocaron tanto escándalo porque Jesús no excluía a nadie de ellas, ni
siquiera a pecadores públicos, y que expresaban de ese modo el centro de su mensaje,
eran tipos de la fiesta que iba a venir en el tiempo de la salvación (Mc 2,18-20). La última
cena, como todas las reuniones en torno a la mesa, es una anticipación o "donación
anticipada" de la consumación del reino. Es un "ya" del "todavía no", una prefiguración
de la consumación del reino, el advenimiento del perfecto reino de Dios, el cumplimiento
del gran banquete, todo lo que sólo puede llegar a ser plena realidad después de su
muerte. La reunión final presupone esta entrega de sí mismo por todos.
La referencia escatológica de Lc 22,16 tiene el siguiente significado: Jesús no se
sentará ya más a la mesa con los discípulos en la tierra, pero lo hará de nuevo durante un
nuevo banquete en el reino de Dios venidero. Para que esto suceda, su esperada
muerte es una condición necesaria. Los discípulos pueden tomar parte en el banquete
escatológico final sólo si Jesús entrega primero su vida por ellos (Lc 22,20) (J. JEREMIAS, Theo-
logy, 299). Tomar parte en el reino de Dios sólo es posible después de que Jesús haya
cumplido la condición previa para ello; después de que él "haya bebido el cáliz y haya
sido bautizado con un bautismo"(Mc 10, 35-40) (R. SCHNACKENBURG, God's Rule, 193).
La verdadera naturaleza de la tarea que Jesús tenía que cumplir para llevar el reino a su
plenitud está expresada en las palabras relacionadas con el pan y el vino. Él debe ofrecer
su vida para que todos los hombres puedan compartir la fiesta del reino con él. "Su
resolución de completar la misión que Dios le había confiado en relación con el reino, y
su confianza en que él pronto estaría participando en su gozo, parece la idea fundamental
de su última comida con sus discípulos. La última cena está enmarcada en la afirmación de
la muerte de Jesús en la perspectiva del reino de Dios" (BEASLEY-MURRAY, Jesus and the
Kingdom, 263).

d) La muerte de Jesús, revelación definitiva de Dios.


En un determinado momento de su vida, Jesús debe haberse dado cuenta de que
el único camino posible para cumplir su misión era demostrar la inmensidad del amor de
Dios por nosotros hasta el fin (Jn 13,1). La cruz y su muerte aparecen como el único
camino que quedaba para demostrar el amor redentor de Dios en la historia de la

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humanidad transida de pecado. ¿En qué consisten precisamente estas "tribulaciones y
sufrimientos" que él tenía que asumir para hacer posible la venida final del reino? La
solución ofrecida es la siguiente: la vida de Jesús refleja la tensión que existe entre su
vida íntima con el Padre y su "vivir nuestra vida hasta el fin"; la fidelidad a su misión, que
se expresa de la manera más adecuada con las dos palabras: identificación y re-
presentación. Jesús sintió que cuanto más se identificara él mismo con nosotros, más
experimentaría nuestra pecaminosidad, nuestro desamparo, nuestra inseguridad, propia
de quienes habían rechazado el don del amor de Dios. Llegó a darse cuenta de que si
llevaba su misión hasta el fin, tendría que experimentar la plena realidad de lo que
significa para una criatura estar "separada" de Dios. Para Jesús esto significaría
experimentar en sí mismo el ser separado del Padre, que lo significaba todo para él, de
quien recibía la vida y cuya voluntad había venido a cumplir. El pensamiento de que este
momento estaba llegando le horrorizó.
El Padre le tomaría como "humanidad en su estado de abandonada de Dios, de perdida".
Jesús tendría que experimentar este estar completamente identificado con nosotros en
nuestro pecado y ser tratado como representante nuestro ante Dios. El grito en la cruz
debe considerarse como el momento en que Jesús más se identificó con nuestro
abandono de Dios (Mc 15,34). En aquel momento parecía como si el amor del Padre, del
que él recibía la vida, hubiera cesado de fluir. Las "tribulaciones escatológicas" son
precisamente esta experiencia de nuestro verdadero estado sin Dios: abandonados,
condenados sin ninguna esperanza por nuestra parte. En la cruz, Jesús experimentó a
Dios como alguien que se apartaba (Mc 15,34) y le dejaba experimentar toda nuestra
desolación, la verdadera prueba del reino inminente, que iba a vencer al pecado, la
condenación y la muerte (J. FUELLENBACH, Kingdom, 85-95).
Experimentando el efecto del pecado como condenación, Dios tomó sobre sí en
Jesucristo lo que hubiera sido el destino de la humanidad. "¡Descendió a los infiernos!"
Éstas son las "tribulaciones escatológicas" que tenía que soportar para que el reino
pudiera finalmente venir en toda su gloria.

4. EL ESPÍRITU SANTO Y EL REINO.

El Espíritu Santo es descrito en la Escritura como el "principio de vida" o como el


"dador de vida". Por medio del Espíritu llegó a existir la antigua creación y se mantenía
en la existencia. Se cree que el mismo Espíritu construye los nuevos cielos y la nueva tierra
al final de los tiempos.
El tiempo escatológico es visto como la "edad de oro" del Espíritu. La misión de
Jesús en el evangelio de Juan se describe como "liberación del Espíritu del tiempo final",
que realizará la transformación de lo viejo en nuevo. Como revelación definitiva del amor
incondicional de Dios a su criatura, la muerte de Jesús libera este amor y lo transforma en
el poder del Espíritu Santo. El primer hecho de este amor crucificado, puesto en libertad
en el Espíritu, es la resurrección del cuerpo muerto de Jesús en la nueva creación. Según
Pablo, el Espíritu Santo es el poder por el cual el Padre resucitó a Jesús de entre los
muertos. Y por el mismo Espíritu, el reino, llevado a cabo de una forma nueva a través
de la muerte y resurrección de Jesús, se convierte ahora en una fuerza que transforma y

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que da vida al mundo. Es, por tanto, el Espíritu Santo quien continúa la obra de Cristo
a través de los siglos y conduce a la humanidad y a la creación entera hacia su realización
final en la plenitud del reino (J. FUELLENBACH, Kingdom, 97-107).

5. LA IGLESIA Y EL REINO.

El Espíritu del Señor resucitado, el Espíritu de la nueva creación, origina la nueva


comunidad escatológica, la Iglesia. La Iglesia es, por tanto, una anticipación en el espacio y
el tiempo del mundo venidero. Ella está en "el mundo, pero no es del mundo". Su
esencia y su misión deben ser entendidas a la luz del reino presente en ella, pero
orientado a la transformación y salvación de la creación entera.
El Vaticano II describe a la Iglesia como el misterio de Cristo. En ella se realiza el
"eterno plan del Padre, manifestado en Jesucristo, de llevar a la humanidad a su gloria
eterna". La Iglesia es contemplada en su función de "declarar el cumplimiento de este
plan secreto, escondido desde todos los siglos en Dios" (Col 1,16; Ef 3,39; 1Cor 2,6-10), que
no es otro que el reino de Dios. El reino persigue la transformación de la creación entera
en su gloria eterna, y la Iglesia debe ser vista y comprendida en el contexto de su divina
intencionalidad. Su misión es revelar a través de los siglos el plan escondido de Dios y
conducir a toda la humanidad hacia su destino final. Ella debe considerarse a sí misma
enteramente al servicio de este plan divino, destinado a la salvación de toda la creación (W.
PANNENBERG, Theology, 72-75).

a) La Iglesia no es el reino de Dios en la tierra. En contra de como muchos manuales de


dogmática antes del concilio la presentaban, la Iglesia no es el reino de Dios ahora. En
la Gaudium et spes. "Ello sustituye a lo que fue quizá el más serio error eclesiológico
antes del Vaticano II, a saber: que la Iglesia es idéntica al reino de Dios aquí en la tierra. Si
así fuera, entonces no tendría ninguna necesidad de reforma institucional, y su misión
consistiría en introducir a todos dentro de sí para que la salvación no les deje fuera" (R. P.
MCBRIAN, Catholicism, 686).
El reino se hace sentir fuera de la Iglesia también. La misión de la Iglesia es servir al
reino, y no ocupar su lugar.

b) El reino está presente en la Iglesia. Es el reino presente ahora el que crea la Iglesia y la
mantiene constantemente en la existencia. La Iglesia es, por tanto, el resultado de la
venida del reino de Dios al mundo. El poder dinámico del Espíritu que hace presente de
modo efectivo la intencionalidad salvadora final de Dios es la verdadera fuente de la co-
munidad llamada Iglesia. Aunque el reino no puede ser identificado con la Iglesia, ello no
significa que el reino no esté presente en ella. El mismo se hace presente de una manera
particular. Podemos decir que la Iglesia es una realización "inicial", "proléptica" o
anticipada del plan de Dios para la humanidad. En palabras del Vaticano II: "Y
constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino" (LG 5). En segundo lugar, la
Iglesia es un medio o sacramento, a través del cual este plan de Dios con el mundo se
realiza en la historia (LG 9; 48).

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"El reino crea la Iglesia, trabaja a través de la Iglesia y es proclamado en el mundo
por la Iglesia. No puede haber reino sin Iglesia -aquellos que han reconocido el reinado
de Dios y no puede haber Iglesia sin el reino; pero siguen siendo dos conceptos distintos:
el reinado de Dios y la fraternidad de los hombres" (G.E. LADD, The Presente, 277).

c) La misión de la Iglesia. Jesús ligó el reino de Dios, que antes pertenecía al pueblo de
Israel, a la comunidad de sus discípulos. Con esta elección de una nueva comunidad, el
propósito del pueblo del AT queda transferido a este nuevo pueblo. Ellos deben
convertirse ahora en un "signo visible del designio de Dios para con el mundo" y en
portadores activos de esta salvación. A ellos se les hace salir de las naciones para asumir
una misión en favor de las naciones. Lo que importa es que el reino permanecerá ligado a
una comunidad visible, que debe ponerse al servicio del definitivo plan de salvación de
Dios para todos (G. LOHFINK, Jesus and Community, 17-29).
Desde esta perspectiva la Iglesia es vital para que el reino permanezca en el
mundo. "Es la comunidad que ha empezado a saborear (aunque sólo como anticipo) la
realidad del reino, la única que puede proporcionar la hermenéutica del mensaje...; sin la
hermenéutica de tal comunidad viviente, el mensaje del reino puede tan sólo llegar a ser
una ideología y un programa, no será un evangelio" (L. NEWBEGIN, Sign of the
Kingdom, 19).
La misión de la Iglesia a la luz del reino se describe de una triple forma:
a) Proclamar mediante la palabra y el sacramento que el reino de Dios ha venido en la
persona de Jesús de Nazaret.
b) Ofrecer su propia vida como una prueba de que el reino está presente y operativo en el
mundo hoy. Esto se puede ver en la propia vida de la Iglesia, donde la justicia, la paz, la
libertad y el respeto a los derechos humanos son manifestados de manera concreta. La
Iglesia se ofrece a sí misma como una "sociedad de contraste" para la sociedad en general
(G. LOHFINK, Jesus and Community, 157-180).
c) Desafiar a la sociedad entera a transformarse de acuerdo con los principios básicos del
reino inminente: justicia, paz, hermandad y derechos humanos. Esto es un elemento
constitutivo de la proclamación del evangelio, puesto que la meta última del reino es la
transformación de la creación entera y la Iglesia debe entender su misión al servicio del
reino inminente (R. McBRIAN, Catholicism, 717).
J. FUELLENBACH

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