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La Estrategia de Hitler 1939-1945 1

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La Esquina de la Historia
Atenas Editores Asociados 1998-2017

www.thegermanarmy.org

Titulo original
La Estrategia de Hitler 1939-1945
© Atenas Editores Asociados 1998-2017
© Gustavo Urueña A
© F. H. Hinsley

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Primera Edicion: 1953

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castellana. No esta permitida la reproduccion total ni
parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmision por
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la editorial.

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Atenas Editores Asociados

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Los editores agradecen todos los comentarios y
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Este es un proyecto editorial de Atenas Editores Asociados


basado en 20 años de estudios y trabajos relacionados con
la Economia-Politica, la GeoPolitica, las Ciencias Sociales
y el desarrollo de la Ciencia Militar desde sus inicios con la
Batalla de Cannas donde bajo Anibal tuvo lugar la primera
confrontacion al estilo de la Blitzkrieg (Guerra Relampago)
hasta su utilizacion en la Campaña Tormenta del Desierto
y todas las consecuencias politicas, economicas y militares-
que estos acontecimientos han tenido sobre el desarrollo
de la Humanidad. El Editor de la misma llego a la conclu-
sion de que la unica manera de ubicarse en el contexto de
cualquier epoca de la la Historia es necesario haber leido
acerca de los acontecimientos politicos, economicos y mili-
tares de la epoca bajo estudio, con el fin de extraer las con-
clusiones adecuadas; asi, que no es posible si queremos
ubicarnos en la historia de Grecia, de Egipto, de Rusia, de
Alemania, de Colombia o de la epoca que se quiera, juzgar
esos acontecimientos bajo la lupa del contexto del Siglo
XXI, pues eso solo nos dara una vision distorsionada del
porque sucedieron los hechos como sucedieron.
El Editor

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Prologo.................................................................................9
Capitulo I ........................................................................... 15
La Marina de Guerra Alemana, el Pacto Ruso, el Problema
Britanico y el Comienzo de las Hostilidades ..................... 15
Capitulo II.......................................................................... 61
La primera Fase ................................................................. 61
Capitulo III ........................................................................87
La Invasion de Noruega y la Caida de Francia..................87
Capitulo IV........................................................................117
La Invasion de Inglaterra .................................................117
Capitulo V ........................................................................149
Los meses cruciales, Septiembre a Diciembre 1940 .......149
Capitulo VI....................................................................... 193
La Decision de atacar Rusia ............................................ 193
Capitulo VII ..................................................................... 217
Africa del Norte, el Mediterraneo y los Balcanes 1941.... 217
Capitulo VIII.................................................................... 241
La Batalla del Atlantico en 1941 ...................................... 241
Capitulo IX.......................................................................259
Las Negociaciones Germano-Japonesas en 1941............259
Capitulo X ........................................................................279
1942..................................................................................279
Capitulo XI...................................................................... 309
El fin de la Flota Alemana de superficie Enero 1943 ..... 309
Capitulo XII ..................................................................... 321
La Estrategia de Hitler en derrota................................... 321
Anexos ............................................................................. 341
Protocolo de Hossbach .................................................... 341
Mapas Operativos............................................................355
Indice ............................................................................... 361

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Este libro habla de la estrategia de Hitler. He tenido en


cuenta la diferencia que existe entre la estrategia y las ope-
raciones, y es mi intención referirme sólo a la primera de
estas dos esferas militares. Por dicho motivo, apenas hago
mención de la parte que le correspondió a Hitler en la eje-
cución de las operaciones, o sea, en la realización práctica
de sus planes; el interés principal se concentra en la prepa-
ración de sus planes estratégicos durante la guerra.
En la exposición de las pruebas me limito, en lo posible, al
uso de los documentos que son de actualidad. Estoy seguro
que se reconocerá un cierto mérito en la forma de enfocar
el tema desde este punto de vista, siempre que los docu-
mentos se basten por si mismos, sin el apoyo de conclusio-
nes que, aunque dignas de toda confianza, son menos au-
ténticas; espero, en este aspecto, haber conseguido mi pro-
pósito.
F. H. Hinsley 1950

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Prologo
Este libro habla de la estrategia de Hitler. He tenido en
cuenta la diferencia que existe entre la estrategia y las ope-
raciones, y es mi intención referirme sólo a la primera de
estas dos esferas militares. Por dicho motivo, apenas hago
mención de la parte que le correspondió a Hitler en la eje-
cución de las operaciones, o sea, en la realización práctica
de sus planes; el interés principal se concentra en la prepa-
ración de sus planes estratégicos durante la guerra.
En la exposición de las pruebas me limito, en lo posible, al
uso de los documentos que son de actualidad. Estoy seguro
que se reconocerá un cierto mérito en la forma de enfocar
el tema desde este punto de vista, siempre que los docu-
mentos se basten por si mismos, sin el apoyo de conclusio-
nes que, aunque dignas de toda confianza, son menos au-
ténticas; espero, en este aspecto, haber conseguido mi pro-
pósito.
Es por este motivo que me ha sido dado prestar atención
más detallada a los temas navales, puesto que los docu-
mentos más importantes y completos que podemos con-
sultar en la actualidad son los archivos de la antigua mari-
na de guerra alemana. Sin embargo, no me he limitado en
mi exposición a los testimonios de los archivos navales. Al
contrario, siempre que ha sido necesario hacer resaltar
uno de los aspectos de la estrategia de Hitler, he consul-
tado otros documentos militares que tratan de otros aspec-
tos de la guerra y que fueron puestos a mi disposición. To-
dos los documentos presentados ante el Tribunal de Nu-
renberg han sido estudiados desde este punto de vista y
son precisamente éstos los que constituyen la parte princi-
pal de mi material de consulta, sin contar otras series de
documentos de los cuales la índole del tema a tratar me
obligaba a echar mano. En la nota siguiente doy cuenta
más detallada de mis referencias. Se podrá objetar que, al
enfocar principalmente el problema naval, el tema tratado
será un tanto arbitrario e incompleto; sin embargo, pres-

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cindiendo del hecho de que el desarrollo naval es tan com-


pleto que permite adquirir una visión más cabal del tema,
hay otro motivo, lo confieso, y no se debe solamente a que
la documentación naval es más voluminosa que las otras,
sino a que ocupa una posición mucho más relevante que
las demás. La posición británica representaba el eje central
de los problemas de Hitler y la potencia naval británica
que, en última instancia, fue la causa material de su derro-
ta, se reveló fundamental en sus efectos sobre su estrategia
militar ya desde un principio. No me guió el intento de
querer demostrar este hecho cuando comencé a escribir es-
te libro, y fue sólo después de estudiar el curso que siguie-
ron los acontecimientos cuando me percaté plenamente de
la validez de nuestras esperanzas, en este caso, confir-
madas por el tiempo.
No es mi intención desarmar ya de antemano una posible
crítica, ni tampoco ocultar el hecho de que en las siguien-
tes páginas se encontrarán muchas omisiones. Lo sé per-
fectamente. Y confieso que hubieran sido aún más nume-
rosas sin la ayuda de mi esposa, sin los valiosos consejos
del capitán B. H. Liddell Hart y si los señores T. A. M. Bis-
hop y R. N. B. Brett-Smith no se hubiesen tomado la mo-
lestia de leer el texto. Fueron estos dos últimos, los que
llamaron mi atención sobre la fotografía de Hitler que in-
sertamos en esta obra. Fue con permiso del Inspector Ge-
neral de Archivos, «H. M. Stationary Office», que he podi-
do usar de la fuente principal para mis informaciones:
*The Fuehrer Conferences on Naval Affairs ; y es un ho-
nor para mí constatar que varios le los capítulos siguientes
han servido de base para diversas conferencias en la Uni-
versidad.
F. H. H.
PROFESOR DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE.
St John's College. Cambridge. Agosto, 1950.

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Fuentes de Informacion y Referencias


Los Archivos Navales alemanes, capturados cuando Ale-
mania fue derrotada, contienen, entre otros muchos mate-
riales de información, una carpeta con documentos de es-
pecial importancia en relación con este tema: las actas de
las conferencias que durante la guerra celebró Hitler con
los generales de su Estado Mayor. Se han publicado ya dos
ediciones de estos documentos. Traducidos por el Almiran-
tazgo y el Departamento de Marina de los Estados Unidos
fueron publicados, en primera instancia, por el Almi-
rantazgo, en una edición limitada, con el título de The
Fuehrer Conferences on Naval Affairs»; y englobados más
tarde en su totalidad en el «Brassey's Naval Annual» para
1948. Este archivo constituye el principal material de con-
sulta del siguiente estudio. Excepción hecha en los casos
en que se indica lo contrario por medio de una. nota, todas
las referencias que se citan en este libro han sido extraídas
de esta fuente de información. El sistema de referencia
más sencillo, en este caso, era dar las fechas de las respec-
tivas conferencias y, en efecto, de esta forma he procedido
en cada ocasión, por lo cual no he considerado necesario
añadir notas aclaratorias referentes a este material.
A pesar de su importancia, estas actas constituyen sólo
una pequeña parte de los archivos navales capturados. Los
documentos más importantes del resto de los archivos, y
otros muchos que no hacen referencia al tema naval, fue-
ron presentados ante el Tribunal de Nurenberg. He consul-
tado dos ediciones distintas de estos documentos. La edi-
ción oficial, «The Trial of Major War Criminals before the
International Military Tribunal», fue publicada en Nuren-
berg. Reproduce, en su idioma original, todos los docu-
mentos presentados ante el Tribunal. Otra edición, publi-
cada por la Oficina de Publicaciones de los Estados Unidos
y titulada, «Nazi Conspiracy and Aggression», comprende
los más importantes de estos documentos ya traducidos al
inglés. Sin embargo, en las dos ediciones se emplea la mis-
ma numeración de los documentos tal como fueron pre-

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sentados ante el Tribunal. Mis referencias a los «Docu-


mentos de Nurenberg» (abreviación D. N.) en las notas, en
las ocasiones en que he considerado oportuno basarme en
las mismas, siguen el mismo sistema de numeración de los
documentos, por lo que no he considerado necesario hacer
una referencia específica de la edición.
La segunda de estas publicaciones, «Nazi Conspiracy and
Aggresion», comprende, sin embargo, cierto material, inte-
rrogatorios o declaraciones de los acusados, que no se in-
cluye en la edición oficial de los documentos y que yo he
usado en varias ocasiones. Cuando hago referencia a este
material, he añadido, «Conspiracy and Aggresion» (abre-
viación C. and A.), después de las palabras «Documentos
de Nurenberg»; y cuando la referencia no se basa en los
volúmenes principales de «Nazi Conspiracy and Aggre-
síon», sino a los volúmenes suplementarios A y B, que fue-
ron publicados posteriormente, hago mención de este he-
cho.
Las declaraciones de los testigos y de los acusados ante el
Tribunal de Nurenberg, también han sido citadas en varias
ocasiones. Estas declaraciones se encuentran en las Actas
del Tribunal, publicadas en «The Trial of Major War Cri-
minales before the International Military Tribunal», en los
volúmenes oficiales ya mencionados. Existe, sin embargo,
otra edición de las Actas del Tribunal de Nurenberg que es
más accesible en este país por la cual me he guiado al dar
las referencias de los volúmenes y páginas en estas notas.
Se trata de los diversos volúmenes publicados por «His
Majesty's Stationary Office», con el título de «The Trial of
Germán Major War Criminal», Proceedings of the Interna-
tional Military Tribunal Sitting at Nuremburg».
Muchos de los documentos presentados ante el Tribunal
fueron leídos durante el proceso y en ciertos casos he con-
siderado necesario referirme tanto a las «Actas», como al
número de los documentos en cuestion. Cuando mis notas
hagan mención, tanto de los «Documents», como de los
«Proceedings», las referencias, a no ser que se afirme lo

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contrario, se basan en el mismo material.


Las referencias indicadas son las principales fuentes de in-
formación de este libro. En diversos casos he consultado
otros documentos, pero las referencias de los mismos no
requieren una explicación más detallada.
F. H. H.

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Capitulo I

La Marina de Guerra Alemana, el Pacto Ruso, el Problema


Britanico y el Comienzo de las Hostilidades

I La Flota naval alemana en el año 1939


Cuando el primero de septiembre de 1939 Hitler invadió
Polonia, Alemania no estaba todavía preparada para una
guerra naval de gran envergadura. La Flota de guerra ale-
mana comprendía solamente dos viejos acorazados de
combate, dos cruceros de combato, tres acorazados llama-
dos de bolsillo, ocho cruceros y veintidós destructores. Va-
rios navios de guerra se hallaban en construcción; pero só-
lo dos acorazados de combate y un crucero fueron botados
durante la guerra. Pero lo más sorprendente del caso, era
que no se habían hecho preparativos de ninguna clase para
una prolongada campaña con los submarinos. Éstos ha-
bían representado el peligro más grave para la Gran Breta-
ña durante la primera Guerra Mundial; el desarrollo técni-
co subsiguiente había servido para incrementar la eficacia
del arma submarina; sin embargo, Alemania sólo había
construido cincuenta y siete submarinos hasta el año 1939;
no obstante, sólo veintisiete de éstos poseían un radio de
acción suficiente para llevar a cabo operaciones en el
Atlántico.
No era ésta la marina de guerra que el Estado Mayor Naval
alemán hubiese deseado poder disponer en una guerra
contra la Gran Bretaña. No era la flota que el almirante
Raeder, Comandante en Jefe, se había imaginado para, al-
gún día, combatir el poder naval británico, ni la flota sub-
marina que el almirante Doenitz, Comandante en Jefe de
la flota submarina, había considerado necesaria para
asegurar la victoria alemana.
Durante el otoño del año 1938, mientras se hacían los pre-
parativos para una futura guerra contra la Gran Bretaña,
Raeder presentó unos proyectos, según los cuales Alema-

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nia hubiese podido contar con una flota, si no muy nume-


rosa, sí muy moderna y bien dotada dentro de un período
de tiempo razonable; Doenitz había intervenido a fin de
asegurar la construcción del mayor número posible de sub-
marinos alemanes. A tenor de estos planes, la flota alema-
na, incluyendo los navios en construcción y los que ya ha-
bían sido botados 1, había de comprender, a fines de 1944,
ocho acorazados de combate, dos cruceros de combate, los
tres acorazados de bolsillo, dieciséis cruceros, dos porta-
aviones y unos ciento noventa submarinos. Un plan adicio-
nal preveía la construcción de otros navios de guerra, con
lo cual, para fines de 1948 2 , la marina de guerra alemana
comprendería un total de ocho acorazados de combate,
dos cruceros de combate, tres acorazados de bolsillo, trein-
ta y tres cruceros, cuatro portaaviones y unos doscientos
setenta submarinos. Sin embargo, Raeder se vio obligado a
modificar estos planes en la primavera del año 1939, cuan-
do por la tensión política internacional, cada vez en au-
mento, se dio a entender que la guerra podía estallar mu-
cho antes de lo que se tenía previsto. Y se vio forzado a
abandonar sus planes constructivos cuando las hostilida-
des, en contra de todas sus esperanzas, estallaron en el
otoño de aquel mismo año.
Su reacción fue acusar a Hitler por no haber esperado más
tiempo antes de lanzarse a la guerra contra la Gran Breta-
ña. En un memorándum, redactado para los archivos nava-
les y que no debía ser sometido a Hitler, fechado el tres de
septiembre de 1939, el mismo día en que las potencias oc-
cidentales declararon la guerra, se lamenta de que ésta hu-
biese comenzado en contra «de las anteriores afirmaciones
del Fiihrer de que no había que contar con una guerra an-
tes del año 1944...» Describe las ventajas que Alemania hu-
biera disfrutado si la guerra hubiese podido ser aplazada
1 Excluyendo el Schlesien y el Schleswig Holstein, por de-
masiado anticuados.
2 Estas cifras han sido suministradas por los editores de

The Führer Conferences on Naval Affairs.

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hasta fines de 1944. En tal fecha hubiese podido contar


con tres acorazados de combate rápidos, tres acorazados
de bolsillo, cinco cruceros pesados, dos portaaviones y
ciento noventa submarinos en la lucha contra la marina
mercante británica; otros seis acorazados de combate hu-
biesen podido ser lanzados a la lucha contra los navios de
guerra británicos destinados a la defensa de las rutas marí-
timas; otros dos acorazados de combate y dos cruceros de
combate hubiesen servido para obstaculizar la libertad de
acción de la Home Fleet. Las perspectivas, en opinión de
Raeder, «hubiesen sido muy buenas en este caso... sobre
todo, contando con la cooperación del Japón e Italia... pa-
ra liquidar de una vez para siempre el problema británi-
co...» Sin embargo, puesto que la guerra estalló con cinco
años de anticipación a los planes previstos, Alemania se
vio en la necesidad de suspender la construcción de navios
de guerra pesados y concentrar toda su atención en la
construcción de submarinos. La marina de guerra alemana
tenía que evitar todos los posibles contactos con su adver-
sario naval y concentrarse solamente en la guerra contra el
comercio marítimo británico. Pero, en realidad, tampoco
estaba lo suficientemente preparada para poder cumplir
con éxito y de un modo efectivo con esta limitada misión.

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«El arma submarina es todavía demasiado débil para ejer-


cer efectos decisivos en la guerra. Las unidades de superfi-
cie... no pueden hacer otra cosa que demostrar que sus tri-
pulaciones saben morir valientemente...». 3

3 Adolf Hitler y Hermann Goering

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Un memorándum que Doenitz había redactado dos días


antes, recordó a Raeder cuál .era la situación real de. las
fuerzas submarinas. A diferencia del Comandante en Jefe,
Doenitz no se lamentó de que tuvieran que ser abandona-
dos los planes para la construcción de una gran flota de su-
perficie; para él, los submarinos representaban el único
medio para derrotar a la Gran Bretaña. «Los submarinos
— dice en su memorándum — serán siempre la base en
que se apoyará la lucha contra Inglaterra y el medio para
ejercer una presión política sobre la misma.» El objeto del
memorándum no era deplorar que la guerra contra la Gran
Bretaña comenzara ya en el año 1939, en lugar de una fe-
cha posterior más favorable. Tampoco apoyaba Doenitz a
Raeder en sus críticas contra Hitleí. Pero sí estaba alarma-
do por la falta de preparación de las fuerzas submarinas, y
también decidido a hacer todo lo que estuviera en su poder
para lograr un incremento inmediato de las mismas. Dis-
poniendo sólo de veintiséis submarinos con un radio de ac-
ción suficiente para efectuar operaciones en el Atlántico,
tan sólo podía destinar ocho o nueve a lo sumo al mismo
tiempo para dicho fin. En su opinión, sin embargo, se ne-
cesitaba un mínimo de trescientos submarinos para com-
pletar, con grandes probabilidades de éxito, el bloqueo de
la Gran Bretaña, o sea, el número de submarinos suficiente
para tener en acción a noventa submarinos a la vez en las
zonas vitales del Atlántico Norte 4.
Si la situación inmediata ofrecía pocas esperanzas, las
perspectivas no eran mucho mejores. Doenitz calculaba
que, según el programa aprobado para la construcción de
submarinos, se podría contar para fines del año 1944 con
sólo ciento cuarenta y cuatro submarinos capaces de ope-
rar en el Atlántico, con ciento setenta y ocho submarinos
para fines de 1946; todo esto, sin contar el tanto por ciento
4 Contando con el tiempo necesario para el descanso de la tripu-
lación, aprovisionamiento y recorrido de ida y vuelta, se necesi-
tan tres submarinos para poder destinar uno de ellos a una inin-
terrumpida acción de patrulla.

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de posibles pérdidas. «Es totalmente imposible, si no se


amplía este programa de construcción, que nuestros sub-
marinos puedan ejercer una presión efectiva sobre la Gran
Bretaña o sobre su comercio marítimo en un plazo de tiem-
po razonable.» Solicitó, por lo tanto, la adopción de medi-
das especiales a expensas de las otras construcciones nava-
les, para asegurar «que el arma submarina pueda, lo antes
posible, estar en condiciones para cumplir con la principal
misión a ella encomendada, o sea, derrotar a Inglaterra».

II Las razones de su falta de preparacion

¿A qué se debe que la marina de guerra alemana no estu-


viese preparada?
El primer obstáculo a la expansión naval alemana había si-
do la limitación impuesta a Alemania por el Tratado de
Versalles. Las cláusulas navales del Tratado limitaban la
flota alemana a sólo seis navios pesados, seis cruceros lige-
ros, doce destructores y doce torpederos, con un tonelaje
mínimo para cada categoría, y prohibían a Alemania la po-
sesión o construcción de submarinos. Alemania se conside-
ró ligada por esas cláusulas hasta que fueron reemplazadas
por el Acuerdo Naval Anglo-Germano 5 del mes de junio
del año 1935, que le permitía construir hasta un treinta y
cinco por ciento de cada categoría de los navios de guerra
británicos de superficie, y hasta el cuarenta y cinco por
ciento de los submarinos y, siempre que no se superara es-
5 El Acuerdo naval anglo-germano fue un convenio bilat-
eral de 1935, pactado entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Ir-
landa del Norte y Alemania donde se autorizaba la creación de
una flota de guerra alemana, pero limitándola al 35% del
tamaño de la Marina Real Británica. Siendo parte del proceso de
pacificación antes de la Segunda Guerra Mundial, el acuerdo dio
cabida a la violación de restricciones por parte de Alemania, lim-
itaciones impuestas por el Tratado de Versalles que indujeron a
la crítica internacional y originaron un distanciamiento entre
los franceses y los británicos.

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ta proporción del treinta y cinco por ciento del tonelaje to-


tal, podía Alemania, en determinadas circunstancias, con
la explícita aprobación de la Gran Bretaña, aumentar el nú-
mero de submarinos hasta alcanzar la paridad con los bri-
tánicos. Sin embargo, Raeder no podía contar con una rá-
pida expansión de la flota alemana, ya que un segundo
obstáculo vino a interponerse en sus planes. La limitada
capacidad de los astilleros alemanes, reducidos después de
su derrota en el año 1918, no podían ser ampliados con la
suficiente rapidez una vez liberada Alemania de las cláusu-
las de Versalles. Los astilleros eran tan limitados en su ca-
pacidad de producción, que incluso las construcciones
autorizadas por el Acuerdo Naval Anglo-Germano no hu-
biesen podido ser completadas antes del año 1943; cuando
comenzó la guerra, la marina de guerra alemana no sobre-
pasaba los moderados límites aprobados en el año 1935 6.
Otros factores retrasaron igualmente el programa de cons-
trucciones alemán. Una flota naval requiere mucho más
tiempo para su puesta a punto que los ejércitos de tierra y
que las fuerzas aéreas. Pero Hitler tenía prisa. Le preocu-
paba la posición continental de Alemania, y los problemas
que afectaban al ejército de tierra y a las fuerzas aéreas. Se
había entablado, al mismo tiempo, una controversia den-
tro del mismo mando de la marina de guerra con respecto
a la dirección que debía seguir la expansión naval, si el in-
terés principal debía ser dedicado a la flota de superficie,
que era la tendencia preconizada por Raeder o, tal como
reclamaba Doenitz, a la construcción de submarinos. Esta

6 Según Giese, segundo ayudante del Estado Mayor de Raeder,


la proporción del treinta y cinco por ciento fue propuesta por
Alemania, ya que la capacidad de los astilleros no permitía cons-
trucciones mayores antes de 1943-1944, en tanto que se nego-
ció una proporción más liberal para los submarinos, ya que la
construcción de éstos era más factible. Véanse sus declaracio-
nes en «D. N., 722-D». Con respecto a los detalles del Acuerdo
Naval Anglo-Germano, léase el cambio de notas publicado en
Brasseys'? Naval Annual, 1936, pág. 311.

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controversia se refleja en el memorándum de Doenitz del


primero de septiembre, que provocó gran malestar entre
los oficiales navales alemanes después de rotas las hostili-
dades 7.
En su conjunto, estas consideraciones explican, en cierto
modo, la falta de preparación de la marina de guerra ale-
mana en el año 1939. Pero no son lo suficientemente explí-
citas; no muestran toda la verdad sobre este problema. Las
cláusulas navales del Tratado de Versalles hubiesen podi-
do ser violadas, como ocurrió con casi todas las demás
cláusulas de dicho Tratado, antes de que Alemania hubiese
sido dispensada de las mismas; sin embargo, fueron obser-
vadas al pie de la letra hasta ser reemplazadas por otras en
el año 1935. Los astilleros hubieran podido ser ampliados
en su capacidad constructiva, si Alemania hubiese conside-
rado conveniente adoptar esta medida. La construcción de
una flota requiere mucho tiempo. Pero se observa un signi-
ficativo retraso de más de tres años entre la firma del
Acuerdo Naval Anglo-Germano y la aprobación, en el oto-
ño del año 1939, de los planes para la creación de una flota
superior a las cifras convenidas en el año 1935. En cuanto
a la controversia en el seno de la propia marina de guerra
alemana, Hitler la resolvió en favor de Raeder, o sea, en fa-
vor de una flota de superficie; Hitler tomó esta decisión en
el año 1934, cuando aprobó las proposiciones que conduje-
ron a la firma del Acuerdo Naval Anglo-Germano.

7Véase, por ejemplo, el memorándum de Raeder del 11 de junio


de 1940. (D. N., 155-C Proceedings, part. 4, pág. 264.)

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Estos puntos sugieren que la preferencia de Hitler por la


Wehrmacht y la Luftwaffe, 8se debía a una política precon-
cebida, como resultado de la falta de interés por los asun-
tos navales; y, si hemos de hacer caso de ciertas declaracio-
nes prestadas después de la guerra, éste fue, en efecto, el

8 Pintura del Fuhrer

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caso. En opinión de Ribbentrop 9 Hitler deseaba vivamen-


te, hasta el otoño de 1938, reconocer la supremacía maríti-
ma británica, garantizar la integridad de Holanda, Bélgica
y Francia, y concertar una estrecha alianza con la Gran
Bretaña gracias a la cual, en compensación por la libertad
de Alemania, fuese donde fuese, como resultado de la re-
nuncia británica a la tesis del «equilibrio europeo», Alema-
nia renunciaría a sus reclamaciones coloniales y pondría a
disposición de la Gran Bretaña su pequeña flota y doce di-
visiones para la defensa del Imperio británico. No hay ra-
zón para desconfiar de estas declaraciones de Ribbentrop.
Se basan en pruebas documentales que revelan que, al con-
trario de lo que cree la opinión pública general, advirtió ya
a Hitler en el mes de enero del año 1938 10 que la Gran Bre-
taña no aceptaría el papel que se le quería asignar, y que
preferiría luchar, a tolerar el resurgimiento de una Alema-
nia tan poderosa como la había planeado Hitler. Y existe
también el testimonio de Raeder, que demuestra que ésta
era la ambición diplomática que dictó la política naval de
Hitler antes de la guerra.
Según Raeder 11, inmediatamente después de subir al
poder en el año 1933, Hitler expuso como base de una fu-
tura política naval germana, su firme decisión de vivir en
paz con Italia, el Japón e Inglaterra. En particular, no te-
nía la menor intención de disputar a Inglaterra la supre-
macía naval, que se correspondía con sus intereses mun-
diales, y este punto de vista tenía intención de ratificarlo
en un tratado especial que fijase la correlación de fuerzas
entre las flotas alemana e inglesa... «La conclusión del tra-
tado naval... fue iniciada plenamente por el Führer... su
9 D. N. (C. and A.) Supplement B, p. 1178. Resulta interesante re-
cordar que Hess estaba obsesionado por este tema cuando ate-
rrizó en el año 1941 en la Gran Bretaña. Véase W. S. Churchill,
The Second World War, vol. III (The Grana Alliance), pág. 46.
10 D. N. 75-TC.
11 D. N. (C. and A.) Statement VII, and Supplement B,
pág. 1438.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 25

plan era ganarse a Inglaterra para una política de paz gra-


cias a la proporción del treinta y cinco por ciento...» Nin-
guna de las pruebas que podemos disponer en la actuali-
dad y que hacen referencia a las negociaciones navales an-
glo-germanas contradicen las afirmaciones de Raeder. Ale-
mania tomó la iniciativa en esas negociaciones; y lo hizo
con la intención de hacer una tentativa en favor de los inte-
reses de la Gran Bretaña; las proposiciones alemanas en sí
estaban lo suficientemente bien delimitadas para ga-
rantizar a este país el fin de la rivalidad naval anglo-germa-
na. Las declaraciones de Raeder quedan confirmadas por
su confesión de que siempre se mostró «escéptico con res-
pecto al plan del Führer para ganarse la buena voluntad de
Inglaterra...» Siempre se lamentó de las limitaciones que
el plan imponía a la expansión naval germana. Esta confe-
sión es confirmada por los documentos. Durante una
conferencia celebrada en el mes de junio del año 1934 12,
en la que Hitler insistió en que las violaciones de las cláu-
sulas navales de Versalles debían mantenerse en el más ab-
soluto secreto, Raeder «expuso su punto de vista de que,
de todas formas, había que incrementar el poder de la flota
para poder oponerla a Inglaterra».
Esta actitud de Hitler con respecto a la negociación del
Acuerdo Naval Anglo-Germano es confirmada, además,
por su manifiesta aversión a violar el Acuerdo y el haber
ordenado un cambio en la política naval sólo cuando las
circunstancias comenzaron a presionarle en este sentido.
No fue hasta después del Acuerdo de Munich, en el otoño
del año 1938, que, en opinión de Raeder 13, «comenzó a
percatarse de la resistencia de Inglaterra y a reconocer en
esta potencia el alma de la oposición del mundo entero
contra Alemania». Sin embargo, no se dio por vencido to-
davía en su política de querer llegar a un acuerdo con In-
glaterra. Pero así como hasta aquel momento nada indica

12 D. N., 189-C.
13 D. N. (C. and A.), Statement VIL

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 26

que no hubiese sido sincero en querer limitar la expansión


naval germana, por lo menos, por el momento, con respec-
to a las cifras convenidas en el año 1935, en el otoño del
año 1938 comenzó a interesarse en la ampliación de la po-
tencia de la marina de guerra alemana. El comienzo de es-
te proceso, dice Raeder, fue la adopción por Hitler del pun-
to de vista de que «todas las oportunidades que se nos
ofrecen por los tratados ratificados deben ser aprovecha-
das... después de unas negociaciones preliminares y amis-
tosas con Inglaterra»; y en el mes de diciembre del año
1938 se hizo uso del derecho de construir hasta el cien por
cien, en lugar del cuarenta y cinco por ciento, de los sub-
marinos británicos. «A partir del mes de octubre del año
1938 — continúa la declaración de Raeder —, me recalcó
que cada navio que construyéramos debía ser más potente
que su oponente inglés, y me advirtió que debíamos estar
preparados para embarcarnos en un gigantesco programa
de construcciones»; fue por órdenes directas de Hitler que
el nuevo programa de construcciones comenzó a llevarse a
la práctica en el otoño del año 1938. Al propio tiempo,
«durante el invierno del año 1938, el Führer estudió la po-
sibilidad de la denuncia del tratado naval del año 1935».
Pero no se decidió a denunciar el acuerdo hasta fines del
mes de abril siguiente; y, aparte de este acusado retraso, el
espíritu que le animaba al dar el paso final, revela clara-
mente lo que había esperado del mismo y cuál había sido
su intención al iniciar las negociaciones. «A principios del
año 1939 — escribe con respecto a este punto el almirante
de la flota inglesa, lord Chatfield — cuando yo formaba
parte del Gabinete, el acuerdo fue denunciado por Alema-
nia. Esto ocurrió poco después de haber presentado nues-
tra más viva protesta contra la agresión alemana en la pri-
mavera de aquel año. A esta protesta contestó Hitler que
en el año 1935, cuando fue concertado el acuerdo, la Gran
Bretaña había convenido en dejar las manos libres a Ale-
mania en Europa a cambio de cedernos a nosotros el con-

26/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 27

trol de los mares.» 14


«Este punto de vista — leemos en el documento del almi-
rante Chatfield—, se basa en la realidad de los hechos.» Pe-
ro los diplomáticos son capaces de basarse en suposiciones
negativas cuando creen poder sacar algún beneficio de las
mismas. Los negociadores alemanes puede que. jamás se
expresaran concretamente con respecto a esta idea; pero
no hay razón para dudar de que éste era el punto de vista
de Hitler en aquella época. Por el contrario, a la luz de los
testimonios últimamente examinados, aparece claro que lo
que le condujo a llevar la iniciativa en las negociaciones
del acuerdo y lo que le indujo a observarlo hasta que fue
denunciado el 27 de abril de 1939, fue la esperanza de que
garantizaría la neutralidad británica mientras él dedicaba
toda su atención a los problemas europeos. Es evidente,
que hubiera podido contar con una marina de guerra me-
jor preparada en el año 1939, si así lo hubiese deseado, pe-
ro que su política durante los años anteriores a la guerra y,
en especial, durante el período vital entre la firma del
Acuerdo Naval Anglo-Germano y el invierno del año 1938,
fue descuidar deliberadamente y limitar los preparativos
navales mientras prestaba toda su atención a otros fines.
Esto, y sólo esto, puede ofrecer una explicación adecuada
de la situación en que se encontraba la marina de guerra
alemana en el año 1939. Dificultades materiales que obsta-
culizaban la expansión naval; controversias en el seno de
la propia marina de guerra; el hecho de que Hitler tenía
prisa y no podía dedicarse al mismo tiempo a la solución
de todos sus problemas; su indiscutible preferencia por los
problemas de la Wehrmacht y de la Luftwaffe... todos esos
factores contribuyeron, sin duda alguna, a fijar la política
naval de Hitler durante los años anteriores a la guerra.
14Admiral of the Fleet Lord Chatfield, Autobiography, vol. II (íí
Might Happen Again), pp. 75-6. Esta afirmación está incluida
en el memorándum del 27 de abril de 1939, en el cual Alemania
denunció el acuerdo. Véase Brassey's Naval Annual, 1940, p.
265.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 28

Sin embargo, 15 es posible que sólo sirvieran para confir-


marle en una actitud que había adoptado ya previamente.
En «Mí Lucha» escribió ya en el año 1924, que era un ab-
15Hitler en un discurso a los miembros del NSDAP durante el
evento anual del Partido

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 29

surdo tratar de conseguir la hegemonía en Europa frente a


una Gran Bretaña antagónica. «Sólo con Inglaterra — es-
cribió refiriéndose a la política alemana antes del año 1914
—, fue posible, una vez protegidas las espaldas, iniciar el
nuevo avance alemán... Ningún sacrificio hubiese sido lo
suficientemente grande para atraerse la buena voluntad de
Inglaterra» 16.
Si esta política requería una actitud negativa frente a la po-
tencia naval alemana, no la adoptó simplemente porque
no supo apreciar la importancia del poder naval; y no es
prudente creer que renunciara para siempre a las preten-
siones navales alemanas. La adoptó, porque estaba plena-
mente convencido de que sería imprudente actuar en senti-
do contrario antes de haberse asegurado la hegemonía en
Europa. Hasta no haber asegurado su posición continen-
tal, estaba decidido a evitar lo que él creía que había sido el
error fundamental del Kaiser al enfrentarse directamente
con la Gran Bretaña. Pero no existe motivo para creer que
la paz y la amistad con la Gran Bretaña hubiesen sido
siempre su máxima aspiración.

III La politica exterior britanica y la decision de Hitler de


atacar Polonia
Si, y por esta razón por encima de todas las demás, la mari-
na de guerra alemana estaba tan poco preparada, y los al-
mirantes alemanes lo sabían, Hitler, después de haber
adoptado tales precauciones con respecto al poder naval
británico, sintióse tan desengañado en el mes de abril de
1939 como para denunciar al Acuerdo Naval Anglo-Germa-
no, ¿por qué tomó, pues, una serie de medidas que habían
de conducir forzosamente a la guerra? ¿Por qué, cuando se
vio obligado a enfrentarse con la realidad de los hechos, a
ordenar un cambio en la política naval, y reconocer que se
tardarían siete u ocho años antes de que Alemania pudiera

16Mi Lucha, edición inglesa completa. Hurst and Blackett,


1939, capítulo IV, pág. 128.

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contar, según palabras de Raeder, «con una potencia naval


suficiente para poder enfrentarse ventajosamente a la ma-
rina de guerra británica» 17... no alteró sus objetivos o, por
Jo menos, retrasó su programa? ¿Fue sencillamente por-
que creía poder tener las manos libres en Europa, a pesar
del cambio en la actitud británica que le había conducido a
denunciar el acuerdo? ¿Fue por no dudar de su habilidad
en la preparación del ataque a Polonia, su próxima vícti-
ma, sin correr el peligro de verse mezclado en una guerra
con las potencias occidentales?
Ésta parece ser la evidente explicación a primera vista; y
Raeder, por lo menos, estaba convencido de ello por aque-
lla época. Su memorándum del 3 de septiembre de 1939,
comienza diciendo que «el Führer estuvo convencido hasta
el último momento de que la guerra debía ser evitada, aun
en el caso de que esto significase aplazar el acuerdo final
sobre la cuestión polaca». Continúa diciendo que Hitler
declaró que éste era su punto de vista, deduciendo de ello
que Hitler decidió no aplazar el ataque contra Polonia por
estar convencido de que esto no significaba necesariamen-
te la guerra con Francia y la Gran Bretaña. En una carta
posterior del 11 de junio de 1940 18, dirigida a todos los ofi-
ciales navales, Raeder anunció nuevamente que «el Führer
había esperado hasta el último momento poder aplazar el
conflicto con Inglaterra hasta los años 1944-1945». Pero
ésta es una versión demasiado simplificada de los hechos:
Raeder, en su impotencia, hacía caso omiso del curso de
los acontecimientos durante los seis meses anteriores.
Es evidente que Hitler creyó hasta el último momento que
las potencias occidentales no intervendrían en favor de Po-
lonia; es evidente también que durante los primeros meses
del año 1939, a pesar de ciertos recelos, estaba convencido
de que no intervendrían si él sabía elegir el momento opor-
tuno. A fin de cuentas, sus métodos le habían proporciona-

17 D. N. (C. and A.) Supplement E, p. 1439.


18 D. N. 155-C; Proceedings, part. 4, pág. 264.

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do brillantes éxitos durante los años 1936, 1937 y 1938;


confiaba plenamente en que obtendría de nuevo el éxito
deseado y que se le presentaría el momento oportuno para
actuar. En esta disposición de ánimo se arriesgó a la
«liquidación final de Checoslovaquia», y, algo más tarde,
el 25 de marzo de 1939, reveló que no tenía ninguna prisa
por atacar a su próxima víctima. Por aquella fecha le dijo a
von Brauchistsch que, a pesar de que el problema no debía
ser abandonado, no intentaría forzar la cuestión polaca en
un futuro próximo, a no ser que se presentaran condi-
ciones políticas especialmente favorables 19
Pero esta seguridad se esfumó y, al mismo tiempo, Hitler
se vio obligado a iniciar su acción contra Polonia instigado
por el previo anuncio del 31 de marzo de Mr. Chamberlain
con respecto a la declaración de ayuda mutua anglo-pola-
ca, seguida por la publicación de esta declaración el 6 de
abril. El 3 de abril, tres días después de la declaración de
míster Chamberlain, Hitler ordenó que se hicieran los pre-
parativos necesarios a fin de que el ataque contra Polonia
pudiera iniciarse en cualquier momento que creyeran
oportuno a partir del primero de septiembre de 1939 20. El
11 de abril, cinco días después de la publicación de la decla-
ración anglo-polaca, dictó unas segundas directrices más
detalladas 21.
Estas directrices hacían caso omiso de los primeros resul-
tados sobre un cambio definitivo en la política exterior bri-
tánica. Las primeras directrices eran, al parecer, una amar-
ga réplica a la declaración de Chamberlain; las segundas,
revelaban la confianza de Hitler de que el problema polaco
podría ser aislado. El Anexo 1 de las directrices del 11 de
abril, referentes a la seguridad de las fronteras del Reich y
la protección contra ataques aéreos por sorpresa durante
19 D. N., 100-R.
20 D. N. 120-C, Enclosure A; Proceedings, part. 2, pág. 142.
21 D. N. 120-C, Enclosure B. Anexo I de estas directrices se en-

cuentran en C, anexo II en D, del documento 120-C. Procee-


dings, part. 2, pág. 143.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 32

el ataque contra Polonia, anuncia que «no hay que pre-


ver... el estado de guerra». El Anexo II declara que «la am-
bición política es aislar a Polonia, y limitar la guerra a di-
cho Estado, y esto puede ser considerado como factible en
vistas de la crisis interna en Francia y la reserva observada
por parte de Inglaterra», y es más explícita todavía en otro
párrafo. «El gran objetivo — continúa — en la creación de
las fuerzas armadas alemanas es determinado por el anta-
gonismo de las potencias occidentales. El ataque contra
Polonia constituye solamente un complemento de estos
preparativos en nuestro sistema defensivo. No debe, en
modo alguno, ser considerado como el comienzo de una
acción militar contra nuestros oponentes en el Oeste.» Pe-
ro esta íntima relación cronológica entre las declaraciones
anglo-polacas y las directrices germanas, sugiere que no
fue tanta la confianza como la ansiedad lo que impulsó a
Hitler a dictar dichas directrices cuando, por fin, se perca-
tó del cambio en la actitud británica; además, esta suposi-
ción está confirmada si consideramos el vivo contraste en-
tre la declaración de Hitler a von Brauchistsch el 25 de
marzo, seis días antes de la declaración de Mr. Cham-ber-
lain, y lo que sabemos de su actitud al redactar las directri-
ces tan poco tiempo después de esta declaración. Hitler le
dijo a von Brauchistsch que estaba dispuesto a esperar a
que se presentaran condiciones favorables; sin embargo, a
pesar de lo que afirmó en las directrices, no es de suponer
que Hitler creyera que la declaración inglesa pudiera re-
dundar en una situación especialmente favorable para un
ataque contra Polonia; y hay testimonios suficientes que
demuestran que Hitler estaba convencido de lo contrario.
El 15 de abril, cuatro días después de publicarse las segun-
das directrices, Goering le dijo a Mussolini que, en opinión
de Hitler, no podía con-íiarse ya por más tiempo en que la
Gran Bretaña «dejase las manos libres a los países autori-
tarios para asegurar sus intereses vitales» 22, en tanto que,

22 D. N., 1874-PS.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 33

el 27 de abril, tal como ya hemos indicado, era denunciado


oficialmente por el Gobierno alemán el Acuerdo Naval An-
glo-Germano, uno de los medios principales con el cual ha-
bía contado Hitler para asegurarse la libertad de acción.
Un mes más tarde, Hitler confesó abiertamente, en con-
traste con la confianza que había expresado en sus directri-
ces del mes de abril, que tal vez fuese imposible aislar a Po-
lonia. El 23 de mayo, en un discurso a los oficiales del Es-
tado Mayor, reconoció que «el problema polaco no puede
ser .deslindado del conflicto con el Oeste... No es seguro
que en una lucha germano-polaca pueda ser evitada la gue-
rra con el Oeste...» 23. En unas órdenes del 4 de agosto, di-
rigidas a la Sección de Operaciones de la marina de guerra
alemana, se declara que «es posible que, en el caso de un
conflicto con Polonia, intervengan las potencias garantiza-
doras (Francia e Inglaterra)».
Sin embargo, continuaron sin interrupción los preparati-
vos para el ataque contra Polonia, y la decisión de Hitler
de pasar a la acción en el otoño, se fue confirmando por
momentos. En un discurso pronunciado el 23 de mayo
anunció su decisión de atacar Polonia «en la primera oca-
sión que se presentase...» o, mejor dicho, puesto que las di-
rectrices del mes de abril eran lo suficientemente explícitas
a este respecto, confirmó esta decisión a pesar de todos los
posibles riesgos. En cuanto a las órdenes navales del 4 de
agosto, el hecho de su existencia es una razón más para
creer que, por aquel entonces, había decidido ya pasar a la
acción directa en 1939, fuese cual fuese la actitud de las po-
tencias occidentales. En estas órdenes se daban instruccio-
nes a dos acorazados de bolsillo para ocupar posiciones
avanzadas en el Atlántico, en el caso de que la Gran Breta-
ña y Francia declararan la guerra cuando fuera invadida
Polonia. Órdenes similares para los submarinos fueron dis-

23 D. N. 79-L; Proceedings, part. I, pp. 166-70.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 34

cutidas por el Estado Mayor Naval el 2 de agosto 24. Entre


el 19 y el 24 de agosto, de acuerdo con estas órdenes, a pe-
sar de que no se había tomado ninguna medida durante la
crisis de Munich del año anterior, dos acorazados de bolsi-
llo abandonaron el Báltico para ocupar posiciones avan-
zadas en el Atlántico y veintiún submarinos fueron envia-
dos en servicio de patrulla, la mayoría de ellos frente a las
costas británicas.
O sea que, a fines del mes de abril de 1939, Hitler no sólo
había denunciado el Acuerdo Naval Anglo-Germano y, con
ello, abandonado toda la esperanza que hasta aquel mo-
mento había justificado su poco interés por la marina de
guerra alemana, la esperanza de la neutralidad británica,
sino que respondió al cambio de actitud británica insistien-
do en su intención de querer atacar a Polonia. A fines de
mayo, a pesar de las declaraciones de Raeder, que afirman
lo contrario, ya no estaba tan seguro de que el ataque con-
tra Polonia pudiera ser aislado de una guerra contra las po-
tencias occidentales. A pesar de esto, decidió no aplazar el
ataque al mismo tiempo que tomaba precauciones navales
y no esperar que se presentara una oportunidad mejor pa-
ra atacar a Polonia. ¿Qué es lo que le impulsó, en tales cir-
cunstancias, a poner en práctica esa decisión?

IV El Pacto Ruso-Germano
Una posibilidad, de cuya existencia e importancia no pue-
de haber la menor duda, fue la de concertar un pacto con
Rusia. Las negociaciones ruso-germanas comenzaron a
principios del mes de abril de 1939. Continuaron durante
todo aquel período en el cual, Hitler, mientras iba perdien-
do la confianza en la posible neutralidad de la Gran Breta-
ña, reunía los medios necesarios que. le permitieran lan-
zarse a la acción en 1939.
24Véase D. N. 126-C, Proceedings, párt. 2, pág. 148, referente a
una carta del 2 de agosto con instrucciones a los submarinos
destinados al Atlántico, «por vía de precaución», si no variaba
la intención de atacar a Polonia.

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No cabe la menor duda de que estas negociaciones, y, so-


bre todo, el hecho de que fueran comenzadas por iniciativa
rusa, influyeron poderosamente en su actitud con respecto
al problema creado por el cambio de actitud británica. Las
íntimas relaciones entre las fases de estas negociaciones
por un lado, y las decisiones de Hitler por otro, son direc-
tas y claras 25.
Cuando el embajador ruso llamó el 17 de abril de 1939 al
Secretario de Estado alemán, tan poco tiempo después de
haberse publicado la declaración anglo-polaca, hacía me-
ses que se encontraba en Berlín sin haber aprovechado
otras oportunidades para discutir sobre temas políticos
con el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán; pregun-
tó, sin ninguna clase de rodeos, cuál era la opinión de Ale-
mania con respecto a las relaciones ruso-germanas y mani-
festó que no había razón alguna para no mejorar las que
entonces existían. Parece probable que, al dar este paso,
Moscú reaccionara por su propia cuenta con respecto a la
reciente declaración anglo-polaca; sin embargo, fuese cual
fuese el motivo, el significado de esta actitud no podía pa-
sar inadvertido en Berlín. El 28 de abril pronunció Hitler
su discurso en el Reichstag, ante el cual denunció el Tra-
tado Naval Anglo-Germano y en el que omitió referirse en
tonos hostiles a la Rusia Soviética. Este discurso fue segui-
do en Rusia por la destitución de Litvinov el 3 de mayo, y
el 20 del mismo mes el Gobierno soviético se decidió a dar
un paso más hacia el acercamiento con Alemania. Al pre-
guntarle a Molotov si las conversaciones económicas ruso-
germanas podían ser reanudadas, éste respondió que las
conversaciones económicas «sólo podían ser reanudadas si
las bases políticas necesarias para ellas habían sido estruc-
turadas previamente». Tres días más tarde, Hitler se diri-
gió a sus generales. El discurso fue tan confuso como lar-
go, pero una cosa aparece bien clara: Hitler había ya deci-

25Véanse Nazi-Soviet Ralations, 1939-1941; Documenta from


archives of the Germán Foreign Office (U. S. State Dept., 1948),

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 36

dido que, a pesar de todo, la política alemana era atacar a


Polonia en la primera oportunidad que se presentase. Una
semana después de este discurso, el 30 de mayo, después
de previas vacilaciones, se informó al embajador alemán
en Moscú que, «contrariamente a la política previamente
planeada, hemos decidido iniciar negociaciones definitivas
con la Unión Soviética». 26 Las instrucciones referentes a
las disposiciones navales preparatorias en el Atlántico y en
el mar del Norte fueron publicadas ya a principios del mes
de agosto; pero los navios de guerra no recibieron órdenes
de abandonar el Báltico hasta el 19 de agosto, o sea, el día
en que el Gobierno alemán se enteró por primera vez, con

26 Ulrich Friedrich Wilhelm Joachim von Ribbentrop


(Wesel, 30 de abril de 1893 – Núremberg, 16 de octubre de
1946) fue un político, diplomático, militar y Ministro de Asuntos
Exteriores de la Alemania nazi desde 1938 hasta 1945. Joachim
Ribbentrop, hijo del teniente coronel Richard Ribbentrop y de
Johanne Sophie Hertwig, provenía de una familia acomodada y
durante su adolescencia se educó en Alemania y Suiza en cole-
gios privados. De 1910 a 1914 trabajó en Canadá como comer-
ciante de vinos alemanes. Tras declararse la Primera Guerra
Mundial volvió a su país por la ruta de Estados Unidos, ingre-
sando en el ejército y participando en el frente oriental y luego
fue asignado a un cargo en la agregaduría militar alemana en
Estambul. Ascendió a teniente y obtuvo una Cruz de Hierro.
Tras la guerra Ribbentrop volvió a sus actividades empresar-
iales, siendo considerado un hombre apolítico volcado en sus
negocios, y sin dar mayores muestras de antisemitismo durante
los años de la República de Weimar. El 15 de mayo de 1925 fue
adoptado por una tía lejana suya de nombre Gertrud von Rib-
bentrop (1863-1943), cuyo padre Karl Ribbentrop había recibi-
do un título aristocrático en 1884 y que desde entonces se apelli-
daba von Ribbentrop. Por ello, Joachim Ribbentrop empezó en-
tonces utilizar en su propio apellido la partícula nobiliaria von,
aunque no le correspondía por nacimiento. En 1920 se casó en
Wiesbaden con Anna Elisabeth Henkell, con la que tuvo cinco
hijos, continuando sus actividades como empresario especializa-
do en comercio internacional durante la República de Weimar

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cierta seguridad, de que Moscú estaba dispuesto a con-


certar un pacto.
Durante las negociaciones que condujeron a la aceptación
final por parte de Moscú, el 19 de agosto, de la propuesta
visita de Ribbentrop , y el telegrama personal de Hitler a
Stalin, del 20 de agosto, rogando que la visita pudiera efec-
tuarse el 22 ó 23 de agosto, Alemania tomó la iniciativa. Es
evidente la ansiedad de Hitler por concertar este pacto y
por firmarlo lo antes posible.
Obtuvo el éxito deseado; el Pacto fue firmado en Moscú a
primeras horas del 24 de agosto; pero el 22 de agosto, en
otro discurso a sus generales, Hitler anticipó el resultado
27. Los informó que el Pacto 28 sería firmado en el plazo de

uno a dos días. Les confesó igualmente que siempre había


estado «convencido de que Stalin jamás aceptaría aliarse
con Inglaterra»; que, a su juicio, la substitución de Litvi-
nov era decisiva. «Y, por consiguiente, gradualmente he
iniciado este cambio con respecto a Rusia.»
Sin embargo, fue en parte, debido a las esperanzas que
concibió con respecto al Pacto con Rusia, que Hitler, par-
tiendo del punto de vista de que las potencias aliadas lu-
charían por Polonia, decidió conti-ínuar con sus planes
respecto a Polonia, pero también es evidente que su deci-
sión de atacar a la misma en el otoño del año 1939, anun-
ciada ya en sus directrices del mes de abril, y confirmadas
el 23 de mayo, fue tomada ya antes de que las negociacio-
nes con Rusia entraran en una fase positiva. La posibilidad
de un pacto ruso-germano flotaba ya en el aire desde Mu-
nich; pero no fue Hitler el que tomó la iniciativa a este res-
pecto para entablar negociaciones concretas; y su decisión
27 No se sabe con certeza si Hitler hizo uno o dos discursos por
separado el 22 de agosto, puesto que existen dos textos de aquel
mismo día. Yo me refiero a los mismos como si se tratara de uno
solo. Con respecto a los dos textos, véase D. N., 798-PS y 1014-
PS; Proceedings, part. I, pág. 172. El resumen de los mismos
que, sin embargo, contienen extractos de los dos, véase D. N., 3-
L.

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con respecto a Polonia había sido ya anunciada cuando los


rusos dieron el paso decisivo el 17 de abril. El hecho de que
hubiese, ya tomado y anunciado su decisión puede haber
sido, desde luego, la única razón que le impulsó a vencer
sus objeciones a negociar con Rusia.

28 El Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Re-


públicas Socialistas Soviéticas, conocido coloquialmente como
Pacto Ribbentrop-Mólotov, fue firmado entre la Alemania nazi y
la Unión Soviética por los ministros de Asuntos Exteriores de
Alemania y la Unión Soviética, Joachim von Ribbentrop y Via-
cheslav Mólotov respectivamente. El pacto se firmó en Moscú el
23 de agosto de 1939, nueve días antes de iniciarse la Segunda
Guerra Mundial. El tratado contenía cláusulas de no agresión
mutua, así como un compromiso para solucionar pacíficamente
las controversias entre ambas naciones mediante consultas mu-
tuas. A ello se agregaba la intención de estrechar vínculos
económicos y comerciales otorgándose tratos preferenciales, así
como de ayuda mutua: El principal elemento era que ninguno
de los países celebrantes entraría en alguna alianza política o
militar contraria al otro, lo cual implicaba en la práctica que la
Unión Soviética rechazaría integrarse a cualquier bloque forma-
do contra el Tercer Reich. No obstante el tratado contenía tam-
bién un Protocolo Adicional Secreto (sólo para conocimiento de
los jerarcas de ambos gobiernos y no reveladas al público)
donde el Tercer Reich y la Unión Soviética definían práctica-
mente el reparto de la Europa del este y central fijando los
límites de la "influencia" alemana y soviética mediante mutuo
acuerdo, determinando que ambos Estados fijaban pactos para
no interferir en sus respectivas "zonas de influencia" mientras
reconocían los "intereses" de cada uno sobre ciertos territorios
de Europa Oriental. Así, el Pacto establecía que Polonia quedar-
ía como "zona de influencia" que se repartirían entre ambos es-
tados mediante un "común acuerdo" que tuviese en cuenta los
"intereses mutuos", mientras que la Unión Soviética lograba que
Alemania reconociese a Finlandia, Estonia, Letonia y la Besara-
bia como "zonas de interés soviético" y, más tarde, también re-
conociera a Lituania como tal, aunque a cambio la URSS se
comprometía a respetar los "intereses especiales" de Alemania
sobre la ciudad de Vilna.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 39

A pesar de las afirmaciones de Hitler, no fue sin profundas


vacilaciones que confirmó el 23 de mayo las directrices
aprobadas en el mes de abril. Fue probablemente el resul-
tado de esta ratificación la que decidió a Hitler a continuar
las negociaciones con Moscú. 29 Y las instrucciones al em-
bajador alemán, enviadas el 30 de mayo, no ofrecen la me-
nor duda de que sólo muy poco antes había cambiado de
opinión con respecto a un punto tan importante. Pero in-
cluso en el caso de que llegara a esta decisión después de la
29 Arthur Neville Chamberlain (Birmingham, 18 de marzo de
1869 - Heckfield, 9 de noviembre de 1940) fue un político con-
servador británico, Primer Ministro del Reino Unido entre el 28
de mayo de 1937 y el 10 de mayo de 1940. Es famoso por su polí-
tica de apaciguamiento con respecto a la Alemania nazi y la Con-
ferencia de Múnich de 1938. Era el hijo menor de Joseph Cham-
berlain, secretario de estado para las colonias y uno de los
líderes de la rama liberal "unionistas" que se unieron al Partido
Conservador. Fue uno de los políticos más conocidos a finales
del siglo XIX por su política abiertamente imperialista. También
su hermanastro Joseph Austen Chamberlain se dedicó a la polí-
tica, llegando a ser presidente de la Cámara de los Comunes,
ministro y jefe del Partido Conservador. Los inicios de Arthur
en política fueron bastante tardíos, puesto que accedió a ella
tras una próspera carrera en el mundo de los negocios. Su pri-
mera misión, al igual que había sucedido con su padre, la de al-
calde de Birmingham (1915).
En 1918 es elegido diputado por el Partido Conservador, y entre
1923-24 desempeñó por primera vez el cargo de Ministro de Ha-
cienda. En 1924 cambió de ministerio y pasó a ser el responsa-
ble de Sanidad, cargo que desempeñaría hasta 1929. Dos años
más tarde fue nombrado Ministro de Hacienda (Chancellor of
the Exchequer) de nuevo, cargo que ocuparía hasta 1937. Cham-
berlain afrontó la crisis económica con medidas proteccionistas.
En 1937 accede a la jefatura del Partido Conservador y al cargo
de primer ministro, sucediendo a Stanley Baldwin. Su nombre
históricamente quedará ligado a su política exterior, en lo que se
llamó «appeasement» (apaciguamiento), que pretendía contem-
porizar con la política expansionista de Adolf Hitler cediendo a
la mayor parte de sus exigencias.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 40

substitución de Litvinov, a principios del mes de mayo, tal


como afirmó Hitler, en lugar de tomar la decisión a fines
de mes, lo cierto es que las directrices referentes a Polonia
habían sido ya anunciadas; y este hecho basta para demos-
trar que, prescindiendo de lo que podía esperar de un pac-
to con Rusia, existía además, otro elemento en la situa-
ción.
Este otro factor era la ulterior determinación de Hitler,
después de las declaraciones de Chamberlain del 31 de
marzo, de mantenerse fiel al nuevo programa que el cam-
bio de frente en la política exterior británica le había obli-
gado a adoptar: o sea, atacar a Polonia en el otoño.
Ésta era su actitud y hemos tratado de fundamentarla so-
bre la base de la íntima relación cronológica entre sus di-
rectrices del mes de abril y la declaración anglo-polaca. Pe-
ro esto no revela en toda su amplitud el por qué la declara-
ción anglo-polaca no sólo forzó sus movimientos, sino que
también le ayudó a perder la serenidad. Existe la evidencia
de que, aun en el caso de no haber logrado concertar un
pacto con Rusia, hubiese atacado, no obstante, a Polonia.
Al revisar los resultados de esta argumentación, es necesa-
rio recordar que Hitler anunció sus directrices para el ata-
que contra Polonia antes de que las negociaciones ruso-
germanas hubiesen sido iniciadas en serio y, además, el he-
cho de que no fue precisamente por iniciativa de Hitler, si-
no sólo de Moscú, el que se iniciaran negociaciones en sen-
tido positivo. La fase siguiente la encontraremos expuesta
en su discurso del 23 de mayo 30. Su objeto fue confirmar
su decisión de atacar a Polonia en la primera ocasión opor-
tuna; sin embargo, seguramente porque su mente no esta-
ba todavía preparada para las negociaciones con Rusia, la
esperanza de un resultado feliz de las mismas representa-
ba sólo un factor subordinado a estas conclusiones.
Lo cierto es que estaba sumamente interesado en el resul-
tado de las negociaciones con Rusia; mencionó que «en los

30 D. N., 79-L; Proceedings, part. I, pp. 166-70.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 41

comentarios de la Prensa rusa se observa una prudente re-


serva»; creía que «no era imposible que Rusia se desintere-
sará por completo de la destrucción de Polonia». Pero muy
lejos de estar seguro de esto, lejos de dejarse influir por
cualquier esperanza con respecto al pacto con Rusia, conti-
nuaba creyendo que Rusia se opondría a cualquier ataque
contra Polonia; y, sin embargo se aferraba a la decisión
que ya había tomado de lanzarse al ataque.
«En el caso de que Rusia tome medidas para oponerse a
nuestros planes — declaró —, nuestras relaciones con el
Japón se harán más íntimas y estrechas... El Japón es un
elemento de peso. Incluso si, al principio y por varias razo-
nes, su colaboración con nosotros aparece un tanto fría y
reservada, está dentro de todas las posibilidades que el Ja-
pón en su propio interés pueda atacar a Rusia a su debido
tiempo.» Pero esto no era todo. Por la época en que supo-
nía que Rusia se opondría a un ataque contra Polonia, no
sólo estaba dispuesto a confiar en «el propio interés del
Japón» para paralizar a Rusia; estaba ya tan decidido a lle-
var adelante sus planes que juró que no se detendría inclu-
so ante la contingencia mucho peor de de una alianza en-
tre Rusia, Francia y la Gran Bretaña. En este caso, declaró,
se decidiría igualmente por el ataque, a pesar de que adop-
taría una estrategia diferente. «Me vería obligado a asestar
a Inglaterra y Francia (primero) unos cuantos golpes para
aniquilarlas.»
Éstos eran sus puntos de vista en una época en que, lejos
todavía de estar seguro de poder concertar un pacto con
Rusia, había de pasar todavía otra semana antes de que
instruyera al embajador alemán en Moscú de que «contra-
riamente a la política previamente planeada, hemos decidi-
do iniciar negociaciones definitivas con la Unión Soviéti-
ca», y, a este argumento de que, tanto si se firmaba el pac-
to con Rusia como si no, estaba Hitler decidido a atacar an
el año 1939, hay que añadir otro. Su decisión de actuar y
sus preparativos para lanzarse a la acción no eran en modo
alguno afectados por el hecho que continuaba siendo in-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 42

cierto si las negociaciones con Rusia redundarían en un


éxito.
A principios de agosto, las relaciones con Rusia continua-
ban siendo las mismas de siempre. Las disposiciones de
precaución naval fueron tomadas en una época en que Hi-
tler todavía no podía estar seguro de si Rusia accedería a
firmar el Pacto. Las órdenes del 4 de agosto a los acoraza-
dos de bolsillo confirmaban, en efecto, que «la actitud de
Rusia es incierta, a pesar de que, en un principio, puede
suponerse que se mantendrá neutral, pero con cierta in-
clinación favorable hacia las potencias occidentales y Polo-
nia...» El día en que fueron anunciadas estas disposicio-
nes, el embajador alemán en Moscú resumió el estado de
las negociaciones con las siguientes palabras: 31 «Mi im-
presión es que el Gobierno soviético está actualmente deci-
dido a firmar un acuerdo con Inglaterra y Francia si estas
potencias acceden a satisfacer los deseos rusos... Será ne-
cesario un esfuerzo considerable por nuestra parte para
obligar al Gobierno soviético a cambiar de actitud.» Sin
embargo, los navios de guerra habían recibido ya órdenes
de estar preparados para hacerse a la mar rumbo al Atlán-
tico.
Es posible que Hitler viera la situación con mayor claridad
que su embajador; sea como sea, tal como hemos indicado
ya anteriormente, los navios de guerra no recibieron órde-
nes de abandonar el Báltico hasta que la firma del Pacto
germano-ruso era ya un hecho cierto. Sin embargo, surge
una duda en la formulación y fecha de estas órdenes nava-
les, así como también del discurso del 23 de mayo, o sea, al
abandonar aquel principio en el que tanto había insistido
hasta la fecha, la necesidad de mantener paralizada a In-
glaterra antes de que él atacara en el Este, Hitler se sentía
tan seguro de sus fuerzas a mediados del año 1939 que po-
día muy bien renunciar a otro de sus principios.

31 Nazi-Soviet Relations, 1939-1941.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 43

No se puede afirmar con certeza de que hubiese atacado a


Polonia cuando lo hizo, 32 incluso en el caso de no haberse
llegado a la firma del Pacto germano-ruso. De todas for-
32 Hitler en el Obersalzberg

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 44

mas, se aseguró la firma del Pacto. No sabemos lo que hu-


biese hecho sin antes haber firmado el Pacto; es probable
que el propio Hitler no lo supiera. Pero no parece improba-
ble que. hubiera atacado Polonia y se hubiera arriesgado a
todas las consecuencias, tanto en el Oeste como en el Este,
si hubiese fracasado en sus negociaciones con Rusia.
Existe otra evidencia que hemos de considerar. Es necesar-
io examinar las negociaciones ruso-germanas, no por
aquella época, desde el punto de vista de su éxito final y las
afirmaciones de Hitler a continuación, sino a la luz de las
dificultades que tan fácilmente hubiesen podido preva-
lecer33.
Es evidente que la nota dominante en las negociaciones
fue la desconfianza mutua. Es evidente, pero igualmente
confirmado por los documentos, que hubieron violentas
oscilaciones en la política alemana y vivas dudas con res-
pecto al éxito de las negociaciones debido a la indecisión
de Hitler. Entre el 21 y el 26 de mayo, por ejemplo, se re-
dactaron proposiciones de gran alcance, para ser enviadas
al embajador alemán en Moscú, que Hitler rehusó mandar
alegando que eran demasiado explícitas. Es cierto que, de
acuerdo con su discurso del 23 de mayo, pronto cambió de
parecer y que el embajador alemán fue informado el 20 de
mayo de que «contrariamente a la política previamente
planeada, hemos decidido iniciar negociaciones definiti-
vas». Pero cuando el embajador alemán propuso en el mes
de junio invitar a una delegación rusa a Berlín «con todos
los poderes necesarios», Hitler redactó una respuesta que
hubiera puesto punto final a las negociaciones si hubiese
sido enviada. Como en muchas otras ocasiones, dudó y, fi-
nalmente, retiró su orden; pero no creemos equivocarnos
al afirmar que, si sólo hubiese dependido de Hitler, las ne-
gociaciones hubieran terminado en un fracaso; y no está
de más recordar a este respecto que el 23 de noviembre de
33Véase Nazi-Soviet Relations, 1939-1941. Con respecto a diver-
sos puntos de este párrafo, véase Europe in Decay, de L. B. Na-
mier, que hace referencia al material en cuestión.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 45

1939, después de iniciadas las hostilidades, consideró co-


mo una especie de milagro haber logrado evitar la guerra
en los dos frentes. «Es necesario percatarse plenamente
del hecho — declaró — de que, por primera vez en 67 años,
no luchamos en una guerra de dos frentes. Lo que había-
mos deseado ya desde 1870 y que parecía imposible que
pudiera lograrse nunca ha sido conseguido» 34.
Si juzgamos acertadamente las negociaciones con Rusia, la
actitud de Hitler entre el mes de mayo y septiembre del
año 1939, y su eventual ataque contra Polonia, aparecen en
una luz clara como el resultado lógico de la posición que
adoptó con sus directrices del mes de abril, o sea, una polí-
tica totalmente independiente del éxito o fracaso de las ne-
gociaciones con Moscú. Mucho antes de que estas negocia-
ciones se encauzaran por derroteros positivos, hablaba co-
mo un hombre convencido de la urgente necesidad de ata-
car a Polonia en el otoño del año 1939. Al mismo tiempo,
se reveló lo bastante prudente para insistir en que las cir-
cunstancias del momento del ataque debían ser lo más fa-
vorables posible. Durante el curso de las negociaciones con
Rusia, por lo menos, a partir de los últimos días del mes de
mayo, resulta claro su interés en concertar el Pacto, puesto
que éste ayudaría a que las circunstancias fuesen más fá-
ciles y favorables. Esto no quiere decir, sin embargo, que lo
deseara y que sin él no se atrevería a actuar.

V El dilema de Hitler en el Oeste


Este argumento está confirmado igualmente por la actitud
de Hitler con respecto a las potencias occidentales durante
los últimos meses de paz. El hecho de que, incluso sin el
pacto ruso, se hubiese decidido a atacar a Polonia en el año
1939 se basa, en última instancia, en el argumento de que
se dejaba dominar por el convencimiento de que la guerra
con las potencias occidentales era inevitable y que, en tales
circunstancias el tiempo no actuaba en su favor;-y no cabe

34 D. N., 789-PS.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 46

la menor duda de que así era en efecto.


Cuando el 5 de noviembre del año 1937 35, definió su obje-
tivo como la expansión del espacio vital alemán en Europa,
comenzando con la «liquidación» de Austria y Checoslova-
quia, estaba ya convencido de que «el problema alemán só-
lo puede ser solucionado por la fuerza y esto siempre en-
traña un riesgo». Sin embargo, todavía no se sentía ligado
a ningún programa definido; estaba dispuesto a considerar
la necesidad de actuar según las contingencias; estaba
dispuesto a esperar a que se presentaran las ocasiones más
favorables y postergar hasta aquel momento sus decisio-
nes. Pero presentía que ya no podría retrasar su acción
más allá del período 1939-1945: «lo cierto es que no pode-
mos esperar más tiempo». Incluso la necesidad de tener
que esperar durante tanto tiempo, considerado como Caso
1, comenzaba ya a pare-cerle como un riesgo demasiado
grande. «Si no nos lanzamos a la acción hasta 1943-1945,
cualquier año nos puede traer una crisis de alimentos... Y,
sobre todo, el mundo se anticipará a nuestras acciones y
adoptará medidas de prevención... Nuestro poder dis-
minuirá...» Y, en proporción con la necesidad de actuar an-
tes de los años 1943-1945, las posibilidades de una acción
previa, en ocasiones en que las potencias occidentales estu-
viesen demasiado ocupadas para poder intervenir, comen-
zaron a parecerle sumamente atractivas.
Estas posibilidades fueron consideradas como Caso 2 y Ca-
so 3. El Caso 2 presuponía «una crisis política interna en
Francia de tales dimensiones que absorba por completo al
Ejército francés»; en tal caso, «habría llegado el momento
de proceder contra Checoslovaquia». Caso 3, requería una
guerra en el Mediterráneo entre Italia y las potencias occi-
dentales; en tal caso, estaba «firmemente decidido a hacer
uso del momento favorable oportuno, incluso ya en el año
1938».

35Véase D. N.; ref. discurso «Hossbach», 386-PS; Procee-dings,


part. I, págs. 156-63.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 47

Pero ninguna de estas posibilidades se materializó. Sin em-


bargo, no supo esperar. Austria y Checoslovaquia habían
sido «liquidadas» ya en la primavera del año 1939. Se en-
frentó en ambos casos con menos oposición de la que él
había contado, lo cual le estimuló a pensar en futuras ac-
ciones. Sin embargo, más adelante, se enfrentó con más
oposición de lo que había esperado y deseado, y su aver-
sión por el Acuerdo de Munich se debió, principalmente, al
hecho de que hubiese sido necesario llegar a tal acuerdo.
Pronto se demostró que dichas acciones habían servido pa-
ra poner al mundo sobre aviso. Su actitud aceleró el rear-
me de otros países y condujo al enfriamiento de. las rela-
ciones con Inglaterra que él tanto interés había tenido en
evitar. Pero le estimuló igualmente a lanzarse de nuevo a
la acción. Siempre había considerado que Austria y Che-
coslovaquia sólo eran un principio; y si Alemania quería
continuar y afianzar estos éxitos, parecía un deber impera-
tivo lanzarse a la conquista de su objetivo lo antes posible.
Ya no era cuestión de esperar hasta los años 1943 -1945; y,
en este estado de ánimo, redactó las directrices del mes de
abril del año 1939 y comenzó a forjar sus planes para ata-
car a Polonia en el otoño de aquel mismo año.
El grado en que esta decisión fue influida por la alternativa
en el Oeste, se refleja en su discurso del 23 de mayo del
año 1939. Mucho más importante que la actitud rusa, co-
mo factor en sus determinaciones para atacar a Polonia sin
aplazamientos de ninguna clase, era el problema del poder
relativo entre Alemania y el Oeste. El argumento más con-
vincente en favor de una acción contra Polonia que apare-
ce en su discurso, era su punto de vista de que «un arma
posee sólo una importancia decisiva para ganar batallas
cuando el enemigo no la posee». «Esto — continuó — vale
para los gases, los submarinos y las fuerzas aéreas. Se reve-
la como cierto con respecto a las fuerzas aéreas, por ejem-
plo, mientras la flota de guerra británica no esté en condi-
ciones de adoptar contramedidas; pero éste ya no será el
caso en los años 1940 y 1941. Frente a Polonia, para tomar

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 48

otro ejemplo, los carros de combate serán más eficaces,


puesto que el Ejército polaco no puede contrarrestar la ac-
ción de los mismos. Cuando la presión directa no puede
ser considerada ya por más tiempo como factor decisivo,
ha de ser reemplazada por el factor sorpresa y por la habili-
dad en la acción.» Con cada mes que se retardara, estaba
convencido de que disminuiría la ventaja de los armamen-
tos alemanes con respecto a Polonia y a las potencias occi-
dentales. Además, Alemania «se encuentra por el momen-
to dominada por el fervor patriótico, que es compartido
por otras dos naciones, Italia y el Japón», pero es posible
que esta situación no perdure siempre. Fue por estas razo-
nes, más que por influencia de cualquier esperanza con
respecto al pacto con Rusia, que decidió continuar firme-
mente adelante con sus planes.
Sin embargo, todavía resultaba importante aislar a Polonia
antes de atacarla; todavía era lo bastante prudente para
percatarse plenamente de este hecho; y comenzó a pensar
en que un pacto con Rusia podría colmar esta aspiración.
Pero el problema que le afectaba más vivamente era aislar
a Polonia del Oeste y no de Rusia. «Nuestros esfuerzos de-
ben tender a aislar a Polonia — declaró —. El éxito de este
aislamiento es de una importancia decisiva. No debe haber
un conflicto simultáneo con el Oeste.» «Un ataque contra
Polonia sólo se revelará satisfactorio, en el caso de que no
intervenga el Oeste.» Cuando Polonia fue atacada, se
prohibió que ningún soldado alemán cruzara la frontera
del Oeste; nada debía incitar a la Gran Bretaña y a Francia
a declarar la guerra. En el ataque contra el Oeste «debe ser
nuestro objetivo comenzar con un golpe aniquilador... pe-
ro esto sólo será posible si no nos embarcamos en una gue-
rra con Inglaterra por culpa de Polonia».
Y, sin embargo, como Hitler confiesa en el mismo discur-
so, a pesar de los preparativos tomados, «lo más probable
es que el problema polaco no pueda ser independiente, de
un conflicto con el Oeste...

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 49

No es seguro que, durante el curso de una lucha germano-


polaca, pueda ser evitada la guerra con el Oeste».36 Pero en
esta situación, el 23 de mayo, antes de poseer la certeza de
que se llegaría a la firma del pacto con Rusia, incluso antes
de haberse decidido a continuar las negociaciones, y con-
vencido de que un pacto con Rusia no sería capaz de evitar
la guerra con las potencias occidentales si atacaba a Polo-
nia, no vaciló un solo instante en seguir firmemente el cur-
so que se había trazado. «Incluso en el caso de que inter-
vinieran las potencias occidentales — dijo en su discurso —
36En el circulo Claus von Staufenberg quien seria ejecutado
porm participar en el complot contra Hitler el 20 de Julio de
1944

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 50

será preferible atacar en el Oeste y liquidar a Polonia.»


«Si no poseemos la absoluta certeza de que un conflicto
germano-polaco no conducirá a la guerra contra el Oeste,
será preferible dirigirse en primer lugar contra Inglaterra y
Francia.» Su intención era, en todos los casos, atacar tanto
en el Oeste como en el Este; y «el Führer duda de la posibi-
lidad de llegar a un acuerdo pacífico con Inglaterra». Por
consiguiente, «debemos estar preparados para el conflic-
to... La alternativa está entre atacar o defender».
Estos argumentos fueron el tema principal del discurso a
sus generales el 22 de agosto 37, en que anunció sus espe-
ranzas de concertar un pacto con Rusia. Se felicitó a sí mis-
mo por el hecho de que «Polonia se encuentra actualmente
en la situación que yo deseaba verla». Sin embargo, los úl-
timos acontecimientos no habían servido para averiguar a
ciencia cierta la actitud que podrían adoptar las potencias
occidentales. Y tampoco para resolver el dilema de Hitler
en el Oeste. Admitió que todavía no sabía si la Gran Breta-
ña y Francia acudirían en auxilio de Polonia; «no podemos
referirnos con certeza a esta posibilidad». Era posible que
el pacto con Rusia les hiciera desistir de intervenir: «es po-
sible que ahora (a la vista del pacto) el Oeste no interven-
ga...». Lo más probable era, en opinión de Hitler, de que se
limitaran a protestar, pero que no se lanzarían a una ac-
ción militar. Las potencias occidentales sólo podían luchar
contra Alemania tratando de bloquearla o por medio de un
ataque directo. El bloqueo redundaría en un completo fra-
caso teniendo en cuenta las fuentes de suministro de Ale-
mania en el Este; un ataque directo a través del frente occi-
dental era imposible; la Gran Bretaña y Francia no podían
atreverse ni un solo momento a atacar a Alemania a través
de los países escandinavos, los Países Bajos, Suiza o Italia.
«Es posible que declaren la guerra, pero esto de poco pue-
de servir a Polonia.» Era de suponer que reconocerían este
hecho, antes de lanzarse a una acción irremediable. Diez

37 D. N., 788 y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 51

días antes había expuesto el mismo punto de vista a Ciano,


manifestando que «estaba personalmente convencido de
que las potencias occidentales evitarían precipitarse en
una guerra general» 38. Pero también quedaba la posibili-
dad de que no se contentaran con una mera acción de pro-
testa y estuviesen decididas a luchar. ¿Debía Alemania co-
rrer este riesgo?
Poseía menos dudas en aquel momento sobre la necesidad
de correr el riesgo que las habidas en el mes de mayo. Exis-
tían muchos factores que hablaban en favor de Alemania
en aquel momento, y era posible que aquella situación tan
favorable cambiara de aspecto. «Es probable que nadie
vuelva a merecer la confianza de todo el pueblo alemán,
como yo... Pero cabe contar con la posibilidad de que sea
eliminado en cualquier momento por un criminal o un
idiota...» «La vida de Mussolini también es vital. Si algo le
ocurriera, la lealtad de Italia ya no sería tan cierta...» «To-
das estas circunstancias tan favorables no prevalecerán
dentro de dos o tres años. Nadie sabe cuánto tiempo vivi-
ré...» Luego, había que contar con la debilidad de los opo-
nentes. La Gran Bretaña había sido debilitada por la Pri-
mera Guerra Mundial. Lo mismo cabía decir con respecto
a Francia...
«No existe ningún hombre con personalidad pre-
dominante en Inglaterra o Francia... Nuestros enemigos
no disponen de estas personalidades; hombres de acción...
En todo caso nosotros nada tenemos que perder... sólo po-
demos ganar. Nuestra situación económica es tal, que sólo
podemos alargarla durante unos pocos años más... No te-
nemos otra solución; tenemos que actuar... Por este moti-
vo, es preferible que el conflicto estalle ahora... No pode-
mos permitir que la iniciativa pase a manos de otros...
Debemos aceptar el riesgo que entraña nuestra decisión
irrevocable... Nos enfrentamos con la alternativa de
asestar el golpe ahora o ser destruidos más pronto o más

38 D. N., 1871-PS y 77-TC.

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tarde... Lo único que temo es que algún «Schweinehund»


se ofrezca como mediador... No debemos retroceder ante
nada. Todo el mundo debe estar firmemente convencido
de que estamos decididos, ya desde un principio, a luchar
contra las potencias occidentales...»39
No cabe la menor duda: fue un discurso violento y agresi-
vo; y a sabiendas de que el pacto con Rusia estaba a punto
de ser concluido, Hitler creyó, quizá, que podía hablar sin
rodeos de ninguna clase. Pero sus observaciones en esta
ocasión no estaban en contradicción con su actitud del 23
de mayo, cuando todavía no poseía la certeza de la firma
del pacto con Rusia o con cualquier otra de sus acciones a
partir del mes de abril anterior. Eran el resultado lógico de
la actitud que había ido prevaleciendo en él durante los úl-

39 Benito Amilcare Andrea Mussolini (Dovia di Predappio,


Forlí, 29 de julio de 1883-Giulino di Mezzegra, 28 de abril de
1945) fue un periodista, militar, político y dictador italiano. Pri-
mer ministro del Reino de Italia con poderes dictatoriales desde
1922 hasta 1943, cuando fue depuesto y encarcelado breve-
mente. Escapó gracias a la ayuda de la Alemania nazi, y asumió
el cargo de presidente de la República Social Italiana desde sep-
tiembre de 1943 hasta su derrocamiento en 1945, y posterior-
mente muerte por ejecución.
Mussolini —también conocido como el Duce— pasó de ser el
número 3 en el escalafón del Partido Socialista Italiano y dirigir
su rotativo Avanti!, a promover el fascismo dentro de Italia. Du-
rante su mandato estableció un régimen cuyas características
fueron el nacionalismo, el militarismo y la lucha contra el libera-
lismo y contra el comunismo, combinadas con la estricta cen-
sura y la propaganda estatal. Mussolini se convirtió en un estre-
cho aliado del canciller alemán Adolf Hitler, caudillo del nazis-
mo, sobre quien había influido. Bajo su gobierno, Italia entró en
la Segunda Guerra Mundial en junio de 1940, como aliado de la
Alemania nazi. Tres años después, los aliados invadieron el Re-
ino de Italia y ocuparon la mayor parte del sur del país. En abril
de 1945, trató de escapar a Suiza, pero fue capturado y fusilado,
cerca del lago de Como por partisanos comunistas. Su cuerpo
fue llevado a Milán, donde fue ultrajado.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 53

timos seis meses. Y sirven para confirmar anteriores argu-


mentos. 40
Su actitud frente al pacto ruso se revela con especial clari-
dad por el hecho de que los argumentos con los cuales, en
su discurso, justifica que su decisión de atacar en el año

40Erich Johann Albert Raeder (Wandsbeck, 24 de abril de 1876


– Kiel, 6 de noviembre de 1960) fue un Großadmiral (Gran Al-
mirante) alemán de la Kriegsmarine durante la Segunda Guerra
Mundial, fue uno de los pocos altos mandos que se atrevió a dis-
cutir las decisiones del Führer Adolf Hitler. Fue relevado de su
cargo en 1943, siendo sustituido por Karl Dönitz Raeder nació
en Wandsbeck, uno de los siete distritos de la ciudad alemana
de Hamburgo. Hijo de un director de escuela, entró a formar
parte en la Marina Imperial Alemana en 1894. Combatió en la
Primera Guerra Mundial, participando en la batalla del banco
Dogger en 1915 y en la Batalla de Jutlandia en 1916.
En 1922 ascendió al grado de Contralmirante y en 1925 ya era
Vicealmirante. En 1928 alcanzó el grado de Almirante General y
fue nombrado Comandante en Jefe de la Reichsmarine. En 1933
se declaró públicamente adherente a Hitler; pero no era anti-
semita delarado. Se opuso a la expulsión de los oficiales judíos
de la Marina y protestó junto a Günther Lütjens y Karl Dönitz
por los sucesos de la Noche de los Cristales Rotos. En 1935 pro-
puso a Hitler el llamado Plan Z de rearme de la Kriegsmarine, el
cual comenzó en 1939 y debía continuarse hasta 1946. Entre
otras medidas se encontraban la construcción de gran cantidad
de navíos de guerra de gran desplazamiento y el equipamiento
con cañones similares a los de los acorazados de la clase King
George británicos, además de la construcción de los submarinos
(U-Boote), que se debía realizar en completo secreto. Dispuso
también la conversión de buques mercantes en mercantes arma-
dos con poder de fuego similar al de un crucero ligero. El 1 de
abril de 1939 recibió el bastón de mando de Großadmiral (Gran
Almirante) de la Kriegsmarine, convirtiéndose en el primer ofi-
cial naval que alcanzó ese honor desde Alfred von Tirpitz. En oc-
tubre de 1939, Raeder sugirió a Hitler la ocupación de Dinamar-
ca y Noruega argumentando que Alemania no podría derrotar a
Gran Bretaña a menos que se instalaran bases navales en dichos
países.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 54

1939 continúa válido, tanto con el pacto ruso o sin él. El


pacto no influye en absoluto con respecto a la estimación
de su propia importancia, o la de Mussolini , o su despre-
cio por los estadistas occidentales. Era un argumento cier-
to que Alemania no podía esperar por más tiempo por ra-
zones económicas, que no podía aventurarse a perder la
iniciativa, y hubiera continuado siendo un argumento cier-
to, si no hubiese llegado la firma del pacto con Rusia... e,
incluso, hubiera poseído más fuerza.
El discurso, a pesar cíe ser el resultado lógico de la actitud
adoptada ya desde el mes de abril, no es una simple recapi-
tulación de la misma, confirma igualmente que el impor-
tante cambio en su actitud tuvo lugar ya por aquella fecha
y debido a que estaba más obsesionado por el dilema en el
Oeste que influido por el pacto en el Este. Hasta el mes de
abril del año 1939, había dejado de prestar atención deli-
beradamente a la marina de guerra alemana en la esperan-
za de que, en compensación, la Gran Bretaña le dejaría las
manos libres en Europa. Esto había de ser el preludio de
un eventual ataque contra la Gran Bretaña; pero no dejaba
de hacerle creer que era un acuerdo razonable. Había juga-
do con la esperanza de que fuera aceptado, aunque a des-
gana, por Inglaterra. Y, en cierto modo, obtuvo el éxito de-
seado; hasta el extremo de que, según palabras de Raeder
, hablaba de «conflictos con Polonia, Francia y Rusia» de
los cuales la Gran Bretaña quedaría excluida. Pero después
del mes de abril de 1939 la situación cambió por completo;
la Gran Bretaña adoptó una actitud firme e irrevocable.
Había obrado correctamente al respetar el poder naval in-
glés en lugar de desafiarlo. Sin embargo, ¿no sabía, acaso,
a qué fines iba destinada esta potencia? ¿Había olvidado
de que, en última instancia, siempre había sido usada para
prevenir aquella hegemonía en Europa que él planeaba
establecer?

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¿No era evidente, tal como dijo el 23 de mayo , que «Ingla-


terra que ve en nuestro desarrollo los fundamentos de una
hegemonía que la debilitarán, es la fuerza motriz contra
Alemania»? 41¿No comprendió, acaso, que el problema bri-
tánico no podía ser dejado a un lado? Alemania podía re-
nunciar a representar una amenaza naval directa; pero era
inevitable que Alemania tendría que embarcarse en una lu-
cha contra la Gran Bretaña antes de poder extender su
hegemonía por Europa tal como deseaba Hitler. La
alternativa era renunciar a sus planes con respecto a Euro-
pa o luchar contra la Gran Bretaña. 42
Hitler no quiso renunciar a sus planes. Hubiese podido re-
trasar su ejecución. Pero, si ésta era la situación real, ¿qué
iba a salir ganando con aplazar la ejecución de los mis-
mos? ¿No era, acaso, lo mismo atacar a Polonia de acuerdo
con sus planes y, si no había posibilidad de evitarlo, lanzar-
se igualmente a la lucha contra la Gran Bretaña? Más tar-
de o más pronto, había de estallar la guerra entre las dos
potencias. Y, puestos a pensar sobre este hecho, ¿no exis-
tían, acaso, poderosas razones que justificaban que cuanto
antes mejor? «La rápida liquidación de Polonia en estos
momentos — le dijo a Ciano el 12 de agosto —, sólo puede
representar una ventaja con respecto al conflicto inevitable
con las potencias occidentales» 43.
Finalmente, sus declaraciones del 22 de agosto nos recuer-
dan su política naval durante los años anteriores al estalli-
do de las hostilidades y la situación en que se encontraba
la marina de guerra alemana al comienzo de la guerra. En
sus esfuerzos por rehuir el problema británico, Alemania
era débil en el mar, en su desesperación por anticiparse al
problema, una vez inevitable, la lanzó a una guerra para la
cual no estaba preparada; y esto debido a que la debilidad
de la marina de guerra alemana había pasado a ser con-
siderada como un factor de importancia menor en relación
41 Edicion de lujo de Mi Lucha
42 D. N., 79-L.
43 5 D. N., 1871-PS y 77-TC.

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con otros que concordaban con su impaciencia por lanzar-


se a la acción.
Pero no existe razón para creer que esta desventaja fue pa-
sada por alto por todos. En tanto que Hitler se sentía incli-
nado a ignorarla, otros le prestaban la máxima atención.
El memorándum de Raeder del mes de septiembre del año
1939 y su carta del mes de junio del año 1940 revelan con
toda claridad que había prevenido a Hitler de que la mari-
na de guerra alemana no podía contar con el menor éxito
si estallaba un conflicto armado con la Gran Bretaña en el
año 1939. El 15 de abril de 1939, al discutir con Mussolini
la fecha en la cual Alemania estaría preparada para «de-
mostrar su potencia», Goering dijo «que Alemania es com-
parativamente muy débil por mar» 44. Mussolini aconsejó
en más de una ocasión a su aliado, durante los últimos me-
ses de paz, sobre la conveniencia de aguardar dos o tres
años más teniendo en cuenta la situación en que se encon-
traba la marina de guerra alemana 45.

44 Véase Notes of a Conference between Goering and Mussolini,


del 15 de abril de 1939. (D. N., 1874-PS.)
45 Véase el telegrama del embajador alemán en Roma dirigido a

Berlín el 5 de agosto de 1939. (D. N., 1822-PS, ídem 2.)

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Capitulo II

La primera Fase

I Los intentos de Hitler para aislar la Campaña de Polonia


La esperanza que Hitler albergó hasta el último momento
fue que las potencias occidentales no declararían la guerra,
que se darían por satisfechas con medidas menos enérgi-
cas y que limitarían su acción a una protesta formal; fue-
ron tomadas todas las precauciones a fin de asegurar este
resultado. Fue por esta razón que, el 24 de agosto, al ente-
rarse de que iba a tener lugar la firma del Acuerdo Anglo-
Polaco , como, en efecto, se efectuó al día siguiente, cance-
ló la orden que había dado aquella misma mañana al efec-
to de que la invasión de Polonia comenzara el día 25 de
agosto. La anulación consistió en aplazar el Día D hasta el
primero de septiembre.
El objeto fue hacer un último intento, a través del embaja-
dor británico, a fin de convencer a las potencias occidenta-
les a que renunciaran a la guerra 46.
Este último esfuerzo fracasó, pero Hitler continuó alimen-
tando la esperanza, tal como revelan sus directrices del 31
de agosto 47. En estas directrices finales ordenó"que la in-
vasión de Polonia se iniciara a la mañana siguiente, pero
insistió igualmente en que no se emprendiera ninguna ac-
ción que pudiese provocar a la Gran Bretaña y Francia.

46 Véanse, a este respecto, las declaraciones de Ribbentrop (D.


N., 91-TC; Proceedings, part. 10, pág. 183), Goering (D. N. (C.
and A.), Supplement B, págs. 1105-6) y las Actas del Tribunal de
Nurenberg (Proceedings, part. 2, pág. 164).
47 D. N., 126-C.

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«La responsabilidad del comienzo de las hostilidades en el


Oeste debe descansar de un modo inequívoco sobre Ingla-
terra y Francia... La frontera alemana en el Oeste no debe
ser cruzada en ningún punto sin mi expreso consentimien-
to. Lo mismo vale para todas las acciones militares por

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mar o que puedan ser interpretadas como tales... 48 . Las


medidas de defensa por parte de las fuerzas aéreas deben
limitarse exclusivamente, a dar la señal de peligro en el ca-
so de ataques enemigos aéreos sobre la frontera del
Reich...»

48 La alianza militar anglo-polaco se refiere a la alianza entre el


Reino Unido y la Segunda República Polaca formalizado por el
Acuerdo anglo-polaco en 1939 y adendas posteriores de 1940 y
1944, para la asistencia mutua en caso de invasión militar de
Alemania, como se especifica en un protocolo secreto.
El 31 de marzo de 1939, en respuesta al desafío del Acuerdo de
Munich y la ocupación de Checoslovaquia de la Alemania nazi,
el Reino Unido se comprometió el apoyo de sí mismo y Francia
para garantizar la independencia de Polonia.
... En caso de cualquier acción que claramente amenazada la in-
dependencia de Polonia, y que el Gobierno polaco en consecuen-
cia considera que es vital para resistir con sus fuerzas nacio-
nales, el Gobierno de Su Majestad se sienten obligados a la vez a
prestar el Gobierno polaco todo el apoyo en su poder . Ellos han
dado el Gobierno polaco una garantía para este efecto.
Puedo añadir que el Gobierno francés me han autorizado a dejar
claro que están parados en la misma posición en esta materia al
igual que el Gobierno de Su Majestad. El 6 de abril, durante
una visita a Londres por el ministro de Asuntos Exteriores pola-
co, se acordó formalizar la garantía como una alianza militar an-
glo-polaco, en espera de las negociaciones. Esta garantía se
amplió el 13 de abril a Grecia y Rumania tras la invasión de Al-
bania de Italia. El 25 de agosto, dos días después de que el pacto
nazi-soviético, se firmó el Acuerdo de Asistencia Mutua entre el
Reino Unido y Polonia. El acuerdo contenía promesas de asis-
tencia militar mutua entre las naciones en el caso de que cual-
quiera fue atacado por algunos "países europeos". El Reino Uni-
do, sintiendo una peligrosa tendencia del expansionismo
alemán, trató de impedir la agresión alemana por esta muestra
de solidaridad. En un protocolo secreto del pacto, el Reino Uni-
do se ofreció asistencia en el caso de un ataque a Polonia especí-
ficamente por Alemania, mientras que en el caso del ataque de
otros países estaban obligados a las partes a "ponerse de acuer-
do sobre las medidas a tomar en común ".

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Pero estas directrices admitían también la posibi-dad de


que las potencias occidentales iniciaran las hostilidades;
no podía hacerse otra cosa ya que, incluso después de la
firma del pacto con Rusia, Hitler no podía tener la certeza
de si la Gran Bretaña y Francia declararían la guerra o no.
En caso afirmativo, la misión de las fuerzas armadas, de
acuerdo con las directrices, era mantenerse a la defensiva
conservando en todo momento la libertad de acción, condi-
ciones consideradas como necesarias para la conclusión
satisfactoria de las operaciones contra Polonia. 49
Aparece claro, una vez más, que la importancia del pacto
ruso no estriba tanto en la influencia sobre sus decisiones
de atacar a Polonia y correr el riesgo de una guerra gene-
ral, como en el efecto que ejerció al alterar su estrategia pa-
ra la primera campaña en el caso de que la guerra se gene-
ralizara. En su discurso del 23 de mayo de 1939 50, expuso
que, en el caso de intervenir las potencias occidentales,
«sería preferible atacar en el Oeste y liquidar a Polonia in-
cidentalmente», y que, si se llegaba a una alianza entre Ru-
sia y el Oeste, «atacaría en primer lugar a Francia e Ingla-
terra con unos cuantos golpes aniquiladores». Esto era
más fácil de decir que de hacer, desde luego, pero sus de-
claraciones eran un claro exponente de su modo de pensar,
y éste sufrió un cambio como resultado del pacto ruso. Po-
día no impedir que las potencias occidentales declarasen la
guerra; pero, al menos, impedía que pudiesen ayudar a Po-
lonia; y volcó todas las esperanzas de Hitler en una nueva
dirección y le indujo a cambiar sus planes estratégicos. En
tanto que la primera campaña quedaba limitada a Polonia,

49 Esta orden fue interpretada por el Estado Mayor Naval en el


sentido de que los submarinos y los acorazados de bolsillo que
se encontraban ya en alta mar, debían limitarse a adoptar
posiciones de espera y no iniciar ningún ataque. El hundi-
miento del Athenia, sin previa advertencia, la noche del 3 de
septiembre de 1939, fue una violación de esta orden por el co-
mandante del submarino.
50 D. N., 79-L, Proceedings, part. I, págs. 166-.70.

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si ésta era derrotada rápidamente, la Gran Bretaña y Fran-


cia, incluso si declaraban la guerra, tal vez acceptasen el
fait accompli tan pronto Polonia hubiese sido aniquilada
51.

En otras palabras, el efecto principal del pacto ruso no fue


convencer a Hitler de que Polonia podía ser atacada sin
guerra, pero si a estimularle en la creencia de la posibili-
dad de una guerra corta; y esto queda confirmado al esta-
blecer una comparación entre sus declaraciones del 23 de
mayo de 1939 con las del 22 de agosto, así como también
en relación con su estrategia para la primera campaña. El
23 de mayo no estaba todavía seguro de la firma del pacto
ruso, admitía que una guerra con las potencias occidenta-
les podía resultar difícil, una «lucha a vida o muerte». «La
idea de que se trata de una empresa fácil es peligrosa...
Debemos quemar nuestras naves... Todo Gobierno debe
aspirar a una guerra corta; sin embargo, debemos estar
preparados para una guerra de diez o quince años de dura-
ción.» El 22 de agosto, durante el discurso en que anunció
el pacto ruso, no sólo se sintió inclinado a creer que las po-
tencias occidentales no declararían la guerra ante la impo-
sibilidad de poder ayudar a Polonia; sino que también con-
fiaba en que, aun en el caso de que declarasen la guerra,
aceptarían lo inevitable y harían la paz una vez Polonia hu-
biese sido derrotada. «Nadie cuenta con una guerra lar-
ga», dijo de acuerdo con una de las versiones de su discur-

51 Además del texto de las directrices del 31 de agosto, las decla-


raciones de Goering confirman este punto (D. N. (C. and A.)
Supplement B, pág. 1140). En la misma declaración (pág. 1119),
Goering añade el hecho interesante de que, cuando propuso un
ataque aéreo por sorpresa contra la flota inglesa el día siguiente
de comenzar la guerra, Hitler, que había tomado en considera-
ción tal acción en su discurso del 23 de mayo de 1939, la prohi-
bió y dictó instrucciones enérgicas en contra de la misma.
52 D. N., 789-PS y 1014-PS; Proceedings, part. I, pág. 172.

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so 52. «Si von Brauchistsch 53 me hubiese dicho que necesi-


taría cinco años para conquistar Polonia, le hubiese repli-
cado que no podía atreverme a iniciarla. Es una estupidez
decir que Inglaterra lo que desea es una guerra de larga
duración. » En otra versión, este paraje es expuesto de un
modo diferente, pero el sentido es el mismo 54.
Raeder alega que se sintió «horrorizado» por la presun-
ción de que tal vez las potencias occidentales no intervinie-
sen y que aceptarían un fait accompli tan pronto Polonia

53 Heinrich Alfred Hermann Walther von Brauchitsch


(Berlín, 4 de octubre de 1881 – Hamburgo, 18 de octubre de
1948) fue comandante en jefe del OKH (Alto Mando del Ejérci-
to) en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial.
Walther von Brauchitsch nació en Berlín, hijo del general Bern-
hard von Brauchitsch y de Charlotte von Gordon. En 1900, tras
entrenarse en la escuela de cadetes, Von Brauchitsch sirvió en la
Guardia Prusiana, y durante la Primera Guerra Mundial fue ofi-
cial del Estado Mayor. En 1910 contrajo matrimonio con Eliza-
beth von Karstedt, una rica heredera.Cuando Adolf Hitler llegó
al poder y comenzó a expandir el ejército, Von Brauchitsch fue
nombrado jefe del distrito militar de Prusia Oriental, en
sustitución de Werner von Blomberg. En 1937, se convirtió en
comandante del IV Ejército. Pese a estar personalmente neutral
al Nazismo de muchas maneras, acabó convirtiéndose en una
persona de gran confianza para Hitler, y se vio forzado a aceptar
80.000 marcos alemanes del Führer para poder divorciarse y
casarse con Charlotte Schmidt. Sustituyó al frente del OKH al
general Werner von Fritsch como comandante en jefe del ejérci-
to de tierra Heer tras la destitución de éste, acusado de homo-
sexualidad en 1938.
54 D. N., 3-L. En esta versión el pasaje en cuestión dice lo si-

guiente: «Von Brauchistsch me ha prometido que la guerra


contra Polonia terminará en cuestión de pocas semanas. Si me
hubiese dicho que iba a durar varios años, o incluso sólo un
año, no hubiera dado la orden de avance y, temporalmente, me
hubiera aliado con Inglaterra en lugar de hacerlo con Rusia. No
estamos en condiciones para sostener una guerra de larga dura-
ción.»

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hubiese sido derrotada 55.

55 D. N. (C. and A.), Statement VII.

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Pero durante algún tiempo después de haber expirado ya,


el ultimátum británico y francés, y cuando los dos países se
encontraban ya en estado de guerra con Alemania, pareció
compartir la creencia de Hitler con respecto a la segunda
posibilidad. 56El 7 de septiembre, durante su primera con-
ferencia de guerra con Hitler, consideró que:
«La Gran Bretaña no está capacitada para embarcar a
Francia en una guerra incondicional. Francia no tiene nin-
gún objetivo en esta guerra y, por consiguiente, trata de
mantenerse alejada de la misma. Después del colapso de
Polonia, que puede ser esperado dentro de muy poco, es
posible que Francia y, tal vez posteriormente, la Gran Bre-
taña, estén dispuestas a aceptar hasta cierto punto la situa-
ción que ha sido creada en el Este.»
Propuso, por lo tanto, «en vista de la reserva política y mi-
litar demostrada por Francia y la vacilante conducta por
parte de Inglaterra", que los dos acorazados de bolsillo que
se encontraban en el Atlántico abandonaran las zonas de
operaciones y ocuparan posiciones de espera. Debido a su
deseo de llegar a un posible arreglo, Francia debía ser tra-
tada con guante blanco. «No debe emprenderse ninguna
acción ofensiva contra Francia»; no debían ser atacados
los barcos franceses, incluyendo los buques de guerra; los
puertos franceses no debían ser minados. Y, debido a la ac-
titud imparcial de los países neutrales y al hecho de que
los Estados Unidos tenían el más vivo deseo de conservar
una estricta neutralidad, la guerra submarina debía ser re-
ducida, retirando varios de los submarinos que ya se
encontraban en alta mar y prohibiéndoles atacar los navios
de pasajeros aun en el caso de que fueran protegidos por
buques de guerra.
Hitler aprobó inmediatamente dichas proposiciones, pues-
to que concordaban con su propia política; y, después de
dar su aprobación a las mismas, anunció que era necesario
adoptar una actitud de espera hasta que se hubiese despe-

56 Foto de Hitler colorizada

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jado la situación política en el Oeste para lo cual calculaba


una semana de tiempo.

II Las proposiciones de Raeder al fallar este intento


En la época de su segunda entrevista con Hitler, el 23 de
septiembre, Raeder había comenzado ya a sospechar que
la guerra contra Francia y la Gran Bretaña habría de ser
«sostenida hasta el final»; y, en consecuencia, presentó
sus objeciones a la prolongación de las limitaciones que,
por razones políticas y debidas a sus propias sugerencias,
se habían impuesto a la guerra naval. Insistió en que los
acorazados de bolsillo debían recibir el permiso para ope-
rar antes de principios del mes de octubre, o sea, antes de
que acabasen sus provisiones y bajase la moral de combate
de sus tripulantes. Igualmente debía ser anulada la prohi-
bición de atacar navios de guerra franceses, sobre todo la
que hacía referencia a los ataques de los submarinos con-
tra los acorazados de combate Dunkerque y Strasbourg,
que representaban la principal amenaza contra los acora-
zados de bolsillo alemanes. La orden prohibitoria de minar
los puertos franceses permitía a los convoyes de tropas bri-
tánicas desembarcar en el continente sin ser molestados, y
lo mismo cabía aducir contra la prohibición de atacar los
barcos mercantes franceses; estas prohibiciones debían ser
anuladas lo antes posible. Debido a que todos los barcos
mercantes franceses y todos los barcos ingleses de pasaje-
ros eran inmunes y, porque, de acuerdo con la Convención
de La Haya, los submarinos tenían la terminante pro-
hibición de hundir los barcos mercantes ingleses sin previa
advertencia, 'y sólo después de haber sido identificados co-
mo tales, los submarinos hundieron muchos menos barcos
mercantes de lo que hubiesen podido en un momento en
que las defensas enemigas 110 estaban debidamente orga-
nizadas. Estas prohibiciones debían ser igualmente anula-
das y ser enviada una segunda oleada de submarinos para
operar con completa libertad contra los barcos enemigos.

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Excepción hecha de insistir en que los barcos de pasajeros,


una vez identificados como tales, debían continuar inmu-
nes a cualquier ataque, Hitler aprobó el 23 de septiembre
todas estas recomendaciones; por aquel entonces había co-
menzado ya a dudar, al igual que Raeder, de que las poten-
cias occidentales se mostrarían dispuestas a concertar un
acuerdo. Pero la proposición más importante de todas, o
sea, que los submarinos pudiesen hundir cualquier barco
mercante, enemigo sin previa advertencia fue anulada in-
mediatamente; Hitler se mostró dubitativo con respecto a
otras sugerencias de mayor alcance que Raeder le hizo du-
rante aquella entrevista.
Tan pronto se esfumaron sus cortas esperanzas, Raeder no
dudó un solo instante en conceder toda la prioridad, y de
un modo inmediato, a la guerra contra la Gran Bretaña. En
consecuencia, además de proponer la anulación de las li-
mitaciones especiales impuestas al estallar la guerra, insis-
tió cerca de Hitler para que éste tomara en consideración
otras medidas más serias, medidas que él estaba convenci-
do sería necesario adoptar si Alemania quería ganar la gue-
rra. Estas medidas pueden ser clasificadas en tres aparta-
dos.
En primer lugar, la necesidad de extender la guerra al mar
por todos los medios, incluso contraviniendo las leyes in-
ternacionales. El 23 de septiembre insistió en que la expre-
sión «guerra submarina ilimitada» debía evitarse y sugirió,
en su lugar, «que Alemania declarase el bloqueo de Ingla-
terra». «Esto nos liberará de tener que observar restriccio-
nes, sea cuales sean, a cuenta de objeciones basadas en las
leyes internacionales». El 10 de octubre amplió esta argu-
mentación.
«Si la guerra continúa, el bloqueo de Inglaterra debe ser
puesto a la práctica inmediatamente y con la mayor inten-
sidad... Todas las objeciones deben ser arrumbadas a un
lado. Incluso la amenaza de la entrada de América en la
guerra, que aparece cierta si ésta continúa, no debe servir
de motivo para imponer ninguna restricción. Cuanto antes

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y cuanto más fuertemente actuemos, tanto más pronto


obtendremos los resultados apetecidos y tanto más corta
será la guerra. Las restricciones sólo sirven para prolongar
la guerra.»
El segundo argumento de Raeder era la necesidad de un
aumento inmediato en el programa de construcciones de
submarinos. El 23 de septiembre hizo notar que el plan
existente sólo preveía la construcción de 7 submarinos
más en el año 1939, sólo 46 durante todo el año 1940 y só-
lo 10 al mes en el año 1941; y que dichas cifras no man-
tendrían el paso con las probables pérdidas. En el plazo de
dos semanas, si se tenía ya la certeza de que la guerra ha-
bía de continuar en el Oeste, el plan debía ser intensificado
para conseguir la construcción de 20 a 30 submarinos al
mes, aunque este plan 'de construcciones hubiese de re-
dundar en perjuicio de otras ramas de las fuerzas armadas.
El 10 de octubre insistió de nuevo en la necesidad de una
«concentración definitiva en la construcción de submari-
nos», y manifestó su convencimiento de que «el plan de
construcción de submarinos, que es indispensable y de
una importancia decisiva en la guerra contra la Gran Bre-
taña, sólo podrá ser cumplido dándole prioridad sobre to-
dos los demás programas».
En tercer lugar, Raeder hizo otras sugerencias de índole
política según las cuales podía estimularse la guerra por
mar. Los submarinos podían ser construidos en Rusia; po-
dían ser comprados a Rusia y a Italia; las bases en la costa
de Noruega eran sumamente importantes para las opera-
ciones contra las rutas del comercio inglés.
Hítler demostró poco interés por estas ideas. El 10 de octu-
bre se mostró de acuerdo con los puntos de vista expuesto
por Raeder en relación al bloqueo de Inglaterra, pero rogó
al comandante en jefe que redactara un informe para po-
derlo estudiar antes de decidirse por esta acción. El 23 de
septiembre se mostró de completo acuerdo al reconocer
que el programa de construcción de submarinos debía ser
ampliado en todos los sentidos. Pero de nuevo rogó que le

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presentasen un informe detallado antes de tomar una deci-


sión; el 10 de octubre solicitó otro informe, esta vez del
Ejército, antes de dar las órdenes. La proposición de com-
prar submarinos a Rusia fue comunicada, en primer lugar,
al ministro de Asuntos Exteriores y, finalmente, rechazada
por Hitler «por razones políticas», el 10 de octubre. Con
respecto a la adquisición de submarinos en Italia, Hitler se
contentó con decir que «los italianos se mostrarán muy re-
servados en este sentido». La proposición referente a las
bases noruegas prometió que la tomaría en consideración;
pero no prestó a la misma la menor atención hasta media-
dos del mes de diciembre.

III La actitud de Hitler frente a las proposiciones de la Flo-


ta; sus propios planes para un ataque inmediato a Francia
La aprobación por Hitler, el 23 de septiembre, de las pro-
posiciones de Raeder para anular las restricciones en la lu-
cha contra la marina enemiga fue la primera indicación de
que había comenzado a dudar de que las potencias occi-
dentales aceptasen el fait accompli en Polonia. La anula-
ción inmediata de la aprobación de la más importante de
dichas proposiciones, o sea, conceder libertad de acción a
los submarinos para hundir a los barcos mercantes enemi-
gos sin previa advertencia, fue, por otro lado, señal de que
todavía creía poder llegar a un entendimiento con Inglate-
rra o, por lo menos, según palabras de Raeder, para «me-
ter una cuña entre Francia e Inglaterra». El Estado Mayor
naval fue informado el 3 de octubre por mediación del Mi-
nisterio do Asuntos Exteriores de que la aprobación había
sido anulada «en vistas a los esfuerzos que se realizan en
la actualidad para conseguir la paz» 57; y, puesto que el es-
tado de incertidumbre podía terminar sólo con una suge-
rencia directa a Francia y a la Gran Bretaña, después de la
rendición de Varsovia el 29 de septiembre, Hitler inició
gestiones de paz cerca de Londres y de París el 6 de octu-

57 D. N., 856-D.

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bre. Estas gestiones fueron rechazadas el 12 de octubre 58.


La única razón que le había impulsado a dudar de la conve-
niencia de anular las restricciones de los ataques contra los
barcos enemigos, había sido la esperanza de que las poten-
cias occidentales aceptarían llegar a un entendimiento, y
Hitler se mostró inmediatamente de acuerdo en anular las
restricciones todavía impuestas, tan pronto fueron recha-
zadas sus proposiciones de paz. En consecuencia, el 16 de
octubre autorizó el hundimiento de barcos mercantes ene-
migos sin previa advertencia, una medida a la cual ya ha-
bía dado su aprobación el 23 de septiembre, pero que fue
anulada más tarde. El mismo día aprobó igualmente lo
mismo que se había negado a aceptar el 23 de septiem-
bre... el ataque contra los barcos enemigos de pasajeros.
Pero no hubo otros cambios, después del 12 de octubre, en
la actitud de Hitler frente a las demás proposiciones de
Raeder. Continuó oponiéndose, o simplemente las quiso
ignorar, a las sugerencias de Raeder con respecto al blo-
queo de Inglaterra, al aumento en la construcción de sub-
marinos, a la compra de submarinos a Rusia y las bases en
Noruega; y esto es suficiente para demostrar que, en estos
aspectos, su anterior oposición o su falta de interés se ha-
bía debido a algo más que a su aversión a abandonar la es-
peranza de llegar a un pronto entendimiento con el Oeste.
La segunda y más importante de las razones que justifica
su falta de interés por las demás proposiciones, incluso an-
tes de ser rechazados el 12 de octubre sus acercamientos
de paz, era que había decidido ya cuál sería su estrategia
en el caso de que no fuera posible llegar a un entendimien-
to con Francía y la Gran Bretaña; y que las proposiciones
de Raeder estaban en desacuerdo con sus propias de-
58 Referente al texto completo de este «último ofrecimiento» a
los aliados, en el discurso de Hitler ante e] Reichstag el 6 de oc-
tubre, véase el The Times del 7 de octubre; referente a
la negativa a iniciar tales gestiones por parte de Mr. Cham-
berlain en la Cámara de los Comunes el 12 de octubre, véa-
se el The Times del 13 y 14 de octubre.

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cisiones.
Se enfrentaba con dos alternativas después de haberse es-
fumado su esperanza de un ataque contra Polonia sin in-
tervención de las potencias occidentales y desaparecer
también la posibilidad de que las potencias aliadas acepta-
ran el fait accompli de la derrota de Polonia: podía mante-
nerse a la defensiva, negándose a la intervención de Ale-
mania en las fronteras del Oeste a no ser que se viese obli-
gado a ello: o podía lanzarse al ataque a través de las mis-
mas. Mientras disfrutaba de libertad de acción eit el con-
tinente, su plan había sido avanzar hacia el Este antes de
volverse hacia el Oeste; desde el cambio de actitud por par-
te de Inglaterra, dudó sobre la conveniencia de atacar pri-
mero en el Este o en el Oeste; las circunstancias le resolvie-
ron finalmente el dilema. En el Este, Polonia había sido li-
quidada, y contaba con el pacto ruso; en el Oeste, los ene-
migos estaban en pie de guerra con Alemania. Y estas mis-
mas circunstancias le persuadieron a decidirse por un
nuevo ataque en lugar de una política defensiva. Era
cierto que, a pesar de todo, se había visto «embarcado en
una guerra contra Inglaterra por culpa de Polonia», pero
las potencias occidentales, que habían sido incapaces de
ayudar a Polonia, parecían igualmente no estar preparadas
para sostener una guerra total, en tanto que el pacto ruso,
que le había impulsado a creer que no se lanzarían a la
guerra.
le persuadía ahora de que no sería difícil derrotarlas. Lo
que había sido considerado como la mejor condición pre-
via para el logro del éxito, aislar Polonia, avanzar en direc-
ción Este y atacar el Oeste en una fecha posterior, se había
demostrado que era imposible. El segundo método, un
acuerdo con el Oeste hasta estar preparado para atacar a
su vez a las potencias occidentales, había redundado igual-
mente en un fracaso. Pero incluso en este caso las
condiciones continuaban siendo buenas para atacarlos y
«asestarles golpes aniquiladoíes», sobre todo si actuaban
sin la menor vacilación ni retraso.

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El único problema, pues, era decidir los planes estratégi-


cos para el ataque en el Oeste. Y, puesto que parecía que
las condiciones en las que habría de realizarlo serían pare-
cidas a las que él había calculado, su decisión no se corro-
boraba con las ideas que alimentaba en su mente hacía ya
mucho tiempo. El 23 de mayo de 1939 había dicho que su
aspiración, si se volvía hacia el Oeste, era ocupar Holanda
y Bélgica «a toda velocidad» y asegurar la pronta derrota
de Francia. Trataría igualmente de eliminar rápidamente a
la Gran Bretaña por medio de «un golpe final decisivo»,
por ejemplo, un ataque aéreo para destruir su flota. Pero lo
más probable era que la guerra contra la Gran Bretaña fue-
se de larga duración; y, por consiguiente, era esencial ase-
gurarse el dominio de la Europa occidental y alejar a la
Gran Bretaña de estas regiones.
«Si Holanda y Bélgica son ocupadas con pleno éxito, y si
Francia es igualmente derrotada, las condiciones funda-
mentales para una lucha con resultado victorioso contra
Inglaterra estarán aseguradas. Inglaterra podrá, en este ca-
so, ser bloqueada desde la costa occidental francesa por
medio de la Luftwaffe; la marina de guerra, en colabora-
ción con los submarinos, podrán completar el bloqueo. In-
glaterra no estará en condiciones de luchar en el continen-
te... el tiempo luchará en contra de Inglaterra. Alemania
no se desangrará a muerte en tierra. Esta estrategia se ha
revelado como necesaria por la experiencia de la Primera
Guerra Mundial. Con una marina de guerra más poderosa
al comenzar las hostilidades o un movimiento de cerco de
la Wehrmacht en dirección al canal de la Mancha, el fin de
la guerra hubiese sido muy diferente...»
«Alemania no dispone en la actualidad de una marina de
guerra poderosa, pero una vez la Wehrmacht... haya ocu-
pado posiciones más importantes, la producción industrial
cesará de consumirse en las batallas terrestres y podrá ser
destinada para beneficio de las fuerzas aéreas y de la mari-

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na de guerra en su lucha contra la Gran Bretaña» 59.


Los puntos de vista de Hitler se diferenciaban de los de
Raeder en un solo punto. Ambos estaban de acuerdo de
que la guerra contra las potencias occidentales, una vez co-
menzada, había de llevarse hasta su final; que la Gran Bre-
taña representaba el obstáculo principal y que el objetivo
principal era, si no derrotarla, por lo menos, obligarla a
aceptar el control de Alemania sobre el continente. Pero
Raeder insistía en conceder la prioridad, ya desde un prin-
cipio, a la lucha contra la Gran Bretaña, en tanto que Hi-
tler estaba decidido a asegurarse en primer lugar su posi-
ción continental y derrotar a Francia antes de concentrar
su atención al ataque contra Inglaterra. Por consiguiente,
cuando Raeder recomendó la abolición de las restricciones
especiales dictadas al comienzo de la guerra, Hitler se mos-
tró de acuerdo con él; puesto que, a pesar de que «aún al-
bergaba la esperanza de poder meter una cuña entre Fran-
cia e Inglaterra», estas esperanzas no eran muy grandes, y
aceptar las sugerencias de Raeder era sencillamente apro-
bar la intensificación de la guerra contando para ello con
los recursos propios de la marina de guerra. Pero cuando
Raeder solicitó de él la aprobación para conceder la priori-
dad al bloqueo de la Gran Bretaña y un aumento en el pro-
grama de construcción de submarinos, e insinuó la posibi-
lidad de establecer bases en Noruega, su actitud fue muy
diferente.
Declarar el bloqueo de Inglaterra, significaba ofender
a los países neutrales antes de estar preparado para inva-
dir los Países Bajos. En todo caso, significaría conceder la
prioridad a la guerra en el mar.; y concentrarse en el pro-
grama de construcción de submarinos, era distraer capaci-
dad de producción destinada a la Wehrmacht y a la Luft-
59D. N., 79-L; Proceedings, part. I, pág. 166-70. Ésta no fue, des-
de luego, la primera ocasión en que discutió la idea de un ataque
contra los Países Bajos y Francia. Un plan parecido se discutió
ya en 1938, con ocasión de la crisis checa. (D. N., 375-PS y 448-
PS.)

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waffe para el ataque contra Francia. 60 Las bases en Norue-


ga solamente se podían conseguir atacando aquel país y
ocupándolo, y esto representaba otra distracción de los es-
fuerzos que conducían al objetivo principal. Estas proposi-
ciones estaban en contradicción con el plan y el sistema de
prioridades, que merecían todo el interés y el afecto de Hi-
tler. No les prestó, por lo tanto, más que una atención muy
reducida y se dedicó a la ejecución de sus propias ideas cla-
ramente definidas. Éstas fueron formuladas en un memo-
rándum y anunciadas en unas directrices el 9 de octubre,
60 El Oberkommando der Wehrmacht (OKW), traducible al es-
pañol como "Alto Mando de la Wehrmacht", fue parte de la es-
tructura de las fuerzas armadas alemanas durante la Segunda
Guerra Mundial. En la práctica cumplía la función del Minister-
io de Guerra que había sido suprimido en 1938. El OKW fue
creado el 4 de febrero de 1938 con ocasión del denominado Es-
cándalo Blomberg-Fritsch que había provocado la dimisión en
bloque de la cúpula militar alemana.
En teoría el OKW era un organismo que coordinaba los esfuer-
zos del Ejército de Tierra (Heer), la Armada (Kriegsmarine) y la
Fuerza Aérea (Luftwaffe). Además, estaba a cargo de plasmar
las ideas de Hitler en órdenes militares a través del Mariscal de
campo Wilhelm Keitel y el general Alfred Jodl. Inicialmente tu-
vo poco control sobre las fuerzas armadas alemanas, pero al
progresar la guerra, el OKW empezó a enviar cada vez más
órdenes directas a las unidades militares, si bien la mayoría de
estas unidades eran las que se encontraban en el Frente occiden-
tal y en el Mediterráneo. De este modo, en 1942 el OKW coman-
daba de facto todas las fuerzas alemanas a excepción del Frente
oriental, que estaban controladas por el Oberkommando des
Heeres (OKH). Tras el fracaso de la Batalla de Moscú, Hitler
destituyó al Mariscal Walther von Brauchitsch y asumió el man-
do del OKH. Durante el resto de la guerra Hitler manipuló este
sistema bipolar para mantener bajo su control las decisiones
más importantes.
No sería hasta el 28 de abril de 1945 (dos días antes de que com-
etiera sucidio) en que Hitler puso al OKH bajo jurisdicción del
OKW. El 8 de mayo las fuerzas alemanas se rendía incondicio-
nalmente y finalizaba la Segunda guerra mundial.

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tres días después de haber lanzado sus sondeos de paz,


tres días antes de ser rechazados éstos por Londres y París.

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El memorándum del 9 de octubre, se distribuyó solamente


a los tres comandantes en jefe y al jefe del Estado Mayor,
O.K.W., después del ataque contra el principio del «equili-
brio del poder», que durante siglos había sido usado con-
tra los intereses del Reich, decía que «los grandes éxitos
del primer mes de guerra podían servir, en el caso de una
inmediata firma de la paz, para reforzar psicológica y ma-
terialmente al Reich en tal grado que no habría objeción a
terminar la guerra inmediatamente, siempre que los éxitos
actuales de las armas no sean anulados por el tratado de
paz». 61Pero no era el objeto de Hitler discutir en su memo-
rándum sus intenciones para el caso de que sus proposicio-
nes de paz fuesen aceptadas, o, «estudiar las posibilidades
en esta dirección o incluso tomarlas en consideración». Su
propósito era exponer sus planes para el caso de que sus
proposiciones de paz fueran rechazadas. 62
En este caso, estaba seguro de que el objetivo del enemigo
sería «la disolución o destrucción del Reich alemán». «En
oposición a este objetivo, la finalidad militar alemana debe
ser la destrucción del poder y efectividad de las potencias
occidentales para evitar que sean capaces de oponerse a la
consolidación y futuro desarrollo del pueblo alemán en Eu-
ropa», y si Alemania quería obtener el éxito deseado para
alcanzar esta finalidad, estaba igualmente convencido de
que lo más prudente era actuar con la mayor rapidez posi-
ble.
«La capacidad militar de nuestro pueblo ha sido puesta a
prueba en tal grado, que, dentro de un plazo de tiempo re-
lativamente corto, no se cuenta con un mejoramiento de la
misma... Un aumento de nuestro poder militar, que sólo se
puede calcular para dentro de los cinco años próximos, se-
ría anulado, no por Francia, sino por Inglaterra, que de día
en día se hace más fuerte... En la situación presente, en ta-
61Foto de Hitler tomada durante la I Guerra Mundial
62D. N., 52-L. No cabe la menor duda de que este memorándum
fue redactado por Hitler en persona. Las declaraciones de Goe-
ring y Jodl lo confirman.

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les condiciones, el tiempo puede ser considerado más co-


mo un aliado de las potencias occidentales que nuestro...»
Además de esas consideraciones generales, exponía ar-
gumentos particulares en favor de una acción inmediata
contra el Oeste. «El éxito de la campaña de Polonia ha he-
cho posible una guerra en un solo frente, una posibilidad
que habíamos deseado durante décadas sin ninguna espe-
ranza de poder jamás verla realizada.» Por otra parte, «de-
bemos tener en cuenta lo siguiente: por medio de ningún
tratado o pacto puede la neutralidad de la Unión Soviética
ser asegurada con absoluta certeza. Por el presente todo
habla en contra de un posible abandono por parte de Rusia
de esta neutralidad, pero dentro de ocho meses, un año, o
dentro de algunos años, esta situación puede cambiar...».
De todas formas, «la mayor protección contra un ataque
ruso es la demostración de la superioridad alemana y de
nuestra potencia militar...». Otros argumentos fueron re-
capitulados de sus antiguos discursos. «Los políticos italia-
nos aprobarán la política alemana siempre que el Gobierno
italiano vea el futuro de Italia como una reproducción del
Gran Imperio Romano; y éste sólo puede ser realizado con
la ayuda de Alemania a expensas de Francia o Inglaterra y,
por consiguiente, depende exclusivamente de los éxitos
alemanes.» Pero sí éstos se retrasaban, la influencia fas-
cista en Italia se debilitaría; si Mussolini moría antes de
haberse conseguido, se hundiría el fascismo; y, puesto que
«la esperanza del apoyo italiano para Alemania en esta lu-
cha decisiva depende de la continuación de la influencia
fascista, el tiempo no puede, en ningún caso, ser considera-
do como un aliado de Alemania...».
Para asegurar la colaboración del Japón, valía el mismo ar-
gumento. «También en este caso, sólo el éxito, al contrario
del tiempo, puede ser considerado como un aliado.» El ar-
gumento era el mismo con respecto a Bélgica y Holanda, si
Alemania no ponía fin a su neutralidad, lo harían las po-
tencias occidentales u obligarían a Bélgica y Holanda a
proceder de esta forma. En cuanto a las demás naciones

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neutrales, incluyendo los Estados Unidos, podía contarse


con su neutralidad durante algunos meses pero, luego, «el
tiempo trabajaría en contra de Alemania...».
El memorándum consideraba a continuación los peligros
que surgirían para Alemania en el caso de una guerra de
larga duración. Las naciones se sentirían inclinadas a unir-
se a Alemania si se obtenían rápidas victorias; en el caso
contrario, se inclinarían hacia el bando del enemigo o, por
lo menos, se aferrarían a su neutralidad. Pero mucho más
importante aún era «la dificultad, debido a los limitados
suministros de víveres y primeras materias, para encontrar
los medios para continuar la guerra». Sin embargo, «el pe-
ligro mayor» en cualquier guerra de larga duración, era el
hecho que sería esencial para proteger la producción del
Ruhr y, «el enemigo lo sabe perfectamente». El problema
principal en ese sentido lo representaban los ataques aé-
reos, y «cuanto más dure esta guerra, más difícil será con-
servar la superioridad aérea alemana», sobre todo si Bélgi-
ca y Holanda eran ocupadas por las potencias occiden-
tales.
«Desde este momento, el Ruhr, como factor activo en la
economía de guerra alemana, sería anulado o, por lo me-
nos, obstaculizado en su producción. Y no existen medios
para substituirlo. Pero puesto que esa debilidad es recono-
cida tan claramente por Inglaterra y Francia como por no-
sotros mismos, la dirección anglo-francesa de la guerra,
que tiende a la ulterior destrucción de Alemania, intentará
alcanzar este objetivo con todos los medios a su alcance.
Cuanto menos esperanzas tengan Inglaterra y Francia de
su capacidad para destruir a las fuerzas armadas alemanas
en una serie de batallas, tanto más intentarán crear las
condiciones necesarias para una guerra de larga duración
y de aniquilamiento, tanto más cierto es que. pondrán fin a
la neutralidad de Bélgica y Holanda...; y la probabilidad,
casi cierta, de una tal decisión anglo-francesa es confirma-
da, además, por el hecho indudable que, desde el punto de
vista opuesto, la posición de esta región sería para Alema-

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nia uno de los pocos factores que la ayudarían en una gue-


rra de larga duración.»
Teniendo en cuenta dichas circunstancias, todo hablaba en
favor de la invasión inmediata de Bélgica y Holanda, y de
un rápido ataque contra Francia. Aun en el caso de termi-
nar la guerra después de haber desencadenado Alemania
el ataque contra el Oeste, la extensión del control alemán
en esta dirección se revelaría como sumamente ventajosa.
Los
medios de que disponía Alemania para una guerra prolon-
gada, se limitaban a sus submarinos y a las fuerzas aéreas;
confinados en sus bases, los submarinos se enfrentarían
cada vez con mayores dificultades si la guerra duraba mu-
cho tiempo, por cuyo motivo, «la creación de bases sub-
marinas, además de las bases nacionales, conduciría a un
incremento enorme del poder de acción de esta arma». Lo
mismo cabe decir con respecto a las fuerzas aéreas «que
no podrán alcanzar el éxito previsto en las operaciones
contra los centros industriales de Inglaterra y sus puer-
tos del sur y sudoeste... si se ven obligadas a operar sólo
desde nuestras bases en la costa del mar del Norte», pero
con Holanda y Bélgica en poder de Alemania «la Gran Bre-
taña recibirá golpes mortales». Además de estas considera-
ciones, había el hecho de que un rápido ataque contra el
Oeste era probablemente el único medio para evitar una
guerra de larga duración. Era necesario recordar en ese
sentido que, «una ofensiva que no tenga ya desde un prin-
cipio por finalidad la destrucción de las fuerzas armadas,
no tiene sentido alguno», y que «atacar con fuerzas débi-
les e insuficientes es, igualmente, un contrasentido».
Y era tal la superioridad alemana en armamentos, prepara-
ción y moral en sus diferentes armas, que un ataque, ade-
más de ser preferible siempre, a una política defensiva, po-
día ser «el método decisivo para ganar la guerra». Alema-
nia podía eliminar con ese ataque los peligros que entraña-
ba una guerra demasiado larga. «En determinadas circuns-
tancias, puede redundar en una terminación rápida de la

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guerra...»; en especial, si se lanzaba a este ataque en un fu-


turo inmediato y con todas las fuerzas.
Este memorándum resumía todos los pensamientos de Hi-
tler sobre este tema durante los dos últimos años; las di-
rectrices que redactó aquel mismo día, 9 de octubre, en las
cuales se anticipaba ya a la negativa de sus proposiciones
de paz, quedaban resumidas en dicho documento 63.
«Si resultara evidente en un futuro próximo, que Inglate-
rra y Francia no están dispuestas a poner fin a la guerra,
estoy decidido a tomar medidas activas y ofensivas sin re-
traso alguno.» Hitler había superado su primer desenga-
ño; se había reconciliado con la idea de continuar la guerra
contra las potencias occidentales.
En el siguiente párrafo expone los argumentos para desen-
cadenar la ofensiva en lugar de seguir una política de espe-
ra.
«Un largo período de espera no sólo terminará con la vio-
lación de Bélgica, y, tal vez, de Holanda, cuya neutralidad
es ventajosa para las potencias occidentales, sino que au-
mentará también la potencia militar de nuestros enemi-
gos, disminuirá la confianza de los neutrales en una victo-
ria final alemana y creará una situación que no tentará a
los italianos a luchar con las armas a nuestro lado.»
El objetivo de la ofensiva alemana era definido a continua-
ción. Consistía en «derrotar el mayor número de fuerzas
del ejército francés y conquistar una región lo más grande
posible que comprendiera Holanda, Bélgica y el norte de
Francia». La finalidad del plan era conquistar «una base
desde la cual poder llevar la guerra aérea y marítima con-
tra Inglaterra y proteger, al mismo tiempo, el distrito vital
del Ruhr».
Los preparativos para dicha operación habían de comen-
zar inmediatamente, y cuando el 12 de octubre fueron re-
chazadas las proposiciones de paz alemanas, toda la aten-
ción de Hitler y todas las fuerzas alemanas fueron puestas

63 D. N. 62-C.

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a disposición de la pronta ejecución de estos planes.

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Capitulo III

La Invasion de Noruega y la Caida de Francia

I El forzado aplazamiento del ataque a Francia


Era intención de Hitler llevar a la práctica este programa
tan ambicioso antes de que llegara el invierno. En las «'No-
tes for the War Diary» se lee bajo el título «Fines de Sep-
tiembre» que estaba decidido «a atacar lo antes posible en
el Oeste» 64. El 7 de octubre, dos días antes de ser publica-
das las directrices, ordenó von Brauchistsch al Grupo de
Ejércitos B, hacer «todos los preparativos... para una inva-
sión inmediata de los territorios belga y holandés para el
caso de que la situación política lo exigiese» 65. Hitler
anunció en su memorándum del 9 de octubre «que el ata-
que se efectuaría fuesen cuales fuesen las circunstancias
durante el transcurso de este otoño» 66. En las «Notes for
the War Diary», se lee que el ataque estaba planeado para
ser a iniciado lo más pronto el 10 de noviembre. Sin em-
bargo, «Hitler está decidido a atacar en el mes de no-
viembre, si las condiciones climatológicas permiten las
operaciones en masa de las fuerzas aéreas», pero que el
tiempo a principios de noviembre impidió la ejecución del
plan. Otras directrices sobre este tema, publicadas el 20 de
noviembre, insistían «en mantener el estado de alerta por
el presente. Sólo esto nos permitirá explotar inmediata-
mente las condiciones favorables» 67.
Estos repetidos aplazamientos disgustaron profundamente
a Hitler. Sus dificultades aumentaron al enterarse de que
existía un amplio espíritu de oposición a sus planes. Las
«Notes for the War Diary» afirman en el mes de octubre
que, «se expresa con frecuencia la opinión, en modo algu-

64 D. N., 1796-PS.
65 D. N., 2329-PS.
66 D. N., 52-L., Subsección titulada «Fecha del Ataquen.
67 D. N., 440-PS.

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no compartida por el Führer, de que un ataque contra el


Oeste es innecesario; tal vez sea posible ganar la guerra sa-
tisfactoriamente si sabemos esperar un poco» 68.
Y la oposición fue confirmada por el atentado que, por
aquella época, se realizó contra su vida, a pesar de que no
existen pruebas de una directa conexión entre esta oposi-
ción militar y el atentado 69. Pero el obligado aplazamiento
sólo sirvió para aumentar su decisión de llevar sus planes a
la práctica; la impopularidad de éstos sólo sirvió para re-
forzarle en su convencimiento de que eran acertados. En
un discurso a sus generales el 23 de noviembre de 1939, se
revela claramente su actitud, tanto por lo que hace referen-
cia a los obligados y repetidos aplazamientos, como a la
manifiesta oposición a sus planes. La finalidad de su dis-
curso del 23 de noviembre 70, fue dar a sus generales «una
idea global de mis pensamientos, que me gobiernan frente
a los futuros acontecimientos...». Su primer objetivo fue
anular la oposición. «Han existido — así comenzó su dis-
curso —, numerosos profetas que han predicado mi fraca-
so, y sólo unos pocos mis éxitos», desde que él comenzó su
carrera política en el año 1919; pero él siempre demostró
estar en lo cierto y los profetas equivocados; «la Providen-
cia», su propio «claro reconocimiento del curso probable

68 D. N., 1796-PS. El hecho de que Hitler redactara el me-


morándum el 9 de octubre es, probablemente, otro signo de
oposición, pues no era costumbre en él tomarse estas moles-
tias. El hecho de que publicara igualmente sus directrices
aquel mismo día, sin aguardar a discutir este memorándum,
fue, por el contrario, una característica muy suya; el general
Halder en unas declaraciones después de la guerra ha hecho es-
pecial referencia a este punto, sobre todo, con respecto a la opo-
sición de von Brauchistsch al plan en cuestión. (Véase D. N. (C.
and A.), suplemento B, págs. 1565-70.)
69 La evidencia la encontramos en la propia referencia de Hitler

en su discurso del 23 de noviembre del año 1939, citada en los


siguientes párrafos.
70 D. N., 789-PS.

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de los acontecimientos históricos», su «firme voluntad pa-


ra tomar decisiones brutales»... éstas le habían proporcio-
nado éxito tras éxito. De nuevo se levantaba ahora la opo-
sición en contra de su más reciente decisión de aniquilar a
Francia; y, por consiguiente, era necesario repetir que el
problema alemán, «la adaptación del espacio vital con res-
pecto al número de habitantes», jamás sería solucionado a
no ser por medio de operaciones de esta índole.
«Un pueblo incapaz de producir la fuerza necesaria para
luchar debe ser eliminado... yo no he organizado las fuer-
zas armadas con el fin de que permanezcan inactivas;
siempre ha sido mi decisión el que un día u otro habrían
de actuar... las guerras siempre han terminado con la des-
trucción del enemigo. Todo aquel que crea lo contrario, es
un irresponsable...»
En tal caso, la cuestión era extender inmediatamente la
guerra o esperar hasta poder volver a actuar de nuevo, y
los hechos hablaban claramente en favor de una acción in-
mediata. En primer lugar, podía contar con el pacto ruso.
«Es necesario percatarse plenamente del hecho, de que,
por primera vez, desde hace sesenta y siete años, no lucha-
mos en una guerra de dos frentes...; pero nadie sabe cuán-
to durará esta situación... Los pactos sólo duran el tiempo
que sirven a sus propósitos... Rusia tiene grandes ambicio-
nes, sobre todo quiere fortalecer su posición en el Báltico...
trata de aumentar su influencia en los Balcanes y en direc-
ción al golfo Persa, que es también la finalidad de nuestra
política exterior. Rusia hará lo que crea que pueda benefi-
ciarla... Sólo podremos oponernos a Rusia si disfrutamos
de paz en el Oeste...»
Era necesario atacar en el Oeste sin retrasos de ninguna
clase, no sólo porque Rusia pudiera denunciar el pacto ru-
so-germano, sino porque el propio Hitler deseaba, tan
pronto fuese posible, encontrarse en una condición propi-
cia para denunciarlo por su parte.
Expuso a continuación todos los argumentos que ya había
usado anteriormente en favor de la decisión de atacar Po-

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lonia sin retrasos de ninguna clase; usó de nuevo sus argu-


mentos apoyando su decisión de extender la guerra. Gran
parte dependía de la suerte de Italia, donde la muerte o la
eliminación de Mussolini podía cambiar radicalmente la si-
tuación de un momento a otro; y era «pedir demasiado a
Italia que se embarcase en la lucha sin que Alemania se
hubiese lanzado a la ofensiva en el Oeste». «Con toda mo-
destia, debo citar también a mi propia persona: in-
sustituible...»; y «yo mismo he podido comprobar muy re-
cientemente, cuan fácilmente puede llegar la muerte de un
estadista... los atentados criminales pueden ser repeti-
dos...». Pasaba luego a considerar el rearme británico y el
francés que, a pesar de que todavía no era efectivo, podía
reducir igualmente las ventajas alemanas; a esto cabía aña-
dir el hecho de que «América todavía no es peligrosa para
nosotros debido a sus leyes de neutralidad». Podía objetar-
se que el rearme británico nú sería efectivo hasta el año
1941; pero «me preocupa ya la fuerza cada vez más eviden-
te de los ingleses y no cabe la menor duda de que Inglate-
rra estará representada en Francia a lo más tardar dentro
de unos seis u ocho meses...». Este hecho concedía espe-
cial importancia al talón de Aquiles de Alemania: el Ruhr.
«Si Inglaterra y Francia avanzan a través de Bélgica y Ho-
landa en dirección a la región del Ruhr, nos enfrentaremos
con el peor de todos los peligros...»
Teniendo en cuenta todos estos puntos de vista, la conclu-
sión que se podía sacar de los mismos era que «ahora es el
momento más favorable y quizá dentro de seis meses pue-
de haber cambiado esta situación... Existe en la actualidad
una proporción de fuerzas que jamás volverá a ser tan fa-
vorable para nosotros. El tiempo trabaja en favor de nues-
tros adversarios... hoy en día disfrutamos de una
superioridad cuantitativa y cualitativa como jamás la he-
mos tenido... por consiguiente, nada de compromisos...
asestaré el golpe y jamás capitularé... victoria o derrota...
la decisión es irrevocable... no retrocederé ante nada y des-
truiré a todo aquel que se me oponga... no habrá capitula-

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ción frente a las fuerzas del exterior, ni revolución por las


fuerzas del interior...».
Hasta aquí sus argumentos eran una sucesiva repetición
del memorándum del 9 de octubre, excepción hecha de
que los aplazamientos y la oposición habían aumentado su
decisión de atacar. Pero esto le obligó al mismo tiempo a
admitir más claramente que antes, que consideraba sus
planes como un juego.
«Es difícil para mí; juego todo mi trabajo a una sola baza.
He elegido entre la victoria y la destrucción. Atacaré Fran-
cia e Inglaterra en el primer momento favorable que se me
presente. Nadie puede responder a la incógnita de si el ata-
que redundará en el éxito deseado; todo depende, del ins-
tante favorable... sobreviviré o moriré en esta lucha. Pero
jamás sobreviviré a la derrota de mi pueblo...»
Mucho más importante, sin embargo, es el hecho de que,
al enfrentarse con las obstrucciones y, por consiguiente,
con la necesidad de presentar argumentos más convincen-
tes, se convenció finalmente a sí mismo de que la derrota
de Francia conduciría a la terminación de la guerra. Si este
convencimiento no había existido todavía en su mente al
principio 71, no cabe la menor duda de que existía ya por el
23 de noviembre; después de seis semanas de obligados re-
trasos, la esperanza de que las potencias occidentales acep-
tarían un fait accompli era substituida por otra, por la es-
peranza de que la Gran Bretaña se rendiría si el ataque
contra Francia se hacía pronto y redundaba en un comple-
to y rápido aniquilamiento de este país.
Sólo esto puede explicar algunas de sus observaciones al fi-
nal del discurso. «El enemigo — declaró — un deseará la
paz si la proporción de fuerzas es desfavorable para noso-
tros.»

71Compárense sus observaciones en el memorándum del 9 de


octubre (D. N., 52-L). O sea, «este plan de acción puede tener
como resultado una conclusión más rápida de la guerra».

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Estaba decidido a atacar a Francia cuanto antes, porque


«sólo considero posible terminar la guerra por medio de
un ataque...»,72 una vez conquistadas Holanda y Bélgica
podía minar las costas inglesas y «esto obligaría a Inglate-

El canciller del Reich Aolf Hitler y el Mariscal del Reich Her-


72

man Goering

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rra a rendirse...». La decisión era difícil de tomar; pero


«esto significa el fin de la guerra mundial y no se trata en
modo alguno de una acción aislada». Era cierto que nadie
podía prever si el ataque terminaría o no en el éxito desea-
do; pero «sólo aquel que lucha con el destino posee posibi-
lidades de éxito».
A fines de noviembre, volvió a expresar su opinión de que
«el ataque en el Oeste conduciría a conseguir la mayor vic-
toria en la historia del mundo» 73; y no cabe la menor duda
de que, puesto que sus esperanzas eran tan grandes y a pe-
sar de un invierno tan sumamente crudo, se mantuvo fir-
me en su decisión de lanzarse al ataque lo antes posible.
Inclusu en el mes de diciembre, según las «Notes for the
War Diary», «Hitler, como siempre, continúa convencido
de que es preferible lanzar el ataque contra el Oeste lo an-
tes posible y considera que no debe aplazarle) hasta la pri-
mavera»; y el mismo documento nos dice que «movimien-
tos preliminares para el gran ataque fueron ordenados de
nuevo por Hitler a principios del mes de enero de 1940» 74.
Las órdenes y contraórdenes con referencia al Día D y a la
Hora H, continuaron hasta el 13 de enero de 1940; las últi-
mas señalaban el 20 de enero como probable Día D 75. Sin
embargo, por aquel entonces, sus planes se vieron compli-
cados por la necesidad de tomar en consideración la inva-
sión de Noruega, y este hecho, junto con las condiciones
climatológicas desfavorables, le indujeron a aplazar su ata-
que contra Francia hasta la primavera.

II Oposicion al plan frances, las cosnecuencias del aplaza-


miento y la oposicion a la actitud de Hitler con respecto a
la guerra
Estando Hitler tan convencido de que todo dependía del
ataque a Francia y tan decidido a aprovechar la primera
73 Notes for the War Diary (D. N. 1798-PS), bajo el titular «Fi-
nes de noviembre, 1939».
74 D. N., 1796-PS.
75 D. N., 72-C. 7

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oportunidad favorable que se le presentase para iniciar el


asalto, no es de sorprender que, al principio, considerara
la invasión de Noruega y Dinamarca como un factor ino-
portuno en sus planes. Fue Raeder y no Hitler el primero
en hacer proposiciones concretas de apoderarse de bases
en Noruega; estas proposiciones estaban en evidente con-
tradicción con los planes estratégicos que ya había adop-
tado. Prescindiendo de las consecuencias morales que la
invasión tendría sobre la opinión pública mundial y neu-
tral, representaría, sin dudas de ninguna clase, una dismi-
nución de las fuerzas alemanas en un momento en que Hi-
tler estaba convencido de que era absolutamente necesario
concentrarlas tocias para dirigirlas contra el objetivo prin-
cipal. En consecuencia, es a Raeder a quien se debe que es-
tas proposiciones no cayeran en el saco del olvido; y Hitler
las tomó en consideración sólo cuando resultó evidente
que, a no ser que se ocupara Noruega mientras se realizaba
el ataque contra Francia, los aliados, adelantándose a la ac-
ción alemana, podrían crear graves peligros para Alemania
en otro frente y anular la finalidad prevista en Ja proyec-
tada derrota de Francia.
En un cuestionario original sobre este tema dirigido el 3 de
octubre de 1930 al Estado Mayor Naval 76, y cuando men-
cionó por vez primera Noruega en la conferencia del 10 de
octubre 77, Raeder usó argumentos que, en modo alguno,
podían convencer a Hitler. Lo que quería hacer compren-
der, era que la posesión de bases en Noruega era de extre-
ma importancia para la guerra submarina, revelando que
consideraba Noruega como la región desde la cual podía
partir una acción ofensiva, y su invasión representaba un
factor importante en el bloqueo de la Gran Bretaña. Hitler,
sumido en el estudio de sus propios planes para la inva-
sión de los Países Bajos y el aniquilamiento de Francia, se
mostraba adverso a tomar en consideración operaciones

76 D. N., 122-C.
77 D. N., 879-D.

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de gran alcance en otro frente; no le interesaba, por el


momento, el bloqueo de Inglaterra o la guerra submarina.
Prometió estudiar las proposiciones de Raeder; pero el te-
ma en cuestión no volvió a ser mencionado durante las
ocho semanas siguientes.
Mientras tanto, Raeder tomó la iniciativa con la ayuda de
Rosenberg 78 , para averiguar si la invasión de Noruega po-
día ser llevada a cabo usando los métodos de las llamadas
quintas columnas. El 11 de diciembre, se entrevistó con
Quisling y Hagelin en Berlín; el 12 de diciembre volvió a
plantear la cuestión a Hitler. Gracias a sus conversaciones
con Quisling y a la iniciación de las hostilidades entre Ru-
sia y Finlandia a principios de diciembre, estaba en condi-
ciones de presentar argumentos más convincentes en favor
de sus planes. El testimonio de Quisling revelaba que po-
día contarse con las facilidades necesarias, como dijo Rae-
der, «para un golpe político» y, por lo tanto, la operación
no era necesario que representase una disminución de las
fuerzas militares tan importante como temía Hitler. Rae-
der insistió, no tanto en el hecho del valor que repre-
sentarían las bases que conquistaría Alemania, sino en el
creciente peligro que esto significaría para la (Irán, Breta-
ña y, también, el temor de que esta nación invadiera No-
ruega en el caso de que Alemania no se ¡inlicipara a una tal
acción. «Debemos evitar a toda cosía que Noruega caiga en
manos de los ingleses —declaró—, ya que esto podría re-
presentar un factor decisivo en la lucha final.» La ocupa-
ción aliada de Noruega representaría la guerra en el Bálti-
co, blo-quería el mar del Norte y el Báltico e impediría to-
do movimiento por parte de los navios de guerra alema-
nes, así como aumentaría la vulnerabilidad de Alemania
frente a sus enemigos. Destruiría, tanto en Noruega como
78Con respecto a la participación de Raeder en este plan, veanse
las declaraciones de Giese (D. N., 722-D), que expone que du-
rante aquella época preparó diversas entrevistas entre Raeder y
Hagelin. Con respecto a la participación de Rosenberg, véanse
sus declaraciones en D. N. 004-PS.

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en Suecia, las fuentes de suministro de hierro para Alema-


nia, que representaban un total de 11.550.000 toneladas
que 79 Alemania había calculado que consumiría de un to-
tal de 15.000.000 de toneladas previstas para el año 1940
Hitler se dejó convencer por la seguridad de que la opera-
ción no era tan difícil como había sospechado en un princi-

79 Alfred Rosenberg (Tallin, 12 de enero de 1893 – Núrem-


berg, 16 de octubre de 1946) fue un político colaborador de
Adolf Hitler y responsable de los territorios ocupados por Ale-
mania durante la Segunda Guerra Mundial.
Es considerado como uno de los autores principales de credos
ideológicos nazis claves, incluyendo su teoría racial, persecución
de los judíos, Lebensraum, derogación del Tratado de Versalles
y la oposición al arte moderno «degenerado». También es cono-
cido por su rechazo al cristianismo, y por el rol central que
desempeñó en la promoción de lo que él llamaba "cristianismo
positivo", una ideología sectaria que pretendía una transición a
una nueva fe nazi que negaba las raíces hebreas y judías del cris-
tianismo. Fue procesado en Núremberg, sentenciado a muerte y
ahorcado como un criminal de guerra. Proveniente de una fami-
lia de germanos bálticos, empezó la carrera de arquitectura en
1910 en la Escuela Politécnica de Riga (que más tarde sería la
Universidad de Letonia). A consecuencia de la evolución de la
Primera Guerra Mundial, las autoridades rusas decidieron evac-
uar en 1915 la Escuela Politécnica, incluidos los profesores, a
Moscú, donde siguió estudios de ingeniería en la Escuela Superi-
or Técnica de Moscú,los cuales culminó en 1917. Desde su juven-
tud defendió la pureza de la raza. Este pensamiento le llevó a re-
chazar a los bolcheviques; por ello, durante la Revolución de Oc-
tubre, Rosenberg apoyó a los contrarrevolucionarios. Tras el fra-
caso de estos, emigró a Alemania en 1918, junto con Max
Scheubner-Richter, quien se convirtió en una suerte de mentor
de Rosenberg y de su ideología. Llegó a Múnich y contribuyó
con Dietrich Eckart a la publicación del Völkischer Beobachter
(Observador del Pueblo). Para esta época, era un antisemita in-
fluenciado por el libro de Houston Stewart Chamberlain, Las
bases del siglo XIX, uno de los libros claves protonazis de la
teoría racial). Asimismo, era un antibolchevique, como resulta-
do del exilio de su familia

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pio; se mostró de acuerdo con Rae-der de que la ocupación


aliada de Noruega debía ser evitada a toda costa. Se avino
a entrevistarse con Quisling, que le fue presentado por
Raeder el 14 de diciembre. 80.
En tanto que al principio no estaba tan convencido de la
necesidad de aquella operación militar, cambió de parecer
en el curso de las semanas siguientes 81. Fueron estudiados
dos planes; el primero preveía un golpe político dirigido
por Quisling y, el segundo, en el caso de un fracaso en este
sentido, preveía un asalto por tierra mar y aire, contando
con una posible resistencia tanto por parte de Noruega, co-
mo de la Gran Bretaña.
Una vez vencidos sus prejuicios iniciales, o mejor dicho,
cuando se reveló como imposible un ataque inmediato
contra Francia, fue el propio Hitler quien tomó por su
cuenta el estudio de los procedimientos a seguir contra No-
ruega. La última orden para un ataque inmediato contra
Francia fue dada el 13 de enero; el primer paso en firme
para un ataque contra Noruega, el 27 de enero. Es proba-
ble, teniendo en cuenta el hecho de que todavía vacilaba si
atacaría en primer lugar a Francia o a Noruega, que las
condiciones climatológicas más que su reciente interés
por Noruega, fuera la razón principal que le indujo a apla-
zar las operaciones contra Francia 82; y parece ser que, a

80 Cito estas cifras de los editores de The Fuehrer Conference on


Naval Affairs.
81 Al terminar la guerra, Raeder declaró que Hitler se

decidió por la operación en cuestión el 12 de diciembre,


después de haber recibido los informes correspondientes de Ro-
senberg (D. N., 1546-PS). En las Notes for the War Diary (D.
N., 1796-PS) leemos que «el Führer tomó en consideración
la necesidad de utilizar los espacios danés y noruego para los
fines estratégicos alemanes».
82 Jodl alegó durante una conferencia celebrada en el mes de

noviembre del año 1943 (D. N. 172-L) que el aplazamiento fue


«debido principalmente a la situación climatológica, pero, en
parte tambien debido a nuestros armamentos».

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partir del 27 de enero, cuando creó un Estado Mayor a las


órdenes de Keitel 83 para planear la campaña de Noruega
84, dudaba todavía en lanzarse a esta acción. Pero la inter-

cepción del Altmark, un barco de suministro alemán, en


aguas noruegas por destructores británicos el 17 de febre-
ro, además de provocar su profunda indignación, puso fin
a sus vacilaciones. El 19 de febrero, según Jodl 85, «insistió
enérgicamente en la realización de sus planes »; el 1 de
83 Vidkun Abraham Lauritz Jonssøn Quisling (18 de julio
de 1887 – 24 de octubre de 1945) fue un político noruego. El 9
de abril de 1940, con la invasión alemana de Noruega en
marcha, tomó el poder en un golpe de Estado apoyado por los
nazis. De 1942 a 1945, fungió como Ministro presidente, en
colaboración con las fuerzas de ocupación. Su gobierno, conoci-
do como el Gobierno nacional, estuvo dominado por ministros
del Nasjonal Samling, el partido que Quisling fundó en 1933.
En contraposición, existía el Gobierno noruego en el exilio, reco-
nocido por los Aliados y presidido por Johan Nygaardsvold, el
cual permanecía en Londres. El gobierno colaboracionista
participó, a sabiendas o no, de la Solución final de la Alemania
nazi. Quisling fue procesado durante la purga legal en Noruega
después de la Segunda Guerra Mundial y fue encontrado culpa-
ble de los cargos de malversación de fondos, asesinato y alta
traición. Fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento en la for-
taleza de Akershus, en Oslo, el 24 de octubre de 1945. Durante
la Segunda Guerra Mundial, el término quisling se convirtió en
sinónimo de traidor. Hijo de un pastor de la Iglesia de Noruega,
Quisling mezcló fundamentos cristianos, desarrollos científicos
y filosofía en una nueva teoría que denominó «universismo».
Antes de ingresar a la política, formó parte del ejército, al unirse
al Estado Mayor General en 1911 y especializarse en asuntos ru-
sos. Fue enviado a Rusia en 1918 y trabajó con Fridtjof Nansen
durante la hambruna rusa de 1921 en la República Socialista So-
viética de Ucrania y regresó a Rusia para trabajar con Frederik
Prytz en Moscú.
84 D. N., 63-C.
85 Con respecto a esta y subsiguientes declaraciones de Jodl, véa-

se D. N., 1809-PS. El incidente del Atlmark tuvo lugar el 17 de


febrero.

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marzo publicó las primeras directrices para la ocupación


de Noruega y Dinamarca. El 3 de marzo, de nuevo según
Jodl, «insistió nuevamente en una pronta y violenta acción
contra Noruega: sin retrasos» ; y, aquel mismo día, decidió
finalmente, que Noruega debía ser atacada con anteriori-
dad a Francia, con varios días de intervalo.
En las directrices del 1 de marzo 86, la operación de Norue-
ga recompensó finalmente a Hitler del retraso del plan que
consideraba más importante e inmediato, o sea, la derrota
cíe Francia. El objetivo principal era evitar la instalación
de las fuerzas británicas en Escandinavia y en el Báltico.
Pero las fuerzas a emplear en dicha acción debían ser lo
más reducidas posibles, «la debilidad numérica debe ser
compensada por la rapidez de la operación, y por la sorpre-
sa»; no se pasaron por alto, sin embargo, las consecuen-
cias que la acción pudiera ejercer sobre los países neutra-
les. «En principio — continúan las directrices —, haremos
todo lo posible para dar a la operación el cariz de una ocu-
pación pacífica, el objeto de la cual es la protección militai
de la neutralidad de los Estados escandinavos.»
Si estos dos puntos revelan que su principal preocupación
era todavía el ataque contra Francia, la primera proporcio-
na la razón por su interés por Noruega y explica por qué
anticipó el plan noruego a su objetivo principal. Aparte de
la necesidad defensiva para prevenir una ocupación aliada
de Noruega 87, tenía el más vivo interés en impedir cual-
quier movimiento que pudiera redundar en perjuicio del
ataque proyectado contra Francia. Esto es, por lo menos,
lo que le dijo a von Falkenhorst cuando el 21 de febrero le
dio el mando de la invasión de Noruega. «El éxito — dijo—
, que hemos conquistado en el Este y qué obtendremos
86N. D., 174-C.
87Éste era un peligro real, aun cuando no tan inminente por la
época en que se inició la invasión alemana. Con respecto a los
planes aliados sobre el desembarco en Noruega, véase W. S.
Churchill, The Second World War, vol. I; The Gatheríng
Storm, capílulo XXX, XXXI y XXXII.

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igualmente en el Oeste, se vería perjudicado por la ocupa-


ción británica de Noruega 88.»
Hasta mediados de marzo, Raeder estaba igualmente deci-
dido. El 9 de marzo, sin embargo, previno a Hitler contra
los riesgos que entrañaba la operación: «La operación es
contraria a todos los principios de la guerra marítima, cíe
acuerdo con los cuales, sólo podría llevarse a efecto con-
tando con una supremacía naval.» Pero albergaba la con-
fianza, sin embargo, de que la operación redundaría en el
éxito deseado, sobre todo, gracias al factor sorpresa; y esta-
ba convencido de la necesidad de llevarla a cabo, sobre to-
do, porque «los ingleses disponen ahora de la oportunidad
deseada, con el pretexto de ayudar a los finlandeses, de en-
viar tropas a través de Noruega y Suecia y, de paso, ocupar
estos dos países si éste es su deseo». Varios días más tarde,
sin embargo, una vez superados ya los temores con respec-
to a un inminente desembarco aliado en Noruega, el
comandante en jefe de la marina de guerra comenzó a va-
cilar. El 14 de marzo, según Jodl, dudaba de la necesidad
de iniciar una guerra preventiva en Noruega y alegó que
era preferible decidirse en primera instancia por una ofen-
siva contra el Oeste»; temía, igualmente, que los ingleses
se apoderaran de Nar-vik en el caso de que los alemanes
invadieran Noruega. El 15 de marzo, el mismo Jodl declaró
que «los temores de que Inglaterra pudiera proceder con-
tra Noruega se lian reducido; tal acción ya no parece pro-
bable por el momento».
Fue durante esta fase, cuando Hitler actuó con la necesaria
firmeza. El 26 de marzo, de acuerdo con el Diario de Jodl,
«Hitler ordenó enérgicamente: primero Noruega». Esta
decisión fue recibida a regañadientes en diversos círculos
militares; «parece ser que diversos oficiales de la marina
de guerra — escribió Jodl al día siguiente —, no ven con
buenos ojos la invasión de Noruega, y los tres jefes al man-
do de la operación se enfrascan en el estudio de cuestiones

88 D. N. (C. and A.). Supplement B (Interrogations), pág. 1537.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 101

que nada tienen que ver con la misión que se les ha confia-
do». 89

El propio Raeder, anulado por la firmeza demostrada por


Hitler, acabó por acceder. Durante su conferencia con Hi-
tler aquel mismo día repitió que un desembarco británico
en Noruega, que hacía poco parecía inminente, ya no daba
89 Heinrich Himmler jefe de las SS y Adolf Hitler

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 102

la impresión de serlo; pero se mostró de acuerdo en el sen-


tido de que era probable que la Gran Bretaña continuara
otros intentos en este sentido; y, puesto que Alemania se
vería en la necesidad de llevar a cabo la invasión algún día,
admitió que lo mejor y más prudente era actuar cuanto an-
tes posible, sobre todo, porque las noches se harían más
cortas a partir de mediados de abril.
Durante esta conferencia, Hitler señaló provisionalmente
la fecha del 7 de abril como el día D para desencadenar el
ataque; pero esta fecha fue reemplazada primero por el 1
de abril y, luego, definitivamente por el 9 de abril, día en
que, en efecto, se efectuó el desembarco alemán.

III La invasion de Dinamarca y Noruega


Si la ocupación de Noruega y Dinamarca han sido conside-
radas durante mucho tiempo como una inoportuna intro-
misión en los planes generales de Hitler, no es de extrañar
que otros problemas menos urgentes e imperativos como,
por ejemplo, la guerra en el mar, recibieran muy poca o
ninguna atención por su parte hasta haberse iniciado el
ataque contra Francia.
Después de la ocupación de Noruega, la exigencía más im-
portante dentro de las necesidades del Estado Mayor Na-
val fue un aumento en la construcción de submarinos. Es-
tas construcciones sólo podían efectuarse en detrimento
de la Wehrmacht y de la Luftwaffe, del mantenimiento de
las fuerzas de ocupación en Noruega y de los preparativos
del ataque contra Francia, y, por lo tanto, nada se hizo en
este sentido. A pesar de las repetidas demandas de Raeder,
el programa de construcción de submarinos no fue intensi-
ficado y continuó al mismo ritmo que en el mes de junio de
1940; pero incluso el programa previsto no se cumplía,
pues había sufrido un descenso en beneficio de la Wehr-
macht y de la Luftwaffe.
Raeder comenzó su inútil campaña para conseguir la in-
tensificación del programa de construcción de submari-
nos; el 1 de noviembre de 1939, informó a Hitler que no se

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 103

había concedido «la necesaria prioridad al programa», y


quejóse de que era continuamente aplazado con el argu-
mento de que «el suministro de materiales al Ejército aca-
paraba toda la producción del momento». Hitler decidió
volver a prestar atención al problema en el mes de diciem-
bre; Raeder, según las referencias de esta entrevista, alegó
que las pérdidas eran superiores a las nuevas construccio-
nes. El 22 de noviembre presentó el proyecto de un progra-
ma intensificado según el cual, a partir del mes de octubre
del año 1942, se podrían construir 29 submarinos al mes.
El 8 de diciembre se quejó de que incluso el programa de
construcciones previsto no podría cumplirse puesto que
los suministros para la construcción de submarinos habían
sido reducidos durante el primer trimestre del año 1940.
El 30 de diciembre continuaban todavía las negociaciones
con el Ejército para tratar de averiguar si la1 propuesta in-
tensificación de la construcción de submarinos podía toda-
vía llevarse a cabo y Hitler decidió aplazar nuevamente su
decisión final hasta los meses de mayo o junio de 1940.
Hitler explicó las razones de esta decisión cuando Raeder,
el 26 de enero de 1940, se quejó nuevamente de que el pro-
grama de amunicionamien-to del Ejército retrasaba la
construcción de submarinos. Replicó que «la producción
intensificada en el Ruhr es esencial para cualquier tipo de
arma de guerra y era importante porque la guerra contra
Inglaterra exigía la conquista de territorios desde los cua-
les poder lanzar el ataque. Era necesario tener en conside-
ración, en primer lugar, estas medidas. Francia tenía que
ser derrotada y los británicos privados de sus bases en el
continente». Ésta continuó siendo su actitud, incluso des-
pués de haber comenzado el ataque contra Francia. El 21
de mayo de 1940 aseguró a Raeder que concentraría todos
sus esfuerzos en el programa de construcción de sub-
marinos, «cuando hubiese terminado la operación princi-
pal en Francia». El 4 de junio aseguró que disminuiría el
programa de construcciones del Ejército y que concedería
prioridad a la marina de guerra y a las fuerzas aéreas,

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 104

«cuando Francia haya sido aniquilada».


Raeder se encontró con una respuesta parecida cuando cri-
ticó a las fuerzas aéreas alemanas y se quejó de que no apo-
yaban debidamente a la marina de guerra en su lucha con-
tra la Gran Bretaña. Comenzó explicando, el 22 de noviem-
bre de 1939, que el ataque contra el comercio marítimo bri-
tánico dependía en gran extremo de una adecuada
colaboración con las fuerzas aéreas navales; y esperaba
que Hitler le apoyaría en sus negociaciones con el co-
mandante en jefe de las Fuerzas del Aire. El 8 de diciem-
bre insistió en la urgente necesidad de que las fuerzas aé-
reas alemanas intensificaran sus ataques contra los convo-
yes; y Hitler llegó al extremo de prometerle que «interce-
dería en este sentido». Pero Raeder continuó insistiendo
hasta el 26 de enero del año 1940; se sentía tan desengaña-
do a este respecto que llegó a lamentarse de que «era su
impresión... que la dirección de la guerra estaba influida
grandemente por las «ideas continentales». Hitler rechazó
estas quejas con el argumento que había usado ya en ante-
riores ocasiones cuando se trataba de intensificar las cons-
trucciones de submarinos: Francia había de ser derrotada
antes de que Alemania pudiera volver su atención hacia la
Gran Bretaña.
Se entablaron otras discusiones entre la marina de guerra
y la Wehrmacht sobre el uso del arma aérea al colocar las
minas. Las fuerzas aéreas alemanas habían sido, en su ma-
yor parte, destinadas a este fin durante los primeros meses
de la guerra; pero sus operaciones habían sido reducidas
grandemente cuando comenzaron los preparativos para
las ofensivas de Noruega y Francia. El 26 de marzo, Rae-
der insistió en la reanudación inmediata de la colocación
de minas para contrarrestar la inferioridad numérica en la
guerra submarina. Hitler se mostró conforme con apoyar a
Raeder en este sentido y prometió de nuevo tomar una de-
cisión en el curso de los días siguientes. El Estado Mayor
del Aire, por otra parte, estaba decidido a no reanudar esta
clase de operaciones hasta el comienzo del ataque contra

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Francia; y la intervención de Hitler, si es que realmente in-


tervino para apoyar la sugerencia de Raeder, tuvo muy po-
co efecto. El 29 de marzo, Raeder exigió que se tomara una
decisión con respecto a la reanudación de las operaciones
de colocación de minas por medio de la Luftwaffe; Hitler
prometió nuevamente discutir este asunto con Goeríng.
Sin embargo, el 26 de abril, Raeder se veía obligado a in-
sistir de nuevo sobre la urgencia de la colocación aérea de
minas. El 7 de mayo, tres días antes de la invasión de los
Países Bajos, declaró que «si la aviación hubiese demos-
trado más interés, el Támesis hubiera podido ser minado
en el curso de las últimas semanas». Pero la Luftwaffe se
salió con la suya; y Raeder sospechó que, incluso en el
caso de comenzar la ofensiva por tierra, el comandante en
jefe de la aviación «no dispondría del tiempo necesario ni
tendría interés alguno en la colocación de minas». Esto fue
el preludio de una exigencia inevitable: la marina de gue-
rra exigió poseer su propia aviación. Hitler no tomó (ii se-
rio esta exigencia; replicó sencillamente que Jüoering ha-
bía expuesto no hacía mucho un punto de vista más conve-
niente: había justificado la unificación de todas las fuerzas
aéreas bajo un solo mando.
En sus esfuerzos por ver aumentadas sus disponibilidades
en submarinos y aviación para emplearlos en la guerra na-
val, Raeder no obtuvo el menor éxito; tuvo más éxito, sin
embargo, al intensificar la guerra naval contando con las li-
mitadas fuerzas existentes. Pero incluso en este caso sus
éxitos fueron incompletos y lentos. Cuando sus sugeren-
cias no estaban en contradicción con los planes estratégi-
cos originales de Hitler, eran aprobadas inmediatamente;
pero en caso contrario, o incluso en el caso de que Hitler
creyera que lo eran, caían en el saco de los olvidos o eran
ya rechazadas desde un principio.
Tan pronto como fueron rechazadas sus proposiciones de
paz, Hitler, tal como hemos expuesto anteriormente, se
mostró dispuesto a anular Ja mayoría de las prohibiciones
que limitaban los ataques contra la navegación enemiga.

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El 16 de octubre riel año 1939, a instancias de Raeder,


aprobó finalmente el hundimiento de barcos mercantes
enemigos sin previo aviso y se mostró igualmente de acuer-
do con el torpedeamiento de los buques enemigos de pasa-
jeros después de previa advertencia 90.
El 10 de noviembre avanzó un paso más de acuerdo con
Raeder al aprobar el hundimiento de buques enemigos de
pasajeros sin previo aviso; y, desde aquel momento, los na-
vios de guerra alemanes disfrutaron de una completa liber-
tad de acción en sus ataques contra la navegación enemi-
ga.
Raeder había comenzado ya a prestar atención al proble-
ma de extender la guerra naval al ataque de los buques
neutrales que traficasen con la Gran Bretaña, cuyo tema
trató en un memorándum el 15 de octubre 91. «Lo único
que nos falta ahora — añadió el 1 de noviembre —, es la de-
claración del estado de bloqueo contra Inglaterra, en cuyo
caso los barcos neutrales podrán ser torpedeados igual-
mente sin previa advertencia una vez notificada dicha de-
cisión a los Estados neutrales.» Pero Hitler estaba decidi-
do a evitar toda clase de incidentes con las naciones neu-
trales antes de haber comenzado su ofensiva en el Oeste y,
por el momento, Raeder se sometió a la fuerza de estos ar-
gumentos. «El momento para la declaración del estado de
sitio — concluyó el 1 de noviembre—, dependerá del tiem-
po y naturaleza de las operaciones de la Wehrmacht. En el
caso de que éstas violaran la neutralidad de Estados neu-
trales, habrá llegado también el momento para tomar me-
didas más enérgicas por parte de la marina de guerra.»
Antes de su próxima conferencia con Hitler, convencido de
que el Führer se mantendría firme en su actitud, Raeder
decidió enfocar el asunto desde un punto de vista total-
90 Raeder confesó que los buques de pasajeros eran ya tor-pea-
dos sin previa advertencia en el caso de que viajaran sin luces o
en convoy. Este aspecto de la guerra naval puede ser estudiado
en detalle en D. N., 100-C.
91 D. N., 65-UK.

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mente diferente. El 10 de noviembre sugirió «desistir por


el momento de declarar el estado de sitio y, por el contra-
rio, continuar intensificando gradualmente el bloqueo».
Como primer paso, que debía darse en una fecha a decidir
algún tiempo después, sugirió que se permitiera a la mari-
na de guerra hundir sin previa advertencia «a aquellos bar-
cos neutrales que positivamente se sabía que transporta-
ban contrabando... por ejemplo; los barcos griegos». De
nuevo, Raeder se enfrentó con una negativa. «Su proposi-
ción — se le contestó — sería tomada en consideración tan
pronto se observara un cambio de actitud en las potencias
neutrales; por ejemplo, en el caso de una ofensiva.» Hitler
se mostró igualmente firme cuando Raeder planteó de
nuevo la cuestión el 22 de noviembre y preguntó por «las
futuras acciones políticas y militares para justificar una
mayor intensificación de la guerra submarina». «La espe-
rada ofensiva por tierra — fue la respuesta—, originará
protestas por parte del enemigo y de los neutrales... Se de-
cidirá después; del comienzo de la ofensiva si la guerra na-
val debe ser intensificada.»
Otra oportunidad se le ofreció a Raeder cuando, el 27 de
noviembre, y como represalia por el uso por parte de los
alemanes de minas magnéticas, el Gobierno británico ex-
tendió ei bloqueo a las exportaciones alemanas; hasta
aquel momento sólo las importaciones alemanas habían si-
do objeto de las pro-nibiciones impuestas sobre el contra-
bando. El 8 de diciembre insistió Raeder sobre la conve-
niencia de tomar contramedidas, y, a ser posible, en forma
de declaración de estado de sitio. Pero Hitler insistió por
su parte que esto sólo podía ser tomado en consideración
como complemento de la próxima ofensiva terrestre. Expu-
so el mismo punto de vista el 30 de diciembre, cuando
Raeder sugirió que los barcos neutrales en ios Downs de-
bían ser atacados por las fuerzas aéreas alemanas después
de una previa advertencia a los Gobiernos neutrales: «Un
momento favorable para dirigir tal advertencia — fue la
respuesta de Hitler — será el comienzo de la intensi-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 108

ficación general de la guerra.» Durante la misma conferen-


cia repitió que era su intención aplazar la publicación de
una respuesta a las medidas adoptadas por los británicos
hasta que se presentara el momento oportuno.
Esta respuesta, en forma de una declaración del bloqueo
de la Gran Bretaña, fue redactada por el Estado Mayor Na-
val durante los últimos días del año 1939.
«Inglaterra (dice el documento en cuestión) es nuestro
enemigo mortal. Su objetivo es la destrucción del Reich y
del pueblo alemán. Sus métodos de guerra no son legales,
y tienden a hacernos morir de hambre... Pero, nosotros,
los alemanes, no estamos dispuestos a morir de hambre y
tampoco capitularemos. Devolviendo golpe por golpe, de-
mostraremos a la Gran Bretaña lo que significa estar blo-
queados... Cualquier barco que navegue alrededor de las
costas francesas o inglesas, sin tener en cuenta su bandera,
se expone a los peligros de la guerra 92.»
Pero esta declaración no fue jamás publicada. Hitler no
consideró prudente darla a conocer antes de ser anunciada
la ofensiva en el Oeste y la publicación de la misma era ya
innecesaria una vez comenzada la ofensiva.
A pesar de las afirmaciones de Hitler rehusando enfrentar-
se abiertamente con los neutrales hasta no estar en condi-
ciones de desencadenar su ofensiva y, a pesar de su oposi-
ción original a las proposiciones de Raeder, éste había lo-
grado, entre tanto, éxitos considerables en su plan para ex-
tender e intensificar la guerra naval sin previas adverten-
cias. Uno de los métodos consistió en declarar la existencia
de campos de minas en algunos parajes, sin que éstas nece-
sariamente hubiesen sido colocadas en los mismos, y per-
mitir a los submarinos que hundieran a todos los barcos
sin previa advertencia en las zonas indicadas, cargando,
naturalmente, toda la responsabilidad a las minas. Esta
proposición fue presentada por vez primera el 22 de no-
92Con respecto al texto íntegro de esta declaración, véase Führer
Conferences on Naval Affairs, este último párrafo en el volumen
correspondiente al año 1939.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 109

viembre y Raeder expuso que su propósito era «combatir


el tráfico militar ene-establecida poco después en el canal
de Bristol. El migo y no quebrantar las leyes de la navega-
ción neutral». Hitler aprobó inmediatamente esta
sugerencia; por lo tanto, fue llevada a la práctica en la zona
noroeste de. Escocia el 1 de diciembre; otra zona fue 26 de
enero de 1940, «y puesto que el Führer ha dado su confor-
midad en principio para señalar zonas de las costas britá-
nicas en las cuales pueden ser hundi-idos barcos neutrales
sin previa advertencia, siempre que sea posible cargar la
responsabilidad a las minas», Raeder propuso una amplia-
ción de este plan, al cual Hitler dio igualmente su aproba-
ción 93. Otro método consistió en permitir el hundimiento
de barcos de determinadas naciones neutrales, tal como
sugirió por vez primera Raeder el 10 de noviembre de
1939. Cuando presentó este plan por primera vez, Hitler se
negó a tomarlo en consideración; pero el 30 de diciembre
del año 1939 se mostró de acuerdo en que los barcos de to-
das las naciones que habían vendido o arrendado otros a
Inglaterra, sobre todo los barcos griegos, fuesen torpedea-
dos sin previa advertencia.
De esta forma, a pesar de que Hitler se manifestó contrario
a quebrantar de un modo abierto los derechos de los neu-
trales y también a una declaración total del bloqueo de In-
glaterra, sus objeciones con respecto a unos métodos me-
nos francos de extender la guerra fueron gradualmente
anuladas. El 26 de enero de 1940 expuso que «la intensifi-
cación gradual se justificaba por sí misma. De esta forma,
se han evitado enteramente las dificultades políticas».
Hitler trató siempre de evitar las complicaciones políticas.
Su aprobación a cualquier método de extender los ataques
a los neutrales fue tomada después de haber especificado
claramente que estos ataques se limitarían a la zona decla-
rada americana, o sea, una zona que estaba prohibida a los
barcos de los Estados Unidos y, por cuyo motivo, no po-

93 Con respecto a la ampliación de este plan, véase D. N., 21-C.

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dían originarse incidentes con los norteamericanos. El 23


de febrero de 1940, cuando Raeder propuso una mayor in-
tensificación de la guerra naval, Hitler la rechazó firme-
mente y se negó a tomarla en consideración «teniendo en
cuenta el efecto psicológico que podría tener en los Esta-
dos Unidos». Raeder consideró esta negativa como «un
obstáculo insuperable en el desarrollo y acción del arma
submarina» ; pero Hitler se mantuvo firme en su decisión.
No ponía ninguna objeción en el ataque a buques mercan-
tes enemigos por todos los medios a su alcance; estaba
dispuesto a consentir el hundimiento de buques neutrales
si los pretextos eran buenos y si las circunstancias eran lo
bastante obscuras. Pero no quería declarar oficialmente el
bloqueo de Inglaterra y, excepto en el caso de Noruega y
Dinamarca, cualquier operación que pudiese provocar el
malestar entre los neutrales y, sobre todo, entre la opinión
pública americana, la quería volver a tomar en considera-
ción para tomar entonces una decisión definitiva una vez
hubiese desencadenado el ataque contra Francia.

IV Un juicio critico de la estrategia de Hitler hasta la caida


de Francia
La invasión de Dinamarca y Noruega fue ejecutada con to-
da brillantez y a gran velocidad. Al final del primer día, Di-
namarca y la mayor parte del sur de Noruega se hallaban
ya en poder de los alemanes. En el plazo de seis semanas,
la posición aliada en el norte de Noruega se tornó desespe-
rada y la ocupación alemana de Noruega era ya casi com-
pleta. Esta operación fue seguida, un mes después de ha-
berse iniciado, por la invasión alemana de Holanda, Bélgi-
ca y Luxemburgo el 10 de mayo, y el comienzo del ataque
contra Francia. Éste se convirtió igualmente en el éxito de-
seado. Las hostilidades cesaron en Holanda el 15 de mayo;
Bélgica se rindió a medianoche del 27 al 28 de mayo; las
fuerzas armadas alemanas habían roto ya el frente aliado y
habían alcanzado Boulogne. La evacuación de Dunkerque
se efectuó entre el 26 de mayo y el 4 de junio. Antes de fi-

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nes del mes de junio, la campaña había tocado ya a su fin;


y de este modo, con la rendición francesa, se iniciaba otra
fase en la guerra.
Es difícil rehuir la conclusión de que, hasta este punto, los
planes estratégicos de Hitler se basaron en una sana apre-
ciación de todas las circunstancias. En la lucha contra la
Gran Bretaña, considerada justamente por Hitler como el
problema principal, la ocupación de Noruega y la derrota
de Francia eran factores mucho más influyente y decisivos
que la puesta en práctica de cualesquiera otros métodos
que Alemania hubiese podido tomar en consideración du-
rante el mismo período.
Es cierto que la política de Hitler impuso serias restriccio-
nes al ataque contra el comercio marítimo británico; los
preparativos para el ataque contra Francia, combinados
con los de la invasión de Noruega, que exigían la colabora-
ción de todos los navios pesados y submarinos alemanes,
hicieron prácticamente imposible durante dos meses cual-
quier operación contra la Gran Bretaña. Es cierto también
que la flota de superficie alemana experimentó graves pér-
didas durante las operaciones de Noruega. Y, a pesar del
hecho de que fueron abandonados los planes para la crea-
ción de una potente marina de guerra ya al comienzo de la
guerra, se suspendió todo trabajo en los navios de superfi-
cie, excepción hecha de aquellos que estaban a punto de
ser terminados, y todos los recursos fueron destinados al
nuevo plan de construcciones de submarinos; pero dicha
construcción apenas compensaba las pérdidas sufridas du-
rante las operaciones: durante el primer año de guerra só-
lo se completaron 35 submarinos con un radio de acción
suficiente para actuar en el Atlántico, en tanto que las pér-
didas se elevaron a 28 unidades.
La limitación de los ataques alemanes contra las rutas ma-
rítimas del comercio inglés durante los primeros doce me-
ses de la guerra, fue impuesta tanto por la poca potenciali-
dad de la marina de guerra con la cual Alemania comenzó
la guerra, como a la falta de buques de envergadura y al re-

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ducido número de submarinos de que podía disponer, así


como también, a los planes estratégicos que sirvieron de
base a Hitler durante los primeros nueve meses. La falta
de una flota de superficie no podía ser ya compensada una
vez comenzada la guerra; y las pérdidas sufridas frente a
las costas de Noruega agravaron aún más este problema.
La construcción de los submarinos requiere mucho tiempo
y más aún su puesta a punto para ser lanzados al combate
94, de forma que un programa de construcciones, por muy

amplio e intenso que hubiese sido, incluso siendo substi-


tuido al comienzo de la guerra, no hubiese en modo alguno
podido ser decisivo antes de la derrota de Francia. Tenien-
do en cuenta estas consideraciones, como lo hizo Hitler, no
parece probable que, concentrando toda la atención en la
guerra naval y destinando todos los recursos disponibles,
incluyendo el arma aérea, contra la navegación mercante
británica e incluso contando con la debilidad propia de la
Gran Bretaña durante los primeros meses de la guerra,
que el resultado hubiese podido afectar más la posición de
la Gran Bretaña que las consecuencias de la conquista de
Noruega y la derrota de Francia. Los grandes éxitos alema-
nes por tierra fueron de una importancia inmediata, no só-
lo con respecto a la guerra como conjunto, sino también
para la guerra naval. Las fuerzas de escolta británica
sufrieron graves pérdidas, no sólo durante las operaciones
de Noruega sino también durante la evacuación de Dun-
kerque; las fuerzas de escolta de la marina de guerra fran-
cesa fueron eliminadas. Los submarinos abandonaron el
mar del Norte, y el mar Báltico para trasladarse a nuevas
bases en el golfo de Vizcaya y su efectividad se redobló al
acortarse sus desplazamientos y poder extenderse a zonas
de operaciones más efectivas. La ocupación alemana de los
puertos del canal de la Mancha y, sobre todo, el traslado
94Según el programa del mes de septiembre de 1939 se preveía
un período de construcción de 21 meses, de forma que los sub-
marinos no podían ser lanzados a las operaciones antes de dos
años.

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de las fuerzas aéreas alemanas a las bases creadas en Fran-


cia, influyeron en el aumento de las pérdidas británicas de
buques mercantes en la costa oriental. Pronto nos vimos
obligados a hacer pasar los convoyes por el canal Inglés o
por el sur de Irlanda, y enviarlos a los puertos de la costa
occidental a través del canal del Norte o dando la vuelta
por el sur de Escocia. Éstas y otras desviaciones de las anti-
guas rutas marítimas, incluyendo el cierre virtual del Me-
diterráneo al entrar Italia en la guerra, fueron un grave
obstáculo impuesto a nuestra marina mercante.
Si, a pesar de las limitaciones impuestas por Hitler, la ba-
talla contra las rutas comerciales marítimas ya fue de por
sí bastante grave durante el primer año de guerra, esta si-
tuación adquirió caracteres desastrosos durante los tres úl-
timos meses de este primer año, los meses de junio, julio y
agosto de 1940, como resultado de los éxitos alcanzados
por Hitler, que lo hubiese logrado siguiendo la política pro-
puesta por Raeder.
La importancia de la concentración de todos los recursos
en la guerra naval ya desde el principio de la guerra, en lu-
gar de dedicar toda la atención en interés de conseguir las
victorias continentales, hubiese, de hecho, resultado bas-
tante, menos, en la posibilidad de alcanzar resultados deci-
sivos durante el primer año de guerra, que en sus conse-
cuencias de reforzamiento para la Batalla del Atlántico del
año 1941. En contra de este argumento, sin embargo, po-
demos aducir que la derrota de Francia tuvo también con-
secuencias influyentes e inmediatas sobre la Batalla del
Atlántico.
La reducción de las fuerzas de escolta británicas, la pérdi-
da de la flota naval francesa; la conquista por Alemania de
bases para submarinos y bases navales en una zona avan-
zada; el obligado rodeo impuesto a la marina mercante in-
glesa, todos estos factores, además de ejercer un debilita-
miento de la posición británica, tuvieron también conse-
cuencias permanentes de incalculable importancia para la
guerra naval. No existe comparación posible entre las ven-

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tajas adquiridas por Alemania, con las que hubiera obteni-


do en 1941 si la política de Hitler se hubiese inclinado a
concentrar, ya desde un principio, todos sus recursos dis-
ponibles para la lucha contra las rutas marítimas, en lugar
de decidirse por la conquista de Noruega y la derrota de
Francia. Pero, partiendo del supuesto de que no podía lan-
zarse a las dos operaciones al mismo tiempo, resulta difícil
afirmar que lo hubiese podido hacer mejor cíe lo que lo hi-
zo.
Además, existían otros factores que aparte de la guerra na-
val había que tener en cuenta. La defensa de Alemania me-
recía una consideración vital en el planteamiento de cual-
quier ofensiva contra la Gran Bretaña. La invasión de No-
ruega fue un movimiento defensivo para prevenir el peli-
gro; el peligro real era el de una ocupación británica. La
derrota de Francia, prescindiendo de las ventajas positivas
ganadas, alejó a la Gran Bretaña, simultáneamente, de No-
ruega y Francia, amplió las posibilidades alemanas de re-
sistencia y maniobra en un grado muy elevado. A esto hay
que añadir otra consecuencia de los éxitos alemanes: la en-
trada de Italia en la guerra y las nuevas posibilidades que
se le ofrecían en el Mediterráneo.
Además, era posible que tales éxitos indujeran a la Gran
Bretaña a entablar negociaciones de paz. No cabe la menor
duda de que esta esperanza entraba dentro de sus planes,
lo mismo que la posibilidad de .que las potencias occiden-
tales pudieran aceptar un entendimiento después de la de-
rrota de Polonia había sido un factor, si no en su decisión
de ir a la guerra, por lo menos, en la estructuración de sus
planes estratégicos durante la primera fase. Esta nueva es-
peranza sobre la posibilidad de que la Gran Bretaña pudie-
ra iniciar negociaciones de paz, no era en modo alguna in-
sensata. El haber contado con esta posibilidad es, quizás,
haber sido demasiado optimista; pero nada perdía con ha-
berse forjado dicha ilusión.
Los planes estratégicos de Hitler hasta la caída de Francia
no fueron, por consiguiente, planes defensivos; fueron, en

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todos los casos, planes estratégicos perfectamente estudia-


dos y llevados a cabo con gran maestría. Le proporciona-
ron también el éxito que contaba alcanzar con los mismos;
puesto que, basados en un juicio exacto de la falta de
preparación de las potencias occidentales, le proporciona-
ron no sólo el beneficio de ser perfectos, sino también el
haber sabido emplear el método adecuado en el momento
más oportuno. Aparte de la preparación alemana, en com-
paración con la falta de preparación de las potencias occi-
dentales, no cabe la menor duda de que los éxitos obteni-
dos por Alemania se debieron, en gran parte, a una firme
voluntad de decisión, juicio exacto e ingenio, y a una gran
perspicacia; y, a pesar de que se puede aducir también el
factor suerte 95, no debe esto impedirnos ver aquellas otras
cualidades.
Por otro lado, sus éxitos, a pesar de lo completos que fue-
ron, no representaron el valor exacto de la capacidad estra-
tégica de Hitler. La derrota de Francia representó el fin del
período fácil de la guerra para Hitler. A continuación, la
posición adquirió características muy diferentes y la situa-
ción se hizo mucho más compleja. Los problemas con que
se enfrentaba Alemania, lo mismo que la Gran Bretaña,
eran problemas de un orden diferente, de dimensiones
mucho más amplias, que los que había estudiado hasta
aquel momento. La nueva situación ofrecía a Hitler posibi-
lidades casi ilimitadas. Pero es cierto también que se en-
frentaba con factores muy difíciles: el problema de las dis-
tancias, la falta de unión entre Alemania y las demás po-
tencias del Eje, la falta de una marina de guerra, la supe-
rioridad naval británica. La solución de los nuevos proble-
mas exigía un planteamiento sumamente meticuloso. En
comparación con la capacidad estratégica que hasta aquel
momento había sido exigida de él, había obtenido los éxi-
tos basándose sólo en la destreza, la cual había desem-

A este respecto, véase B. H. Liddell Hart, The Other Side of the


95

HÜl, cap. X.

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peñado un papel no despreciable.


Si hasta aquel momento su estrategia y sus éxitos no ha-
bían requerido tales esfuerzos, tampoco había demostrado
que no pudiera hacerlos; después de conseguir la derrota
de Francia, no había estudiado todavía cómo procedería a
continuación. Había comenzado la guerra sin un plan de-
terminado, excepción hecha el de la campaña de Polonia;
durante nueve meses no había tenido en su mente otro
plan que el de la derrota de Francia. La falta de decisión y
la falta de habilidad en hacer planes para el futuro, podían
causar su ruina en los difíciles tiempos que se avecinaban.

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Capitulo IV

La Invasion de Inglaterra

I La aversion de Hitler a adoptar el plan de invasion


Los planes de Hitler para el ataque contra Francia no pre-
veían un subsiguiente intento de cruzar el canal de la Man-
cha; ni tampoco consideró el rápido éxito obtenido duran-
te la operación de Francia como una oportunidad apropia-
da para la invasión de Inglaterra. No existe referencia so-
bre este tema en las reseñas de las Conferencias Navales
hasta el 21 de mayo, y tuvo que transcurrir otro mes antes
de que volviera a plantearse esta cuestión el 20 de junio;
en ninguna de las dos ocasiones se habla de que Hitler hu-
biese demostrado ningún interés referente a la invasión de
Inglaterra. Este testimonio negativo sobre su falta de inte-
rés por ese problema, es confirmado por otras conversacio-
nes habidas. Es casi cierto que este tema fue puesto a deba-
te en los meses de mayo y junio a iniciativas de Raeder y
no de Hitler; las reseñas de las dos conferencias revelan
que los pensamientos de Hitler seguían otra dirección por
aquella época; después del 20 de junio, y teniendo en cuen-
ta el tiempo de que todavía podía disponer en el año 1940,
se imponía la necesidad de tomar una determinación; sin
embargo, permaneció indeciso todavía durante otro mes.
Cuando, finalmente, el 15 de julio, un mes después de la
derrota de Francia, decidió que la operación debía ser in-
tentada, habían pasado ya dos meses desde que el tema se
planteó por vez primera.
Fue el 21 de mayo de 1940, en el curso de la primera entre-
vista que celebraron desde que se había iniciado Ja ofensi-
va en el Oeste, que Raeder y Hitler discutieron en privado,
«detalles concernientes a la invasión de Inglaterra, en cu-
yo proyecto el Estado Mayor Naval había estado trabajan-
do desde el mes de noviembre anterior».

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 118

Ya el 15 de noviembre de 1939, había ordenado Raeder a


sus colaboradores que iniciaran los preparativos para una
invasión de Inglaterra. La orden había quedado circuns-
crita al Estado Mayor Naval y ni Hitler ni las otras dos Ar-
mas habían sido informados; hecho que demuestra que fue

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a iniciativa de Raeder el que este tema fuera planteado por


primera vez durante la conferencia. Esta suposición está
igualmente confirmada por los testimonios de oficiales de
la marina de guerra alemana al final de la guerra, al efecto
de demostrar que Hitler no tenía interés por la operación
durante aquella época. No existe, sin embargo, ninguna re-
ferencia de lo que se dijo el 21 de mayo; ni tampoco eviden-
cia alguna concerniente a la actitud de Hitler el 20 de ju-
nio, cuando se planteó por segunda vez el tema de la inva-
sión. Aparece claro que durante esta segunda conferencia,
fue Raeder el que tomó en todo momento la iniciativa. Te-
nía especial interés en hacer resaltar dos puntos: que la
marina de guerra fuera la única responsable en la cons-
trucción de unidades destinadas especialmente para las
operaciones de desembarco y que era imprescindible
contar con la superioridad aérea.
Fue Raeder y no Hitler quien planteó la discusión del tema
en su primera fase; los temas por los cuales se interesaba
Hitler por aquellos días son sumamente instructivos. De-
muestran que se daba por satisfechí en la guerra contra la
Gran Bretaña, tomando medidas que no representasen un
ataque directo. El 21 de mayo, en respuesta directa a la
pregunta de Raeder, decidió que «era preferible contar con
que la guerra iba a ser de larga duración y, por consiguien-
te, organizar un programa a larga vista para la cons-
trucción y entrenamiento de submarinos»; anunció, igual-
mente, que dedicaría toda su atención a los programas de
construcción de submarinos y aviones tan pronto hubiesen
terminado las operaciones principales en Francia. El 4 de
junio expuso que su política era reducir los grupos de la
Wehrmacht tan pronto Francia hubiese sido derrotada, li-
cenciando a los reemplazos más viejos y a los obreros espe-
cializados para destinarlos a la ejecución de aquel progra-
ma. Foco antes del 20 de junio, y como medida para com-
pletar el bloqueo de la Gran Bretaña, ordenó al Estado Ma-
yor Naval que estudiara las posibilidades de la ocupación
de Islandia, proyecto que recibió el nombre clave de «Ica-

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ro»; pero Raeder contestó el 20 de junio que se trataba de


un proyecto imposible de ser llevado a la práctica.
Los días siguientes confirmaron la aversión de Hitler por
la idea de la invasión de Inglaterra. El 2 de julio, es cierto,
unas primeras directrices concernientes a la invasión, fir-
madas por Keitel, anunciaban que «el Führer habia decidi-
do que el desembarco en Inglaterra es posible, siempre
que podamos contar con una superioridad aérea indiscuti-
ble...», y los preparativos para un desembarco de 25 a 40
divisiones en un amplio frente debían ser comenzados in-
mediatamente. Pero no se hizo mención de la posible fecha
de la operación; y, lo que es más, los preparativos debían
iniciarse teniendo siempre en cuenta, sin embargo, que
«se trata solamente de un plan que todavía no ha sido deci-
dido». Una cosa era llegar a la conclusión de que la inva-
sión era posible en determinadas circunstancias; otra cosa
muy diferente, el que la operación llegara a ser intentada.
Con respecto a este segundo punto, Hitler se mantuvo su-
mamente reservado.
Sus dudas fueron ahondadas por Raeder. Las directrices
del 2 de julio llevaban todo el sello de la influencia del
Ejército. Al especificar un número tan elevado de divisio-
nes, en la esperanza de poder desembarcar en un amplio
frente, la operación fue considerada, según el punto de vis-
ta del Estado Mayor Naval, de todo punto irrealizable. El 9
de julio fueron informadas las dos Armas que el problema
central de la operación era sencillamente la cuestión del
número de transportes con que se podía contar, y que el
Estado Mayor Naval consideraba la zona de Dover, un
frente rnuy Kmitado, como la única zona posible donde se
podía contar con una protección adecuada que garantizase
el éxito del desembarco. Durante la siguiente conferencia
con Hitler, el 11 de julio, Raeder expuso estos argumentos
y comenzó su firme apoyo a los mismos, a los cuales se afe-
rró desde aquel momento en contra de la idea de un de-
sembarco en Inglaterra. La invasión debía ser considerada
solamente «como el último recurso para obligar a Inglate-

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rra a rendirse». No era necesaria, puesto que la Gran Bre-


taña podía «ser obligada a rendirse interceptando sencilla-
mente sus vías de suministro...». No podía abogar en «fa-
vor de una invasión de la Gran Bretaña, como lo había he-
cho en el caso de Noruega. Las condiciones previas eran
una superioridad aérea indiscutible y la creación de una
zona libre de minas... Resultaba imposible prever cuánto
tiempo se necesitaría para limpiar una zona de minas...».
Considerando que el Estado Mayor Naval había estado es-
tudiando el proyecto desde el mes de noviembre del año
1939 y que, a todas luces, fue el primero en llamar la aten-
ción de Hitler y de los demás altos jefes militares sobre el
mismo tan pronto se le presentó la ocasión después de ha-
berse desencadenado la ofensiva contra Francia, la actitud
de Raeder puede parecer muy extraña. Al final de la gue-
rra, declaró que había ordenado al Estado Mayor Naval el
estudio del proyecto en cuestión, no por creer necesaria la
invasión, sino por el deseo de estar preparado en el caso de
que Hitler le ordenara de pronto el estudio del proyecto.
En tal caso, no se comprenden sus iniciativas a este respec-
to en los meses de mayo y junio. Tal vez lo justifique un
exceso de celo profesional, ya que al plantear la cuestión
de la invasión de Inglaterra, era un medio seguro para si-
tuar al Estado Mayor Naval a la altura de la situación, in-
cluso en el caso de que se revelara poco después que la in-
vasión no debía o no podía llevarse a cabo. Es posible tam-
bién que Raeder cambiara de parecer con respecto a la po-
sibilidad práctica de poder llevar a cabo la operación des-
pués de un detenido estudio del proyecto como resultado
de las exigencias presentadas por la Wehrmacht en sus di-
rectrices del 2 de julio.
En todo caso, el 11 de julio, Hitler se mostró com-
pletamente de acuerdo con Raeder. A pesar de las directri-
ces del 2 de julio, «el Führer considera la invasión como
una operación de última instancia e impone como condi-
ción previa y necesaria la superioridad aérea...». Continuó
interesándose por otros aspectos de la guerra: en el desa-

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rrollo y militarización de Trondhjem, que debía ser conver-


tida en una gran base defensiva, «una hermosa ciudad ale-
mana debe ser construida en el fiordo»; en la declaración
del estado de sitio de Inglaterra; en los planes para el au-
mento de la flota alemana después de la guexra y la futura
construcción de navios de guerra; y, una vez abandonado
el plan de invasión de Islandia, la adquisición de una de
las islas Canarias de España a cambio del Marruecos fran-
cés. En esencia, su actitud era la misma de siempre. Había
llegado a la conclusión, es cierto, de que, dada la suprema-
cía aérea, podía intentarse la invasión de la Gran Bretaña.
Los preparativos se iniciaron a partir del 2 de julio; pero
sin que nadie se los tomara en serio o se trabajara tenien-
do en cuenta una fecha fija; habían pasado ya dos meses
desde que el proyecto en cuestión fue discutido por vez pri-
mera.

II Su decision de llevar a cabo la invasion


Cinco días más tarde, los planes alemanes entraron en una
segunda fase. El 15 de julio fue informado el Estado Mayor
Naval que Hitler había tomado una decisión; quería que la
operación estuviese preparada en todos sus detalles, a fin
de poder iniciarla en cualquier momento, a partir del 15 de
agosto. El 16 de julio publicó sus directrices personales con
respecto a la operación en cuestión 96. Comenzó por decir
que «Inglaterra, a pesar de lo desesperado de su situación
militar, se ha mostrado reacia a llegar a una situación de
compromiso y he decidido, por lo tanto, comenzar los pre-
parativos y, si es necesario, a continuación, la invasión de
Inglaterra». Añadió que «esta operación es dictada por la
necesidad de eliminar a la Gran Bretaña como base desde
la cual podría proseguir la lucha contra Alemania; y, si es
necesario, la isla será ocupada».

96 D. N., 442-PS.

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Los desembarcos debían97 efectuarse «por sorpresa», y en


un amplio frente, que sé extendería desde Rain:; gate has-
ta un punto al oeste de la isla de Wight. Los preparativos
97 Hitler hablando en el Feldhernhalle en Munich, Baviera

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debían estar terminados para mediados del mes de agosto.


Las fuerzas aéreas británicas debían ser previamente elimi-
nadas. 98, Los flancos de la zona de paso, debían ser mina-
das a fin de impedir el acceso a la misma a los navios de
guerra ingleses. Otras medidas preparatorias consistían en
la instalación de artillería de costa para poder dominar la
zona de asalto, así como intensos ataques aéreos contra las
bases navales británicas. El nombre clave para designar la
operación de la invasión era «Sea Lion».
Tan pronto como recibió las directrices el 16 de julio, Rae-
der protestó, en un memorándum especial, alegando que

98 La Operación León Marino (en alemán: Unternehmen


Seelöwe) fue un plan alemán para invadir Gran Bretaña durante
la Segunda Guerra Mundial. La invasión no llegó a ejecutarse, si
bien sus preparativos fueron muy intensos y la amenaza de
invasión se mantuvo durante bastante tiempo, primero para
mantener una presión psicológica sobre el pueblo y el gobierno
inglés, y posteriormente para encubrir los planes alemanes de
ataque contra la Unión Soviética. El plan fue mencionado por
primera vez ante Hitler en una reunión el 21 de mayo de 1940, si
bien la Kriegsmarine había estudiado la invasión ya en noviem-
bre de 1939 (Plan Norte-Oeste), según órdenes del Gran Almir-
ante Erich Raeder fechadas en el diario de guerra del mando de
la Kriegsmarine el 15 de noviembre de 1939.

Norte-Oeste
El Plan Norte-Oeste, como sería conocido hasta julio de 1940,
planteaba una invasión por sorpresa a pequeña escala en las zo-
nas de Yarmouth y Lowestoft, con tres o cuatro divisiones de in-
fantería y aerotransportadas seguidas por una segunda oleada
que incluiría divisiones panzer y motorizadas. No solo las zonas
de desembarco eran distintas de las definitivamente escogidas,
también los puntos de embarque diferían: fundamentalmente se
contaba con poder utilizar puertos en el mar del Norte y el Bálti-
co, dado que en el momento de gestación del Plan Norte-Oeste
no se contaba aún con la bases en los Países Bajos y Francia que
proporcionaría la campaña de mayo y de junio de 1940 (Caso
Amarillo).

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«la misión designada a las operaciones navales en la opera-


ción «Sea Lion» estaban en desacuerdo con la potencia
real de la marina de guerra y sin relación alguna con las
misiones encomendadas a la Wehrmacht y a la Luftwaf-
fe». El memorándum detallaba a continuación todas las di-
ficultades que se presentaban en la ejecución del plan. Los
puertos de embarque habían sufrido grandes desperfectos
durante la campaña de Francia o, en todo caso, eran limi-
tados en su capacidad. La zona de paso ofrecía graves in-
convenientes que podían ser agravados por las condiciones
meteorológicas, las mareas y el estado del mar. Por lo me-
nos, las primeras oleadas de invasión tenían que desem-
barcar en la costa abierta y esto exigía el empleo de embar-
caciones especiales. No existían medios para limpiar de
minas enemigas la zona de desembarco. La supremacía aé-
rea era vital ya antes de que los transportes pudieran ser
concentrados en la zona de embarque. Sobre todo, empe-
ro, las fuerzas de desembarco se enfrentarían con un ene-
migo decidido «a lanzar a la lucha todas sus fuerzas nava-
les. No es de suponer que la Luftwaffe pueda impedir que
las fuerzas navales enemigas se acerquen a la zona de peli-
gro... Los campos de minas no representan una protección
eficaz frente a un enemigo decidido...».
Hitler, si es que de por sí no estaba convencido todavía de
las dificultades que entrañaba una tal empresa, se sintió
impresionado por los argumentos expuestos por Raeder.
El 21 de julio confesó que la invasión de la Gran Bretaña
sería «una empresa ex-cepcionalmente peligrosa... No se
trata de cruzar un río, sino un mar dominado por el enemi-
go... No se puede contar con una maniobra de sorpresa;
nos enfrentamos con un enemigo decidido y preparado pa-
ra la defensa, que domina la zona marítima que nosotros
hemos de cruzar... Se necesitarán 40 divi-ciones; la parte
más difícil será el continuado suministro de material y mu-
niciones... Las condiciones previas necesarias para una tal
operación son el dominio absoluto del aire, el uso de una
poderosa concentración de artillería en el estrecho de Do-

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ver y la protección por medio de campos de minas...».


Las condiciones climatológicas y la época del año eran
igualmente factores de suma importancia. «La operación
principal debía, por consiguiente, ser terminada ya antes
del 15 de septiembre... En el |caso de que los preparativos
no pudiesen estar listos para principios de septiembre, ha-
bría que tomar en consideración otros planes.»
Hacía marcha atrás sobre las decisiones que había tomado
en sus directrices del 16 de julio. En éstas, había afirmado
que los desembarcos debían efectuarse mediante operacio-
nes de sorpresa; ahora admitía que el factor sorpresa no
podía entrar en los cálculos. Había insistido anteriormente
en que los preparativos debían estar terminados para me-
diados de agosto; ahora aceptaba la fecha de principios de
septiembre. Las directrices habían insistido en el hecho de
que la invasión sólo se llevaría a cabo en el caso de que la
Gran Bretaña se negara a llegar a una situación de compro-
miso. Sin embargo, ahora ya no existía la seguridad de que
la operación pudiera llevarse a cabo y era necesario contar
con tener que tomar en consideración otros planes.
En un punto, sin embargo, se mantuvo firme. Fuesen cua-
les fuesen las dificultades, añadió el 21 de julio, «es necesa-
rio aclarar la cuestión de si un ataque directo influiría en la
rendición de la Gran Bretaña y el tiempo que esto requeri-
ría...». Fuesen cuales fuesen las dificultades, debía conti-
nuar el estudio de los preparativos. No era cierto todavía
de que una invasión pudiera llevarse a la práctica aquel
mismo año; pero, si los preparativos terminaban a tiempo,
y si se podía contar con las condiciones necesarias, la ope-
ración sería llevada a cabo.
Temporalmente, incluso el propio Raeder, aceptó esta po-
sición. El 25 de julio comunicó a Hitler que se hacían todos
los esfuerzos para terminar los preparativos para princi-
pios del mes de septiembre; había desistido ya de su oposi-
ción primitiva al plan. Pero continuó insistiendo en las di-
ficultades que se ofrecían a la realización del mismo. Expu-
so de nuevo las serias consecuencias que la operación ejer-

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cería sobre la economía interna alemana e insistió con ve-


hemencia en la absoluta necesidad de conquistar pre-
viamente la supremacía aérea. No podía garantizar la con-
centración, a su debido tiempo en la zona de embarque,
del número suficiente de barcos de transporte. Continuó
oponiéndose, igualmente, a las exigencias de la Wehr-
macht. El 29 de julio redujo el Ejército de tierra su primiti-
va cifra de 25 a 40 divisiones para la primera oleada de de-
sembarco a sólo 13. Pero continuó insistiendo en que de-
bían desembarcar en un amplio frente desde- Ramsgate a
Lyme Bay; y el Estado Mayor Naval continuó con-
siderando un tan amplio frente como totalmente im-
practicable.
Para superar las dificultades, que en modo alguno eran
suavizadas por las discusiones que se entablaron entre las
dos Armas, se iniciaron nuevos estudios de 3a situación
con el resultado de que el 31 de julio Raeder informó que
los preparativos no podrían estar terminados a tiempo y
proponía un aplazamiento de la operación hasta el año
1941. Consideraba que el 15 de septiembre era la primera
fecha plausible que podía ser fijada como fecha de la in-
vasión; e incluso esta fecha dependía de que no se presen-
taran circunstancias imprevistas ocasionadas por el tiem-
po o por el enemigo. Con referencia a las exigencias de la
Wehrmacht, puso objeciones a los dos puntos. El Ejército
exigía que los desembarcos se efectuasen al amanecer y el
transporte por mar durante la noche; pero el transporte
por la noche ofrecía mayores dificultades a la marina de
guerra y e! amanecer era el momento menos indicado para
efectuar un desembarco. Las fuerzas navales enemigas po-
drían alcanzar la entrada del Canal desde grandes distan-
cias, sin ser avistadas durante la noche y, bajo su protec-
ción, atacar a las fuerzas de desembarco al amanecer. Si,
por otro lado, el transporte se efectuaba durante el día, el
reconocimiento aéreo permitiría localizar a las fuerzas ene-
migas y se podría contar con el tiempo necesario para inte-
rrumpir la operación si las circunstancias así lo exigían.

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El otro punto afectaba a la creación de un frente amplio o


limitado a una estrecha franja. Si la Wehrmacht insistía en
este punto de vista, no se podría conceder ninguna protec-
ción naval o aérea a los desembarcos al oeste, cerca de
Lyme Bay, ya que éstos se efectuarían demasiado cerca de
las bases navales de Portsmouth y Plymouth. Basándose
en estos argumentos, exigió Piaeder que el transporte por
mar se efectuara durante el'día y los desembarcos queda-
sen limitados a la zona de la llamada Calle de Dover.
Estas exigencias condujeron a otras. Si eran aceptadas re-

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sultaba evidente que la operación sería más difícil desde el


punto de vista de la Wehrmacht. «Pero lo principal — de-
claró Raeder —, es lograr, en primer lugar, que el Ejército
pueda cruzar el Canal.» Tanto éste como la marina de gue-
rra debían tomar en consideración estos hechos, cooperar
en el planteamiento más meticuloso de la operación y
prestar especial atención a los preparativos a fin de asegu-
rar el éxito de la acción. Por todas estas causas, la ope-
ración debería ser aplazada hasta el mes de mayo del año
1941.
Hitler no estaba dispuesto a aceptar estas proposiciones.
Estaba decidido a obtener una respuesta clara y concreta
con respecto a la cuestión: ¿Podía la invasión estar prepa-
rada para aquel otoño? Había fijado la fecha de mediados
de agosto como límite para la terminación de los preparati-
vos, había luego aceptado aplazarla hasta principios de
septiembre y así como también el aplazamiento que, según
Raeder, era inevitable, pero todavía no estaba dispuesto a
abandonar el proyecto de efectuar la invasión en el año
1940. Su respuesta a Raeder el 31 de julio fue «que era ne-
cesario hace,r todos los esfuerzos posibles para preparar la
invasión para el 15 de septiembre... La decisión de si la
operación se efectuaría en dicho mes o sería aplazada has-
ta el mes de mayo del año 1941, se tomaría después de que
la Luftwaffe hubiese concentrado sus ataques en el sur de
Inglaterra durante el plazo de una semana. Esperaba el in-
mediato informe de la Luftwaffe sobre cuándo podrían co-
menzar estos ataques. Si las consecuencias de tales ata-
ques aéreos eran que las fuerzas aéreas enemigas, los puer-
tos y las fuerzas navales sufrían graves daños, la operación
«Sea Lion» sería lanzada todavía durante el curso del año
1940. En caso contrario, sería aplazada hasta el mes de
mayo de 1941...
Estas decisiones fueron recapituladas en unas directrices
del 1 de agosto, después de haber contestado la Luftwaffe
a la demanda de Hitler. Los preparativos debían quedar ul-
timados para el 15 de septiembre. Ocho o catorce días des-

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pués de comenzar la ofensiva aérea contra el sur de Ingla-


terra, prevista para el 5 de agosto, Hitler decidiría si la
operación «Sea Lion» se efectuaría o no aquel mismo año.
Si la operación era aplazada hasta el año 1941, los prepara-
tivos de la misma continuarían durante todo el invierno, a
fin de no causar perjuicios a la economía interior alemana.
En sus directrices, Hitler rechazó otra de las exigencias de
Raeder. «A pesar de las objeciones de la marina de guerra
— añadió —, deben ser: continuados los preparativos para
poderse efectuar en un amplio frente, tal como se planeó
originariamente.» Esta declaración provocó otras violentas
discusiones entre la Wehrmacht y la marina de guerra. El
31 de agosto preguntó Raeder a Hitler con respecto a la de-
cisión final que había tomado a este respecto, «puesto que
en otro caso aplazaría los preparativos». Al mismo tiempo,
aprovechó la oportunidad para insistir nuevamente en que
la operación «Sea Lion» debía intentarse «sólo como últi-
mo recurso si no podía obligarse a la Gran Bretaña por
otros medios a llegar a una situación de compromiso».
Con respecto al primero de estos puntos, Hitler rehusó to-
mar una decisión hasta no haber conferenciado con los de-
más altos jefes militares. Con respecto al segundo, se mos-
tró de acuerdo con Raeder y añadió que sólo se intentaría
llevar a cabo la operación en el caso de que las circunstan-
cias garantizasen el éxito de la misma. «Un fracaso por
nuestra parte haría que Inglaterra aumentara considera-
blemente su prestigio. Es necesario esperar y comprobar
primeramente las consecuencias de nuestros intensos ata-
ques aéreos.»
Durante los dos días siguientes se celebraron diversas con-
ferencias entre Hitler y los jefes de la Marina y del Ejérci-
to. El Estado Mayor Naval reconoció «las razones que in-
ducían al Estado Mayor de la Wehrmacht a apoyar sus de-
mandas». Sin embargo, lo mismo que la Wehrmacht, tenía
que insistir en ciertas exigencias que consideraba esencia-
les para el logro de los objetivos. «El Ejército preveía un
desembarco simultáneo de diez divisiones en un frente que

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se extendía desde Ramsgate hasta un punto al oeste de


Brighton, junto con otro desembarco, simultáneo si era po-
sible, en Lyme Bay. El Estado Mayor Naval rehusaba modi-
ficar su punto de vista de que estos planes eran inacep-
tables. No se disponía del transporte necesario, y tampoco
de las facilidades necesarias en la zona de embarque para
una primera ola de desembarco de diez divisiones. El fren-
te entre Ramsgate y Brighton era demasiado amplio;
desembarcos simultáneos cerca de Brighton, en el oeste; y
entre Deal y Ramsgate, al este; no podían llevarse a cabo.
El desembarco en Lyme era aún más imposible; no existía
allí espacio de navegación suficiente e, incluso en este ca-
so, no se dispondría de la debida protección. A la vista de
estos hechos, Hit-ler y la Wehrmacht se vieron obligados a
aceptar un compromiso. Hitler decidió el 15 de agosto
abandonar la idea de un desembarco eri Lyme Bay, y or-
denó tomar las disposiciones necesarias a fin de no excluir
la posibilidad de un ataque sobre un frente limitado en el
caso de que así se considerara necesario en el último mo-
mento. Pero insistió igualmente en que, por el momento,
los preparativos de desembarco fueron planeados toman-
do en consideración tanto la zona de Brighton, como la de
los estrechos.
Las controversias con respecto al desembarco en la zona
de Brighton continuaron durante otros doce días. El Es-
tado Mayor Naval deseaba considerarlo, en el caso de que
realmente fuese tomado en consideración, como una sim-
ple acción de diversión; la Wehrmacht estaba igualmente
decidida a considerar Brighton como una de las zonas
principales de desembarco. Finalmente, la Wehrmacht sa-
lió triunfante; pero no se tomó una decisión final hasta el
27 de agosto. Aquel día se decidió que los desembarcos se
efectuarían en tres zonas entre Folkestone y Beachy Head,
así como también en una cuarta zona, con cuatro divisio-
nes, entre Brighton y Selsey Bill.
A pesar de estos contrasentidos, que se prolongaron du-
rante todo el mes de agosto, Hitler se mantuvo en la posi-

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ción que había adoptado a mediados de julio. A pesar de


que a fines de este mes las dificultades le habían obligado a
aceptar dos aplazamientos, desde mediados de agosto a
principios de septiembre, y desde principios de septiembre
a mediados del mismo mes, insistió en que se continuaran
todos los preparativos y manifestó su intención de invadir
la Gran Bretaña en el mes de septiembre, si se conseguían
las condiciones que él consideraba necesarias.
La supremacía aérea había sido considerada siempre como
la más importante de dichas condiciones; a fines del mes
de agosto, todo daba a entender que se iba a alcanzar el
éxito deseado. La Luftwaffe informó que la situación cli-
matológica iba a ser pronto favorable y que esperaba obte-
ner resultados decisivos en el curso de los 15 días siguien-
tes. En consecuencia, el plan de invasión fue puesto en
marcha. El primero de septiembre comenzó el movimiento
de I laicos alemanes desde los puertos del mar del Norte a
la zona de embarque. Las instrucciones para la operación
fueron publicadas el 3 de septiembre: el 20 de septiembre,
o sea, otro aplazamiento, fue fijado como la fecha para el
comienzo de la invasión; el 21 de septiembre para los de-
sembarcos; el 11 de septiembre para la distribución, al me-
diodía, de las órdenes finales: las instrucciones de la ope-
ración D-3. Toda la operación podía ser anulada, pues la
deci-ción final dependía de la batalla aérea que duraba ha-
cía ya seis semanas; sin embargo, con respecto a todas
las decisiones previas que pudiesen tomarse, la invasión
de Inglaterra estaba a punto de ser iniciada.

III El fracaso del Plan


Quedaban menos de dos meses antes de que la invasión,
condicionada por las condiciones climatológicas y el es-
tado del mar, pudiera efectuarse en 1940; menos de un
mes antes del fin de un período a partir del cual podía in-
tentarse la acción. Incluso en el caso de que todos estos
obstáculos hubiesen podido ser superados, el plazo de
tiempo disponible era demasiado corto para resolver todos

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los problemas pendientes. Éstos eran de dos clases: los


que había que tener en cuenta al lanzarse a una operación
marítima de gran envergadura y los creados por las contra-
medidas británicas o basadas en la fuerza real de la posi-
ción británica.
Un gran número de barcos habían de trasladarse a la zona
de embarque; pero el mal tiempo agravó las dificultades ya
existentes. El 6 de septiembre existía ya un evidente retra-
so con respecto al movimiento de las barcazas; el mal tiem-
po y la intervención de la R.A.F. habían hecho imposible
limpiar de minas c.l previsto pasadizo de asalto. Y el 10 de
septiembre, el tiempo «que para esta época del año es
completamente anormal e inestable, dificulta gran-
demente los movimientos de transporte y la limpieza de
minas».
Los problemas climatológicos y logísticos, no eran, sin em-
bargo, los únicos ni tampoco los factores principales que
determinaban la situación. La R.A.F. usurpó al enemigo
aquel grado de superioridad en el aire que era necesario si
la invasión, dejando a, un lado su posible ejecución, debía
ser preparada adecuadamente.
«Es de importancia decisiva, (escribió el Estado Mayor Na-
val el 10 de septiembre) al formar un juicio de la situación,
no exagerar los daños causados a las fuerzas enemigas en
el sur de Inglaterra y el Canal... La Luftwaffe ha logrado
un perceptible debilitamiento de las fuerzas defensivas del
enemigo... Sin embargo, los bombarderos británicos y Jas
unidades minadoras de la R.A.F. disponen todavía de toda
su potencia de acción... las actividades de Jas fuerzas britá-
nicas han obtenido el éxito por ellos deseado, a pesar de
que, es cierto, no han influido de un modo decisivo en los
movimientos de transporte alemán. La fase que el Estado
Mayor Naval ha con siderado siempre como condición pre-
via más importante para la operación, no se ha alcanzado
todavía : o sea, una clara superioridad aérea en el Canal y
la eliminación de todas las posibilidades de acción, aérea
enemiga en las zonas de concentración.»

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El día D, 21 de septiembre, podía todavía, pro-


visionalmente, ser aceptado; pero «había que contar siem-
pre con nuevas dificultades que pudiesen resultar de las
condiciones climatológicas y de las acciones del enemigo».
Durante esta batalla para conquistar la supremacía del ai-
re, que todavía ofrecía un resultado incierto, y que había
comenzado ya a mediados del mes de julio, se planteó un
nuevo problema. Hasta mediados del mes de agosto, la mi-
sión principal de la Luftwaffe había sido atacar los navios
británicos, los puertos de la costa sur y los aeródromos del
sur de Inglaterra, todo eso dentro del marco del plan «Sea
Lion». Durante la segunda mitad del mes de agosto, en
parte por los desengaños sufridos por la falta de resultados
decisivos, en parte como resultado de la falta de unión y la
rivalidad existente entre las distintas armas alemanas, el
plan fue cambiado. Goering continuó forzando la batalla
sobre Londres en la esperanza de que los continuos bom-
bardeos de la capital inducirían a los ingleses a iniciar
negociaciones de paz. El 7 de septiembre, cuando se com-
probó .que este plan fallaba al igual que el primero, se to-
rnaron nuevos acuerdos, a Estaría más en consonancia con
los preparativos planeados para «Sea Líon», si la Luftwaf-
fe se concentrara menos sobre Londres y más sobre Ports-
mouth, Dover y las fuerzas navales, dentro y cerca de la zo-
na de operaciones», continúa el memorándum naval de
aquella fecha. Dos días más tarde, la marina de guerra se
mostró más explícita aún. «La guerra aérea — declara otro
memorándum del 12 de septiembre 99 —, es conducida co-
mo una «guerra aérea independiente»... Fuera del marco
de la operación «Sea Lion»... en particular, no se observa
ningún esfuerzo por parte de la Luftwaffe para ligar las
unidades de la flota británica que, por el momento, operan
con toda tranquilidad y sin ser molestadas por el Canal...
por consiguiente, la intensificación de la guerra aérea no

Este documento se encuentra en W. S. Churchill, The mi


99

World War, vol. II (Their Finest Hour), págs. 289-90.

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ha contribuido, hasta el momento, en favor de las opera-


ciones de desembarco; por consiguiente, la puesta en prác-
tica del desembarco, no puede todavía ser tomada en
consideración.»
lliller había compartido las esperanzas de Goe-iiiu', y apro-
bado el cambio de objetivos, y el propio Estado Mayor Na-
val se hallaban divididos entre estas esperanzas y la necesi-
dad de continuar preparando el plan «Sea Lion». En con-
secuencia, el memorándum del 10 de septiembre concluye
así, «no considera apropiado presentar a la Luftwaffe o al
Führer tales demandas (un cambio de los objetivos aé-
reos), puesto que el Führer considera que un ataque en
gran escala contra Londres puede resultar decisivo, y por-
que el bombardeo sistemático de Londres puede originar
una actitud en el enemigo que haga innecesario el plan
"Sea Lion"». El 14 de septiembre, Raeder personalmente
suscribió esos puntos de vista: «los ataques aéreos contra
Inglaterra y, sobre todo contra Londres... deben ser inten-
sificados sin tener en cuenta el plan «Sea Lion». Los ata-
ques pueden ser decisivos».
La publicación de las órdenes finales para «Sea Lion» su-
frían ya, en consecuencia, un retraso de tres días; era nece-
sario transmitir órdenes a las fuerzas antes de esperar el
resultado de la batalla aérea. Resultaba evidente, además,
que, en vista de la situación aérea, era necesario un nuevo
aplazamiento, por no decir ya la anulación de todo el plan.
Hitler había vacilado ya entre estos dos extremos; pero el-
14 de septiembre tomó la decisión. Reconoció que no se
podía efectuar todavía la invasión y que. había que aceptar
un aplazamiento de la misma; pero se resistió a anular de-
finitivamente la operación. «Sería un error renunciar a
"Sea Lion"». Albergaba todavía la esperanza de que «si se
añade la presión de un inminente desembarco a los futu-
ros ataques aéreos, el efecto total será mucho más fuerte.
Un ataque no es decisivo por sí solo, sino por los efectos to-
tales que produce.». Además, había que contar con el he-
cho de que si se renunciaba a la idea de la invasión, la mo-

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ral inglesa sujbiría y los ingleses soportarían con mayor re-


signación los ataques aéreos alemanes.
Raeder se mostró de acuerdo con estos argumentos pero
estaba más predispuesto que Hitler a anular de un modo
definitivo la operación. «No es prudente renunciar ahora a
«Sea Lion», por las razones aducidas por el Führer»; sin
embargo, creía que lo mejor era aplazarla por un tiempo
indefinido. Insistió, en consecuencia, que se fijaran fechas
"favorables para el mes de octubre, tanto para el 8 como
para el 24 de dicho mes. Hitler no quiso aplazar la opera-
ción durante tanto tiempo. Fijó el 27 de septiembre como
nuevo día D; y decidió esperar hasta el 17 de septiembre
para decidir si la operación había de tener o no lugar en
aquella nueva fecha.
Mientras tanto, los bombarderos de la R.A.F. habían inten-
sificado sus ataques en la zona de concentración, los na-
vios de la Royal Navy habían igualmente aumentado el
bombardeo de los puertos de embarque. Ochenta barcazas
destinadas a las fuerzas de invasión fueron hundidas el 13
de septiembre; se infligieron .al enemigo otras graves pér-
didas, sobre todo, en Amberes. En la batalla llamada de
Londres, fue derrotada el 15 de septiembre la mayor
concentración realizada por la Luftwaffe sobre la ciudad;
fue el día en que, según Mr. Churchill «se decidió la batalla
por la Gran Bretaña» 100.
Goering había fracasado en su esfuerzo para dominar el
cielo de Londres; por consiguiente, la invasión directa era
necesaria.
Sin embargo, ¿era posible su realización? ¿A qué había
quedado reducida la supremacía en el aire? ¿No habían de-
mostrado las recientes y numerosas destrucciones de
transportes, causadas por los navios y las fuerzas aéreas
británicas, que dicha supremacía era más necesaria que
nunca y, sin embargo, ésta ya no existía? El 17 de septiem-

W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Their Finest


100

Hour), págs. 293 y 297.

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bre Hitler decidió no anular la operación «Sea Lion», pero


sí aplazarla nuevamente. El 19 de septiembre se dio contra-
orden a la concentración de los barcos de transporte y bar-
cazas situados en los puertos de embarque; los barcos que
se encontraban ya en esta zona, recibieron órdenes de
abandonarla para reducir a un mínimo las graves pérdidas
que les infligían las incursiones aéreas británicas 101. El 12
de octubre, Hitler anunció que los preparativos para el
plan «Sea Lion» debían continuar durante todo el invier-
no, pero sólo con el fin de poder ejercer una presión mi-
litar y política sobre la Gran Bretaña. «Los ingleses deben
continuar creyendo que nos estamos preparando para ata-
car en un amplio frente. Al mismo tiempo, nuestra econo-
mía de guerra debe ser aliviada del intenso esfuerzo im-
puesto por los preparativos de la invasión. » En el caso de
que se considerara conveniente llevar a cabo la operación
en la primavera o a principios del verano del año 1941, se
dictarían las órdenes oportunas.

IV La explicacion de la actitud de Hitler


Una vez expuestas las fases principales del plan «Sea
Lion» es necesario intentar definir el proceso seguido por
el propio Hitler con respecto a esta empresa; y dos hechos,
en particular, requieren una explicación. Éstos son, en pri-
mer lugar, su primitiva aversión a aceptar el plan y, en se-
gundo, la naturaleza de su concepción cuando, finalmente,
se decidió a aceptarlo.
Resulta evidente que su primitiva aversión por aceptar el
proyecto de invasión se debió, en parte, a que la operación
resultaría, si no imposible, por lo menos muy difícil de ser
ejecutada sobre el terreno; e, incidentalmente, es de supo-
ner que estas dificultades se le hubieran antojado menos
insuperables si la marina de guerra alemana no hubiese su-

101Hasta el 21 de septiembre, de acuerdo con las cifras ale-


manas, habían sido destruidas o averiadas 214 (12,6 %) de las
1.697 barcazas disponibles y 21 (12,5 %) de los transportes.

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frido pérdidas durante la campaña de Noruega, y si mu-


chos barcos de menor tonelaje no se hubiesen visto obliga-
dos a permanecer en los puertos noruegos.
No fue hasta el 2 de julio que decidió que «un desembarco
en Inglaterra es posible contando con la necesaria supre-
macía aérea...»; el reconocimiento de las dificultades que
entrañaba el plan continuó preocupándole, a pesar de la
decisión que tomó durante los días 15 y 16 de julio. Una se-
mana más tarde, el 21 del mismo mes, tenía plena concien-
cia de que la invasión sería «una empresa excepcionalmen-
te arriesgada», y que «en modo alguno era igual que cru-
zar un río». Sin embargo, ya por el 16 de Julio había supe-
rado su original aversión por el proyecto sin, por ello, re-
nunciar al reconocimiento de las dificultades; fue entonces
cuando publicó sus directrices y éstas nos dan a entender
que la clara visión de las dificultades no fue la única razón
que explica sus anteriores vacilaciones. Debió de existir
otra causa; y fueron otros los factores importantes que le
forzaron o indujeron a superar su aversión por la empresa.
La segunda razón de su aversión a ordenar la invasión fue,
de ello no cabe la menor duda, la esperanza de que la Gran
Bretaña iniciaría negociaciones de paz una vez derrotada
Francia, y que, en este caso, la invasión ya no sería necesa-
ria. Si no existiese otra evidencia, las palabras con que co-
mienza sus directrices del 16 de julio serían más que sufi-
cientes para demostrar que fue al perder estas esperanzas
cuando se avino a aceptar el proyecto de invasión. «Como
Inglaterra, a pesar de lo desesperado de su situación mi-
litar — leemos en dichas directrices —, se ha mostrado rea-
cia a llegar a una situación de compromiso, he decidido
preparar y, si es necesario, llevar a cabo la invasión de In-
glaterra...»
Pero existen otros testimonios que hay que añadir a éste;
junto a las dificultades del proyecto y su aversión por el
mismo, Je animaba el deseo de llegar a un entendimiento
con la Gran Bretaña. En las directrices decía que la inva-
sión se llevaría a cabo, y era necesaria, si la Gran Bretaña

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 139

continuaba rehusando llegar a una situación de compromi-


so a la Hora H; y durante algunos días más se aferró to-
davía a la esperanza, que ya se esfumaba, de que Inglaterra
acabaría por ceder. El 19 de julio, finalmente, se decidió
por hacer una gestión directa; hasta aquel momento había
albergado la esperanza de que no sería necesario insistir
cerca de la Gran Bretaña. «En esta hora — declaró en un
discurso ante el Reichstag —, considero como un deber
frente a mi propia concieiicia apelar una vez más a la razón
y el sentido común de la Gran Bretaña. No veo la razón por
qué ha de continuar esta guerra...» El discurso fue seguido
por gestiones diplomáticas a través de Suecia, los Estados
Unidos y el Vaticano 102.
No cabe la menor duda de que Hitler estaba muy ansioso
con respecto al resultado de estas gestiones que había to-
mado tan en serio. «Está en los intereses del pueblo ale-
mán una rápida terminación de la guerra», le dijo a Rae-
der el 21 de julio.
Hemos ya expuesto algunos detalles de las fases a través
de las cuales se fue alimentando esta esperanza, y es nece-
sario ahora añadir otras. Antes de la guerra, no se había
dejado llevar por las ilusiones. El 23 de mayo de 1939, a
pesar de creer que tal vez fuese posible asegurarse la «capi-
tulación inmediata» de la Gran Bretaña destruyendo su
flota naval, a pesar de. tomar en consideración un «golpe
final decisivo» parecido a éste, reconoció que «sería crimi-
nal por parte de un Gobierno confiar enteramente en el
factor sorpresa»; insistió «en la necesidad de hacer prepa-
rativos para una guerra de larga duración»; aseguró a su
auditorio que «un conflicto con la Gran Bretaña sería un
lucha de vida o muerte». «La idea de que podemos salir
bien parados de la empresa es peligrosa — continuó—; no
debemos contar con una posibilidad que no existe... el Go-
bierno debe estar preparado para una guerra de diez a
102Véase Máxime Mourin, Les Tentatives de Paix, 1939-45.
págs. 86-8, y W. S. Churchill, The Second World War, vol. II
(Their Finest Hour], págs. 229-32.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 140

quince años de duración 103.» Pero la conclusión del pacto


con Rusia, tal como hemos indicado ya anteriormente,
cambió esos puntos de vista: en su discurso del 22 de agos-
to del año 1939 104, no hizo hincapié en las dificultades o
en el tiempo de duración de la guerra, y afirmó solamente
su creencia de que la guerra sería muy corta. El pacto ali-
mentó la esperanza de que Francia e Inglaterra aceptarían
un fait ac-compli después de la derrota de Polonia; sus
planes estratégicos para la campaña de Polonia se basaron
en esta esperanza; y si pronto fue abandonada, fue reem-
plazada inmediatamente por el convencimiento de que la
Gran Bretaña cedería tan pronto Francia hubiese sido de-
rrotada. Esto se revela claramente en el memorándum del
9 de octubre 105 y en su discurso del 23 de noviembre del
año 1939 106, en el cual declaró que el ataque contra Fran-
cia «significará el fin de la guerra y no se trata en modo al-
guno de una situación aislada»; y existe otra evidencia,
aunque menos directa, en diversas observaciones a Goe-
ring, Ribbentrop y Raeder.
Así, por ejemplo, el 22 de noviembre de 1939, en lugar de
decir que concentraría toda su atención e interés en la lu-
cha contra la Gran Bretaña una vez derrotada Francia, le
dijo a Raeder que sería entonces la ocasión para decidir «si
la guerra naval había de ser intensificada» 107. El 26 de
enero de 1940, después de haber expresado la esperanza
de que Italia lucharía al lado de Alemania después de la de-
rrota de Francia, confesó que, «puesto que Italia sólo en-
trará en la guerra en el caso de que Alemania obtenga
grandes éxitos, no existen grandes ventajas para Alemania
en la colaboración de Italia...» Una observación de Goe-
ring 108 109, durante una conferencia celebrada el 30 de ene-
103 D. N., 79-L.
104 D. N., 798-PS. y 1014-PS.
105 D. N., 52-L.
106 D. N., 789-PS.
107 Acotación personal.
108 D. N., 606-EC.

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ro de 1940, confirma que Hitler contaba todavía con una


victoria decisiva en el Oeste, después de haberse visto
obligado a aplazar el ataque y añadir la invasión de Norue-
ga a sus planes. «El Führer—dijo Goering en aquella oca-
sión —, está firmemente convencido de que alcanzará una
decisión de la guerra en el año 1940... y, por consiguiente,
ha decidido hacer uso de nuestras reservas de primeras
materias sin considerar las necesidades del futuro...» Una
109 Hermann Wilhelm Göring (Rosenheim, 12 de enero de 1893
– Núremberg, 15 de octubre de 1946) fue un destacado político
y militar alemán, miembro y figura prominente del Partido Na-
zi, lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luft-
waffe. Hermann Wilhelm Göring nació en el sanatorio Marien-
bad (Rosenheim, Baviera), cuarto hijo del matrimonio habido
entre Heinrich Ernst Göring (31 de octubre de 1839 – 7 de di-
ciembre de 1913) y Franziska «Fanny» Tiefenbrunn, muerta en
agosto de 1923. Göring tuvo dos hermanos y dos hermanas: Al-
bert y Karl Ernst Göring y Olga Therese Sophia y Paula Elisa-
beth Rosa Göring.
La familia Göring era de orígenes aristocráticos y tenía ances-
tros tanto católicos como protestantes. Su padre, soldado profe-
sional en tiempos de Otto von Bismarck, se convirtió en el pri-
mer gobernador del África Suroccidental Alemana. Vivió su in-
fancia lejos de su familia, cuando su padre se jubiló fueron a viv-
ir al principio cerca de Berlín. Pero la mayor parte del tiempo
vivieron en Veldestein, en las proximidades de Núremberg, en
un castillo medieval perteneciente al padrino de Hermann y pa-
dre de Albert, el doctor Hermann Espenstein.
Ese entorno romántico influyó en su inclinación por todo tipo
de vestimenta. Sus resultados en la escuela, luego de un interna-
do privado, fueron mediocres, pero todo cambió en cuanto se le
envió a la escuela de cadetes de Karlsruhe y más tarde, en 1910,
a la famosa Gross Lichterfelde cerca de Berlín. Adoraba literal-
mente la vida de aspirante a oficial prusiano y llevaba con orgul-
lo el uniforme. Después, cuando fue a Italia en compañía de sus
amigos, redactó su diario donde decía que admiraba las obras
de Leonardo Da Vinci, Rubens, Tiziano y Bellini; esa pasión por
la pintura lo convertiría más tarde en uno de los coleccionistas
más expertos de Europa.

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afirmación en el Diario de Jodl, del 20 de mayo de 1940


110, es igualmente reveladora en este sentido. «El Führer ,

escribió — está sumamente satisfecho consigo mismo... los


ingleses podrán obtener una paz por separado siempre que
lo deseen, después de restituir las colonias. El memorán-
dum especial que comprende las palabras, embargadas por
la emoción, del Führer cuando recibió la noticia de la con-
quista de Abbe-ville, ha sido archivado.» Una afirmación
de Ribben-trop nos habla de lo mismo. Se pregunta 111 si,
después de la evacuación de Dunkerque «se decidirá por
una paz rápida». «El Führer estaba entusiasmado con esta
idea», y describe las bases del ofrecimiento que pensaba
hacer a la Gran Bretaña. «Constará sólo de muy pocos
puntos, y el primero de éstos es que nada debe intentarse
entre Inglaterra y Alemania que pudiera ser considerado
como menoscabo del prestigio de la Gran Bretaña. En se-
gundo lugar, la Gran Bretaña ha de restituirnos una o dos
de nuestras antiguas colonias. Esto es lo único que desea-
mos...»
Es necesario admitir que el Führer hizo observaciones en
diversas ocasiones a Raeder que están en contradicción
con este argumento. El 21 de mayo de 1940, le dijo a Rae-
der «que sería mejor partir de la base de que la guerra iba
a ser de larga duración, y, por consiguiente, convenía orga-
nizar un programa a largo plazo para el entrenamiento y la
construcción de submarinos» ; el 4 de junio manifestó to-
davía su intención de reducir el número de fuerzas de tie-
rra y concentrar todos los esfuerzos en el programa de la
marina de guerra y la Luftwaffe para la lucha contra la
Gran Bretaña. Pero no siempre fue sincero con Raeder, a
pesar de que, con respecto a estos temas, tuvo siempre el
máximo empeño en ganarse su confianza.

D. N., 1809-PS.
110

N. D. (C. and A.), Supplement B, pág. 1179, Proceedings, part.


111

10, pág. 194.

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La evidencia de su 112 llamamiento a la Gran Bretaña y las


gestiones diplomáticas que inició en este sentido son tan
poderosas, tan significativas, que no permiten la menor
112 Adolf Hitler en Nuremberg en 1938

143/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 144

duda de que sus esperanzas eran la rendición de la Gran


Bretaña después de la derrota de Francia.
Si rehusó considerar el proyecto de invasión hasta el 2 de
julio; si al parecer se dio por satisfecho con medidas de
ataque indirecto; si, incluso después del 2 de julio, vaciló
en ordenar la invasión hasta el 15 y 16 de julio, no fue por
contentarse, al contrario d Raeder, con derrotar a la Gran
Bretaña «cortando sus importaciones».
Era porque albergaba la esperanza de que la Gran Breta-
ña entablaría negociaciones de paz y le liberaría así de lan-
zarse a una operación por la cual sentía una profunda aver-
sión. No era porque estaba preparado a aceptar una guerra
de larga duración con este país; sino al contrario, porque
estaba decidido a que la guerra fuese lo más corta posible.
Pero si su esperanza de un rápido entendimiento con la
Gran Bretaña fue la principal razón de su desgana a
aceptar el plan de invasión en su primera fase, fue también
lo único que le impulsó a superar finalmente su aversión
por la empresa. Cuando la decisión británica de continuar
la lucha se hizo irrevocable, anunciada y estimulada por
Churchill, al estudiar las dificultades de la invasión, los de-
seos de Hitler para llegar a un rápido entendimiento se hi-
cieron más vivos, en tanto que sus esperanzas en este sen-
tido comenzaban a esfumarse. En este proceso se vio im-
pulsado, primeramente, el 16 de julio, a declarar que «Sea
Lion» era una empresa que sería llevada a la práctica en el
caso de que la Gran Bretaña no estuviera dispuesta a ce-
der; luego, el 19 de julio, a hacer su última oferta de paz y,
finalmente, cuando esta oferta fue rechazada por la prensa
y el Gobierno británicos, y confirmada oficialmente el 22
de julio por el secretario de Asuntos Exteriores de la Gran
Bretaña, a aceptar el hecho de que la invasión directa era
el único medio que le quedaba para evitar una guerra de
larga duración en el Oeste. Fue entonces cuando superó su
aversión contra el proyecto de invasión.
Sin embargo, jamás logró superar totalmente esta aversión
y, quizá como resultado directo de este hecho, jamás aban-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 145

donó su esperanza de un colapso británico; y son estos dos


factores los que explican su actitud con respecto a «Sea
Lion». Las directrices del 16 de julio contenían más de un
contrasentido. Había declarado que «Sea Lion» sería eje-
cutado en el caso de negarse Inglaterra a llegar a un acuer-
do: «he decidido, por lo tanto, comenzar a preparar y, si es
necesario, llevar a cabo la invasión de Inglaterra». Pero
anunció igualmente que, «si era necesario y detrás de esta
expresión vibraba la esperanza de que, a pesar de que la
Gran Bretaña rechazaba un compromiso antes de que la
invasión fuera un hecho concreto, estaba ya, de todas for-
mas, tan cerca del hundimiento, que la simple amena/a de
un. serio intento contra sus costas proporcionaría el golpe
de gracia. En un memorándum del 30 de junio de 1940 113,
Jodl argüyó que un asalto directo contra la Gran Bretaña
sólo podía ser tenido en cuenta si se podía tener confianza
con respecto a las consecuencias del mismo, y no puede
existir la menor' duda de que Hitler finalmente aceptó el
plan «Sea Lion» sin tener confianza en el mismo. En sus
directrices, es cierto, amenazó con dar una mayor ampli-
tud al plan, pero en su mente. «Sea Lion» no fue jamás
otra cosa que un gigantesco bluff. Ésta es la explicación de
su manera de ver la operación y, particularmente, el aspec-
to aéreo de la misma: trataba de crear y engrandecer siem-
pre aquellas circunstancias por las cuales, por una inva-
sión en potencia, pudiese asestar el golpe de gracia psicoló-
gico. En esto se encuentra la explicación de cuáles eran sus
pensamientos cuando describía el plan «Sea Lion», como
lo hizo frecuentemente, como «el último recurso». Tanto
él como llaeder usaron esa expresión para describir sus
respectivas actitudes con respecto a «Sea Lion»; y no es di-
fícil comprender que lo usaron en un sentido diferente.
Raeder quería decir, como así lo manifestó el 11 de julio,
que, «puede obligarse a la Gran Bretaña a rendirse cortan-
do sus importaciones», y, por consiguiente, la invasión di-

113 D. n;, 1776-PS.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 146

recta jamás sería necesaria: su «último recurso» pre-


cisamente era aquel del cual jamás deseaba tener que
echar mano. Lo que quería decir Hitler, era, durante una
semana o dos después de haber publicado las directrices
del 16 de julio, que, puesto que la Gran Bretaña era posible
que cediese, no sería necesario ni tan sólo el intento de in-
vasión y, cuando los acontecimientos hubieron ya supera-
do esta fase, que el intento sólo se realizaría para derrotar
a la Gran Bretaña.
Debido a que ésta era su actitud frente al plan de invasión
desde el comienzo de su segunda fase hasta el aplazamien-
to eventual de «Sea Lion» el 12 de octubre, la actitud de
Hitler representa una curiosa mezcla de obstinación y de
dudas. Por otro lado, después de haber sido rechazado su
ofrecimiento de paz, parecía esencial comprobar la deci-
sión británica de resistencia, comprobar si la amenaza de
la invasión podía inducir a la Gran Bretaña a ceder, descu-
brir si podía ser debilitada de tal forma por posteriores
operaciones que se presentara la ocasión de asestar el gol-
pe definitivo, preparar y encaminar la invasión de tal for-
ma que pudiera ser intentada si se presentaban las condi-
ciones favorables. Esto es lo que quiso decir el 1 de julio,
cuando declaró que «debemos estudiar la cuestión de si
una operación directa provocará la rendición de la Gran
Bretaña, y cuánto tiempo requerirá esto». Tan grandes
eran sus deseos de que la guerra fuese corta, tan claro su
reconocimiento de que la ejecución de «Sea Lion» sería
aún más difícil en el año 1941, y tanto menos efectivo para
obligar a la rendición de la Gran Bretaña, que se aferró al
plan de invasión en 1940, a pesar de todos los aplazamien-
tos obligados. Y esta serie de aplazamientos son el testimo-
nio, no de su falta de decisión, puesto que eran inevitables,
sino de su obstinación, de lo profundo de sus deseos de ha-
cer que la guerra con la Gran Bretaña fuese lo más corta
posible.
Por otro lado, jamás tuvo la absoluta certeza de que «Sea
Lion» redundara en el éxito que él esperaba del mismo; y

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 147

estaba igualmente convencido de que no se podía pensar


en la realización material del plan si no existían las condi-
ciones que él creía necesarias como «el último recurso».
Jamás se entregó de todo corazón al plan. El 21 de julio ad-
mitió que, «si no podemos contar con la certeza de que los
preparativos puedan estar terminados para principios de
septiembre, será necesario tomar en consideración otros
planes»; el 31 de julio dijo que, si las fuerzas aéreas no lo-
graban en el plazo de dos semanas quebrantar la resisten-
cia británica, la operación habría de ser aplazada hasta el
año 1941. El 13 de agosto, se mostró de acuerdo con Rae-
der de que «Sea Lion» sólo debía ser intentado si existía la
certeza absoluta de conseguir el éxito deseado; y, cuando
el 3 de septiembre se redactaron los planes de operación,
el resultado de la batalla aérea era todavía incierto y la ope-
ración podía ser anulada en cualquier momento. Durante
aquellos días compartió las esperanzas de Goering de que
el bombardeo de Londres obligaría al Gobierno británico a
establecer negociaciones de paz.
Como consecuencia del aplazamiento de la operación «Sea
Lion», y más ansioso cada día por obtener una z'ápida vic-
toria, se vio forzado a tomar en consideración nuevas ac-
ciones, cuya necesidad no había previsto y para las cuales
no existía todavía o, •en todo caso sólo en forma muy rudi-
mentaria, planes estratégicos.

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Capitulo V

Los meses cruciales, Septiembre a Diciembre 1940

I La falta de interes de Hitler por la guerra naval


Fue el propio Hitler el que comenzó a pagar las consecuen-
cias de sus anteriores errores. Comenzó la guerra contando
sólo con muy pocos submarinos y una flota de superficie
demasiado reducida. Había comenzado las hostilidades sin
ningún plan militar preconcebido, excepción hecha del de
la invasión de Polonia; había luchado durante diez meses
sin desarrollar ningún otro plan que el que había de condu-
cir a la derrota de Francia. Su negligencia a este respecto
quedaba compensada por los éxitos que había obtenido en
las campañas de Polonia, Noruega y Francia, y por las es-
peranzas puestas en el resultado de estas campañas; espe-
ranzas que le habían llevado a creer de que tanto Francia
como Inglaterra no intervendrían en la guerra, que acepta-
rían el fait accompli una vez eliminada Polonia y que la
Gran Bretaña negociaría la paz tan pronto hubiese sido de-
rrotada Francia. Pero ninguna de estas esperanzas llegó a
materializarse; y cuando se esfumó la última de éstas y a
su tiempo fracasó en la ejecución del plan «Sea Lion», re-
sultaba por demás evidente que la nueva situación no per-
mitía albergar muchas esperanzas con respecto a una
pronta terminación de las hostilidades. Su deseo, más ve-
hemente ahora que nunca, era llegar lo antes posible a un
entedimiento con la Gran Bretaña. Pero a este deseo se
unía el temoi tanto de no poder infligir una rápida derrota
a Inglaterra como de no poder ejercer la suficiente presión
sobre la misma para obligarla a aceptar sus condiciones
dentro de un plazo de tiempo prudente.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 150

En estas circunstancias, no quedaba otro remedio, muy en


contra del temperamento de Hitler, 114 de mantenerse a la
expectativa, o abandonar las esperanzas de una rápida vic-
toria y con ella el fin de la guerra, y concentrar todos los es-
fuerzos en la Batalla del Atlántico y, en especial, en la cons-
trucción de submarinos. Existía una lógica indiscutible en

Paula Hitler (1896-1960) Hermana y único familiar de Hitler


114

que sobrevivió a la guerra. Nunca simpatizó con el nazismo.

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el argumento de Raeder de que la Gran Bretaña podía ser


derrotada «cortando sus suministros»: un bloqueo com-
pleto de Inglaterra muy pronto habría de quebrantar su ca-
pacidad de resistencia.
La campaña submarina, aplazada por completo, apoyada
por razones muy justificadas, hasta la derrota total de
Francia, continuó siendo descuidada desde el mes de julio
al mes de septiembre, como resultado de la decisión de in-
tentar la invasión de Inglaterra. Es cierto que, el 31 de julio
de 1940, cumpliendo las muchas promesas que había he-
cho a este respecto antes de la derrota de Francia, Hitler
aprobó un aumento en la construcción de submarinos. Pe-
ro decidió igualmente llevar a cabo la operación «Sea
Lion», a pesar de la aversión que sentía por la misma, con-
vencido de que ninguna otra operación podía servir mejor
a sus planes que ésta. El 15 de agosto, se lamentó Raeder
de no poder contar todavía con la mano de obra prometida
para destinarla a la construcción de nuevos submarinos,
«a pesar de todos los esfuerzos del Ministerio de Trabajo».
Se vio obligado a exigir que se concediera al nuevo progra-
ma de construcciones submarinas «la prioridad sobre cual-
quier otra especialidad». Pero sus argumentaciones fueron
en vano.
Hitler «reconoció estas exigencias»; dio las órdenes nece-
sarias; pero éstas no podían tener el efecto deseado mien-
tras se continuasen los preparativos para la operación
«Sea Lion»; y cuando ésta fue aplazada de un modo defini-
tivo, se demostró que las simpatías de Hitler por los planes
de Raeder eran muy limitadas, y que otras fuerzas en Ale-
mania mostraban incluso poco espíritu de cooperación. El
26 de septiembre, Raeder se enteró por mediación de Hi-
tler que Goering exigía la «substitución de los submarinos
por las unidades de la Lufttvaffe en beneficio de la lucha
contra el comercio marítimo inglés. En tanto que Hitler
volvía a simpatizar con Raeder, al reconocer que «las fuer-
zas aéreas dependen de las condiciones climatológicas...
que la navegación comercial enemiga es aniquilada por los

151/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 152

submarinos, que los puertos enemigos pueden ser destrui-


dos por las fuerzas aéreas, que... es necesario combinar los
esfuerzos», fracasó al querer limar las asperezas existentes
entre las dos armas y solventar el problema de las exigen-
cias mutuas. El 14 de noviembre, dos meses después de ha-
ber sido aplazada indefinidamente la operación «Sea
Lion», la construcción de submarinos continuaba atrasada
con respecto al programa previsto. El programa había sido
obstaculizado, en opinión de Raeder, «por el hecho de ha-
ber sido concedida la prioridad a demasiados proyectos a
la vez».
No fue debido a la falta de éxitos que fracasó la campaña
submarina; incluso después del aplazamiento de la opera-
ción «Sea Lion», careció del apoyo adecuado por parte de
Hitler. A pesar de las sucesivas obstruccione? y aplaza-
mientos con que se tuvo que enfrentar el programa de
construcciones, Raeder había podido presentar una lista
de relevantes éxitos durante los primeros catorce meses de
la guerra y, especialmente, después de la derrota de Fran-
cia, incluso contando sólo con muy pocas unidades a su
servicio. «Los submarinos — informó en diversas ocasio-
nes —, demuestran ser muy eficientes... Los resultados
conseguidos por los mismos son elocuentes... El enemigo
insiste continuamente en el hecho de que considera la
campaña submarina como el más grave de los peligros pa-
ra la Gran Bretaña...» Estos informes no eran, en modo al-
guno, exagerados; los submarinos representaban la mayor
preocupación para el Gobierno británico. Las pérdidas in-
glesas eran alarmantes: 164 buques mercantes habían sido
hundidos por los submarinos alemanes durante los seis
primeros meses de guerra; 211 en los cuatro meses de ju-
nio a septiembre de 1940; otros 63 en el mes de octubre. Al
final de los primeros catorce meses de guerra, los submari-
nos habían hundido no menos de 471 buques británicos,
aliados o neutrales, con un desplazamiento de más de un
millón de toneladas en bruto. Estas cifras representaban
un éxito considerable, teniendo en cuenta de que Alemania

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 153

sólo disponía de siete a ocho submarinos al mismo tiempo


en alta mar. Esta elevada cifra se debía solamente a la de-
bilidad de las defensas británicas. Sin embargo, estas de-
fensas iban a experimentar paulatinamente una considera-
ble mejora: durante el punto culminante de la Batalla del
Atlántico, cada uno de los mucho más numerosos submari-
nos ingleses disponibles, hundió diez veces menos tonelaje
que los pocos submarinos que empleó Alemania al princi-
pio de la guerra o construidos a tiempo para poder operar
todavía en la primavera del año 1941. Pero las defensas bri-
tánicas, incluso en el año 1941, mejoraron muy lentamen-
te; los submarinos alemanes hubieran podido disponer de
un plazo de tiempo más largo para ocasionar daños, si no
decisivos, sí más importantes a la navegación mercante
británica, si Hitler hubiese concentrado todos sus esfuer-
zos en la Batalla del Atlántico cuando fue aplazado indefi-
nidamente el plan «Sea Lion».
No es difícil comprender por qué no quiso seguir este cur-
so. En parte, porque el plazo de construcción era tan largo
y, en parte debido al reducido número de submarinos con
que Alemania se lanzó a la guerra, debido a su oposición a
construir un mayor número de unidades durante el primer
año; no se disponía de suficientes submarinos y su número
no podía ser aumentado rápidamente para poder ejercer
un efecto rápido y decisivo en la guerra, y conducirla a un
pronto fin al que, después de ver fracasados sus intentos
de desembarco en Inglaterra, Hitler tenía más interés que
nunca en llegar. Incluso durante este período de gran debi-
lidad defensiva por parte de Inglaterra y la mayor oportu-
nidad alemana en el mar, la máxima concentración en la
campaña submarina no hubiese sido capaz de obstaculizar
de un modo vital las importaciones británicas dentro de un
espacio de tiempo reducido; la decisión no se hubiese con-
seguido hasta fines del año 1941. Gran Bretaña no se había
dejado influir en ningún momento por los éxitos consegui-
dos por Hitler en el continente. La amenaza de invasión
tampoco redundó en el éxito deseado. Hitler había sido in-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 154

capaz de materializar su amenaza. Y ahora se le antojaba


que la campaña submarina era un remedio poco eficaz pa-
ra que la gran Bretaña fuera derrotada o forzada a llegar a
una situación de compromiso. Si quería conseguir este ob-
jetivo, tenía que volver su mirada en otra dirección. A par-
tir del mes de septiembre del año 1940, la campaña sub-
marina fue nuevamente descuidada, como lo había sido
durante el primer año de la guerra, debido a que Hitler an-
siaba vivamente conseguir una victoria rápida o llegar a un
pronto entendimiento con el Oeste.

II La cuestion rusa
Otra consideración que le condujo a adoptar esta actitud
fue su interés en querer atacar a Rusia. Hacía ya mucho
tiempo había sido su intención dar este paso cuando se
presentara la oportunidad para ello y la esperanza de que
la Gran Bretaña se rendiría cuando Francia fuese, derro-
tada, le había animado en la creencia de que podría volver-
se contra Rusia en un futuro próximo. Cuando la Gran Bre-
taña reveló su inquebrantable deseo de resistencia, y todo
daba a entender que, más pronto o más tarde, habría que
pensar nuevamente en ejecutar el plan «Sea Lion», sus in-
tereses se volvieron hacia Rusia, aunque sin adquirir for-
mas concretas. Cuando el plan «Sea Lion», al igual que su
anterior esperanza de la rendición británica, se esfumo, la
posibilidad de una campaña en el Este, favorecida por todo
este conjunto de circunstancias, surgió vivamente en su
mente por otras muchas razones.
A pesar de apreciar sus ventajas tácticas, Hitler jamás se
había logrado reconciliar con el Pacto ruso; ni tampoco se
había congraciado nunca con las ventajas que Rusia había
obtenido del mismo. Hasta el verano de 1940, cuando con-
siguió su decisión favorable en el Oeste, lo había considera-
do como una necesidad militar para evitar todo lo que pu-
diese despertar el recelo por parte de Rusia; y ésta se había
aprovechado bien pronto de la situación. En el mes de oc-
tubre del año 1939, los Estados Bálticos se vieron obliga-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 155

dos a ceder bases militares a Rusia, con el consentimiento


de Alemania, y el Reich se vio forzado a limitar la guerra
naval en el Báltico al oeste del grado 20 de longitud E; to-
do lo que ocurriese al este de esta línea sería considerado
como una intrusión en la zona de influencia rusa. El 30 de
noviembre del año 1939, se desencadenó el ataque ruso
contra Finlandia, que provocó un vivo disgusto en Hitler.
En el mes de febrero del año 1940, con ocasión de la firma
del primer tratado comercial ruso-germano, las exigencias
rusas fueron por demás exageradas. En el mes de junio del
año 1940, Rusia se anexionó. los Estados Bálticos sin infor-
mar previamente a Alemania de esta decisión, al igual que
Alemania había omitido advertir previamente a Rusia de la
invasión de Noruega y Francia. Estas anexiones disgusta-
ron profundamente a Hitler.
Las relaciones se agravaron al extenderse al sur de Litua-
nia que, según el Pacto ruso-germano, debía formar parte
de la zona de influencia alemana; pero un mes más tarde,
después de muchas vacilaciones, Alemania renunció a toda
reclamación, gracias a una compensación monetaria. En el
mes de junio del año 1940, Rusia reclamó la Bucovina, cu-
ya zona no había sido reconocida en el Pacto como perte-
neciente a la esfera de intereses rusos; pero Alemania se
vio nuevamente obligada a rendirse a las exigencias sovié-
ticas, a presionar diplomáticamente a Rumania e invitarla
a ceder ante las demandas rusas. Todos estos cambios te-
rritoriales en favor de Rusia, sobre todo, teniendo en cuen-
ta que el Pacto establecía que las zonas de influencia que
habían sido reconocidas a favor de los soviets no serían
ocupadas por éstos, provocaron un profundo malestar en
el seno del Gobierno del Reich 115.
Incluso durante las entrevistas que celebró con Raeder du-
rante este período, a pesar de que se trataba de cuestiones
puramente terrestres y no navales, Rusia fue con frecuen-

Con respecto a dichos detalles véanse Nazi-Soviet Relations,


115

1939-1941, y, también, D. N., 170-C.

155/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 156

cia objeto de discusiones incidentales, durante las cuales


Hitler reveló su disgusto y desconfianza contra la Unión
Soviética. El 10 de octubre de 1939, rechazó «por razones
políticas» la proposición de Raeder de rogar a Rusia que
vendiera submarinos a Alemania. El 22 de noviembre del
año 1939, cuando Raeder volvió a presentar esta proposi-
ción, Hitler la rechazó nuevamente, alegando que «los ru-
sos, que en ningún momento deben tener conocimiento de
nuestras debilidades, ja-más consentirán en vendernos
submarinos». El 26 de enero del año 1940, ordenó al Es-
tado Mayor Naval aplazar lo máximo posible el envío a Ru-
sia de los planes de construcciones de barcos, ya que
albergaba la esperanza «de evitarlo si la guerra seguía un
curso favorable». El 9 de marzo, Raeder propuso que, una
vez invadida Noruega, se informara a los rusos de que los
alemanes no tenían la menor intención de ocupar las islas
Tromsoe y en cambio permitirían que las ocuparan ellos
mismos, «ya que pertenecen a su zona de intereses»; pero
Hitler insistió en la ocupación de la región de Tromsoe,
alegando que «no deseaba tener a los rusos tan cerca».
La actitud de Rusia no fue la única razón que originó la
desconfianza de Hitler. Este recelo había existido ya desde
un principio y, a fin de comprender la actitud de Hitler du-
rante esta época, es necesario recordar también que, según
palabras de Churchill «los dos grandes imperios totalita-
rios, desprovistos de todo escrúpulo moral, se enfrentaban
cortés pero inexorablemente el uno contra el otro», y aña-
dir a esta situación el hecho de que, ya hacía mucho tiem-
po, había sido la intención de Hitler volverse hacia el Este
una vez hubiese derrotado el Oeste. Que éste era su plan,
se revela por los discursos que pronunció ante sus genera-
les antes de la guerra; y aparece especialmente claro en su
memorándum del 9 de octubre y su discurso del 23 de no-
viembre del año 1939.
Durante dicha época veía con confianza la pronta rendi-
ción de la Gran Bretaña como consecuencia de la derrota
de Francia; y, por lo que hacía referencia a Rusia, a pesar

156/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 157

de que debía estar sobre aviso, tenía confianza en que ob-


servaría fielmente los términos del Pacto y que podría te-
ner las manos libres para volverse contra Rusia antes de
transcurrir mucho tiempo, cuando a él le conviniese, cuan-
do todavía Rusia fuese débil y las potencias occidentales
hubiesen sido derrotadas y obligadas a aceptar sus con-
diciones. Éste había sido uno de sus argumentos para ata-
car a Francia sin retrasos de ninguna clase.
Evidencias posteriores demuestran que, desde aquel
momento, se sintió cada vez más animado por el deseo de
llevar a la práctica su plan contra Rusia tan pronto como le
fuera posible. Si no puede caber la menor duda de que ésta
era una de las razones por la cual esperaba que la Gran
Bretaña aceptara llegar a un acuerdo una vez derrotada
Francia, aparece igualmente claro que, por el contrario, la
fuerza de este deseo, hasta mediados de julio de 1940, con-
tribuyó a predisponer su estado de ánimo con respecto a
un pronto ataque contra Rusia. El Estado Mayor Naval ale-
mán, de todas formas, y a pesar de las afirmaciones de Hi-
tler de que concentraría todos los esfuerzos en la marina
de guerra y en la Luftwaffe después de la derrota de Fran-
cia, temía este desarrollo recordando en sus archivos del 4
de junio de 1940 116 que «todavía no se ha planteado la
cuestión de Rusia»; pero, según las informaciones de la
marina de guerra alemana, los rusos ya se habían plantea-
do esta posibilidad 117. Y ambos tenían fundadas razones
para temerlas. Con anterioridad a la derrota de Francia,
Hitler había confesado a Jodl que emprendería una acción
contra Rusia «tan pronto como lo permita nuestra situa-
ción militar» 118; poco antes de mediados de julio, mientras
confiaba todavía en llegar a un acuerdo con la Gran Breta-
ña, le comunicó a Keitel que deseaba lanzar una ofensiva

116 D. N., 170-C, id. 54.


117 D. N., 170-C, id. 55 y 56.
118 D. N., 172-L, conferencia pronunciada por Jodl en el mes de

noviembre del año 1943.

157/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 158

contra el Este durante el otoño del año 1940 119.


Cuando se tuvo la certeza de que la Gran Bretaña no esta-
ba dispuesta a llegar a ninguna situación de compromiso,
Hitler decidió dar la prioridad a la operación «Sea Lion»
sobre cualquier consideración con respecto a una campaña
en el Este; pero su interés por un ataque contra Rusia fue
mantenido por dos-razones. En primer lugar, a pesar de
considerar la primavera del año 1941 como la fecha más
próxima para el ataque, todavía era su intención atacar a
Rusia tan pronto la Gran Bretaña hubiese sido derrotada;
y este hecho y la nueva fecha fueron anunciados por Jodl
el 29 de julio del año 1940 120. En segundo lugar, si espera-
ba la ocasión propicia para volverse contra Rusia, no podía
evitar pensar que su decisión de intentar la realización ma-
terial del plan «Sea Lion» podía convertirse en la oportuni-
dad de Rusia para volverse contra él.
El 21 de julio, después de haber llegado a la conclusión de
que la operación «Sea Lion» debía ser llevada a la práctica,
y a pesar de estar convencido de que Rusia «no haría nin-
gún esfuerzo por su parte para entrar en una guerra en
contra de Alemania», sospechó que la Gran Bretaña alber-
gaba esperanzas con respecto a Rusia y que haría todo lo
posible para, más pronto o más tarde, poder contar con la
ayuda rusa. No podía alejar de sí la idea de que «la entrada
de Rusia en la guerra sería sumamente inoportuna para
Alemania, en especial, teniendo en cuenta la amenaza aé-
rea... Claro está, es nuestro deber estudiar muy cuidadosa-
mente los problemas ruso y americano». El 13 de agosto
ordenó súbitamente Ja fortificación de los fiordos del nor-

119 Testimonio del general Warlimont en el año 1945, D. N.,


3032-PS. Según Warlimont, Hitler hizo estas observaciones al-
gún tiempo antes del 29 de julio del año 1940. No creemos
equivocarnos al decir que hizo ya estas observaciones antes del
15 de julio, en cuya fecha decidió llevar a la práctica el plan «Sea
Lion» en el otoño.
120 Según Warlimont; véase D. N., 3032-PS y sus posteriores de-

claraciones en D. N. (C. and A.), Supplement B, pág. 1635-7.

158/364
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te de Noruega «de forma que los ataques rusos no puedan


contar con la menor probabilidad de éxito». El 27 de agos-
to, cuando estaban a punto de tomarse las últimas dis-
posiciones con respecto a «Sea Lion», mandó dos divisio-
nes acorazadas y otras diez divisiones al Este «para garan-
tizar la protección de los campos petrolíferos rumanos». El
20 de septiembre ordenó a la Wehrmacht y a la Luftwaffe
que mandaran misiones militares a Rumania con el mismo
fin, y ordenó igualmente «crear bases en Rumania para las
fuerzas rumanas y alemanas para el caso de vernos obli-
gados a una guerra contra la Unión Soviética» 121. Que la fi-
nalidad principal de estos movimientos era puramente de-
fensiva, queda demostrado por las instrucciones de Jodl al
servicio de contraespionaje aleman del 6 de septiembre de
1940 122. «Los territorios del Este serán reforzados durante
las próximas semanas... Esta concentración de fuerzas no
debe crear la impresión en Rusia de que estamos prepa-
rando una ofensiva en el Este. Por otro lado, Rusia se dará
cuenta plenamente de este hecho... Tenemos necesidad de
proteger nuestros intereses, especialmente en los Balca-
nes, en cualquier momento y con ayuda de poderosas fuer-
zas contra una posible acción rusa.» Los archivos navales
alemanes correspondientes al mismo período no ofrecen
dudas con respecto a la ansiedad que despertaron las lla-
madas «negociaciones Stalin-Cripps» y «el intento inglés
de alejar a Rusia de Alemania» 123.
Cuando Hitler se vio finalmente obligado a aplazar la ope-
ración «Sea Lion» a mediados del mes de septiembre, a pe-
sar de que esto le liberaba de un temor inmediato con res-
pecto a un posible ataque de Rusia contra Alemania, su ac-
titud frente a una ofensiva en el Este avanzó un paso más.
Por un lado, se reavivó su creciente interés en un pronto
ataque contra Rusia; por otro lado, el hecho de que la gue-
rra en el Oeste ofrecía todas las características de que iba a
121 D. N., 53-C.
122 D. N., 1229-PS.
123 D. N., 170-C.

159/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 160

prolongarse indefinidamente, le llenaban de la desagrada-


ble sensación de que, a la larga, tanto los Estados Unidos
como Rusia podrían llegar a entrar en la guerra al lado de
la Gran Bretaña. En consecuencia, fueron redactadas unas
primeras directrices para el estudio de una posible campa-
ña en el Este, a pesar de que no se mencionó el nombre de
Rusia, el 9 de agosto de 1940, tan pronto como Hitier sos-
pechó que la operación «Sea Lion» había de ser aplazada
124. El Estado Mayor Naval no fue informado de este he-

cho; pero Raeder admitió más tarde que una orden pareci-
da debió haber sido dada 125; el Estado Mayor Naval sospe-
chaba la fecha aproximada en que fueron dadas dichas ór-
denes 126, y, el propio Raeder, durante una conferencia
celebrada con Hitler el 26 de septiembre, fue testimonio
de que, inmediatamente después de haber sido aplazada la
operación «Sea Lion», Hitler recobró su interés por un ata-
que contra Rusia. En esta fecha, durante una conversación
con Hitler, uno de sus argumentos en favor de un avance
alemán hasta Suez y Siria a través de Turquía fue que «el
problema ruso aparecerá entonces con una claridad muy
diferente... y es dudoso si un ataque contra Rusia en el
Norte continuará siendo necesario».
La situación había cambiado, no obstante, desde que Hi-
tler, en el período hasta mediados de julio, había tomado
en consideración un ataque en un futuro inmediato. En
aquella ocasión había partido del supuesto de que la Gran
Bretaña aceptaría pronto llegar a un acuerdo y que pronto
se vería con las manos libres para volverse hacia Rusia, co-
mo siempre había sido su intención, y en las condiciones
que eligiese él mismo. Pero una vez fracasada la operación
«Sea Lion», era evidente que esta suposición había sido
errónea y que la guerra contra la Gran Bretaña iba a conti-
nuar. Por este motivo, su interés por la campaña contra
124 Declaraciones del general Warlimont en 1945, D. N., 3031-
PS, y D. N. (C. and A.), Supplement E, pág. 1635-7.
125 D. N., 66-C.
126 D. N., 170-C, id. 86.

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Rusia no sólo se reavivó en «u mente o lo aumentó, sino


que se tornó más complejo. Era cierto que estaba con las
manos libres desde el aplazamiento de la operación «Sea
Lion»; pero igualmente era cierto que actuar significaba
aceptar una guerra en dos frentes.
Era ésta una decisión que el propio Hitler no podía tomar
sino después de profundas meditaciones; y, por esta razón,
el hecho de que estuviese interesado, de nuevo, en atacar a
Rusia, y hubiese redactado una orden preparatoria, no de-
be ser confundida con una decisión preconcebida de efec-
tuar el ataque en esta nueva situación. Siempre había es-
tado interesado en atacar a Rusia; la orden preparatoria
era conocida sólo de muy pocas personas, incluso ignorada
por los altos jefes militares, y se refería solamente a un hi-
potético plan de ataque 127. Cuál iba a ser su decisión final,
teniendo en cuenta las condiciones con que se enfrentaba,
era difícil de prever.
Tampoco se trataba de un asunto de suma urgencia. Era ya
a fines de otoño y el ataque no podía tener lugar hasta la
primavera siguiente. Por otro lado, su interés ya no se ba-
saba, si es que alguna vez lo fue, en el punto de vista de
que un ataque ruso contra Alemania era inminente. Una
vez aplazada indefinidamente la operación «Sea Lion», su
constante ansiedad a este respecto se había calmado. Des-
de aquel momento no dejó jamás de mostrarse de acuerdo
con Raeder de que «Rusia teme la potencialidad alema-
na».
Durante los meses siguientes, por lo tanto, podía esperar
el curso de los acontecimientos. Podía continuar, incluso,
albergando la esperanza de que la Gran Bretaña podía ser
derrotada u obligada a rendirse. Durante los meses si-
guientes, estimuló incluso a Rusia, como fue éste el caso
Warlimont se mostró muy conciso sobre este punto (véase D.
127

N. (C. and A.), Supplement B, págs. 1635-7), y Goeriug confir-


ma este hecho al alegar que no se enteró de tal proyecto hasta el
mes de noviembre del año 1949 (véase Supplement B, págs.
1108-9).

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 162

del 26 de septiembre, «para avanzar hacia el sur, contra


Persia y la India»; la operación «Sea Lion» no había sido
anulada, solamente aplazada; y la posibilidad de realizar
ataques alemanes contra la Gran Bretaña en otras zonas
habían comenzado a atraer su atención.

III Planes para el Mediterraneo; Gibraltar y las islas del At-


lantico
Fue al Mediterráneo y no a Rusia, hacia donde Hitler vol-
vió todo su interés, en la necesidad de obtener rápidos éxi-
tos contra la Gran Bretaña, tan pronto fue aplazada la ope-
ración «Sea Lion». Uno de los objetivos de su ataque con-
tra Francia, de acuerdo con sus directrices del 9 de. octu-
bre de 1939 128, había sido «lograr que Italia luchara 129 con
las armas en la mano a nuestro lado»; resultaba evidente
la importancia del Mediterráneo para Ja posición británi-
ca; aunque a desgana, no le quedaba otro recurso que fijar
su atención en futuras campañas militares y ésta era la re-
gión que le ofrecía, si no las mejores, por lo menos, las úni-
cas esperanzas donde poder conseguir resultados rápidos.
Habían transcurrido cuatro meses desde que se había ce-
rrado el Mediterráneo a consecuencia de la entrada de Ita-
lia en la guerra; cuatro meses durante, los cuales se había
hecho caso omiso de las posibilidades que se ofrecían en
aquel sector de operaciones. Durante algún tiempo, con
anterioridad a la derrota de Francia, se había sentido incli-
nado a creer que este aspecto bastaría para poner fin a la
guerra y que no serían necesarias operaciones militares en
el Mediterráneo. El 26 de enero de 1940, recapitulando los
pensamientos expresados en sus anteriores directrices del
9 de octubre del año 1939, dijo que, «puesto que Italia no
entrará en la guerra si Alemania no logra éxitos importan-
tes...», no veía «ninguna ventaja para Alemania en la parti-

128D. N., 62 C.
129Grave error estrategico de Hitler haberse aliado con el Japon
y con Italia, eso solo le trajo problemas.

162/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 163

cipación de Italia...». El 23 de febrero de 1940, cuando


Raeder pidió permiso para enviar submarinos al Medite-
rráneo, rechazó la petición, alegando que tales operaciones
no eran «decisivas para la guerra», a pesar de que prome-
tió discutir la cuestión con Mussolini. Un mes más tarde,
el 25 de marzo, admitió no haber cumplido su promesa,
«puesto que no se discutió ningún aspecto de la guerra du-
rante su entrevista con el Duce». Otro punto, tal vez sin re-
lación con este tema, es que se dio por satisfecho conquis-
tando y ocupando el norte y la costa atlántica de Francia
cuando este país capituló. Hasta mediados del mes de julio
continuó albergando la esperanza de que no sería necesa-
rio iniciar nuevas campañas. A pesar de que, finalmente,
se tenía la certeza de que la guerra todavía no había sido
ganada, el planteamiento de las operaciones en el Medite-
rráneo fue aplazado durante otros dos meses, como resul-
tado de su decisión de intentar la invasión de Inglaterra.
El problema del Mediterráneo fue discutido durante estos
cuatro meses. Algo más tarde, los altos jefes de la Wehr-
macht discutieron, aunque con poco entusiasmo, la idea
de enviar dos divisiones acorazadas al norte de África para
ayudar a Italia en este sentido; cuando esta proposición
fue discutida en presencia de Hítler el 13 de julio, admitió
mismo había estudiado ya la conveniencia de un ataque
contra Gibraltar. Previamente, el 11 de julio, había confesa-
do su interés por la adquisición de una de las islas Cana-
rias y había ordenado al Esta do Mayor Naval que le infor-
mara de cuál era la más indicada.
Pero existía una gran diferencia entre la proposición o con-
sideración de una tal acción y el planteamiento activo de la
misma; y la primera discusión seria de las operaciones en
el Mediterráneo no tuvo lugar hasta que todo dio a enten-
der que las operaciones de la invasión de Inglaterra sufri-
rían un aplazamiento indefinido; hasta que Raeder, el 6 de
septiembre del año 1940, reunió el valor necesario para
preguntarle a Hitler con respecto a sus «planes políticos y
militares para el caso de que la operación «Sea Lion» no se

163/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 164

llevara a cabo. Sus propias sugerencias por aquella fecha


fueron en el sentido de que Gibraltar y el canal de Suez
«poseían una importancia decisiva para la guerra en el Me-
diterráneo», que el propio Mediterráneo era de una «im-
portancia vital con respecto a la posición de las potencias
centrales en el sudeste de Europa, Asia Menor, Arabia,
Egipto y África, y que el objetivo a perseguir era excluir a
la Gran Bretaña de aquella zona. Además, la pérdida de Gi-
braltar crearía graves dificultades para el tráfico comercial
de suministros de la Gran Bretaña en el Atlántico»; y, por
consiguiente, propuso Raeder que esta operación debía ser
llevada inmediatamente a la práctica, antes de que «inter-
viniesen los Estados Unidos». «No debe ser considerada
de importancia secundaria, sino como uno de los golpes
más importantes que se pueden asestar a la Gran Breta-
ña.» Hitler decidió inmediatamente dar las órdenes opor-
tunas para el consiguiente planteamiento de la operación.
Durante la misma entrevista, debido a.su convencimiento
de que los Estados Unidos entrarían pronto en la guerra y
también a su interés por una acción alemana contra Gi-
braltar, Raeder insistió en los peligros que representaban
las rutas del Atlántico para el Mediterráneo y con respecto
al África occidental. En cualquier momento, declaró, y so-
bre todo, si Alemania emprende una acción contra Gi-
braltar, los Estados Unidos pueden ocupar una de las islas
españolas o portuguesas en el Atlántico, el África oc-
cidental británica, el África occidental francesa o Dakar; y
era lo más probable que la propia Inglaterra ocupara las
Azores o las islas Canarias si perdía Gibraltar. No se tomó
ninguna decisión inmediata sobre qué medidas habría que
adoptar frente a unos peligros tan evidentes; sin embargo,
mientras Raeder mostraba preferencia por «las medidas
alemanas de largo alcance», en colaboración con Vichy, pa-
ra lograr que Dakar y el África occidental francesa pasaran
bajo el control alemán, Hitler dedicaba su interés, por en-
cima de todo, a la posibilidad de conquistar las islas Cana-
rias. Hacía ya tiempo que demostraba un vivo afán por las

164/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 165

mismas; su importancia para un ataque alemán contra Gi-


braltar era evidente; y declaró que su ocupación por las
fuerzas aéreas alemanas era «fácil y expeditiva».
Durante las dos semanas siguientes, aumentó considera-
blemente el interés de Hitler por un ataque contra Gi-
braltar.
Por esta fecha, a pesar de que la actitud de España estaba
representada por la reserva y la prudencia, y las dificulta-
des a superar se habían incrementado, como veremos más
adelante, Ribbentrop manifestó que el ataque contra Gi-
braltar se había convertido en el objetivo principal de Hi-
tler. Pero no fue el único plan que mereció ser tomado en
consideración. Prescindiendo de su interés por las islas Ca-
narias, del cual ya hemos hecho referencia, existe el hecho
de que se concedió prioridad en el programa de produc-
ción de material de guerra alemán el 17 de septiembre 130,
al Cuerpo de ejército destinado para las operaciones en el
norte de África, en tanto que la cuestión de «comenzar los
preparativos en Libia conjuntamente con Italia» fue apla-
zada para ser estudiada en detalle a fines del mes de octu-
bre 131.
«Una acción contra Turquía, con el propósito de avanzar
hacia el canal de Suez desde el Este», fue igualmente toma-
da en consideración durante aquella época, como veremos
más adelante al exponer los testimonios que hacen referen-
cia a la misma. Raeder continuó enfocando toda su aten-
ción a las regiones del África occidental.
Cuando la operación «Sea Lion» fue aplazada de-
finitivamente, Raeder pudo enfrascarse en el estudio de es-
tos temas con mayor intensidad y con ideas más precisas.
El 26 de septiembre, declaró que «los ingleses siempre han
considerado el Mediterráneo el centro de su Imperio mun-
dial», que «Italia estaba rodeada por la potencia británica
y se convertía rápidamente en el blanco predilecto de aqué-

130 D. N., 2353-PS, págs. 323-4.


131 D. N., 376-PS.

165/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 166

lla», y que «la tendencia británica es siempre ahogar al


más débil», por cuyo motivo insistió en que el primer obje-
tivo alemán debía consistir en «aclarar la situación en el
Mediterráneo». Por la razón que había expuesto anterior-
mente, el peligro que representaría una probable interven-
ción americana, insistió en que esta misión debía ser lleva-
da a cabo inmediatamente y terminada en el invierno de
1940-1941. Y planteó sus proposiciones con toda clase de
detalles. Era necesario, en primer lugar, conquistar Gi-
braltar, después de haber asegurado previamente el domi-
nio de las islas Canarias con ayuda de la Luftwaffe; la con-
quista del canal de Suez, para la cual los italianos precisa-
rían de la ayuda alemana; el avance desde Suez, a través de
Palestina y Siria, hasta Turquía; y la colaboración con
Vichy a fin de proteger las regiones del África occidental y
Dakar.
Hitler se mostró de acuerdo con estas «directrices genera-
les»; decidió, por consiguiente, discutir las proposiciones
de Raeder con Mussolini. Hitler admitió y reconoció la im-
portancia y la necesidad de excluir a la Gran Bretaña y a
los Estados Unidos de África occidental; un avance a tra-
vés de Siria, aun cuando no tan esencial, era «bastante fac-
tible». Observó, sin embargo, que el programa de Raeder
estaba lleno de dificultades. Para poder emprender tina ac-
ción en África occidental, era necesario contar con la cola-
boración de Vichy. Fuese como fuese, un avance a través
de Siria dependería siempre de la actitud que adoptase
Francia. La colaboración francesa, sin embargo, no sería
bien vista por Italia que se opondría a conceder mayor li-
bertad de acción a la flota francesa. Y, finalmente, Francia
se enfrentaría ya desde un principio con crecidas deman-
das coloniales, tanto por parte de Italia como de Alemania.
Era, en fin, un problema muy difícil de solucionar.
A pesar de tener plena conciencia de todas estas dificulta-
des y dudas, continuó la discusión de los diversos proyec-
tos y fue el propio Hitler quien forzó la marcha, especial-
mente en todo cuanto hacía referencia a la idea en la cual

166/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 167

él había puesto mayor interés. El 14 de octubre rogó a Rae-


der que le confirmara si la marina de guerra estaría en con-
diciones de transportar tropas y material de guerra en el
caso de que así fuera acordado, como parte del plan contra
Gibraltar, para ocupar las islas Canarias, las Azores y Cabo
Verde. Raeder confirmó que esto era posible siempre que
los buques se hicieran a la mar antes de que comenzara la
ocupación por parte de la Luftivaffe. «No es posible ocu-
par las islas primero desde el aire y luego transportar los
suministros por mar, puesto que el enemigo tomará inme-
diatamente medidas para bloquear las islas.» Hitler orde-
nó, a continuación, que «se investigara a fondo todo el
problema y se comenzaran los preparativos necesarios».

IV El ataque italiano contra Grecia


Ésta era la situación cuando, el 28 de octubre de 1940, Ita-
lia invadió Grecia, con lo que demostró, de la noche a la
mañana, su propia debilidad, un sorprendente ejemplo de
la falta de unión que existía entre las potencias del Eje y
una advertencia de que el Mediterráneo, a pesar de todas
sus posibilidades, entrañaba igualmente graves peligros.
Alemania no había sido previamente advertida del paso
que pensaba dar Italia; «en ninguna ocasión —escribió
Raeder el 4 de noviembre—, el Führer concedió al Duce la
autorización para esta acción independiente». Se había lle-
gado a un acuerdo entre los dos Gobiernos de que Italia
atacaría Grecia en el curso de la guerra, cuando se presen-
tase la ocasión propicia; pero Alemania siempre había teni-
do la sospecha de que Mussolini ardía en impaciencia por
poder lanzarse a esta acción. Alemania había expuesto su
punto de vista, tal como le comunicó Ribbentrop a Musso-
lini el 19 de septiembre del año 1940 132, de »que era prefe-
rible no tocar estos problemas por el momento y, por el
contrario, concentrar todos los esfuerzos en la destrucción
de Inglaterra» ; se puede comprender fácilmente el ma-

132 D. N., 1842-PS.

167/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 168

lestar y disgusto que provocó la acción italiana en Alema-


nia cuando se enteraron de que Italia había hecho caso
omiso de los deseos alemanes, no sólo por los comentarios
de Raeder, sino también por el hecho de que Hitler, al en-
terarse de que la acción era inminente, hizo un desespera-
do intento para entrevistarse con Mussolini y conseguir la
anulación del plan, para lo cual ordenó seguir hasta Flo-
rencia en el tren con el cual había emprendido el regreso
desde Hendaya 133. Llegó cuatro horas demasiado tarde y
tuvo que contentarse con mandar una carta a Mussolini,
sin fecha, pero que envió inmediatamente después de ha-
berse desencadenado ya el ataque 134.
«Cuando le rogué (decía la carta) que me recibiera en Flo-
rencia, fue con la esperanza de poderle exponer mis ideas
antes de que estallara el conflicto con Grecia, del cual ha-
bía recibido sólo una información general. Deseaba rogarle
que aplazara la batalla...»
La acción italiana y los comentarios alemanes son una cla-
ra demostración del estado de las relaciones Ítalo-germa-
nas, apenas transcurrido un mes desde la firma del Pacto
de Diez Años entre Alemania, Italia y el Japón el 27 de sep-
tiembre del año 1940. Italia, sin duda alguna, era respon-
sable en parte: «Los italianos — dijo Raeder el 26 de sep-
tiembre de 1940 —, no se han dado cuenta todavía del peli-
gro que entraña el haber rechazado nuestra ayuda.» Pero
parece correcto suponer que gran parte de la falta hay que
achacarla al espíritu y a los métodos según los cuales fue
ofrecida la ayuda, y que los defectos de Alemania en este
sentido influyeron en la situación. El factor dominante de
dos naciones, cada una de ellas lanzadas a una guerra de
conquista, gobernadas por dictadores, es el no poder, tal
vez, actuar siempre con el debido tacto, de un modo sufi-
cientemente correcto y con la natural ética que debe existir
entre una y otra... sobre todo, si la nación dominante es
133 Véase las declaraciones de Goering a este respecto, D. N. (C.
and A.), Suplemento B, pág. 1107.
134 D. N., 2762-PS.

168/364
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Alemania y se halla bajo el régimen de Hitler. Pero resulta


igualmente significativo al enjuiciar a Hitler como estrate-
ga que, después de haber descuidado los problemas del
Mediterráneo, sus esfuerzos para suavizar las relaciones
ítalo-germanas y desarrollar conjuntamente con Italia un
plan común de operaciones, fueron siempre poco intensos
y siempre demasiado tardíos.
En todo caso, el ataque italiano contra Grecia, fue conside-
rado en Alemania, para citar de nuevo las referencias de
Raeder del 4 de noviembre, «un error muy lamentable»; y
ésta era en definitiva la verdad.
Prescindiendo del hecho de que las fuerzas armadas italia-
nas, ya desde un principio, sufrieron gravemente las conse-
cuencias del heroico espíritu de resistencia griego, la ac-
ción de Italia permitió a la Gran Bretaña mejorar su posi-
ción en el Mediterráneo Oriental al ocupar Grecia y las is-
las del mar Egeo. El avance de Alejandría a Creta disminu-
yó en su mitad la distancia entre las bases británicas y las
vías de comunicación marítimas de Italia con el norte de
África; el avance británico al mar Egeo, seguido de opera-
ciones en la propia península griega, entrañaban una grave
amenaza contra los intereses alemanes en los Balcanes y,
en especial, para los campos petrolíferos de Rumania. Las
misiones militares y las tropas alemanas habían entrado
en Rumania el 7 de octubre a fin de ejercer un mayor con-
trol y proteger dichos campos petrolíferos. Las posibilida-
des eran alarmantes; y Hitler estaba profundamente dis-
gustado.
Como resultado directo, fueron abandonadas in-
mediatamente todas las discusiones referentes a las opera-
ciones en el Mediterráneo oriental en favor de medidas de
mayor urgencia. Las decisiones de Hitler fueron anuncia-
das el 4 de noviembre; fueron confirmadas posteriormen-
te, el 12 de noviembre, por unas directrices. El plan de en-
viar divisiones acorazadas al norte de África, ayudar a los
italianos a avanzar en dirección al canal de Suez, fue
abandonado basándose en que «el ataque contra Alejan-

169/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 170

dría, para el cual se contaba con la participación de nues-


tras tropas, no puede ser llevado a la práctica hasta media-
dos del año 1941». Las directrices del 12 de noviembre aña-
dían que «la intervención de las fuerzas alemanas sólo será
tomada en consideración si los italianos llegan hasta Mar-
za Matruk; incluso en este caso, las operaciones de la Luft-
waffe no tendrán lugar hasta que los italianos hayan cons-
truido las necesarias bases aéreas». Se anunció igualmente
el 4 de noviembre, que la «acción contra Turquía, con el
fin de avanzar hasta el canal de Suez por el Este a través de
Siria... una variación de la proposición original de Rae-
der... había sido abandonada, porque, en vista de la cre-
ciente consolidación de la posición británica en el Medite-
rráneo oriental, resultaría en una «operación de larga du-
ración y entrañaría graves riesgos».
La situación exigía medidas urgentes y muy diferentes en-
tre sí. Debido a que los campos petrolíferos de Rumania
eran «amenazados por las fuerzas británicas estacionadas
en Lemnos», se imponía la urgente necesidad de enviar
fuerzas antiaéreas y aviones de combate a Rumania. En
primer lugar, para proteger a Rumania contra la infiltra-
ción y el ataque británicos, pero también para ayudar a los
italianos en Grecia, la Wehrmacht recibió órdenes de pre-
parar un ataque contra Grecia con diez divisiones a través
de Rumania y Bulgaria en dirección a Salónica. El 12 de
noviembre, el objetivo de esta operación fue definido como
necesario para «la creación de bases aéreas alemanas en el
Mediterráneo oriental, en especial contra las bases aéreas
inglesas que amenazan los campos petrolíferos de Ruma-
nia».
La acción italiana amenazó igualmente con alterar los pla-
nes alemanes de un ataque contra Gibraltar y la conquista
de varias tle las islas del Atlántico. Estos problemas, que
ya de por sí entrañan grandes dificultades, se convirtieron
según un memorándum del 29 de octubre 135, «en un asun-

135 D. N., 376-PS.

170/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 171

to sumamente delicado» según se podía apreciar de la nue-


va situación creada en el Mediterráneo. «No se puede
contar, por el momento, con ninguna participación activa
por parte de España — continuaba el memorándum —. No
debemos perder de vista a Gibraltar, que es un tema a
tratar con especial cuidado...»
Estos planes, sin embargo, estaban más avanzados que los
que afectaban a las operaciones en el Mediterráneo orien-
tal y no fueron abandonados. Al contrario, los objetivos en
el Mediterráneo occidental adquirieron una mayor impor-
tancia a la luz de los acontecimientos en el Mediterráneo
oriental.
Los planes con respecto al África Occidental estaban mu-
cho menos avanzados; pero también éstos fueron objeto de
un detallado estudio. La intención era convencer al Gobier-
no de Vichy de que defendiera las colonias francesas frente
a las potencias occidentales, y que llevara a cabo operacio-
nes militares, en especial, un ataque contra el África occi-
dental británica, para anular, de esta forma, la creciente
amenaza de la intervención británica o americana. Al mis-
mo tiempo, sin embargo, Hitler estaba decidido a proceder
al desarme del ejército metropolitano francés. El Gobierno
de Vichy explotaba este contrasentido, la amenaza del de-
sarme en la metrópoli, el ofrecimiento de libertad y la de-
manda de auxilio en las colonias, para conseguir mejores
condiciones. El 4 de noviembre, las negociaciones entre
Alemania y Vichy todavía no habían llegado a ningún re-
sultado práctico. Raeder manifestó en aquella fecha que se
trataba de otra dificultad difícil de superar. A pesar de que
el 16 de septiembre Hitler «se había mostrado sumamente
adverso a liberar fuerzas francesas estacionadas en To-
lón», la colaboración del Gobierno de Vichy para la defen-
sa de las colonias francesas implicaba, en opinión de Rae-
der, la garantía de una completa libertad en el uso de la flo-
ta francesa.

171/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 172

Pero los italianos objetaban 136que Alemania estaba conce-


diendo ya demasiadas libertades a Francia; y Raeder mani-

136Adolf Hitler con Ernst Rohemm y Herman Goering en Berch-


tesgaden

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 173

festó su opinión de que era necesaria «una actitud comple-


tamente diferente por parte de los italianos con respecto al
desarme francés» antes de que se pudiera continuar ade-
lante con los planes alemanes.
Hitler estaba todavía decidido, a pesar de todas estas difi-
cultades, a imponer su política con respecto al nordeste de
África, así como también las operaciones contra Gibraltar
y las islas. Las directrices del 12 de noviembre, definieron
los objetivos en el sentido de «colaborar con Francia para
continuar la guerra contra Inglaterra con toda la eficacia
posible... A Francia incumbe la seguridad defensiva y ofen-
siva de sus posesiones africanas contra Inglaterra y el mo-
vimiento de De Gaulle. A partir de este punto, la
participación de Francia en la guerra contra Inglaterra
puede ser ampliada plenamente».

V Sus consecuencias sobre los planes alemanes en el Medi-


terraneo
Otro de los puntos expuestos en las directrices del 12 de
noviembre, fue el proyecto de un ataque contra Rusia; otro
resultado, aunque indirectamente, del ataque italiano con-
tra Grecia, fue el aumentar el interés de ilitler por este pro-
yecto, que veía como la solución de todos sus problemas.
A primera vista, la acción italiana, y la explotación por par-
te británica de los reveses sufridos por Italia, hubiesen de-
bido inducirle a aplazar cualquier futura consideración de
una campaña en el Este; puesto que, aparte de que la Gran
Bretaña continuaba la lucha, se añadía otro factor, el he-
cho que le indujo a exagerar la potencialidad británica en
el Mediterráneo oriental. Pero si la amenaza británica des-
de esta zona, no sólo con respecto a Italia, sino también pa-
ra Alemania, era motivo de una preocupación inmediata,
resultaba igualmente evidente que la contramedida alema-
na era un avance alemán hacia Grecia a través de los Balca-
nes; y que esta acción redundaría en perjuicio de las rela-
ciones ruso-germanas. Su interés por un ataque contra Ru-
sia había aumentado, desde el fracaso de la operación «Sea

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Lion», por los desengaños sufridos en otros frentes, y debi-


do a los sucesos que siguieron al ataque italiano contra
Grecia, llevándole a abandonar todas las posibilidades
ofensivas en el Cercano Oriente.
Es cierto que las relaciones ruso-alemanas habían comen-
zado ya a enturbiarse, como resultado de la infiltración ale-
mana en Rumania, antes que Hitler decidiera el ataque
contra Grecia 137. Es necesario admitir que los aconteci-
mientos que siguieron al ataque italiano contra Grecia tal
vez no hubieran aumentado su interés por la campaña del
Este si el ataque contra Rusia no hubiese existido ya en su
mente, si no hubiese comenzado ya el planteamiento de
una posible campaña contra Rusia. Sin embargo, las rela-
ciones germano-rusas mejoraron tanto hasta el 30 de octu-
bre, que el Estado Mayor Naval alemán pudo escribir en su
Diario de Guerra por aquella fecha que «una guerra con
Rusia ya no es probable» 138; el planeamiento, que ya había
comenzado concernía únicamente al caso hipotético de un
ataque ruso.
Fue en estas circunstancias que los acontecimientos en el
Mediterráneo oriental ejercieron sus efectos. Al inducir a
Hitler a abandonar el Cercano Oriente, al decidirle a una
ocupación defensiva de los Balcanes y de Grecia y llevarle
a la conclusión de que la Gran Bretaña estaba todavía muy
lejos de haber sido derrotada, se reavivó en él la idea de un
ataque contra Rusia; incluso a sabiendas de que sería una

137 En el mes de septiembre, los rusos criticaron duramente la


garantía alemana a Rumania, considerando que iba dirigida di-
rectamente contra Rusia. El envío de misiones militares alema-
nas a Rumania a principios del mes de octubre aumentó la an-
siedad y desconfianza rusas. Véase D. N., 170-C, id. 80 hasta 92,
y Nazi-Soviet Relations, 1939-1941.
138 D. N., 170-C id. 94. El 13 de octubre propuso Ribbentrop al

Gobierno ruso una ampliación de la cooperación ruso-germana


y sugirió que Rusia se uniera al nuevo pacto Berlín-Roma-To-
kio. Stalin aceptó esta oferta el 22 de octubre. Véase Nazi-Soviet
Relations, 1939-1941.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 175

guerra de dos frentes, la idea adquirió para él una impor-


tancia muy viva e inmediata.
El 4 de noviembre, durante su primera conferencia des-
pués del ataque italiano contra Grecia, Raeder fue informa-
do de que Hitler «contaba todavía con que Rusia se man-
tendría neutral» a pesar del avance alemán a través de los
Balcanes; pero también de que (dos preparativos para una
campaña en el Este, así como también para la ejecución de
la operación «Sea Lion» en la primavera, debían ser conti-
nuados de acuerdo con la decisión del Führer». En las di-
rectrices del 12 de noviembre 139. se declaraba que, a pesar
de que iba a tener lugar una conferencia con Molotov «pa-
ra obtener una seguridad sobre la actitud de Rusia en el
momento presente», *«los preparativos ordenados ya ver-
balmente para una campaña en el Este serán continuados,
sea cual sea el resultado de esta conferencia». Hitler había
yatomado una decisión irrevocable: «las directrices se pu-
blicarán tan pronto haya visto y aprobado los planes fun-
damentales de operaciones del Ejército», añadía el comu-
nicado del día 12 de noviembre.
La conferencia con Molotov, celebrada los días 12 y 14 del
mes de noviembre, no dio origen a ningún cambio de la si-
tuación 140. Hitler se manifestó contrario a un renovado
ataque ruso contra Finlandia; Molotov no quiso compro-
meterse en este sentido. Molotov exigió la aprobación de
una garantía rusa en Bulgaria; Hitler tampoco quiso com-
prometerse a este respecto; y se sintió tentado a considerar
la conferencia como el fracaso del último intento realizado
para impedir el rompimiento entre los dos países.
Sin embargo, el ataque contra Rusia no había sido ordena-
do todavía y no sólo debido a que no era necesario orde-
narlo con tanto tiempo de antelación. Hitler no era hom-
bre para aplazar el anuncio de sus decisiones una vez las
había tomado. Se mostraba contrario a tomar una deci-

139 D. N., 444-PS, 147-C.


140 D. N., 170-C, id. 99; Nazi-Soviet Relations, 1939-1941.

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sión. Tenía sus dudas. Durante la conferencia con Molo-


tov, desarrolló de nuevo la idea que, desde hacía algún
tiempo, atraía su atención, la idea de estimular a Rusia a
dirigirse contra el Irán y la India. El 14 de noviembre, afir-
mó Raeder, tal vez no conociera la situación real, pero en
modo alguno hubiese subestimado el peligro, pues Hitler
«todavía se sentía inclinado a una demostración del poten-
cial alemán contra Rusia».

VI Sus consecuencias sobre la actitud de Hitler con respec-


to a Rusia
Lo que le hacía vacilar era el evidente riesgo que se corría
al atacar a Rusia en tanto la Gran Bretaña estuviese toda-
vía en guerra contra Alemania. Raeder expuso este argu-
mento durante su conferencia con Hitler el 14 de noviem-
bre. «Es evidente — dijo — que Rusia no atacará a Alema-
nia, por lo menos, durante los dos años próximos»; era im-
perativo aplazar un ataque alemán contra Rusia, hasta que
la Gran Bretaña hubiese sido derrotada, ya que, «de otra
forma, las exigencias impuestas a las fuerzas alemanas se-
rán demasiado grandes y no se podrá prever el fin de las
hostilidades. Hitler se mostró de acuerdo con el primer
punto; con respecto al segundo, lo comprendía demasiado
bien él mismo. La rápida derrota de la Gran Bretaña, a pe-
sar de que las posibilidades para lograrla disminuían
rápidamente, continuaba siendo su principal ambición es-
tratégica.
A pesar de las pocas perspectivas de ejecución que ofrecía
la operación «Sea Lion», ésta no había sido anulada. Unas
directrices del 12 de octubre de 1940 habían admitido que
el objetivo principal consistía en mantener una presión po-
lítica y militar contra Inglaterra. Manifestaba también cier-
tas dudas con respecto a si jamás la operación volvería a
ser tomada en consideración para su puesta en práctica:
«en el caso de que la invasión sea sometida de nuevo a es-
tudio en la primavera o a principios de verano del año
1941, se publicarán las órdenes oportunas», pero había or-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 177

denado igualmente que «debían ser mejoradas las condi-


ciones militares para la invasión», orden que Raeder, el 14
de octubre, interpretó en el sentido de que debían ser lleva-
das a cabo «continuas maniobras».
Como resultado de los acontecimientos que siguieron al
ataque italiano contra Grecia, Hitler se aferró cada vez más
a su decisión de continuar el estudio de las operaciones pa-
ra un posible ataque contra Rusia; pero no hasta el extre-
mo de abandonar la operación «Sea Lion». Por otro lado,
tal como Hitler sabía perfectamente, las perspectivas para
la operación «Sea Lion» eran menores a cada mes que pa-
saba. De mes en mes mejoraba la posición defensiva britá-
nica. Las directrices del 12 de noviembre parecen recono-
cer este hecho, ya que en ellas Hitler se revela más enfático
que el 4 de noviembre con respecto a los planes de la cam-
paña rusa y, por consiguiente, con mayores dudas respecto
a «Sea Lion». Por lo que se refería a Rusia, se anunció que
«serán publicadas las directrices tan pronto se hayan apro-
bado los planes fundamentales de operaciones por el Ejér-
cito»; lo único que cabía decir con referencia a «Sea Lion»
era que «en el caso de un cambio en la situación general, la
posibilidad o necesidad de tomar de nuevo en considera-
ción la operación «Sea Lion» puede presentarse en el cur-
so de la primavera».
Era en el aire, en particular, donde era más necesaria la su-
premacía si algún día se quería llevar a la práctica el plan
«Sea Lion». «Los ataques aéreos contra la Gran Bretaña —
informó Raeder el 14 de noviembre — no han logrado crear
hasta ahora las condiciones necesarias para la realización
práctica de «Sea Lion». Los navios de guerra ingleses se
concentran todavía en los puertos de Plymouth y Ports-
mouth. Es imprescindible un cambio favorable en la situa-
ción antes de que se pueda pensar en un nuevo intento de
llevar a cabo la operación "Sea Lion".» Y el propio Hitler
«confirmó que los ataques de la Luftwaffe no habían logra-
do alcanzar los resultados que se esperaban de los mis-
mos...». Pero su deseo de terminar lo antes posible la gue-

177/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 178

rra contra la Gran Bretaña era tan grande, que, a pesar de


todas sus dudas, las directrices del 12 de noviembre hacían
hincapié en que, «en el caso de que se tomara nuevamente
en consideración la operación «Sea Lion», cada rama de
las fuerzas armadas habría de hacer los máximos esfuerzos
para mejorar su actuación». Este deseo eran tan vivo, so-
bre todo entre el 14 de noviembre y el 3 de diciembre, en
vistas de la situación aérea todavía tan poco favorable en el
Canal, que Hitler ordenó al Estado Mayor Naval que inves-
tigara la posibilidad de invadir el sur de Irlanda. Tal vez se
ofreciesen ventajas políticas y militares al adoptar esta ru-
ta más indirecta hasta las islas británicas.
Al enviar el informe el 3 de diciembre, en forma de memo-
rándum con el título «The Question of supporting Ireland
against Britains». que revela claramente la clase de venta-
jas políticas en las que pensaba Hitler, Raeder rechazó la
idea. Para poderla realizar con éxito, se requería la supre-
macía naval que Alemania no poseía y jamás tendría; te-
niendo en cuenta las grandes distancias, las vías de sumi-
nistro jamás podrían ser defendidas; las islas no tenían ba-
ses o puertos capaces de ser defendidos; el suministro aé-
reo, que tendría que partir de las bases creadas en la Euro-
pa ocupada, dependería siempre de las condiciones clima-
tológicas y éstas eran muy desfavorables en Irlanda. Desde
todos los puntos de vista, «será imposible contar con la
ayuda de los irlandeses».
Hitler no se mostró de acuerdo con estas objeciones; se
mostró reacio a abandonar el proyecto de Irlanda. Admitió
que la operación era imposible en aquellas circunstancias:
«el desembarco en Irlanda sólo será intentado si este país
nos pide ayuda». Pero cabía contar con la posibilidad de la
cooperación del Gobierno irlandés. Y debido a que Irlanda
sería tan importante como base para los ataques aéreos
contra los puertos del noroeste de la Gran Bretaña, debido
a que «la ocupación de Irlanda puede conducir al final de
la guerra», insistió en que se continuara el estudio de este
proyecto.

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VII El problema britanico


La idea irlandesa no sólo es la clara indicación de su deseo
de lograr la rendición de la Gran Bretaña, sino también del
desengaño con el cual consideraba el ya existente plan de
invasión, mucho más factible, y el estudio de las perspecti-
vas de una posible ocupación del sur de Irlanda, sólo sirvió
para defraudarle aún más. A esto se añadía que sus planes
para el Mediterráneo, limitados ya de por sí y mucho más
reducidos desde el ataque italiano a Grecia, exigían ahora
un esfuerzo mayor.
La mayor dificultad se debía, una vez más, a la supremacía
naval británica y al no poder disponer de una flota de su-
perficie. De la misma forma que las posibles operaciones
en el Mediterráneo oriental habían sido impedidas por la
decidida explotación por parte de la marina de guerra bri-
tánica de los reveses italianos en Grecia, en el Oeste, la su-
premacía naval británica recababa cada vez más la aten-
ción de Alemania, mientras se llevaba adelante el estudio
de los planes. Raeder había advertido ya a Hit-ler, el 26 de
septiembre de 1940, que la dificultad real con que se en-
frentaban los planes alemanes para el futuro; la oposición
que creaban todas las complicaciones políticas en las nego-
ciaciones con Francia y España, era el poder naval británi-
co. «La falta de una flota — dijo — constituirá un obstáculo
insuperable en el caso de que la guerra continúe
extendiéndose, con la ocupación, por ejemplo, de las islas
Canarias, las del Cabo Verde, las Azores, Dakar, Islandia,
etc.» Raeder se vio obligado a estudiar más atentamente
las operaciones a largo plazo y las de mayor alcance; y la
visión de la flota británica y el pleno conocimiento de la de-
bilidad alemana en el mar, aumentaron sus temores.
El 4 de noviembre expuso sus «objeciones fundamentales»
al plan de Hitler de añadir Cabo Verde al plan de conquista
de Gibraltar. Según el punto de vista de Raeder, esta ope-
ración dependía de la ayuda francesa y sólo era posible
«cuando Dakar esté ya en nuestras manos»; pero, incluso
en este caso, sería difícil su realización. Una vez ocupadas,

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 180

«no poseemos la seguridad de podernos mantener en las


mismas teniendo en cuenta las escasas fuerzas de que dis-
ponemos». Además, en tanto que las islas no poseían un
gran valor para el enemigo, «las desventajas políticas re-
sultantes de la ocupación de territorios portugueses, con
posibles intervenciones por parte de los ingleses y de los
Estados Unidos contra las Azores y las colonias portugue-
sas, deben ser consideradas como muy serias». Por consi-
guiente, si era mejor renunciar a la idea de apoderarse de
Cabo Verde, era preferible que las tropas alemanas no cru-
zaran la frontera portuguesa. «Cualquier acción alemana
contra Portugal, invitará a los ingleses a ocupar las colo-
nias portuguesas de Madeira, Cabo Verde y las Azores».
Hitler, sin embargo, insistió en su plan primitivo: Raeder
observó que no le quedaba otro remedio «que hablar con
el Führer lo antes posible de este asunto, ya que, al pare-
cer, tiene mucho interés en dirigir una operación contra
Cabo Verde». Pero en lugar de abandonar la idea, Hitler se
apropió de los argumentos de Raeder para ampliar sus ob-
jetivos. La captura de Cabo Verde se convirtió en una
operación esencial, según él, si se quería alcanzar resul-
tados positivos en la acción contra Gibraltar; y si la ocupa-
ción de Cabo Verde indujera al enemigo a ocupar las Azo-
res y Madeira, era del parecer, tal como ya hemos indicado
anteriormente, de que también Alemania tomara en consi-
deración el apoderarse de dichas islas anticipándose de es-
ta forma a la acción del enemigo.
Dos días después de haber sido anunciada esta decisión en
las directrices del 12 de noviembre, Raeder volvió al ata-
que. «Las islas Canarias — admitió — adquirirán una gran
importancia para la Gran Bretaña si Alemania se apodera
de Gibraltar y, por lo tanto, Alemania debe anticiparse a
esta acción enemiga ocupando las islas.» Pero ni Cabo Ver-
de ni Madeira serían de utilidad para la Gran Bretaña. La
neutralidad de Portugal, por otro lado, era sumamente va-
liosa para Alemania y su violación podría resultar en la
ocupación inmediata de las Azores por la Gran Bretaña o

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los Estados Unidos. Con respecto a la reacción de Hitler a


este punto de vista, la proposición de que las Azores fueran
ocupadas por los alemanes, sólo cabía decir que se trataba
de una empresa sumamente arriesgada. Contando con el
factor suerte, es cierto, podía llevarse a cabo con suma ra-
pidez; pero aparecía dudosa la existencia de condiciones
favorables para dicha ocupación, y «la posibilidad de soste-
nernos en las islas es muy discutible, teniendo en cuenta la
fuerte ofensiva que posiblemente los ingleses desarrolla-
rían a continuación».
Pero Hitler no se dejó convencer. Es cierto que abandonó
el proyecto referente a Madeira; pero estaba convencido de
que la Gran Bretaña ocuparía las Azores tan pronto como
las tropas alemanas entraran en España, tanto si Cabo Ver-
de era atacado como si no. En todo caso, estaba interesado
en estas islas «con el fin de proseguir la guerra contra
América en una posible fase posterior», y las Azores le
proporcionarían «la mejor base aérea para atacar América,
si ésta entraba en la guerra» 141.
Si no existía la certeza, decidió el 14 de noviembre, de po-
der contar con facilidades de desembarco en las Azores,
había que mandar inmediatamente a un oficial naval y
otro de la Luftwaffe para cerciorarse de esto en el mismo
lugar. En lugar de abandonar el plan de Cabo Verde, como
resultado de los argumentos expuestos por Raeder, se mos-
tró más decidido que nunca a añadir las Azores a la lista de
sus objetivos.
Sin embargo, tenía plena conciencia de la importancia de
la supremacía naval y de la debilidad de Alemania en este
sentido. El fracaso de «Sea Lion», le había llevado a la-
mentar su pofítica de los años anteriores a la guerra de no
querer aumentar la flota de superficie. Durante los prepa-
rativos para el ataque contra Gibraltar comenzó a pregun-
tarse, partiendo del supuesto de que todas sus defensas se-
141La razón adicional de su interés por las islas del Atlántico ha-
bía sido ya expuesta en un memorándum del 29 de octubre de
1940. (D. N., 376-PS.)

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rían destruidas por la Luftwaffe, cómo podría interceptar


de un modo efectivo el Estrecho y prevenir los contraata-
ques británicos por mar. Incluso en el caso de apoderarse
previamente de todas las islas del Atlántico, Alemania no
poseía una fota naval capaz de defenderlas; Italia, aunque
esto representaba una actitud por demás significativa, no
sería requerida para prestar su colaboración, así es que el
problema de impedir la reconquista británica de Gibraltar
comenzó a aparecer insoluble.
Al enfrentarse con todas estas dificultades, no podía pasar-
se por alto la falta de navios de guerra; insistió, sin embar-
go, a pesar de estos hechos y de los argumentos expuestos
por Raeder, que la ocupación de Cabo Verde y las Azores,
así como también de las Canarias, continuara formando
parte integrante del plan de Gibraltar, y esto precisamente
porque ahora sabía lo que se podía conseguir con el poder
naval. «El Führer — dijo Raeder el 14 de noviembre —, es-
pera obtener buenos resultados de la conquista de Gi-
braltar y del cierre del Mediterráneo en el Oeste»; y estaba
decidido a que sus planes fueran tan amplios que sus espe-
ranzas no volvieran a verse defraudadas por la flota naval
británica 142.
Raeder tuvo que rendirse; pero la seguridad de sus argu-
mentos contra la ocupación de Cabo Verde y las Azores au-
mentó las dudas de Hitler y redujo sus esperanzas con res-
pecto a Jas perspectivas de sus restantes planes en el Me-
diterráneo. Raeder tenía que rendirse a la evidencia; sin
embargo, ¿y si resultaba que estaba en lo cierto? ¿Y si fue-
ra imposible conquistar y conservar aquellas islas? Incluso
suponiendo que pudieran ser conquistadas, ¿cómo contra-
rrestar un contraataque británico contra Gibraltar? ¿No re-
sultaba cada vez más evidente a la luz de estos argumen-
tos, que, fuese cual fuese el éxito de estos planes, la Gran
Bretaña todavía estaría en condiciones de continuar la lu-
142Con respecto a los planes británicos en relación con las islas
del Atlántico, en el caso de un ataque alemán contra Gibraltar,
véase documento núm. 2, pág. 105.

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cha?
Si jamás había contado con un resultado más decisivo de
la ocupación de Gibraltar, el Estado Mayor Naval contribu-
yó en otra forma a reducir sus esperanzas. En un memo-
rándum fechado el 14 de noviembre de 1940, informó que
«la ocupación de Gibraltar y el control del Mediterráneo
occidental, aunque muy importante, no eran suficientes de
por sí». Como resultado del ataque italiano contra Grecia,
continuaba el argumento, la posición estratégica en el Me-
diterráneo oriental y el prestigio británico en los Balcanes
y el Cercano Oriente habían mejorado inmensamente. Las
posibles consecuencias eran que «el Mediterráneo oriental
no seguiría el curso que había planeado Alemania», que la
Gran Bretaña tomaría la iniciativa «con efectos adversos
en el Mediterráneo oriental y en África, y en todas las bata-
llas futuras», y que la posición británica sería tan fuerte,
que «ya no será posible echar del Mediterráneo a la flota
británica». El Estado Mayor Naval estaba convencido de
que era de una importancia decisiva impedir este desarro-
llo; un ejemplo de lo que esto podía representar lo había si-
do el ataque conjunto de la flota y las fuerzas aéreas britá-
nicas contra la marina de guerra italiana en Tárente el 11 y
12 'de noviembre. Exponía el argumento de que la ame-
naza procedente de la Gran Bretaña y de los Estados Uni-
dos «no sólo nos obliga a crear una Unión Europea, sino
también a luchar en África como el objetivo estratégico
más adelantado de Alemania», y, por consiguiente, aconse-
jaba una pronta ofensiva contra las regiones de Alejandría
y el canal de Suez. Italia, por sí sola, «jamás será capaz de
llevar a cabo la campaña de Egipto». «Los jefes alemanes
responsables de la dirección de la guerra... deben tener en
cuenta el hecho de que por parte de las fuerzas armadas
italianas no se puede contar con actividades especiales de
operaciones o con una ayuda substancial.» Deben com-
prender igualmente que «Alemania no debe limitarse a ser
un espectador desinteresado en el Mediterráneo oriental,
teniendo en cuenta la íntima relación existente entre las

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victoriosas campañas alemanas y el problema Mediterrá-


neo-África. » Puesto que Italia no podía actuar por su pro-
pia cuenta, tenía que hacerlo Alemania. «El enemigo debe
ser obligado a abandonar el Mediterráneo usando para ello
todos los medios a nuestro alcance. Toda la península grie-
ga, incluyendo el Peloponeso, debe ser limpiada de enemi-
gos y ocupadas las bases.» «Italia debe ser forzada a co-
menzar la ofensiva contra Egipto y deben enviarse tropas
alemanas al teatro de operaciones para ayudar a las italia-
nas.» «A pesar de todas las dificultades, será imposible
evitar una ofensiva a través de Turquía.» «El canal de Suez
debe ser minado.» Todas estas operaciones eran esenciales
como complemento a la conquista de Gibraltar y al cierre
del Mediterráneo en el Oeste si Alemania quería ganar la
guerra.
Estos argumentos no estaban en modo alguno en contra-
dicción con las propias ideas de Hitler. Tenía la intención
de conquistar Gibraltar; pero sabía perfectamente que esto
no sería suficiente. Si podía llevarse a la práctica la opera-
ción «Sea Líon», o, en todo caso, la ocupación de Irlanda,
contaría con las garantías necesarias para ganar la guerra;
pero era poco probable que la conquista de Gibraltar le
proporcionara este resultado. Había decidido asegurarse
en los Balcanes y las medidas que había tomado a este res-
pecto iban pronto a ser realizadas. El rey de Bulgaria fue
llamado a Berlín el 17 de noviembre; el 21 de noviembre
anunció Rumania su firma de adhesión al Eje. Hitler había
ordenado ya la invasión de Grecia. Cuando llegó el mo-
mento, amplió el objetivo a Creta. Sin embargo, al avanzar
tanto en el frente del Mediterráneo, se guiaba solamente
por las necesidades defensivas; y la extensión de la guerra
al Cexcano Oriente, tal como aconsejaba el Estado Mayor
Naval, a pesar de lo convincentes de los argumentos de
Raeder, atraía muy poco su atención. Por el contrario, el
Mediterráneo era un teatro de guerra que se le antojaba
lleno de dudas y peligros, uno de los cuales, desde el ata-
que italiano contra Grecia, era el problema de la colabora-

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ción italiana. Incluso en el Mediterráneo occidental, donde


esta colaboración podía ser evitada, las exigencias de
Vichy, el círculo vicioso de los argumentos de Raeder con
respecto a las islas del Atlántico... todas estas circuns-
tancias le habían ido convenciendo durante las últimas se-
manas de que sus posibilidades de éxito eran muy limi-
tadas.

VIII Obstaculos a los planes de Hitler en el Mediterraneo.


Frente a estos hechos, y en proporción al aumento de sus
desengaños e impaciencia en el Oeste y en el Mediterrá-
neo, sus pensamientos se volvían cada vez con mayor in-
tensidad a la posibilidad de un ataque contra Rusia. Un
ataque contra la U. R. R. S. y el desarrollo de los proyectos
en el Cercano Oriente, tal como los presentaba el Estado
Mayor Naval, eran dos direcciones políticas totalmente
opuestas la una a la otra: Alemania no podía dedicarse a
las dos al mismo tiempo. Y Hitler sabía perfectamente cuál
de las dos prefería. Si la operación «Sea Lion» y la inva-
sión del sur de Irlanda eran impracticables, y si las opera-
ciones contra Gibraltar o en el Cercano Oriente era poco
probable que redundasen en una rápida victoria sobre la
Gran Bretaña, lo preferible, en este caso, era conseguir en
otro punto cualquiera una rápida e impresionante victoria.
La supremacía naval británica y la importancia alemana en
ese sentido, hacían que las posibilidades en el Medite-
rráneo resultasen muy inciertas; sin embargo, por otro la-
do, no había nada que impidiese un ataque contra Rusia.
Y, puesto que se trataba de un ataque contra una potencia
terrestre, ¿quién podía dudar de que Alemania obtendría
una rápida e impresionante victoria? Alemania tomaría de
nuevo en sus manos la iniciativa; y no podía tolerar por
más tiempo, cuando pensaba en «Sea Lion» o contempla-
ba sus planes del Mediterráneo, el que la iniciativa mi-
h'lur hubiese comenzado a pasar a manos del enemigo.
Desde la conferencia con Molotov había continuado cu su
propósito, con sugerencias dirigidas a l'uisia, fingiendo

185/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 186

ampliar la colaboración, llamadas a tlr.trarr su atención en


dirección al Océano índico para poder aprovechar esta co-
yuntura para atacarla. Había reformulado y planeando
igualmente la campaña del Este; y cuando el 26 de noviem-
bre recibió las contraproposiciones rusas, se vio confirma-
do en su convencimiento de que había llegado el momento
crucial. Las contraproposiciones rusas exigían la retirada
de las tropas alemanas de Finlandia, una garantía rusa en
Bulgaria y bases rusas en los Dardanelos 143.
Por otra razón también, se hacía urgente la necesidad de
tomar una decisión final, fuese ésta cual fuese. Un docu-
mento que contiene los «Basic Facts For a History of the
Germán War Economy» 144 revela la confusión que había
provocado ya por aquella época Jas continuas indecisiones
de Hitler en todos los frentes. «La Wehrmacht exigía la ab-
soluta prioridad en el programa de las operaciones para el
África del Norte, la marina de guerra exigía la aceleración
de medidas para la operación «Sea Lion», los armamentos
aéreos debían ser intensificados aún más...»; y, en esta si-
tuación, los altos jefes de la producción de guerra se vieron
obligados a llamar la atención sobre «las dificultades que
traía consigo el querer acelerar todos los programas a un
mismo tiempo...», sobre todo, cuando Goering anunció
por primera vez el 6 de noviembre de 1940 que «tenemos
que estar preparados para una guerra de larga duración».
Como resultado de esta advertencia se tomaron varias de-
cisiones, o sea, el 3 de diciembre de 1940, como nos revela
el documento en cuestión. Una de estas decisiones fue que
«no debe hablarse más de la invasión de Inglaterra, y sí só-
lo del bloqueo de Inglaterra... Por el momento... los prepa-
rativos para la operación «Sea Lion» deben darse por
terminados...». Otra decisión situaba «la defensa antiaérea
de la patria en primer lugar». La tercera «instrucción» del
3 de diciembre se refería a Rusia; pero lo era todo, menos

143 Véase Nazí-Soviet Relatíons, 1939-1941.


144 D. N., 2S5S-PS, págs. 323-4.

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una decisión. «La gran acción prevista (Rusia) fue mencio-


nada por vez primera (a los jefes de producción de gue-
rra)» y su aplazamiento para una fecha ulterior admitida
como posible.
Incluso en estas circunstancias, Hitler no se atrevía a to-
mar una decisión con respecto a la campaña en el Este y, a
pesar de que había ya llegado por lo menos a una conclu-
sión definitiva con respecto a la operación «Sea Lion», fue
aquel mismo día, el 3 de diciembre, que discutió el proble-
ma del sur de Ir landa y ordenó comenzar inmediatamente
las investigaciones necesarias. Es cierto que dos días más
tarde, el 5 de diciembre, cuando el jefe del Estado Mayor
de la Wehrmacht informó con respecto «a la prevista ope-
ración en el Este» 145 expuso que «la primera misión que
habían de llevar a cabo era el aniquilamiento del mayor
número posible de unidades enemigas, a fin de que los ru-
sos no pudieran ocupar nuevas posiciones en el interior
del país...». Confirmó igualmente que «el número de divi-
siones previstas para toda la operación (de 130 a 140) es
suficíente». Y, en cierto modo, esto representaba la apro-
bación «de los planes fundamentales de operaciones de la
Wehrmacht» que, como había él afirmado previamente,
sería la señal para la publicación de las directrices. Sin em-
bargo, estas observaciones no representaban para él haber
tomado una decisión en firme, puesto que el 3 de diciem-
bre, aun cuando por el momento había renunciado de un
modo definitivo a la operación «Sea Lion», no desechó la
posibilidad de ocupar el sur de Irlanda y, en tanto que las
directrices para la campaña del Este no fueron publicadas,
Hitler continuó vacilando. Tan fuerte era el argumento que
se oponía al ataque contra Rusia antes de haber terminado
la guerra con la Gran Bretaña que, a pesar de su preferen-
cia por la campaña del Este, a pesar de su indignación por
las contraproposiciones rusas, a pesar de la urgente nece-
sidad de tomar una firme decisión, permaneció indeciso

145 D. N., 1799-PS.

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hasta que recibió un nuevo golpe.

IX La primera ofensiva britanica en el desierto occidental


Estos tres meses, los más críticos e inciertos de la guerra,
terminaron al comenzar la primera ofensiva británica en el
desierto el 6 de diciembre del año 1940. El rápido éxito
que, comenzando con la batalla de Sidi Barraní el 9 de di-
ciembre, alcanzó aquella ofensiva, ejerció efectos inmedia-
tos en los planes de Hitler e influyó poderosamente en el
curso posterior de la guerra. Hitler, también alarmado, lle-
gó a convencerse de que la Gran Bretaña estaba más lejos
que nunca de pensar en la rendición, le confirmó en su fal-
ta de fe por las aventuras en el Mediterráneo y en el Cerca-
no Oriente, y le ratificó en su decisión de volverse hacia
Rusia.
La primera necesidad que se presentaba era proteger a los
italianos en su retirada. El reforzar militarmente el África
del Norte, que en el mes de noviembre no le había pareci-
do ser importante por no conducirle a un pronto éxito, se
le antojó súbitamente un problema esencial si quería
evitar el desastre. El 10 de diciembre, el día siguiente a la
batalla de Sidi Barraní, Hitler anuló su decisión primitiva y
ordenó a las formaciones de la Luftwaffe «operar lo antes
posible desde el sur de Italia durante un espacio de tiempo
limitado. Su misión más importante era atacar a la flota
naval británica en Alejandría, pero también el canal de
Suez y en los Estrechos entre Sicilia y la costa de África, de-
bido a la situación crítica en que se encontraba el Medi-
terráneo...». Al mismo tiempo, debían ser acelerados los
preparativos para el inmediato envío de una división aco-
razada al norte de África.
Otra fuente de alarma fue la posibilidad de que, si el ata-
que británico resultaba ser una ofensiva en gran escala y
provocaba graves perjuicios a la posición del Eje en el Me-
diterráneo, la Francia no ocupada se levantaría contra Ale-
mania. Esta ansiedad estaba por demás justificada. Chur-
chill, que «tenía sumo interés en proporcionar a Vichy la

188/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 189

posibilidad de aprovecharse del curso favorable que toma-


ban los acontecimientos, invitó a Pétain a reemprender la
guerra contra el Eje. El 31 de diciembre, seis divisiones bri-
tánicas estaban a punto para desembarcar en Marruecos si
los franceses revelaban el menor síntoma de aceptar la
proposición» 146. El 10 de diciembre, por consiguiente, Hi-
tler ordenó organizar una operación de urgencia: la opera-
ción «Atila».
«En el caso (decían las directrices de Hitler) de que estalla-
ra una rebelión en las regiones del Imperio colonial fran-
cés al mando actualmente del general Wey-gand, será ne-
cesario una rápida ocupación del territorio todavía no ocu-
pado de la metrópoli francesa. Al mismo tiempo, será nece-
sario tomar medidas preventivas contra la flota naval fran-
cesa y las formaciones de las fuerzas aéreas francesas que
se hallan concentradas en aeródromos de la metrópoli o, al
menos, impedir que se pasen al enemigo.»
Si la operación se hacía necesaria..., «si las fuerzas arma-
das francesas dieran señales de resistencia, o una parte de
la flota naval, a pesar de las contraórdenes alemanas, se hi-
ciera a la mar»..., poderosos grupos motorizados alema-
nes, con ayuda aérea, irrumpirían en la zona no ocupada
de Francia, avanzarían hasta el Mediterráneo y ocuparían
los puertos, en especial Tolón, a fin de «bloquear a Francia
desde el mar». Toda oposición sería «aniquilada sin
consideración». Y, en tales circunstancias, le sería difícil a
la flota francesa ofrecer resistencia; «es necesario exa-
minar igualmente por los comandantes en jefe de la mari-
na de guerra y de la Luftwaffe en qué aspecto la flota fran-
cesa puede ser puesta a nuestro servicio a la entrada de
nuestras fuerzas militares, en especial, con respecto al blo-
146Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Their
Finest Haúr), págs. 550-1. Con respecto a la alarma de Hitler
con referencia a Vichy, véase igualmente su carta a Mus-solini
del 31 de diciembre de 1940, citada por Churchill en The Second
World War, vol. III (The Grand Álliance), págs. 10-13, de Hitler
e MussolM, Lettere e Documenti.

189/364
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queo de los puertos, operaciones de desembarco aéreo, ac-


tos de sabotaje, preparación de ataques por medio de sub-
marinos y ataques aéreos contra los navios en huida y el
desarme de los navios franceses de acuerdo con lo estipula-
do en los Acuerdos del Armisticio».
Como de costumbre, «los italianos no deben ser informa-
dos de los preparativos a realizar».
Un resultado igualmente directo del avance británico en
África del Norte fue el aplazamiento del ataque alemán
contra Gibraltar, el éxito del cual hubiese contribuido en
tan gran escala, como se lamentó Hitler en una carta dirigi-
da a Mussolini el 31 de diciembre 147, a eliminar «el peligro
de un cambio de frente en el África occidental».
Otro resultado del avance británico fue que Hitler decidió
incrementar las fuerzas destinadas al ataque contra Gre-
cia, operación «Marita». En unas direc-trices finales para
esta operación, publicadas el 13 de diciembre, los objetivos
continuaban siendo los mismos tal como habían sido ya
definidos en unas directrices anteriores del 12 de noviem-
bre. «Debe ser evitado a toda costa el intento británico de
crear bases aéreas cerca del frente balcánico que resulta-
rían sumamente peligrosas, en primer lugar, para Italia y,
en segundo, para los campos petrolíferos de Rumania».
Era, por consiguiente, necesario, cuando el tiempo lo per-
mitiese, «probablemente en el mes de marzo, enviar fuer-
zas a través de Bulgaria para ocupar las costas del mar
Egeo y, si es necesario, ocupar toda Grecia». Pero, a pesar
de que los objetivos no habían sufrido ninguna variación
importante, el número de divisiones destinadas a esta ope-
ración fue aumentada de diez a veinte.
Esto se debió, en parte, a la creciente amenaza que repre-
sentaba la Gran Bretaña, y también respecto a la actitud de
Hitler en relación con la campaña del Este que, durante los
días que siguieron a la ofensiva británica en el desierto, ha-

Citada por W. S. Churchill, The Second World vol. III


147

(The Grand Alliance), págs. 10-13.

190/364
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bía alcanzado su última fase en los preparativos prelimina-


res. De nuevo, a principios de noviembre, el desarrollo de
los acontecimientos en el Mediterráneo avivaron sus du-
das con respecto a Rusia. «Una vez llevada a feliz término
la operación «Marita», decían las directrices del 13 de di-
ciembre, consideraré la conveniencia de usar las fuerzas
disponibles para lanzarlas a una nueva acción.» El 18 de
diciembre del año 1940, cinco días después de continuados
éxitos británicos en África,
Hitler publicó las primeras directrices para un ataque con-
tra Rusia. Anunció que «las fuerzas armadas alemanas de-
bían estar preparadas para una rápida campaña en Rusia,
incluso antes de haber terminado la guerra contra Inglate-
rra» 148.

148 D. N., 446-PS.

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Capitulo VI

La Decision de atacar Rusia

I El proceso hasta alcanzar la decision


Fue en el mes de julio del año 1940, tai como se ha afirma-
do frecuentemente, que Hitler se sintió por vez primera in-
teresado por la posibilidad de una campaña en el Este. No
cabe la menor duda 149, de que a fines de septiembre de
1940 había llegado ya a tomar la decisión de lanzar el ata-
que. Cuando volvió toda su atención hacia Rusia 150, se
«sintió embargado por la sensación de éxito y engreído por
la propaganda que lo presentaba como el genio estratega
más grande de todos los tiempos». Ninguno de estos jui-
cios resiste un examen de las pruebas.
Es cierto que el interés de Hitler por un ataque contra Ru-
sia se revela en primer lugar en los documentos del mes de
julio del año 1940. Pero los documentos, ambos anteriores
a la guerra y, a pesar del pacto germano-ruso, ya desde el
día en que comenzó la guerra, no dejan la menor duda que
lo que le animó en el mes de julio del año 1940 no fue sim-
plemente la idea de atacar a Rusia, la cual ya hacia mucho
tiempo que vibraba en su mente, sino el presentimiento de
que un ataque contra Rusia, en una guerra de dos frentes,
antes de que la Gran Bretaña hubiese sido derrotada o se
hubiese rendido, en circunstancias que él jamás había to-
mado en consideración, favorecería todos sus planes. «Si
no podemos contar con la absoluta certeza — dijo el 21 de
julio —, de que los preparativos (para la operación «Sea
Lion») puedan ser terminados para principios de septiem-
bre, será necesario tomar en consideración otros planes»;
y su otra observación en esta misma ocasión — «claro está,
es nuestro deber valorar cuidadosamente las cuestiones ru-

149 W. S. Churchill, The Second World War, vol. II (Thelr Finest


Hour), pág. 510.
150 H. R. Trevor-Roper, The Last Days of Hitler, pág. 9.

193/364
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sa y americana» — indican claramente, la dirección cíe sus


pensamientos en el caso de que la operación «Sea Lion» se
revelara como impracticable.
Por este motivo, al renunciar a la operación «Sea Lion» en
la segunda mitad del mes de septiembre, enfocó su
atención hacia la empresa rusa. Pero existe una enorme di-
ferencia entre el hecho y la suposición de que, para fines
de septiembre, había ya tomado una firme decisión en este
sentido, o sea, tan pronto renunció a la idea «Sea Lion».
La decisión de atacar a Rusia no la tomó inmediatamente
después de haber renunciado a la operación «Sea Lion»; y
afirmar esto es desconocer ios hechos e ignorar las evi-
dencias, o al menos, enfocar el asunto a la luz de los acon-
tecimientos posteriores.
Se puede discutir, desde luego, que, a pesar de que no to-
mó inmediatamente la decisión, había llegado ya a una
conclusión definitiva con respecto a este asunto o sea, que
el fracaso de la operación «Sea Lion» le condujo de un mo-
do irrevocable a tomar la decisión de atacar a Rusia. Si es
cierto que esta decisión fue el resultado de la preferencia
de Hitler. por las grandes campañas terrestres y a la idea
fija de volverse contra Rusia, fuesen cuales fuesen las cir-
cunstancias, debe añadirse que lo fue también debiáo a los
desengaños sufridos en los otros frentes, a sus deseos y an-
sias de acción, a su impaciencia por conseguir resultados
rápidos e impresionantes; por todo esto el fracaso de la
operación «Sea Lion» fue vital en este sentido. La conquis-
ta de Noruega había sido una hazaña magnífica; la derrota
de Francia había sido igualmente una empresa militar
grandiosa; la Gran Bretaña hubiese debido percatarse en
aquella ocasión de lo desesperado de su situación militar.
El que ocurriera lo contrario fue uno de los primeros des-
engaños que sufrió Hitler. Sólo la existencia del canal de la
Mancha había salvado a Inglaterra; y el canal de la Man-
cha que hacía necesaria la operación «Sea Lion» y que,
más tarde, la hizo impracticable, aumentó su desespera-
ción. Fue de nuevo el Canal... o lo que representaba: la po-

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tencia y libertad de acción británica en los mares... lo que


entrañaba tantas dificultades para poder negociar libre-
mente con Francia y España, que colocaba tantos y tantos
obstáculos en la ruta de la conquista de Gibraltar y que li-
mitaba ya de antemano los posibles resultados positivos de
una tal acción. Estaba convencido de que Alemania era in-
vencible si no abandonaba la acción; y una acción contra
Rusia, una gran campaña terrestre, fue tentándole cada
vez más mientras se desengañaba en los demás frentes.
Considerado desde este punto de vista, puede resumirse
como un proceso inevitable; pero no es justo, teniendo en
cuenta todas las evidencias, considerarlo como rápido, al
contrario, su elaboración fue extremadamente lenta. Aun
considerando que fue un proceso que no se apartó ni un
solo momento de la ruta fijada, se prolongó durante el cur-
so de tres meses. Hacer caso omiso de este hecho, es que-
rer ignorar la evidencia; equivale a querer menospreciar el
continuado efecto de la supremacía británica en el mar. Y
si se juzga acertadamente el efecto, el punto de vista del
cual Hitler se valió para tomar su decisión prescindiendo
del tiempo en que tardó en tomarla, se basó en una conclu-
sión previa... incluso este punto de vista pierde mucho de
su fuerza.
La supremacía británica en el mar, tan fundamental en el
fracaso de la operación «Sea Lion», ejerció más de una in-
fluencia negativa en el curso de los siguientes tres meses.
Hizo mucho más que aumentar los desengaños de Hitler al
abortar sus planes en el Mediterráneo oriental y Gibraltar.
Al permitir a la Gran Bretaña jugar un papel ofensivo, le
permitió también un papel positivo. Los acontecimientos
que siguieron al ataque italiano contra Grecia y, luego, la
primera ofensiva en el desierto, no fueron los que crearon
en la mente de Hitler la idea de atacar a Rusia; la idea exis-
tía ya. No sirvieron para reavivar la idea, puesto que la
idea jamás había dejado de existir. Y, precisamente, como
los reveses sufridos durante los meses de noviembre y di-
ciembre del año 1940 eran necesarios para destruir sus va-

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cilaciones con respecto a la campaña del Este, contribuye-


ron a este largo proceso de tres meses de duración.
Es cierto que estos desengaños, en la lógica, tenían que ha-
ber logrado un efecto contrario y que, si no hubiese existi-
do ya la idea, la creciente amenaza en el Mediterráneo hu-
biera debido llevarle a desistir de un ataque contra Rusia,
en lugar de estimularle a lanzarse a la misma. Pero otra
consideración nos ayudará a explicar este punto: la alarma
y el desengaño no fueron los únicos elementos en esta si-
tuación. No puede existir la menor duda del desengaño en
que se vio sumido, por su temperamento y su forma de
pensar, por la serie de fracasos que siguieron a la derrota
de Francia, por el hecho de que sólo fue entonces cuando
se enfrentó realmente con I icchos y factores complejos
con los cuales no había contado. Los desengaños sufridos
por Hitler, sin embargo, se debieron, en primer lugar, a no
disponer de un plan concreto para el futuro después de la
derrota de Francia, a su falta de habilidad para ajus-tar sus
planes a las circunstancias que siguieron al fracaso de la
operación «Sea Lion» ; a su inquebrantable inflexibilidad;
a su falta de poder estratégico, como consecuencia ineludi-
ble de las dificultades y problemas que entrañaban induda-
blemente la nueva situación. Si, durante los tres últimos
meses del año 1940, sus planes estratégicos adquirieron
un cariz desesperado mucho antes de que esto hubiese si-
do necesario, no sólo lo podemos achacar a su tem-
peramento, sino también a sus limitaciones intelectuales y
estratégicas.
Los desengaños sufridos, pero más aún, la tendencia a
crear la desorientación, representaba sólo un aspecto de su
temperamento tan particular; la fuerza de voluntad y un
exceso de confianza en sí mismo era el otro, lo cual repre-
sentaba una lógica característica complementaria. Si eligió
la decisión de atacar a Rusia como solución a sus proble-
mas, como huida y compensación a sus desengaños, la eli-
gió también creyendo en su propia infalibilidad, en su ge-
nialidad, por una exagerada sobreestimación de su propia

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inteligencia, en una confianza ilimitada en los ejércitos ale-


manes. Si la decisión se debió a causa de la alarmante si-
tuación en el Mediterráneo, que resultó ser el punto culmi-
nante de la serie de desengaños, fue tomada también ha-
ciendo caso omiso de la situación, lo que demuestra clara-
mente su exagerada confianza en sí mismo y su espíritu de
jugador.
Una vez admitidos estos hechos, comprendemos por qué
los desengaños constituyeron un elemento tan importante
en las decisiones de Hitler; el proceso hasta tomar la deci-
sión hubiese sido ya largo de por sí, sobre todo, porque era
negativo, era la reacción a su creciente desengaño en los
demás frentes; y, si esto era todo, sería suficiente para
desacreditar el punto de vista de que Hitler «estaba
embargado por la sensación de éxito y engreído por la
propaganda». Pero lo que revela con toda clase de claridad
y certeza de que el proceso requeriría su tiempo, y lo que
lleva a rechazar de un modo completo el punto de vista del
«engreimiento», es el hecho de que los desengaños de Hi-
tler se originan en una fuente especial. Su ambición princi-
pal continuó siendo siempre la misma: una guerra muy
corta y, para conseguir este fin, la pronta derrota de la
Gran Bretaña o la pronta aceptación por parte de ésta de
sus condiciones de paz. Lo que deseaba más vivamente,
durante los tres meses antes de tomar la decisión de vol-
verse contra Rusia, era la derrota o la rendicion de la Gran
Bretaña; y éste, su máximo deseo, na el que ofrecía menos
perspectivas de realizarse. Muchos, sin duda alguna, le da-
ban ya por vencedor, pero Hitler conocía de sobras la si-
tuación real. En lo más íntimo de su ser, sabía que había
fracasado.
El hecho más sorprendente durante los tres meses siguie-
ron al aplazamiento de la operación «Sea Lion» no fue la
facilidad, sino la aversión con la cual se decidió a abando-
nar este plan; no el hecho de que el desengaño sufrido le
condujera a lanzarse a la campaña del Este, sino la razón
de que la presencia constante del desengaño le atrasó du-

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rante tanto tiempo a tomar su decisión. A la vista de todas


las evidencias, la operación «Sea Lion» fue mantenida viva
hasta comienzos del mes de diciembre del año 1940 como
un programa posible para la primavera siguiente; y no fue
hasta el 8 de enero del año 1941, tees semanas después de
haber tomado la decisión con respecto a Rusia, que confe-
só abiertamente que la operación «Sea Lion» era «imprac-
ticable hasta no haber conseguido previamente reducir el
potencial militar de la Gran Bretaña». «El éxito de la inva-
sión — continuó — debe estar garantizado; en caso contra-
rio, el Führer considera un crimen intentar llevarla a
cabo.» Los proyectos tales como, por ejemplo, la ocupa-
ción del sur de Irlanda, planteados como una alternativa a
la operación «Sea Lion», fueron tenidos en consideración
hasta el mes de diciembre.
Incluso después de haberse publicado las direo trices del
18 de diciembre del año 1940, parecen existir razones para
creer que perduraba en él un elemento de duda y vacila-
ción con respecto a la decisión de atacar a Rusia, así como
una débil esperanza de que la Gran Bretaña acabara por
acceder a sus pretensiones. Las directrices en cuestión con-
tenían una cláusula muy significativa: anunciaba que daría
}a orden de concentración para las tropas ocho semanas
antes del Día D, «si se decide llevar a cabo la operación»
151. Ante el Tribunal de Nurenberg, Ribbentrop declaró

que, a pesar de que la idea no le entusiasmaba en absoluto,


Hitler le insinuó a fines de diciembre de 1940, que tal vez
intentase convencer a Rusia de adherirse al Pacto de los
Tres; y que, en aquella ocasión, dijo lo siguiente: «Hemos
formado ya un pacto, tal vez logremos también concertar
un segundo pacto.» El 31 de diciembre en una carta que di-
rigió a Mussolíni, Hitler hizo resaltar que «nuestras rela-
ciones con la U.R.R.S. actualmente son muy buenas», y ex-
puso diversas razones para creer que «se podía albergar la
esperanza de que se podrán resolver de un modo razona-

151 D. N., 446-PS.

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ble los puntos todavía no aclarados... y conseguir una so-


lución que nos evitará lo peor...» 152. El 31 de mayo de
1941, al preguntarle Mussolini si Alemania había renuncia-
do a la posibilidad de una colaboración con Rusia contra la
Gran Bretaña, Ribbentrop contestó que, a pesar de alber-
gar profundas sospechas contra Rusia, Hitler «no había to-
mado ninguna decisión a este respecto» 153. El 20 de abril
de 1941, Hitler informó a Raeder que había comunicado a
Matsuoka que Rusia no sería atacada si continuaba adop-
tando una actitud prudente y sensata de acuerdo con lo es-
tipulado en el pacto; y cuando Raeder le preguntó, en la
misma ocasión, con respecto a su opinión sobre el cambio
proalemán en la actitud de Rusia, respondió «en el mismo
sentido»... seguramente, en el sentido de su comunicación
a Matsuoka.154
Este testimonio puede ser rebatido fácilmente. La cláusula
especial en las directrices podían ser sólo una precaución
formal; la declaración de Rib-bentrop no es imparcial y ca-
rece de pruebas; en ningún momento Alemania había sido
sincera con Italia o el Japón con respecto a sus planes para
el futuro; ni tampoco Hitler fue siempre sincero con Rae-
der. Pero si Hitler vacilaba interiormente, lo que parece
ser lo más probable, no era con respecto a la conveniencia
o no de atacar a Rusia, sino sólo sobre la necesidad de ata-
carla mientras la Gran Bretaña representase todavía una
amenaza; y no existe la menor duda sobre sus claros de-
seos de paz con la Gran Bretaña o sus deseos de una pron-
ta derrota de la misma. El 27 de diciembre, una semana
después de haberse publicado las directrices sobre Rusia,
lo máximo que admitió con respecto a la operación «Sea
Lion» fue que «con toda probabilidad no.tendrá lugar has-
ta el verano de 1941». «Incluso hoy en día — dijo el 8 de
enero de 1941, cuando ya hacía tres semanas que se habían
152 Citado en W. S. Churchill, The Second World War,
vol. III (The Grana Alliance), págs. 10-13.
153 D. N., 1866-PS.
154 D. N., 170-C, id. 150.

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publicado las directrices rusas —, el Führer está todavía


dispuesto a negociar la paz con la Gran Bretaña; pero los
actuales jefes de Inglaterra no quieren tomar en considera-
ción esta posibilidad.» Al mismo tiempo, no podía ni que-
ría desechar la esperanza de poder derrotar a la Gran Bre-
taña. «Ataques combinados — añadió aquel mismo día—,
de la Luftwaffe y de la marina de guerra, podrían haber-
nos conducido a la victoria sobre la Gran Bretaña ya en el
mes de julio o agosto.» «El ataque contra las vías de sumi-
nistro británicas— afirmó en las directrices del 6 de febre-
ro de 1941 —, puede provocar antes de mucho el quebran-
tamiento de la resistencia inglesa.»
Su observación del 8 de enero no admite dudas: no sólo es-
taba ansioso por negociar los términos de paz, sino que se
dejaba llevar por el desespero al no poder hacerlo. Sus es-
peranzas, por otro lado, no tenían ningún fundamento. Pe-
ro si estos sentimientos continuaban vivos después de ha-
berse publicado ya las directrices para Rusia, lo mismo ca-
be decir con respecto a los meses anteriores a la redacción
de las mismas; y fue por esta causa que, por lo menos has-
ta el 18 de diciembre del año 1940, continuó vacilando du-
rante tanto tiempo antes de volverse contra Rusia. No se
sintió en modo alguno aterrado por las dificultades con
que podría tropezar en Rusia o por la amplitud del esfuer-
zo que exigiría para derrotarla. Lo que sí le aterraba era el
peligro que entrañaba una guerra de dos frentes, un peli-
gro suficientemente demostrado por las leyes de la estrate-
gia. Fue sólo de un modo gradual y paulatino que se avino
a aceptar aquello que durante tanto tiempo estaba en con-
tradicción con su propio juicio y que continuó en franca
oposición con la opinión de la mayoría de sus consejeros.

II La justificacion de Hitler
Su anterior disposición a efectuar el ataque para su propia
protección se había basado en la suposición de que podría
efectuar el ataque cuando él considerase llegado el mo-
mento oportuno, una vez hubiese terminado en el Oeste.

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Su ansiedad con respecto a las intenciones rusas, aunque


basadas en una antigua desconfianza hacia Rusia, surgida
sólo cuando tomó en consideración lanzar una invasión
contra Inglaterra y aceptar el riesgo de quedar ligado en el
Oeste, perduró sólo hasta el momento en que la operación
«Sea Lion» pareció practicable. A continuación, el peligro
de que Rusia pudiera volverse contra Alemania, dejó de ser
un factor importante en sus planes. Afirmó que «Rusia te-
me el potencial alemán» ; estaba seguro, incluso después
de haberse decidido a marchar a través de los Balcanes pa-
ra invadir Grecia, que Rusia no abandonaría su posición
neutral. Lo que le llevó a considerar cada vez más impera-
tivo el ataque contra Rusia, fue el hecho de que comenzó a
considerarlo como el medio más efectivo, y, tal vez el único
posible que le quedaba, para obligar a rendirse a la Gran
Bretaña.
Puesto que la Gran Bretaña no aceptaba sus condiciones
de paz, ¿en qué basaba sus esperanzas? En la intervención,
de esto no cabía la menor duda, de los Estados Unidos y
Rusia a su lado. Resultaba importante desbaratar estas ilu-
siones ahora que la Gran Bretaña había rehuido la derrota
y se había negado a entablar negociaciones de paz. En tan-
to que la Gran Bretaña continuase en pie de guerra,
Alemania no podía ganar; cuanto más tiempo se alargaba
la guerra, tanta mayor era la posibilidad, si los peligros no
eran eliminados previamente, de que Alemania perdería la
guerra. ¿No era, acaso, preferible eliminar estos peligros
cuanto antes mejor? ¿No se vería obligada, acaso, la Gran
Bretaña a rendirse una vez eliminados los factores en los
cuales basaba sus esperanzas? El 27 de diciembre de 1940,
al explicar su decisión a Raeder, dijo que «era necesario
eliminar a toda costa a los últimos enemigos que quedaban
en el continente antes de poder colaborar con la Gran Bre-
taña». El 8 de enero de 1941 repitió este punto de vista.
«La Gran Bretaña es alimentada en su lucha por las espe-
ranzas que ha puesto en los Estados Unidos y en Rusia...
La ambición británica es lograr con el tiempo que el poten-

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cial ruso se vuelva contra nosotros. Si los Estados Unidos y


Rusia entran en la guerra en contra de Alemania, la situa-
ción para nosotros será sumamente complicada. Por consi-
guiente, toda amenaza en este sentido, debe ser eliminada
ya desde un principio.»
El 25 de julio de 1941, cuando había comenzado ya la cam-
paña del Este, expresó su confianza de que «la Gran Breta-
ña no continuará la lucha si comprende que ya no tiene
ninguna posibilidad de vencer».
De estos dos peligros, lo cierto es que el peligro americano
era la única amenaza seria. Así como todo daba a entender
que los Estados Unidos entrarían en la guerra contra Ale-
mania, lo más probable era que Rusia no lo hiciera. Des-
graciadamente, sin embargo, el peligro americano era el
único contra el que no podía hacerse nada efectivo de ante-
mano para eliminarlo. No había nada, por otro lado, nin-
guna supremacía naval, ningún poder en esta tierra que
pudiera impedirle de lanzar un ataque contra Rusia.
Es una faceta característica, tanto de la desesperación de
Hitler, como de la exagerada confianza que tenía en sí mis-
mo que, en esta situación, después de haber pasado a con-
siderar el ataque contra Rusia desde el punto de vista de la
posibilidad al punto de la necesidad, más tarde vino no
una sola, sino dos virtudes de la necesidad. No sólo quería
atacar a Rusia a fin de asestar indirectamente un golpe a la
Gran Bretaña, eliminando a uno de los últimos enemigos
de Alemania en el continente; quería atacarla en la espe-
ranza de que gracias a esta acción los Estados Unidos se re-
sistirían a entrar en la guerra.
El 8 de enero de 1941 expuso que «si Rusia se rinde, el Ja-
pón experimentará un gran alivio; y esto representará a su
vez un mayor peligro para los Estados Unidos». Durante el
curso de aquel mismo año, manifestó en repetidas ocasio-
nes su ansiedad por conocer la influencia que la campaña
rusa ejercía sobre los Estados Unidos. El 21 de junio, el día
antes de iniciarse la campaña, expresó su deseo «de evitar
cualquier incidente con los Estados Unidos hasta que

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«Barbarosa» (el ataque contra Rusia) esté ya en plena mar-


cha. Al cabo de unas semanas la situación aparecerá más
clara y podremos contar ya con un efecto favorable sobre
los Estados Unidos y el Japón. América se resistirá a en-
trar en la guerra, debido a la creciente amenaza que repre-
sentará para ella el Japón». El 9 de julio expresó que era
su máximo deseo «retrasar la entrada de los Estados Uni-
dos en la guerra por lo menos durante los dos meses si-
guientes... Una campaña victoriosa en el Este ejercerá un
efecto favorable sobre la situación global de la guerra y,
probablemente, también sobre la actitud de los Estados
Unidos».
Todos estos argumentos, sin embargo, presentaban un gra-
ve defecto. No eran complejos y ni el propio Hitler estaba
convencido de los mismos. Lo que se revelaba como nece-
sario para substanciar su caso y completar el círculo, era el
convencimiento de que Rusia atacaría a Alemania si ésta
no atacaba a Rusia. Es una actitud característica de Hitler
el que, una vez alcanzado este punto, necesitara con-
vencerse a sí mismo de que la campaña del Este era jneviti-
ble por esta causa. De esta forma, contrarrestó todas las
dudas que pudiese tener con respecto a los demás argu-
mentos y también cualquier vacilación que hubiese podido
tener después de haber publicado las directrices del mes
de diciembre de 1941.
Llegó a este convencimiento sólo después de haber sido
publicadas las directrices de «Barbarosa». Antes de este
momento, tal como hemos expuesto ya anteriormente, al-
bergaba todavía la confianza de que Rusia no abandonaría
su posición neutral e incluso amistosa con respecto a Ale-
mania. La evidencia recibida en Alemania confirmaba de
tal modo este punto de vista, que tuvo que cerrar los ojos
ante la misma para demostrar lo contrario aunque sólo
fuese para su propia satisfacción.

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En el mes de enero de 1941, se firmó «un nuevo acuerdo


germano-ruso mucho más amplio» sobre cuestiones eco-

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nómicas 155. En el mes de febrero, el jefe de la Sección de


Operaciones Navales fue convencido de que «la política ex-
terior rusa se basa en el deseo de neutralidad y de evitar
cualquier conflicto con las demás potencias». En el mes de
marzo, a pesar de la desaprobación por parte de Rusia de
la infiltración alemana en los Balcanes, ano es de esperar
un cambio de actitud por parte de Rusia», afirmaron las
autoridades alemanas. En el mes de abril, en la víspera del
ataque alemán contra Grecia, el Estado Mayor Naval ale-
mán confirmó que «Rusia está aparentemente decidida a
conservar la neutralidad frente a Alemania». Más tarde,
durante el curso de aquel mismo mes, se afirmó que «los
éxitos alemanes (en Grecia) habían impulsado a Rusia a
volver a adoptar una actitud correcta», que «el intento an-
glo-americano para lanzar a Rusia contra el Eje», había
fracasado y que «la actitud de Rusia frente a Alemania si-
gue mejorando».
Rusia continuó, posteriormente, dando pruebas positivas
de su actitud. Según el Estado Mayor Naval, en una nota
del 21 de abril, «se observa una disminución en la tensión
ruso-finlandesa como resultado de que Rusia está dispues-
ta a ceder y a hacer todo lo posible para evitar cualquier in-
cidente». La celebración del Primero de Mayo en Rusia y
de acuerdo con la misma fuente de información, «de-
muestra que Rusia trata por todos los medios de alejarse
del peligro de una guerra»; el 6 de mayo interpretó el jefe
del Estado Mayor Naval alemán el nombramiento de Sta-
lin como presidente de los Comisarios del Pueblo como «el
deseo por parte de Rusia de continuar la política en favor
de Alemania y evitar todo conflicto con la misma». El 10
de mayo, Rusia retiró sus representantes diplomáticos de
Noruega, Bélgica y Yugoslavia en otro esfuerzo para satis-
Con respecto a ésta y a las siguientes referencias, véase D. N.,
155

170-C, que componen el archivo de las notas conservadas por el


Estado Mayor Naval con motivo de las relaciones ruso-germa-
nas. En especial, los id. 104, 105, 107, 114, 116, 124, 128, 132,
133, 137, 144, 146, 149, 151, 159, 166, 167, 169, 176.

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facer a Alemania y de nuevo aparece Stalin en los archivos


del Estado Mayor Naval como «el puntal de la colabora-
ción germano-soviética». El 4 de junio, el 7 de junio y el 15
del mismo mes, el Estado Mayor Naval alemán estaba to-
davía convencido de que «Rusia hace todo lo posible para
evitar un conflicto», que «Stalin está dispuesto a hacer
concesiones extremas». El 6 de junio el embajador alemán
en Moscú informó que Rusia sólo lucharía en el caso de ser
atacada.
A pesar de todos los esfuerzos en este sentido, Rusia, des-
de luego, reveló su profundo descontento por el avance ale-
mán a través de los Balcanes y adoptó medidas militares
defensivas en sus fronteras del Oeste; los temores alema-
nes no fueron en modo alguno reducidos por las maquina-
ciones de sus vecinos rusos. En el mes de enero del año
1941, Rumania expresó su «convencimiento de que los pla-
nes de Rusia era anexionarse la Moldavia» 156, y esperaba
que «Alemania impediría una acción de esta índole con la
fuerza». Al mismo tiempo, Rusia hizo intentos cerca de
Bulgaria para impedir que. este país se uniera al Eje; Rusia
previno a Finlandia de no aliarse con ninguna otra nación;
y Alemania recibió una protesta rusa por la entrada de las
tropas alemanas en Rumania. En el mes de febrero, el Es-
tado Mayor finlandés advirtió a Alemania que el peligro ru-
so continuaba siendo muy grave; y la conclusión era que «¡
sólo Alemania podía derrotar a Rusia! ». Se observó un re-
crudecimiento en la tensión ya existente en la actitud rusa
cuando las tropas alemanas entraron en Bulgaria el 1 de
marzo; una movilización parcial rusa en el mar Báltico y
en las fronteras occidentales. A fines del mismo mes, se fir-
mó el pacto de no agresión ruso-turco, que fue considera-
do por algunos «como dirigido contra Alemania», en tanto
que el pacto firmado entre Rusia y Yugoslavia a principios
del mes de abril, «después del coup d'état yugoslavo, fue
considerado como dirigid) Cia-ramente contra Alemania».

156 El río Moldavia pasa por Praga.

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El 10 de abril, pocos días después de haberse iniciado el


ataque contra Grecia, se supo que Rusia había declarado el
estado de alerta y había aumentado sus preparativos mili-
tares.
Existían motivos más que fundados, de ello no cabe la me-
nor duda, en todas estas actividades para aumentar los te-
mores alemanes; sin embargo, después de -los éxitos ale-
manes en Grecia y tan pronto comprendió Rusia que el
ataque no se volvía hacia ella, se observó un cambio signifi-
cativo en la actitud rusa, tal como hemos expuesto ya ante-
riormente; no existen referencias en los archivos navales
que confirmen los temores alemanes después de mediados
de abril. E incluso antes de este tiempo v aun cuando no se
hubiese presentado este cambio, la actitud de Rusia no po-
día ocultar el hecho esencial de que deseaba mantenerse
neutral si esto era posible. Nadie en Alemania se engañó
con respecto a esta actitud, excepción hecha del propio Hi-
tler; y él, en su ansiedad por justificar el ataque contra Ru-
sia, y para justificar su decisión, lo ignoró con su actitud
característica.
El 27 de diciembre del año 1940, diez días después de la
publicación de las directrices «Barbarossa», consideró, al
parecer sin el menor sentido de ironía en sus observacio-
nes, que «la situación política ha cambiado como resultado
de la actitud rusa». Se dejó dominar por la indignación,
por la incertidum-bre de tener que ajustar sus deseos en
los Balcanes a los intereses de Rusia... a «la inclinación de
Rusia», como dijo más tarde, «a interferirse en los asuntos
de los Balcanes». El 8 de enero de 1941, cuando las direc-
trices tenían ya tres semanas, y de nuevo sin la menor iro-
nía en sus palabras, le dijo a Raeder que «Stalin debe ser-
considerado como un frío especulador: es capaz, si esto sir-
ve a sus fines, de romper un tratado siempre que lo crea
conveniente», y añadió «se observan ya claramente in-
fluencias diplomáticas inglesas en Rusia». En el mes de
marzo de 1941, según una declaración de Halder después

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 208

de la guerra 157, estaba convencido de que «existían ya


acuerdos secretos entre Rusia e Inglaterra y que, debido a
éstos, Inglaterra había rechazado las ofertas de paz alema-
nas... Tenemos que contar con la certeza de un ataque por
parte de Rusia». Y si no queremos dar crédito a esta afir-
mación, por haber sido hecha en una declaración después
de la guerra, es cierto que en un discurso pronunciado an-
te sus generales, el 15 de junio de 1941, «explicó que la
guerra con Rusia era inevitable; en caso contrario, Rusia
nos atacará cuando estemos ligados de manos y pies en
otro lado...» 158.
Mientras íanto, todas las objeciones que se presentaban a
su punto de vista, eran arrumbadas a un lado, según Rib-
bentrop 159, con la observación de que «los diplomáticos y
los agregados son los personajes peor informados del mun-
do».
Faltaba, empero, un detalle final y el propio Hitler lo sumi-
nistró. Si era un error sobreestimar el peligro de un ataque
ruso contra Alemania, también era un error subestimar,
aunque ligeramente, el potencial de Rusia y el gigantesco
esfuerzo que sería necesario para aniquilarla. Se fue con-
venciendo a sí mismo, se convirtió en artículo de fe para él,
que la derrota de Rusia podía alcanzarse en cuestión de
unos meses. La campaña podía estar terminada para el
otoño del año 1941 si comenzaba el ataque a principios del
verano. Su objetivo, como afirmó en las directrices del 18
de diciembre, era «aniquilar a la Rusia Soviética en una rá-
pida campaña». En el mes de febrero de 1941, confirmó
que las operaciones en el Mediterráneo no se iniciarían
hasta el otoño, cuando Rusia hubiese sido ya derrotada. El
18 de marzo de 1941, declaró que plantearía de nuevo la
cuestión de España en el otoño, una vez terminada la ac-
ción «Barbarosa». El 9 de julio, cuando ya la campaña del
Este había comenzado, anunció que «una victoriosa cam-
157 D. N. (C. and A.), Affidavit H.
158 D. N., 170-C, id. 168.
159 Proceedíngs, part. 10, pág. 250.

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paña en el Este ejercerá consecuencias tremendas sobre to-


da la situación... dentro de uno a dos meses». El 14 de julio
expuso en unas directrices que «el dominio militar de Eu-
ropa después de la derrota de Rusia, permitiría reducir los
efectivos de la Wehrmacht dentro de un futuro próximo»
160. El 17 de septiembre de 1941 todo daba a entender que

«a fines de septiembre se llegará a la gran decisión en la


campaña de Rusia».
Es esta exagerada confianza en sí mismo lo que ha induci-
do a muchos a creer que cuando Hitler se decidió por la
campaña de Rusia estaba «embargado por la sensación del
éxito y engreído por la propaganda». Pero hemos demos-
trado con suficientes detalles y pruebas que la decisión fue
tomada por un hombre defraudado y desesperado, así co-
mo también por un Führer arrogante y despótico, ya que
la confianza exagerada en sí mismo era otra característica
de su desesperación. Había revelado una mezcla igual de
confianza exagerada y de desesperación en la víspera de
comenzar la guerra.

III Los preparativos y el ataque


Impulsado por estos argumentos y con sus esperanzas
puestas en un resultado feliz, los planes de Hitler para la
campaña del Este continuaron sin interrupción, a pesar de
todas las vacilaciones que hubiese podido tener una vez
publicadas ya las directrices «Barbarosa».
Estas directrices del 18 de diciembre de 1940 161, indicaban
que la concentración de tropas para el ataque se ordenaría
ocho semanas antes del previsto comienzo de las operacio-
nes. Añadían que «los preparativos que requieran más
tiempo, si todavía no se han iniciado, deben comenzar in-
mediatamente y estar terminados para el 15 de mayo de
1941». El 20 de enero de 1941, Hitler se dirigió a los jefes

160 D. N., 74-C.


161 D. N., 446-PS.

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de Estado Mayor alemanes e italianos 162. En su discurso, a


pesar de que admitió el gran peligro que representaba «el
gigantesco bloque ruso» y confesar que, al enfrentarse con
el mismo, prefería «confiar en poderosos medios a nuestra
disposición» más que no en los tratados, evitó cuidadosa-
mente hacer alusión alguna a su intención de ataque.
«Mientras viva Stalin — dijo — no existirá probablemente
peligro, a pesar de que es necesario no apartar jamás la vis-
ta del factor ruso, y estar siempre alerta basándonos en
nuestro potencial militar y en la astucia diplomacia.» Los
planes para la explotación económica de la Unión Soviéti-
ca, completados en gran detalle a fines del mes de abril 163,
se hallaban ya en preparación activa 164; y el 3 de febrero,
en una compañía más selecta, sin la presencia de italianos,
Hitler expuso los problemas más sobresalientes en rela-
ción con sus planes.
Esta conferencia 165 fue celebrada para discutir el potencial
militar de los ejércitos rusos, revisar los planes de opera-
ciones alemanes y discutir, en particular, el problema de la
coordinación del ataque contra Rusia con otras necesida-
des alemanas: en los territorios ocupados, en el África del
Norte y todo lo referente a la operación «Marita» (la inva-
sión de Grecia).
Por lo que hacía referencia a «Barbarosa», «el Führer está
de acuerdo con el plan de operaciones» y ordenó que la ne-
cesaria concentración de fuerzas fuese «encubierta como
una finta para «Sea Lion» y la operación «Marita». Este
plan fue especificado en mayor detalle en el Diario del Es-
tado Mayor Naval, el 18 de febrero 166.
«El despliegue para «Barbarosa» ha de convertirse en el
mayor engaño de la historia. Su finalidad es la última pre-
paración para la invasión de Inglaterra. .. Es necesario ha-
162 D. N., 134-C.
163 D. N., 1317-PS; 447-PS; 1017-PS; 865-PS.
164 D. N., 2353-PS; págs. 368-373.
165 D. N., 872-PS.
166 D. N., 33-C, pág. 232.

210/364
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cer todo lo posible entre nuestras propias fuerzas para


crear la impresión de que continúan haciéndose preparati-
vos para la invasión de Inglaterra... Todas las medidas que
afecten al plan «Barbarosa»... deben coincidir con la ope-
ración «Marita», con la finalidad de procurar un mayor en-
gaño...»
En relación con otras operaciones, a pesar de que Hitler in-
sistió sobre la importancia de las mismas... en especial, co-
mo veremos más adelante, la necesidad de intervención en
el África del Norte y la ocupación completa de Francia
(operación «Atila») si ésta se hacía necesaria... ya el 3 de
febrero se decidió que toda prioridad correspondía a «Bar-
barosa». Aparecía claro, también, que entre estos planes,
la invasión de Grecia («Marita») era una acción preliminar
necesaria para la campaña en el Este y que requeriría divi-
siones que más tarde habían de ser lanzadas igualmente al
ataque contra Rusia. En otras palabras, «Marita» y «Bar-
barosa» formaban un plan único y la fecha de la última de-
pendía de la ejecución a tiempo de los planes para Grecia.
Cuando, por consiguiente, la revolución de Yugoslavia alte-
ró estos planes, fue necesario aplazar la operación «Barba-
rosa». El 27 de marzo, después de discutir con el Estado
Mayor el coup d'état yugoslavo 167, Hitler, que se mostraba
profundamente indignado por este acontecimiento, deci-
dió «activar todo lo posible los preparativos y usar todas
las fuerzas disponibles para que el colapso de Yugoslavia
tuviera lugar en el plazo de tiempo más corto»; expuso
también que, en consecuencia, el comienzo del ataque con-
tra Rusia había de ser aplazado durante cuatro semanas.
Durante otra conferencia celebrada el 30 de abril 168, cuan-
do Grecia había sido ya invadida, se anunció que había fija-
do el 22 de junio como fecha para el comienzo de la opera-
ción «Barbarosa».

167 D. N., 1746-PS, part. II.


168 D. N., 873-PS.

211/364
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Se insistió en la necesidad de guardar el máximo secreto.


Unas directrices del 12 de mayo 169 anunciaban que «deben
realizarse todos los esfuerzos posibles para que la concen-
tración estratégica para «Barbarosa» aparezca como una
maniobra de gran envergadura, y como la continuación de
los preparativos para un ataque contra Inglaterra... Cuanto
más cercano esté el día del ataque, tanto más deben inten-
sificarse los métodos empleados para camuflar toda la ac-
ción... Hay que hacer circular rumores de «débiles concen-
traciones de tropas en el Este» y las tropas en las costas
del Canal deben creer en los preparativos para «Sea
Lion»... La operación contra Creta 170 debe comentarse co-
mo: «Creta ha sido un ensayo para el desembarco en Ingla-
terra.»
El 6 de junio se anunció que «La segunda fase de esta ope-
ración de engaño es crear la impresión de que se preparan
desembarcos desde Noruega, las costas del Canal y la Bre-
taña, y que la concentración de tropas en el Este es sólo pa-
ra ocultar la verdadera finalidad de un desembarco en In-
glaterra.»
Junto con este anuncio circularon igualmente los últimos
detalles del plan de operaciones para «Barbarosa», fijando
el Día D en el 22 de junio. El 9 de junio todos los coman-
dantes de los Grupos de la Wehrmacht, y todos los coman-
dantes de las fuerzas navales y de la Luftwaffe de igual
rango, fueron llamados a presencia de Hitler con sus últi-
mos informes sobre los preparativos, para el 14 de junio.
El 22 de junio comenzó el ataque según el plan previsto.

IV Los errores de Hitler y sus consecuencias


El ataque contra Rusia consiguió realizar precisamente to-
dos aquellos efectos que él había creído poder impedir al
lanzarlo. Unió a la Gran Bretaña y a Rusia; al embarcar a
Rusia en una aventura militar concediendo manos libres al

169 D. N., 876-PS.


170 El desembarco alemán en Creta comenzó el 20 de mayo.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 213

Japón en el Oriente, condujo a Pearl Harbour y a la entra-


da de América en la guerra.
Entre las razones que le llevaron a no tomar en considera-
ción estas posibilidades o a ignorarlas, podemos contar el
error que tenía al suponer que Rusia podía ser derrotada
en el plazo de tres o cuatro meses. Este error fue claramen-
te una de las razones por las cuales su plan no produjo los
resultados que él había esperado del mismo. Porque de-
mostró ser falso, el último enemigo de Alemania en el con-
tinente no fue eliminado; Rusia colaboró con la Gran Bre-
taña y América entró en la guerra. Pero incluso en el caso
de que sus suposiciones hubiesen sido correctas, es poco
probable que las consecuencias hubiesen sido las que él es-
peraba; y es un error creer que Hitler hizo esta suposición,
y otras que dependían de él, sin reservas de ninguna clase.
De hecho, a pesar de que no se llamaba a engaño sobre la
capacidad de resistencia de los rusos y que tal vez hubiera
estado en lo cierto si hubiese atacado como liberador y no
como opresor del pueblo ruso, reconoció en todo momento
que la derrota de Rusia podía ser más difícil de lo que él
había supuesto. Había considerado igualmente el hecho de
que, a pesar de obtener resonantes éxitos en Rusia, tal vez
la Gran Bretaña continuase reacia a rendirse. Y «con res-
pecto a los intereses japoneses en Singapur», expuso el 8
de enero de 1941, que «hay que dejar las manos libres a los
japoneses aun en el caso» — a pesar de sus esperanzas de
que sucediera lo contrario — «de que esto obligue a los Es-
tados Unidos a tomar una decisión enérgica». Pero fue un
error estratégico mostrarse tan seguro de sí mismo y las
opiniones que podían haberle hecho cambiar de parecer,
las arrumbó a un lado. La razón, la evidencia real de su fal-
ta de visión y previsión, se basa en el hecho de que el argu-
mento en el que fundaba sus infalibles y confiados cálculos
era tan exagerado como los propios cálculos y mucho más
erróneo.
El 8 de enero del año 1941 estaba «firmemente convenci-
do», aun en el caso de que la campaña de Rusia fuera me-

213/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 214

nos rápida de lo que él esperaba, incluso en el caso de no


obligar a la Gran Bretaña a rendirse y a los Estados Unidos
a no entrar en la guerra, de que «las fuentes económicas
europeas ofrecen muchas más posibilidades que las limi-
tadas posibilidades de la Gran Bretaña y América». Si era
necesario, incluso si Rusia resultaba difícil de ser con-
quistada, Alemania podía atreverse a una guerra de larga
duración contra los ingleses siempre que Alemania y no
Rusia tomara la iniciativa en eJ Este y el frente quedara es-
tacionado.
Hitler «estaba firmemente convencido de que la situación
en Europa no puede ser por más tiempo desfavorable para
Alemania, incluso en el caso de perder todo el África del
Norte. Nuestra posición en Europa es tan firme, que el re-
sultado final no puede redundar en modo alguno en contra
de nosotros. Los ingleses sólo pueden contar con ganar la
guerra derrotándonos en el continente... El Führer está
convencido de que esto es imposible». El 20 de enero les
comunicó a los italianos que «no veía un gran peligro por
parte de América, aun en el caso de que los Estados Uni-
dos entraran en la guerra» 171.
Esta afirmación revela, desde un punto de vista, hasta qué
extremo, cuando se esfumaron sus esperanzas, primero
con respecto a la rendición de la Gran Bretaña después de
la derrota de Francia y, luego, la invasión de Inglaterra, co-
menzó a preocuparse vivamente por el futuro. Resumía el
estado de desesperación que le dominaba antes de decidir-
se por la campaña del Este. La ilusoria creencia de la invul-
nerabilidad de la «Fortaleza Europa», una consecuencia
de su subestimación del poder naval, había sido reforzada
por su experiencia con la operación «Sea Lion»; si Alema-
nia no podía desembarcar en Inglaterra, los aliados jamás
podrían desembarcar en el continente y enfrentarse con
los ejércitos alemanes. Este hecho lo aceptaba con tal
convencimiento que el 25 de julio de 1941, todavía incierto

171 D. N., 134-C.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 215

si la campaña rusa evitaría la entrada de Jos Estados Uni-


dos en la guerra, se «reservó el derecho de emprender
igualmente una severa acción contra los Estados Unidos»
cuando Rusia fuese derrotada. Este punto de vista dominó
todos sus planes estratégicos durante la segunda mitad de
la guerra.
Otros errores le ayudaron a justificar con argumentos sin
fundamento lo que, en realidad, era una acción impulsada
por la desesperación. Subestimó Ja enorme capacidad de
producción de los Estados Unidos. Erró al calcular su reac-
ción: en lugar de creer que una victoriosa campaña en Ru-
sia la mantendría alejada de la guerra, debió haber con-
tado con lo contrario.
Estos errores jamás pudieron ser rectificados. La campaña
del Este, que emprendió como una solución a sus proble-
mas, sólo sirvió para añadir más complicaciones a las mu-
chas que ya tenía. Iniciada a fin de incrementar las posibi-
lidades de maniobra, destruyeron las pocas coyunturas
que todavía le quedaban. La expresión de un temperamen-
to egotista, poseedor de una capacidad estratégica muy li-
mitada, iba a convertirse muy pronto en la causa de otras
alteraciones emotivas y en el fin de todos los intentos de
dirigir la guerra desde el punto de vista del arte de la estra-
tegia.

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Capitulo VII

Africa del Norte, el Mediterraneo y los Balcanes 1941

I La Estrategia de Hitler en el Africa del Norte


A pesar de la decisión de atacar a Rusia, no podía pensarse
en modo alguno en abandonar a Italia a su suerte. La ofen-
siva británica en el desierto, había llevado ya consigo la ne-
cesidad de reforzar las fuerzas italianas en el África del
Norte. Esta ayuda continuaba siendo imperativa para man-
tener el frente sur si se quería que el ataque contra Rusia
pudiera desenvolverse sin obstáculos. Esta necesidad, des-
de luego, parecía ser más grande de Jo que era; puesto
que, a pesar de subsistir la alarma inicial, tanto Hit-ler co-
mo el Estado Mayor Naval, con la sorpresa, sobreestima-
ron, si no el grado, sí el peligro potencial de la ofensiva bri-
tánica.
Raeder lo exageró en parte como último intento para que
Hitler abandonara su decisión con respecto a Rusia, en
parte, para subrayar sus predicciones anteriores.
Los temores del Estado Mayor Naval, se lamentó el 27 de
diciembre de 1940, con respecto al desarrollo de aconteci-
mientos desfavorables en el Mediterráneo oriental, han de-
mostrado ser justificados. «El enemigo ha asumido la ini-
ciativa en todos los puntos y lleva a cabo en todas partes
acciones ofensivas acompañadas por el éxito como resul-
tado de los graves errores estratégicos cometidos por Ita-
lia. El Estado Mayor Naval contempla con gran recelo los
acontecimientos en el Mediterráneo... La amenaza que pe-
saba sobre Egipto, y, por consiguiente, en la posición britá-
nica en todo el Mediterráneo, en el Cercano Oriente y Áfri-
ca, han sido eliminadas de un solo golpe... ya no es posible
expulsar a la flota británica del Mediterráneo, tal como ha
exigido siempre el Estado Mayor Naval, que ha considera-
do siempre esta medida como un factor vital para el resul-
tado final de la guerra.»

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 218

Era urgente tomar las medidas necesarias para evitar que


los acontecimientos continuaran desarrollándose por la ru-
ta que ya habían emprendido.
Hitler no tenía motivos para mostrarse en desacuerdo con
Raeder tanto por lo que respecta a los peligros como a la
necesidad de una acción inmediata. Conocía la debilidad
de Italia y temía una posible traición: «la falta de unión en
el mando italiano es por demás evidente; la Casa Real es
anglofila». Pero la incertidumbre de la posición italiana
hacía cada vez más necesaria la ayuda de Alemania. Hitler
«estudiaba ya dónde la acción alemana pudiera ser más
efectiva». En la segunda reunión, el 8 y 10 de enero de
1941, todavía estaba convencido de que «es vital para el re-
sultado final de la guerra que Italia no desfallezca»; y «es-
taba decidido a hacer todo lo que estuviese en su poder pa-
ra impedir que Italia pudiese ser expulsada del norte de
África»; y «estaba firmemente decidido a prestar la ayuda
necesaria a los italianos». El 11 de enero anunciaron unas
nuevas directrices 172, que «la situación en el Mediterrá-
neo, donde Inglaterra usa fuerzas superiores contra nues-
tros aliados, hace necesaria la urgente ayuda alemana por
razones estratégicas, políticas y psicológicas». «Es esencial
— añadían las directrices—, mantenerse firmes en Tripoli-
tania.» En consecuencia, además de la división acorazada
que ya había sido enviada al África del Norte, un regimien-
to antitanque debía ser mandado a aquella zona de guerra
lo antes posible en un intento para salvar Libia; el X.° Flie-
gercorps, destinado originalmente al sur «por tiempo limi-
tado», recibió órdenes de permanecer en Sicilia, obstaculi-
zar los movimientos de la flota británica y prestar ayuda a
las fuerzas en el norte de África.
Hitler había explicado ya durante las conferencias celebra-
das el 8 y 9 de enero, que existían límites en la ayuda que
él podía prestar a Italia en el África del Norte. Teniendo en
cuenta «la conocida mentalidad italiana», no podía «impo-

172 D. N., 448-PS.

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ner demasiado su criterio a Italia, a fin de no provocar una


reacción contraria por parte de los italianos. No podemos
presentar exigencias demasiado grandes; ello podría in-
citar a Mussolini a cambiar de actitud». Existía también el
peligro de que, a su vez, fuesen los italianos los que presen-
tasen exigencias; por ejemplo, podían pedir información
sobre cuáles eran los futuros planes de guerra alemanes.
«El Führer no desea informar a los italianos de cuáles son
nuestros planes...» En todo caso, las posibilidades de la ac-
tual ayuda alemana eran muy reducidas. Los nuevos re-
fuerzos alemanes no podían ser enviados al frente africano
hasta mediados del mes de febrero, y el transporte de estas
tropas exigía, por lo menos, cinco semanas, ya que los ita-
lianos necesitaban urgentemente para sí mismos los pocos
puertos de que disponían en África. Las oportunidades pa-
ra apoyar eficazmente a las tropas de tierra por medio de
la aviación, eran muy limitadas ya que los italianos usaban
la mayoría de los aeródromos avanzados.
Prescindiendo por completo de la fuerza de estos argumen-
tos, y las dificultades eran verdaderamente muy grandes,
resulta interesante ver a Hitler aceptándolos ; y la verdad
es que existían límites, no sólo con respecto a lo que podía
hacer, sino con respecto a lo que quería hacer en el Medite-
rráneo. El refuerzo del África del Norte fue planeado como
una simple medida defensiva, no para eliminar la amenaza
británica en aquella zona de guerra. No era su intención
iniciar una campaña decisiva que pudiese conducir al fin
de la guerra como él siempre la había deseado: para este
fin, se había decidido por lanzar el ataque contra Rusia. No
existía ninguna esperanza, en su opinión, de que el Medite-
rráneo pudiese proporcionarle la oportunidad para una tal
campaña; para el hombre que contaba con derrotar a Ru-
sia en un plazo de tiempo inferior a los seis meses, el Áfri-
ca del Norte no le ofrecía garantías suficientes para obte-
ner rápidos y brillantes resultados. El 8 de enero «no
consideraba posibe, ni para los italianos ni para nosotros
mismos, reemprender con garantías de éxito la ofensiva

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 220

contra Alejandría y Egipto. Los italianos creen que a lo má-


ximo a que pueden aspirar es mantener sus posiciones de-
fensivas. ¡Pero incluso llegan a dudar de esto!» Existía la
posibilidad de poder reemprender esta ofensiva más tarde,
en el caso de mantenerse firmes en Libia; «pero con toda
probabilidad no antes del invierno de 1942», y muchas co-
sas habrían sucedido ya hasta aquella fecha, si Rusia había
sido ya eliminada.
Hitler expuso estos puntos de vista el 3 de febrero, durante
una conferencia celebrada para discutir los planes de.
coordinación de la campaña rusa con otras operaciones,
incluyendo la defensa del África del Norte 173. «Cuando co-
mience la operación «Barbarosa» — declaró —, el mundo,
con su asombro, contendrá la respiración y no hará ningún
comentario», y estaba tan seguro con respecto al resultado
de la campaña del Este, que creía que la pérdida del norte
de África no podía afectarle en modo alguno en el aspecto
militar». Admitió, sin embargo, que esta pérdida «crearía
un poderoso efecto psicológico en Italia». Sin embargo, la
pérdida del África del Norte, «ofrecería la posibilidad a la
Gran Bretaña de apoyar una pistola en la cabeza de Italia y
obligarla... a hacer la paz... Ésta sería nuestra desventaja,
ya que nosotros mismos disponemos sólo de una base muy
débil a través del sur de Francia y las fuerzas británicas en
el Mediterráneo no podrían ser hostigadas. Los británicos
dispondrán, en este caso, de una docena de divisiones que
podrán lanzar con mayor peligro en otros frentes, por
ejemplo, en Siria. Es necesario hacer todos los esfuerzos
posibles para impedir esto». Por este motivo, había que
prestar ayuda, aunque limitada, a Italia. Era ne-i cesaría la
actuación de la Luftwaffe; mandaría igualmente un regi-
miento acorazado para reforzar a las fuerzas de tierra, y
que «no se podía pensar por el momento» en mandar allí a
otra división acorazada.

173 D. N., 872-PS.

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La rapidez del avance británico en el África del Norte,


Benghasi fue conquistada el 6 de febrero, a pesar de que
esto le obligó a aumentar ligeramente los refuerzos alema-
nes, sirvió únicamente para confirmarle en su actitud ge-
neral. El 15 de febrero, expuso que no se llevarían a cabo
operaciones de envergadura en el Mediterráneo hasta el
otoño del año 1941, fecha en que se contaba conseguir el fi-
nal victorioso de la campaña de Rusia.
A la vista de estas directrices, el hecho de que Rommel ini-
ciara su primera ofensiva el 1 de marzo de 1941 y alcanzara
la frontera egipcia a mediados de abril, puede aparecer co-
mo inexplicable. Pero esta acción no contradice, sólo con-
firma, lo que ya hemos dicho con respecto a la actitud de
Hitler en relación con las operaciones en el África del Nor-
te. El primer ataque de Rommel sorprendió tanto a sus
propios superiores en el continente como sorprendió a los
ingleses 174. Había recibido órdenes de preparar un plan só-
lo diez días antes cíe comenzar su avance; las instrucciones
que habían sido enviadas limitaban el plan a la reconquis-
ta de la Cirenaica. Las órdenes que había recibido eran
«someter este plan para la aprobación superior hasta el 20
de abril», fecha en , que, en contra de las instrucciones
recibidas, había ya cumplido con su misión, excepción he-
cha de Tobruck. Las órdenes que Rommel recibió a conti-
nuación, confirman que el interés de Hitler por la Cirenai-
ca eran de índole puramente defensiva. En el mes de mayo
se le había dicho que la posesión de Cirenaica, con o sin
Tobruck, Sollum y Bar-día, era la primera misión a llevar a
cabo y que la continuación del avance hacia Egipto era sólo
de importancia secundaria. Sus subordinados se mos-
traron en desacuerdo con él, pero Hitler insistió en que se
cumplieran las directrices del 15 de febrero.

174 Desmond Young, Rommel, pág. 93.

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II Su actitud en el Mediterraneo Occidental


Dichas directrices no sólo valían para el África del Norte,
sino también para el África francesa y el Mediterráneo oc-
cidental. El plan de la conquista de Gibraltar no había sido
abandonado; Malta fue añadida a la lista de los objetivos;
Francia, en interés de la conservación del África occiden-
tal, debía ser obligada, por la fuerza si era necesario, a
prestar su colaboración: los ingleses debían ser expulsados
de todas sus posiciones en el Mediterráneo. Pero todos es-
tos planes debían llevarse a la práctica sólo después de la
derrota de Rusia.
La conquista de Gibraltar continuaba siendo para él uno
de los objetivos más urgentes y deseados. El plan para la
captura del Peñón no había sido suspendido, sino simple-
mente aplazado. Raeder todavía v.staba convencido de la
necesidad de la conquista de Gibraltar. «Su importancia —
le dijo a HitJer el 27 de diciembre de 1940—, ha aumen-
tado como resultado de los recientes acontecimientos. Ser-
virá de protección a Italia; protegerá el Mediterráneo occi-
dental, asegurará las vías de suministro a África del Norte;
interceptará las rutas británicas a Malta y a Alejandría; li-
mitará la libertad de acción de la flota británica; compro-
meterá la acción ofensiva británica en la Cirenaica y Gre-
cia, y eliminará un punto de apoyo muy importante en el
sistema de los transportes marítimos británicos.»
Hitler se mostró completamente de acuerdo de que «las ra-
zones estratégicas para la rápida ejecución de la operación
eran evidentes»; y el 20 de enero de 1941 le comunicó a
Mussolini que, «el bloqueo del Estrecho de Sicilia por la
Luftwaffe es sólo una pobre compensación a la posesión
de Gibraltar» 175.

175 D. N., 134-C.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 224

La conquista de Gibraltar exigía nada menos que una inva-


sión de España. Pero la diversión de fuerzas ordenada aho-
ra para África del Norte y para el ataque contra Grecia, era
todo cuanto podía permitirse Alemania, en vista de los pre-
parativos para la invasión de Rusia. En vista de estos movi-
mientos, dijo el comandante en jefe de la Wehrmacht el 8
de enero, debían ser suspendidos durante algún tiempo to-
dos los preparativos para el ataque contra Gibraltar, así co-
mo también para «Sea Lion». Hitler se mostró in-
mediatamente de acuerdo y confirmó este punto de vista.
El 3 de febrero se informó de que la operación «Félix» ya
no era posible, puesto que la mayor parte de la artillería no
estaba disponible 176, y porque las tropas reservadas para
esta acción eran necesarias para «Marita» y «Barbarosa»
177.

Sin embargo, el ataque contra Gibraltar no fue anulado, se


trataba de un plan para ser llevado a cabo en caso de un
cambio de actitud por parte de España o después de la de-
rrota de Rusia. El 6 de febrero efectuó Hitler de nuevo un
vano intento con el fin de lograr un cambio de actitud por
parte de España en una carta que dirigió a Franco 178.
La negativa española del 18 de marzo «complicó aún más
la situación» y Hitler se percató plenamente de que cuanto
mayor era el retraso, tanto más difícil sería conquistar Gi-
braltar debido a las contramedidas británicas. Pero toda-
vía estaba decidido «a forzar una decisión en el problema
español en el otoño», después de la derrota de Rusia. El 22
de mayo aprobó la proposición de Raeder de que España
debía ser estimulada y ayudada a reforzar la defensa de
las islas Canarias. Por aquella fecha, y a pesar cíe las conti-
nuadas objeciones de. Raeder, todavía «hablaba en favor
de la ocupación de las Azores, cuya oportunidad se presen-
176 D. N., 872-PS.
177 D. N., 33-C, pág. 17.
178 Véase The Spanish Government and the Axis. Documentos

núms. 12 y 13 en relación con la carta de Hitler y la respuesta de


Franco.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 225

te tal vez ya en el otoño», no sólo debido a su importancia


en el plan para la conquista de Gibraltar, sino también por-
que su ocupación permitiría la acción de bombarderos de
gran radio de acción contra los Estados Unidos. El 22 de
agosto, a pesar de reconocerse que la cooperación con Es-
paña representaba todavía una condición necesaria para el
ataque, Raeder expuso nuevamente que la ocupación de
Gibraltar era de importancia decisiva, y Hitler se mostró
de completo acuerdo con esta opinión. El 13 de noviembre,
a pesar de haber admitido que «por el momento, una ac-
ción de esta índole es poco probable», Hitler todavía juga-
ba con la idea de usar los acorazados de combate alema-
nes, estacionados en Brest, para dirigir una acción contra
las Azores, «en el caso de que esto sea necesario».
En tanto que la conquista de Gibraltar y de las islas del
Atlántico fueron planes sometidos a continuos estudios y
que, con el curso del tiempo, se convertirían en una vaga
ambición más que en una intención fija, la conquista de
otros objetivos en el Mediterráneo occidental, discutidos
por vez primera en el año 1941, jamás alcanzaron esta fase.
Jamás pasaron de ser objeto de discusión. La necesidad do
rendir Malta desde el aire fue discutida el 3 de febrero de
1941 179; la captura de Malta fue mencionada en las direc-
trices del 15 de febrero, que anunciaban que no sería inten-
tada hasta que Rusia hubiese sido derrotada. Esto fue con-
firmado el 23 de febrero, cuando el Estado Mayor Naval
fue informado por el O.K.W. 180 de que la conquista de
Malta había sido prevista para el otoño de 1941, una vez
terminada la campaña de Rusia. Raeder no se dio por sa-
tisfecho. Consultó al mando de la Luftwaffe sobre la posi-
bilidad de emplear tropas paracaidistas contra Malta antes

179 D. N., 872-PS.


180 D. N., 170-C, id. 22.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 226

de comenzar la campaña del Este 181; y el 18 de marzo in-


sistió cerca de Hitler «de que era sumamente importante
apoderarse de Malta», y citó la opinión de la Luftwoffe de
que podía ser conquistada por las tropas paracaidistas. Pe-
ro quedó altamente sorprendido cuando Hitler le replicó
que los últimos informes recibidos del comandante en jefe
de la Luftwoffe revelan que las dificultades son mayores de
lo que se creía, ya que el terreno aparece dividido por pe-
queños muros que dificultarían en extremo la misión enco-
mendada a las tropas paracaidistas». Ordenó, sin embar-
go, que se continuaran las investigaciones; pero el tema no
volvió a ser objeto de discusión hasta el mes de marzo de
1942.
Raeder había discutido igualmente con los italianos la ocu-
pación de Córcega y en esta ocasión expuso a Hitler el re-
sultado de las mismas; pero no se llegó a ninguna conclu-
sión y este tema no volvió a ser planteado hasta pasado el
18 de marzo de 1941.
A pesar de su negativa a tomar en consideración las opera-
ciones en el Mediterráneo, Hitler, durante el tiempo en
que se sintió alarmado por la ofensiva británica en el de-
sierto y el posible efecto que ésta pudiese tener en Francia,
estaba decidido, como confirmó Raeder el 8 de enero, «a
aniquilar totalmente a Francia, si crea complicaciones. Ba-
jo ninguna circunstancia se puede permitir que la flota na-
val francesa se haga a la mar». La operación «Atila»,
incluyendo la ocupación de Tolón por tropas paracaidistas,
debía, en consecuencia, estar lista para ser realizada en
cualquier momento. El ¡3 de febrero insistió en que «debe-
mos estar preparados a llevar a cabo «Atila» incluso du-
rante la ejecución de «Marita» y «Barbarosa» 182.

181 D. N., 33-C. Raeder era presionado en este sentido por el jefe
de las operaciones navales, que el 18 de febrero insistió «en la
ocupación de Malta, incluso antes cíe «Bai'barosá». (Véase D.
N 170-C, id. 121.)
182 D. N., 872-PS.

226/364
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A pesar de albergar todavía temores en este sentido, y a pe-


sar de que Raeder comenzó a llamarle la atención, a partir
del 4 de febrero, 183 de que era poco probable que la opera-
ción obtuviera el éxito deseado al querer retener o destruir
la flota naval francesa en el caso de que se presentara esta
situación, sólo permitió, a mediados de febrero, un cierto
relajamiento en el estado de alerta, pero no la anulación
del plan. El 20 de abril, cuando Raeder le consultó si era
necesario contar todavía con la operación «Atila», replicó
que «por el momento sí, a pesar de que me siento inclina-
183El Oberkommando der Wehrmacht (OKW), traducible al es-
pañol como "Alto Mando de la Wehrmacht", fue parte de la es-
tructura de las fuerzas armadas alemanas durante la Segunda
Guerra Mundial. En la práctica cumplía la función del Minister-
io de Guerra que había sido suprimido en 1938. El OKW fue
creado el 4 de febrero de 1938 con ocasión del denominado Es-
cándalo Blomberg-Fritsch que había provocado la dimisión en
bloque de la cúpula militar alemana.
En teoría el OKW era un organismo que coordinaba los esfuer-
zos del Ejército de Tierra (Heer), la Armada (Kriegsmarine) y la
Fuerza Aérea (Luftwaffe). Además, estaba a cargo de plasmar
las ideas de Hitler en órdenes militares a través del Mariscal de
campo Wilhelm Keitel y el general Alfred Jodl. Inicialmente tu-
vo poco control sobre las fuerzas armadas alemanas, pero al
progresar la guerra, el OKW empezó a enviar cada vez más
órdenes directas a las unidades militares, si bien la mayoría de
estas unidades eran las que se encontraban en el Frente occiden-
tal y en el Mediterráneo. De este modo, en 1942 el OKW coman-
daba de facto todas las fuerzas alemanas a excepción del Frente
oriental, que estaban controladas por el Oberkommando des
Heeres (OKH). Tras el fracaso de la Batalla de Moscú, Hitler
destituyó al Mariscal Walther von Brauchitsch y asumió el man-
do del OKH. Durante el resto de la guerra Hitler manipuló este
sistema bipolar para mantener bajo su control las decisiones
más importantes.
No sería hasta el 28 de abril de 1945 (dos días antes de que com-
etiera sucidio) en que Hitler puso al OKH bajo jurisdicción del
OKW. El 8 de mayo las fuerzas alemanas se rendía incondicio-
nalmente y finalizaba la Segunda guerra mundial.

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do a creer que puedo confiar en la actitud del almirante


Darlan».
Al disminuir las posibilidades de «deserción» de Francia,
Raeder, más ansioso que nunca con respecto a la amenaza
en el África occidental desde la decisión de dirigir todos los
recursos alemanes para el ataque contra Rusia, y temiendo
que «Atila» fracasaría de todos modos en la finalidad per-
seguida de retener a la flota naval francesa si se presentaba
este caso, presionó para que se hiciera un nuevo intento de
conseguir la colaboración del Gobierno de Vichy. El 18 de
marzo, expresó su opinión de que debían ser reanudadas
estas negociaciones y que fuerzas militares y aéreas alema-
nas, y también las submarinas, fuesen estacionadas en el
África occidental. Sus argumentos no eran nuevos: el obje-
tivo principal era impedir un desembarco anglo-americano
en esta zona; éste era el peligro que debía ser evitado a to-
da costa. Pero en tanto que Hitler, a pesar de la absoluta
prioridad que concedía al ataque contra Rusia, estaba deci-
dido a ocupar Francia y apoderarse de la flota naval france-
sa si Vichy «desertaba», no estaba en modo alguno dispu-
esto a enviar recursos de ninguna clase a Francia o al Áfri-
ca occidental si no se veía obligado a ello. El peligro de una
ínter-vención británica o americana en el África occidental
era un peligro que, bajo la presión de Raeder, admitió que
era muy real; pero no inmediato.
Se puede dudar con respecto a lo que hubiera podido con-
seguir Hitler si lo hubiese intentado. Los franceses hubie-
sen comenzado interminables discusiones y negociaciones;
Alemania se hubiese visto en un compromiso en relación
con las promesas hechas a Italia, que se hubiera mostrado
opuesta a cualquier acción en favor de la flota naval france-
sa y de las fuerzas coloniales; el propio Hitler compartía
los recelos italianos con respecto a Francia; y Alemania es-
taba ya embarcada en una aventura demasiado arriesgada
en otro frente para poder distraer otros recursos, tanto pa-
ra un ataque como para una defensa del África occidental
con la participación de los franceses. El 18 de marzo se

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anunció que «el problema francés sería solucionado una


vez terminada la operación «Barbarossa». El 9 de julio,
Raeder insistió nuevamente en la importancia de que
Francia se mantuviera firme en el África occidental france-
sa. «Si los Estados Unidos o la Gran Bretaña se apoderan
de Dakar, representará esto vina grave amenaza para con-
tinuar la guerra en el Atlántico; la posición de las fuerzas
del Eje en el África del Norte se verá gravemente amena-
zada... el comandante en jefe insiste nuevamente sobre la
decisiva importancia estratégica de mantenerse firme en el
África del Norte a la vista de los probables planes de los Es-
tados Unidos y la Gran Bretaña de expulsar a Francia de
estas zonas.»
La única respuesta de Hitler fue que «desconfiaba dema-
siado de Francia y creía que sus exigencias eran demasiado
exageradas». El 25 de julio manifestó : «la actitud de Fran-
cia hacia nosotros ha cambiado desde que heñios manda-
do nuestras divisiones acorazadas al Este. Desde este mo-
mento, han aumentado sus exigencias políticas. Probable-
mente trasladaré en un próximo futuro dos divisiones aco-
razadas al Oeste. Entonces, Francia volverá a mostrarse
más razonable». «En todo caso — continuó—, en ningún
momento quiero perjudicar nuestras relaciones con Italia
haciendo concesiones a Francia.»
Su actitud implicaba que el peligro anglo-americano con-
tra el África occidental, a pesar de existir realmente, era un
peligro contra el cual poco o nada podía hacerse de ante-
mano; quería esperar, por lo tanto, hasta que surgiese.
«Tan pronto como los Estados Unidos ocupen islas es-
pañolas o portuguesas — añadió el 25 de julio —, invadiré
España; mandaré divisiones acorazadas y de infantería al
norte de África desde allí, a fin de defender el África oc-
cidental.» Aparentemente pasó por alto el hecho de que,
en tanto que era necesario para Alemania conquistar las is-
las del Atlántico antes de atacar a Gibraltar, esta operación
no era necesaria para los Estados Unidos y la Gran Breta-
ña antes de desembarcar en el norte de África.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 230

Durante algún tiempo, Raeder continuó en su campaña


para entablar relaciones más íntimas con Vichy. Basaba
sus argumentos en que se podía conseguir mucho en este
sentido en fases sucesivas, y el 22 de agosto manifestó,
«que, en primer lugar, la cuestión del transporte marítimo
puede ser solucionado por Francia; luego, asegurar el Áfri-
ca occidental y, finalmente, podría llegarse a una coopera-
ción ilimitada»... cooperación que, en su opinión, era vital
para la Batalla del Atlántico, así como también para la de-
fensa del África del Norte. Pero sus esfuerzos fueron en va-
no. Es cierto que, a partir del mes de mayo, la operación
«Atila» fue gradualmente olvidada debido a una atmósfe-
ra de colaboración más estrecha con el almirante Darían
que había sido nombrado vicepresidente del Gobierno de
Vichy en el mes de febrero del año 1941. En el mes de ma-
yo se entablaron discusiones con Darían con respecto a la
ayuda francesa a Alemania desde Siria y las facilidades que
podía ofrecer Francia para el envío de suministro a las
fuerzas del Eje en el África del Norte. En el mes de agosto
comenzó el Gobierno de Vichy a vender y a arrendar bar-
cos a Alemania para ser usados en el envío de pertrechos
alemanes al África del Norte y se iniciaron igualmente
negociaciones para el uso de Bizerta por los alemanes. El
estado de estas negociaciones fue comunicado en la confe-
rencia naval que se celebró el 22 de agosto. El 12 de di-
ciembre, Darían llegó al extremo de ofrecer a Alemania un
intercambio de información sobre los movimientos nava-
les. Expresó también su deseo de conferenciar con Raeder.
Hitler dio su aprobación a la visita de Raeder a Francia,
que se efectuó a fines de enero del año 1942. Pero, a pesar
de estas ne,-gociaciones, la colaboración no hizo grandes
progresos y el problema sobre lo que debía hacerse en el
África occidental, al igual que los planes referentes a la
conquista de Gibraltar, las islas del Atlántico y Malta, que-
dó pendiente de decisión durante todo el año 1941.

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III Sus planes para los Balcanes


El avance alemán a través de los Balcanes hasta Grecia fue
iniciado por Hitler, en su relación con el teatro de guerra
en el Mediterráneo, como un movimiento defensivo; pero
era igualmente una acción preliminar indispensable para
la campaña de Rusia.
Anularía a los Balcanes y, sobre todo, protegería el petró-
leo rumano frente a Rusia y a los británicos en el Medite-
rráneo oriental; facilitaría igualmente la concentración de
tropas alemanas para la ofensiva contra Rusia; impediría
de un modo efectivo que la Gran Bretaña y Rusia unieran
sus fuerzas cuando Alemania se volviera hacia el Este. Por
todas estas razones, esta acción le resultaba mucho más
importante que las operaciones en el Mediterráneo pro-
piamente dicho; y no permitió que nada ni nadie se inter-
pusiera en su modo de pensar.
Las directrices del 11 de enero del año 1941 184, afirman
que era esencial «eliminar el peligro de un hundimiento
italiano en el frente de Albania»; se concedió prioridad al
envío de dos divisiones y medía a Albania, vía Italia, para
trasladarlas a continuación al África del Norte 185. Durante
i los siguientes preparativos para la principal operación en
los Balcanes, incluyendo la ocupación de Bulgaria a fines
del mes de febrero, se le concedió prioridad sobre el África
del Norte y la operación «Félix», y Hitler no se dejó amila-
nar en ningún momento por el conocimiento de que Rusia
se sentiría altamente alarmada por la penetración alemana
en los Balcanes. Cuando Yugoslavia, el peligro principal
para los italianos en Albania, se rebeló contra la alianza
con Alemania el 27 de marzo, anunció inmediatamente
que «debía ser considerada como un enemigo y, por consi-
guiente, ser aniquilada lo antes posible» 186. Cuando inva-

184 D. N., 448-PS.


185 El envío de estas fuerzas.fpé anulado posteriormente poíno
considerarlo esencial los italianos; D. N., 134-C.
186 D. N., 1746-PS.

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dió Grecia, a pesar de que hacía tan poco tiempo que se ha-
bía dejado convencer por las dificultades que. entrañaba la
conquista de Malta, ordenó inmediatamente la conquista
de Creta.
A pesar del retraso, debido a la rebelión yugoslava, la ope-
ración griega terminó con un éxito completo. El 6 de abril,
las tropas alemanas entraban en Yugoslavia y Grecia. La
resistencia griega cedió el 21 de abril; la evacuación inglesa
del país empezó el 22 de abril; los alemanes entraron en
Atenas el 27 de abril. La invasión de Creta por el aire em-
pezó el 20 de mayo; el 27 de mayo, cuando empezó la eva-
cuación inglesa, había terminado virtualmente toda resis-
tencia.
Los éxitos de Hitler en Grecia y Creta siguieron estrecha-
mente ligados a un cambio total de la situación en el norte
de África, donde Rommel había empezado, a fines de mar-
zo, una ofensiva que le llevó hasta la frontera de Egipto a
mediados de abril. Fue también acompañada por graves
pérdidas inglesas en el mar, pérdidas valiosas que facilita-
ron la labor alemana durante la batalla de Creta, así como
por desórdenes en el Irak.
En todos los aspectos, la situación en el Mediterráneo
oriental se había modificado radicalmente en favor de Ale-
mania entre principios de abril y finales de mayo. Sí el ob-
jetivo de Hitler al invadir Grecia y ocupar Creta hubiese si-
do expulsar a Inglaterra de dicha área, éste hubiera sido el
momento para un ulterior esfuerzo.
Raeder había considerado el avance por tierras . griegas
como el factor capaz de facilitar una oportunidad para ase-
gurar el control del Mediterráneo oriental, tan a menudo
esperado. El 4 de febrero de 1941 reconoció que la flota in-
glesa era todavía capaz de mantener su supremacía des-
pués de la ocupación alemana de Grecia. Pero el 18 de mar-
zo pidió, y obtuvo de Hitler, la confirmación de que Alema-
nia no se detendría ante la ocupación total de Grecia, in-
cluso si los griegos trataban de llegar a un acuerdo tan
pronto como las tropas alemanas empezaran la invasión;

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 233

y, aun cuando Hitler parece no haber escuchado a Raeder


al decidirse a ocupar Creta 187, el Estado Mayor Naval pare-
ce haber confiado en que seguiría adelante en su camino
hacia el Cercano Oriente una vez Creta hubiera sido ocu-
pada. El 30 de mayo Raeder exigió una ofensiva en direc-
ción a Egipto y el canal de Suez para el otoño de 1941, paso
que, según el Estado Mayor Naval sería «más fatal para el
Imperio británico que la conquista de Londres» 188, y que
Rommel pidió también algunas semanas más tarde 189. El
6 de junio presentó a Hitler un memorándum del Alto
Mando Naval sobre el mismo objeto.
Este memorándum, que el Alto Mando Naval considera co-
mo «uno de los documentos más importantes en todos los
archivos de la guerra» 190, contiene «observaciones sobre
la situación estratégica en el Mediterráneo oriental des-
pués de la campaña de los Balcanes y de la ocupación de
Creta». Destaca «los objetivos decisivos de la guerra en el
Oriente Medio, que se encuentran al alcance de la mano
como resultado de nuestros éxitos en el mar Egeo». Re-
marca que «la explotación ofensiva de la presente situa-
ción, que es altamente favorable, debe realizarse con la
máxima velocidad y energía, antes de que la Gran Bretaña
pueda recuperarse en el Oriente Medio con la ayuda ameri-
cana». Reconoce que el comienzo de la campaña oriental
en un futuro próximo era un «hecho inalterable»; pero pe-
día que «Barbarosa», que... naturalmente, estaba en el
primer plano de las operaciones..., no debe conducir en

187 Esta operación fue preparada entre Hitler y la Luftwaffe.


Goering fue su representante. (Véase D. N. (C. I. A.), suplemen-
to B, pág. 1108.) La primera referencia de Raeder a Creta en sus
entrevistas con Hitler no fue hasta el 22 de mayo, cuando la in-
vasión había ya empezado.
188 D. N., 170-C, id. 174.
189 Rommel propuso primeramente una ofensiva contra Suez, co-

mo el primer paso hacia Basora y el golfo Pérsico, el 27 de ju-


lio. Véase Desmond Young, Rommel, págs. 83-4.
190 D. N., 170-C, id. 168.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 234

modo alguno al abandono o reducción de planes, ni siquie-


ra a su aplazamiento, en la conducción de la guerra en el
Mediterráneo oriental».
La oportunidad, sin embargo, era tan manifiesta que, aun
cuando no se habían llevado a cabo los preparativos nece-
sarios — facilitar suministros y refuerzos a Rommel para
avanzar hacia Turquía, Siria e Irak — incluso Hitler hubie-
ra podido sentirse tentado a modificar sus planes. Pero no
se dejó tentar por la oportunidad en el Oriente Medio más
que por el peligro que amenazaba al África occidental. Por
lo que concierne al Mediterráneo y al Oriente Medio, la
ocupación de los Balcanes había sido una maniobra pu-
ramente defensiva, Grecia había sido ocupada, en primer
lugar, para defender el petróleo de Rumania, y Creta para
defender Grecia 191. Rommel había encontrado posibilida-
des insospechadas en el norte de África, pero Hitler no
creía en ellas. Mucho antes de estos avances había anun-
ciado, el 15 de febrero, que en el Mediterráneo no se lleva-
ría a cabo ninguna operación hasta después de la derrota
de Rusia. Sea lo que fuera lo que pensó Raeder o lo que pu-
diera hacer Rommel, no era la intención de Hitier eliminar
a la Gran Bretaña lo antes posible de esta zona; y no inten-
tó modificar sus planes durante la ocupación de los Balca-
nes, aun cuando, juntamente con Rommel, provocara una
amenaza sobre la posición británica tanto más grave cuan-
to que era inesperada.
Por el contrario, las instrucciones de Rommel eran pura-
mente defensivas, como ya se ha observado, y, ai mismo
tiempo, Hitler había dispuesto (Raeder protestó contra el-

191Goering admite que Creta podía demostrar su utilidad contra


el tráfico británico por el canal de Suez, pero destaca que «por
aquel tiempo habían sido llevados a cabo los preparativos para
la invasión de Rusia y nadie pensaba en ir a África... Creta hu-
biera podido ser una base para los ingleses contra nuestra posi-
ción en los Balcanes y hubiera evitado una posible conexión en-
tre... las flotas rusa y británica». (Véase D. N. (C. A.), suplemen-
to B, página 1108.)

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lo y consiguió anularlo el 22 de mayo) que la defensa de to-


da la costa griega hasta Salónica, incluida Lernos, el Píreo
y posiblemente Creta, debía ser confiada a Italia tan pron-
to como Creta hubiera sido ocupada. Su único interés era
la defensa de esta zona recientemente conquistada; e inclu-
so entonces la costa podía confiarse a los italianos. El 25
de mayo, durante la batalla de Creta, tomó otra decisión
con motivo de la rebelión en el Irak; esta decisión subordi-
naba las operaciones en el Oriente Medio al ataque a Ru-
sia. «El movimiento árabe de libertad — declaró —, es
nuestro aliado natural contra Inglaterra en el Oriente Me-
dio. A este respecto, la rebelión en el Irak adquiere una es-
pecial importancia. En consecuencia, he decidido favore-
cer el desarrollo de ios acontecimientos en el Oriente Me-
dio ayudando al Irak.» Debía mandarse una misión militar
y suministrar armas y aviación. Debía arrojarse material
de propaganda; incitar a la revuelta; reunir información.
Pero, aparte de esto, y de acuerdo con las anteriores dispo-
siciones, no debía hacerse nada más. «Hasta que la
operación «Barbarossa» haya terminado, no podrá decid-
irse si es posible lanzar una ofensiva contra Suez arrojando
finalmente a Inglaterra de su posición entre el Medi-
terráneo y el golfo Pérsico»
Los esfuerzos del Alto Mando Naval (O.K.M) durante las
dos semanas siguientes no causaron mella en la opinion de
Hitler. A fines de junio, nuevas órdenes y directrices en re-
lación con el ataque a Rusia anularon su primera decisión.
Tres operaciones distintas fueron proyectadas en el Medi-
terráneo y el Oriente Medio. Debía atacarse Egipto desde
Libia; realizar un avance desde Bulgaria, a través de Tur-
quía, hasta Suez; una tercera ofensiva contra el Irak desde
posiciones de partida a conquistar todavía en la Trans-cau-
casia. Pero ninguno de estos planes podía realizarse hasta
después de la derrota de Rusia.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 236

IV Crisis en Africa del Norte


Al mismo tiempo, en junio, se autorizó un ligero refuerzo
para el «Afrika Korps» y la aviación alemana en el Medite-
rráneo. Pero el problema de los suministros en África del
Norte, ya difícil en aquel entonces, no tardaría en hacerse
desesperado. El 73 por ciento de los buques controlados
por Alemania que se dirigían hacia África, según el infor-
me de Rae-der del 22 de agosto, había sido hundido a fines
de julio; y las pérdidas italianas eran menores en pro-
porción simplemente porque sus buques se resistían a ha-
cerse a la mar. Malta hizo sentir su influencia, destacando
la importancia del error de Hitler al no ocuparla, y todos
los intentos para anular desde el aire su poderío fueron
inútiles. Finalmente, Hitler, en su desesperación al no po-
der ahorrar más tanques, tropas o aviación, se vio obligado
a mandar submarinos al Mediterráneo.
Este envío de submarinos fue una respuesta poco apropia-
da al problema de las pérdidas del Eje en el mar; pero, co-
mo la campaña rusa había empezado el 22 de junio, era la
tínica acción que Hitler podía llevar a cabo y que tuviera la
apariencia de aliviar la situación. Esta decisión había sido
ya discutida el 20 de abril cuando Raeder rechazó la idea
fundándose en que el principal objetivo de la campaña
submarina era el ataque al Reino Unido. Hitler se mostró
de completo acuerdo con el punto de vista expuesto por
Raeder. Pero fue él quien expuso de nuevo esta opinión el
25 de julio, aun cuando, una vez más, aceptó el punto de
vista de Raeder de que sería un error perjudicar las opera-
ciones en el Atlántico. Sin embargo, el 22 de agosto, cuan-
do la situación en el Mediterráneo había ido de mal en
peor, se discutió de nuevo este problema. Hitler escuchó
los argumentos de Raeder «todos los submarinos disponi-
bles deben concentrarse en el Atlántico... los submarinos
deben enviarse a otros teatros de guerra sólo en último ex-
tremo... ningún submarino debe salir del Atlántico hasta
que operen, por lo menos, cuarenta en él...» y luego, sin es-
cucharle, dispuso el envío de seis submarinos.

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Raeder quiso obtener 192 un alivio proponiendo que el esta-


blecimiento de una base apropiada fuera discutida prime-
ramente con Mussolini; confiaba y creía que Mussolini no
estaría de acuerdo con el traslado de estas unidades. Pero
192 Ein Volk, Ein Reich, Ein Fuhrer

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el 17 de septiembre dos submarinos estaban ya camino del


Mediterráneo y los otros cuatro debían partir antes de fina-
les de mes. El informe de Raeder sobre esta decisión impli-
ca, ciertamente, que las posibles objeciones de Mussoli-ni
fueron ignoradas lo mismo que las suyas propias.
«Como el Führer sabe, nuestros suministros navales en el
norte de África han sufrido evidentemente grandes pérdi-
das, la demanda de auxilio hecha por el general alemán
agregado a las fuerzas armadas italianas, fue responsable
de la orden del Führer de concentrar nuestras propias
fuerzas en la escolta de los buques de aprovisionamiento,
para enviar inmediatamente seis submarinos sin tener en
consideración las operaciones italianas, y acelerar la trans-
ferencia de minadores y lanchas a motor.»
La situación en el Mediterráneo siguió empeorando. El 13
de noviembre, según opinión de Raeder, había alcanzado
«el punto crítico, según temía el Alto Mando Naval desde
julio».
«Se ha manifestado que el Alto Mando Naval ha hecho re-
saltar la difícil situación provocada por la supremacía na-
val inglesa en el Mediterráneo, y ha solicitado con urgencia
la adopción de las medidas adecuadas para combatirla. Ac-
tualmente el enemigo dispone de una total supremacía na-
val aérea; opera sin la menor dificultad en todas las zonas
del Mediterráneo. Malta es reforzada constantemente. Los
italianos no son capaces de mejorar esta situación... El pro-
blema de los transportes en el mar Egeo se ha agravado
también considerablemente. Los submarinos enemigos
han conquistado definitivamente la supremacía...»
Y estas conclusiones estaban justificadas por la proporción
de buques, perdidos. La cantidad total de buaues que el
Eje disponía mensualmente para los convoves al África del
Norte, había sido reducida de 163.000 toneladas en sep-
tiembre a 37.000 en noviembre, v de estas 37.000 tonela-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 239

das el 77 por ciento fue hundido durante dicho mes 193.


La única reacción de Hitler a esta llamada fue mandar más
submarinos; no podía disponer de nada más. El 12 de di-
ciembre no menos de treinta y seis submarinos se encon-
traban en el Mediterráneo o camino de él. Esto representa-
ba exactamente la mitad de los submarinos disponibles en
todos los mares en aauel momento, v no menos de la cuar-
ta parte del total de estas unidades de la flota alemana, y
Hitler se proponía aumentar este número hasta 50. Aun
cuando el número total de submarinos de que podía dispo-
nerse aumentaba entonces rápidamente, esa diversión era
sin duda un importante factor en el alivio obtenido por la
Gran Bretaña en el Atlántico durante los tres últimos me-
ses de 1941.
Las razones de Hitler para desestimar las objeciones de
Raeder el 22 de agosto eran que «los ingleses llevarán pro-
bablemente a cabo un ataque contra Sollum y Tobruck pa-
ra ayudar a los rusos; la rendición del África del Norte se-
ría una gran pérdida para nosotros y para los italianos...;
es muy conveniente ayudar al «Afrika Korps» con algunos
submarinos». Pero esta acción era demasiado limitada y
por demás tardía. Solamente cuatro submarinos habían
cruzado el estrecho de Gibraltar el 18 de noviembre cuan-
do el Octavo Ejército empezó la segunda ofensiva del de-
sierto oriental en Libia; y hubieran sido necesarias otras
medidas más eficaces que el envío de submarinos al Medi-
terráneo para evitar esta ofensiva o impedir su éxito.
La velocidad del avance británico — que alcanzó Benghasi
el 29 de noviembre — obligó a Hitler, más preocupado
ahora que en enero pasado por la posible pérdida de África
del Norte, a adoptar medidas más enérgicas y a intentar se-
riamente una colaboración más eficaz con Italia. El 2 de di-
ciembre de 1941, después de disminuir el número de los
submarinos que operaban en el Atlántico, anunció el envío
193Véase el informe del vicealmirante Jefe de la Sección Naval
Alemana con base en Italia publicado en el The Daily Tele-
graph, del 26 de febrero de 1947.

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de unidades aéreas desde el frente ruso para la defensa del


teatro de guerra que en otros tiempos había considerado
de importancia secundaria, y reveló que, por lo menos, ha-
bía tenido serías discusiones con Mussolini.
«Para defender y asegurar nuestra propia posición en el
Mediterráneo y para la creación de un núcleo de resisten-
cia y consolidación del Eje en el Mediterráneo central, he
llegado a un acuerdo con el Duce y dispuesto que las sec-
ciones de la Luftwaffe retiradas del frente del Este fueran
transferidas al sur de Italia y norte de África, con un total
de un cuerpo aéreo, disponiendo asimismo las bases aé-
reas correspondientes. Aparte de su efecto inmediato so-
bre la dirección de la guerra en el Mediterráneo y África
del Norte, esta medida debe ejercer una considerable in-
fluencia sobre el curso de ulteriores acontecimientos en el
área del Mediterráneo. He puesto al mariscal Kesselring al
mando de todas las fuerzas, como comandante en jefe de
la zona del sur. El área del sur quedará subordinada al Du-
ce, del cual recibirá instrucciones a través del Estado Ma-
yor italiano. Su objetivo es alcanzar el dominio aéreo naval
en la zona comprendida entre el sur de Italia y el norte de
África, asegurando así la libertad de las comunicaciones. A
este respecto es de particular importancia la eliminación
de Malta; cooperar con las fuerzas alemanas e italianas en
el norte de África; paralizar el tráfico enemigo a través del
Mediterráneo e impedir que los suministros británicos lle-
guen a Tobruck y Malta...»
Pero el Mediterráneo siguió siendo considerado como un
teatro de guerra italiano en el que los intereses alemanes
eran secundarios. Los oficiales alemanes eran excluidos de
las conferencias de guerra italianas; y los italianos, de las
alemanas. Kesselring seguía subordinado al Duce. Hasta
1943 no se estableció un mando alemán directo para el
Mediterráneo. Y no hubo nunca un Estado Mayor conjunto
ítalo-alemán.

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Capitulo VIII

La Batalla del Atlantico en 1941

I Las consecuencias de la campaña submarina en la estra-


tegia de Hitler
Durante el transcurso del año 1941, Hitler no vaciló un so-
lo momento en conceder prioridad a la campaña de Rusia
sobre la del Mediterráneo; insistió, durante la segunda mi-
tad del año 1941, en que los submarinos fueron enviados al
Atlántico en un esfuerzo para salvar el África del Norte. Si
ésta fuera la única evidencia, bastaría para sacar la conclu-
sión de que la Batalla del Atlántico causó más pérdidas que
la guerra en el Mediterráneo a consecuencia de la decisión
de atacar a Rusia. Pero la evidencia es mucho más amplia.
La pérdida en el Mediterráneo, hasta el mes de diciembre
de 1941, de 30 submarinos, la mitad de las unidades que
podía mantener en servicio en alta mar al mismo tiempo,
una cuarta parte de todas las fuerzas a su disposición,
representó sólo una fracción del daño causado a los esfuer-
zos alemanes contra las rutas marítimas británicas duran-
te los doce meses anteriores como resultado de su decisión
de volverse contra Rusia.
Es cierto que Hitler comenzó a mostrar una mayor com-
prensión y una mayor simpatía por los argumentos de Rae-
der en favor cíe una campaña submarina. Las directrices
del 12 de noviembre de 1940, habían omitido tal referencia
a la guerra contra las rutas marítimas británicas; las direc-
trices «Barbarossa», del 18 de diciembre de 1940, por otra
parte, habían afirmado que «el uso principal de la marina
de guerra, incluso durante la campaña del Este, debe diri-
girse directamente contra Inglaterra 194. Y si esta afirma-
ción no fue más que un gesto para calmar a sus técnicos

194En relación con las directrices del 12 de noviembre de 1940,


véase D. N. 444-PS; en relación con las directrices del 18 de di-
ciembre de 1940, D. N., 446-PS.

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navales, pronto reveló la necesidad de hacer otras. El 27 de


diciembre de 1940 se mostró de acuerdo en que el progra-
ma de construcción de 12 a 18 submarinos por mes no era
suficiente; y expuso su deseo de que «es necesario un rápi-
do incremento en la construcción de submarinos». El 8 de
enero de 1941 le «explicó» a Raeder, que había expuesto
los mismos argumentos durante tanto tiempo que, «te-
niendo en cuenta las características de la guerra contra la
Gran Bretaña, todos los ataques deben concentrarse con-
tra las vías de suministro y las industrias del armamento...
Los suministros y los barcos que los transportan deben ser
destruidos».
El 6 de febrero publicó unas directrices, las primeras sobre
este tema, tituladas «.Basic Principies for the Prosecution
of the War against British War Economy», y en ellas admi-
tió, hasta cierto punto, haber descuidado la batalla contra
las rutas marítimas comerciales.
«Contrariamente a todos nuestros cálculos anteriores, el
golpe más fuerte a la economía de guerra británica ha sido
la elevada cifra de barcos mercantes perdidos, como resul-
tado de la guerra por mar y aire. Estas consecuencias han
sido intensificadas también por la destrucción de las insta-
laciones portuarias... y por las limitaciones impuestas al
uso de barcos por la necesidad de emplear el sistema de
convoyes. Podemos contar con un considerable aumento
en el futuro, cuando las operaciones de nuestros submari-
nos sean intensificadas durante el curso de este año... El
objetivo de nuestros futuros esfuerzos de guerra debe con-
centrarse en destruir por aire y mar los suministros enemi-
gos...»
Al mismo tiempo, todos sus esfuerzos se concentraban en
la Batalla del Atlántico. «Los ataques combinados de la
Luftwaffe y de las fuerzas navales contra las vías de sumi-
nistro — declaró el 8 de enero de 1941 — pueden propor-
cionarnos la victoria durante los meses de julio o agosto.»
«El ataque contra las vías de suministros británicos — con-
cluyó en sus directrices del mes de febrero —, pueden pro-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 243

vocar el quebrantamiento de la resistencia británica.»


Pero su creciente interés por la Batalla del Atlántico fue
anulado por las consecuencias irrevocables de su decisión
del mes de diciembre de 1940 de atacar a Rusia; y sólo un
aspecto, el no haber sabido valorar debidamente la campa-
ña de los submarinos durante los primeros dieciséis meses
de la guerra, fue más importante que este hecho para des-
truir sus esperanzas. Raeder previo que éste sería el caso, y
este temor había sido la causa de su tenaz oposición contra
la operación «Barbarossa». «Es absolutamente necesario
reconocer — decía en su argumento contra «Barbarossa»
el 27 de diciembre de 1940 —, que la misión más importan-
te del mornento es concentrar todas nuestras fuerzas con-
tra la Gran Bretaña. Todas las demandas que no sean
absolutamente necesarias para la derrota de. la Gran Bre-
taña deben ser anuladas. Existen fundadas dudas sobre la
conveniencia de comenzar la operación «Barbarossa» an-
tes de que sea derrotada la Gran Bretaña. Sobre todo, es
necesario concentrar todos nuestros esfuerzos contra las
vías de suministro británicas... lo que se hace en relación
con la construcción de submarinos y aviación naval es muy
poco... La habilidad británica para conservar sus vías de
suministro es definitivamente el factor decisivo en el re-
sultado de la guerra.» «El Estado Mayor Naval está firme-
mente convencido de que los submarinos, al igual que en
la Primera Guerra Mundial, son las armas decisivas.» De-
bido a que siempre había sido descuidado el previsto pro-
grama de construcciones, el máximo alcanzado en la cons-
trucción de los mismos oscilaba entre 12 y 18 unidades;
«debe ser aumentado de 20 a 30, como durante la Primera
Guerra Mundial». Ésta fue «una de las exigencias más ur-
gentes sometidas al estudio del Estado Mayor del Ejército
y ai Gobierno por el Estado Mayor Naval» y, en caso con-
trario, «todas las esperanzas puestas en esta armada tan
importante para la lucha contra la Gran Bretaña, deberán
ser abandonadas».

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Esta exigencia, como expuso Raeder muy claramente, era


incompatible con la decisión de atacar a Rusia y de comen-
zar preparativos inmediatos para el ataque; y que Hitler re-
conoció igualmente este hecho es evidente por su respues-
ta a las manifestaciones hechas por Raeder. Replicó que
puesto que era necesario eliminar al último enemigo que
había en el continente, «la Wehrmacht debía ser reforzada
en todo lo posible; después, todos los esfuerzos podrían
ser concentrados en las necesidades de las fuerzas aéreas y
la marina de guerra». Raeder respondió, y esto era cierto,
que «la situación era la misma en el mes de julio de 1940;
pero, después de haber reducido la Wehrmacht sus de-
mandas durante un corto plazo de tiempo, las volvió a pre-
sentar después con mayor insistencia». Sin embargo, Hi-
tler no quiso cambiar su decisión; se contentó con «atri-
buir éstas (la decisión de atacar a Rusia) a la nueva situa-
ción política» y cuando Raeder insistió en que, «el error
fundamental estriba en el hecho de que nos son asignados
obreros que en realidad no están disponibles, todos los de-
cretos concediendo grados de prioridad, etc., no pueden
redundar en una mejora real», se limitó a proponer, con
una sorprendente falta de responsabilidad que, «tal vez,
una remuneración especial haría más atractivos estos tra-
bajos».
Esta había sido la actitud de Hitler con respecto a la cons-
trucción de submarinos durante los dieciséis meses des-
de que comenzó la guerra. Las consecuencias habían sido
anular las previas promesas que había hecho anteriormen-
te a Raeder de conceder prioridad a la construcción de sub-
marinos. Al estudiar la guerra submarina en el año 1941,
resulta importante distinguir entre los efectos de su falta
de interés por la misma en sus principios y los causados
por la decisión de la operación «Barbarosa» en sí. La cons-
trucción, pero, sobre todo, el lanzamiento de nuevos sub-
marinos, descuidada hasta el extremo de que Alemania no
podía contar con el número suficiente de unidades para
las operaciones que quería confiar a éstos, fue debida, por

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lo menos durante los nueve primeros meses del año 1941,


no a la decisión de atacar a Rusia, sino a no haber prestado
la menor atención al programa de construcción de subma-
rinos durante el año 1940. Por otro lado, la falta de mano
de obra de dicha especialidad en 1941, y el hecho de que el
programa de construcciones durante aquel año no alcanza-
ra el máximo previsto, fueron las consecuencias de la deci-
sión de atacar a Rusia y se manifestaron claramente a par-
tir del mes de septiembre de 1941.
Hasta el mes de febrero de 1941, y como resultado de las li-
mitaciones impuestas a la construcción de submarinos
hasta aquel momento, Raeder sólo podía mantener en
servicio seis submarinos al mismo tiempo. «Los pocos éxi-
tos alcanzados por los submarinos — informó el 4 de febre-
ro —, son debidos, en primer lugar, a las pocas unidades
que tenemos en operación y, en segundo lugar, a las condi-
ciones climatológicas desfavorables... Los submarinos por
sí solos no pueden impedir de un modo efectivo las im-
portaciones inglesas apoyándose únicamente en el reduci-
do número que de ellos tenemos disponibles.» Pero un año
y medio de esfuerzos concentrados en la construcción de
submarinos, permitirían alcanzar efectos muy diferentes,
sobre todo, teniendo en cuenta que el número de nuevas
construcciones había sido de 12 a 18 unidades por mes, en
tanto que el número de submarinos hundidos no alcanzó
la cifra de siete hasta el mes de marzo de 1941. A partir de
la primavera de este año se observó un cambio en la situa-
ción. El total de submarinos en servicio fue aumentando
gradualmente a 37 en mayo; 39 en junio; 45 en julio; 52 en
agosto, y 120 a fines de 1941. En el mes de marzo, el núme-
ro de submarinos que se hallaban prestando servicio en al-
ta mar era superior a 10, y esto por vez primera, y dicho
número aumentó a 15 en el mes de abril; a 18 en el mes de
mayo, y a 60 para fines de año. Emplearon nuevas tácticas,
sobre todo, ataques en masa; avanzaron más hacia el
oeste en el Atlántico Norte rehuyendo así las defensas bri-
tánicas; las pérdidas británicas aumentaron de un modo

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alarmante entre los meses de marzo a abril, 200 barcos


fueron hundidos por la acción de los submarinos. Por fin,
había comenzado en serio la Batalla del Atlántico.
Fueron, sin embargo, las defensas británicas las que ha-
bían obligado a los submarinos a trasladarse a zonas más
distantes y a adoptar nuevas tácticas; las defensas britá-
nicas, habían mejorado durante aquellos 18 meses; y el
continuo refuerzo de estas defensas habían mantenido
abierto el paso frente al mayor número de submarinos.
«A fin de poder obtener los mismos éxitos que el año pasa-
do — informó el 27 de septiembre de 1941—, necesitare-
mos de tres a cuatro veces más submarinos para enfren-
tarlos con los convoyes poderosamente escoltados.» La ba-
talla estaba todavía equilibrada; el número de submarinos
no era todavía suficientemente grande para que la acción
de los mismos pudiese ser decisiva. Por el contrario, los úl-
timos tres meses de 1941 fueron un plazo de espera para
los submarinos. Y esto no se debió solamente a que fueron
enviados algunos de ellos al Mediterráneo, y tampoco, a un
período de tiempo muy malo en el Atlántico Norte: la
construcción de submarinos, tal como había previsto Rae-
der, no estaba a la altura de las mejoras que habían experi-
mentado durante ese tiempo las defensas de las rutas co-
merciales británicas.
A pesar de no haber podido forzar una decisión para con-
seguir la victoria alemana sobre la Gran Bretaña antes de
que los Estados Unidos entraran en la guerra a fines de
año, probablemente, sólo la prioridad absoluta de la cam-
paña submarina ya desde el comienzo de la guerra hubiese
podido proporcionar este resultado; la concentración de
mayores esfuerzos en la construcción de submarinos du-
rante los nueve meses anteriores, hubiesen podido evitar
el crítico estado de cosas en el último trimestre del año
1941. Esta política hubiese hecho posible que el año 1942,
en el cual la Batalla del Atlántico alcanzó su punto culmi-
nante y se construyeron más de trescientos submarinos,
resultase mucho más decisivo para la supervivencia de In-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 247

glaterra de lo que fue en realidad; pero tal programa, que


los planes estratégicos de Hitler hicieron imposibles en el
año 1940, cuando hubiese podido dar su máximo ren-
dimiento, fue de nuevo aplazado durante todo el curso del
año 1941, en primer lugar, por los preparativos para el ata-
que contra Rusia y, en segundo lugar, por las exigencias
del ataque mismo.
El 4 de febrero del año 1941, Raeder se vio obligado a la-
mentarse, una vez más, de que la marina de guerra «no
contaba con un número suficiente de obreros especializa-
dos». El 18 de marzo informó que como resultado de la es-
casez de la mano de obra y la falta de materiales, la cons-
trucción mensual de submarinos continuaría siendo de só-
lo ocho unidades durante el segundo trimestre del año y
que, a continuación, quedaría reducida sólo a 15 unidades.
El 25 de julio admitió que el programa había superado lige-
ramente sus esperanzas y que la producción había alcanza-
do la cifra de veinte unidades al mes; pero insistió en que
a fines del año 1941 volvería a descender a catorce sub-
marinos al mes debido a la falta de mano de obra. Incluso
contando con la cifra de producción más elevada, no se po-
día contar con poder disponer del número necesario de
submarinos, 300 para las operaciones previstas, hasta el
mes de julio del año 1943, la cifra que, al principio de la
guerra, Doenitz había considerado como la mínima para
poder alcanzar resultados satisfactorios. Los argumentos
de Raeder no condujeron a ningún resultado positivo. Las
consecuencias de la política de Hitler durante los primeros
dieciséis meses de la guerra, no podían ser rectificadas;
era demasiado tarde para persuadir a Hitler de cambiar de
opinión con respecto al ataque contra Rusia. El 18 de mar-
zo repitió en su respuesta a Raeder que «era su intensión
concentrar todos los esfuerzos para reforzar las armas aé-
rea y naval tan pronto la operación «Barbarossa» hubie-
se terminado con el éxito previsto». El 25 de julio protestó
de que «no existía ninguna razón que justificase la preocu-
pación del comandante en jefe de la Marina por un cambio

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 248

de opinión con respecto a la importancia del bloqueo de la


Gran Bretaña por las fuerzas aéreas y navales; mi punto de
vista original no ha sufrido ningún cambio en este senti-
do». Pero su política continuó siendo la misma, hasta el ex-
tremo de que, temporalmente, Raeder desistió en su lucha.
«Es imposible recuperar el tiempo perdido», dijo el 25 de
julio; lo único que se podía hacer era que, una vez termina-
da la campaña contra Rusia, se concediese la prioridad a la
marina de guerra. Hitler le dio la promesa en este sentido;
publicó aquel mismo día unas directrices 195 que afirma-
ban, una vez más, que «el dominio militar de Europa des-
pués de la derrota de Rusia permitirá reducir los efectivos
de la Wehrmaclit en un próximo futuro», ventaja que re-
dundaría en especial beneficio de la marina de guerra y de
la Luftwaffe; durante el resto del año, Raeder no volvió a
presentar sus quejas.

II La Luftwaffe y la Guerra en el Atlantico


Las seguridades dadas por Hitler y el subsiguiente silencio
de Raeder, no sólo hacían referencia al programa de cons-
trucción de submarinos, sino también a la cooperación de
la Luftivaffe con la marina de guerra en la Batalla del
Atlántico. Resulta obvio, por la repetida promesa de Hitler
de concentrar todos sus esfuerzos, una vez derrotada Ru-
sia, en la marina de guerra y en las fuerzas aéreas, que la
decisión de volverse contra Rusia tuvo por efecto reducir,
inmediatamente y durante muchos meses, el número de
aviones disponibles para la batalla contra las vías de sumi-
nistro británicas. Además de las consecuencias que el ata-
que contra Rusia ejerció otras tantas veces. Fue rechazada
de nuevo y Hitler le manifestó a Raeder que esta idea pro-
porcionaría '«un gran disgusto» a Goeríng si se aceptaba.
Hasta no darse por vencido el 25 de julio, aunque sólo tem-
poralmente, Raeder continuó su campaña. El 18 de marzo
recalcó que «la marina de guerra siempre había estado

195 D. N., 174-C.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 249

acertada en la exposición de sus puntos de vista, o sea, que


sólo la concentración de los esfuerzos conjuntos de la mari-
na de guerra y de la aviación en el ataque contra los sumi-
nistros británicos ayudaría a conseguir la derrota de la
Gran Bretaña». «El único gran peligro que existe para la
Gran Bretaña, es un ataque concentrado contra la marina
británica por los barcos de superficie, los submarinos y
las fuerzas aéreas alemanes. La marina es el arma más vul-
nerable de la Gran Bretaña... Alcanzaremos el objetivo pre-
visto si, durante un período que exceda ligeramente los
seis meses, el tonelaje hundido se aproxima a la cifra más
elevada de hundimientos conseguido durante la Primera
Guerra Mundial.» El 20 de abril exigió «la colocación con-
tinuada de minas por medio de la aviación en las entradas
de los puertos como el medio más eficaz para completar la
acción de los submarinos, los navios de superficie y la avia-
ción en sus ataques contra las vías de suministro británi-
cas». El 25 de julio, declaró que «el empleo poco adecua-
do de las fuerzas aéreas comienza a revelar sus consecuen-
cias. A pesar de los constantes consejos del Estado Mayor
Naval, la Luftwaffe no ataca los portaaviones y los acora-
zados de combate en construcción o unidades estacionadas
en Scapa Flow». Por el contrario, se observaba una cre-
ciente superioridad de la flota naval británica que hacía ca-
da vez más difícil las actividades de la flota de superficie
alemana, como había quedado demostrado por el hundi-
miento del Bismarck el 27 de mayo, ya de por sí limitada
por el reducido número de unidades y la «falta de una
aviación naval»... para operar en el Atlántico.
Pero la aviación alemana estaba enfrascada ya en una dura
lucha en el Este. Una vez iniciada la campaña en el mes de
junio, la atención de Hitler se concentró casi exclusiva-
mente en Rusia. Inchiso el propio Raeder desistió de conti-
nuar su campaña a partir del mes de julio. Durante el oto-
ño siguiente, no se celebró ninguna conferencia entre Hi-
tler y Raeder desde el 17 de septiembre al 13 de noviembre.

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III El deseo de Hitler de evitar incidentes con Estados Uni-


dos
Incluso antes del comienzo de la campaña del Este, el inte-
rés principal de Hitler en el Atlántico había sido debido al
posible efecto que las operaciones en aquel futuro teatro
de guerra ejercerían sobre la probable entrada de los Esta-
dos Unidos en la guerra. Este problema interesó a Hitler
sólo por el cambio gradual en la actitud de los Estados Uni-
dos y, como resultado, por los pasos dados por el Gobierno
americano. Bajo la iniciativa del presidente Roosevelt, és-
tos continuaron durante el curso del año 1.941. Siempre se
efectuaron lejos del control de Hitler, a pesar de que éste
hizo todo lo que pudo, o creyó poder hacer, para impedir-
los y limitarlos.
El punto de partida de estos acontecimientos en el año
1941 fueron dos pasos que dio el Gobierno de los Estados
Unidos al comenzar la guerra. hijo de éstos fue la Declara-
ción Panamericana de Panamá, del mes de octubre del año
1939, que establecía un «cordón sanitario» alrededor de
todas las Amé-ricas desde el sur del Canadá, de una anchu-
ra de 300 a 1.000 millas de profundidad. Los beligerantes
habían sido advertidos previamente, de abstenerse de toda
acción militar dentro de este cordón sanitario. Más impor-
tante que éste, que fue ignorado tanto por Alemania como
por las potencias occidentales, fue la legislación de neutra-
lidad de los Estados Unidos del mes de noviembre del año
1939, que anuló la anterior legislación que prohibía la com-
pra de armas por parte de los beligerantes, en interés de
las potencias occidentales, pero, al mismo tiempo, para
aislar a los Estados Unidos del conflicto, se prohibió a los
barcos americanos navegar por las zonas declaradas de
combate, de forma que todas las compras efectuadas por
las potencias occidentales debían ser transportadas por di-
chas potencias en sus propios barcos.
Otro de los pasos que dio el presidente Roosevelt, además
de los ya mencionados, «fue eliminar el signo dólar», a fin
de facilitar la compra de material de guerra por parte de la

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Gran Bretaña. El 11 de marzo del año 1941 fue aprobada


por la Cámara de Representantes la Ley de Préstamo y
Arriendo, y el presidente Roosevelt anunció al mundo que
significaba «el fin del compromiso con la tiranía»; esta Ley
permitía arrendar al Reino Unido barcos, aviones, víveres
y municiones. Al mismo tiempo, Raeder comenzó a sospe-
char que los barcos americanos se dedicaban a escoltar los
convoyes hasta la altura de Islandia, donde los buques bri-
tánicos se hacían cargo de la escolta.
La primera reacción de Raeder, el 18 de marzo, fue propo-
ner que Alemania insistiera cerca de los Estados Unidos
para que éstos extendieran sus zonas prohibidas a la nave-
gación incluyendo Islandia y los estrechos de Alemania;
que Alemania comunicara a América que sus barcos serían
atacados, tanto en las zonas antiguas como en las nuevas,
sin previa advertencia; que se negara a respetar la zona de
neutralidad panamericana o, al menos, reconocerla sólo en
una profundidad de 300 millas; y que, aun en el caso de
hallarse fuera de estas zonas, los barcos americanos pudie-
ran ser detenidos y examinados, y hundidos en el caso de
que transportasen contrabando. La primera reacción de
Hitler fue mostrarse de acuerdo con estas proposiciones;
incluso se mostró conforme con limitar la zona americana
en una profundidad de tres millas.
Pero no se atrevió a tomar una decisión definítiva sobre es-
te problema; el 12 de abril 196 insistió Raeder de nuevo en
sus proposiciones y el 20 de abril, después de discutir el
asunto con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Hitler, a
pesar del hecho de que el Gobierno de los Estados Uni-
dos había anunciado recientemente su intención de
ocupar Groenlandia con fines defensivos, y la extensión
hacia el este de su zona de seguridad y zonas de patrulla
hasta el 26° oeste, y, a pesar del hecho de que éstas fueron
ampliadas poco después a fin de incluir también Islandia,
aceptó un compromiso. «En vista de la actual actitud vaci-

196 D. N., 849-D.

251/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 252

lante por parte de América con respecto a los aconteci-


mientos en los Balcanes», decidió que reconocía la zona
Panamericana al norte de los 20° N, en las latitudes corres-
pondientes con las costas de los Estados Unidos, pero que
al sur de esta línea reconocía sólo una zona limitada a las
300 millas de profundidad desde las costas americanas.
Dentro de estas zonas ordenó que no se llevara a cabo nin-
guna acción hostil contra los barcos de los Estados Unidos.
Mientras se acercaba la fecha del ataque contra Rusia, se
produjeron incidentes ocasionales con los buques de gue-
rra y barcos mercantes de los Estados Unidos, incidentes
inevitables ya que Alemania y los Estados Unidos interpre-
taban cada uno a su modo los límites de las zonas de segu-
ridad americanas, y porque los Estados Unidos, en lugar
de declarar Islandia zona de guerra y, por lo tanto, pro-
hibida a sus barcos, comenzó a prestar una ayuda positiva
a la Gran Bretaña escoltando sus convoyes y ayudando in-
cluso a la persecución de los barcos alemanes a partir del
mes de abril 7 197 pero estos incidentes sólo avivaron los
temores de Hitler por las posibles consecuencias sobre la
opinión pública americana, sobre todo, cuando el presi-
dente Roosevelt hizo referencia a los mismos el 20 de ju-
nio, calificándolos de actos de piratería en abierta viola-
ción de la libertad de los mares; y el 21 de junio declaró
nuevamente que «hasta que la operación «Barbarosa» no
haya rendido ya sus primeros frutos, desea evitar todo inci-
dente con los Estados Unidos... Al cabo de unas semanas
la situación aparecerá más clara y podemos contar con que
ejercerá un efecto favorable sobre los Estados Unidos...

197Con respecto a la creciente actividad americana en el Atlánti-


co, véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The
Grand Alliance), cap. VIII. Entre estos incidentes, debe men-
cionarse la detención en alta mar del buque mercante america-
no Robín Moon, examinado y hundido por un submarino el 21
de mayo, y el buque de guerra de los Estados Unidos Texas,
perseguido por un submarino durante los días 19 y 20 del mes
de junio.

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América se sentirá menos tentada a entrar en la guerra...».


Pero no era fácil ordenar que se evitaran futuros inciden-
tes. Islandia, la zona principal de operaciones de los sub-
marinos durante aquella época, en lugar de ser una zona
cerrada, prohibida a los barcos americanos, había sido in-
cluida en la zona de neutralidad americana; y en tanto que
los barcos mercantes americanos no recibieron autoriza-
ción para formar parte de los convoyes hasta el 11 de julio
y podían ser reconocidos fácilmente por los submarinos
alemanes si viajaban por su cuenta y riesgo, los buques de
guerra americanos ayudaban en la esescolta de los convo-
yes británicos con sus operaciones de patrulla y no podían
ser diferenciados de los británicos durante los ataques a
los convoyes, sobre todo, de noche. Para superar esta difi-
cultad, Raeder propuso el 21 de junio que los ataques con-
tra los buques de guerra fueran prohibidos en una franja
de 50 a 100 millas al este de los límites occidentales de las
zonas declaradas de guerra por Alemania. Pero Hitler no
se contentó con esta proposición. Para asegurarse doble-
mente, insistió en que los ataques contra los buques de
guerra, tanto británicos como americanos, fueran prohibi-
dos durante las semanas próximas con el fin de eliminar
todo posible incidente.
Esta orden se transmitió inmediatamente a todos los sub-
marinos concediéndoles únicamente el permiso para ata-
car cruceros y navios de guerra de superior categoría que
fueran reconocidos claramente como británicos. Posterior-
mente se añadió, a pesar de que continuaba el permiso pa-
ra hundir, sin previa advertencia todos los buques mercan-
tes que se encontrasen fuera de los límites de la zona ame-
ricana reconocida por Alemania, que los buques mercantes
americanos que se encontrasen al este de estos límites
tampoco fuesen atacados si eran reconocidos como tales.
El 7 de julio el presidente Roosevelt avanzó un paso más
en sus decisiones al anunciar el envío de fuerzas navales de
los Estados Unidos a Islandia, de cuya defensa se había he-
cho ya cargo el Ejército de los Estados Unidos. Raeder exi-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 254

gió en consecuencia, el 9 de julio, que se aclarara si esta


decisión debía ser interpretada como «la entrada de Amé-
rica en la guerra o como un acto de provocación que debía
ser ignorado». Hitler tenía el máximo deseo en «aplazar la
entrada en la guerra de los Estados Unidos durante un
mes o dos... La campaña del Este exigía el uso de todas las
fuerzas aéreas disponibles, las cuales él no deseaba trasla-
dar a otro frente... Una campaña victoriosa ejercerá un
efecto favorable sobre toda la situación y, probablemente,
también sobre la actitud de los Estados Unidos. Por consi-
guiente, por el momento, no desea que se efectúe ningún
cambio en las instrucciones dadas y que se tomen las medi-
das posibles para evitar futuros incidentes».
El Estado Mayor Naval se mostró reacio a esta política.
Prohibió el ataque contra los buques de guerra, a no ser
que éstos fueran identificados sin lugar a dudas como bu-
ques enemigos, desde cruceros hasta las categorías supe-
riores. Insistió en la orden ya dada de que los barcos mer-
cantes americanos, reconocidos como tales, debían conti-
nuar inmunes. Sin embargo, estas instrucciones eran difí-
ciles de aplicar en la confusión que reinaba en el Atlántico
y no podían garantizar en modo alguno el que pudieran ser
evitados futuros incidentes. Por consiguiente, Hitler se vio
en la necesidad de hacer div versas concesiones para hacer
más viables sus instrucciones. El 18 de julio 198, en un «su-
plemento a la orden prohibiendo ataques contra buques de
guerra y barcos mercantes de los Estados Unidos en la zo-
na de operaciones del Atlántico Norte», fueron autori-
zados de nuevo los ataques contra barcos americanos que
viajasen, tanto en convoyes americanos o británicos o por
su propia cuenta y riesgo, dentro de los límites de las anti-
guas zonas de combate americanas. El 25 de julio aseguró
a Raeder que «jamás le pedirá cuentas al comandante de
un submarino si por error torpedea un barco americano».
Pero las antiguas zonas de combate americanas, en torno

198 D. N., 118-C.

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al Reino Unido, poca o ninguna importancia tenían ya en


relación con las operaciones en curso; «la ruta marítima
Estados Unidos-Islandia» 199 fue específicamente excluida
de la autorización del 18 de julio; y el 25 de julio reiteró su
deseo de que «en lo posible, se evitaran futuros incidentes,
con el fin de impedir que los Estados Unidos declaren la
guerra mientras dure la campaña del Este». El 22 de agos-
to rechazó una proposición del Estado Mayor Naval de que
la zona panamericana en aguas de América del Sur, reco-
nocida por aquel entonces por Alemania en una profundi-
dad de 300 millas, fuese, limitada a sólo 200 millas.

199Edward Frederick Lindley Wood, 1er Conde de Halifax, KG,


OM, GCSI, GCMG, GCIE, PC (16 de abril de 1881–23 de diciem-
bre de 1959), conocido como Lord Irwin entre 1925 y 1934, y co-
mo Vizconde Halifax desde 1934 hasta 1944, fue un político con-
servador del Reino Unido. A menudo es recordado como uno de
los arquitectos de la política de apaciguamiento anterior a la Se-
gunda Guerra Mundial. Durante varios años ocupó responsabili-
dades ministeriales en el gabinete, siendo la más destacada de
ellas la de Secretario de Estado de Asuntos Exteriores en 1938,
cuando se firmaron los Acuerdos de Múnich. En abril de 1926
sucedió a Lord Reading como Virrey de la India, ocupando el
cargo hasta 1931.Nacido en una familia originaria del oeste del
Reino Unido, los tres hermanos mayores de Halifax murieron
durante la infancia, dejándole como heredero del título nobiliar-
io de su padre. Halifax nació con el brazo izquierdo atrofiado y
carente de mano, hecho que no le impidió aprender a montar a
caballo, cazar o disparar. Hijo de Charles Wood, 2º Vizconde
Halifax, fue educado en el Eton College y en el Christ Church
College de Oxford, llegando a ser miembro del All Souls College.
Entre 1910 y 1925 ejerció como miembro del Parlamento. Du-
rante la Primera Guerra Mundial sirvió como Mayor en el regi-
miento de los Dragones de Yorkshire, aunque prácticamente no
entró en batalla, siendo destinado a tareas administrativas en
1917.

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Sin embargo, no fue posible evitar futuros incidentes 200; y


éstos incitaron al presidente Roosevelt a tomar la iniciati-
va. El 11 de septiembre publicó la orden de «disparar pri-
mero» y declaró que «desde este momento si los buques
alemanes o italianos penetran en aguas cuya protección es
necesaria para la defensa de América, lo harán por su
cuenta y riesgo». El 15 de septiembre su secretario de Ma-
rina definió la expresión «aguas» afirmando que «la mari-
na de guerra americana protegerá todos los barcos, sea
cual sea la bandera que enarbolen, que transporten mate-
rial de Préstamo y Arriendo entre el continente americano
y las aguas de Islandia». El 16 de septiembre se concedió
por vez primera protección a los convoyes británicos a par-
tir de Halifax 201 . Anticipándose al desarrollo de estas me-
didas previstas en el discurso del Presidente, Raeder decla-
ró el 7 de septiembre que «no existe ya ninguna diferencia
entre los barcos británicos y americanos»; y él y Doenitz
202 sometieron a Hitler, durante la conferencia celebrada

en aquella fecha, unas enmiendas detalladas y completas


en relación con las instrucciones alemanas que regían la
guerra en el Atlántico.
El contenido de sus proposiciones era que todo barco de
guerra, británico o americano, que escoltase un convoy, y
cualquier barco mercante que formase parte del mismo,
podía ser hundido, dentro o fuera de la zona de defensa
americana, excepción hecha de una zona hasta 20 millas
de la costa americana o hasta el 60° oeste, que era el límite
de la zona de defensa americana reconocida por Alemania.
Hitler insistió, sin embargo, en que «se evitaran todos los
incidentes en la guerra contra los barcos mercantes hasta
200 El buque mercante Sessa, que enarbolaba la bandera del Pa-
namá, fue hundido el 17 de agosto a 300 millas al sudoeste de
Islandia. El 4 de septiembre se entabló una lucha entre el des-
tructor Geer de los Estados Unidos y un submarino alemán a
63° N., 27°, 31' W.
201 W. S. Churchill, The Second World War, vol ÍII (The Gra-

na Áttiance), pág. 459.

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mediados de octubre»; y después de una detallada discu-


sión de la situación en su conjunto, durante la cual expuso
de que «a fines de septiembre tendrá lugar la gran decisión
en la campaña de Rusia», Raeder y Doenitz retiraron sus
proposiciones.

202 Karl Dönitz (Berlín, entonces Imperio alemán; 16 de sep-


tiembre de 1891 – Hamburgo, entonces Alemania Occidental
(actual Alemania); 24 de diciembre de 1980) fue un marino
alemán que participó en la Primera y en la Segunda Guerra
Mundial. Comandó la Kriegsmarine de la Alemania nazi entre el
30 de enero de 1943 hasta el final de la guerra, con el rango de
Großadmiral. Fue designado sucesor como Reichspräsident de
su país por Adolf Hitler, cargo que desempeñó por 23 días entre
el 30 de abril y el 23 de mayo de 1945, cuando fue detenido por
orden de la Comisión Aliada de Control.
Karl Dönitz fue quien ordenó firmar la rendición de Alemania
ante los Aliados y la Unión Soviética el día 8 de mayo de 1945,
terminando con ello la II Guerra Mundial en Europa. Fue dete-
nido por las Fuerzas Aliadas y llevado a la ciudad de Núrem-
berg, donde fue juzgado por crímenes de guerra y crímenes con-
tra la paz. Se le acusó de haber instruido a sus tropas para la
guerra aun en tiempos de paz y de ser el responsable de la Or-
den N.º 154, por la cual se desarrolló la ilimitada guerra sub-
marina, violando los principios de la guerra naval. Fue declara-
do culpable y condenado a diez años y 20 días de prisión, salien-
do en libertad el 1 de octubre de 1956, retirándose a vivir en una
aldea cercana al puerto de Hamburgo. Se dedicó a escribir acer-
ca de sus experiencias durante la guerra, llegando a publicar dos
autobiografías. Murió en 1980 a los 89 años. Nacido en la ciu-
dad de Berlín, Karl Dönitz ingresó en 1910 en la Marina Imperi-
al con el rango de cadete. Participó en la Primera Guerra Mun-
dial como miembro de la tripulación del crucero Breslau, que
realizó diversas operaciones militares en el Mar Mediterráneo.
Cuando su navío pasó a formar parte de la flota del Imperio oto-
mano, Dönitz entró en acción en el Mar Negro contra fuerzas de
la Armada del Imperio ruso. En 1916 solicitó su trasferencia a la
fuerza de submarinos, lo cual fue aceptado en octubre de aquel
año.

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El problema no volvió a ser discutido durante los dos me-


ses siguientes. No se celebró ninguna conferencia entre
Raeder y Hitler desde el 17 de septiembre hasta mediados
de noviembre; Hitler dedicaba todo su tiempo y toda su
atención a la lucha que se desarrollaba en el Este. Pero su
actitud con respecto a la situación en el Atlántico no sufrió
ningún cambio. Durante la siguiente oportunidad que se le
presentó, el 13 de noviembre, Raeder le preguntó cuál se-
ría su actitud si los Estados Unidos anulaban el Acta de
Neutralidad que prohibía a los barcos americanos dirigirse
a los puertos ingleses. Hitler le contestó que no cambiaría
las órdenes existentes, o sea, que «todos los barcos mer-
cantes, incluyendo los americanos, pueden ser torpedea-
dos sin previa advertencia, pero sólo en las zonas de com-
bate», y que los barcos de guerra americanos no debían ser
atacados.
Hitler observó que se dictarían órdenes oportunas en el ca-
so de «observarse algún cambio en la situación». Sin em-
bargo, a pesar de que el Senado de los Estados Unidos anu-
ló el 30 de octubre el Acta de Neutralidad y la Cámara de
Representantes el 13 de noviembre, el Gobierno de los Es-
tados Unidos no había dado todavía ningún paso formal
en este sentido, cuando la situación cambió por completo.
La situación en el Atlántico y la actitud de Hitler con res-
pecto a la misma continuó como hasta el mes de septiem-
bre cuando se realizó el ataque japonés contra Pearl Har-
bour el 7 de diciembre del año 1941 y los Estados Unidos
entraron finalmente en la guerra.

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Capitulo IX

Las Negociaciones Germano-Japonesas en 1941

I La presion alemana sobre el japon para un ataque sobre


Singapur
Las negociaciones entre Hitler y el Japón, durante los me-
ses anteriores al ataque contra Pearl Harbour, eran ajenas
por completo al objetivo que se perseguía con su política
en el Atlántico. Al principio, es cierto, sus esfuerzos con el
Japón se vieron guiados por la esperanza de que, conjunta-
mente con el ataque alemán contra Rusia, la entrada del
Japón en la guerra precipitaría el hundimiento final de la
Gran Bretaña e impediría a los Estados Unidos embarcarse
en la aventura; y, teniendo en cuenta este objetivo, su in-
tención era poder convencer a los japoneses de lanzar lo
antes posible el ataque contra Singapur. Pero se vio obliga-
do a admitir ya desde un principio que una acción de esta
índole por parte del Japón podía llevar a los Estados Uni-
dos a la guerra al lado de la Gran Bretaña; y, durante el
curso de las negociaciones, aplazadas continuamente por
la táctica dilatoria de los japoneses, se mostró cada vez
más dispuesto a correr el riesgo, a pesar de la excesiva pru-
dencia que observaba en el Atlántico.
Ejerció por vez primera presión sobre los japoneses para
que atacaran Singapur el 23 de febrero de 1941, durante
una conferencia entre Ribbentrop y el general Oshima, em-
bajador japonés en Berlín 203. Ribbentrop se esforzó, du-
rante esta entrevista, en hacer resaltar que Alemania había
qpnseguido ya la victoria en el Oeste, que el hundimiento
de la Gran Bretaña sólo era cuestión de tiempo. Pero se es-
forzó todavía más para persuadir al Japón a entrar en la
guerra lo antes posible mediante un ataque contra el su-
deste de Asia.

203 D. N., 1834-PS; Proceedings, part. 2, págs. 263-6, 279-80.

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El Japón debería iniciar lo antes posible una acción en este


sentido si quería «asegurarse, durante la guerra, la posi-
ción que deseaba ocupar en el mundo para cuando se fir-
maran ios tratados de paz». «Tenemos el deseo — conti-
nuó — de terminar pronto la guerra y obligar a la Gran
Bretaña a entablar negociaciones de paz. Para este fin, es
muy importante la colaboración del Japón...» La interven-
ción del Japón destruiría la posición clave de la Gran Bre-
taña en el Lejano Oriente:
«Las consecuencias en la moral del pueblo británico serían
muy graves y esto contribuiría grandemente a apresurar el
fin de la guerra... Una íntervención por sorpresa por parte
del Japón obligaría a América a no entrar en la guerra.
América no está preparada y no se expondrá a que su mari-
na de guerra corra ningún riesgo al oeste de Hawai. Si el
Japón respetaba los intereses americanos, no existiría la
posibilidad de que Roosevelt pudiera usar los argumentos
del prestigio perdido y de hacer que los americanos halla-
ran la guerra plausible...»
Hitler, en tanto, albergaba la esperanza de. la intervención
del Japón que, conjuntamente con el ataque alemán contra
Rusia, impediría la entrada de los Estados Unidos en la
guerra, siempre había reconocido la posibilidad de que su
plan no resultara a su completa satisfacción. El 8 de enero
de 1941, a pesar de la esperanza de que, «si Rusia se rinde,
el Japón se sentirá muy aliviado y esto, a su vez, significará
un mayor peligro para los Estados Unidos», había conside-
rado la conveniencia de «dejar las manos libres a los japo-
neses con respecto a Singapur, aun en el caso de que esto
entrañe el riesgo de que los Estados Unidos se vean obliga-
dos a dar un paso enérgico». Ribbentrop, por consiguiente,
a pesar de la afirmación anterior, creyó prudente admitir
que un ataque japonés contra el sudeste de Asia era po-
sible que obligase a los Estados Unidos a entrar en la gue-
rra. Pero continuó arguyendo de que se trataba de un ries-
go que debía correrse.

261/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 262

Manifestó, además:
«Si América declara la guerra como consecuencia de la en-
trada en la misma del Japón, demostrará esto que América
había tenido ya la intención de entrar en la contienda más
pronto o más tarde... A pesar de que era preferible evitarlo,
la participación de América en la guerra no era en modo
alguno decisiva y no haría peligrar la victoria final de los
países dignatarios del Pacto de los Tres... El momentaneo
alivio que experimentaría la Gran Bretaña por la entrada
de América en la guerra, sería anulado inmediatamente
por la participación del Japón en la misma. En todo caso,
aun cuando los americanos entraran en la guerra, no dis-
ponían de medios militares... América no osaría mandar
su flota naval más allá de Hawai... En el Atlántico no hay
misiones que cumplir, excepto para Inglaterra. Un desem-
barco en Europa es imposible, y África está demasiado le-
jos... En un ataque aéreo, Alemania siempre gozaría de
superioridad... y, si en contra de todos los pronósticos, los
americanos eran lo bastante imprudentes para enviar su
flota naval más allá de Hawai, representaría esto la mayor
oportunidad que se les podría ofrecer a las potencias del
Eje para terminar la guerra rápidamente.»
Ribbentrop estaba convencido de que «en este caso, la flo-
ta naval japonesa cumplirá de un modo terminante con su
misión».
Durante esta conferencia, Ribbentrop se limitó a exponer
los puntos de vista que Hitler había expresado en ocasio-
nes anteriores y que el propio Hitler confirmó en unas di-
rectrices el siguiente 5 de marzo 204. Firmadas por Keitel
como jefe del O.K.W., estas directrices representaban la
confirmación autorizada de la política de Hitler con respec-
to a la colaboración con el Japón.
«Debe ser nuestra aspiración inducir al Japón, lo antes po-
sible, a tomar nuevas medidas militares en el Lejano
Oriente. Poderosas fuerzas británicas se encontrarán

204 D. N., 75-C, Proceedings, part. 2, págs. 206-6

262/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 263

arrastradas por dicha acción y el centro de gravedad de los


intereses de los Estados Unidos se dirigirán hacia el Pacífi-
co. Cuanto antes intervenga el Japón, tanto mayores serán
las posibilidades de éxito... La operación «Barbarosa»
creará las condiciones militares y políticas previas espe-
cialmente favorables para este caso... La coordinación de
los planes de operaciones de los dos países incumbe al Alto
Mando de la marina de guerra. Se guiará por los siguientes
principios:
a) La aspiración común en la dirección de la guerra es for-
zar lo más rápidamente posible la rendición de Inglate-
rra, y, con ello, impedir la entrada de los Estados Unidos
en la guerra...
V) La conquista de Singapur como posición clave británi-
ca en el Lejano Oriente representará un éxito decisivo pa-
ra la continuación de la guerra por las potencias del Eje.
»En acciones adicionales, los ataques contra otras bases
del poder naval británico, que deben extenderse igualmen-
te a las bases americanas si no se puede, impedir la entra-
da de los Estados Unidos en la guerra, debilitarán la poten-
cia marítima del enemigo en aquella región y... ligarán con-
siderables fuerzas de toda clase (Australia)...»
La actitud de Raeder fue la misma que la de Hitler. Tam-
bién él era del parecer de que era vital para la guerra con-
tra la Gran Bretaña persuadir al Japón a iniciar una acción
inmediata contra Singa-pur y que se podría evitar la entra-
da de los Estados Unidos en la contienda si los japoneses
actuaban con la suficiente rapidez, pero que debía aceptar-
se el riesgo de que sucediera lo contrario.
«El Japón (declaró durante una reunión el 18 de marzo de
1941) desea evitar la guerra con los Estados Unidos si es
posible, y lo logrará si se apodera de Singapur gracias a un
ataque decisivo lo antes posible. Los Estados Unidos no es-
tán preparados para luchar en una guerra contra el Japón;
toda la flota naval británica está ocupada; la oportunidad
es más favorable ahora que nunca. El Japón se está prepa-
rando para intervenir, pero, según las declaraciones de los

263/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 264

oficiales japoneses, no quiere lanzarse a la acción hasta


que Alemania no invada la Gran Bretaña. Por consiguien-
te, Alemania ha de hacer todos los esfuerzos posibles para
convencer al Japón de actuar lo antes posible...»
Hitler y Ribbentrop, durante posteriores conferencias que
celebraron con los japoneses en Berlín,
hicieron supremos esfuerzos teniendo siempre en cuenta
esta finalidad. El 29 de marzo repitió Ribbentrop sus ante-
riores argumentaciones al ministro de Asuntos Exteriores
japonés, Matsuoka, que se hallaba de visita en Berlín 205.
«La flota naval británica... no está en condiciones de man-
dar una sola unidad al Lejano Oriente... Los submarinos
de los Estados Unidos son tan imperfectos que el Japón no
necesita preocuparse con respecto a los mismos... América
no puede emprender ninguna acción militar contra el Ja-
pón... Roosevelt lo pensará dos veces antes de decidirse a
tomar medidas activas... El Führer — que probablemente
debe ser considerado como el mayor expertq en cuestiones
militares de la hora presente — puede aconsejar al Japón
sobre el mejor método de ataque a seguir contra Singa-
pur... Con la conquista de este puerto, el Japón obtendrá
una influencia decisiva sobre las Indias neerlandesas.»
El 4 de abril el propio Hitler se entrevistó con Matsuoka
206, el cual manifestó que el «Japón haría todo lo que estu-

viese en su poder para evitar una guerra con los Estados


Unidos». La respuesta de Hitler fue un resumen de los
puntos de vista ya anteriormente expuestos. «También
Alemania considera desfavorable una guerra con los Esta-
dos Unidos...» Por otra parte, a pesar de que era vital que
el Japón emprendiese una acción contra Singapur, existía
el riesgo de que esta acción obligase a los Estados Unidos a
intervenir; y este riesgo debía ser aceptado.
«La Providencia siempre ha favorecido a aquellos que no
han permitido que los peligros se acercasen a ellos, sino

205 D. N., 1877-PS; Proceedings, pa.it. 2, págs. 269-71.


206 D. N., 1881-PS; Proceedings, part. 1, págs. 178-80.

264/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 265

que incluso se han enfrentado valientemente con los mis-


mos. Alemania ha tomado ya las medidas necesarias para
una tal contingencia... Alemania ha hecho sus preparativos
y ha tomado sus precauciones para que ningún americano
pueda desembarcar en Europa. Gracias a su superior expe-
riencia, podría lanzarse a una lucha feroz con sus submari-
nos y fuerzas aéreas contra América... Alemania interven-
dría sin retraso alguno en el caso de una guerra entre Amé-
rica y el Japón ya que la fuerza de las potencias tripartitas
se basa precisamente en la coordinación de sus accio-
nes...»
Durante una entrevista final con Matsuoka, el 5 de abril
207, Ribbentrop insistió, entre otras cosas, sobre estos argu-

mentos.
Deseaba que Matsuoka se llevara consigo al Japón los si-
guientes puntos. Alemania ha ganado ya la guerra... Pero
la entrada del Japón en la misma serviría para apresurar el
fin de las hostilidades. Esto está, sin duda alguna, más en
interés del Japón que de Alemania ya que le ofrece una
oportunidad única, que tal vez no vuelva a presentarse, de
conseguir los objetivos nacionales del Japón, una opor-
tunidad que le permitirá jugar un papel predominante en
el Lejano Oriente.
Pero admitió, al igual que Hitler que, con respecto a los Es-
tados Unidos, «era necesario, desde luego, correr un cierto
riesgo».
Lo más sobresaliente en este aspecto de las negociaciones
con el Japón, es la actitud de Hitler en aceptar los riesgos y
en perseguir fines confusos e incompatibles. Por un lado,
deseaba mantener a los Estados Unidos lejos de la guerra;
y sus propios esfuerzos en el Atlántico durante el año 1941,
son un testimonio por demás evidente de su deseo en este
sentido. Por otro lado, su deseo más imperativo era termi-
nar la guerra con la Gran Bretaña, «debilitar la posición de
Inglaterra», tal como declaró Ribbentrop ante el Tribunal

207 D. N., 1862-PS; Proceedings, part. 2, págs. 271-2.

265/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 266

Militar de Nurenberg, «y de esta forma conseguir la paz» ;


y, en consecuencia, estaba dispuesto a correr el riesgo de la
entrada de los Estados Unidos en la guerra en compensa-
ción a la entrada en la misma del Japón. 208
Este deseo era incrementado con cada aplazamiento japo-
nés; pero existió ya desde un principio, y se debió princi-
palmente al deseo de forzar a la Gran Bretaña a aceptar
sus condiciones, y fue también el resultado, en parte, como
lo había sido en su decisión de atacar a Rusia el de una
confianza desmesurada en la potencialidad de su posición
europea, de una negativa a querer enfrentarse con las con-
secuencias de la entrada de América en la guerra. A pesar
de lo mucho que deseaba evitar este desarrollo de los acon-
tecimientos, estaba interesado aún más en aplazarlo; y se
sintió impulsado a buscarlo en el Lejano Oriente, en tanto
trataba de evitarlo en el Atlántico, convencido de que, aun
cuando fuese desfavorable, no sería desastroso.

II La negativa de Hitler de informar al Japon acerca de sus


intenciones de atacar Rusia
Si lo que hemos expuesto revela la naturaleza confusa y di-
vidida de las ambiciones y aspiraciones de Hitler, otro as-
pecto de las negociaciones germano-japonesas demuestran
la desunión existente en el seno de las potencias del Eje y
el grado en que el propio Hitler era responsable de esta de-
sunión. El ataque contra Pearl Harbour, que ocurrió mien-
tras él hacía esfuerzos en el Atlántico para evitar o, por lo
menos, aplazar la entrada de los Estados Unidos en la gue-
rra, al suceder en unas pocas horas lo que él había tratado
de impedir durante meses, fue un desastre que había temi-
do desde comienzos de aquel año. Pero si se trataba de un
acontecimiento que con mayores precauciones hubiese po-
dido evitar, era al mismo tiempo uno de aquellos acaeci-
mientos que, debido a sus métodos de dirigir las negocia-
ciones, recibió sin previa advertencia.

208 Proceedings, part. 10, págs. 200.

266/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 267

En sus relaciones con el Japón, como también con Italia,


no hizo ningún intento efectivo para colaborar con un país
que él admitía como factor importante en sus planes. Era
por temperamento incapaz de cooperar o negociar. Era ca-
racterístico de su actitud, con respecto a estos problemas,
que hablaba como si poseyera poder absoluto para ordenar
la cooperación, como, por ejemplo, cuando el 8 de enero
de 1941, dijo que «debe concederse manos libres a los japo-
neses con respecto a Singapur».
Lo que, en especial, en sus relaciones con el Japón, creó
malestar para el futuro, fue su negativa a divulgar su inten-
ción de atacar a Rusia. Fue por esta razón que Ribbentrop,
a pesar de haber mencionado el nombre de Rusia durante
la entrevista celebrada con Oshima el 23 de febrero de
1941, se limitó a decir que, «si estallara un conflicto no de-
seado con Rusia», Alemania estaría preparada y se véala
obligada a «llevar la carga principal...» 209. En las directri-
ces del 5 de marzo, Hitler ordenó específicamente que «los
japoneses no deben ser informados de la operación «Bar-
barosa» 210; y fue esta instrucción la que dio ocasión a Rae-
der a hacer su observación el 18 de marzo. Estaba de
acuerdo en que el Japón debía ser estimulado a conquistar
Singapur, fuese cual fuese el riesgo de la intervención por
parte de los Estados Unidos. Su propósito, desde luego, al
plantear el tema en aquel momento, era conseguir que Hi-
tler ejerciera toda su presión sobre el ministro de Asuntos
Exteriores del Japón, Matsuoka, durante su anunciada vi-
sita a Berlín, a fin de asegurarse la pronta acción por parte
de los japoneses. Pero el comandante en jefe de la marina
de guerra estaba ya preocupado por las dificultades de una
colaboración con el Japón y por la seguridad de que se
prestaría muy poca atención a las mismas para poderlas
superar eficazmente. Insistió en especial el 18 de marzo en
que el esfuerzo para estimular al Japón en su acción contra

209 D. N., 1834-PS.


210 D. N., 75-C.

267/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 268

Singapur debía ser apoyado con la noticia del previsto ata-


que contra Rusia. «El ministro de Asuntos Exteriores del
Japón — dijo —, ha expresado sus dudas con respecto al
problema ruso... dudas relacionadas con la entrada del Ja-
pón en la guerra... y, por consiguiente, Matsuoka debería
ser informado con respecto a nuestras intenciones con Ru-
sia» 211.
Durante la primera entrevista celebrada con Matsuoka el
29 de marzo, resulta evidente que Ribben-trop, a pesar de
las sugerencias de Raeder, había recibido órdenes concre-
tas de insinuar tan sólo la posibilidad de una guerra ruso-
germana. El que insinuara esta posibilidad se debió a que
se habían iniciado ya negociaciones ruso-japonesas para la
conclusión de un pacto entre los dos países. Ribbentrop se
vio obligado, en consecuencia, a comenzar por decir que
«será preferible, en vista de la situación en un aspecto ge-
neral, no llevar demasiado lejos las discusiones con los ru-
sos», y, luego, se vio en la necesidad de justificar esta afir-
mación. «No sabía el posible rumbo que podían tomar los
acontecimientos. Una cosa, sin embargo, era cierta, que
Alemania intervendría inmediatamente si Rusia atacaba al
Japón. Estaba dispuesto a dar todas las garantías necesa-
rias a Matsuoka de que el Japón podía lanzarse libremente
a la acción en Singapur sin tener posibles complicaciones
con Rusia...» Luego, habló algo más claro. «La mayor par-
te de la Wehrmacht — añadió—, se encuentra en las fronte-
ras este del Reich, completamente preparada para iniciar
el ataque en cualquier momento. En el caso de que Alema-
nia se viera mezclada en un conflicto con Rusia, la U.R.S.S.
sería aniquilada en cuestión de muy pocos meses... Desea-
ba que Matsuoka comprendiera el alcance de sus palabras
en el sentido de que un conflicto con Rusia cabía dentro de
todas las posibilidades, dadas las circunstancias políticas
del momento...
211Véase la referencia de esta entrevista en los archivos navales
alemanes (D. N., 170-C, id. 134). Los comentarios de Raeder
constan igualmente en D. N., 152-C.

268/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 269

La situación era tal que un conflicto, aunque no probable,


debía ser considerado como posible.»
Ribbentrop tenía sumo interés, por su forma de expresar-
se, de achacar la responsabilidad de una guerra ruso-ger-

269/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 270

mana a Rusia: estaba convencido, le dijo a Matsuoka, «que


Rusia hará todo lo posible por evitar los acontecimientos
que pudieran conducir a una guerra... pero era todavía in-
seguro si Stalin estaba decidido o no a continuar su políti-
ca francamente enemistosa hacia Alemania...». Es igual-
mente evidente que seguía ateniéndose a las órdenes reci-
bidas de ocultar, en lo posible, el hecho de que Hitler había
decidido ya atacar a Rusia.
Que ésta continuaba siendo la línea política de Hitler, se
desprende de sus observaciones del 20 de abril, cuando
Raeder le preguntó por el resultado de la visita de Matsuo-
ka. «¿Cuál ha sido el resultado de la visita de Matsuoka?
¿Qué impresión se ha obtenido con respecto al pacto ruso-
japones?» La respuesta de Hitler fue sumamente evasiva.
Matsuoka había sido informado de que «Rusia no será ata-
cada en tanto mantenga una actitud amistosa de acuerdo
con el pacto; en caso contrario, el Führer se reserva el de-
recho de proceder en consecuencia». Esta respuesta equi-
valía a rechazar las proposiciones hechas por Raeder de.
que el Japón debía ser informado del previsto ataque con-
tra Rusia. En cuanto a la última pregunta de Raeder, Hi-
tler se contentó con decir que «el pacto ruso-japones se lle-
vará a cabo con el consentimiento de Alemania...; de esta
forma el Japón se verá impedido a lanzar cualquier acción
contra Vladivostock, e inducido, por el contrario, a fijar to-
da su atención en el objetivo.
Hay que admitir que el Japón no tenía intención de atacar
Singapur a no ser que ello entrara dentro de sus propios
planes e intenciones. Con respecto a cuáles serían estos
planes, el propio Gobierno japonés se hallaba dividido : al
mismo tiempo que Matsuoka se trasladaba a Berlín y a
Moscú, los comandantes de la marina de guerra y de las
fuerzas aéreas japonesas recibieron órdenes de preparar
planes de operaciones contra Pearl Harbour y las Filipinas,
y Nomura fue enviado a Washington para estudiar las posi-

270/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 271

bilidades de un acuerdo con los Estados Unidos 212. Es cier-


to también que, lo mismo que estaba perfectamente ente-
rado del riesgo de la entrada de los Estados Unidos en la
guerra, el Gobierno japonés, basándose en las conversacio-
nes oídas en Berlín, consideraba como muy posible una
guerra ruso-alemana. Sus intenciones, según el agregado
militar alemán el 24 de mayo 213, eran atacar Manila y Sin-
gapur si los Estados Unidos entraban en la lucha «si una
guerra ruso-alemana provoca la intervención de los Esta-
dos Unidos», para llevar a cabo las operaciones antes ci-
tadas y atacar posiblemente también Vladivostock y Blago-
wesquensk 214. A pesar de estas promesas, sin embargo, la
presión alemana sobre el Japón no influía para nada en los
fríos cálculos de los japoneses, ni siquiera antes del ataque
alemán contra Rusia. El 22 de mayo de 1941, cuando pre-
guntó a Hitler por el estado de las relaciones con el Japón,
fue informado de que «sin duda, existían dificultades in-
ternas en el Japón».
En esta situación, incluso un esfuerzo especial alemán hu-
biese sido en vano; pero no cabe la menor duda de que tal
esfuerzo hubiera merecido, cuando menos, intentarse. Pe-
ro Hitler se aferraba a su clásica política de conservar en
secreto sus intenciones de atacar a Rusia y se limitó a aña-
dir el 22 de mayo que debe «ser continuada la política de
buena amistad». Y cuando, sin haber informado previa-
mente a los japoneses, se inició la campaña en el Este al
mes siguiente, el resultado fue que se creó un evidente ma-
lestar en las relaciones germano-japonesas. Mat-suoka fue
desposeído de su cargo de embajador por no haber conoci-
do las intenciones de Hitler; una mayoría dentro del Go-
bierno japonés se volvió contra sus recomendaciones de
que el Japón se uniera a Alemania, invocando el Artículo 5
212 Véase W. S. Churchill, The Second World War, vol. III (The
Grana Alliancé), pág. 161.
213 D. N., 1538-PS.
214 O Blagovestchensk: una ciudad en la frontera manchú do

la U.R.S.S.

271/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 272

del Pacto Tripartito, que decía que el instrumento no era


válido en contra de Rusia; y se decidió continuar con los
propios preparativos, de acuerdo con los intereses na-
cionales, para lanzar una ofensiva contra los mares del Sur
de cuya intención Alemania tampoco debía ser informada
215.

III La presion alemana ssobre Japon para un ataque sobre


Rusia
Las relaciones empeoraron posteriormente; primero, debi-
do al hecho de que los negociadores alemanes no se arre-
pintieron de su error; en segundo lugar, debido a que, des-
pués del ataque contra Rusia, aumentaron y alteraron sus
exigencias con una ignorancia total de los problemas estra-
tégicos con los cuales se enfrentaba el Japón. Después de
haber dado el consentimiento a la firma del pacto ruso-ja-
pones, a fin de poder mantener secretas sus propias inten-
ciones, y haber presionado a los japoneses para lanzar un
ataque contra Singapur en lugar de Vladi-vostock, comen-
zaron, de pronto a exigir que los japoneses lanzaran sus
ataques en contra de esta última ciudad en lugar de hacer-
lo contra Singapur.
Durante una entrevista celebrada con el embajador japo-
nés el 9 de julio y en un telegrama dirigido al embajador
alemán en Tokio el 10 de julio, expuso Ribbentrop los as-
pectos fundamentales de la nueva política. En el telegrama
216 insistía en que «el actual Gobierno japonés actuaría de

forma realmente inexcusable con respecto al futuro de su


nación, si no hacía uso de la única oportunidad que se le
ofrecía de solucionar para siempre sus problemas con Ru-
sia, así como asegurarse también la expansión hacia el sur
y liquidar de una vez la eterna cuestión china. Puesto que
Rusia... está al borde del aniquilamiento. .. es incomprensi-

215 Véase W. S. Churchill, «.The Second World Wor», vol. III


(The Grana Álliance), pág. 172.
216 D. N., 2896-PS; Proceedings, part. 2, pág. 273.

272/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 273

ble que el Japón no quiera solventar la cuestión de Vladi-


vostock y de la región de Siberia tan pronto haya termina-
do sus preparativos militares... Le ruego que haga uso de
todos los medios a su alcance para insistir en la entrada
del Japón en la guerra contra Rusia en una fecha lo antes
posible , tal como he mencionado ya en una nota dirigida a
Matsuoka... El objetivo natural continúa siendo el mismo,
y es, que nosotros y los japoneses establezcamos contacto
en el ferrocarril transiberiano antes de la llegada del in-
vierno. Después del hundimiento de Rusia, la posición del
Pacto de las Tres Potencias será tan gigantesca que la cues-
tión del colapso de Inglaterra o la total destrucción de las
islas inglesas será sólo cuestión de tiempo. Una América
totalmente aislada del resto del mundo no podrá oponerse
a que nos apoderemos de las restantes posiciones del Im-
perio británico que tan importantes son para los países sig-
natarios del Pacto de las Tres Potencias...»
El embajador alemán contestó, el 13 de julio 217, que estaba
haciendo «todo lo que estaba al alcance de su mano para
inducir al Japón a entrar lo antes posible en la guerra con-
tra Rusia...», y expresaba su esperanza de que «la partici-
pación japonesa no se haría esperar».
Durante su charla con el embajador japonés 218, Ribben-
trop expuso claramente que éste era el deseo de Hitler; y
añadió que el Führer sólo deseaba el ataque japonés con-
tra Rusia si creían disponer de fuerzas suficientes para lle-
var a cabo la empresa: en ningún caso podía permitirse
que las operaciones japonesas contra Rusia se quedaran a
medio camino. Lo que no aparece tan claro es si Hitler,
cuando ordenó su nueva política, reconoció que el ataque
japonés contra Rusia sólo podía realizarse a expensas de
abandonar el tan encarecido plan de ataque japonés contra
Singapur. Sin embargo, a pesar de que el telegrama de Rib-
bentrop del 10 de julio hacía referencia a la «expansión en

217 D. N., 2897-PS; Proceedings, part. 2, pág. 274.


218 D. N., 2911-PS.

273/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 274

dirección sur», así como también al «problema ruso», el


riesgo era implícito al dirigir la presión alemana hacia el
nuevo objetivo; y las propias observaciones de Hitler, va-
rias semanas más tarde, revelan que estaba dispuesto a co-
rrer el riesgo. El 22 de agosto, cuando Raeder le preguntó
por su opinión con respecto a la actitud del Japón, replicó
que «estaba convencido de que el Japón llevará a cabo un
ataque contra Vladivostock tan pronto haya concentrado
las fuerzas necesarias para conseguirlo». Prescindiendo
del hecho de que parecía darse por satisfecho con la nueva
situación creada, en ningún momento mencionó el nom-
bre de Singapur; a pesar de que añadió que suponía que
«el Japón se asegurara al mismo tiempo posiciones en la
Indochina».

IV El ataque contra Pearl Harbor


Si el Gobierno alemán dio muestras de preferir, ante las
nuevas circunstancias creadas, un ataque contra Rusia a
un ataque contra Singapur, fracasó en demostrarlo de un
modo suficientemente claro al incitar con tanta urgencia a
realizar los dos. De hecho, parece como si no hubiesen sa-
bido cuál de los dos ataques era preferible para ellos y, fi-
nalmente, se decidieron por un ataque contra Pearl Har-
bour.
La creencia de que el Japón se volvería contra Rusia, a pe-
sar de que ésta era la opinión expresada por el embajador
alemán en Tokio, fue simple suposición y demostró ser
errónea. Desde el ataque alemán contra Rusia, del cual no
fueron informados de antemano, los japoneses habían se-
guido sus propias directrices manteniendo en secreto fren-
te a Alemania sus intenciones para el futuro. El 30 de no-
viembre, es cierto, instruyeron a sus embajadores para in-
formar a los demás Gobiernos del Eje de que las negocia-
ciones con los Estados Unidos habían llegado a un punto
muerto, que la guerra podía estallar de pronto entre el Ja-
pón y las potencias anglosajonas y esta posibilidad «puede

274/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 275

presentarse mucho más< pronto de lo que nadie cree» 219.


Las fuerzas japonesas habían abandonado ya, entre el 16 y
18 de noviembre 220, la base naval de Kure en dirección a
Pearl Harbor, y tal advertencia era necesaria si que rían
obtener la certeza de que Alemania e Italia declararían la
guerra a los Estados Unidos en el caso de que el Japón se
decidiera a dar este paso. La advertencia, sin embargo, se
expresaba en términos sumamente vagos y el Gobierno ja-
ponés se mostró igual-
mente reservado sobre, sus verdaderas intenciones. El em-
bajador japonés en Berlín informó a Ribbentrop el 28 de
noviembre de que no «estaba al corriente de las intencio-
nes exactas del Japón» 221; no estaba informado de las in-
tenciones de su Gobierno o había recibido órdenes de no
revelarlas. No fue hasta el 6 de diciembre que fue informa-
do que, el Japón no tenía intención de lanzar ningún ata-
que contra Rusia 222. El embajador alemán en Tokio tam-
poco pudo enterarse de cuáles eran las intenciones exactas
del Japón. El 30 de noviembre 223, el embajador informó a
Berlín de que el ministro de Asuntos Exteriores japonés te-
mía un rompimiento con los Estados Unidos y que el Go-
bierno japonés estaba tomando todas las medidas necesa-
rias para esta eventualidad; pero añadió que «por el mo-
mento, no sabía nada concreto». El 3 de diciembre el agre-
gado naval alemán 224 sospechó una «rápida acción militar
en dirección sur, dentro de un plazo de tiempo muy corto,
por las fuerzas armadas japonesas», y el 6 de diciembre
añadió que la guerra entre el Japón y los Estados Unidos
era inevitable. Pero añadió igualmente en este informe, el

219 D. N., 3598-PS. En relación con esta advertencia, véase el


«Diario» de Ciano del 3 de diciembre de 1941.
220 Véase S. E. Morison, Histony of United States Naval Opera-

tions in World War II, vol. III, pág. 88.


221 D. N., 656-D; Proceedings, part. 4, pág. 95.
222 D. N., 3600-PS.
223 D. N., 2898-PS.
224 D. N., 872-D.

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día del ataque contra Pearl Harbor, que los japoneses no


divulgarían la hora Cero. Suponía sólo que esta acción mi-
litar tendría lugar en el plazo de unas tres semanas y que la
ofensiva en dirección sur consistiría en ataques simultá-
neos contra Siam, las Filipinas y Borneo.
Basándonos en todas estas evidencias, no hay razón algu-
na para dudar de las declaraciones hechas ante el Tribunal
Militar de Nuremberg 225 al efecto de que el ataque contra
Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 fue una sorpresa,
tan completa como desagradable, para el Gobierno ale-
mán. Ciano confirma en su «Diario», el 4 de diciembre de
1941, que la sorpresa fue desagradable en extremo. «La
reacción de Berlín — escribió—, a la demanda japonesa (la
promesa de declarar la guerra a los Estados Unidos si era
necesario) es extremadamente reservada. Tal vez acepten,
porque no les queda otra solución, pero la idea de provocar
la intervención de América gusta cada vez menos a los ale-
manes...»
Hitler aceptó la demanda japonesa después del ataque con-
tra Pearl Harbor El 11 de diciembre declaró la guerra a los
Estados Unidos y el 14 del mismo mes felicitó oficialmente
al embajador japonés. Lo hizo como alguien a quien el mé-
todo, por lo menos, del ataque contra Pearl Harbor mere-
cía su plena aprobación. «Han dado ustedes la exacta de-
claración de guerra. Éste es el único método posible; con-
cuerda con los nuestros. Negociar todo el tiempo que sea
posible; pero cuando se descubre que el otro está dispues-
to a humillarnos, golpear lo más fuerte posible en declara-
ciones de guerra” 226
Pero su propia conducta desmiente sus palabra y confirma
el juicio de Ciano; así como también su conducta en el
Atlántico durante el año 1942, tanto con respecto a la ofen-
siva japonesa como a la guerra en su conjunto, demuestra
que lamentaba vivamente la acción japonesa y consideraba
225 Véase, por ejemplo, Proceedings, part. 10, pág. 139 part. 14,
pág. 167; part. 15, pág. 350.
226 D. N., 2932-PS.

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la acción de Pearl Harbor como un verdadero desastre.

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Capitulo X

1942

I La actitud defensiva de Hitler con respecto a la guerra


El ataque contra Pearl Harbor fue un ejemplo por demás
característico de la desunión entre las potencias del Eje;
fue igualmente el resultado de la falta de voluntad de Hi-
tler de cooperar con los demás, de la facilidad con que
aceptaba los riesgos y de la persecución de ambiciones
confusas y divididas. Sin embargo, si se le antojó un acon-
tecimiento desastroso, fue principalmente debido a que ha-
bía fracasado igualmente en su intento de derrotar a Rusia
«en una rápida campaña». Por esta razón, su actitud hacia
la guerra, por no decir sus planes estratégicos, fue funda-
mentalmente defensiva, si no defec-tista, antes que tuviera
lugar el ataque contra Pearl Harbor Y esta remarcable ope-
ración, que se sucedió poco después del desengaño sufrido
en Rusia, se le antojó como otro revés. Las posibles conse-
cuencias de una entrada de América en la guerra supe-
raban en mucho la cooperación que le ofrecía el Japón co-
mo compañero de armas.
Esto aparece muy claro por el hecho de que Raeder adoptó
el punto de vista contrario. Sorprendido por el ataque ja-
ponés y temeroso con respecto al potencial militar de los
Estados Unidos, consideraba todavía que la entrada del Ja-
pón en la guerra resultaría altamente favorable. En diver-
sos frentes podía ofrecer nuevas posibilidades. Las inten-
ciones del futuro, después de este intento acompañado por
el éxito de destruir la flota naval de los Estados Unidos,
eran dirigirse hacia el sudeste de Asia contra las posicio-
nes británicas y holandesas, y amenazar el control britá-
nico del Océano Indico. Esta acción acarrearía graves
perjuicios a los ingleses en el Mediano Oriente y ayudaría
a Alemania en un ataque final contra la posición clave del
canal de Suez. En el Atlántico, debido a que los americanos

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trasladarían sus barcos mercantes y sus fuerzas de escolta


al Pacífico, «la situación con respecto a la guerra de super-
ficie con navios pesados y cruceros auxiliares cambiaría se-
guramente en nuestro favor», en tanto que los submarinos
podrían ser enviados a ejercer una actividad más efectiva
en las costas este de América. En los demás frentes, según
el punto de vista de Raeder, serviría la entrada del Japón
en la guerra para proporcionar una mayor libertad de ac-
ción a las tropas alemanas. «El peligro de operaciones de
gran envergadura contra las costas occidentales de Francia
— declaró el 12 de diciembre de 1941 —, disminuirá por el
presente... y este alivio lo aceptamos muy agradecidos.»
En su opinión, también dejaba de ser inminente una ac-
ción anglo-americana contra Dakar, las Azores, Cabo Ver-
de y el África occidental, peligros que le habían tenido muy
preocupado durante los últimos tiempos. «Durante los
próximos meses, los Estados Unidos tendrán que con-
centrar todos sus recursos en el Pacífico; la Gran Bretaña
no se atreverá a correr ningún riesgo por su propia cuen-
ta...; no es probable que puedan disponer de los transpor-
tes necesarios para destinarlos a estas empresas.»
Mientras las operaciones japonesas continuaron siendo
victoriosas, Raeder se aferró a estos argumentos; sin em-
bargo, a partir del mes de abril del año 1942, no podían ser
ya sustentados. Los ataques aéreos japoneses contra Cei-
lán, a fines del mes de marzo, fueron el último golpe que
asestaron en el Océano Indico; la amenaza japonesa en es-
ta zona jamás llegó a ser real. Tanto aquí como en el Pacífi-
co, la expansión japonesa alcanzó su máxima extensión a
los pocos meses de haber lanzado el ataque contra Pearl
Harbor tan pronto la flota naval de los Estados Unidos re-
cobró sus fuerzas, los japoneses se vieron en la necesidad
de limitar la dispersión de sus fuerzas en dirección oeste;
entre tanto, en el Pacífico, el poder naval americano se re-
cuperaba y podía detener a tiempo el avance japonés y sal-
var Hawai, Nueva Zelanda y Australia, gracias a sus victo-
rias navales en el mar del Coral y en las islas Midway du-

280/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 281

rante los meses de mayo y junio.


Incluso durante estos meses de ininterrumpidos éxitos ja-
poneses, los argumentos de Raeder no llevaron a ningún
éxito positivo. El momento y el tiempo de alivio que Rae-
der estaba seguro seguiría a la entrada del Japón en la gue-
rra, y que, de todas formas, sólo podían ser de corta dura-
ción, no lograron calmar las ansiedades de Hitler; las
oportunidades que se ofrecían, muy vagas en todo caso, ja-
más lograron impresionarle. Es cierto que los submarinos
fueron enviados a ejercer servicios de patrulla frente a las
costas americanas, donde inmediatamente alcanzaron tan
grandes éxitos. Pero los submarinos, que habían estado ya
prestando valiosos servicios hasta aquella fecha, se enfren-
taban con dificultades casi insuperables en sus antiguas
zonas de actividades. En todos los demás aspectos, los pri-
meros meses del año 1942, lo mismo que los restantes del
año, fueron un período obscuro y lleno de indecisiones du-
rante los cuales Hitler, embarcado en su aventura en Ru-
sia, se sentía cada vez más preocupado por el oeste de Eu-
ropa, continúa sin adoptar ninguna decisión con respecto
al Mediterráneo y se sintió más impotente que nunca para
coordinar la defensa del África occidental.

II La anulacion del plan para la invasion de Inglaterra


La suspensión definitiva de la operación «Sea Lion», la pri-
mera decisión seria del año, fue menos importante por sí
misma que como indicación del estado de ánimo en que
había caído ya Hitler, y un anticipo de lo que iba a venir.
En realidad, debido al fracaso en alcanzar una rápida victo-
ria en el Este, jamás se volvió a pensar en la posibilidad de
invadir Inglaterra, a partir del otoño del año 1940. Cuando
tomó la decisión con respecto a Rusia, Hitler se sintió ani-
mado a ello con k esperanza de que la Gran Bretaña se ren-
diría auna vez eliminado su último aliado en el continen-
te»; esta esperanza valía mucho más para él que examinar
las condiciones en las cuales la operación «Sea Lion» po-
dría volver a ser objeto de estudio. Se percató plenamente

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del hecho de que, aun en el caso de que Rusia fuera aniqui-


lada rápidamente, transcurriría por lo menos un año du-
rante el cual Inglaterra dispondría del tiempo suficiente
para reforzar sus defensas y, por esta causa, hacer que la
ejecución del plan de invasión fuese menos tentador de lo
que lo había sido en el mes de septiembre del año 1940.
Sin embargo, la operación «Sea Lion» continuó siendo ob-
jeto de estudio; fue abandonada sólo de un modo temporal
y aún a desgana durante el curso del año 1941; y su anula-
ción definitiva fue ordenada sólo después de la entrada en
la guerra de los Estados Unidos y el Japón.
La primera fase de este paulatino abandono de la opera-
ción tuvo lugar, como ya hemos indicado anteriormente, el
3 de diciembre de 1940, cuando los jefes de producción de
guerra fueron informados de que sólo los preparativos con
respecto a «Sea Lion» debían ser llevados a término» 227.
Pero esta decisión tardó mucho tiempo en mostrar sus
consecuencias. El 27 de diciembre de 1940, inmediatamen-
te después de haber tomado Hitler la decisión de atacar a
Rusia, Raeder protestó de que se continuaran los prepara-
tivos para la operación «Sea Lion»... la construcción de na-
vios dedicados especialmente a las fuerzas de desembar-
co... que exigían mano de obra y material que podían ser
ahorrados; y, en especial, retrasaban el programa de cons-
trucción de submarinos. Se le concedió el permiso para
«tomar medidas a fin de aliviar la situación, pero sin dejar
por ello de recordar que el Führer creía que la operación
podría ser lanzada con toda probabilidad en el verano del
año 1941». Hitler se mostró mucho más dubitativo con res-
pecto a las perspectivas de esta operación el 8 de enero de
1941. «La invasión de la Gran Bretaña — declaró —, no es
posible hasta que no se haya reducido su potencial militar
en una proporción considerable...; el éxito de la invasión
debe ser garantizado; en caso contrario, el Führer conside-
ra que sería un crimen intentarla.» Por consiguiente, auto-

227 D. N., 2353-PS; págs. 323-4.

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rizó un futuro retraso en los preparativos. El 20 de enero


de 1941, comunicó a los italianos que, con respecto a la
operación «Sea Lion», nos encontramos en la misma situa-
ción que el hombre que sólo dispone de una carga en su fu-
sil; si falla, se encontrará en una situación mucho peor que
antes. El desembarco sólo puede ser intentado en una sola
ocasión; si fracasa, la Gran Bretaña ya no tendrá motivos
de preocupación y podrá emplear el grueso de sus fuerzas
donde mejor se le antoje. En tanto n se lleve a cabo el in-
tento, la Gran Bretaña sienrpre tendrá que contar con la
posibilidad de que un día u otro nos decidamos por la mis-
ma» 228. El 3 de febrero siguiente, durante la conferencia
con sus comandantes en jefe, se admitió, en definitiva, que
la operación «Sea Lion» era totalmente impracticable 229.
Raeder estaba seguro, por aquella fecha, de que la invasión
de Inglaterra jamás sería ordenada, excepto, como dijo el
18 de marzo de 1941, «en un caso de desesperación». «Na-
die duda hoy en día — añadió —, que resultaría un fracaso,
fuesen cuales fuesen las circunstancias; y la repercusión de
una catástrofe de tal envergadura, provocaría, con toda se-
guridad, el desfallecimiento en el espíritu de lucha, en el
interior de Alemania.» Pero ésta no era en modo alguno la
posición que había adoptado Hitler. Es cierto que una de
las razones de sus continuas negativas a renunciar a la ope-
ración «Sea Lion» era servirse de la misma para ocultar
sus verdaderas intenciones con respecto a Rusia. «Es nece-
sario — anunció en una conferencia celebrada el 4 de fe-
brero —, servirnos de esta operación para engañar al ene-
migo y, por consiguiente, no podemos cesar en los prepa-
rativos»; y tenía especial interés en que esta impresión
perdurara hasta la primavera. Pero sus observaciones por
la misma época, sugieren que, cuanto más insistía en que
la operación «Sea Lion» no podía llevarse a efecto, lo hacía
con el fin de justificar en todo lo posible la decisión que ha-

228 D. N.; 134-C.


229 D. N., 872-PS.

283/364
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bía tomado de atacar a Rusia y que, en realidad, no podía


hacerse a la idea de tener que renunciar para siempre a la
puesta en práctica de la operación «Sea Lion». De todas
formas, en un discurso dirigido a los italianos el 20 de ene-
ro 230, comenzó sus observaciones con respecto a «Sea
Lion» con la observación de que «el ataque contra las islas
británicas es nuestro último objetivo» ; y, a pesar de que
esta afirmación carecía de valor teniendo en cuenta el au-
ditorio al cual se dirigía, lo cierto es que cuando comenzó
el ataque contra Rusia y se puso punto final al argumento,
y «Sea Lion» sólo debía seguir existiendo para servir de
engaño al enemigo, continuó encontrando excusas para or-
denar que se continuaran los preparativos para la misma.
Cuando Raeder le preguntó el 25 de julio «de si la opera-
ción en cuestión iba a continuar para servir sólo de camu-
flaje, o se pensaba realmente llevarla a cabo, «admitió que
no podía pensarse en lanzar dicha operación antes de la
primavera del año 1942; pero manifestó, al mismo tiempo,
que no podía responder de un modo definitivo a la pregun-
ta que lf había dirigido Raeder. «Es posible que la Gran
Bretaña acabe por ceder cuando comprenda que no tiene
posibilidades de ganar la guerra»; entonces la amenaza de
«Sea Lion» fuese tal vez necesaria para acabar de conven-
cer a Inglaterra. El 22 de agosto de 1941, encontró otra ra-
zón mucho más plausible para no verse obligado a renun-
ciar de un modo definitivo a dicho plan. Raeder presentó
otro memorándum proponiendo nuevas reducciones en
los preparativos que se realizaban en relación con la
operación «Sea Lion». En su respuesta a Raeder expresó
su deseo de que deseaba aplazar el tomar una decisión de-
finitiva ya que era su intención «que la amenaza contra la
Gran Bretaña continuase subsistiendo y, de esta forma
obligar a tener dispersas el mayor número posible de fuer-
zas inglesas».
La operación «Sea Lion» no fue discutida nuevamente has-

230 D. N, 134-C.

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ta el 13 de febrero de 1942, dos meses después del ataque a


Pearl Harbor En esta fecha, Raeder pidió una decisión so-
bre la extensión de «el número de personal y material des-
tinado a la operación «Sea Lion», que son todavía muy
considerables, que deben ser conservados». Propuso que,
ya que no podía ser llevada a cabo en 1942, la operación
fuera anulada desde el punto de vista militar. Hitler
asintió a esta propuesta sin ningún argumento, hecho que
puede considerarse importante en contraste con su
obstinación de no abandonar la operación en 1941.

III Los temores de Hitler de una invasion a Noruega


La desaparición en el Oeste de todas las posibilidades ofen-
sivas de 1940, y la aceptación final de Hitler del hecho,
después de grandes vacilaciones, fue acompañada por una
creciente anticipación del peligro en esta zona. Esta gra-
dual aceptación del cambio experimentado en la situación,
culminando, finalmente, en la anulación de la operación
«Sea Lion», fue completada, en el otro extremo de la ba-
lanza cuando la entrada de América en la guerra llevó a Hi-
tler a experimentar graves inquietudes, a pesar de su ante-
rior confianza, por la posición alemana en la Europa occi-
dental.
Siguiendo de cerca al fracaso en derrotar a Rusia antes del
invierno de 1941, la entrada de América en la guerra tuvo
el efecto de hacerle menos confiado que Raeder acerca de
la amenaza sobre la amplia extensión de costa ocupada por
Alemania desde el Cabo Norte hasta la frontera franco-es-
pañola y, más allá todavía, sobre el África occidental fran-
cesa. El 12 de diciembre de 1941, cinco días después del
ataque a Pearl Harbor, y a pesar de las seguridades dadas
por Raeder de lo contrario, Hitler expresó su opinión de
que «los Estados Unidos y la Gran Bretaña abandonarían
el Asia oriental durante un tiempo con obieto de aniquilar
primero a Italia y Alemania». Opinó también que «el ene-
migo dará pasos en un próximo futuro para ocupar las
Azores, las islas del Cabo Verde, tal vez incluso Dakar, con

285/364
La Estrategia de Hitler 1939-1945 286

obieto de recuperar el prestíeio perdido por las derrotas


navales en el Pacífico». No «deseaba retrasar el refuerzo
de las fortificaciones en la parte, occidental de Francia».
En consecuencia, como podrá verse, su ansiedad por el
África occidental y las islas del Atlántico fue reprimida has-
ta junio de 1942; y su ansiedad por la Francia occidental
fue menos aguda durante algún tiempo. El 22 de enero de
1942 era «de la misma opinión que el Alto Mando Naval
en lo que hacía referencia a la improbabilidad de un de-
sembarco en la Francia occidental»; y, en febrero, no pudo
resistir la tentación de publicar las normas núm. 40, tra-
zando la organización que debía adoptarse por las tres ar-
mas en el caso de una invasión en la Europa occidental, ni
siquiera la incursión de St. Nazaire, el 28 de marzo de
1942, pudo alterar su opinión a este respecto. Esta opera-
ción, según informó Raeder el 13 de abril, que «carecemos
de medios para rechazar un desembarco enemigo»; pero
Hitler y el Alfo Mando Naval temían, por el momento
cuando menos, solamente la repetición de estas incursio-
nes, y no un desembarco de mayor importancia; y Hitler se
contentó con pedir que «cuando menos las bases más im-
portantes fueran tan bien protegidas que se hicieran impo-
sibles los desembarcos con éxito».
Sin embargo, ninguna ventaja se dedujo de esta incremen-
tada confianza concerniente a la Francia occidental y de la
desaparición de todo temor por el África occidental. El te-
mor de Hitler por el África francesa no estuvo nunca lejos
de su mente: su renovada confianza por la Francia occiden-
tal fue solamente pasajera, y, en septiembre de 1942, orde-
nó levantar «una amplia red de fortificaciones en dicha zo-
na 231. Más importante todavía, ninguno de estos hechos
era una indicación de que su inmediata ansiedad por el
Oeste tuviera, en realidad, menor alcance; era que real-
mente su preocupación por el occidente había empezado a
expresarse en un extraordinario temor por la seguridad de

231 D. N., 556-2-PS.

286/364
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Noruega.
Con fecha 18 de marzo de 1941, había ordenado ya reforzar
la artillería costera en Noruega, transferir algunas unida-
des aéreas adicionales a dicha zona y organizar un disposi-
tivo especial para la defensa de Narvik. El mismo día deci-
dió mandar al Tirpiz a Trondheim antes de que hubiera si-
do terminado. El 19 de julio de 1941 anunció que «en el
Norte y en el Oeste las tres armas de las Fuerzas Armadas
debían tener en cuenta posibles ataques ingleses contra las
islas del Canal y la costa de Noruega». Las medidas orde-
nadas en marzo, sin embargo, fueron una reacción directa
de la incursión británica contra las islas Lofoten del 4 de
marzo; el anuncio de julio fue simplemente una precau-
ción ordinaria relacionada con el ataque a Rusia. No fue
hasta otoño de 1941 que Hitler empezó a sentir serias preo-
cupaciones por Noruega; pero entonces fueron tan graves
cuanto más inexplicables.
El 17 de septiembre sugirió que el crucero de batalla
Schranhorst y el Gneisenau, entonces en Brest, debían
trasladarse a Noruega «con objeto de defender la zona nor-
te». A Raeder le disgustó esta decisión; el 13 de noviembre,
al asentir que el Tirpiz no fuera mandado al Atlántico «de-
bido a ser más necesaria su presencia en la zona norte»,
propuso que el acorazado de bolsillo Admiral Scheer y los
cruceros de batalla anclados en Brest fueran mandados al
Atlántico para destruir mercantes enemigos. Hitler se negó
a esta demanda. En su lugar, ordenó a Raeder que intenta-
ra el cruce del Canal por los cruceros; pensó que conven-
dría asimismo mandar el Scheer a Noruega. La razón de
esta actitud era su creencia de que «el punto vital en la ac-
tualidad es el mar de Noruega».
Si ésta era su opinión antes de la entrada de los america-
nos en la guerra, su temor por Noruega se convirtió en una
obsesión cuando dicho desembarco tuvo lugar. Sin otra
justificación, al parecer, que la anterior incursión en las
Lofoten, estaba convencido de que Noruega sería atacada
en un futuro próximo.

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El 29 de diciembre de 1941 estaba seguro de que «si los in-


gleses hacen las cosas como son debidas, atacarán Norue-
ga del Norte en distintos puntos»;232 estaba seguro de que
«mediante un ataque general con su flota y tropas de de-
sembarco intentarán arrojarnos de allí, tomar Narvik si es
posible, y ejercer con ello presión sobre Suecia y Finlan-
dia». «Esto — añadía—, puede ser decisivo para la guerra.
La flota alemana, en consecuencia, debe valerse de todas
sus fuerzas para la defensa de Noruega. Sería conveniente

232 Hitler en una manifestacion de las SA en berlin

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 289

transferir todos los buaues.de guerra y acorazados de bol-


sillo allí con este fin.» El 12 de enero de 1943 estaba más
que seguro de que «tendrá lugar una ofensiva en gran esca-
la sobre Noruega por parte de los ingleses y rusos conjun-
tamente)); el 22 de enero su ansiedad era ya tan grande
que loeró hacerle aparecer histérico. Estaba «completa-
mente convencido de aue Inglaterra y los Estados Unidos
tratarían de influir sobre el curso de la guerra atacando la
Noruega del Norte» ; «profundamente preocupado por
las graves consecuencias que el desfavorable curso de los
acontecimientos en esta zona podría tener». Aseguraba
«que Noruega es la zona decisiva en esta guerra». Quería
exponer las intenciones de Inglaterra y los Estados Uni-
dos, así como Suecia, en la prensa mundial. Exigía la «ren-
dición incondicional a todos sus comandos y deseaba la de-
fensa de esta zona».
Ordenó que fuera reforzado el personal de la Wehrmacht y
el material disponible «un mayor número de las piezas
más pesadas de artillería debían ser instaladas en Norue-
ga». Göring recibió instrucciones para aumentar las fuer-
zas aéreas a pesar de su advertencia de que la aviación era
escasa y que los campos de aviación noruegos de que dis-
ponían eran muy pocos. «El Führer pide que todos los bu-
ques disponibles sean utilizados en Noruega: cruceros,
acorazados de bolsillo, cruceros pesados, fuerzas navales
ligeras y lanchas rápidas.» Repitió su demanda de subma-
rinos en esta zona. Con objeto de disponer de ellas lo antes
posible en Noruega, insistió en que el Gneisenau y el
Schranhorst, que se encontraban en Brest desde marzo de
1941, y el crucero Eugen, también en Brest desde junio de
1941, debían intentar atravesar el canal de la Mancha, a pe-
sar de que Raeder, el 12 de enero, se había negado a «to-
mar la iniciativa sobre esta operación de ruptura». Decidió
que el Tirpitz, cuyo desplazamiento a Noruega había sido
intentado hacía tiempo, pero a menudo pospuesto, debía
trasladarse inmediatamente a Trondheim; que el Scheer
debía seguirle; que todos los otros buques pesados debían

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trasladarse a Noruega lo antes posible. La marina estaba


instruida para «hacer todo lo que estuviera en su mano pa-
ra condenar al fracaso la ofensiva inglesa..., con prioridad
a todo otro teatro de guerra, exceptuando el Medi-
terráneo».
Si fuera necesario, incluso el Mediterráneo debía ser sacri-
ficado a este nuevo peligro; su decisión final el 22 de enero
fue que. estaba decidido a nombrar a Kesselring, entonces
al mando de las fuerzas del Mediterráneo, comandante en
jefe de la Wehrmachí en Noruega cuando se materializara
la amenaza.
Durante el resto del año, a pesar de las graves dispersiones
de fuerzas en otros puntos, el temor que Hitler sentía por
Noruega fue lo suficientemente intenso para hacerle insis-
tir en que toda la flota, aun cuando no fuera lo bastante
adecuada para ello, debía desplazarse a Noruega tan pron-
to como pudiera disponerse de los buques, y que debían
estacionarse en las bases noruegas. Los tres buques pro-
cedentes de Brest realizaron su desplazamiento a Ale-
mania el 11 y 12 de febrero. El Eugen se trasladó a Noruega
a finales de dicho mes, pero fue torpedeado y averiado en
ruta. El crucero Hipper siguió en marzo; los acorazados de
bolsillo Scheer y Lutzow en mayo; los cruceros Koeln y Nu-
remberg en noviembre, y el Schranhorst en enero de 1943,
cuando el Eugen ya reparado volviera asimismo a Norue-
ga. El 26 de agosto de 1942, cuando Raeder propuso que el
Scheer debía operar en el Atlántico en el invierno próximo,
se negó a dar su autorización para ello, alegando «que de-
seaba disponer de todas las unidades de gran tonelaje para
las operaciones en el Norte mientras la situación no cam-
biase, así desanimarían a los enemigos en sus intentos de
desembarco, pues la costa no estaba bastante fortificada».
Y sus temores por esta zona no desaparecieron ni siquiera
al desembarcar los aliados en África del Norte.
En 19 de noviembre de 1942, una semana después de estos
desembarcos, confesó que «todos los informes de que dis-
ponía le habían hecho temer que el enemigo intentaría una

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invasión durante la «noche ártica», y que la actitud de Sue-


cia no podía garantizarse». El 22 de diciembre de 1942,
consideró que «el peligro de una posible invasión aliada en
Noruega era mayor en enero». Esto fue dicho el mismo día
que había ordenado que las primeras ocho baterías de arti-
llería convenidas fueran mandadas a Noruega; no habían
sido mandadas antes debido al gran aumento de los ata-
ques enemigos sobre la costa alemana frente al Canal. En
la misma reunión insistió en que debería hacerse lo posible
para reforzar las bases de submarinos en Noruega en el
más breve plazo.

IV La indecision de Hitler con respecto a Africa del Norte y


Malta
Fue la segunda ofensiva inglesa en el desierto oriental, a
continuación del fracaso en derrotar a Rusia a finales de
1941, Jo que destruyó el interés sentido por Hitler en el
Mediterráneo. A principios de 1941 podía contemplar con
confianza la pérdida del África del Norte: «la situación en
Europa no puede desarrollarse de manera desfavorable pa-
ra Alemania, aun cuando se perdiera la totalidad del África
del Norte». En agosto de 1941 había comprendido que «la
rendición de África del Norte sería una gran pérdida para
nosotros y para los italianos». En la segunda mitad de este
año se sentía impulsado a tomar medidas desesperabas,
por lo inadecuadas, para defenderla. Finalmente, la segun-
da ofensiva del desierto oriental, aumentada a la seguridad
de que Rusia no sería derrotada en este año, forzó su ma-
no, obligándole a conceder, por primera vez, una mayor
importancia a las operaciones en el Mediterráneo.
Sin embargo, siguió considerándolas como operaciones de-
fensivas. Incluso cuando Rommel detuvo su retirada en los
dos últimos meses, el. 21 de enero de 1942, mediante con-
traataques, reveló la debilidad de la posición británica en
esta zona, la actitud de Hitler en el Mediterráneo siguió
siendo tan defensiva como lo había sido hasta entonces.
En ocho días el «Afrika Korps» se encontraba de nuevo en

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Bengasi; su avance prosiguió hasta Tobruk; y éste fue un


golpe de fortuna para Alemania, que, coincidiendo con el
avance japonés en el sudeste de Asia, cambió, por lo me-
nos le pareció a Raeder, una vez más todo el problema de
la estrategia alemana en el Mediterráneo. Para Hitler, por
otra parte, los éxitos de Rommel coincidían con su deses-
perada preocupación por el Oeste, particularmente en No-
ruega. Raeder podía argüir que esta oportunidad, despre-
ciada anteriormente, se presentaba por segunda vez; Hi-
tler tenía nuevas razones para pensar que, una vez más, no
debía ser aprovechada.
Raeder no perdió el tiempo sobre este particular. El 13 de
febrero destacó que ni un solo buque pesado inglés en el
Mediterráneo estaba en condiciones de navegar 233; que el
Eje, dominaba el Mediterráneo central tanto en el aire co-
mo en el mar»; que «la situación en el Mediterráneo es de-
cisivamente favorable en estos momentos». Existían enor-
mes posibilidades, juntamente con el avance japonés, si
Alemania podía lanzar un ataque contra Egipto y Suez lo
más rápidamente posible.
Rangoon, Singapur y probablemente Port Darwin estarían
en manos japonesas dentro de pocas semanas... «El Japón
proyecta apoderarse de la posición clave de Ceilán... Los
ingleses se verán obligados a recurrir a los convoyes fuerte-
mente escoltados si quieren mantener las comunicaciones
con la India y el Oriente Medio... Las posiciones de Suez y
Basora son los pilares occidentales de la posición inglesa
en el Océano Indico. Si estas posiciones se derrumbaran
bajo el peso de la presión concentrada del Eje, las conse-

233Esto era verdad. El H. M. S. Barham fue hundido el 25 de no-


viembre de 1941; el Valiant y el Queen Elizabeth fueron grave-
mente averiados por submarinos enanos italianos el 19 de di-
ciembre de 1941. Cuando estas pérdidas fueron seguidas por el
minado de la escuadra de Malta, incluidos los cruceros Neptu-
ne, Arethusa y Penélope, la flota del Mediterráneo contaba tan
sólo con tres buques mayores que los destructores H. M., cruce-
ros Dado, Naiad y Euryalus.

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cuencias para el Imperio británico serían desastrosas... Los


japoneses, por su parte, están haciendo verdaderos esfuer-
zos para establecer contacto con Alemania por aire y por
mar...»
Lo menos que Alemania podía hacer por su parte era com-
prender que «un ataque ítalo-alemán contra la posición
clave de Suez sería de la mayor importancia estratégica».
Un mes más tarde, el 12 de marzo, insistió en que «El asal-
to contra el canal de Suez, si era posible, debía ser realiza-
do este año. La favorable situación en el Mediterráneo, tan
notable en la actualidad, no se presentaría con seguridad
nunca más... El problema del tonelaje necesario podía ser
resuelto... El Alto Mando Naval estima conveniente que el
Führer disponga los preparativos para una ofensiva contra
Suez.»
El mismo día insistió de nuevo sobre el problema de Mal-
ta. No había sido discutido desde marzo de 1941. Desde en-
tonces había sido pospuesto como un proyecto del mando
italiano, y Mussolíni proyectaba la ocupación de la isla y
mantenía a Hitler informado del desarrollo del proyecto.
Raeder insistió ahora en que el interés germano por dicho
plan debía ser reanimado. «Debe aprovecharse la actual si-
tuación de las defensas, grandemente debilitadas por los
ataques aéreos alemanes.» La Luftwaffe y la Wehrmacht
debían apoyar plenamente a los italianos para asegurar la
rápida ocupación de la isla.
En opinión de Raeder, Alemania debía ayudar asimismo al
avance de los japoneses por el océano Indico presionando
a Francia acerca de Madagascar. «Los japoneses — añadió
el 12 de marzo—, se han dado cuenta de la gran importan-
cia estratégica de Madagascar... Se proponen establecer ba-
ses en ella así como también en Ceilán, con objeto de po-
der dominar el tráfico en el océano Indico y en el mar Ro-
jo.» Pero Madagascar era francés, Francia era considerada
un satélite de Alemania, y era, por consiguiente, misión de
Alemania tratar de influir favorablemente a la opinión
francesa sobre este particular.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 294

La primera reacción de Hitler a todas estas sugerencias no


fue muy favorable. El 13 de febrero no hizo ningún comen-
tario a la solicitud de Raeder. El 12 de marzo su única ob-
servación acerca de Madagascar fue que, en su opinión,
«Francia no daría su consentimiento». En esta ocasión, es-
taba dispuesto a «llevar a cabo una ofensiva contra Suez»,
pero solamente «si la aviación podía quedar intacta en el
Mediterráneo». Sin embargo, podía ser transferida para
atender a otros frentes; y existía la amenaza de Noruega,
así como las necesidades del frente ruso que ocupaban por
entero su mente. «Si la aviación es necesaria en otro pun-
to, la ofensiva no podrá ser llevada a cabo». Por lo que se
refiere a Malta, su ocupación «facilitaría grandemente la
ofensiva contra Suez», y permitiría a la aviación alemana
intervenir en ella; pero, aparte del hecho de que vacilaba
sobre la ofensiva en Suez, la operación de Malta estaba en
manos de Mussolini, y Hitler «temía que la operación, evi-
dentemente proyectada para julio, debería ser pospuesta
nuevamente». Prometió, sin embargo, discutir el punto de
vista de Raeder con Mussolini.
En las semanas siguientes los argumentos de Raeder en fa-
vor de la ocupación de Malta fueron apoyados por Kessel-
ring, y por los mismos italianos, hasta el punto de que Hi-
tler dio su consentimiento a que los alemanes participaran
en este plan. A partir del primero de octubre se intensifica-
ron los ataques aéreos sobre la isla como acción preliminar
de su captura; el 12 de abril Kesselring informó que lo's ita-
lianos proyectaban lanzar su ofensiva prmcipial a fines de
mayo. Con los italianos por una vez al narecer determina-
dos, con Rommel bien situado en África del Norte, Hitler
pareció estar impresionado por fin con la posibilidad de
una victoria en el Mediterráneo. En una entrevista con
Mussolini a fines de abril, convino en mandar dos batallo-
nes de. paracaidistas y otros refuerzos para Rommel, y
aprobó el aumento de las fuerzas alemanas dispuestas pa-
ra el asalto a Malta. El representante de la marina alemana
en la entrevista estaba «satisfecho por el creciente interés

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 295

del Führer por esta importante zona de operaciones y por


la consiguiente intensificación del espíritu de lucha en este
lugar. Todo este asunto adquiría ahora una nueva impor-
tancia después de haber sido considerada como secunda-
ria, donde las victorias eran consideradas como un don del
Cielo, pero donde nadie se preocupaba por hacer nada».
Sin embargo, en la entrevista Hitler-Mussolini se tomó
una decisión que fue considerada por esta autoridad como
«no del todo bien aceptada». Era el aplazamiento de la
operación de Malta desde fines de mayo a mediados de ju-
lio: el plan concebido por Hitíer era que Rommel debía
ocupar Tobruk y completar la ocupación de Libia a princi-
pios de junio, y, a continuación, el ataque a Malta a media-
dos de julio, y Rommel debía luego avanzar hasta el delta
del Nilo.
No tardaron en presentarse otras divergencias. Rommel se
vio detenido ante Tobruk hasta la tercera semana de junio;
Hitler cambió de opinión referente a la conquista de Mal-
ta. El 15 de junio explicó la razón de este súbito cambio de
frente. Reconociendo la importancia de la captura de Mal-
ta, «no creía que ésta pueda realizarse mientras progrese
la ofensiva en el Este; durante este tiempo la aviación no
puede prescindir de ningún avión de transporte». De todas
formas, no estimaba muy grandes las probabilidades de
éxito, «especialmente con tropas italianas».
Es obvio que estas dos consideraciones hubiese debido
considerarlas Hitler ya a finales de abril, cuando se mani-
festó de acuerdo en llevar a cabo la operación; las necesi-
dades de los otros frentes le hicieron resistirse a aceptar
los argumentos de Raeder el 12 de marzo; su desconfianza
hacia Italia era ahora profunda y permanente. Es cierto
que expuso aún otra razón para este retraso en la opera-
ción, a saber, que, una vez hubiera caído Tobruk, la mayor
parte de los suministros del Eje al África del Norte parti-
rían de Creta, fuera del alcance de los ataques de Malta.
Pero éste era un argumento muy pobre, teniendo en cuen-
ta que ni él mismo trató de negar que la conquista de Mal-

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ta sería del mayor valor estratégico. Algún otro factor tuvo


que intervenir aquí — posiblemente el retraso en la con-
quista de Tobruk — que le indujo a apartarse de la decisión
que había tomado anteriormente. Fuera lo que fuera, era
menos importante que el hecho de que había aceptado la
operación con disgusto y en contra de su particular opi-
nión. No le había gustado nunca la idea de operaciones de
desembarco aéreo en el mar. Se había negado a discutir la
conquista de Malta en el año 1941; la captura de Creta, pa-
ra la cual superó esta repugnancia, reportó graves pérdi-
das, lo cual vino a reforzar su primitiva opinión. La verda-
dera razón del abandono del plan de Malta en 1942 es ex-
presada, no en las razones en que basó su decisión, sino en
otra observación hecha en 15 de junio. «Una vez Malta ha-
ya sido abatida por los continuos ataques aéreos y el blo-
queo total, podremos arriesgar el ataque.»
Prefería esperar, para concentrar todas sus esperanzas en
el Mediterráneo — ahora que las tenía 234 — en el avance
de Rommel por Egipto. Y la rapidez de este avance des-
pués de la caída de Tobruk, alcanzando Bardía el 22 de ju-
nio, Sollum el 23, Marsa Matruk el 28 de junio, El Alamein
el 30 de junio; esto y la confianza de Rommel de que lle-
garía a Suez, no hicieron más que reforzar la deter-
minación de Hitler de aplazar la conquista de Malta hasta
que se hubiera completado la ocupación de Egipto. Pues,

234Pero no hasta el extremo que pudiera justificar las criticas de


Halder en Hitler as War Lord (Putnam, 1950), donde (pág. 36)
escribe: «Era característico de Hitler y de su capacidad estraté-
gica que bajo la influencia de las victorias de Rommel abandonó
por entero su política de aceptar que una victoria decisiva sobre
Inglaterra en el norte de África era imposible. No tardó en
sumergirse en extravagantes visiones de la conquista de Egipto,
de la ocupación del canal de Suez e incluso del enlace con los ja-
poneses a través del mar Rojo.» Es, desde luego otra cuestión, si
Halder, equivocándose al argüir que Hitler estuviera ya equivo-
cado en 1942, no se equivocaba asimismo al argüir que estos ob-
jetivos eran imposibles de alcanzar en una fecha anterior.

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una vez más, el canal de Suez parecía estar al alcance de la


mano de Rommel; parecía no solamente que el destino de
Malta sino también el futuro del Mediterráneo y el control
del Oriente Medio quedaría decidido por el movimiento de
sus tropas.
Kesselring deploró la decisión sobre Malta; Rae-der afirmó
hoscamente el 26 de agosto que «la opinión del Alto Man-
do Naval referente a la importancia de la conquista de Mal-
ta seguía inalterable»; pero todas las protestas fueron en
vano 235. Este tema nunca más fue discutido seriamente; la
oportunidad no volvió ya a presentarse; Rommel, detenido
frente a El Alamein, vio cómo se le escapaban para siem-
pre Egipto y el canal de Suez. El asedio de Malta fue alivia-
do por la llegada de buques de suministro en agosto; Malta
jugó, una vez más, un importante papel en la preparación
de una ofensiva por parte del Octavo Ejército británico; y
esta nueva ofensiva, empezando con la batalla de El Ala-
mein del 23 de octubre al 4 de noviembre, fue la campaña
final del desierto oriental. Fue concebida para coincidir
con los desembarcos en África del Norte, mediante los cua-
les, finalmente, los aliados tomaron la ofensiva en la Se-
gunda Guerra Mundial.

V El fracaso aleman en la batalla del Atlantico


En la batalla del Atlántico, como en el Lejano Oriente, la
entrada de América en la guerra fue la causa de inmediatos
reveses para los aliados, así como garantía de la eventual
derrota alemana. Los submarinos se, dirigieron inmediata-
mente a la costa oriental americana, a la cual llegaron a
mediados de enero de 1942; los Estados Unidos no esta-
ban preparados para este ataque. No existía entonces nin-
gún sistema de convoy para el enorme volumen de trans-
235Para la ulterior evidencia de que el aplazamiento del plan de
Malta fue una decisión tomada por Hitler y Rommel, y que «fue
asimismo rebatida por Jodl y el Estador Mayor italiano», véase
la carta de \& señora Jodl en el Times Ltterary Supplement, 22
de septiembre de 1950.

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portes marítimos en esta zona; ni fue tampoco introducido


eficazmente hasta el siguiente mes de julio. Los submari-
nos encontraron aquí un terreno más fácil y provechoso
que en el Atlántico oriental y central, donde el sistema de
convoyes y las medidas inglesas contra los submarinos, en
particular la aviación y el radar habían superado lenta pero
progresivamente, sus dificultades, y limitado sus éxitos.
No menos de 250 buques fueron hundidos a la vista de la
costa oriental americana desde mediados de enero hasta fi-
nes de julio.
La oportunidad para hundir buques en esta proporción en
la zona americana no fue la única ventaja de que gozaron
los submarinos durante este año, que vio alcanzar el punto
álgido de sus triunfos. Las primeras construcciones de sub-
marinos después de más de dos años de guerra, durante
cuyo período, a pesar de los obstáculos, el rendimiento ha-
bía aumentado lentamente, empezaba a tener un efecto no-
table sobre el número de submarinos disponibles. Compa-
rado con el número sorprendentemente bajo de 15 en abril
de 1941, en abril de 1942 se encontraban 63 submarinos en
alta mar, aparte de los situados en el Mediterráneo. De és-
tos, 47 estaban en aguas del Atlántico y 14 en el Ártico. En
junio siguiente había 70 sólo en el Atlántico, 92 en noviem-
bre siguiente 236, cuando su número alcanzó finalmente la
cifra que Doenitz, al principio de la guerra, había estimado
como el mínimo necesario para la victoria sobre la Gran
Bretaña. Entre los submarinos en actividad aumentaba el
número del tipo más grande, de 750 toneladas, con una
autonomía mayor que los que Alemania había usado du-
rante los dos primeros años de la guerra. No pocos eran de
1.000 toneladas; y estos dos tipos eran aptos para operar
-en zonas muy distantes, en el Atlántico Sur así como en
las costas americanas, fuera del alcance de las defensas
aliadas. Excepto en la zona de los convoyes del Atlántico

Estas cifras incluyen los submarinos en ruta hacia las zonas


236

dé operaciones o procedentes de las mismas.

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Norte, que estaba relativamente inmune, todas las zonas al


alcance de los submarinos, y no solamente la costa ameri-
cana, veían aumentar el número de buques hundidos en
proporción al mayor número y tamaño de los submarinos
alemanes en el mar. En todas las zonas, en los primeros
siete mesas de 1942, fueron hundidos por los submarinos
más de dos millones y medio de toneladas, incluidos 142
buques-cisterna; otros 108 buques fueron hundidos en
agosto.
El mando de los submarinos sobreestimó, empero, sus
triunfos, pretendiendo haber hundido 308 buques, con
2.015.000 toneladas, incluidos 112 buques-tanque, desde
mediados de enero hasta mediados de mayo; y, a la vista
de estas cifras y teniendo en cuenta la situación en los
otros frentes, Hitler empezó a cooperar en el plan de la
construcción de nuevos submarinos. El 3 de enero informó
al embajador japonés que su «tarea más importante es
conseguir que la guerra submarina mantenga su actual im-
pulso». nEstamos luchando —añadió — por la existencia, y
nuestra actitud no puede ser gobernada por los sentimien-
tos humanos»; y esta observación fue el principio de su
agitación por la política de atacar los bu'ques mercantes
con el único fin de destruir a sus tripulaciones 237.
Después de febrero de 1942, no hubo ya más quejas de
Raeder de que se demoraba la construcción de submari-
nos. El 13 de abril Hítler convino en que «la victoria de-
pende de destruir el mayor número posible de buques ene-
migos;). El 14 de mayo, como prueba del nuevo interés de
Hitler, Doenitz;, almirante de la flota de inmersión, asistió
por primera vez a las conferencias Hítler-Raeder para dis-

D. N., 423-D. Para In política de asesinar a las tripulaciones,


237

véase D. N., &30-D, 642-D y 663-D.

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 300

cutir la campaña submarina 238. El 15 de junio, cuando


Raeder solicitó órdenes específicas para que ningún obrero
especializado en la construcción de submarinos o en su re-
paración pudiera ser enrolado en las fuerzas armadas, Hi-
tler ordenó inmediatamente al jefe de Estado Mayor de la
Wehrmacht que atendiera la demanda de Raeder, tenien-
do en cuenta que «los submarinos decidirían finalmente el
resultado de la guerra». El 26 de agosto reconoció la «ne-
cesidad de una aviación lo más potente posible para refor-
zar a los submarinos...», así como la razón de la demanda
de Raeder de que los ataques aéreos contra Inglaterra de-
bían concentrarse sobre los buques en los puertos o en los
astilleros. El 28 de septiembre — sin precedentes hasta en-
tonces — convocó una conferencia especial porque «desea-
ba ser informado acerca de la actual situación de la guerra
submarina; deseaba formarse una opinión referente a su
relación con las ulteriores exigencias de la guerra». Hitler
se manifestó en esta ocasión favorable a toda sugestión
con tendencia a incrementar los esfuerzos en la batalla del
Atlántico.
La situación había llegado hasta tal punto, sin embargo,
que aumentó el deseo de Hitler de obtener resultados con-
cluy entes. Más de 300 submarinos fueron construidos en
1942; pero estas construcciones se apoyaron en un punto
mucho más vital que el número de su producción; o sea, se
basaron en mejorar la eficacia de. los mismos; que era,
ahora, el único recurso para derrotar a los aliados en el At-
lántico. El 26 de agosto, por ejemplo, pudo reconocer la
necesidad de disponer de una mejor aviación para apoyar
a los submarinos y atacar a los buques en los puertos ingle-
ses. Pero no pudo hacer ninguna «promesa concreta»; es-
taba ligado por la necesidad de «vencer las fuertes defen-
238Doenitz había asistido una vez a estas conferencias, el 17 de
septiembre de 1941, pero esta entrevista había tenido como es-
pecial objeto discutir los incidentes con los Estados Unidos en el
Atlántico. El 14 de mayo de 1942 fue la primera vez que Doenitz
participó en una discusión sobre la ofensiva submarina.

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sas de los puertos enemigos» ; y a fines de septiembre,


Doenitz afirmaba todavía «la necesidad de aviación para
apoyar a los submarinos en una proporción mucho mayor
de lo que ha sido posible hasta el momento».
Más importante aún que la falta de recursos es el hecho de
que el objetivo del mando submarino se había desplazado,
de manera decisiva, desde el momento en que los Estados
Unidos entraron en la guerra. Su misión, hasta entonces,
había sido «derrotar a Inglaterra en la guerra» para forzar-
la a pedir la paz cortando sus importaciones; desde princi-
pios de 1942 sus objetivos habían dejado de ser tan sim-
ples o ambiciosos. En 13 de abril declaró Hitler, «la victo-
ria depende de destruir la mayor cantidad posible del tone-
laje enemigo»; pero lo que quería decir era más bien, que
la derrota podría evitarse con ello. Pues, añadió, «todas las
operaciones ofensivas del enemigo podrán ser con ello re-
ducidas o incluso detenidas por entero». Un mes más tar-
de, mientras asistía a la conferencia de Hitler celebrada el
14 de mayo, Doenitz creyó necesario justificar la concen-
tración de submarinos en la costa oriental americana. Ape-
nas si podía hablarse de vencer a Inglaterra; no se habían
cortado las importaciones inglesas. Pero «los buques ame-
ricanos e ingleses están bajo un mando unificado...; debe-
mos hundir buques dondequiera que pueda hundirse un
mayor número de ellos con menos pérdidas para noso-
tros...; desde ef punto de vista del coste operativo, nuestras
operaciones submarinas en la zona americana están ple-
namente justificadas».
En aquel momento, es cierto, no parecía, imposible a Hi-
tler y a sus consejeros que Alemania podía alcanzar el equi-
librio con su campaña submarina. El 13 de febrero, Raeder
calculó que la construcción total de buques aliados en 1942
sería de 7.000.000 toneladas, y que los submarinos necesi-
taban hundir solamente 600.000 al mes para nivelar la ba-
lanza. El 13 de abril, Hitler podía confiar en que «todas las
operaciones ofensivas podrán ser reducidas o incluso dete-
nidas por completo». El 14 de mayo, Doenitz concluyó su

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 302

informe con estas palabras: «Yo no creo que la proporción


entre la construcción enemiga de buques y los hundidos
por los submarinos sea en modo alguno desesperanza-
dos.» Se vio obligado a advertir a sus superiores que «uno
de estos días la situación en la zona americana cambiará;
todo indica que los americanos hacen tremendos esfuerzos
para evitar que un gran número de sus buques sean hun-
didos». Pero podía confiar en que, aun cuando la zona
americana dejara de ser provechosa, bien podría correrse
el riesgo «teniendo en cuenta el gran número de submari-
nos de que podría disponerse pronto» y debido a la intro-
ducción de nuevos dispositivos técnicos, particularmente
los modernos torpedos sin contacto.
Estas esperanzas no tardaron en verse defraudadas. El 26
de agosto, Raeder tuvo que anunciar, no solamente que «el
sistema enemigo de transporte en los Estados Unidos ha-
bía experimentado grandes cambios, según había previsto
y esperado aún más pronto el Alto Mando Naval, como re-
sultado de la introducción de convoyes», sino que había
que contar todavía con otras tres circunstancias
desfavorables. «Los submarinos en el Atlántico central —
añadió—, son eficaces siempre que los convoyes perma-
nezcan fuera del alcance de la aviación que los protege, pe-
ro, por ahora, ésta va en aumento»; «recientemente nues-
tros submarinos han sufrido graves pérdidas debido a los
modernísimos dispositivos de lo-calízación (radar) de la
aviación enemiga»; y, en tercer lugar, la aparición de fuer-
tes fuerzas aliadas en el golfo de Vizcaya había ocasionado
nuevas pérdidas, y motivaba grandes retrasos en el regreso
de los submarinos.
El descenso en el número de buques hundidos no fue re-
pentino cuando las costas americanas fueron demasiado
peligrosas para ellos en julio: 108 buques fueron hundidos
en todas las zonas en agosto; 98 en septiembre; 93, en oc-
tubre; 117, en noviembre — el peor mes para los aliados,
desde el punto de vista del tonelaje hundido, de toda la
guerra. En 1942 los submarinos hundieron un total de

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6.250.000 toneladas brutas, aproximadamente tres veces


más que la cifra de 1941. Pero la exactitud de la adverten-
cia de Raeder se reflejó oportunamente en las pérdidas de
los submarinos, que fueron en aumento a partir de julio.
Hasta mediados de agosto de 1942, según los cálculos de
Raeder el 24 de agosto, el promedio de pérdidas de los sub-
marinos desde el principio de la guerra fue de 3; y sola-
mente 3 fueron hundidos en junio de 1942. Pero en julio
fueron hundidos 17; 10, en agosto; 12, en septiembre; 13,
en octubre, y 15, en noviembre.
Fue este aumento en la cifra de pérdidas de los submari-
nos lo que indujo a Hitler a convocar una conferencia ex-
traordinaria el 28 de septiembre para discutir la guerra
submarina y permitirle «formarse una opinión sobre la
proporción en que se mantenían a la altura de las actuales
exigencias de la guerra». Abrió la conferencia expresando
su «gran admiración por los resultados obtenidos por los
submarinos» ; expresó su firme convicción de que la «pro-
porción mensual de hundimientos seguiría siendo tan ele-
vada, que el enemigo no sería capaz de substituir sus pér-
didas mediante nuevas construcciones». Consideró «impo-
sible que el aumento en la producción en los astilleros ene-
migos fuera siquiera, aproximadamente, lo que la propa-
ganda quería hacernos creer». Pero el subsiguiente repaso
a la situación por Doenitz era sombrío en extremo.
Aun cuando había todavía algunos, pero pocos, «puntos
blandos», todos los convoyes estaban tan fuertemente pro-
tegidos que era difícil para los submarinos siquiera acer-
cárseles, mientras que el número cada vez mayor de avio-
nes enemigos, «la gran amenaza para los submarinos hoy
en día», reducía continuamente las zonas en las que éstos
podían operar sin sufrir pérdidas. Era esta circunstancia, y
no el ataque a los convoyes, lo que era responsable de las
graves pérdidas registradas últimamente por los submari-
nos. Si debían evitarse estas pérdidas, era esencial que los
submarinos fueran apoyados por la aviación, y que debería
estudiarse la inclusión de nuevos perfeccionamientos téc-

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nicos. La interceptación y localización por el radar podría


burlar a la aviación durante algún tiempo; los torpedos
acústicos actualmente en curso de desarrollo podrían
permitir a los submarinos eliminar a los buques de, escolta
desde largas distancias. Pero todas estas medidas reque-
rían tiempo, y de ellas podía esperarse solamente que per-
mitieran un alivio momentáneo. Lo que se necesitaba en
esta situación era el desarrollo de un submarino completa-
mente nuevo y de gran velocidad bajo la superficie. Éste se
encontraba ya en su estado experimental; pero tardaría
mucho en estar listo para la fabricación.
Hitler se manifestó «completamente de acuerdo con estos
planes»; expresó una vez más su convicción de que «los
submarinos desempeñaban un papel decisivo en el resul-
tado de la guerra». Pero esta convicción se había formado
demasiado tarde. Los temores de Doenitz no tardaron en
demostrar su fundamento. Los nuevos submarinos, que
ocupaban un lugar tan destacado entre las esperanzas de
Hitler en 1943, no llegaron nunca a operar; al cabo de po-
cas semanas, los desembarcos en África del Norte debían
demostrar cuan improbable era que los aliados esperaran
a que tales planes maduraran o a que Hitler enmendara
sus errores.
El que estos desembarcos pudiesen tener lugar, o por lo
menos tan pronto después que los Estados Unidos hubie-
ran unido sus fuerzas a las de Inglaterra, era debido al he-
cho de que Alemania, después de haber fracasado en su in-
tento por invadir Inglaterra; después de haber fracasado
en explotar el Oriente Medio, había fracasado también en
dominar las rutas comerciales con los submarinos. Nada
menos que una revolución política interior, contraria a la
guerra, y la posesión de una flota considerable al estallar la
guerra, hubieran permitido a Hitler entablar con éxito la
batalla de Inglaterra; en la lucha por el Oriente Medio, la
victoria había sido hecha imposible por la decisión de ata-
car a Rusia; en la batalla del Atlántico, hubiera podido
alcanzarse la victoria si el esfuerzo submarino hubiese sido

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realizado oportunamente. Alcanzó su punto culminante


cuando la ocasión había ya pasado.

VI El desembarco de los aliados en africa occidental


Hasta mediados de 1941, Raeder había previsto en todo
momento el peligro de un desembarco americano en África
del Norte; Hitler, bajo la continua presión de Raeder, ha-
bía llegado a aceptar esta amenaza, pero una amenaza que,
a falta de prever la entrada de América en la guerra, no po-
día reducir ni evitar. Ésta era la actitud de Hitler, y así fue
confirmado por los hechos, especialmente después de ini-
ciada la campaña del Este, cuando este tema fue agotado
entre los dos hombres en agosto de 1941. «Si no podía ha-
cerse nada más — concluyó también Raeder —, no podía
decirse nada más sobre ello.» Después de agosto de 1941,
África occidental no fue tema de discusión hasta que los
Estados Unidos entraron en la guerra.
Después de Pearl Harbor Raeder creyó que la amenaza en
esta zona no era ya inminente. «Los Estados Unidos — de-
claró el 12 de diciembre de 1941 —, deberán concentrar to-
das sus fuerzas en el Pacífico durante los próximos meses;
Inglaterra no querrá correr más riesgos; no es probable
que disponga del tonelaje necesario para una empresa se-
mejante.» Hitler, por otra parte, como se pone de mani-
fiesto desde la entrevista de tal fecha, sospechó que los
aliados «llevarían a cabo operaciones en un futuro próxi-
mo para ocupar las Azores, las Canarias, e incluso acaso
para atacar Dakar», como preparación para un ataque al
África occidental.
Durante los seis meses siguientes, la ansiedad de Hitler en
este aspecto estuvo subordinada a la consideración de los,
para él, mayores peligros que amenazaban a Noruega; sin
embargo, este temor era menor que el sentido por Raeder.
El 15 de junio de 1942, cuando se planteó de nuevo la cues-
tión, fue Hitler quien lo hizo. Súbitamente propuso que un
grupo de submarinos debía ser mantenido continuamente
alerta frente a cualquier intento de los aliados contra las

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 306

Azores, Madera o las islas del Cabo Verde; pues era toda-
vía su convicción, que, debido a que Alemania debía ocu-
par estas islas antes de ocupar Gibraltar, los Estados Uni-
dos y la Gran Bretaña no podrían atacar el continente afri-
cano sin antes ocupar las islas atlánticas. Cuando Raeder
objetó que «no podemos permitirnos apartar de su actual
cometido un número considerable de submarinos con este
solo objeto», Hitler abandonó su idea. Este incidente tal
vez sirva para dar cuenta del pesimismo con que Hitler
contemplaba ya la amenaza de un ataque al África occiden-
tal. Una gran parte de su aparente ansiedad por Noruega
era debida, para-dójicamente, al hecho de que la defensa
de Noruega era algo en la cual podía intervenir. Por el con-
trario, no podía hacer nada para defender el África occi-
dental; y lo sabía muy bien.
Raeder se había negado siempre a aceptar este punto de
vista. El 12 de diciembre de 1941, aun cuando convencido
de que la acción enemiga no era todavía inminente, presio-
nó en favor de la ocupación de Dakar, «que sería de valor
para la batalla del Atlántico», y anunció que «el Alto Man-
do Naval, ahora como siempre, abogaba en favor de la con-
solidación de la posición francesa en el África occidental».
Pero esta proposición, lógica antes de iniciar el ataque a
Rusia, había perdido todo contacto con la realidad después
del fracaso de la campaña rusa, y más aún después de la
entrada de los americanos en la contienda. A su debido
tiempo él mismo lo comprendió también. Fue él quien
primero se refirió a esta circunstancia el 26 de agosto de
1942. Recordó a Ilitler que la ocupación de Gibraltar «si-
gue siendo el más preciado de los objetivos», pero añadió,
«para el futuro». Más importante todavía, aun cuando «se-
guía considerado un posible intento de los anglosajones
para ocupar el África occidental, y poner pie en ella con
ayuda de los franceses, con una grave amenaza sobre el es-
fuerzo de guerra alemán», implicaba que él, lo mismo que
Hitler, había llegado finalmente a la conclusión de que na-
da podía hacerse para evitarlo.

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Después hablaba de las consecuencias de un feliz desem-


barco aliado, y anticipaba que éstos se dirigirían luego a
Italia para destruir la posición alemana en el África occi-
dental; pero su única recomendación era que «Alemania
debía mantener su sólida posición en el Mediterráneo y,
sobre todo, su dominio sobre Creta, y no podía permitirse
perder el Píreo y Salónica». Si esto quiere decir algo, es
que Raeder aceptaba como inevitable la ocupación aliada
del África occidental, la pérdida de África del Norte para
Alemania y, tal vez, incluso la derrota de Italia. Y Hitler
veía lo mismo que Raeder. «No ocultaba su disgusto con
los italianos», y no tenía intención de abandonar Creta
«por el momento». La ocupación del África occidental por
los aliados, que Hitler y Raeder nunca más volvieron a dis-
cutir, y que habían llegado a considerar como inevitable,
empezó el 8 de noviembre, de 1942, y no encontró prácti-
camente resistencia. Combinada con la ofensiva final en el
desierto oriental, que alcanzó Bengasi el 22 de noviembre,
pronto hizo de Túnez el último bastión del Eje en el norte
de África y llevó, a su debido tiempo, a la derrota total de
los ejércitos alemán e italiano en dicha zona.

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Capitulo XI

El fin de la Flota Alemana de superficie Enero 1943

I La liberacion de la flota de la intervencion de Hitler


El año 1942, empezado con la orden de Hitler de que la flo-
ta de superficie se concentrara en Noruega, terminó con
un acontecimiento que le llevó a ordenar su inmediata di-
solución. En este año tuvieron lugar transiciones más gra-
ves que ésta, y que motivaron un cambio en la dirección de
la guerra. La ofensiva japonesa se detuvo y fue contenida;
Rommel fue contenido y rechazado desde El Alamein; los
aliados empezaron su capítulo de grandes ofensivas con
los desembarcos en el África occidental; los submarinos al-
canzaron y pasaron el punto culminante de sus éxitos, en-
trando en un declive del cual no habrían ya de recobrarse.
Pero nada es más demostrativo del cambio que había teni-
do lugar en este tiempo que la cuestión, relativamente in-
significante, de la flota alemana; pues este punto arroja
una luz más clara sobre el estado de la mente de Hitler que
aquellos otros acontecimientos, más importantes.
La flota de superficie alemana, tan pequeña a! principio de
la guerra, había escapado a la atención de Hitler durante
los dos primeros años. Hasta que se iniciaron sus temores
por Noruega, en otoño de 1941, había dejado a Raeder que
hiciera el mejor uso posible de los pocos buques que tenía
a su disposición; y Raeder había usado de ellos con buen
resultado. La construcción empezada de unas pocas unida-
des en los astilleros, había sido demorada a menudo; algu-
nas de las observaciones de Hitler habían sugerido que, en
una de sus crisis, su actitud hacia la flota de superficie se-
ría hostil. El 16 de septiembre de 1939 había confesado que
el Bismarck, el Tirpitz y los dos cruceros pesados no da-
rían demasiado rendimiento». El 10 de octubre de 1939 se
había preguntado, si era «realmente necesario» terminar
la construcción del Graf Zeppelin, el único portaaviones

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alemán. Pero el retraso en terminar los buques en los asti-


lleros no fue puesto a debate, y hasta fines de 1942 no hu-
bo ninguna crisis referente a la flota. Después de la pérdi-
da del Graf Spee en 1939, tuvieron lugar algunas protestas
por parte de Hitler. Después de la pérdida del Bismarck, el
27 de mayo de 1941, reaccionó de la misma forma, admi-
rándose, el 6 de junio, de que el «buque no hubiera confia-
do en su poder artillero y atacado al Pince of Wales con ob-
jeto de destruirlo una vez hundido el Hood». Sin embargo,
aun cuando incluso Raeder, después de la pérdida del Bis-
marck, admitió que «la efectividad de los buques de super-
ficie, está limitada por su escaso número», Hitler aprobó la
reinstauración por Raeder de la política clásica y su inten-
ción de mantenerla a pesar de la experiencia del Bismarck.
A pesar de su reducido número, dijo Raeder en esta fecha,
los buques de superficie «sostienen una decisiva ofensiva
contra los buques mercantes, que es la única forma de ven-
cer a la Gran Bretaña... Es posible que sean gradualmente
destruidos. Esta posibilidad, sin embargo, no debe permi-
tir que se impida a los buques de superficie el seguir ope-
rando... El hecho de que estén operando, o incluso la posi-
bilidad de que aparezcan en el Atlántico, apoya en gran
manera la campaña submarina. Los ingleses se ven obliga-
dos a proteger sus convoyes con grandes fuerzas. Si estas
fuerzas estuvieran libres podrían operar con efectos des-
truc^ lores en otros lugares... Los ingleses estarían tam-
bien en condiciones de reforzar sus defensas antisub-
marinas a expensas de la escolta de sus convoyes. Por estas
razones, es urgentemente necesario mantener y operar con
la pequeña flota de superficie alemana.»
Hitler estuvo de acuerdo con este punto de vista; Inó inclu-
so más lejos, ordenando que el crucero Seidlitz y el porta-
aviones Graf Zeppelin, dos buques no (rrminados, cuyo fu-
turo había sido puesto en duda durante algún tiempo, fue-
ran concluidos una vez I!usía hubiera sido derrotada.

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II Las restricciones impuestas a la flota alemana y la falta


de combustible
Menos de dos meses después, Hitler empezó a preocupar-
se seriamente por la defensa de Noruega. En el año si-
guiente, después de la entrada de los americanos en la gue-
rra, Raeder seguía argumentando que «básicamente, la
idea de utilizar estos buques en la guerra contra los buques
mercantes en el Atlántico era buena», pero estaba anticua-
da. Los cruceros fueron enviados a través del canal de la
Mancha en interés de la defensa de Noruega; todos los
otros buques pesados disponibles fueron trasladados a la
zona noruega; y, excepto desde las bases de Noruega con-
tra los convoyes que se dirigían al norte de Rusia, la flota
de superficie alemana no volvió a operar ya más.
No fue solamente el temor por Noruega, sin embargo, lo
que impuso esta limitación al uso de los buques de superfi-
cie. El 13 de noviembre de 1941, en relación con el movi-
miento del Tirpitz a Trondheim, Raeder admitió que, apar-
te de la necesidad de su presencia en Noruega, no podían
ser mandados al Atlántico, como se había previsto
anteriormente, «debido a la situación del petróleo y a la si-
tuación del enemigo». La situación del enemigo, después
de la pérdida del Bismarck habla por sí misma, aun cuan-
do Raeder se había sentido en otros tiempos inclinado a
aceptar el riesgo incrementado.
La escasez de combustible, sin embargo, era tal, que no se
podía ya ignorar. El bloqueo empezaba a surtir sus efectos.
El 13 de noviembre de 1941 calculó que, con reservas de
380.000 toneladas, suministros mensuales de 57.000 to-
neladas, faltarían unas 34.000 toneladas cíe la cantidad
mensual necesaria para operaciones normales; y la situa-
ción era peor de lo que estas cifras revelaban, porque Ale-
mania debía atender también a las necesidades de la flota
italiana. Al mismo tiempo anunció que, «en consideración
a la actual difícil situación en el combustible», el Alto Man-
do Naval había decidido que, incluso si el Schranhorst y el
Gneisenaii se adentraban en el Atlántico, en lugar de atra-

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vesar el Canal en dirección a los puertos, «no podrían lle-


var a cabo operaciones contra los buques mercantes». Un
mes más tarde la situación del combustible era todavía
peor; según Raeder, el 12 de diciembre de 1941, era «muy
crítica» 239. No solamente las necesidades de la marina ha-
bían sido reducidas en un 50 %, motivando «una intolera-
ble restricción en la movilidad de nuestros buques»; las de-
mandas italianas de reservas alemanas habían asimismo
aumentado, y las exportaciones rumanas a Alemania e Ita-
lia habían cesado por razones económicas.
En 1942, el problema del combustible empeoró todavía. El
1 de abril las reservas de la marina alemana habían descen-
dido a 150.000 toneladas, cifra que podía compararse con
el hecho de que 20.000 toneladas habían sido consumi-
das en el desplazamiento del grupo de Bresta a través del
Canal y del Eugen hacia Noruega. Los suministros de Ru-
mania habían sido reanudados; pero eran sólo de 8.000
toneladas mensuales comparadas con las 460.000 to-
neladas de antes; y este suministro había sido prometido
enteramente a Italia.
Las necesidades de las flotas alemana e italiana, que ha-
bían sido estimadas en 100.000 cada una en noviembre
de 1941, descendieron en abril de 1942 de 97.000 a
61.000 toneladas. El 15 de junio, Raeder se vio obligado a
pedir que no se hicieran más entregas a Italia; y Hitler
aceptó esta demanda. Pero la pura necesidad obligó a dis-
poner de cantidades más elevadas para las operaciones
realizadas en el Mediterráneo a fines del mismo año. El 19
de noviembre, incluso los movimientos en el Ártico de los
buques alemanes con base en Noruega fueron suspendi-
dos por falta de combustible. El 22 de diciembre, los bu-
ques podían ser repostados solamente por el método «de
mano a boca», y Raeder, esperando nuevas demandas por
parte de Italia, advirtió que la situación podría todavía em-
239El aceite Diesel, utilizado por los submarinos y los aco-
razados de bolsillo, no había visto todavía cortados sus suminis-
tros.

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peorar.
Por consiguiente, incluso si la flota de superficie no hubie-
se sido estacionada en Noruega, las operaciones contra las
rutas comerciales hubiéranse visto limitadas, aparte de los
mayores riesgos implicados después de la entrada de los
Estados Unidos en la guerra.
En otro aspecto, sin embargo, el temor de Hitler por No-
ruega aumentó su interés por la flota de superficie y le in-
dujo a suscribir ideas que favorecían a la flota, y que eran
del beneplácito de Raeder. El 13 de noviembre de 1941
Raeder tenía todavía sus dudas sobre si debían proseguir
los trabajos en el portaaviones Graf Zeppelin, puesto
que calculaba que éste no estaría terminado hasta fines de
1944, aun en las más favorables circunstancias. Sin
embargo, Hitler expresó su deseo de proseguir los trabajos
y estaba seguro de que la aviación podría utilizar el porta-
aviones en un futuro próximo. El 12 de marzo de 1942,
Raeder pidió que las obras fueran aceleradas y que las
fuerzas aéreas en Noruega fueran reforzadas. Una reciente
salida del Tirpitz contra un convoy ártico, en el que escapó
justamente de ser torpedeado por aviones torpederos,
le convenció de la debilidad de sus fuerzas en relación
con la flota inglesa, del peligro, en particular, reportado
por los aviones torpederos enemigos, y de la necesidad de
disponer de portaaviones y bases aéreas para apoyar las
operaciones alemanas si se quería que éstas tuvieran éxito,
así como también para defender a Noruega.
Hitler había llegado a la misma conclusión; ordenó que
fuera reforzada la aviación en apoyo de la flota; asimismo
ordenó que el portaaviones fuera rápidamente terminado.
El 13 de abril, sin embargo, fue evidente que no podría
estar dispuesto para operar antes del invierno de 1943, y el
13 de mayo se decidió la rápida conversión de cuatro gran-
des buques mercantes en portaaviones auxiliares. «El Füh-
rer considera descartado que las grandes unidades de su-
perficie operen sin la protección de la aviación.» La con-
versión del Seidlitz fue asimismo estudiada, pero Raeder

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informó en contra de ella después de una investigación.

III Hitler ordena la disolucion de la Flota


La mayor preocupación de Hitler no se debía, ciertamente,
a la flota; era por Noruega y la incapacidad de la armada
para defenderla. Su temor por Noruega continuó en 1942,
perdiendo en intensidad, tal vez, con el paso del tiempo;
su convicción de que los buques serían incapaces de servir
a fines más importantes, la defensa de Noruega contra la
invasión, por ejemplo, había ido en aumento desde la sali-
da del Tirpitz; especialmente, dado que los portaaviones
convertidos no podrían entrar en servicio hasta dentro de
un año. Y fue en contra de su decisión que tuvo lugar el sig-
mente incidente. El 31 de diciembre de 1942, el Hipper, el
Lutzow y seis destructores, al atacar un convoy con desti-
no a Rusia, fueron sorprendidos por las fuerzas de escolta
bajo el mando del acorazado Onslow, y abandonaron in-
mediatamente la acción después de haber perdido
un destructor. La nueva de esta acción no mejoró por el he-
cho de que, debido a una interrupción en las comunicacio-
nes alemanas, Hitler recibió primero la noticia a través de
una emisora inglesa. Los buques alemanes habían recibido
la orden de evitar todo encuentro comprometido; pero Hi-
tler estimó que sus sospechas acerca de las cualidades
combativas de la flota y su capacidad para defender Norue-
ga habían sido confirmadas. Su indignación fue enorme.
El 6 de enero de 1943, en su entrevista con Raeder, habló,
según informe de Raeder, «durante hora y media sobre el
papel de los buques prusianos y alemanes desde su exis-
tencia». «La flota de alta mar — declaró —, no tuvo ningu-
na notable contribución durante la Guerra Mundial. Es
norma maldecir al Kaiser... pero la verdadera razón es que
la flota carecía de hombres de acción... La revolución y el
hundimiento de la flota en Scapa Flow no redundaron en
beneficio del crédito de la flota alemana.» El reciente inci-
dente demostraba que las circunstancias no habían cam-
biado; y había decidido que «en la actual crítica situa-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 315

ción... no podemos permitir que nuestros grandes buques


permanezcan anclados durante meses enteros... En el caso
de una invasión de Noruega, nuestras fuerzas aéreas se-
rían más eficaces atacando la flota de invasión que viéndo-
se obligadas a defender a nuestra propia flota. La flota no
tendría un gran valor para evitar que el enemigo es-
tableciera una cabeza de puente». Y, como no sería elimi-
nar «una unidad combatiente que hubiera alcanzado su to-
tal utilidad», no debería considerarse como «una degrada-
ción si decidía desmantelar los grandes buques».
Raeder fue encargado de investigar inmediatamente los si-
guientes puntos. ¿Debían conservarse los portaaviones au-
xiliares ya encargados? ¿Podían convertirse en portaavio-
nes los cruceros de bolsillo Lutzow y Scheer? ¿Podía am-
pliarse el programa de construcción de submarinos y acele-
rarse si se eliminaban los buques mayores? «Los submari-
nos constituyen el arma más importante en la última gue-
rra y deben considerarse de igual importancia en ésta» «El
comandante en jefe hará un informe que será de gran valor
histórico. El Führer examinará cuidadosamente este docu-
mento.»
El informe de Raeder expresa que «apenas si tuvo ocasión
para hacer un comentario; pero su impresión final de la
entrevista fue que Hitler, aun cuando había descrito su de-
cisión como definitiva, volvería a considerar de nuevo su
punto de vista si se presentaban argumentos sólidos.
Cuando Raeder volvió de nuevo con su memorándum, des-
cubrió que se había equivocado en esto; sus argumentos
por escrito fueron ignorados. El 30 de enero de 1943, por
consiguiente, dimitió el mando que había desempeñado
desde 1928, y fue sucedido por el almirante Doenitz.
Doenitz, el defensor de los submarinos, puso in-
mediatamente manos a la obra y cumplimentó los deseos
de Hitler sobre los buques de superficie, aun cuando consi-
deraba también demasiado oiurgu'u la decisión de Hitler.
El 26 de febrero de 1944 persuadió a Hitler, a pesar de su
repugnancia, a permitir la retención del Tirpitz, del

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Schranhorst y del Lutzow, para apoyar las operaciones


contra los convoyes aliados que se dirigían al norte de Ru-
sia. Pero, salvo estas excepciones, los planes fueron lleva-
dos a cabo, desmantelándose la flota de superficie y con-
virtiéndolos en buques de entrenamiento para el personal
de los submarinos.

IV La salud y actitud de Hitler con respecto a la guerra en


esta epoca
Este incidente no fue importante en sí ni por sus conse-
cuencias. Los acontecimientos habían disminuido el valor
de la flota de superficie alemana; si hubiese seguido exis-
tiendo, hubiera sido de escasa utilidad, como los restos
que permanecían en agujas del Norte. Los acontecimientos
habían ido demasiado lejos para las advertencias de Rae-
der, aunque hubiera sido escuchado, para poder ser apro-
vechadas. Pero arroja alguna luz sobre el estado de la men-
te de Hitler a principios de 1943, y es importante por esta
razón.
Por muy dado que fuera a vociferar, especialmente en pú-
blico y en las audiencias, no había perdido nunca la cabeza
en las conferencias con el comandante en jefe de la mari-
na. Nunca hasta entonces se había dejado llevar por Ja ira
en estas conferencias, ni las había utilizado para lecturas
de dudosa veracidad. Hasta entonces, si no había estado a
menudo dispuesto a atender los consejos de Raeder, había
por Jo menos escuchado sus puntos de vista. La violencia
de la entrevista del 6 de enero de 1943 es notable por el
contraste con los informes anteriores.
Este contraste no es difícil de explicar. En un sentido par-
ticular, su estallido era una admisión palpable de que se
había equivocado al esperar la invasión de Jos aliados en
Noruega. El desembarco en el África occidental, y la subsi-
guiente amenaza a Italia y el frente meridional, no había
dejado la menor duda o este respecto; y si hubiese seguido
negándose a reconocer su error durante algún tiempo, y no
lo hubiera admitido abiertamente, el error era tan evidente

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 317

a fines de 1942 que podía ahora tomar venganza en la flo-


ta, que no era ya necesaria para la defensa de Noruega. Pe-
ro se había equivocado también en sus cálculos en otros
puntos, y, hablando en términos generales, su acción era la
culminación de una serie de fallos durante varios meses, y
su efecto se dejaba sentir sobre su salud y su temperamen-
to.
Había dirigido la guerra durante más de tres años; desde
que se hizo cargo del mando del Ejército el 19 de diciembre
de 1941 lo había dirigido por sí mismo, viviendo, casi como
un recluso, pero sintiendo al mismo tiempo que debía in-
tervenir cada vez más en la esfera de las operaciones, como
opuesto a la estrategia, y en los menores detalles. Pero sus
grandes esfuerzos y su creciente intervención no había mo-
tivado ninguna diferencia. Durante el pasado año, había
luchado sólo contra casi todo el mundo; desde el verano
anterior, por lo menos, su vida había sido un cúmulo conti-
nuo de adversidades; y desde el otoño la situación se había
vuelto contra él en todos los aspectos. La ofensiva japone-
sa había sido contenida. Rommel se batía en retirada, Mal-
ta triunfaba, y los aliados estaban en África del Norte. Los
submarinos empezaban también a decaer. En Rusia, el
enemigo no sólo seguía combatiendo después de un segun-
do verano, sino que los alemanes estaban contenidos en
Stalingrado desde agosto, la ofensiva alemana en el Cáuca-
so había sido contenida en septiembre, y el 19 de noviem-
bre había empezado la gran ofensiva rusa que había obliga-
do a la Wehrmacht a abandonar el Cáucaso a fines de di-
ciembre. Ahora estaban aniquilando a las fuerzas alema-
nas en Stalingrado, y — a pesar de la pública promesa de
que Stalingrado sería conservado — se preveía ya la rendi-
ción final de la ciudad el 31 de enero. Y así debía continuar
durante seis semanas más, en la región del Don y la Ucra-
nia.
La flota alemana pagó las consecuencias de todos estos fra-
casos — por Stalingrado en particular — y por sus efectos
derivados del estado mental de Hitler, así como por sus

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errores en la amenaza que pesaba sobre Noruega. Pues era


un enfermo físico y nervioso desde fines de 1942; los pri-
meros signos visibles de desgaste físico se hicieron aparen-
tes a principios de 1943 240; y eran debidos al sobrees-
fuerzo y a la tensión nerviosa que inevitablemente padecía
dada la prolongación de la guerra y su método de dirigirla;
no puede haber ninguna duda de que, en los últimos me-
ses, este proceso fue acelerado por la amarga certidumbre
de la derrota. Él mismo se negaba a admitir esta realidad
pero, desde otoño de 1942, sabía que había perdido la gue-
rra.
Incluso sus ocasionales anuncios de futuros propósitos re-
velan Ja pérdida de sus esperanzas y testifican su aumento
desde este momento. Sus ambiciones habían disminuido
desde el momento en que los Estados Unidos entraron en
la guerra. El compromiso con las potencias occidentales
había sido lo máximo en que se había atrevido a confiar
desde entonces. Pero había creído posible, por algunos
meses, que este compromiso podría alcanzarse; y en sus
esperanzas había incluido, como condición previa para di-
cho acuerdo, la derrota de Rusia. El 26 de agosto de 1942,
él y Raeder habían convenido en que «la situación de la
guerra sigue siendo dominada por la urgente necesidad
de derrotar a Rusia y crear con ello un espacio vital a cu-
bierto de cualquier bloqueo y fácil de defender.
Entonces podríamos seguir luchando durante años ente-
ros. La lucha contra el poderío marítimo anglosajón decidi-
ría finalmente el resultado de la guerra y podría llevar a In-
glaterra y a los Estados Unidos al punto de discutir las con-
diciones de la paz... Cuando Rusia esté derrotada debere-
mos seguir hasta el final de la lucha naval contra los anglo-
sajones, como única forma de obligarlos a negociar.»

240 H. R. Trevor-Roper, The Last Daijs of Hitler, págs. 61-77.

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El 19 de noviembre, Hitler estudiaba todavía nuevas ofen-


sivas.
«Desea que se tomen medidas contra el enemigo que pue-
da embarcar en dirección a Egipto y al Oriente Medio a tra-
vés de la ruta de El Cabo, con objeto de aliviar la presión
sobre nuestras tropas en África y facilitar un posterior
avance hacia el Oriente Medio...; el Führer desea también
transportar submarinos en construcción, porque, desde
que los americanos ocuparon Islandía, ha considerado de
nuevo la idea de una repentina invasión y el establecimien-
to allí de una base aérea.»
Pero ésta fue la última ocasión en que habló de semejantes
proyectos. Al empezar la ofensiva rusa, el frente del Este
adquirió un aspecto diferente. Los rusos sabían, después
de la lucha por Stalingrado, que habían ganado la batalla
por la supervivencia y que ahora empezaba la batalla de su
liberación; y Hitler, que hasta entonces había afirmado
que los rusos estaban en sus últimos esfuerzos (1), tenía
que saberlo también. Había empezado ya a considerar, con
gran repugnancia y sin ninguna esperanza de éxito, nego-
ciaciones de paz con el gobierno soviético, que Ribbentrop
y otros le habían estado sugiriendo en los últimos tiempos
241, y que habían empezado ya en 1943, sólo para interrum-

pirse a mediados del mismo año 242. Y si esto revela que


había abandonado toda esperanza de una derrota militar
rusa, y que había comprendido que, sin un acuerdo de paz
con ella, no lograría tampoco un equilibrio con las poten-
cias occidentales, existían también pocas esperanzas en las
gestiones de paz celebradas al mismo tiempo con Occiden-
te 243. Pero el rápido curso de los acontecimientos en los
otros frentes advertía que esta última esperanza habría de
ser pronto abandonada también. Y había concluido, según
explicó a Raeder el 22 de diciembre de 1942, que «había
241 Proceedings, part. 10, págs. 201-2, y Máxime Mourin, Les
Tentatives de Paix, 1939-45, págs. 140-4.
242 Rebeca West, The Meaning of Treason, págs. 158-9.
243 Moxurin, págs. 144-7.

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que evitar ante todo un derrumbamiento en cualquier fren-


te donde el enemigo pudiera dañar el territorio nacional».
En esta observación del 22 de diciembre de 1942 define
cuál llegó a ser en realidad su pretensión a principios de
1943 hasta el fin de la guerra. Defender la fortaleza alema-
na; resistir antes de retirarse en ningún frente hasta que
fuera completamente inevitable, como el único método pa-
ra asegurar la defensa de Alemania; prolongar la lucha lo
máximo posible, incluso si se desplomaba la resistencia de
Alemania: éstas eran las únicas ideas que le guiaban. No
tenía otra estrategia. Ningún plan para el futuro sostenía
esta política; solamente la esperanza de que Rusia y Occi-
dente disputaran entre sí; de que los submarinos recobra-
ran la supremacía que había perdido a fines de 1942; que
la introducción del nuevo tipo de submarinos salvara la si-
tuación, y que otras armas nuevas pudieran evitar la derro-
ta.

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Capitulo XII

La Estrategia de Hitler en derrota

I Su direccion de la guerra a partir de 1943


Tal era, por aquella época, el balance de fuerzas en contra
de Alemania que estas esperanzas se esfumaron finalmen-
te y la política de Hitler oscilaba continuamente entre el
aplazamiento de operaciones y futuras derrotas de las que
estaban en curso.
Podía insistir en que Túnez, como dijo el 19 de noviembre
de 1942, era una «posición clave decisiva»; podía decidir
mantenerla a toda costa; podía reforzarla de un modo tan
efectivo que, el 6 de enero de 1942, el general Eisenhower
informó a los jefes del Estado Mayor aliado que «a no ser
que estos refuerzos puedan ser material e inmediatamente
reducidos, la situación, tanto aquí como en la zona del Oc-
tavo Ejercito, empeorará sin duda alguna». Pero, a pesar
de todas las apariencias de un falso éxito, la batalla por Tú-
nez no podía representar otra cosa para Alemanía que una
acción de retaguardia y este hecho fue reconocido ya desde
un principio. La decisión de luchar en el África del Norte
fue tomada, como dijo Raeder el 19 de noviembre de 1942,
«porque la presencia del Eje en Túnez impele al enemigo a
emplear fuerzas considerables; impide los éxitos enemigos
puesto que le interceptan el paso por el Mediterráneo ».
La posición alemana en Túnez se hizo desesperada en el
mes de marzo de 1943; y si este hecho, que condujo al hun-
dimiento final del Eje en el África del Norte el 7 de mayo,
fue debido a una concepción estratégica muy superior de
los aliados, esta superioridad era en parte el resultado del
continuo fracaso de los submarinos en el Atlántico. «La
conquista de Túnez por el enemigo — declaró Hitler el 14
de marzo de 1943 —, a parte de conducir a la pérdida de
Italia, significará para el enemigo un ahorro de 4 a 5 millo-
nes de toneladas de barcos, de forma que los submarinos

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 322

tendrán que trabajar de cuatro a cinco meses para igualar


esta cantidad.» Esta afirmación no sólo confirmaba la na-
turaleza negativa de sus propósitos en continuarla; exage-
raba igualmente los éxitos de los submarinos. Las pérdidas
aliadas por la acción de los submarinos había descendido a
336.000 toneladas en el mes de diciembre de 1942, a
200.000 toneladas en el mes de enero de 1943; y, a pesar
de que esta cifra volvió a subir hacia fines de año, y a
627.000 toneladas en el mes de marzo, los meses de abril y
mayo de 1943 destacan como el período en que la ofensiva
de la Batalla del Atlántico pasó finalmente a manos de los
aliados. Continuó descendiendo la cifra de toneladas hun-
didas y el número de submarinos hundidos, que había
continuado siendo tan elevado, que el 8 de febrero de
1943, Doenitz, el sucesor de Raeder, se vio obligado a atri-
buirlo a traición, así como a la supremacía aérea aliada en
el Atlántico que continuó aumentando. En el mes de mayo
fueron 45 los submarinos hundidos, pérdida que ya era in-
sostenible y que condujo, hacia fines de aquel mes, a la re-
tirada total, aunque temporal, de todos los submarinos del
Atlántico Norte.
Doenitz, y Raeder anteriormente, habían hecho todo lo
que había estado en su poder para impedir este desarrollo,
insistiendo en la necesidad de que la aviación cooperara
con los submarinos, presentando planes para un programa
de construcción de submarinos de 27 a 30 unidades al mes
y efectuando experimentos con nuevos torpedos acústi-
cos. Pero no podía disponerse de la aviación. El consenti-
miento de Hitler de un mayor número de mano de obra y
material logró poco efecto en vista de las limitaciones que
existían en este sentido; y los nuevos torpedos todavía no
se hallaban en estado de producción cuando ocurrió la cri-
sis en el mes de mayo. Una vez solucionada ésta, Doenitz
se vio obligado a admitir que había sido derrotado por los
dos nuevos factores que no habían merecido atención y a
los cuales no se había hecho frente. El primero, «el radar»,
dijo el 31 de mayo de 1943, ha sido «el mievo instrumento

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 323

de localización usado por los barcos y los aviones aliados».


El segundo, que ya había explicado el 14 de mayo, era que,
junto con los nuevos instrumentos de control, los aliados
habían iniciado en el mes de abril una serie de ofensivas en
el golfo de Vizcaya. Esta ofensiva redundó en tal éxito que
la salida para los submarinos había quedado reducida a
una estrecha franja a través del Golfo, cerca de las costas
españolas y que exigía un recorrido de diez días.
Éstos eran los dos motivos en los cuales basó su decisión
de retirar los submarinos del Atlántico Norte, pero du-
rante la conferencia del 31 de mayo, llamado expresamen-
te para discutir la situación ellos submarinos, Hítler expu-
so claramente que no aprobaba la decisión que había to-
mado. Durante el curso de la entrevista interrumpió a su
comandante en jefe y exclamó «no podemos renunciar a la
guerra submarina. El Atlántico es mi primera línea de-
fensiva en el Oeste. Incluso si tengo que librar una batalla
defensiva allí, es preferible esto a esperar defenderme en
las costas de Europa. No puedo permitir la libertad de ac-
ción de las fuerzas enemigas renunciando a la guerra sub-
marina». Doenitz era lo bastante optimista al creer que po-
dría encontrar con-tramedídas; pero insistió también en
la diferencia habida entre una guerra defensiva y las pérdi-
das Insostenibles. Se le permitió, por consiguiente, man-
tener su decisión y, al final de la entrevista, Hitler no sólo
firmó una orden para incrementar un programa de cons-
trucción de submarinos, que se había negado a firmar des-
de que le fue presentado por primera vez en el mes de
abril, sino que incluso elevó la cifra de 30 a 40 por mes.
Expresó sus temores de que «el nuevo instrumento detec-
tor del enemigo tal vez responda a principios que todavía
no nos son familiares ».
La primera consecuencia importante de la caída de Túnez,
la posibilidad de navegar libremente por el Mediterráneo,
fue completada antes de fines del mes de mayo; y sólo,
aunque indirectamente, disminuyendo la presión sobre la
navegación aliada provocó un ulterior empeoramiento de

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 324

la oportunidad de Alemania en la Batalla del Atlántico. Pe-


ro la guerra naval había dejado ya de ser el temor principal
de Hitler, ya que, con la caída de Túnez, quedaba ame-
nazado todo el frente sur de Europa. El que esto ocurriría,
se había revelado ya evidente desde el desembarco de los
aliados en el noroeste de África; el 19 de noviembre de
1942, pocos días después de haberse efectuado estos de-
sembarcos, Raeder llegó a la conclusión de que los aliados
poseían barcos y tropas suficientes para llevar a cabo una
acción de gran envergadura en el Mediterráneo tan pronto
hubiesen limpiado el norte de África y que ésta sería con
toda probabilidad la zona de su próximo avance. Pero ha-
bía sido imposible tomar medidas contra esta prevista ac-
ción del enemigo. El esfuerzo realizado para sostenerse en
Túnez había empleado todos los recursos alemanes; la fal-
ta de una adecuada información le había hecho imposible
Juzgar dónde el enemigo lanzaría su próximo ataque.
El 19 de noviembre de 1942, Hitler y Raeder habían creído
que los Balcanes, a través del mar Egeo, era la dirección
más probable; el 22 de. diciembre de 1942, Raeder consi-
deró igualmente probable un ataque contra la península
ibérica; y no fue hasta el mes de mayo, cuando Túnez esta-
ba a punto de caer, que se aceptó como segura una acción
aliada contra Italia. Pero incluso continuó la incertidurn-
bre sobre si el ataque se dirigiría a través de Sicilia o Cer-
deña. El 13 de mayo, cuando Doenitz visitó Roma, encon-
tró que el mando militar naval italiano estaba convencido
de que el mayor peligro lo representaba Cerdeña; que Mus-
solini creía que era Sicilia y que Kesselring estaba en desa-
cuerdo con Mussolini. Cuando regresó a Alemania para ce-
lebrar una conferencia con Hitler al día siguiente, descu-
brió que Hitler había aceptado como fidedigna una orden
aliada que había sido «capturada» recientemente. No se
mostró de acuerdo con el Duce de que el punto de invasión
más probable era Sicilia; creía que la orden anglosajona
capturada confirmaba la suposición de que el ataque pla-
neado se dirigiría contra Cerdeña y el Peloponeso».

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Además de complicar esta inseguridad el problema defen-


sivo alemán, el agotamiento de los recursos alemanes im-
pedía llevar a cabo un contraataque como medida de de-
fensa. En parte con esta finalidad y en parte para superar
las dificultades con que se enfrentaban los submarinos, es-
pecialmente en el golfo de Vizcaya, el Estado Mayor Naval
alemán había intentado, durante algún tiempo, reavivar el
viejo plan de la ocupación de España y la conquista de Gi-
braltar, con el consentimiento de España si era posible, y
sin el mismo si era necesario.
El 22 de diciembre de 1942, antes de presentar su dimi-
sión, Raeder había expuesto que por dos razones era de «la
máxima importancia estratégica ocupar la península ibéri-
ca... incluso en el caso de que esta medida exija grandes sa-
crificios económicos para el resto de la Europa continen-
tal». Hitler se había sentido inclinado a considerar nueva-
mente el plan; era su intención «entablar negociaciones
con España y prepararse para una ocupación». El Estado
Mayor Naval, aun después de la dimisión de Raeder, no
había renunciado al plan. El 11 de abril de 1943, Doenitz
presentó a Hitler un memorándum exponiendo las venta-
jas, tanto para la guerra submarina como para la defensa
del frente sur, que resultarían de la ocupación de España y
Portugal, denominando al nuevo proyecto «Gisela». El 13
de mayo, en Roma, se enteró de que también Kesselring
era del parecer que un ataque alemán contra la península
ibérica «era el mejor sistema para aliviar la situación en el
Mediterráneo». El 14 de mayo, en consecuencia, durante
su entrevista con Hitler, insistió más firmemente que nun-
ca de que este «ataque contra el flanco de la ofensiva an-
glo-sajona» era la mejor «solución estratégica», ya que
provocaría un cambio radical en el Mediterráneo y los sub-
marinos podrían actuar desde bases más seguras.
Pero el memorándum de Doenitz del 11 de abril había ad-
mitido ya que la operación «Gisela» no podía llevarse a ca-
bo sin el consentimiento de España, y que ésta no parecía
probable que lo diese y que la operación «agravaría gran-

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demente el problema de los suministros»; por Jo tanto, no


pudo haberse llamado a engaño cuando Hitler rechazó el
plan.
«No estamos en condiciones—fue la respuesta de Hitler —,
para llevar a cabo una operación de esta índole. Sin el con-
sentimiento de España no se podía pensar ni tan sólo en la
cuestión... El pueblo latino es tenaz y comenzaría una lu-
cha de guerrillas contra nosotros. En el año 1940 tal vez
hubiera sido posible ganarse a España para una tal acción
si el ataque italiano contra Grecia no la hubiese descon-
certado tanto. Es imposible ahora... El Eje debe enfren-
tarse con el hecho de que está ligado a Italia.» Éste era un
hecho irrefutable. Los recursos de Alemania en el frente
sur eran muy limitados por estar ligada a tantos frentes;
los de Italia no existían sin necesidad de este pretexto; y lo
mismo que las obligaciones alemanas en los demás frentes
hacían imposible un contraataque a través de España, ha~
cían igualmente imposible, en unión con el peso muerto
de Italia, de emprender ninguna medida defensiva contra
el previsto ataque aliado. Doenitz recordó este hecho du-
rante su visita a Roma el 13 de mayo. «Nuestras fuerzas
combinadas — le dijo al Alto Mando italiano en aquella fe-
cha—, son demasiado débiles para interceptar los planes
enemigos destruyendo los puertos de embarque de la flota
de invasión.» Podía enviar más submarinos al Mediterrá-
neo, pero esto era todo lo que podía hacer Alemania; sin
embargo, estaba convencido de que los submarinos «ja-
más estarían en condiciones de detener una invasión».
«En consecuencia, el único problema es la defensa por tie-
rra... A pesar de que un oficial naval preferiría luchar en el
mar, debemos comprender que nuestras fuerzas navales
son demasiado limitadas... El único sacrificio de la flota
naval italiana hubiera tal vez podido ser de alguna ayuda si
hubiese tenido lugar antes.» Y fue debido a que reconoció
que el único plan posible era luchar contra los desembar-
cos aliados en las costas, fue el momento en que hizo un úl-
timo y vano esfuerzo en favor de la ocupación de España

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cuando se entrevistó con Hitler el 4 de mayo.


Mucho más seria, desde luego, que su realización, pues no
existía otra solución posible, fue el reconocimiento de que
la moral italiana se había hundido. Dudaba, confesó a Hi-
tler, si los italianos harían algo para interceptar los desem-
barcos aliados en sus costas; y el propio Hitler, convencido
ya de por sí de que «algunos elementos italianos se alegra-
rán si Italia pasa mañana a ser un dominio británico», co-
menzó a dudar, al escuchar el informe de Doenitz, de si in-
cluso Mussolini «estaba decidido a continuar hasta el fi-
nal».
La invasión de Sicilia comenzó el 10 de julio de 1943 consi-
guiendo una completa sorpresa táctica y no encontrando
resistencia. Además, es de subrayarla falta de .potenciali-
dad y de información por parte de Hitler, y confirmó lo
que ya se suponía con respecto al estado de ánimo del pue-
blo italiano. El 17 de julio, una semana antes de la dimi-
sión de Mussolini, el problema más sobresaliente de Hitler
era encontrar a alguien que «pudiese tomar el mando en
sus manos» en Italia y comprobar el estado de des-
moralización del Ejército italiano. Estaba «convencido de
que, sin el Ejército italiano, no podemos defender la penín-
sula entera. Si puede provocarse un cambio radical en la si-
tuación italiana, será necesario correr el riesgo; en caso
contrario, no servirá de nada enviar fuerzas alemanas y, de
esta forma, comprometer nuestras últimas reservas». Hi-
tler no encontró la persona que buscaba; el hundimiento
italiano estaba ya demasiado avanzado para poder ser de-
tenido.
Mussolini cayó y fue sucedido por Badoglio el 25 de julio y
esto forzó la mano de Hitler. Temía tanto las consecuen-
cias en los Balcanes por el cambio de frente de Italia, que
decidió mantenerse firme en la península a toda costa y, si
era necesario, en contra de los propios italianos. El 27 de
julio, durante una conferencia en la que Kesselring, Jodl y
el representante de la marina de, guerra alemana en Italia,
hablaron en favor de la evacuación de Sicilia y la retirada a

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una línea al norte de Italia, Hitler, todavía indeciso sobre


la conveniencia de evacuar Sicilia, no tomó ninguna deci-
sión a este respecto hasta que los aliados liquidaron la
cuestión ocupando Sicilia el 17 de agosto, y anunció que
había decidido emprender una acción inmediata para man-
tenerse firme en la península. Ordenó que se llevaran a ca-
bo operaciones para el rescate de Mussolini, la reinstaura-
ción del fascismo, la ocupación alemana de Roma y evitar
a toda costa la huida de la flota naval italiana. «Debemos
actuar inmediatamente — declaró —, o los anglosajones se
nos adelantarán ocupando los aeródromos. El Partido Fas-
cista sólo está aletargado y volverá a resurgir detrás de
nuestras líneas. Todo argumento en favor de un posible
aplazamiento es un error. Éstas son cuestiones que un sol-
dado no puede comprender, sino sólo un hombre con vi-
sión política. »
Una vez tomada la decisión, se sintió de nuevo aliviado y
con renovada confianza en sí mismo como solía ocurrirle
en tales casos; y el hecho de que se decidiera a planear
nuevas ofensivas, aun cuando en menor escala, incluso
contra los propios italianos, no cabe la menor duda que
contribuyó a elevar su estado de ánimo. El conocimiento
de que el Gobierno italiano estaba en negociaciones con
los aliados, no le afectó en absoluto y no hizo nada para
impedirlo. Al contrario, tenía la sensación de que esto
simplificaría su problema. Durante todo el mes de agosto
de 1943 y hasta la rendición final de Italia, el 8 de septiem-
bre, pareció navegar por encima de la confusión.
El 2 de agosto observó que el programa antiaéreo funcio-
naba bien; y añadió que, a pesar de que no era posible ha-
cer más por el momento, «las operaciones defensivas no
bastan; debemos reanudar la ofensiva». Estaba seguro de
que «el estado actual puede ser superado si hacemos todo
lo humanamente posible para tener en marcha la produc-
ción de guerra». El 11 de agosto amplió sus planes para
contrarrestar la amenaza aérea empleando nuevos méto-
dos de defensa y ampliando las defensas antiaéreas y de

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aviones de combate. «Los que no sean necesarios en las


ciudades, deben abandonarlas... Construiremos pequeñas
casas en gran número. Constarán de un dormitorio para
los padres, otro para los niños con camas plegables y un lu-
gar para cocinar.» Admitió que la situación era «peligro-
sa» y que los meses siguientes exigirían grandes sacrificios
de todos; pero «hay muchos ejemplos en la historia en que
se presentaba una solución inesperada en situaciones tan
difíciles como la nuestra». Discutió, a continuación «los
síntomas que revelan diferencias cada vez mayores entre
los anglosajones y los rusos», y «las discrepancias entre
los objetivos de guerra británicos y los rusos», y habló, co-
mo si fuera para consolarse, del «peligro de la expansión
del poder de Rusia hasta el corazón de Europa». «Incluso
a pesar de que los anglosajones están todavía decididos a
aniquilarnos, no es imposible que sucedan acontecimien-
tos políticos favorables», ya que la Gran Bretaña pronto
comprendería que se había «metido en una posición su-
mamente comprometida», y que sólo «si toda Europa se
une bajo un poder central fuerte, bajo el mando de Alema-
nia, puede existir desde ahora alguna seguridad». Existía
también el consuelo de que los aliados todavía estaban em-
barcados en la guerra contra el Japón, «una guerra muy
poco popular en los Estados Unidos». «Es necesario con-
centrar toda nuestra fe y nuestro potencial, y actuar». El
19 de agosto, cuando Doenitz le informó que la actuación
de los instrumentos de radar para localización de los sub-
marinos «pueden ser las causas responsables de nuestras
graves pérdidas», y que confiaba poder reanudar los ata-
ques contra los convoyes en el Atlántico a fines de septiem-
bre, con nuevas armas, Hitler admitió que «la teoría de lo
que le informaba justificaba muchos hechos sorprendentes
y que, con su descubrimiento, se había realizado un gran
avance».
Los comentarios de Doenitz sobre Hitler en esta fecha, el
15 de septiembre, fueron que «la enorme potencia que irra-
dia el Führer, su inquebrantable confianza, su amplia vi-

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sión de la situación de Italia, le han hecho comprender que


todos nosotros somos insignificantes comparándonos
con él... Todo aquel que crea que lo puede hacer mejor
que el Führer, está loco». Este comentario puede parecer
ridículo hoy en día, pero no es imposible comprender los
sentimientos de Doenitz. Debido a que nunca quería en-
frentarse con las dificultades, Hitler se mostraba desde su
mejor lado cuando las cosas eran sencillas, tanto si esta
simplificación era debida, como durante el primer año de
la guerra, a encontrarse con una situación sumamente fácil
o, como era el caso de ahora, con el hecho de que las difi-
cultades lo empujaban por todos los lados.
Sin embargo, la posición de Alemania era desesperada y la
fase favorable de Hitler había pasado ya a mediados de
septiembre de 1943. En el mes de agosto, los rusos reem-
prendieron su ofensiva en el frente sur; un inminente peli-
gro procedente de Rusia dominó, por vez primera el 28 y
29 de agosto, las conferencias con el comandante en jefe
naval. Francia, la zona de Vichy había sido ocupada cuan-
do los aliados desembarcaron en el noroeste de África, se
convirtió en un riesgo cada vez mayor después de la rendi-
ción del Gobierno italiano, y a la vista de la creciente ame-
naza aliada en el Mediterráneo. Después de los desembar-
cos aliados en Italia y el hundimiento de la misma, un ata-
que a través de los Balcanes, tanto desde el sur de Italia co-
mo desde el mar Egeo, parecían inminentes. Durante la se-
gunda mitad del mes de septiembre, los submarinos vol-
vieron a reanudar sus actividades contra los convoyes,
provistos de torpedos acústicos; la nueva ofensiva obtuvo
algunos éxitos, de tal forma, que Hitler, el 24 de septiem-
bre, «señaló con insistencia desconocida la importancia de
la guerra submarina, que es e único lugar de luz en una si-
tuación militar por demás obscura». Pero pronto se reveló
que no podía ganar de nuevo la iniciativa; en el Atlántico,
como en los demás frentes, dominaban los aliados. Sólo 20
barcos fueron hundidos durante el mes de septiembre; 20,
en octubre, 14, en noviembre y sólo 13, ninguno de ellos en

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el Atlántico Norte, durante el mes de diciembre de 1943,


en tanto que fueron destruidos 64 submarinos durante es-
tos mismos cuatro meses.

A pesar de la compleiidad creciente de sus problemas, la


política de Hitler jamás vaciló. En la península italiana se

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mantuvo firme durante todo el tiempo posible en la línea


más al sur, a fin de impedir a los aliados «disponer de un
puente hacia los Balcanes» desde el sur de Italia y debido a
los efectos políticos que tendría una retirada del sudeste
de Europa. El 24 de septiembre de 1943, cuando el ma-
riscal de campo von Weichs, comandante de la región su-
deste, apoyado por Doenitz, rogó que se le permitiera eva-
cuar las avanzadillas alemanas en el mar Egeo, incluyendo
Creta, Hitler rechazó la proposición por las mismas razo-
nes antes aducidas, a pesar de que se mostró de acuerdo
con Doenitz de que el enemigo probablemente ocuparía las
islas en cuestión en su avance. No podía «ordenar la pro-
puesta evacuación de las islas debido a las repercusiones
políticas que seguirían a la misma. La actitud de nuestros
aliados en el sudeste, y también de Turquía, es determina-
da exclusivamente por la confianza que tienen en nuestro
poder. Abandonar estas islas sería causar una impresión
muy desfavorable. Para evitar un golpe tal a nuestro presti-
go, tenemos que tomar en consideración incluso la pérdida
eventual de tropas y material.»
Su actitud con respecto al frente ruso era la misma. Cuan-
do los rusos comenzaron su ofensiva en el sector sur, deci-
dió convertir Crimea en una «fortaleza inconquistable». El
27 de octubre, cuando todo daba a entender que Crimea
sería cortada por tierra, y que la evacuación, si se aplazaba
por más tiempo, sería necesario efectuarla por mar, insis-
tió todavía en que se mantuviera firme todo el tiempo posi-
ble y que su evacuación debía ser evitada «en tanto exista
una posibilidad de restablecer el frente sur». El 19 de di-
ciembre su intención de sostener Crimea todo el tiempo
posible, «aunque sólo sea por razones políticas» fue ratifi-
cada; en tanto que el 1 de enero de 1944 estaba todavía
convencido de que «todo depende de contener la ofensiva
rusa en el sur y sostener Crimea i). Por esta fecha, las fuer-
zas alemanas en el norte habían sido debilitadas de tal ma-
nera para este fin, que los países bálticos se enfrentaban
con un gran peligro pero también en este caso se «man-

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tuvo firme en su decisión de no retroceder una sola pulga-


da si podía evitarlo».
La misma política fue aplicada en el Atlántico. A pesar de
que ya a principios de 1944 Doenitz se había visto obligado
a suspender sus vanos intentos de renovar los ataques con-
tra los convoyes debido a las elevadas pérdidas sufridas, el
número de submarinos en servicio de patrulla sólo fue dis-
minuido ligeramente. La guerra submarina continuó a pe-
sar del hecho de que eran destruidos más submarinos que
barcos mercantes.
Prescindiendo del hecho de que la política de Hitler no
permitía alternativa alguna con respecto a la presencia de
submarinos alemanes en alta mar, existía ahora una razón
adicional para mantenerse firme en esta decisión, a pesar
de las pérdidas sufridas, el hecho de que desde el 19 de di-
ciembre de 1943, cuando el tema de unos «posibles planes
para la invasión de la Europa occidental por los anglo-
sajones» fue discutido de nuevo en las conferencias de Hi-
tler por vez primera desde la entrada de América en la gue-
rra, había sido aceptado como seguro que la invasión de la
Europa occidental sería intentada por los aliado: durante
el transcurso del año
1944. Como en el caso de toda invasión aliada procedente
del mar, desde la del noroeste de África y como nronto se
demostraría de nuevo en la Norman-día, Alemania no po-
día contar con otros medios que tratar de impedir la inva-
sión desde sus costas. Sólo podía intentar retrasarla; y los
submarinos, cuya sola presencia en los mares ligaba a las
unidades navales enemísras, eran el único medio disponi-
ble para este fin. Fracasaron en la misión que se les había
confiado, no impidiendo en absoluto los preparativos de
los aliados como tampoco el desembarco en Normandía; y
cuando se llevó a cabo la invasión, se demostró que los pre-
parativos terrestres alemanes eran más que insuficientes, y
poco adecuados.
Una vez logrados los desembarcos iniciales, Hitler y sus
consejeros se enfrentaron de nuevo con el problema que se

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les había ido planteando con monótona regularidad en los


demás frentes desde el fracaso de Stalingrado y la pérdida
de Túnez; y llegaron, después de los mismos desacuerdos,
a la misma conclusión. El 29 de junio de 1944, Hitler «ex-
puso su punto de vista de la situación de la guerra», que
eran los mismos que ya había expuesto desde finales de
1942. «No podemos permitir — declaró—, que se desarro-
lle una guerra móvil, puesto que el enemigo nos supera en
movilidad, en poder aéreo y en combustible. Todo depende
de reducirlo a su cabeza de puente... y luego luchar para
desgastarlo y obligarle a emprender la retirada.» De todas
las alternativas, ésta era la única política posible. Como
Keitel y Jodl habían manifestado ya el 12 de julio de 1944,
y como sin duda alguna Hitler supo ya con mayor antela-
ción «si el enemigo consigue ampliar su cabeza de puente
y consigue libertad de acción móvil, perderemos toda la
Francia y nuestra próxima línea defensiva será la Línea
Maginot o el viejo West Watt»; y las posibilidades de de-
fender a Alemania serían muy remotas en este caso.
Estas conclusiones se demostraron pronto como ciertas, ya
que el intento de reducir a los aliados a su cabeza de puen-
te, en Normandía terminó en un rotundo fracaso; y cuando
cayó Cherburgo, el 26 de junio, y cuando un Ejército ame-
ricano desembarcó en la costa sur de Francia el 15 de agos-
to, la derrota de los alemanes era ya sólo cuestión de tiem-
po. Incluso si no se hubiese visto obstaculizado por la re-
vuelta y el atentado del 20 de julio, y como resultado del
cual, a pesar de que celebró una conferencia inmediata-
mente después de haberse atentado contra su vida, ya no
volvió a tomar parte en otras conferencias hasta el 13 de
octubre de 1944, Hitler hubiera sido incapaz de enfrentar-
se con aquella situación tan abrumadora. Se aferró a su po-
lítica, negándose a retirarse en ningún frente, desde el Ár-
tico a los Balcanes hasta verse obligado a ello y, cuando fi-
nalmente Alemania fue invadida, decidió emplear la tácti-
ca de la «tierra quemada» dentro del propio Reich, publi-
cando unas directrices en este sentido el 19 de marzo de

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1945. Pero su política, al igual que las continuas órdenes


que promulgaba desde Berlín, sólo podían aplazar lo que
era inevitable: la rendición total.

II Un juicio critico de su estrategia en derrota


Pero si es por demás evidente que la estrategia de Hitler, a
partir del otoño del año 1942, sirvió solamente para apla-
zar el final, es necesario recalcar que logró este fin, y cabe
preguntarse si hubiera podido usar una estrategia mejor
que la de tratar de ganar tiempo y retirarse sólo cuando ya
no podía sostener una posición. Otro aspecto de la cues-
tión es afirmar que empleó esta táctica de un modo poco
inteligente; y el general Halder tiene indudable rozón al
criticar su «concepto poco estratégico de la fortaleza ale-
mana, su insistencia en colocar las fortificaciones del
Atlantic Wall al borde mismo de la costa donde podían ser
destruidas por la artillería naval, su negativa a conceder la
iniciativa a los comandantes locales... 244. Pero estos erro-
res, para usar una distinción en la que insiste el propio ge-
neral Halder 245, se referían todos a la esfera de las ope-
raciones y no a la de la estrategia; y es muy diferente ale-
gar que en la esfera estratégica otra política hubiese sido
preferible o incluso posible, a la que se seguía.
Existía, de hecho, sólo una alternativa militar, la de las
operaciones flexibles basadas en retiradas estratégicas. Pe-
ro esto hubiera resultado igualmente desastroso a la vista
del equilibrio de fuerzas que existía ya a fines de 1942; es
también probable que sólo hubiese redundado en una de-
rrota final más rápida de Alemania. Retirarse a fin de reor-
ganizarse hubiese significado lanzarse en manos de los
aliados, ya que la debilidad de Alemania no se basaba tan-
to en la dispersión de sus fuerzas combativas, sino en la in-
ferioridad de todos sus recursos con respecto a los del ene-
migo. Los aliados estaban en una posición en la cual hubie-

244 Halder, Hitler as War Lord, págs. 63-6.


245 Halder, págs. 25 y 50.

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sen podido explotar mucho mejor una retirada alemana


que éstos aprovecharse de la misma. Prescindiendo por
completo de las consecuencias políticas de una tal actitud
en Alemania e incluso entre los satélites de Alemania, sus
conferencias militares, aun sólo contando por el ahorro de
estos esfuerzos que representaban para los aliados y la
más rápida concentración de su potencial en las fronteras
alemanas, hubiese sido mucho más rápidamente desastro-
so que aquella política que supo elegir Hitler.
Es esto lo que vale para la naturaleza ambigua e inconclusa
de las críticas del general Halder a Hítle'-después del año
1942 y, desde luego, de toda críticíi que se basa en el argu-
mento de que existía cualquier otra alternativa militar a la
estrategia de Hitler después de fines de aquel año. El gene-
ral Halder arguye que, por un lado, después de Stalingra-
do, el único sistema que prometió éxito en el frente ruso
era el de la guerra de operaciones flexibles; que la estrate-
gia que siguió Hitler en Rusia durante los años 1943 y 1944
no era «una guerra militar»; que los contraataques y la de-
fensa móvil hubiesen sido una respuesta mejor a la inva-
sión en el Oeste que el intento de mantenerse firme en la
costa 246. Al mismo tiempo, sin embargo, admite que resul-
taba indudable hacia fines de 1943, por lo menos, que la
guerra estaba perdida... Gracias al sacrificio de sangre ale-
mana y a costas de exponer el suelo patrio a las fuerzas aé-
reas enemigas, pudo continuar todavía durante algún
tiempo más. Pero ¿eran los resultados que se ganaban
compensados por estos sacrificios?... ¿Existía la posibili-
dad de anular la invasión y conseguir de esta forma bases
más tolerables de paz? ¿Podía la fortaleza alemana detener
al enemigo frente a sus muros?
¡No! Dejémonos de una vez para siempre de cuentos... Ale-
mania no disponía de medios de defensa 247.
Este segundo punto de vista es mucho más realista. La

246 Halder, págs. 62-5.


247 Halder, pág. 64.

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guerra había sido perdida a fines de 1942; no existía ningu-


na alternativa militar, excepto el ganar tiempo. Pero, en es-
te caso, también es cierto que ninguna otra estrategia hu-
biese podido ser más efectiva que la que consiguió Hitler y
la implicación lógica del punto de vista de Halder no es
que Hitler se equivocara en la dirección de la guerra des-
pués de 1942, sino que jamás debiera haber cometido su
error político inicial de comenzar la guerra contra naciones
que eran demasiado poderosas y que hubiese debido reco-
nocer cuando sus posibilidades habían tocado a su fin. Pe-
ro esto significa eludir la cuestión. El error inicial había si-
do cometido; la guerra no podía ser terminada con nego-
ciaciones; Hitler no se podía rendir.
Antes de enfrentarnos con estas consideraciones políticas,
como opuestas a las militares, es necesario introducir el
restante factor militar, las «armas secretas», para enjuiciar
debidamente su estrategia. Si es cierto que la guerra había
sido ya perdida a fines de 1942, es igualmente cierto que
Hitler aceptó este hecho sin reservas de ninguna clase. Sa-
bía que la proporción de fuerzas era tal que, sin un arma
nueva, la derrota era inevitable; y el problema militar es
juzgar si estaba en lo justo al considerar estas nuevas ar-
mas, que todavía no existían y que se hallaban en fase de
estvidio y experimentación, como una justificación sufi-
ciente a su decisión de prolongar la guerra.
Halder insiste en el punto de vista de que las armas secre-
tas «a pesar de todo, le colocaron al borde de la victoria»;
y acusa a Hitler de haber perdido dos años decisivos en el
rápido desarrollo de la V-l y V-2 248. Pero no existe ningu-
na evidencia apoyada en documentos que confirmen o de-
nieguen la acusación de Halder y la veracidad de la opi-
nión de Halder debe ser puesta en duda. Es cierto que tan-
to la V-l como la V-2 fueron introducidas demasiado tarde
cuando, como dice Halder, «la negra sombra de la supre-
macía aérea del enemigo se cernía ya sobre su producción

248 Halder, págs. 12 y 16.

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y uso», y, por su significación, así como por experiencia en


el arma, debe aceptarse que su introducción anterior hu-
biese creado graves problemas para las potencias aliadas.
Pero aparece igualmente cierto, y esto está más de acuerdo
con el punto de vista de Halder, que la guerra estaba ya
perdida, que su introducción anterior se hubiese encon-
trado con una reacción muy diferente en la dirección de la
guerra por las potencias aliadas; que hubiese afectado el
curso, pero no el resultado final y, con toda probabilidad,
tampoco a la duración de la guerra. Los aliados tenían sus
propias armas secretas y además gozaban de una amplia
superioridad estratégica en todos los aspectos.
Un argumento similar surge en relación con el desarrollo
del nuevo tipo de submarinos. Hitler no hizo nada para re-
trasar su ejecución y producción, y es dudoso que hubiese
podido hacer algo más de lo que hizo para lanzarlos a la lu-
cha. Su historia, por el contrario, proporciona evidencia in-
controvertible del grado en que, desde el punto de vista de
mano de obra y materiales, Alemania estaba ya en franca
derrota tanto en el sentido de las operaciones como en el
estratégico. No puede existe la menor duda de que incluso
en el caso de que Alemania hubiera sido capaz de operar
con las nuevas unidades, e incluso si éstas hubiesen alcan-
zado lo que de las mismas esperaban Hitler y Doenitz, su
introducción, al igual que la V-1 y la V-2, hubiera sido con-
trarrestada por la adopción de planes diferentes por parte
de los aliados. Y si se insiste en el hecho de que tanto con
respecto a la V-l y la V-2, como los nuevos submarinos,
Alemania casi llegó a tiempo de lanzarlos a las operacio-
nes, queda por preguntar si la confianza en su éxito even-
tual, que tanto estimuló a Hitler y a Doenitz durante los úl-
timos dieciocho meses de guerra, no estaba en cierto modo
justificada.
Doenitz estuvo en lo cierto, el 26 de febrero de 1944, al
achacar el continuo fracaso de los viejos submarinos y de-
cidirse por «el nuevo tipo de submarino y tácticas submari-
nas». Los nuevos submarinos hubiesen presentado graves

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problemas a los aliados, en vista de su gran velocidad de


inmersión, y su introducción hubiese evitado las graves
pérdidas que Alemania sufría en submarinos. Pero está le-
jos de ser cierto que las tácticas submarinas hubiesen lo-
grado ejercer graves efectos en el hundimiento de barcos
aliados y, por consiguiente, en el curso general de la gue-
rra; y las experiencias con el Schnorkel, adaptado al viejo
tipo de submarinos en el año 1944 como medida temporal,
redundó en el efecto opuesto.
Pero estas observaciones con respecto a las nuevas armas
son necesariamente tentadoras, tal como ha sido admitido;
y si no podemos tener la certeza, incluso hoy en día, que su
introducción no hubiese podido llevar consigo un cambio,
mucho menos puede saberse por anticipado. Por consi-
guiente, no es mostrarse realista acusar a Hitler por usar-
las como un argumento adicional en favor de su táctica de
ganar tiempo, sobre todo, si aceptamos, como lo hace Hal-
der, de que hubiesen podido representar una diferencia.
Desde un punto de vista estrictamente militar es difícil en-
contrar un error en estos elementos en su estrategia, lo
mismo que, desde el punto de vista estrictamente militar,
basándonos en la suposición de que la guerra había de ser
continuada, es imposible discutir qué otra estrategia hu-
biese sido mucho más inteligente que la de Hitler después
de principios del año 1943. Negar esto es peligroso.
Su última decisión, sin embargo, fue tan inevitable que es
inútil criticarla. Cualesquiera que fuesen las esperanzas
que Hitler concedió a las armas secretas, en una posible
desunión entre Rusia y las potencias occidentales, las de-
más circunstancias eran tales, que su estrategia no hubiera
sido diferente si no hubiesen existido tales armas y tales
posibilidades. La decisión de que no habría capitulación
frente a las fuerzas del exterior y ninguna revolución de las
fuerzas del interior, había sido ya expuesta en su discurso
del 23 de noviembre de 1939 249 Había sido explícito tam-

249 D. N., 789-PS, pág. 46.

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bién en su conducta desde el comienzo de la guerra; y la


expuso claramente en el mismo discurso, durante las pri-
meras semanas de la guerra, en el sentido de que «Sobrevi-
viré o moriré en esta lucha» y que «Jamás sobreviviré a la
derrota de mi pueblo».

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Anexos
Protocolo de Hossbach
Politica racial y territorial de Hitler
BERLIN, Noviembre 10 de 1937
Acta de La Conferencia realizada en la Cancillería del
Reich. Berlín, Noviembre 5 de 1937. De 4:15 a 8:30 p.m.
Los presentes:
El Fuhrer y Canciller del Reich,
Mariscal de Campo von Blomberg, Ministro de Guerra
Coronel General Baron von Fritsch, Comandante en Jefe
del Ejército
Admirante Dr. H.C. Raeder, Comandante en Jefe de la Na-
val
Coronel General Göring, Comandante en Jefe de Lutwaffe
Baron von Neurath, Ministro de Asuntos Exteriores
Coronel Hossbach
El Fuhrer comenzó diciendo que la importancia del tema a
tratar en la presente conferencia era tal que en otros países
hubiera requerido la reunión de todo el Gabinete de Go-
bierno, pero que en su caso había descartado este hecho,
basado precisamente en la importancia del mismo. La
exposición que el Fuhrer hizo del tema, fue fruto de una
completa deliberación y de sus experiencias durante los
cuatro años y medio en el poder. Su deseo era exponer a
los presentes las ideas básicas relacionadas con los requeri-
mientos y oportunidades existentes para el desarrollo de la
posición alemana en el campo de los asuntos internacio-
nales, y pidió a los asistentes que su exposición fuera con-
siderada, en su eventual muerte, como su testamento y
última voluntad para proteger los intereses a largo plazo
de la política alemana.
A continuación el Fuhrer expuso que en un principio el
principal objetivo de la política alemana era asegurar y
preservar la comunidad racial, para subsecuentemente au-
mentar su tamaño; lo que hizo de este objetivo una
cuestión de espacio.

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La comunidad alemana compuesta por más de 85 millones


de personas, constituye un núcleo racial contenido dentro
de los estrechos límites del espacio habitable disponible en
Europa, por lo cual tiene derecho a un mayor espacio de
habitación, el cual no pudo ser extendido anteriormente
debido a las condiciones políticas prevalecientes y al de-
sarrollo histórico. Sin embargo, debe destacarse que la
continuación de estas condiciones políticas constituye el
peligro más grande para la preservación de la raza alema-
na.
Detener el declive del Germanismo en Austria y Checoslo-
vaquia era tan poco probable como lo era mantener el ni-
vel presente en la misma Alemania. En vez de presentarse
un crecimiento en la población, la esterilidad se hacia cada
vez mas evidente, y consigo los desórdenes de carácter so-
cial, dado que la ideología política permanecía efectiva tan
solo cuando esta proporcionaba la base para la realización
de las demandas esenciales y vitales de la gente. El futuro
de Alemania estaba condicionado a la solución del prob-
lema de espacio, y dicha solución debió haber sido con-
templada con anterioridad.
Antes de abordar la solución a la necesidad de espacio, su-
poniendo que la haya, se debe considerar si esta puede ser
planteada con base en la autarquía o en el crecimiento de
la participación alemana en la economía mundial.

Autarquia
Lograda unicamente bajo estricto liderazgo del Estado Na-
cional Socialista. Asumiendo lo anterior, se pueden esta-
blecer los siguientes posibles resultados:
A. En el campo de la materia prima, imponer la autarquía
parcial.
1) Con respecto al carbon, debido a que puede ser consid-
erado material prima, la autarquía es posible.
2) En lo concerniente a los minerales, la posición es mucho
más díficil. Los requerimientos de hierro, al igual que los

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 343

de otros metales livianos pueden ser alcanzados con recur-


sos domésticos, lo cual no ocurre con materiales como el
cobre y el estaño.
3) Los requerimientos de textiles sintéticos serían alcanz-
ables con recursos domésticos si las existencias de madera
fueran suficientes.
4) Grasas comestibles. Posible.
B. En el campo alimenticio la respuesta a la autarquía deb-
ía ser un rotundo “NO”.
El crecimiento general del estandar de vida comparado
con el de hace 30 o 40 años, se ha visto acompañado de un
incremento en la demanda y el consumo de los hogares in-
cluso por parte de los productores (los granjeros). Los fru-
tos del incremento en la producción agrícola buscan satis-
facer la creciente demanda, por lo cual no representan un
incremento absoluto de la producción. Un incremento adi-
cional en la produción posible unicamente mediante la ex-
agerada explotación del suelo era prácticamente imposi-
ble, dado que debido al uso de fertilizantes artificiales este
ya mostraba señas de agotamiento. Adicionalmente, asi
pudieran alcanzarse los niveles máximos de producción, la
importación de víveres era inevitable.
El no despreciable gasto de reservas internacionales para
asegurar la provisión de alimentos a través de la
importación, suponiendo que las cosechas fueran buenas,
crecío en proporciones catastróficas cuando se presentar-
on malas cosechas. La posibilidad de un desastre aumentó
proporcionalmente al crecimiento de la población. Es el ca-
so por ejemplo del pan. El exceso de nacimientos produjo
un aumento en el consumo de éste dado que los niños son
mayores consumidores que los adultos.
En un continente que disfrutaba de un estandar de vida
común, era imposible vencer mediante reducción del es-
tandar y racionamiento, las dificultades de provisión de
alimentos. De este modo, con la solución al problema del
desempleo, el máximo nivel de consumo había sido alcan-
zado. Algunas pequeñas modificaciones en la producción

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 344

doméstica serían sin duda posibles, sin provocar cambio


alguna en nuestra posición con respecto al resto del mun-
do. Por lo tanto la Autarquía es insostenible con respecto a
la provisión de alimentos y a la economía como un todo.

Participacion en la Economia Mundial


A esta hubo limitaciones que fuimos incapaces de remov-
er. El establecimiento de la posición de Alemania sobre
una base segura y sólida fue obstruído por las fluctua-
ciones del mercado y los tratados comerciales no proveyer-
on garantía alguna. En particular, debe recordarse que
desde la Guerra Mundial aquellos países que habían sido
anteriormente exportadores de alimentos se habían indus-
trializado.
Estabamos viviendo una época de imperios económicos en
la cual la urgencia de colonización se volvía a manifestar.
En el caso de Japón e Italia, motivos económicos alimen-
taron el deseo de expansión, mientras que para Alemania
la necesidad económica generó el estímulo necesario. Para
aquellos países externos a los grandes imperios
económicos, las oportunidades de expansión económica se
vieron drásticamente limitadas.
El boom en la economía mundial causado por el rearma-
miento, no podía conformar la base de una economía
sólida en el largo plazo, este último obstruído sobre todo
por los disturbios económicos resultantes del Bolchevis-
mo. Existía una pronunciada debilidad militar en aquellos
estados cuya existencia dependía del comercio internacio-
nal. Dado que nuestro comercio exterior transitaba rutas
marítimas dominadas por Gran Bretaña, era más una
cuestión de seguridad de transporte que de intercambio
exterior, lo cual reveló en tiempo de guerra, la total debili-
dad de nuestra situación en el campo alimenticio.
El único remedio, que podría por cierto parecernos vision-
ario, reside en la adquisición de más espacio habitable,
misión que a lo largo de los tiempos ha sido el origen de la

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formación de estados y la migración de población.


Que dicha búsqueda no fuera de ningún interés para Gran
Bretaña o para aquellas naciones saciadas era entendible.
Entonces si suponemos que asegurar la situación alimenta-
ria de Alemania es la principal preocupación, el espacio
necesario para lograr dicha meta solo puede ser encontra-
do en Europa, y no en la explotación de colonias, como la
perspectiva liberal-capitalista lo establece. Esta no es una
cuestión de adquirir población, sino de ganar espacio para
uso agrícola.
Es mas, áreas productoras de materias primas en Europa
ubicadas en la inmediata proximidad al Reich, pueden ser
más eficientemente adquiridas, que aquellas ubicadas en
tierras lejanas; esta solución porlo tanto, deberá ser sufi-
ciente durante dos o tres generaciones. Cualquier cosa adi-
cional que pueda ser necesaria más adelante deberá ser
manejada por posteriores generaciones. El desarrollo de
las grandes constelaciones del mundo político progresará
de manera lenta despues de esto, y el pueblo Alemán, con
un fuerte núcleo racial, podrá determinar cuales son los
prerequisitos para lograr mantenerse dentro del conti-
nente Europeo. En la historia de todas la edades – El Im-
perio Romano y el Imperio Británico- ha probado que la
expansión puede ser llevada a cabo derrotando la resisten-
cia y tomando riesgos. En tiempos anteriores, nunca ha
habido territorios sin dueño, y algún día no habrá ninguno
más; el atacante siempre tendrá que venirse en contra del
actual dueño.
La pregunta para Alemania es entonces determinar donde
puede maximizar la ganancia, manteniendo el costo de di-
cha acción al mínimo. La política alemana deberá calcular
las acciones de dos antagonistas inspirados por el odio,
Gran Bretaña y Francia, para quienes el coloso Aleman se
ha convertido en una piedra en el zapato.
Estos dos países se han opuesto a cualquier fortalecimien-
to de la posición alemana, ya sea en Europa o en tierras le-
janas; en dicha posición contaron con el apoyo de sus par-

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 346

tidos políticos. Ambos países vieron en el establecimiento


de las bases militares alemanas en el extranjero el escudo
del comercio Alemán, lo cual trajó como consecuencias un
fortalecimiento de la posición de Alemania en Europa.
Debido a la oposición de los soberanos, Gran Bretña no
puede cedernos ninguna de sus posesiones coloniales. De-
spués del traspaso de Abisinia a Italia, Inglaterra sufrió
una gran pérdida de prestigio, por lo cual regresar al Este
de Africa no se espera. Las concesiones británicas pueden
ser entendidas como un ofrecimiento dirigido a satisfacer
nuestras demandas a nivel colonial.
Una seria discusion acerca de la devolución de colonias so-
lo pudo ser considerado en un momento en el cual Gran
Bretaña se encontraba en dificultades y el Reich Alemán
de encontraba armando y fuerte. El Fuhrer no compartía
la visión de que el Impero era inquebrantable. La
oposición se encontró menos entre los países conquistados
que entre los competidores.
El Imperio Británico y el Imperio Romano no pueden ser
comparados con respecto a su permanencia; el último de
ellos no fue confrontado durante las Guerras Púnicas por
ningún rival político de significancia. Fue solamente el
efecto de desintegración de laCristianidad, y los sìntomas
de la edad, que parecen en cualquier país, los que causaron
que la antigua Roma sucumbiera al ataque germano.
Además del Imperio Británico, hoy en día existen un
número de estados más fuertes que el. La madre patria
británica fue capaz de proteger sus posesiones coliniales a
través de su alianza con otros estados. Como, por ejemplo,
Gran Bretaña pudiera haber defendido Cánada contra el
ataque de América o sus intereses en el Lejano Oriente
contra el ataque de Japón!
El énfasis de la Corona Británica como símbolo de la uni-
dad del Imperio es solamente la admisión, a que en el lar-
go plazo, el Imperio no podrá mantener su posición a
través del poder político. Importantes indicadores de esto
fueron:

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a. La lucha de Irlanda por obtener su independencia.


b. Las luchas constitucionales en India, donde la mitad de
las medidas tomadas por Gran Bretaña le dieron a los In-
dios la oportunidad de usar más adelante como arma en
contra del Imperio Británico, el incumplimiento de sus
promesos en lo referente a la Constitución.
c. El debilitamiento de Gran Bretaña en el Lejano Oeste
gracias a la intervención de Japón.
d. La rivalidad con Italia en el Mediterraneo, que bajo el
hechizo de su historia, manejada por la necesidad y dirigi-
da por un genio expandió su posición de poder, intervi-
niendo cada vez más en los intereses británicos. El resulta-
do de la guerra de Abisinia en donde Italia produciendo la
conmción del mundo Mohametano logró crecer sus domi-
nios y afectar el prestigio del Imperio Británico.
Resumiendo, puede decirse que con 45 millones de Britá-
nicos, la posición del Imperio no pudo mantenerse me-
diante sus poderes políticos en el largo plazo. La taza de la
población total del Imperio con respecto a la población que
habita la madre patria alemana es de 9:1, lo cual no puede
ser una advertencia para nosostros durante nuestra
expansión territorial.
La posición de Francia era más favorable que la de Gran
Bretaña. El Imperio Francés fue establecido territorial-
mente de mejor manera, los habitantes de sus posesiones
coloniales representaban un suplemento a su poderío mili-
tar. Pero Francia se enfrentó con dificultades políticas a ni-
vel interno. En la vida de una nación cerca del 10% de su
territorio es gobernado mediante formas parlamentarias
de poder, mientras el 90% lo es mediante formas autorita-
rias de poder. Sin embargo hoy en día, Gran Bretña, Fran-
cia, Rusia y los pequeños estados adyacentes a ellos, deben
incluidos como factores (Machtfacktorem) en nuestros
cálculos políticos.
El problema de Alemania no podrá ser resuelto solo me-
diante el uso de la fuerza y sin correr riesgos. Las
campañas de Federico el Grande durante las Guerras de Si-

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lesia y Birmania contra Austria y Francia implicaron un


insólito riesgo, y la rápidez de la acción de Prusia en 1870
ha mantenido a Austria fuera de la Guerra. Si uno acepta
como base de la siguiente afirmación el recurso del uso de
la fuerza junto al riesgo que esta involucra, entonces todav-
ía se mantiene sin respuesta las preguntas de “Cuando” y
“Cómo”. En este caso hay tres casos con los que se debe
tratar:

CASO 1:
Período 1943-1945. Después de esta fecha solo un cambio
para lo peor puede ser esperado por nosotros. El equipo
del ejército, la marina, la luftwaffe, como también la for-
macion del cuerpo de oficiales ha sido casi completado. El
equipo y armamento son modernos; pues de esperarse un
poco más se correría el riesgo de que se volvieran obsole-
tos. En particular, el secreto de las “Armas Especiales” no
podrá ser mantenido para siempre. El reclutamiento de
reservas esta limitado a la actual composición de la
población por edades; adicionales retiros de grupos de
edades mayores sin entrenar no son posibles.
Nuestra fortaleza relativa disminuirá en relación al rearm-
amiento que será llevado a cabo por el resto del mundo. Si
no actuamos en el período entre 1943-1945, en cualquiera
de estos años podrá producirse la crisis alimentaria como
consecuencia de la falta de reservas. Alcanzar el nivel de
reservas internacionales necesarias no es posible, convir-
tiéndose este en el punto más débil del régimen.
Además el mundo estaba esperando nuestro ataque, por lo
cual reforzó las medidas de respuesta necesarias. Fue
mientras el resto del mundo preparaba sus defensas (sich
abriegele) que nos vimos obligados a tomar la ofensiva.
Nadie sabe aún cual será la situación para 1943-1945. Solo
una cosa es cierta, no podemos esperar más.
Por un lado estaba la gran Wehrmacht, la necesidad de
mantenerlo en el presente nivel y el envejecimiento tanto
del movimiento como de sus líderes. Por el otro, las predic-

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ciones de una disminución del estándar de vida y la baja


en la tasa de natalidad, lo cual no dejo otra opción distinta
a actuar. Si el Fuhrer aún estuviera vivo, su principal obje-
tivo sería resolver el problema de la necesidad de espacio a
más tardar en 1943-1945. La necesidad de actuar antes del
período mencionado surgiría en los casos 2 y 3.

CASO 2:
Si conflictos internos se desarrollan en Francia, hasta tal
punto que la crisis doméstica absorba por completo su
Ejercito y por ende su capacidad de ataque a Alemania, en-
tonces el tiempo para actuar en contra de los Checoslova-
cos habra llegado.

CASO 3:
Si Francia se encuentra tan envuelta en una guerra contra
otro estado, de tal manera que no pueda proceder contra
Alemania.
Para el mejoramiento de nuestra posición político-militar
nuestro primer objetivo, en el evento de vernos envueltos
en una guerra, debe ser derrotar simultáneamente a Che-
coslovaquia y Austria con el objetivo de evitar cualquier
amenaza proveniente del Este en contra nuestra. Si Checo-
losvaquia se encuentra en conflicto con Francia, es poco
problable que nos declaren la guerra el mismo día la de-
claren a Francia. Entre los Checoslovacos, el deseo de ir a
la guerra incrementará en proporción a cualquier debilita-
miento en nuestro flanco, por lo cual cualquier amenaza
de su parte se verá materializada en un ataque hacia Sile-
sia, ya sea desde el norte o desde el oeste.
Si los Checoslovacos fueran derrotados y una frontera Ale-
mana-Hungara común fuera desarrollada, sería más prob-
able que la actitud de Polonia, frente a un enfrentamiento
entre Francia y Alemania, fuera neutral. Nuestrsos acuer-
dos con Polonia solo mantendrán su fuerza en tanto que la
fortaleza de Alemania permanezca. Es importante tener en
cuenta que si se produjeran retrocesos en el frente Ale-

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man, sería de esperarse, de parte de Polonia, una acción


contra Prusia y Silesia.
Suponiendo que fuera necesario actuar en 1943-1945, la
actitud de Francia, Gran Bretaña, Italia, Polonia y Rsuia
podría ser estimada de la siguiente manera: Actualmente
el Fuhrer cree que Gran Bretaña y seguramente Francia,
tienen acuerdos escritos con los Checoslovacos. Dificul-
tades relacionadas con el Imperio, y el prospecto de verse
enredados en una prolongada guerra, fueron considera-
ciones decisivas a la hora de participar en una guerra con-
tra Alemania.
La actitud británica no está fuera del alcance de la influen-
cia francesa. Un ataque de parte de Francia sin el respaldo
de Gran Bretaña, que pueda paralizar nuestras fortifica-
ciones en el oeste es poco probable. Tampoco lo sera el ata-
que francés a Bélgica y Holanda sin el respaldo británico;
en el evento de una ofensiva contra Francia, no debemos
contemplar este último, ya que nos enfrentaríamos ala
hostilidad Británica.
Desde luego será necesario mantener una fuerte defensa
en nuestra frontera oeste durante el ataque de Checoslova-
quia y Austria. En relación con esto debe recordarse que
las medidas de defensa de los Checoslovacos crecen año
tras año, y que el actual valor del ejercito austriaco igual-
mente se incrementó a lo largo del tiempo. Aún cuando las
poblaciones involucradas, especialmente las de Checoslo-
vaquia y Austria implicarían la adquisición de alimentos
para 5 o 6 millones de personas, suponiendo que una for-
zosa migración de 2 milones de personas desde Checoslo-
vaquia y de 1 millón de personas desde Austria fuera posi-
ble.
Desde el punto de vista político-militar, la incorporación
de estos dos estados Alemania presenta una ventaja sub-
stancial, debido a que esto represneta menores y mejores
fronteras, la liberación de fuerzas para otros propósitos, y
la posibilidad de crear hasta 12 nuevas divisiones, lo que
signifca una unidad por cada millón de habitantes.

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No se espera que Italia objete la eliminación de los Checo-


losvacos, pero en este momento es imposible estimar cual
sea su actitud frente a lo referente a Austria; dependiendo
esto, claro está, de la sobrevivencia del Duce.
El grado de sorpresa y rápidez de nuestra acción son deci-
sivos en la actitud de Polonia. Polonia, con Rusia detrás,
tendrá poca o ninguna inclinación de envolverse en una
guerra con Alemania. Una intervención militar por parte
de Rusia podrá ser contrarrestada a través de la rapidez de
nuestras operaciones, mientras que una intervención de
este tipo por parte de Japón es muy dudosa.
Si el Caso 2 se presenta, es decir que Francia se viera en-
vuelta en una guerra civil, entonces la situación que se
crearía por medio de la eliminación de uno de nuestros
mas poderosos oponentes, daría pie al conflicto con los
Checoslovacos.
El Führer cree que la ocurrencia de los hechos de acuerdo
a lo descrito en el Caso 3 es mas factible debido a las pre-
sentes tensiones en el Mediterráneo, y está resuelto a tom-
ar ventaja de esto , aunque se presentarán dichas condi-
ciones antes de tiempo, es decir en 1938.
A la luz de pasadas experiencias, el Führer no preve
ningún fin temprano a las hostilidades en España. Si se
considera el tiempo que han tomado las ofensivas de Fran-
co, es posible que la guerra continué por otros tres años.
Por el otro lado, desde el punto de vista alemán, la victoria
de Franco no es deseable, por el contrario nos encontra-
mos interesados en la continuación de la guerra y en man-
tener la tensión en el Mediterráneo. Franco con la indiscu-
tible posesión de la península española por una parte evita
cualquier posible intervención de parte de los italianos y
por otra se asegura la continuación de la ocupación de las
islas Baleares.
Como es de nuestro interés que la guerra en España con-
tinúe, el objetivo inmediato debe ser respaldar a Italia para
que pueda tomar control de las islas Baleares. Pero el esta-
blecimiento permanente de los italianos en las islas será

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intolerable tanto para Francia como para Gran Bretaña,


por lo cual se desencadenará una guerra contra Italia, una
guerra en la que España estará por completo a merced de
los Blancos. La probabilidad de la derrota de Italia en esta
guerra es bastante baja, ya que Alemania la respaldará pro-
veyendo todas las materias primas necesarias.
El Fuhrer imaginó que la estrategia militar de Italia debe-
ria ser la siguiente: En la frontera con Francia debe perma-
necer a la defensiva, y llevar a cabo la guerra contra Fran-
cia desde Libia y hacia las colonias francesas del norte de
Africa.
Como un desembarco de las tropas de Franco en la costa
de Italia puede ser descartado, y debido a que la ofensiva
francesa contra Italia desde los Alpes es muy díficil, el pun-
to crucial de la operación yace en el norte de Africa. La
amenza de la flota italiana a las vías de comunicación de
Francia provocará una parálisis de las fuerzas de trans-
porte del norte de Africa hacia Francia, por lo cual las tro-
pas apostadas en Francia estarán a disposición de Italia y
Alemania.
Si Alemania hace uso de esta guerra para solucionar las
cuestiones con los Checsolovacos y los austriacos, podrá
asumirse que Gran Bretaña, en guerra contra Italia, decid-
irá no actuar contra Alemania. Sin el respaldo británico,
una acción de guerra contra Alemania de parte de Francia
espoco problable.
El momento preciso para atacar Checoslovaquia y Austria
depende del curso que tome la guerra Anglo-Franco-Ital-
iana, lo cual no quiere decir que este debe empezar en el
preciso momento que las operaciones militares de estos
tres estados. El Führer no tiene en mente ningún tipo de
acuerdo militar con Italia, pero quiere explotar esta
situación, que puede no volverse a presentar, para manten-
er su independencia de actuación y para comenzar la
campaña contra los checoslovacos. Este ataque deberá ser
llevado a cabo a la “velocidad de la luz”.
Evaluando la situación el Mariscal de Campo Von Blom-

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berg y el General Von Fritsch enfatizaron en repetidas oca-


siones que es necesario que ni Gran Bretaña, ni Francia
aparezcan en el escena como enemigos de Alemania y di-
jeron además, que podría darse el caso en cual el ejército
francés lejos de verse comprometido en una guerra contra
Italia, podría irse al mismo tiempo a la guerra contra Ale-
mania.
El General Von Fritsch estimó que en la frontera de los
Alpes, las fuerzas francesas diponibles pueden ser más o
menos 20 divisiones, por lo cual la superioridad de Fran-
cia se mantendría en la frontera accidental, haciendo facti-
ble la invasión del Rin. En este caso, el avanzado estado de
preparación de Francia debe ser tomado particularmente
en cuenta y debe recordarse además, aparte del insignifi-
cante valor de las fortificaciones alemanas (en lo cual hizo
especial enfásis), que las cuatro divisiones establecidas en
el oeste son incapaces de movimiento.
En referencia a la ofensiva alemana en el suroeste, el Mar-
iscal de Campo Von Blomberg prestó particular atención a
la fortaleza de las fortificaciones checoslovacas, las cuales
han adquirido una estructura tipo Maginot Line la cual di-
ficultará el ataque alemán.
El General Von Fritsch mencionó que el propósito del estu-
dio ordenado este invierno para examinar la posibilidad de
conducción de operaciones contra Checoslovaquia, se puso
en evidencia la importancia del debilitamiento del sistema
checoslovaco de fortificaciones. Más adelante le General
expreso su opinión diciendo que en las actuales circunstan-
cias era mejor que renunciara a su plan de irse de vaca-
ciones a partir del 10 de noviembre.
El Fuhrer descartó lo anterior debido a la proximidad del
conflicto Anglo-Francés-Italiano. El Führer determinó el
verano de 1938 como la fecha límite en la cual debería pre-
sentarse dicho conflicto. En respuesta a las considera-
ciones del Mariscal de Campo Von Blomberg y del General
Von Fritsch con respecto a la actitud de Francia y Gran
Bretaña, el Führer repitió nuevamente que descartaba

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cualquier tipo de intervención de parte de los británicos, y


que por lo tanto, el no creía que se presentara ningúna
acción beligerante contra Alemania de parte de Francia.
Si el conflicto del Mediterráneo provocara una
movilización general de Europa, entonces Alemania de-
berá iniciar acciones contra Checoslovaquia. Por el otro la-
do, si los poderes envueltos en el guerra se declaran desin-
teresados, entonces Alemania no deberá asumir la misma
actitud.
El Coronel General Goring pensó que bajo el punto de vis-
ta del Führer, Alemania debería considerar la liquidación
de todas sus responsabilidades en España. El Führer con-
vino con esto y dijo finalmente que se reservaba la
divulgación de su decisión para el momento justo.
Durante la segunda parte de la Conferencia se discutieron
las cuestiones referentes al armamento.
Hossbach
Certificado correcto: Coronel (Equipo del General)
Source: Documents on Germany Foreign Policy 1918-1945
Series D Volume 1
Kindly supplied by Yale University Historical Department.

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Mapas Operativos

Operaciones en Polonia

(1) Guderian XIX Cuerpo de Ejercito Motorizado: 2° y 20°


Division de Infanteria Motorizada y 3° Division Panzer
(2) Kempf Division Panzer Kempf: 7° Regimiento Panzer,
SS Regimiento Deutschland
(3) Guderian Redespliegue XIX CEM despues de Septim-
bre 7 con la 10° Division Panzer incluida
(4) Von Wieterheim XIV Cuerpo de Ejercito Motorizado:
1° Division Ligera, 13° y 29° Division de Infanteria Motori-
zada, mas tarde la 5° Division Panzer
(5) Hoepner XVI Cuerpo de Ejercito Motorizado: 1° y 4°
Division Panzer, dos divisiones de infanteria

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 356

(6) Hoth XV Cuerpo de Ejercito Motorizado: 2° y 3° Divi-


siones Ligeras, 25° Regimiento Panzer
(7) Von Kleist XXII Cuerpo de Ejercito Motorizado: 2° Di-
vision Panzer y 4° Division Ligera
(8) 8° Ejercito XIII AK mas la Leibstandarte Adolf Hitler
transferida despues al 10° Ejercito
(9) 14° Ejercito VIII AK incluye el SS Regimiento Germa-
nia.
A Grupos de Ejercitos Norte y Sur de von Bock y von
Rundstedt; 37 Divisiones de Infanteria, tres divisiones de
Montaña, 15 divisiones moviles, 3.195 tanques.
Ejercito Polaco 38 Divisiones de Infanteria, once de caba-
lleria, dos brigadas motorizadas, 600 a 700 tanques lige-
ros.
Luftwaffe Kesselring 1° Flota Aerea con el Grupo Norte y
Lohr 4° Flota Aerea con el Grupo Sur, 1.550 aviones
Fuerza Aerea Polaca 750 aviones

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Operacion «Caso Amarillo»

(1) Schmidt XXXIX Cuerpo Panzer: 9° Division Panzer,


S.S Division Verfügungs, despues dle 13 de Mayo Leibstan-
darte Adolf Hitler
(2) Hoepner XVI Cuerpo Pnaer: 3° y 4° Divisiones Pan-
zer, 20° Division de Infanteria Motorizada, S.S Totenkopf
(3) Hoth XV Cuerpo Panzer: 5° y 7° Divisiones Panzer
(4) (Grupo Kleist) Reinhardt: XXXXI Cuerpo Panzer: 6°
y 8° Divisiones Panzer
(5) (Grupo Kleist) Guderian: XIX Cuerpo Panzer: 1° y 2°
Divisiones Panzer, 10° Division Panzer, Regimiento de In-
fanteria Motorizada Gross-Deutschland.
(6) (Grupo Kleist) Von Wietershein: XIV Cuerpo Motor-
izado: 2°, 13° y 29° Divisiones de Infanteria Motorizada
(7) Hoth XV Cuerpo Panzer: 5° y 7° Divisiones Panzer, 2°
Division de Infanteria Motorizada
(8) Grupo Panzer Von Kleist XIV Cuerpo Panzer von

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Wietershein: 9° y 10° Divisiones Panzer,13° Division de In-


fanteria Motorizada, S.S Division Verfugungs, Regimiento
de Infanteria Motorizada Gross-Deutschland. Despues del
12 de Junio S.S. Division Totenkopf.
(9) Grupo Guderian XXXIX Cuerpo Panzer Schmidt: 1°
y2° Divisiones Panzer, 29° Division de Infanteria Motori-
zada. XXXXI Cuerpo Panzer Reinhrdt: 6° y 8° Divisiones
Panzer, 20° Division de Infanteria Motorizada.
Ejercito aleman Von Brauchitsch: 120 divisiones de in-
fanteria, 16 1/2 divisiones moviles, 2.574 tanques.
Grupo de Ejercito «A» y «B» von Rundstedt: 45 1/2 di-
visiones, von Bock 29 1/2 divisiones
Luftwaffe Kesselring 2° Flota Aerea Grupo B: Sperrle 3°
Flota Aerea Grupo A, total 2.750 aviones
Ejercitos Aliados Gamelin: 10 holandeses, 22 belgas, 9
britanicos (1° Brigada de Tanques), 77 divisiones france-
sas, 6 divisiomes fancesas moviles, 3.600 tanques
Fuerza Aerea aliada 2.372 aviones incluidos 1.151 cazas

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Mapa Operacion Barbarroja

(4) Hoepner 4° Grupo Panzer: XXXXI Cuerpo Panzer


Reinhardt, LVI von Manstein: 1°, 6° y 8° Divisiones Pan-
zer; 3° y 36° Divisiones de Infanteria Motorizada. S.S To-
tenkopf
(3) Hoth 3° Grupo Panzer: XXXIX Cuerpo Panzer

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Schmidt, LVII Cuerpo Panzer Kuntzen, 7°,12°,19° y 20° Di-


visiones Panzer; 14°,18° y 20° Divisiones de Infanteria Mo-
torizada.
(2) Guderian 2° Grupo Panzer: XXIV Cuerpo Panzer
Geyr, XXXXVI Cuerpo Panzer Vietinghoff, XXXXVII Cuer-
po Panzer Lemelsen; 3°, 4°, 10°, 17° y 18° Divisiones Pan-
zer; 10°, 29°, S.S Das Reich de Infanteria Motorizada, Re-
gimiento Gross-Deutschland.
(1) Von Kleist 1° Grupo Panzer: III Cuerpo Panzer von
Mackensen; XIV Cuerpo Panzer von Wietersheim,
XXXXVIII Cuerpo Panzer Kempf; 9°, 11°, 13°, 14° y 16° Di-
visiones Panzer; 16°, 25° S.S Wiking de Infanteria Motori-
zada, S.S. Brigada Leibstandarte; Regimiento General
Göring
Reserva OKH 2°, 5° Divisiones Panzer y 60° Division de
Infanteria Motorizada
Ejercito aleman von Brauchitsch 153 divsiones de infan-
teria, 17 divisiones Panzer, 3.417 tanques.
Luftwaffe Keller 1ra Flota Aerea Grupo Norte
Kesselring 2da Fota Aerea, VIII Cuerpo Aereo Grupo Cen-
tro
Lohr 4ta Flota Aerea, IV y V Cuerpos Aereos Grupo Sur
Total 3800 aviones
Ejercito sovietico 150 a 180 divisiones; 20.000 tanques,
de esossolo 1000 T34 y 500 Kv.
Fuerza Aerea sovietica 10.000 aviones (2.750 mod-
ernos)

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Indice
Prologo.................................................................................9
Capitulo I ........................................................................... 15
La Marina de Guerra Alemana, el Pacto Ruso, el Problema
Britanico y el Comienzo de las Hostilidades ..................... 15
I La Flota naval alemana en el año 1939....................... 15
II Las razones de su falta de preparacion .................... 20
¿A qué se debe que la marina de guerra alemana no
estuviese preparada? ............................................... 20
III La politica exterior britanica y la decision de Hitler
de atacar Polonia.......................................................... 29
IV El Pacto Ruso-Germano .......................................... 34
V El dilema de Hitler en el Oeste ..................................45
Capitulo II.......................................................................... 61
La primera Fase ................................................................. 61
I Los intentos de Hitler para aislar la Campaña de Polo-
nia.................................................................................. 61
II Las proposiciones de Raeder al fallar este intento .. 70
III La actitud de Hitler frente a las proposiciones de la
Flota; sus propios planes para un ataque inmediato a
Francia...........................................................................73
Capitulo III ........................................................................87
La Invasion de Noruega y la Caida de Francia..................87
I El forzado aplazamiento del ataque a Francia ...........87
II Oposicion al plan frances, las cosnecuencias del apla-
zamiento y la oposicion a la actitud de Hitler con respec-
to a la guerra................................................................. 93
III La invasion de Dinamarca y Noruega....................102
IV Un juicio critico de la estrategia de Hitler hasta la cai-
da de Francia ............................................................... 110
Capitulo IV........................................................................117
La Invasion de Inglaterra .................................................117
I La aversion de Hitler a adoptar el plan de invasion..117
II Su decision de llevar a cabo la invasion .................. 122
III El fracaso del Plan.................................................. 132
IV La explicacion de la actitud de Hitler..................... 137
Capitulo V ........................................................................149

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La Estrategia de Hitler 1939-1945 362

Los meses cruciales, Septiembre a Diciembre 1940 .......149


I La falta de interes de Hitler por la guerra naval.......149
II La cuestion rusa....................................................... 154
III Planes para el Mediterraneo; Gibraltar y las islas del
Atlantico ...................................................................... 162
IV El ataque italiano contra Grecia............................. 167
V Sus consecuencias sobre los planes alemanes en el
Mediterraneo............................................................... 173
VI Sus consecuencias sobre la actitud de Hitler con re-
specto a Rusia.............................................................. 176
VII El problema britanico ........................................... 179
VIII Obstaculos a los planes de Hitler en el Mediterra-
neo. .............................................................................. 185
IX La primera ofensiva britanica en el desierto occiden-
tal.................................................................................188
Capitulo VI....................................................................... 193
La Decision de atacar Rusia ............................................ 193
I El proceso hasta alcanzar la decision ....................... 193
II La justificacion de Hitler ........................................ 200
III Los preparativos y el ataque ................................. 209
IV Los errores de Hitler y sus consecuencias ............. 212
Capitulo VII ..................................................................... 217
Africa del Norte, el Mediterraneo y los Balcanes 1941.... 217
I La Estrategia de Hitler en el Africa del Norte .......... 217
II Su actitud en el Mediterraneo Occidental.............. 222
III Sus planes para los Balcanes ................................. 231
IV Crisis en Africa del Norte ...................................... 236
Capitulo VIII.................................................................... 241
La Batalla del Atlantico en 1941 ...................................... 241
I Las consecuencias de la campaña submarina en la es-
trategia de Hitler ......................................................... 241
II La Luftwaffe y la Guerra en el Atlantico ................ 248
III El deseo de Hitler de evitar incidentes con Estados
Unidos ........................................................................ 250
Capitulo IX.......................................................................259
Las Negociaciones Germano-Japonesas en 1941............259
I La presion alemana sobre el japon para un ataque so-

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bre Singapur ................................................................259


II La negativa de Hitler de informar al Japon acerca de
sus intenciones de atacar Rusia ................................. 266
III La presion alemana ssobre Japon para un ataque so-
bre Rusia .....................................................................272
IV El ataque contra Pearl Harbor ...............................274
Capitulo X ........................................................................279
1942..................................................................................279
I La actitud defensiva de Hitler con respecto a la guerra .
279
II La anulacion del plan para la invasion de Inglaterra ...
281
III Los temores de Hitler de una invasion a Noruega 285
IV La indecision de Hitler con respecto a Africa del
Norte y Malta............................................................... 291
V El fracaso aleman en la batalla del Atlantico ..........297
VI El desembarco de los aliados en africa occidental 305
Capitulo XI...................................................................... 309
El fin de la Flota Alemana de superficie Enero 1943 ..... 309
I La liberacion de la flota de la intervencion de Hitler .....
309
II Las restricciones impuestas a la flota alemana y la fal-
ta de combustible ........................................................ 311
III Hitler ordena la disolucion de la Flota .................. 314
IV La salud y actitud de Hitler con respecto a la guerra
en esta epoca ............................................................... 316
Capitulo XII ..................................................................... 321
La Estrategia de Hitler en derrota................................... 321
I Su direccion de la guerra a partir de 1943................ 321
II Un juicio critico de su estrategia en derrota ...........335
Anexos ............................................................................. 341
Protocolo de Hossbach .................................................... 341
Autarquia.................................................................... 342
Participacion en la Economia Mundial...................... 344
CASO 1:....................................................................... 348
CASO 2: ...................................................................... 349
CASO 3: ...................................................................... 349

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Mapas Operativos............................................................355
Operaciones en Polonia...............................................355
Operacion «Caso Amarillo» ........................................357
Mapa Operacion Barbarroja .......................................359
Indice ............................................................................... 361

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