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Apuntes Civil Ii - Primer Parcial
Apuntes Civil Ii - Primer Parcial
1. INTRODUCCIÓN.
La parte del Derecho Civil dedicada al estudio de las relaciones jurídicas que sirven de soporte al
intercambio de bienes y servicios entre las personas se ha denominado, “Derecho de
obligaciones“.
Sin embargo, la dinámica social no puede estar compuesta sólo de personas obligadas,
aisladamente consideradas, sino que al mismo tiempo tales personas quedan obligadas frente a
alguien o frente a algo. Es obvio que la idea de obligación requiere ya ab initio considerar la
existencia de sujetos que ocupan posiciones contrapuestas.
Cuando existe una situación jurídica o una norma jurídica propiamente dicha que impone a alguien
una obligación al mismo tiempo que faculta a otro para exigirla o reclamarla, resulta más correcto
hablar de relación obligatoria que simple y llanamente de obligación.
La obligación ofrece una visión parcial y unilateral del vínculo existente entre dos personas que
ocupan posiciones contrapuestas; mientras que la idea de relación obligatoria está por principio
referida, conjuntamente, a la doble posición de las personas vinculadas por dicha relación.
En definitiva, con la expresión “obligación” no se quiere designar sólo la posición subordinada del
obligado, sino la situación jurídica de conjunto.
Dicha temática se encuentra regulada en el Código Civil en el Libro IV, cuya rúbrica es
precisamente “De las obligaciones y contratos “.
El término obligación sigue gozando de una amplia multivocidad, pues es utilizado con muy
diferente significado tanto por los textos legales cuanto, en general, en el lenguaje jurídico, para
describir las variopintas situaciones en que una persona puede ser constreñida por el
Ordenamiento jurídico a desarrollar una conducta determinada.
Los mandatos normativos en virtud de los cuales una persona resulta obligada a desarrollar una
conducta determinada pueden ser de muy distinta índole. Ejemplos:
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La diferencia entre los dos primeros y los dos segundos es que en los dos últimos la obligación
consistente en dar alguna cosa, prestar un servicio o reparar el daño causado es directa o
indirectamente traducible a un valor económico o patrimonial de carácter objetivo.
Los deberes jurídicos serían aquellas conductas exigidas a una persona por el Ordenamiento
jurídico, con carácter general, en cuanto la misma se encuentre en una determinada situación
contemplada por el Derecho, que no son susceptibles de directa valoración patrimonial. Ejemplo:
basta ser español para tener “el deber” de conocer el castellano.
Por el contrario, la obligación en sentido propio o técnico como subespecie del deber jurídico
vendría caracterizada por la nota de la patrimonialidad de la prestación, esto es, de la conducta
debida por el obligado.
El Código Civil al identificar el “concepto legal” de obligación se limita a indicar que “toda
obligación consiste en dar, hacer o no hacer alguna cosa” , sin exigir que tales prestaciones estén
impregnadas de la característica de la patrimonialidad.
La relación obligatoria vincula, al menos, a dos personas. La razón es clara en términos jurídicos
nadie puede estar obligado consigo mismo, sino siempre con respecto a otra persona.
1. El sujeto activo: es la persona/s legitimada o que tiene derecho a exigir una conducta
determinada a la otra. Desempeña el papel activo de la obligación. Legalmente se
denomina ACREEDOR.
2. El sujeto pasivo: es la persona/s vinculada por la relación obligatoria, que debe observar
la conducta pasiva de la obligación. Legalmente se le denomina DEUDOR.
3.2.- La prestación.
La conducta a desplegar por el deudor puede ser muy distinta naturaleza, dependiendo del origen
y del tipo de obligación de que se trate.
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3.3.- El derecho de crédito: diferenciación de los derechos reales.
El poder o facultad para reclamar la prestación que se reconoce al acreedor se denomina derecho
de crédito. Esta denominación tiene por objeto fundamental marcar las diferencias entre los
derechos reales y los derechos de crédito, pues la posición del titular es notoriamente diversa en
unos y otros:
El derecho real otorga a su titular señorío (total o parcial) o una facultad concreta sobre las
cosas en sí mismas consideradas y con independencia de quién sea su titular o poseedor
actual. El titular real puede dirigirse directamente contra las cosas afectadas por el derecho
real.
Los derechos reales deben ser respetados por todos los sujetos de una colectividad dada
(son derechos absolutos con eficacia erga omnes, frente a los de crédito que sólo pueden
hacerse valer frente al obligado, por lo que se califican como derechos relativos).
Los derechos reales, al menos la propiedad, los derechos reales de goce y los de adquisición
permanente, son tendencialmente derechos permanentes. Los de crédito atienden
fundamentalmente al intercambio de bienes y servicios, son estructuralmente derechos
transitorios con vocación de autoextinción, en cuanto el deudor lleve a cabo la ejecución de
la prestación.
La tendencial permanencia de los derechos reales, sobre todo cuando éstos recaen sobre
bienes inmuebles, conlleva que el Ordenamiento jurídico requiera mayores requisitos de
forma para los actos constitutivos, modificativos y extintivos de los derechos reales.
Nuestro Código Civil no recoge este “nomen iuris”, ni parece aceptar la categoría de la obligación
natural. Algunos autores se pronuncian abiertamente en contra de la existencia de la categoría;
otros autores, admitiendo su falta de reconocimiento, admiten la noción de obligación natural en
algunos supuestos, algunos de ellos muy discutibles y discutidos, son:
- Art.1.756 CC: Sobre el pago de intereses no convenidos al prestatario.
- Art.1.798 CC: Sobre pago de deudas procedentes o derivadas de juegos ilícitos.
- Art.1.935 CC: Sobre pago de deuda ya prescrita.
- Art.1.894 CC: Sobre prestación de alimentos por oficio de piedad.
- Art.1.901 CC: Sobre exclusión de carácter indebido del pago por “causa justa”.
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Hay que poner de manifiesto que el oscuro deslinde de una noción tan escurridiza como la de la
obligación natural, y sobre todo, la circunstancia de que el TS haya recurrido a ella para justificar
deberes morales o de conciencia trae consigo que muchos autores consideren que la vieja noción
de obligación natural, revisada es útil para justificar determinadas atribuciones patrimoniales.
La obligación natural debería configurarse como una justa causa de una atribución patrimonial
concreta que encontraría su fundamento en la existencia de un deber moral cualificado o un deber
moral elevado a rango de obligación imperfecta.
En Derecho Histórico la obligación natural era considerada como una “obligación civil en estado
degenerado o abortado” y ahora es “un deber moral o de conciencia” que pese a no ser exigible
jurídicamente, desempeña la función de justificar la irrepetibilidad 1 del pago y la posibilidad de
fundamentar promesas o declaraciones de voluntad unilateralmente por quien se autoconsidera
obligado a pago.
En contra de lo que ocurre en el Código Civil, la Compilación Navarra regula expresamente las
obligaciones naturales en la ley 510.1: “No será repetible el pago cuando se haya hecho en
cumplimiento de un deber moral, o impuesto por el uso, aunque, no sea jurídicamente exigible”.
Como se ve, en semejante norma, se acepta la formulación poscodificada de la obligación natural,
lo que cuadra mal con la pretensión de adecuar la regulación de la figura a las fuentes históricas,
sean las justinianeas u otras.
1
Irrepetibilidad: imposibilidad de reclamar la devolución de algo. Repetir es solicitar o reclamar la devolución de algo.
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TEMA 2.- LAS FUENTES DE LAS OBLIGACIONES
El art. 1089 del CC, expresa que “las obligaciones nacen de la ley, de los contratos y
cuasicontratos, y de los actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o
negligencia”.
Así la génesis de las obligaciones en sentido técnico puede deberse a cuatro elementos, a saber, la
Ley, los contratos, los cuasicontratos y los actos o hechos generadores de responsabilidad civil.
Los expresados cuatro elementos no excluyen la existencia de otros hechos, actos o circunstancias
originadores de obligaciones, entre ellos la propia voluntad unilateral de cualquier sujeto de
derecho.
Para el sentir mayoritario, el art. 1.089 no establece un catálogo exhaustivo de hechos o actos
originadores de obligaciones sino que trata de ofrecer una sistematización de la materia.
Frente a dicha tesis, algún autor alega que el tenor literal y el espíritu del precepto suponen un
catálogo exhaustivo de las fuentes originadoras de las obligaciones.
El art. 1.089 ha recibido toda suerte de críticas doctrinales por razones que ponen de manifiesto
su parcialidad o insuficiencia:
A) La falta de toda referencia al testamento, acto “mortis causa” por excelencia, no excluye su
eficacia obligatoria. El testamento no es un contrato, ni un cuasicontrato, ni un acto ilícito.
Entonces, las obligaciones nacidas ex testamento, por exclusión, ¿habrían de configurarse como
obligaciones legales? Evidentemente la respuesta es negativa se impone.
C) Con numerosos supuestos de responsabilidad civil en los que ésta nace de actos o hechos en
los que no interviene culpa o negligencia de ningún género. La obligación de reparar el mal
causado nace en ocasiones atendiendo simplemente al mal acaecido, de forma objetiva, aunque
no exista culpa o negligencia del sujeto agente.
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3. CONSIDERACIÓN DE LAS DISTINTAS FUENTES DE LAS OBLIGACIONES.
Puestas de manifiesto las carencias del precepto, consideremos ahora el alcance y significado
propios de las diversas fuentes de las obligaciones consideradas por el artículo 1.089.
Las obligaciones ex lege serían aquellas “derivadas de la ley”, en el sentido de que el nacimiento
de cualquier obligación encuentra su fuente directa e inmediata en la propia ley. ¿Debe entenderse
por ley, sólo la norma jurídica escrita, la disposición legislativa o, por el contrario, puede tratarse
de cualquier norma jurídica, de carácter consuetudinario o un principio general del Derecho?
La mayor parte de los autores actuales considera que la expresión “ley” debe ser interpretada en
un sentido amplio, es decir que trátese de ley en sentido propio, de costumbre o de principios
generales del Derecho, cualquier norma jurídica puede originar “obligaciones ex lege”. Por
consiguiente, en términos reales y prácticos, la derivación de las obligaciones ex lege no puede
restringirse a los casos de existencia de una norma legislativa precisa y concreta.
No cabe pensar en contrato alguno que no tenga por objeto generar obligaciones, sea para ambas
partes contratantes o para una sola de ellas.
El CC afirma que “las obligaciones que nacen de los contratos tienen fuerza de ley entre las partes
contratantes, y deben cumplirse al tenor de los mismos”.
“Son cuasicontratos los hechos lícitos y puramente voluntarios, de los que resulta obligado su
autor para con un tercero y a veces una obligación recíproca entre los interesados”. El CC
considera como tales, la gestión de asuntos o negocios ajenos y el cobro de lo indebido.
Aunque el CC por una parte considere conjuntamente “los actos y omisiones ilícitos o en que
intervenga cualquier género de culpa o negligencia”, por otra, se refiere por separado a la
responsabilidad civil nacida del delito y a la responsabilidad civil propiamente dicha o
responsabilidad contractual:
las obligaciones civiles que nazcan de los delitos se regirán por las disposiciones del CP.
las que se deriven de actos u omisiones en las que intervenga culpa o negligencia no
penadas por la ley quedarán sometidas al Código Civil.
5.1.- Planteamiento.
Dicha conclusión no puede significar en ningún caso que, con carácter general, sea admisible en
nuestro ordenamiento que la voluntad unilateral sea un vehículo propio de generación de
obligaciones, ni que no existan autores y sentencias que se pronuncian por la negativa incluso en
relación con las promesas públicas de recompensa.
¿Qué requisitos debe reunir la promesa pública de recompensa para generar realmente
obligaciones a cargo del promitente? Suele exigirse que la promesa haya sido objeto de pública
divulgación y que se encuentre dirigida a personas indeterminadas. Ambos requisitos parecen, en
efecto, venir exigidos por la propia naturaleza de la figura, pues de lo contrario estaríamos frente a
un precontrato o ante una oferta de contrato.
Suele referirse la Doctrina a aquellas promesas de premio o recompensa que van unidas a la
participación de varias personas en la realización de cualquier actividad lícita (concurso de
televisión…).
La realización de una actividad o del resultado que, mediante la promesa del premio, impulsa el
promitente, no basta por sí misma, es necesaria la concurrencia o competencia entre varias
personas por conseguir que “su” actividad o “su” resultado sean considerados idóneos por el
prometiente o por el jurado.
Suele considerarse a tales concursos como una clase de promesa pública de recompensa. Sin
embargo, en numerosas ocasiones, la participación en tales concursos y la aceptación de las
propias bases de participación en los mismos suponen, en realidad, que los participantes prestan
su conformidad a un juego o apuesta, esto es, a uno de los modelos contractuales típicos, o bien a
cualquier otro esquema contractual atípico.
En definitiva, la calificación de los concursos con premio requiere atender de forma casuística a las
bases de la convocatoria o a las reglas del concurso.
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TEMA 3.- LOS SUJETOS DE LA OBLIGACION.
Toda obligación vincula al menos a dos personas que asumen posiciones contrapuestas:
》 Sujeto activo o acreedor: Puede exigir una conducta determinada de la otra. El derecho
que le asiste no es un derecho real, sino un derecho de crédito.
》 Sujeto pasivo o deudor: Debe cumplir cuanto se debe, observar la conducta prevista en la
obligación.
A veces la posición del deudor o del acreedor la asumen varias personas, con una misma relación
obligatoria. Suele darse en la fianza o aval (garantías personales) y en la responsabilidad
extracontractual (pluralidad de responsables por ser agentes del daño o por la existencia de
seguro).
1º. Cada acreedor sólo puede exigir del deudor la parte que le corresponde en el crédito
(mancomunidad activa) y,
2º. Cada deudor sólo está obligado a cumplir la parte de deuda que le corresponde
(mancomunidad pasiva).
- Art. 1138 CC: “el crédito o la deuda se presumirán divididos en tantas partes iguales como
acreedores o deudores haya, reputándose créditos o deudas distintos unos de otros”.
Un crédito o deuda mancomunados no exige la actuación común de los interesados, sino que
legitima la actuación separada de cada uno para satisfacer sus créditos o ejecutar la prestación
debida, quedando liberados de la obligación.
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Las obligaciones en “mano común” implican que el deber de prestación ha de ser exigido por la
pluralidad de acreedores conjuntamente o cumplido por la pluralidad de deudores de modo
conjunto. Así es cuando se otorga un poder a varias personas de forma mancomunada o la
disposición del fondo de una cuenta requiere la firma mancomunada de varios. Sería obligación in
solidum o conjunta. Autores como Díez Picazo quieren llamar a éstas obligaciones “parciarias”.
Nosotros, en cualquier caso, las llamaremos obligaciones mancomunadas.
El CC establece que “ el crédito o la deuda se presumirán divididos en tantas partes iguales como
acreedores o deudores haya”. Es norma supletoria, pues la participación de cada uno dependerá
de la parte que le corresponda que no tiene que ser igual para todos.
Estamos ante una presunción “iuris tantum” ( se presumirán iguales) que admite prueba en
contrario.
“La concurrencia de dos o más acreedores, o de dos o más deudores en una sola obligación no
implica que cada uno de éstos deba prestar íntegramente las cosas objeto de la misma. Sólo
habrá lugar a eso cuando la obligación expresamente lo determine, constituyéndose con el
carácter de solidaria”.
No obstante esta no es la regla práctica, pues en la mayoría de los negocios con pluralidad de
deudores es frecuente estipular expresamente la responsabilidad solidaria, la razón es que el
esquema mancomunado no es atractivo para el acreedor. Este es el criterio doctrinal y
jurisprudencial mayoritario.
En la legislación contemporánea, hay cierta predisposición a proteger los intereses del contratante
burlado, estableciéndose la responsabilidad solidaria de los suministradores de bienes y servicios
(ej.: las máquinas expendedoras -puede uno dirigirse contra el titular del local donde se
encuentran o contra el propietario de la máquina-).
5. LA OBLIGACIÓN SOLIDARIA.
5.1.- Introducción.
Art. 1143.2: “el que cobre la deuda responderá a los demás de la parte que les corresponde en la
obligación”. Realmente lo que le corresponde a los demás es una parte del crédito (cuota parte).
Los acreedores que no participen en el cobro pueden ejercitar su derecho de regreso contra el
accipiens desde el momento en que éste cobre y deben hacerlo cada uno en su propio nombre y
derecho y por la cuota parte que le corresponda. Por tanto, a partir del momento del cobro las
relaciones internas de los coacreedores se fundamentan en la mancomunidad y no en la
solidaridad.
El art. 1143.1. prevé “ la novación, compensación, confusión o remisión de la deuda, hechas por
cualquiera de los acreedores solidarios o con cualquiera de los deudores de la misma clase,
extinguen la obligación”; y el art. 1143.2: “el acreedor que haya ejecutado cualquiera de estos
actos (asi como el que cobre la deuda) responderá a los demás de la parte que les corresponde en
la obligación”.
O sea, la responsabilidad por reembolso del acreedor solidario se mantiene incluso en caso de que
la extinción sea por causa diferente del pago o cumplimiento.
6. SOLIDARIDAD PASIVA.
Art. 1145.1: “el pago hecho por uno de los deudores solidarios, extingue la obligación” .
Respecto a estos derechos del acreedor, hay que matizar algunos aspectos:
art. 1140: “la solidaridad podrá existir aunque los acreedores y deudores no estén ligados
del propio modo y por unos mismos plazos y condiciones”. (A, B y C son deudores
solidarios. “A” lo es desde este mismo instante, y “B” y “C” dentro de un mes: lógicamente
el acreedor ahora mismo solamente podría ir contra “A”, y dentro de un mes, contra los
tres).
si hay varias reclamaciones in itinere, judiciales o no, si una de ellas culmina felizmente
para el acreedor, todas las demás caerán por su propio peso. El acreedor no podrá aceptar
un nuevo pago, o incurriría en cobro indebido y subsiguiente responsabilidad.
La LEC plantea las hipótesis posibles en la ejecución en relación con los deudores solidarios,
distinguiendo los títulos de naturaleza judicial de los extrajudiciales.
o Naturaleza judicial: “las sentencias, laudos y otros títulos ejecutivos judiciales
obtenido sólo frente a uno o varios deudores solidarios no servirán de título
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ejecutivo frente a los deudores solidarios que no hubiesen sido parte en el
proceso”.
o Naturaleza extrajudicial: solo permiten ejercitar la acción ejecutiva contra el deudor
solidario que aparezca como tal en el correspondiente título, con la particularidad
que siendo varios, puede demandar a uno o a todos.
El hecho de que el deudor solidario deba verse reembolsado de la deuda correspondiente a los
demás codeudores, no significa que la obligación solidaria continúe viva. En consecuencia:
1º. El solvens podrá reclamar a cada codeudor la cuota parte que le corresponda del pago
realizado, pero no podrá dirigirse contra uno en concreto para que le abone el conjunto de las
cuotas de todos.
2º. Una vez satisfecho el acreedor, la obligación se convierte en mancomunada o dividida, con la
particularidad de que si alguno de los codeudores solidarios es insolvente, los demás prorratearán
el pago de su cuota parte.
Para garantizar la acción de regreso o reembolso, el solvens tiene la posibilidad de ejercitarla con
las condiciones y garantías del acreedor, pues el pago le otorga la subrogación legal. Baste
recordar:
1º. Art. 1210.3 inciso final: “… salvo los efectos de la confusión en cuanto a la porción que le
corresponda”. Se subroga en el resultante de deducir la parte de deuda que le correspondía a él.
2º. Pese a que el art. 1212 dice que “la subrogación transfiere al subrogado el crédito con los
derechos a él anexos...”. Las facultades del acreedor pagado no se transmiten al deudor-solvens.
La diferencia entre obligación mancomunada y solidaria es más evidente cuando hay un codeudor
insolvente:
A) En caso de obligación mancomunada, art. 1139, in fine: “ no estarán los demás obligados a
suplir su falta”.
B) Art. 1145.3: “la falta de cumplimiento de la obligación por insolvencia del deudor solidario
será suplida por sus codeudores, a prorrata de la deuda de cada uno” .
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Esta norma, que regula las relaciones internas entre los deudores solidarios una vez satisfecha la
deuda al acreedor, demuestra que la responsabilidad del deudor solidario se limita a la cuota parte
y que las cuotas partes de las personas interesadas no tienen por qué ser iguales, por eso dice el
CC “... a prorrata de la deuda de cada uno” .
¿Es necesario que el deudor haya sido declarado insolvente o basta que esté en situación
patrimonial que le impida atender sus compromisos? Para Lasarte parece excesivo exigirle la
declaración judicial de insolvencia al deudor-solvens; bastaría la falta de atención del pago de
cualquier deudor solidario para que el solvens pueda exigir el prorrateo a los demás, incluyéndose
él.
Cuando existen iguales cuotas y un deudor se declara insolvente: si las cuotas son iguales,
el solvens y los otros responderán cada uno de su propia cuota y del prorrateo de la cuota
del insolvente.
Cuando son cuotas desiguales, el prorrateo respeta la proporcionalidad.
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TEMA 4.- EL OBJETO DE LA OBLIGACIÓN: LA PRESTACIÓN.
El CC no es muy estricto: unas veces asimila las cosas y servicios al objeto de la obligación y otras
sigue la idea de que el objeto de la obligación es la prestación.
1.1.- Posibilidad.
Art. 1272 CC “No podrán ser objeto de contrato las cosas o servicios imposibles”. Nadie puede
considerarse vinculado a realizar actos imposibles.
1.2.- Licitud.
Art. 1271.3 CC: “pueden ser igualmente objeto de contrato todos los servicios que no sean
contrarios a las leyes o las buenas costumbres”.
La licitud no se refiere sólo a que la prestación sea conforme con las leyes sino que ha de serlo
también con los valores o principios del ordenamiento jurídico. En el ámbito propio de la
autonomía privada, también abarca la imposibilidad de pactos contrarios a las leyes, la moral y el
orden público.
1.3.- Determinación
Sólo existe obligación cuando el deudor sabe a qué está obligado y el acreedor conozca la
conducta prometida por el deudor, que llegado el caso puede reclamar. De lo contrario, habría que
establecer un nuevo acuerdo para determinar la obligación, y el anterior no habría nacido por falta
de este elemento, aunque en rigor basta con que la prestación sea “determinable”.
En la realidad se entrecruzan los criterios de clasificación pues una vez nacida la obligación ésta
además de ser, de hacer o no hacer, simultáneamente será accesoria o principal, divisible o
indivisible, pecuniaria o no, instantánea o duradera.
Dependiendo de la conducta del deudor, las obligaciones consisten en dar, hacer o no hacer.
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3.1.- La obligación de dar.
No está regulada especialmente de forma sistemática en el CC, sino que establece unas reglas
generales de carácter dispositivo (cabe pacto en contrario):
1ª Art. 1094 CC: “el obligado a dar alguna cosa lo está también a conservarla con la diligencia
propia de un buen padre de familia ”
2ª Art. 1085 CC: derecho del acreedor a los frutos desde que nace la obligación de entregarla,
aunque sólo tendrá derecho real sobre ella cuando se la entreguen
3ª Art. 1096 CC: cuando la cosa a entregar sea determinada, el acreedor puede compeler al
deudor la entrega; si la cosa es indeterminada o genérica podrá pedir al deudor que se
cumpla la obligación a expensas del deudor; el deudor en mora o comprometido con más
de una persona será responsable de la cosa en los casos fortuitos hasta que la entregue.
La obligación de hacer consiste en que el deudor desarrolle una actividad concreta. Clases:
-- Sin exigencia de resultado concreto: la obligación del deudor se limita a desarrollar una
conducta diligente, ej.: se contrata a un abogado para que nos defienda en juicio). Se habla
entonces de obligación de actividad o de medios.
-- Obligación personalísima: debe ser cumplida por el propio deudor, salvo consentimiento del
acreedor (ej.: protagonista de una película).
En ocasiones las obligaciones negativas provienen de la Ley. Ej. :los adquirientes por retracto legal
están obligados a no enajenar el bien objeto de retracto durante cierto plazo. Por supuesto,
también tiene a veces origen convencional.
La distinción teórica entre obligaciones positivas (dar o entregar alguna cosa o hacer algo) y las
negativas (no hacer) es clara, pero en la realidad cotidiana una obligación positiva puede
realizarse negativamente y viceversa, por ello la calificación dependerá del supuesto concreto.
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Como regla general, la prestación tiene carácter negativo cuando el cumplimiento de la misma
determina una continuidad de la relación jurídica originada por la relación obligatoria. En otro
caso, la calificaríamos de obligación positiva. Ello no implica que la obligación negativa pueda ser
eterna o perpetua, sino que suele estar vigente durante períodos prolongados (obligaciones
continuadas duraderas).
La distinción se basa en la duración de la prestación aunque habrá que atender también a algunos
datos técnicos.
b) Obligaciones duraderas, o con tracto continuado o de tracto sucesivo: establecen una unión
entre deudor u acreedor que se prolonga en el tiempo y requieren, en algunos casos, actos
sucesivos. Clases:
Duraderas simples: la prestación del deudor es de tracto único pero aplazada (no exigible
hasta que llegue el término). Ej.: dar una conferencia dentro de tres meses.
Duraderas continuadas: conducta del deudor prolongada durante cierto tiempo sin
interrupción, que de producirse provocaría insatisfacción del acreedor. Ej.: obligación del
arrendador de una cosa de garantizar al arrendatario la posesión y goce del objeto
arrendado.
Duraderas periódicas: el cumplimiento de la obligación se produce con prestaciones
parciales periódicas previstas en la relación obligatoria. Ej.: el abono de la renta o el pago
de una prima de seguros (mensual, trimestral,...). No se requiere absoluta igualdad de
períodos.
El CC no describe las características de las obligaciones principales ni de las accesorias, aunque las
distingue: en relación con la cláusula penal, en materia de compensación, refiriéndose a la
novación, venta o cesión de créditos, etc.
Las obligaciones accesorias pueden ser tanto positivas como negativas. En la mayoría de los
supuestos reales las obligaciones de no hacer son accesorias de otras principales, es decir,
relaciones obligatorias de contenido positivo pueden contener prestaciones accesorias tanto
positivas como negativas. Ej.: negocios basados en pacto de exclusiva, como los concesionarios de
automóviles.
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Obligación líquida es aquella en la que el montante de la prestación se conoce con exactitud; se
refiere, con carácter general, a las de dar aunque en la práctica la mayoría sean obligaciones
pecuniarias.
Cuando la deuda tuviera una parte líquida y otra ilíquida el acreedor podrá exigir al deudor el pago
de la primera sin esperar a la segunda.
El Art. 1151 describe qué obligaciones son indivisibles, aunque se atenderá a cada caso:
Las de dar o entregar “cuerpos ciertos”. Ej.: un caballo, un cuadro… (No pueden
fraccionarse en lotes, salvo las de cuerpo cierto que sí constan de pluralidad de unidades).
Las de hacer que no sean susceptibles de cumplimiento parcial. Pero serán divisibles las
que tengan por objeto la prestación de un número de días de trabajo, la ejecución de
obras por unidades métricas y análogas.
La mayor parte de las obligaciones negativas o de no hacer, pues cualquier acto produce
simultáneamente el incumplimiento.
En las obligaciones con “unidad de sujetos” (un solo deudor y un solo acreedor), la divisibilidad o
indivisibilidad no altera las reglas generales sobre obligaciones.
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8.3 Las obligaciones indivisibles con pluralidad de sujetos.
Cuando existe pluralidad de sujetos en una obligación indivisible se entrecruzan “cómo” ha de ser
cumplida y “cuál” de los sujetos ha de cumplirla o puede exigir su cumplimiento.
Si la obligación indivisible es solidaria, cualquiera de los deudores o de los acreedores podrá actuar
libremente frente a la otra parte, sea pagando o exigiendo el cobro.
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TEMA 5.- LA DETERMINACIÓN O INDETERMINACIÓN RELATIVA DE LA PRESTACIÓN.
El CC establece que: “ el objeto de todo contrato debe ser una cosa determinada en
cuanto a su especie”. Si bien, la indeterminación inicial del objeto de contrato no debe ser
inconveniente para la perfección del mismo, siempre que el propio contrato contenga los criterios
para efectuar posteriormente la identificación del objeto del contrato sin necesidad de un nuevo
pacto entre las partes contratantes.
El problema fundamental que plantea la determinación relativa consiste en establecer las reglas
que permitan convertir la prestación determinable en determinada. Se pueden dar:
Supuestos de indeterminación provocada porque la identificación del objeto de la
prestación se ha realizado sólo mediante la referencia a un género de cosas.
En algunos casos la determinabilidad desaparece en virtud de un acto de elección entre
varias prestaciones posibles.
Supuestos en los que la determinación concreta de la prestación se obtiene mediante el
recurso a elementos externos a la propia obligación, requiriendo tener en cuenta una
determinada circunstancia de hecho, ej.: cuando el precio de las cosas objeto de la
prestación queda referido a parámetros que requerirán una posterior concreción (el
precio del dólar, tal día), o cuando la concreción de la prestación quede remitida a la
actuación decisoria de un tercero (arbitrio de un tercero).
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El CC se limita a establecer una regulación diferente para el caso de que la obligación de entregar
una cosa recaiga sobre un objeto determinado o individualizado o, por el contrario, sobre un
objeto determinado únicamente mediante su pertenencia a un género. Aunque en alguno de sus
artículos sí que utiliza la expresión “obligación genérica”.
Estaríamos ante una obligación específica en los casos en que la prestación del deudor se
encuentre perfectamente individualizada y la entrega de una cosa diferente no satisfaga el interés
del acreedor. El CC dispone “ el deudor de una cosa no puede obligar a su acreedor a que
reciba otra diferente, aun cuando fuere de igual o mayor valor que la debida ” (el
principio de identidad de la prestación se encuentra notablemente reforzado).
Pero no existe dificultad alguna para aplicar las categorías de obligaciones específicas y genéricas
a las obligaciones de hacer. Por tanto sería más correcto hablar de “prestación específica” y de
“prestación genérica” que de cosas específicas y genéricas, pues el objeto de la prestación puede
recaer tanto sobre cosas como sobre servicios o comportamientos característicos de las
obligaciones de hacer (p.ej.: contratar que nos opere un doctor determinado o que nos opere un
doctor sin más).
Dentro de la categoría de las obligaciones genéricas, es común distinguir entre las obligaciones
genéricas ordinarias o propiamente dichas y las obligaciones genéricas de género limitado
(también denominadas obligaciones genéricas delimitadas), según la mayor o menor amplitud y
determinación del género considerado. Según ello, se debería hablar de obligación de género
limitado cuando el objeto de la prestación no se determina sólo por su pertenencia a un género
(supongamos, ladrillos para la construcción, aceite,...), sino por una serie de datos que
circunscriben o delimitan el objeto de la obligación de origen, lugar, año,... (ladrillos de tal o cual
tejar, aceite perteneciente a un tipo de oliva y con un tipo de prensado específico).
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Son más frecuentes en la práctica las obligaciones de género limitado que las obligaciones
genéricas ordinarias.
No resulta extraño en la práctica que la cuestión considerada resulte problemática, sea por
imprevisión de las partes o por haber nacido obligación genérica de responsabilidad
extracontractual. Para tales supuestos el CC establece una regla de carácter salomónico, que
procede del Derecho romano justinianeo: "El acreedor no podrá exigirla de la calidad
superior, ni el deudor entregarla de la inferior ".
Esta regla de la calidad media es de utilidad relativa, aunque en cuanto norma equitativa
pretende equilibrar las respectivas pretensiones de recibir lo mejor por parte del acreedor y de
entregar lo peor por parte del deudor.
El fundamento último según el Prof. Lasarte, debe buscarse en la intención del legislador de
establecer un criterio final de solución de los posibles conflictos que, como tantas veces ocurre,
acaba siendo salomónico e impreciso, pero posiblemente el menos malo.
La entrada en juego del art. 1167 sólo se producirá en el caso de imprevisión. Por tanto, se trata
de una norma de carácter supletorio respecto a la falta de previsión de la calidad y circunstancias
de la prestación en el título constitutivo de la obligación. Esta regla, en principio, no entrará en
juego respecto de las obligaciones de género limitado.
El otro problema que plantea la obligación genérica radica en las consecuencias que sobre el
cumplimiento de la obligación pueda arrojar la pérdida de la cosa.
El CC establece que "quedará extinguida la obligación que consista en entregar una cosa
determinada cuando ésta se perdiere o destruyere sin culpa del deudor y antes de haberse
constituido en mora”. Pero la aplicación sensu contrario de dicho precepto, lleva a afirmar que en
nuestro sistema jurídico sigue perviviendo la regla del genus nunquam perit (“el género nunca
20
perece”); esto es, la supervivencia de la obligación genérica, quedando el deudor obligado a
realizar la entrega mediante la consecución de una cosa que se corresponda con la prestación
debida, aunque haya de buscarla fuera de su patrimonio.
La especificación no puede llevarse a cabo ni por el deudor ni por el acreedor, salvo que se
encuentren especialmente legitimados para ello.
El CC establece un régimen jurídico diverso para ambas por cuanto se refiere a la posibilidad de
reclamar la prestación in natura o ejecución específica de la obligación.
“Si la cosa fuera indeterminada o genérica podrá pedir el acreedor que se cumpla la
obligación a expensas del deudor”. Significa que, pese a la falta de colaboración del deudor
en el cumplimiento, el acreedor podrá obtener judicialmente el mismo resultado previsto en
la obligación mediante los mecanismos de ejecución oportunos, p.ej.: el embargo de una
determinada cantidad de dinero de las cuentas bancarias del deudor para destinarla a la
adquisición del objeto prometido. (Ejecución in natura).
En caso de obligación específica, resulta imposible con carácter general que el acreedor
pida el cumplimiento de la obligación a expensas del deudor, pues en muchos casos sin la
colaboración de éste resultará imposible la ejecución in natura. De ahí que el CC
únicamente prevea la facultad del acreedor de “compeler al deudor a que realice la
entrega”, y en caso de que no cumpla, la prestación se va a transformar en la obligación
genérica de indemnizar por los daños y perjuicios causados. (p.ej.: no podemos obligar a
un doctor a que nos opere, pero le reclamaremos indemnización por daños y perjuicios si
no lo hace).
21
que el deudor ha de llevar a cabo todas y cada una de las prestaciones objeto de la obligación o,
contemplando la multiplicidad de prestaciones de forma alternativa.
Son aquellas en que la relación obligatoria tiene un contenido múltiple y las diversas
prestaciones son todas ellas exigibles. El deudor no habrá cumplido y no podrá entenderse
que se encuentra liberado de la obligación mientras no ejecute todas las prestaciones previstas
(Ej.: entrega del equipo informático, instalación del mismo, elaboración de software e impartición
de cursillos de aprendizaje).
Pueden combinar prestaciones de dar, hacer o no hacer, o ser todas ellas prestaciones del mismo
tipo (en el ej. se combinan una obligación de dar y tres de hacer).
En la práctica la elección de una entre las varias prestaciones alternativas corresponde al deudor,
a menos que expresamente se hubiese concedido ese privilegio al acreedor. La elección de la
prestación a realizar suele ser denominada concentración, por la mayor parte de los autores.
El CC utiliza sólo el término elección. Según la jurisprudencia, una vez realizada la elección de la
prestación (llegamos al restaurante y nos dicen lo que ponen) la obligación alternativa se convierte
en obligación simple quedando el deudor obligado a realizar la prestación seleccionada.
Una vez “elegida” o “concentrada” una de las prestaciones inicialmente posibles, y en cuanto haya
sido notificada a la otra parte, el deudor quedará liberado de la obligación si, por causas que no le
sean imputables, resulta imposible el cumplimiento de la prestación seleccionada (en el momento
de servir el menú entran a robar).
El acreedor tendrá derecho a la indemnización de daños y perjuicios cuando por culpa del deudor
hubieren desaparecido todas las cosas que alternativamente fueron objeto de la obligación, o se
hubiera hecho imposible el cumplimiento de ésta.
Cuando la elección hubiere sido expresamente atribuida al acreedor, la obligación dejará de ser
alternativa cuando hubiese sido notificada al deudor, hasta entonces, las responsabilidades del
deudor se regirán por las siguientes reglas:
Si alguna de las cosas se hubiese perdido por caso fortuito, cumplirá entregando la que el
acreedor elija entre las restantes.
Si la pérdida de las cosas hubiere sobrevenido por culpa del deudor, el acreedor podrá
reclamar cualquiera de las que subsistan, o el precio de la que por culpa de aquél, hubiera
desaparecido.
22
Si todas las cosas se hubiesen perdido por culpa del deudor, la elección del acreedor recaerá
sobre su precio.
Estamos ante una obligación facultativa cuando existe una sola prestación prevista en el título
constitutivo de la obligación, pero el deudor cuenta con la posibilidad de llevar a cabo otra diversa
llegado el momento del pago: ej.: pese a celebrarse el contrato de compraventa, el vendedor se
reserva el derecho de desistir del contrato y, en vez de entregar la casa vendida, abonará al
comprador un millón de euros.
La categoría de las obligaciones facultativas no encuentra apoyo textual alguno en el CC, si bien,
han sido reiteradamente contempladas por la jurisprudencia del TS.
El acreedor sólo puede exigir el cumplimiento de la única prestación debida y carece de facultad
alguna para reclamar la “prestación facultativa”, pues ésta se materializa (en su caso) única y
exclusivamente por voluntad del deudor, como ha declarado reiteradamente el TS.
La diferencia básica entre las obligaciones alternativas y las facultativas es que en las obligaciones
alternativas se debe una prestación, aun no individualizada, entre varias prestaciones
contempladas en el título constitutivo de la obligación; en las facultativas se debe una prestación
única.
Es preferible hablar de obligación con cláusula facultativa, pues en realidad estamos ante una
obligación principal simple a la cual se le añade una cláusula accesoria.
Dado que realmente existe una sola prestación en la relación obligatoria, en caso de resultar
imposible su cumplimiento por causas no imputables al deudor, la obligación se extingue y, por
tanto, también la prestación facultativa, en cuanto accesoria de aquélla.
23
TEMA 6.- LAS DEUDAS PECUNIARIAS Y LAS OBLIGACIONES PECUNIARIAS.
Los Estados miembros dictaron leyes ad hoc, preparando el terreno para la introducción del euro.
La sustitución monetaria no influyó en absoluto en la vigencia y dinámica de las relaciones
obligatorias previamente existentes y pendientes de cumplimiento.
El dinero puede ser contemplado en las relaciones jurídicas desde puntos de vista muy diferentes:
como objeto de coleccionismo, como valor de cambio con curso legal, etc. Ello requiere tipificar la
diversidad de supuestos en la materia:
1º. La “obligación dineraria” puede consistir en la entrega de una o varias especies monetarias
individualmente especificadas, atendiendo al valor numismático, simbólico o afectivo para el
acreedor. El supuesto base de tales relaciones obligatorias viene representado por el coleccionista.
En tal caso, doctrina y jurisprudencia hablan de “deuda monetaria” o de “obligaciones de moneda
individual”, para resaltar que estamos no frente a una deuda pecuniaria propiamente dicha, sino
ante una obligación específica.
2º. Tampoco puede considerarse deuda pecuniaria la “obligación de especie monetaria”. En ésta el
deudor debe entregar una o varias monedas que, sin llegar a tener una singularidad e
identificabilidad propias, se caracterizan por pertenecer a una determinada especie, por ejemplo,
las monedas de cien pesetas con la efigie de Franco. Semejante obligación es calificable
técnicamente como genérica, es decir, estaríamos frente a una obligación genérica delimitada.
3º. Finalmente, la contemplación del dinero en curso sin mayores precisiones como objeto de la
obligación nos situaría frente a las obligaciones pecuniarias propiamente dichas, las cuales se
caracterizan por tener un régimen jurídico y unas características propias.
Sólo cuando el dinero es considerado en cuanto objeto de la obligación como mera unidad de
valor y por referencia a unidades monetarias jurídicamente establecidas (por ejemplo, el dólar o el
euro), estaremos ante las verdaderas obligaciones pecuniarias.
Conviene recordar cuál es la consideración que para el Derecho privado merece el dinero:
24
B) Es un bien fungible.
C) Ha de considerarse como un bien productivo que genera “frutos civiles” representados en este
caso por los intereses.
La Doctrina suele distinguir entre deudas de dinero y deudas de valor dentro de las obligaciones
pecuniarias propiamente dichas.
Se califica como deuda de dinero aquella obligación pecuniaria en la cual la prestación debida por
el deudor coincide con una suma de dinero precisa y determinada, por ejemplo, 400 €. Por tanto,
uno de los elementos definidores de la relación obligatoria considerada consiste en la
predeterminación de una concreta suma de dinero.
Debería hablarse de deudas de valor en todos aquellos casos en los que el deudor cumple también
finalmente entregando una suma de dinero, pero ésta no se encuentra concreta y directamente
determinada en la obligación, sino que se determina a posteriori como equivalente económico o
medida de valor de otro bien.
Defender el criterio nominalista facilita el tráfico económico y jurídico, promoviendo con mayor
garantía el continuo e incesante intercambio de bienes y servicios.
El principal objetivo de la Ley 2/015 es desvincular los precios de los Servicios Públicos del IPC a
fin de contribuir a la estabilidad de los precios, evitar la inflación y mejorar la competitividad de la
economía española.
En cuanto a las obligaciones derivadas de los contratos entre particulares, esta Ley recoge el
respeto a la libre voluntad de las partes intervinientes en el contrato, de modo que sólo procederá
la revisión periódica en caso de pacto expreso. En el supuesto de que las partes hubiesen
acordado explícitamente la aplicación de algún mecanismo de revisión periódica, pero no
detallasen el índice o metodología de referencia, será aplicable el Índice de Garantía de la
Competitividad (IGC).
Contractualmente, las partes son libres para fijar el criterio actualizador. Son muy conocidas
doctrinal y jurisprudencialmente las siguientes:
2. Cláusulas de valor oro o plata o cualquier otro metal u objeto precioso en las que el valor del
metal en momentos distintos sirve como criterio de referencia.
3. Cláusulas de moneda extranjera: en las que se toma como referencia la cotización oficial de
cualquier moneda diferente al euro, de curso legal en España: por lo común dólar o yen japonés.
4. Cláusulas de escala móvil o de índices variables: con las que se suelen identificar hoy día los
índices publicados por el INE en relación con un determinado sector productivo.
La jurisprudencia y la doctrina han acabado por reconocer la licitud de los pactos y de las
previsiones legales tendentes a conseguir una cierta estabilidad en el valor real del importe
nominal con que se identifican las deudas pecuniarias. Afortunadamente, las medidas legislativas y
la evolución jurisprudencial se pronuncian a favor de la licitud de las cláusulas de actualización en
relación con las obligaciones pecuniarias.
El dinero es un bien productivo en cuanto genera o puede generar intereses, que son reputados
frutos civiles por el CC: “son frutos civiles el alquiler de los edificios, el precio de arrendamiento de
tierras y el importe de las rentas perpetuas, vitalicias u otras análogas”.
26
En términos jurídicos, la obligación de pagar intereses se configura técnicamente como una
obligación accesoria de la obligación pecuniaria que requiere una de dos:
La constitución en mora del deudor en el caso de obligación pecuniaria sólo es posible cuando la
prestación sea líquida.
Las partes de la relación obligatoria pueden pactar un tipo de interés inferior o superior a dicha
tasa legal. Los tipos de interés cercanos o similares al interés legal han de ser considerados
igualmente lícitos. Por tanto, la discusión sobre la licitud de la obligación de intereses se plantea
en exclusiva en relación con los intereses convencionales notoriamente superiores al interés legal.
El Código Civil, no ha recogido nunca norma alguna que establezca una barrera a partir de la cual
el tipo de interés convencionalmente fijado pueda ser considerado usurario.
Con el objeto de atajar y frenar la usura, se dictó la Ley de represión de la usura, más conocida
como Ley Azcárate, de 23 de julio de 1.908. Dicha Ley se encuentra todavía vigente y es objeto de
una relativamente amplia aplicación judicial, pues tuvo el acierto de recurrir al criterio de
considerar nulos los contratos de préstamo cuyo tipo de interés fuese notablemente superior al
normal del dinero y manifiestamente desproporcionado.
En la actualidad, conforme a la jurisprudencia del TS, sólo pueden considerarse usurarios los tipos
superiores al 30 o 40 % anual, con independencia de que el tipo de interés se fije por días, meses,
trimestres, etc., o por un determinado tanto alzado.
La LEC recoge de manera que, “en materia de usura, los tribunales resolverán en cada caso”.
Finalmente, recordar que las disposiciones de la Ley de usura son de aplicación tanto a las
relaciones obligatorias civiles, cuanto a las mercantiles.
Anatocismo es un término griego utilizado por los juristas para hablar del “interés del interés”. La
cuestión práctica que plantea el anatocismo radica en saber si los intereses vencidos y no
satisfechos generan a su vez el interés fijado para la obligación pecuniaria.
27
Así pues, el anatocismo puede producirse tanto convencional, cuanto legalmente en caso de
reclamación judicial.
TEMA 7.- EL CUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES.
1.1. Concepto.
Coloquialmente, pago significa entrega de una cierta cantidad de dinero debida, pero para el
Derecho es también llevar a cabo una prestación debida; una deuda se entenderá pagada cuando
“se hubiere entregado la cosa o hecha la prestación en que la obligación consistía” ; pago es igual
a cumplimiento, aunque es más correcto cumplimiento porque no se limita al aspecto pecuniario.
De igual manera, los derechos de crédito nacen para morir, no así los derechos reales, que tienen
tendencia a ser permanentes.
1.2. El pago como acto debido: la denominada naturaleza jurídica del pago.
2.1. EN GENERAL
Toda obligación presupone la existencia de dos o más personas que ocupan posiciones
contrapuestas: acreedor o sujeto activo de la obligación (está legitimado para actuar frente al
deudor) y deudor o sujeto pasivo.
Los protagonistas naturales del cumplimiento de la obligación son deudor y acreedor. Ello no
impide que el momento del pago aparezcan personas extrañas que asuman el papel del deudor
(“pago del tercero”) o del acreedor (“pago al tercero”). Pero para que puedan considerarse
terceros es necesario que tengan la iniciativa de intervenir pues si lo hacen como representante de
una de las partes o por una especial relación de subordinación no es un caso de intervención de
tercero en el cumplimiento.
a) Capacidad del solvens: en las obligaciones de dar no es válido el pago hecho por quien no tiene
la libre disposición de la cosa debida o la capacidad para enajenarla, excepto cuando se trata de
cantidad de dinero o cosa fungible, que no habrá repetición contra el acreedor que la hubiese
gastado o consumido de buena fe.
Podría parecer que solamente se refiere a las obligaciones de dar, pero la doctrina no acepta la
interpretación a sensu contrario de que en las restantes obligaciones no se exige requisito alguno
para el pago (se exige al menos cierta capacidad “natural”).
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b) Capacidad del accipiens. La regla general del CC es que sólo quien tiene capacidad para
administrar sus bienes puede recibir pagos en solutio. Es válido el pago aceptado por accipiens no
capaces si redunda en su beneficio. Luego si redunda en su beneficio no es necesaria capacitación
como presupuesto ineludible.
Es válido el pago hecho por tercero aunque el deudor lo ignore, lo conozca y apruebe o
conociéndolo lo desapruebe. Se fundamenta en que con ello se satisface el interés del acreedor.
Con el pago del tercero desaparece el interés del acreedor, pero el deudor no queda liberado de la
obligación.
Si el pago del tercero cumple una función satisfactoria del interés del acreedor y éste desaparece
de escena, es evidente que el deudor no queda liberado y han de procederse a un “arreglo de
cuentas” entre el solvens y el deudor.
Supuestos:
Pago del tercero con aprobación del deudor: se sustituye al titular del crédito; el tercero
pasa a ser acreedor, manteniéndose la relación obligatoria preexistente inalterada en
contenido y garantías. Este fenómeno se conoce como subrogación.
El deudor ignora o se opone al pago del tercero: el tercero sólo puede reclamar al deudor
“aquello en que le hubiera sido útil al pago” independientemente del crédito ostentado por
el acreedor primitivo. La relación obligatoria preexistente ha de entenderse extinguida. El
pago genera una nueva obligación (acción de reembolso).
Las diferencias estriban en que mientras en la subrogación el solvens ocupa exactamente la misma
posición que el acreedor primitivo, en la reclamación por el solvens ésta ha de limitarse al
enriquecimiento líquido o beneficio que el pago haya supuesto para el deudor, que puede o no
coincidir con el desembolso del solvens.
Dado que no está generalizado el pago del tercero, cabe mencionar una sentencia del TS en la
que el problema planteado es, si una sociedad limitada constituida precisamente para pagar
deudas ajenas de otra compañía mercantil, tiene derecho al reembolso de unos 135000 € pagados
para cancelar diversas deudas contraídas por ésta con un ayuntamiento, la Seguridad Social y la
Agencia Tributaria. La respuesta de la sentencia 339/2011, es afirmativa, reconociendo el derecho
al reembolso de la sociedad solvens.
El pago por tercero puede parecer extraño a casos como el aquí enjuiciado, esto es, el de cons-
titución de una sociedad mercantil para pagar deudas ajenas con la expectativa de obtener
beneficios situándose en una posición favorable para el caso de que, si el deudor no reembolsa lo
pagado, promover una ejecución sobre sus bienes inmuebles. Sin embargo esta finalidad no puede
considerarse en sí misma ilícita, porque la Doctrina sí contempla, que un acreedor pague a otro
29
preferente para liberar un bien del deudor y promover ejecución sobre el mismo.
2.6. La recepción de la prestación: el pago al acreedor aparente y al tercero.
Por lo general el “accipiens” será el acreedor, que es la persona en cuyo favor se constituyó la
obligación, pero puede habilitar a un representante o incluso a cualquier persona a recibir el pago,
o que el pago se realice a persona que aparentemente esté legitimada para cobrar (acreedor
aparente).
En este caso el pago al acreedor aparente libera al deudor aunque el verdadero acreedor nunca
llegue a recibir la prestación.
Aunque el verdadero acreedor no llegue a recibir la prestación, esto se justifica por la necesidad
de protección del tráfico económico.
Pago al tercero: El pago al tercero sólo es válido y tiene eficacia liberatoria para el deudor si ha
sido útil al acreedor (ej.: entrego en la cafetería un jersey que me dejó mi vecino).
En las obligaciones de dar o de hacer, el deudor no puede obligar al acreedor a recibir cosa
distinta de la convenida, aunque sea de igual o mayor valor pues sólo la identidad de la prestación
libera al deudor. En la práctica el acreedor suele aceptar “prestaciones de mayor valor”,
convirtiéndose en “dación en pago”.
En las obligaciones con prestación negativa sólo genera incumplimiento la conducta prevista en su
título constitutivo, de manera que cualquier otra conducta del deudor será irrelevante.
La jurisprudencia mantiene que el acreedor no puede oponerse al pago cuando las diferencias
entre la prestación debida y la ofrecida no son relevantes.
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Identidad e integridad están íntimamente relacionadas, sin embargo la doctrina mantiene que no
existe identidad absoluta entre ellas.
La integridad supone:
En las obligaciones de dar, la entrega comprende las cosas y sus frutos o accesorios.
En las obligaciones pecuniarias que generen intereses, la prestación comprende el principal
y los intereses vencidos.
Como regla general, el acreedor puede rechazar la pretensión del deudor de pago fraccionado,
excepto:
La obligación pura (no sometida a plazo o condición) ha de cumplirse de forma inmediata una vez
nacida salvo que el cumplimiento dependa de un suceso futuro o incierto que ignoren los
interesados.
Excepción: las obligaciones puras mercantiles, que serán exigibles a los 10 días después de
contraídas, si sólo produjeran acción ordinaria y, si lleva aparejada ejecución, en el día inmediato.
31
4.4. Plazo a voluntad del deudor.
Son frecuentes los casos en que se aplaza el cumplimiento de la prestación sin fijación concreta
(ej.: “ya me pagarás”). Dado que el cumplimiento de la obligación no puede quedar a voluntad del
deudor, serán los Tribunales quienes fijen la duración a petición del acreedor.
Aun cuando la obligación haya sido objeto de aplazamiento, el hecho de que la situación
patrimonial o la actitud del deudor haga peligrar la satisfacción del interés del acreedor, puede
conllevar a la anticipación del vencimiento de la obligación aplazada.
Una vez contraída la deuda resulte insolvente, salvo que garantice la deuda
No otorgue al acreedor las garantías comprometidas
Por actos propios disminuyan, y cuando por caso fortuito desaparezcan las garantías, salvo
que las sustituya por otras nuevas e igualmente seguras.
Como se ve, la idea es cautelar, sancionadora del deudor, ya que disminuyen las legítimas
expectativas del acreedor. Veamos cada una de ellas:
Ya sean pactadas o por resolución judicial, las garantías pueden ser personales (promesa de
fianza) o reales (hipoteca) y su falta de constitución implica un incumplimiento parcial de la
obligación, que afecta a la relación obligatoria en conjunto.
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d) Disminución de garantías.
El vencimiento anticipado por disminución de garantías se produce por actos propios del deudor,
que objetivamente son fraudulentos para las expectativas del acreedor, quien puede reclamar la
caducidad del plazo, salvo que el deudor renueve las garantías.
Se refiere a la completa y total desaparición de las garantías otorgadas por el deudor, quien
responde aunque la desaparición sea fortuita. La norma, aunque rígida, pretende mantener el
equilibrio inicial de la relación obligatoria, sin detrimento del legítimo interés del acreedor.
Aun habiéndose fijado un plazo, es factible que el cumplimiento tenga lugar antes de que dicho
plazo se agote o llegue a termino. Dicha eventualidad puede producirse por:
En el caso de término esencial (ej.: pianista para una boda) no cabe el cumplimiento anticipado
(cumplimiento extemporáneo) pues constituye incumplimiento propio y definitivo.
El solvens que paga antes del plazo (ya sea por error absoluto -desconoce que hay plazo- o por
error relativo -confunde el plazo o duración del mismo-) sólo puede reclamar al acreedor los
intereses o frutos que éste ha obtenido de la cosa.
Sólo se contempla el error del deudor, no del acreedor, y es indiferente que actúe de buena o
mala fe. El error es trascendente porque puede producir un perjuicio patrimonial a quien lo sufrió y
un enriquecimiento injusto al acreedor.
Se pueden reclamar frutos o intereses, ( interusurium -diferencia entre el valor nominal y el valor
real-) si se dan los siguientes presupuestos:
Cuando el crédito no es remunerado, pues si es remunerado el pago anticipado conlleva el
cese de devengo de interés.
Que la anticipación voluntaria se deba a un error.
Los plazos aplicables a las operaciones comerciales, como regla general, son de 30 días y, solo
podrán ser ampliados mediante pacto entre las partes hasta un máximo de 60 días después de la
fecha de recepción de las mercancías o prestación de los servicios.
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5. EL LUGAR DE CUMPLIMIENTO.
Determinar el lugar exacto de cumplimiento de la obligación tiene gran importancia, por ello es
aconsejable fijarlo en la constitución de la obligación.
Con carácter general “el pago deberá ejecutarse en lugar que hubiese designado la obligación. No
habiéndose expresado y tratándose de entregar una cosa determinada, deberá hacerse el pago
donde ésta existía en el momento de constituirse la obligación. En cualquier otro caso, el lugar del
pago será el del domicilio del deudor”.
Según el Prof. Lasarte, el criterio preferente es “el lugar que hubiese designado la obligación”
aunque es criticable gramaticalmente, según el CC tiene prevalencia sobre cualquier otro. La
designación del lugar puede ser expresa o bien deducirse de la propia naturaleza de la obligación
(ej.: reparaciones domésticas).
Las pecuniarias suelen ser por banca (transferencias, etc.) entendiéndose hecho el pago en el
lugar donde las cantidades se reciben.
Para las restantes obligaciones: “el lugar del pago será el del domicilio del deudor” . El TS
entiende que esta regla pretende designar la población o ciudad y no concretamente el
“domicilio del deudor”. A pesar de todo ello, no se consigue determinar con exactitud el
lugar de cumplimiento. En el tráfico mercantil el acreedor suele tener interés en que la
obligación se cumpla en su ámbito cotidiano de actuación.
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TEMA 8.- LA IMPUTACIÓN DEL PAGO Y FORMAS ESPECIALES DE CUMPLIMIENTO.
Sucede a veces que entre deudor y acreedor existen diversas relaciones obligatorias o una sola
que genera obligaciones periódicas (arrendamientos, compra a plazos, etc.). La multiplicidad de
deudas a cargo de un deudor puede dar lugar a equívocos en caso de que el “solvens” en el
momento de realizar el pago no indica cuál de estas deudas entiende por cumplida y,
simultáneamente el acreedor no ha entregado un recibo en el que se especifique en qué concepto
ha recibido el pago.
Para que dicha equivocidad se produzca es necesario que se den una serie de presupuestos o
requisitos de orden lógico:
1º. Que un deudor lo sea por varios conceptos o tenga varias deudas con un mismo acreedor.
2º. Que las “deudas sean de una misma especie”, por eso puede dar lugar a equívocos. Así pues,
aunque el CC utilice la expresión “deudas de una misma especie”, hay que matizar que las
obligaciones de dar específicas están excluidas del ámbito de la imputación de pagos. El problema
de la posible equivocidad sólo cabe en las obligaciones genéricas y en las obligaciones pecuniarias.
Las obligaciones de hacer difícilmente suelen ser coincidentes y no provocarán equivocidad.
3º. Que las obligaciones se encuentren vencidas o sean exigibles. Este requisito no viene exigido
de forma expresa en el Código Civil, pero es indiscutible para la Doctrina y Jurisprudencia.
Ante la eventualidad de equivocidad en el pago, el CC contiene una serie de reglas para discernir
cuál de las deudas ha de entenderse pagada, es decir, a cuál de ellas se le imputa el pago.
Imputar el pago: Designar o señalar la deuda a la que se haya de aplicar la prestación verificada
por el deudor.
El Código parte de la imputación de pagos de una materia reservada a la autonomía privada y por
lo tanto, las partes de la relación obligatoria pueden determinar a qué deuda debe entenderse
referido el pago realizado. El Código Civil atribuye tal facultad al deudor y, subsidiariamente al
acreedor si éste entrega un recibo que contenga la aplicación del pago sin protesta alguna del
deudor. En ambos casos hay que hablar de imputación convencional.
En el supuesto de que tanto el deudor como el acreedor se abstengan de realizar la imputación del
pago, entraran en juego las reglas de imputación legal.
El deudor “podrá declarar, al tiempo de hacer el pago, a cuál de las deudas debe aplicarse”. Tal
facultad del deudor es manifestación del “favor debitoris” propio del derecho de obligaciones,
además de la circunstancia de que el deudor sabrá mejor que nadie cuál de las posibles deudas
entiende pagada.
La facultad de imputar el pago que el CC otorga al deudor presupone el absoluto respeto de los
requisitos del cumplimiento de la obligación, pues la imputación convencional no significa alterar
las reglas generales, sino solo permitir la identificación de la deuda que va a ser pagada. De esta
manera los principios de identidad, integridad e indivisibilidad del pago continúan vigentes.
35
Además de la necesidad de que el deudor de las obligaciones pecuniarias observe el carácter
accesorio de la obligación de pagar intereses, “si la deuda produce interés no podrá estimarse
hecho el pago por cuenta del capital mientras no estén cubiertos los intereses”.
Indica el Código Civil que “si el deudor aceptare del acreedor un recibo en que se hiciese la
aplicación de un pago, no podrá reclamar contra ésta, a menos que hubiere mediado causa que
invalide el contrato”. Esto es, en caso de existir recibo, la atribución definitiva del pago la realiza el
acreedor, dada la conformidad expresada por el deudor al obtener ese recibo sin protesta alguna.
De lo anterior se desprende en relación con el recibo que es prueba y justificación del pago, tal y
como establece el CC:
1. “El recibo del capital por acreedor sin reserva respecto de intereses, extingue la obligación del
deudor respecto a éstos”.
2. “El recibo del último plazo de un débito, cuando el acreedor tampoco hiciere reservas,
extinguirá la obligación en cuanto a los plazos anteriores”.
La imputación del pago por el deudor sólo resultará posible cuando sea idóneo el pago respecto de
alguna de las deudas existentes y el acreedor no pueda rechazar el pago (aunque se siga negando
a entregar recibos, el deudor tiene otros medios de prueba que puede sustituir: transferencias
bancarias, intervención notarial). Al deudor le basta con manifestar su voluntad de atribuir la
prestación realizada a una de las deudas pendientes, sin que en principio sea necesario contar con
la voluntad favorable del acreedor. Por el contrario, si la imputación la pretende realizar el
acreedor, mediante la entrega de reiterado recibo, éste debe ser admitido sin reservas por el
deudor.
En los supuestos en que no haya habido imputación por el deudor, ni se haya emitido recibo que
haya sido aceptado por el deudor, pero se haya producido un pago entrarán en juego las
siguientes reglas:
a) Se entenderá satisfecha en primer lugar la deuda que resulte más onerosa para el deudor.
Para determinar la onerosidad de las deudas habrá que atender no sólo al tipo de interés de las
diversas deudas, sino también a la existencia de garantías reales que sean realizables por vía
ejecutiva, existencia de cláusula penal, o cláusula resolutoria expresa, etc.
Está claro que será más onerosa la obligación que genere mas intereses moratorios
convencionalmente pactados que otras que solo produzcan intereses a partir de la constitución en
mora del deudor. En el caso de existir obligación de intereses en todas las deudas, la mayor
onerosidad vendrá determinada por la tasa o tipo de interés. Según la Jurisprudencia, las deudas
especialmente garantizadas son más onerosas que las que carezcan de garantías, siendo de mayor
onerosidad las garantías reales que las personales.
36
b) Si las diversas deudas fueran de “igual naturaleza y gravamen el pago se imputará a todas a
prorrata”.
El prorrateo consiste en el reparto proporcional del pago realizado entre las deudas exigibles, lo
que genera una excepción en el principio de indivisibilidad del pago establecido en el CC.
Negociar un crédito es, una expresión coloquial que trata de manifestar que, ante la dificultad de
su cobro, las partes de la relación obligatoria tratan de buscar una salida alternativa, ya que
resulta preferible al ejercicio de las acciones judiciales o de la demora en la realización de la
prestación prefijada. Tal salida supondrá la celebración de un contrato de carácter novatorio de la
relación previamente establecida.
Hay que decir que el pacto renovado entre el deudor y acreedor puede plantearse de dos formas
distintas:
Entrega de algo o prestación de servicio, pese a ser diferente de la prestación originaria,
que supone cumplir la obligación existente: dación en pago.
Asegurando el cumplimiento de la prestación originaria mediante entrega de bienes al
acreedor para que los enajene y aplique el producto de la venta al pago de la obligación
originaria: cesión de bienes para pago.
El deudor, con consentimiento del acreedor, realiza una prestación distinta a la originaria que, no
obstante, surte el efecto de extinguir la obligación constituida. Dicho mecanismo se conoce como
“dación en pago”. Por tanto, la dación en pago representa una fractura del requisito de la
identidad del pago establecido en el CC, que sólo puede obviarse mediante el consentimiento del
acreedor.
No obstante, la dación en pago es perfectamente lícita, posible y bastante frecuente. Por lo que el
TS ha reiterado su validez. La Jurisprudencia para que una relación obligatoria pueda entenderse
cumplida mediante recurso a la dación en pago, ha determinado dos requisitos:
Acuerdo entre las partes, con el designio de dar por extinguida la obligación preexistente,
con lo que se excluye la novación.
Transmisión o entrega simultanea del objeto de la nueva prestación, pues si el deudor sólo
se comprometiera a ello sería supuesto de novación y no de dación en pago.
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En caso de que la dación en pago consista en la entrega de una cosa, serán de aplicación en
principio las reglas sobre saneamiento por evicción que el Código Civil regula en sede de
compraventa. Dicha asimilación sólo es aceptable con carácter instrumental y siempre que resulte
acorde con el designio propio de la dación en pago, es decir, extinguir una relación obligatoria
preexistente, no en crear un nuevo contrato productor de derechos y obligaciones.
Por ello la Doctrina y Jurisprudencia contemporáneas prefieren subrayar el carácter extintivo del
acuerdo de dación, si bien tiene naturaleza negocial, no llega a alcanzar la consideración de
contrato propiamente dicho.
Si el dinero obtenido supera lo que supone el crédito, los acreedores se cobrarán y restituirán lo
restante al deudor, si faltase, el deudor seguirá siéndolo de la cantidad restante, ya que la cesión
sólo libera al deudor de responsabilidad por el importe líquido de los bienes cedidos.
Al igual que la dación de pago, la cesión de bienes convencional o extrajudicial queda sometida a
reglas generales de la autonomía privada.
CESIÓN DE BIENES JUDICIAL: constituye una apartado más de los procedimientos concursales, y
por consiguiente sometida a una serie de reglas imperativas cuyos supuestos son: Suspensión de
pagos, quita o espera, concurso de acreedores o quiebra.
Por tanto, la cesión convencional se somete a las reglas de la autonomía privada y sólo
supletoriamente se regula por normas generales de contratación o de Derecho de Obligaciones sin
obligatoriedad de aplicación de reglas procesales de concurso o quiebra.
Si existen más acreedores, cabe que el deudor acuerde con uno de ellos o con varios el llevar a
cabo una cesión.
Estas figuras son muy frecuentes en la práctica negocial, pese a su falta de regulación expresa por
el Código Civil.
Sus diferencias son que mientras la dación de pago transmite la titularidad del bien entregado al
acreedor o acreedores, la cesión de bienes no lo transmite. A saber:
Dación en pago (datio pro soluto): Se trata de un acto en el que el deudor transmite los
bienes de su propiedad al acreedor para que éste los aplique en la extinción del crédito del
que era titular.
Cesión de bienes (cessio pro solvendo): Se trata de un negocio jurídico en virtud del cual el
deudor propietario transmite a un tercero, que actúa por encargo, la posesión de sus
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bienes y la facultad de proceder a la realización, pero con la obligación de aplicar el
importe obtenido en la enajenación de aquellos, al pago de las deudas contraídas por el
cedente, sin extinción del crédito en su totalidad, puesto que salvo pacto en contrario, el
deudor sigue siéndolo del adjudicatario en la parte del crédito a que no hubiese alcanzado
el importe del bien o bienes cedidos para la adjudicación.
La “cessio pro solvendo” sólo libera al deudor de su responsabilidad por el importe de los bienes
cedidos, mientras que en la “datio pro soluto” la entrega produce automáticamente la extinción de
la primitiva obligación.
Puede suceder que llegado el momento del cumplimiento, el acreedor no esté presente o intente
demorar o retrasar el pago y que, por tanto, el deudor no pueda liberarse de la deuda.
Pues bien, si la falta de recepción de la prestación debida, por causas atinentes al acreedor,
conlleva el retraso o la demora en el cumplimiento pretendido por el deudor, se habla de mora del
acreedor o de mora creditoris.
El CC recoge que: “si el acreedor a quien se hiciere el ofrecimiento de pago se negaee sin razón a
admitirlo, el deudor quedará libre de toda responsabilidad mediante la consignación de la cosa
debida”. Esta interpretación tiene como consecuencias fundamentales:
1º. La mora del acreedor no requiere conducta culposa de aquél y cabe pensar en una conducta
negativa sin razón, es más, en casos de consignación directa, el CC elimina el requisito del
ofrecimiento de pago como trámite previo a consignación.
2º. La mora del acreedor no requiere que éste sea interpelado por el deudor, sino que basta con el
ofrecimiento del pago.
La mora del acreedor (culposa o no, maliciosa o de buena fe) es inaceptable por implicar un
perjuicio para el deudor y ser contraria a los intereses generales del tráfico económico. En
consecuencia, el Ordenamiento Jurídico da un mecanismo que permite al deudor cumplidor
liberarse de la obligación.
Consiste en que el deudor otorga a la Autoridad Judicial las cosas debidas, acreditando su
voluntad de cumplir lo debido y la resistencia del acreedor a recibir la prestación. Técnicamente se
le conoce como consignación.
Antes de proceder a la consignación, el deudor debe haber ofrecido el pago al acreedor y éste
haberse negado sin motivo a aceptarlo. Entonces el deudor quedará libre de responsabilidad
mediante la consignación de la cosa debida.
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interesados en la obligación a que se refiere la consignación. El ofrecimiento de pago es necesario
acreditarlo, si procediese, y en todo caso el anuncio de la consignación al acreedor y demás
interesados en la obligación.
El ofrecimiento del pago, además de operar como presupuesto de la consignación tiene virtualidad
propia aunque no se vea seguido de la consignación.
El rechazo injustificado del ofrecimiento de pago idóneo realizado por el deudor, constituye en
mora al acreedor, lo convierte en un acreedor moroso, al que la Ley tratará con disfavor, dada su
conducta entorpecedora del devenir normal de la relación obligatoria.
La regla general del previo ofrecimiento de pago decae en aquellos casos, que por circunstancias,
el deudor no puede llegar ni siquiera a dirigirse al acreedor ofreciéndole la prestación debida. El
CC entiende que “la consignación por sí sola producirá el mismo efecto liberatorio en el deudor
cuando el ofrecimiento de pago se haga estando el acreedor está ausente o incapacitado para
recibir el pago en el momento en que deba hacerse”.
La consignación debe reunir los siguientes requisitos para producir los efectos que le son propios:
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En el caso de consignación notarial, el Notario la notificará a los interesados para que en el plazo
de 10 días hábiles acepten el pago, retiren la cosa debida o realicen las alegaciones que estimen
oportunas. Si transcurrido ese plazo no procediera el acreedor a retirarla, no realizara alegaciones
o se negara a recibirla, se procederá a la devolución de lo consignado sin más tramites y se
archivará el expediente.
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TEMA 9.- EL INCUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES.
Los supuestos de incumplimiento pueden ser muy variopintos: retraso en la entrega (en la
obligación de dar) o en la ejecución (en la obligación de hacer); cumplimiento en un lugar
diferente al pactado (que origina gastos complementarios e imprevistos para el acreedor); entrega
o ejecución de carácter defectuoso; etc.
Otros autores, por el contrario, prefieren realizar una contraposición entre: falta absoluta de
cumplimiento o incumplimiento total y cumplimiento defectuoso o inexacto.
Así, el CC dice que “ Quedan sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios causados los que
en el cumplimiento de sus obligaciones incurrieren en dolo, negligencia o morosidad, y los que de
cualquier modo contravinieren el tenor de aquélla”.
Conforme estipula la parte final el CC “nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieran
podido preverse o que, previstos, fueran inevitables”. El CC exonera de responsabilidad al deudor
en aquellos casos en que la falta de cumplimiento se deba a la existencia de un caso fortuito o de
un supuesto de fuerza mayor.
Los hechos provenientes de la naturaleza serían casos fortuitos, mientras que los causados por el
hombre serían supuestos de fuerza mayor.
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Atendiendo a la imprevisibilidad del suceso, serían casos fortuitos los imprevisibles mientras que
los inevitables serían de fuerza mayor.
Por consiguiente concluir que caso fortuito y fuerza mayor son expresiones que pueden
considerarse sinónimas y describirse sencillamente como aquellos hechos o circunstancias que,
siendo absolutamente extraños a su voluntad (fenómenos meteorológicos, guerras, etc.), hacen
que el deudor, aunque no pueda llevar a cabo el cumplimiento de la obligación, quede exonerado
del incumplimiento.
Aunque por lo general acreditar la existencia del caso fortuito o la fuerza mayor resultará fácil, es
evidente que será el deudor que pretenda exonerarse del cumplimiento de la obligación quien
haya de probar el efectivo acaecimiento de circunstancias objetivamente insuperables a su
capacidad de acción.
Cuando la existencia del caso fortuito o de causa mayor se combina con una conducta descuidada,
culposa o morosa del deudor, la ley continua considerándolo responsable del cumplimiento.
La existencia del caso fortuito o de causa mayor es intrascendente para las obligaciones genéricas
(pues rige la regla de que el género nunca perece); en éstas el deudor sólo queda exonerado por
la existencia de caso fortuito o fuerza mayor cuando se ha llevado a cabo la concentración o
especificación (determinación de las cosas genéricas a entregar) de común acuerdo con el
acreedor, se ha cumplido o se han entregado las cosas en el domicilio del deudor.
Salvo existencia de caso fortuito o fuerza mayor, según el CC, el deudor puede incumplir por:
a) Incurrir en dolo, negligencia o morosidad o
b) Contravenir de cualquier modo el tenor de la obligación.
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Como legalmente las causa por las que se puede incumplir una obligación son la negligencia
(culpa), el dolo (no querer cumplir) o la mora (retrasarse en el cumplimiento), por lo tanto la
expresión b) comprede los casos caracterizados como cumplimiento impropio, defectuoso o
inexacto y no a las causas que los hayan originado (dolo, culpa o mora).
El CC define la culpa o negligencia como la “la omisión de aquella diligencia que exija la
naturaleza de la obligación y corresponda a las circunstancias de las personas, del
tiempo y del lugar”. Por tanto, habría de concluirse que nuestro Código propugna un sistema
de culpa en concreto, en cuanto la fijación del grado de diligencia depende de la naturaleza y
circunstancias concretas de la relación obligatoria de que se trate (es distinta la amputación
urgente de un miembro por guardas forestales que por un equipo médico especializado).
Pero por otra parte, el CC establece que “cuando la obligación no exprese la diligencia que ha de
prestarse en su cumplimiento, se exigirá la que correspondiera a un buen padre de familia” ,
reiterando así el criterio básico del sistema de culpa en abstracto.
Algunos autores consideran que debe tenerse por preeminente el criterio del buen padre de
familia, otros, en cambio, consideran que el carácter subsidiario o supletorio de la “diligencia del
buen padre de familia” es indiscutible, debiendo primar por tanto el sistema de culpa en concreto.
A juicio del Prof. Lasarte resulta preferible esta última opción, pues el criterio del buen padre de
familia, no representa más que una previsión de carácter complementario para el caso de que “la
obligación no exprese la diligencia que ha de prestarse en su cumplimiento” .
Por ello, el CC presume -iuris tantum- la culpa del deudor en caso de incumplimiento de la
obligación, ya que en caso de no llevarse a cabo, la infracción de dicho deber es imputable al
obligado salvo que acredite la existencia de causas exoneradoras de la responsabilidad.
En tal sentido, “siempre que la cosa se hubiese perdido en poder del deudor, se presumirá que la
pérdida ocurrió por su culpa y no por caso fortuito, salvo prueba en contrario…” .
El incumplimiento por culpa o negligencia puede darse tanto en las obligaciones de dar como en
las obligaciones de hacer.
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C) La actuación dolosa del deudor en el momento de cumplimiento de las obligaciones es
considerada por el Ordenamiento jurídico de mayor gravedad que la culposa. Por ello el CC
prohíbe:
Que los tribunales puedan moderar o mitigar la responsabilidad dimanante de dolo,
mientras que les encomienda dicha moderación en caso de conducta culposa.
Que el acreedor renuncie anticipadamente a exigir la responsabilidad derivada del dolo.
Esta regla tiene un claro carácter imperativo, excluyendo que la autonomía privada
pueda contradecirla mediante el establecimiento de cláusulas o estipulaciones de
exoneración de la responsabilidad dimanante del dolo, ya que no puede legitimarse de
forma alguna la impunidad de las conductas atentatorias contra la buena fe.
La mora sólo entra en juego en las obligaciones positivas (dar o hacer alguna cosa), quedando
excluida su aplicación en las obligaciones negativas (no hacer algo).
Para que el retraso se convierta en mora es necesario que el acreedor exija al deudor, judicial o
extrajudicialmente, el cumplimiento de la obligación. Esto es, pese a que la obligación sea exigible
y esté vencida, el acreedor ha de llevar a cabo la intimación o interpelación al deudor para
constituirlo en mora. La carga de la prueba de la intimación recae sobre el acreedor. Por tanto, en
los casos de interpelación extrajudicial deberá preconstituirse o prepararse la prueba de la misma:
por ej., mediante requerimiento notarial, carta con acuse de recibo, burofax, telegrama,...
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1º. Cuando la obligación o la ley lo declaren así expresamente.
2º. Cuando de su naturaleza y circunstancias resulte que la designación de la época en que había
de entregarse la cosa o hacerse el servicio fue motivo determinante para establecer la obligación”.
Ejemplo, cuando se encarga un vestido de invierno y nos lo dan a final de temporada).
“En las obligaciones recíprocas ninguno de los obligados incurre en mora si el otro no cumple o no
se allana a cumplir debidamente lo que le incumbe. Desde que uno de los obligados cumple su
obligación, empieza la mora para el otro” . Luego en el caso de relaciones obligatorias de carácter
bilateral stricto sensu el cumplimiento ejecutado por una de las partes sitúa inmediatamente a la
otra en la situación de mora. Se trataría, pues, de un supuesto más de mora automática en el que
no es necesaria interpelación, siempre y cuando las obligaciones además de recíprocas sean
instantáneas.
1º. Cumplir la obligación y, además, indemnizar los daños y perjuicios causados al acreedor por su
retraso. Caso de que la obligación consistiere en el pago de una cantidad de dinero y el deudor
incurriere en mora, la indemnización de daños y perjuicios, no habiendo pacto en contrario,
consistirá en el pago de los intereses convenidos, y a falta de convenio, en el interés legal.
2º. Responder por la falta de cumplimiento de la obligación incluso en los supuestos en que el
cumplimiento resulte imposible, con posterioridad al momento de constitución en mora, a
consecuencia de caso fortuito o de fuerza mayor.
Cuando el acreedor concede un nuevo plazo al deudor para el cumplimiento, la mora queda
total y absolutamente excluida. A esta prórroga del plazo o término de cumplimiento se denomina
moratoria.
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6. LOS EFECTOS DEL INCUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES: LAS POSIBLES
REACCIONES DEL ACREEDOR FRENTE AL INCUMPLIMIENTO.
La reacción del acreedor frente al incumplimiento del deudor depende en gran medida de la
naturaleza y características propias de la relación obligatoria de que se trate y de la posibilidad de
reclamar el cumplimiento de la obligación en forma satisfactoria para el acreedor.
Puede que al acreedor le compense resolver el contrato, conseguir una indemnización, o conseguir
una rebaja en el contrato. Es este sin duda según Lasarte un análisis casuístico.
En caso de sentencia judicial estimatoria de las pretensiones del acreedor del cumplimiento de la
obligación o restitución de las prestaciones ya realizadas, además de la correspondiente
indemnización por daños y perjuicios, puede ocurrir:
1º. Que el deudor cumpla conforme a lo ordenado por el Juez en el fallo (ejecución voluntaria).
2º. Que se niegue a cumplir y, por tanto, el acreedor se vea forzado a reclamar de nuevo la
intervención judicial para lograr que se ejecute la sentencia de condena previamente obtenida
(ejecución forzosa).
Consiste en obtener judicialmente la prestación tal y como quedó prefijada en el título constitutivo
de la obligación. Se habla de cumplimiento in natura.
En el caso de que ni el Juez pueda obtener el cumplimiento in natura, la suma de dinero fijada en
sustitución de la prestación debida propiamente dicha equivale al valor patrimonial de la prestación
no ejecutada. No está contemplada expresamente en el CC, por lo que lo referente a su regulación
deriva de la LEC.
La prestación in natura podrá conseguirse, a través del trámite por la autoridad judicial, mediante
su ejecución por un tercero a expensas del deudor incumplidor o sea, que correrá con los gastos
de la ejecución.
Obligación de dar: “Cuando lo que deba entregarse sea una cosa determinada, el acreedor,
independientemente del derecho a indemnización por dolo, culpa o mora, puede compeler al
deudor a que realice la entrega. Si la cosa fuere indeterminada o genérica, podrá pedir que se
cumpla la obligación a expensas del deudor”.
Obligación de hacer: “Si el obligado a hacer alguna cosa no la hiciere, se mandará ejecutar a su
costa. Esto mismo se observará si la hiciere contraviniendo el tenor de la obligación. Además
podrá decretarse que se deshaga lo mal hecho”.
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Obligación de no hacer: También podrá decretarse que se deshaga lo mal hecho “cuando la
obligación consista en no hacer y el deudor ejecutare lo que le había sido prohibido” .
La indemnización de daños y perjuicios tiene por objeto dejar al acreedor indemne de las
consecuencias perjudiciales causadas por el incumplimiento de la obligación o por la realización del
acto ilícito.
Por tanto, la traducción a dinero de la misma debe valorar dos aspectos o componentes:
1º. El daño o pérdida sufridos por el acreedor ( daño emergente). Ej.: las lesiones sufridas en un
accidente.
2º. La ganancia dejada de obtener por el acreedor a consecuencia del incumplimiento contractual
o del sufrimiento de la acción u omisión generadora de responsabilidad extracontractual (lucro
cesante). Ej.: la falta de recursos si el atropellado no puede trabajar durante una temporada.
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8.4. Los presupuestos de la indemnización.
a) Que la actuación del deudor en la relación obligatoria de que se trate o las condiciones y
circunstancias de la misma (contrato o responsabilidad extracontractual) lo haga
responsable del incumplimiento contractual o del acto ilícito.
b) Que el acreedor pruebe o acredite la efectiva existencia de daños y perjuicios mediante
algún medio de prueba, descartándose las meras suposiciones, previsiones o hipótesis no
probadas.
El daño emergente cabe identificarlo con el valor de la prestación debida o con los daños efectiva
y directamente causados. La determinación del lucro cesante es enormemente compleja en
términos prácticos. En la práctica, la suma reclamada suele ser muy alta, y depende en gran
medida de la apreciación del Tribunal o Juez, que suele ser riguroso en cuanto a la exigencia de
prueba del lucro cesante proclamado por el acreedor.
El Código se limita a establecer criterios generales respecto de los daños y perjuicios susceptibles
de resarcimiento pecuniario, distinguiendo según que el deudor sea de buena fe o de mala fe,
deudor culposo y deudor doloso respectivamente.
1º. Deudor de buena fe o culposo. Responderá de los daños y perjuicios que se hubieran previsto
o podido prever al tiempo de constituir la obligación y que sean consecuencia necesaria de su falta
de cumplimiento.
2º. Deudor de mala fe o doloso. Habrá de responder de todos los daños y perjuicios que,
conocidamente, se deriven de la falta de cumplimiento de la obligación.
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TEMA 10.- LA EXTINCIÓN DE LAS OBLIGACIONES.
“Las obligaciones se extinguen: Por el pago o cumplimiento, por la pérdida de la cosa debida, por
la condonación de la deuda, por la confusión de los derechos de acreedor y deudor, por la
compensación y por la novación”.
Estas son las llamadas causas de extinción de las obligaciones , ya que todas determinan la
extinción de la relación obligatoria. De todas ellas la más importante es el cumplimiento o pago.
La expresión “pérdida de la cosa debida” puede dar la impresión de que la imposibilidad de llevar a
cabo la prestación se refiere exclusivamente a las obligaciones de dar, no siendo así, “ también
quedará liberado el deudor en las obligaciones de hacer cuando la prestación resultare legal o
físicamente imponible”.
Para evitar esta confusión, la doctrina y la jurisprudencia han impuesto la expresión “ imposibilidad
sobrevenida de la prestación”.
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1º) Que no sea imputable al deudor
2º) Que se produzca con anterioridad a la eventual constitución en mora del deudor. En caso de
deudor moroso, responderá incluso del caso fortuito.
3º) Que, en las obligaciones de dar, la cosa sea específica o determinada. En estos casos, la
pérdida de la cosa ha de conllevar necesariamente la extinción de la obligación (por imposibilidad
de cumplimiento), siempre y cuando la pérdida no se debiere a dolo, culpa o mora del deudor.
4º) Que la cosa específica no proceda de delito o falta, ya que en tal caso ha de aplicarse que
“cuando la deuda de cosa cierta y determinada procediere de delito o falta, no se eximirá al
deudor del pago de su precio, cualquiera que hubiese sido el motivo de la pérdida, a menos que,
ofrecida por él la cosa al que la debía recibir, éste se hubiese sin razón negado a aceptarla ”.
El acreedor podrá condonar solamente los derechos que sean renunciables por no contrariar el
orden público ni perjudicar a terceros.
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b) Clases de condonación: El CC no fija especiales requisitos de forma, pudiendo hacerse de
manera expresa o tácita. Sí establece que “ la condonación expresa deberá ajustarse a las formas
de la donación”.
Considera además el Código una serie de supuestos en los que debe hablarse de condonación
presunta:
1º Cuando “La entrega del documento privado justificativo de un crédito, hecha voluntariamente
por el acreedor al deudor”, ya que dicho acto “implica la renuncia de la acción que el primero tenía
contra el segundo”. Esta presunción se ve reforzada por: “Siempre que el documento privado de
donde resulte la deuda se hallare en poder del deudor, se presumirá que el acreedor lo entregó
voluntariamente, a no ser que se pruebe lo contrario ”.
2º “Se presumirá remitida la obligación accesoria de prenda cuando la cosa pignorada, después
de entregada al acreedor, se hallare en poder del deudor”.
4. LA CONFUSIÓN.
1) Aun siendo una misma persona acreedor y deudor, no se dará confusión en caso de
patrimonios separados por disposición legal.
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5. LA COMPENSACIÓN.
En Derecho privado tiene un significado propio, como causa de extinción de obligaciones: la total o
parcial extinción de dos deudas homogéneas cuando sus titulares sean mutua y recíprocamente
acreedor y deudor.
La compensación extingue las dos deudas “ cuando dos personas por derecho propio, sean
recíprocamente acreedoras y deudoras la una de la otra”.
1º) “Que cada uno de los obligados lo esté principalmente, y sea a la vez acreedor principal del
otro”. (Reciprocidad).
2º) “Que ambas deudas consistan en una cantidad de dinero, o, siendo fungibles las cosas
debidas, sean de la misma especie y también de la misma calidad, si ésa se hubiese designado ”.
(Homogeneidad)
5º) “Que sobre ninguna de ellas haya retención o contienda promovida por terceras personas y
notificada oportunamente al deudor”.
a) “Cuando alguna de las deudas proviniere de depósito o de las obligaciones del depositario o
comodatario”.
Puede haber compensación total o parcial (en la total, la cantidad concurrente es igual, mientras
que en la parcial se extinguirá en la cuantía del crédito menor, y subsistirá el mayor por la
diferencia resultante).
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Ante el posible desconocimiento de los sujetos de la obligación del carácter extintivo de la
compensación, deduce la doctrina y la jurisprudencia el carácter automático de la compensación,
con independencia de la voluntad de los sujetos de las obligaciones.
El que tuviere varias deudas de una misma especie en favor de un solo acreedor, podrá
declarar, al tiempo de hacer el pago, a cuál de ellas debe aplicarse.
Si la deuda produce interés, no podrá estimarse hecho el pago por cuenta del capital
mientras no estén cubiertos los intereses.
Cuando no pueda imputarse se estimará satisfecha la deuda más onerosa al deudor entre
las que estén vencidas.
Si éstas fueren de igual naturaleza y gravamen, el pago se imputará a todas a prorrata.
6. LA NOVACION.
“Novación” es un término jurídico que sugiere la renovación o modificación de algo, pero que
puede perder su sustancia e identidad.
a) Algunos artículos parecen decir que la novación de una obligación conlleva la extinción de esta
última, generando una nueva obligación (novación extintiva).
Art. 1156 afirma que “las obligaciones se extinguen por la novación”.
Art. 1207: “Cuando la obligación principal se extinga por efecto de la novación...”
b) En otros artículos parece que la novación sólo produce la modificación. En casos de tal índole
cabe hablar de novación modificativa.
Art. 1203: “las obligaciones pueden modificarse...”
Art. 1204: “para que una obligación quede extinguida por otra que la sustituya, es preciso que así
se declare terminantemente, o que la antigua y la nueva sean de todo punto incompatibles”.
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6.2. Alcance de la novación extintiva.
Novación subjetiva: sustitución del acreedor o del deudor por persona diferente con
intención novatoria (extinción de la relación obligatoria primitiva). Se aplica poco, siendo lo
normal en estos casos acudir a la novación modificativa, para cesión de créditos y
transmisión de deuda.
Novación objetiva: Puede afectar al objeto de la relación obligatoria o a los demás aspectos
de la misma que no incidan sobre las personas de acreedor y deudor. El CC establece que
se lleva a cabo “variando su objeto o sus condiciones principales ”.
1º. Que la intención novatoria de los sujetos no deje lugar a dudas. La voluntad ha de ser
indudable:
Expresamente las partes dan por sentada su extinción y sustitución por otra.
Tácitamente se llega al mismo resultado por la imposibilidad de conciliar la nueva
obligación con la primitiva.
3º. Que la obligación primitiva sea válida. “La novación es nula si lo fuere también la obligación
originaria salvo que la causa de nulidad sólo pueda ser invocada por el deudor, o que la
ratificación convalide los actos nulos en su origen”.
En las relaciones inter partes, si ésta es una obligación compuesta de prestaciones principales y
accesorias, la extinción de la principal acarrea automáticamente la desaparición de estas.
Recoge el CC que “podrán subsistir las obligaciones accesorias en cuanto aprovechen a terceros
que no hubiesen prestado su consentimiento ”. Esto es, en caso de estar un tercero vinculado por
una obligación accesoria y llevarse a cabo la novación de la obligación principal, la accesoria
subsistirá si su pervivencia beneficia al tercero y, se entenderá extinguida si lo perjudica.
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TEMA 11.- LA MODIFICACIÓN DE LAS OBLIGACIONES
Las diferentes modificaciones que pueden introducirse en una relación obligatoria son:
2º. Modificación objetiva: todas las demás, que puedan afectar tanto a aspectos puramente
circunstanciales, cuanto al objeto de la obligación. En estos tipos de modificación se requiere el
consentimiento de los sujetos de la obligación.
La transmisión de deuda o sustitución del deudor es admitida por los Derechos actuales con
mayores recelos que la transmisión de crédito, ya que el interés del acreedor podría verse burlado
si el cambio del deudor se pudiera realizar sin el consentimiento de aquél (sustitución del deudor
por una persona insolvente, por ejemplo).
Por el contrario, la transmisión de crédito, como regla general, puede llevarse a cabo sin necesidad
de contar con el consentimiento del deudor, en cualquiera de sus formas: cesión del crédito o
subrogación en el crédito.
La transmisibilidad de los derechos del crédito constituye un principio fundamental del Derecho
Patrimonial, que recoge el CC “todos los derechos adquiridos en virtud de una obligación son
transmisibles con sujeción a las leyes, si no se hubiese pactado lo contrario”.
La cesión del crédito es una facultad del acreedor que puede ejercitar por sí mimo y por propia
iniciativa, con independencia de la voluntad del deudor. El acreedor puede disponer de su crédito
aun cuando el deudor no lo sepa o no lo consienta en caso de conocer la cesión.
Nuestro CC contempla la cesión de créditos como un capítulo más del contrato de compraventa.
Pero pueden encontrar su causa tanto en una compraventa como en actos de liberalidad típicos o
con finalidad solutoria, es decir, en pago de una obligación preexistente: dación en pago, pago por
cesión de bienes...).
La regla general de transmisibilidad del crédito quiebra en algunos supuestos que conviene tener
presentes. Tales supuestos son:
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1º. Al ser una regla de carácter dispositivo, puede ser derogada por las partes y, declararse su
intransmisibilidad “si se hubiere pactado lo contrario”.
2º. De forma general, son intransmisibles los derechos personalísimos derivados de una relación
obligatoria cualquiera.
3º. De forma particular no pueden cederse créditos a ciertas categorías de personas que tengan
una especial relación con el eventual cedente o ciertas funciones públicas en relación con el
crédito que se trate.
Aunque la cesión de crédito sea válida y eficaz por el mero consentimiento entre cedente y
cesionario, se comprenderá que el deudor no puede considerarse vinculado a éste último más que
cuando llegue a tener conocimiento de la cesión del crédito. Por ello dispone el CC que “el deudor
que antes de tener conocimiento de la cesión satisfaga al acreedor (cedente) quedará libre de la
obligación”.
No se trata de establecer requisitos de validez de la cesión sino regular el carácter liberatorio del
pago realizado por el deudor al acreedor cedente en caso de desconocimiento de aquél de la
cesión ya realizada.
Es evidente que al cesionario le conviene poner en conocimiento del deudor la cesión realizada a la
mayor brevedad posible. Lo más efectivo es documentar la cesión, pública o privadamente, con
intervención del deudor que quedará vinculado en exclusiva con el cesionario, evitándose así el
eventual pago indebido al acreedor cedente.
Al cesionario le interesa que el deudor, una vez conocida la cesión, la acepte, ya que el mero
conocimiento de la misma no excluye que el deudor pueda oponer al cesionario, llegado el
momento del cumplimiento, la compensación que le correspondería contra el cedente.
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1º. Que no la haya conocido: podrá oponer al cesionario la compensación de los créditos que
tuviera frente al cedente con anterioridad a la cesión e incluso de los posteriores hasta que
hubiese tenido conocimiento de la misma.
2º. Que la haya conocido, pero que se haya opuesto a ella: Sólo podrá oponer al cesionario la
compensación de los créditos que tuviera frente al cedente con anterioridad al conocimiento de la
cesión, siendo inoponibles los posteriores.
3º. Que la haya consentido: el deudor cedido no podrá oponer al cesionario compensación de
crédito alguno que tuviera frente al cedente.
Del particular régimen de responsabilidad del acreedor cedente frente al cesionario se desprende
que sólo y exclusivamente es aplicable a supuestos de cesión de carácter oneroso, ya que en caso
de tratarse de casos de cesión gratuita, aun no incurriría en responsabilidad alguna, toda vez que
el donante no tiene por qué garantizar la “bondad del crédito” ni la solvencia del deudor.
1º. Cedente de mala fe: quien transmite conscientemente un crédito que sabe prescrito o conoce
la próxima suspensión de pagos del deudor o enajena los créditos que tiene contra él, responde
siempre del pago de todos los gastos realizados por el cesionario y de los daños y perjuicios que la
falta de cumplimiento por el deudor le haya ocasionado.
2º. Cedente de buena fe: sólo responderá de la existencia y legitimidad del crédito al tiempo de la
venta o cesión, pero no de la solvencia del deudor. No obstante, su responsabilidad puede verse:
Atenuada: cuando cede el crédito como dudoso o de dudoso cobro no respondiendo ni de
la existencia ni de la legitimidad del crédito.
Agravada: respondiendo incluso de la solvencia del deudor cuando:
Tal agravación de responsabilidad se pacte expresamente
La insolvencia del deudor fuera anterior a la cesión del crédito y pública.
La responsabilidad del cedente de buena fe, siempre quedará limitada al precio recibido y a los
gastos realizados por el cesionario, sin tener que responder de daños y perjuicios soportados por
el cesionario como hace el cedente de mala fe.
El cesionario puede reclamar al deudor el importe íntegro del crédito aunque lo haya adquirido a
título oneroso por precio menor.
4.1. En general.
El pago del tercero comporta la subrogación del solvens en la posición del acreedor, conforme a
ello, subrogarse significa suceder a otra persona en una determinada situación jurídica que en este
caso consiste en asumir la posición activa de la relación obligatoria, el derecho de crédito.
58
En ciertos casos, el solvens que paga o satisface al acreedor sucede a éste en su posición jurídica,
pasando aquél a detentar la titularidad del crédito y sus accesorios. Pero el efecto subrogatorio no
es consecuencia automática del pago realizado por persona distinta al deudor.
La subrogación por pago puede encontrar su origen en el convenio o pacto de las personas
intervinientes en el pago (subrogación convencional) o en una disposición legal expresa
(subrogación legal).
Existe en los supuestos de pago del tercero conocido por el deudor en los que, además, el solvens
y el acreedor llegan a tal acuerdo, y se requiere:
1º. Que se establezca con claridad: “no puede presumirse fuera de los casos expresamente
mencionados en el CC”.
2º. Que el solvens haya realizado el cumplimiento de la obligación con conocimiento del deudor,
pues si la situación en que se encuentra el deudor no es exactamente ésa, las consecuencias serán
diferentes a la subrogación convencional:
El pago realizado por sí mismo no es suficiente para que se produzca el efecto
subrogatorio, pues en caso de ignorancia u oposición del deudor no hay subrogación,
sino derecho al reintegro o reembolso.
Si el deudor no sólo conoce, sino que también consiente el pago del solvens, éste
tendrá derecho a la subrogación legal.
1º. Cuando un acreedor pague a otro acreedor preferente; será preferente cualquier acreedor que,
en relación con el acreedor-solvens, tenga derecho a anteponerse al cobro.
2º. Cuando un tercero, no interesado en la obligación, pague con aprobación expresa o tácita del
deudor.
3º. Cuando pague el que tenga interés en el cumplimiento de la obligación, salvo los efectos de la
confusión en cuanto a la porción que le corresponda.
Otros supuestos son: imposibilidad sobrevenida por prestación, cuando “ extinguida la obligación
por la pérdida de la cosa, corresponderá al acreedor todas las acciones que el deudor tuviere
contra terceros por razón de ésta”.
Tiene una clara extracción hipotecaria. Pensado para casos en los que el segundo o sucesivo
acreedor hipotecario satisface el crédito del titular de la primera hipoteca, en evitación de la
ejecución de ésta y de que el bien salga a subasta.
Será preferente, en sentido amplio, cualquier acreedor que, en relación con el acreedor-solvens
tenga derecho a anteponerse en el cobro. Por tanto, este último persigue eliminar dicha
preferencia, colocándose en el lugar anteriormente ocupado por el acreedor-accipiens.
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PAGO DEL TERCERO CON APROBACIÓN DEL DEUDOR:
Tener interés en el cumplimiento de la obligación, supone estar implicado en ella, aun siendo una
persona distinta al deudor. Se otorgaría subrogación a quien siendo codeudor o fiador del deudor
principal, lleva a cabo el cumplimiento de la obligación.
El art. 1.211, dispone que “el deudor puede subrogar sin consentimiento de acreedor cuando para
pagar deuda haya tomado prestado el dinero por escritura pública, haciendo constar su propósito
en ella y expresando en la carta de pago la procedencia de la cantidad pagada ”.
Cuando un deudor consigue un préstamo para atender a una obligación preexistente y lleva a
cabo el pago de ella, una vez cumplidos los requisitos formales, el nuevo prestamista se subroga
en la posición que ocupaba el acreedor originario o antiguo prestamista. Basta para ello la
voluntad del deudor siendo intrascendente el consentimiento u oposición del antiguo acreedor.
Los efectos de la subrogación son: “La subrogación transfiere al subrogado el crédito con los
derechos a él anexos, ya contra el deudor, ya contra los terceros, sean fiadores o poseedores de
las hipotecas”.
El efecto traslativo del crédito debe suponer su transferencia al subrogado por el mismo importe
nominal que originariamente tuviera.
La íntegra transmisión del crédito supone, su previo pago total. No obstante, si el acreedor acepta
el pago parcial, supondrá una subrogación parcial. Para tales supuestos el CC establece que “el
acreedor a quien se hubiere hecho un pago parcial puede ejercitar su derecho por el resto con
preferencia al que se hubiere subrogado en su lugar a virtud del pago parcial del mismo crédito ”.
60
La verdadera asunción de deuda supone necesariamente un acuerdo en el que el deudor nuevo se
introduce en la relación obligatoria junto con el deudor primitivo en concepto de deudor solidario y
sin producir efectos liberatorios; la aceptación por parte del acreedor del nuevo obligado no libra al
originario, no se da una novación sino subsidiaria de dos obligaciones idénticas en régimen de
solidaridad con una única y similar causa. Éste fenómeno es denominado como asunción
cumulativa de la deuda.
3º. Primacía de la autonomía privada cuyo ejercicio acredita en ocasiones que la mutación del
deudor acarrea una mera modificación de la relación obligatoria, sin novación extintiva alguna.
Expromisión: consiste en un pacto o acuerdo entre acreedor y un tercero, nuevo deudor, que se
sitúa como sujeto pasivo de la relación obligatoria, liberando de la obligación correspondiente al
deudor primitivo. Presupone por principio el consentimiento del acreedor, siendo intrascendente el
conocimiento del deudor primitivo.
Los efectos de la transmisión de la deuda dependen de la opción por la que se pronuncien las
partes de la relación obligatoria y por el entendimiento que de ella haga el intérprete (en último
término, el Juez). El cambio del deudor puede plantearse como una novación modificativa, lo que
no excluye en otros casos que se produzca una verdadera novación.
Además del crédito aisladamente considerado, puede ser objeto de transmisión la posición
contractual que ocupe una persona en un contrato determinado. Para que pueda darse la cesión
del contrato se requiere fundamentalmente:
1. Que sean contratos bilaterales cuyas prestaciones recíprocas no hayan sido totalmente
ejecutadas.
2. Que la otra parte del contrato (contratante cedido) acceda o consienta la cesión.
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La cesión del contrato es un negocio jurídico trilateral, que precisa como elementos esenciales, el
consentimiento del cedente, el del cesionario y el del cedido.
Como regla general, la cesión del contrato conlleva la liberación o desvinculación del cedente que
se desvincula respecto del contratante cedido. Cabe pacto en contrario y es frecuente que, de
forma subsidiaria, el cedente quede obligado durante un tiempo a responder en caso de que el
cesionario incumpla las obligaciones que le incumban.
62
TEMA 12.- LAS GARANTÍAS DEL CRÉDITO.
La obligación es promesa de una conducta por parte del deudor que, llegado el caso, puede
cumplirse o no.
Ante ello, es natural que el acreedor acuda a toda suerte de procedimientos y mecanismos para
asegurarse la satisfacción de su crédito. Dicha búsqueda se ha plasmado, de una parte, en
disposiciones legales específicas que persiguen el cumplimiento o sancionar el incumplimiento de
la obligación. De otra parte, la regla general de admisión de la autonomía privada consagrada en
el Código Civil trae consigo que las partes de la relación obligatoria puedan agregar al derecho de
crédito en sí mismo considerado medios complementarios que aseguren el cumplimiento y/o
penalicen el incumplimiento.
La ley concede al acreedor poder reclamar la intervención judicial para que declare sus derechos y,
en su caso, proceda a “ejecutar lo juzgado”, a través de la denominada ejecución forzosa. Otras
veces, el acreedor recurre a garantías de naturaleza personal (fianza, aval) exigiendo al deudor
que otras personas asuman, subsidiaria o solidariamente, la posición de deudor.
El llamado “derecho de retención” no es un derecho subjetivo autónomo, sino una facultad que
legalmente se atribuye, en ciertos casos, al acreedor para conservar bajo su poder y posesión una
cosa que está obligado a restituir a quien se la entregó mientras que éste no cumpla con su
deuda. Una facultad que es inseparable del derecho de crédito cuya exigencia y cumplimiento
garantiza o asegura y que, por tanto, constituye un mero agregado accesorio, pero al mismo
tiempo inescindible, de dicho crédito. En consecuencia, el denominado derecho de retención no
puede transmitirse ni enajenarse aisladamente del crédito que asegura.
El derecho de retención es una facultad atribuida al acreedor legalmente sólo en ciertos casos. El
Código Civil no regula el derecho ni lo establece como una facultad generalmente reconocida al
acreedor de la relación obligatoria.
1. La retención de la cosa mueble o inmueble por el poseedor de buena fe, en tanto no le sean
abonados los gastos necesarios, el precio de adquisición o la cantidad prestada al transmitente de
la posesión.
2. La retención de la cosa usufructuada en favor del usufructuario cuando éste haya atendido a la
realización de reparaciones extraordinarias (que, en principio son a cargo del propietario).
3. El derecho de retención otorgado a quién haya ejecutado una obra en cosa mueble mientras no
le sea abonada.
Pese a que su formulación sea de origen legal, el derecho de retención no está excluido del ámbito
de la autonomía privada, por tanto, puede ser establecido por voluntad de los particulares, como
una cláusula concreta de un contrato.
La consecuencia fundamental que puede predicarse del derecho de retención estriba en dilatar la
entrega, restitución o devolución de una cosa, mientras quien tiene derecho a reclamarla no
cumpla con la obligación que le atañe.
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¿Habrá que predicar también dicho efecto respecto de cualquiera que reclame la cosa, por
ejemplo, los demás acreedores del deudor? ¿El derecho de retención tiene eficacia erga omnes o
sólo frente al acreedor de la restitución?
Según Lasarte, el derecho de retención, propiamente hablando, no puede ser calificado como
derecho real autónomo, ni tampoco como un derecho de crédito independiente, ni como un acto
jurídico, sino que debe caracterizarse como una particular situación posesoria especialmente
protegida por el ordenamiento jurídico.
En los casos de derecho de retención de origen convencional debería negarse la eficacia erga
omnes, salvo que los terceros hubiesen podido conocer la existencia de la retención.
En caso de concurso o quiebra del deudor, el retentor no goza de preferencia alguna en relación
con los demás acreedores del deudor, pues la retención posesoria en sí misma considerada no
cambia la naturaleza del crédito asegurado, ni lo convierte en un crédito preferente. En
consecuencia, el retentor sólo podrá oponerse a las pretensiones de los demás acreedores si goza
de un derecho de preferencia para el cobro.
Una vez declarado el concurso de acreedores, el ejercicio de retención sobre bienes y derechos
integrados en la masa activa quedará suspendido, es decir, el acreedor o acreedores retentores
dejarán de retener los bienes hasta que concluya el concurso. Esta suspensión no afectará a las
retenciones impuestas por la legislación administrativa, tributaria, laboral y de seguridad social.
El hecho de que el Código Civil utilice a veces los términos “retener en prenda” hace aconsejable la
distinción entre ambas figuras.
3.1. Introducción.
Uno de los aspectos más espinosos que plantea el incumplimiento de la obligación radica en la
prueba de los daños y perjuicios que han de ser indemnizados. Ante ello, los contratantes salvan
dicho escollo estableciendo una estipulación o cláusula que les libere de la enojosa prueba de los
daños sufridos. Por ejemplo, una cláusula en el contrato de obra, de la cual tendrá derecho a
descontar diez o cien mil euros del precio, por cada día de retraso.
A tales supuestos se refiere el Código Civil, con el nombre de “obligaciones con cláusula penal”. La
denominada cláusula penal puede desempeñar funciones bien diversas, como “función
liquidatoria” sustitutiva de la indemnización de daños y perjuicios; una “misión liberatoria” y una
“función penal”.
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La estipulación que tiene por objeto el establecimiento de una cláusula penal desempeña con
carácter general un papel garantista del cumplimiento de la obligación.
Se habla de pena sustitutiva o compensatoria cuando las partes valoran anticipadamente los
posibles daños y perjuicios que el incumplimiento de la obligación puede acarrear al acreedor. La
cuantificación prevista no tiene porqué guardar relación alguna con los futuros y eventuales daños
y perjuicios, sino que cumpla la función propia de este tipo concreto de cláusula penal:
La pena sustitutiva constituye la regla dispositiva general en la materia, salvo pacto y prueba del
mismo en contrario.
Requiere el Código que la naturaleza cumulativa de la cláusula penal “haya sido claramente
otorgada”. No es necesario que la pena cumulativa haya sido objeto de contemplación expresa en
el contrato o de una mención concreta en su clausulado, pues en muchos casos puede deducirse
de la propia obligación principal.
El CC reconoce la posibilidad de que la fijación de una pena (o multa) se lleve a cabo para permitir
a una de las partes desentenderse de una relación obligatoria constituida. Lo hace de forma
negativa: “el deudor no podrá eximirse de cumplir la obligación pagando la pena, sino en el caso
de que expresamente le hubiese sido reservado este derecho”.
66
La multa penitencial constituye un supuesto concreto de obligación con cláusula facultativa que no
agrava la responsabilidad del deudor en caso de incumplimiento, sino que le permite dejar de
cumplir la obligación principal o garantizada, sustituyéndola por la prestación de la pena.
La moderación judicial sólo entrará en juego cuando las partes no hayan previsto el supuesto de
incumplimiento parcial, defectuoso o extemporáneo que haya tenido lugar, llegado el momento de
cumplimiento.
La cláusula penal sólo tiene sentido en cuanto garantía complementaria del cumplimiento de la
obligación principal. Es característica fundamental de la cláusula penal la de ser una obligación
accesoria cuya existencia y dinámica dependen de la obligación principal. Por tanto:
La cláusula penal es una obligación subsidiaria, sólo es exigible por el acreedor en caso de
incumplimiento de la obligación principal. Si está cumplida, la pena queda automáticamente
extinguida.
La pena será exigible sólo cuando el incumplimiento sea imputable al deudor; quien no habrá de
soportar los casos fortuitos o de fuerza mayor.
La existencia de las arras equivale a la entrega de una cantidad de dinero a modo de señal o parte
del precio, realizada por uno de los contratantes y dirigida a reforzar de algún modo la existencia
del contrato o a constituir un principio de ejecución del mismo. Se habla en tales casos de arras
confirmatorias para poner de manifiesto que su entrega desempaña básicamente un papel
probatorio de la celebración de un determinado contrato.
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En caso de cumplimiento, las arras, operarán como cantidad a cuenta del precio. En caso de
incumplimiento del contrato no excluyen tampoco el ejercicio de la acción de cumplimiento o la
resolución del contrato y seguirán desempeñando el papel de “cantidad a cuenta” en relación con
el precio establecido en el contrato o con la posible indemnización de daños y perjuicios.
Las arras penitenciales consisten igualmente en la entrega de una cantidad de dinero por uno de
los contratantes, pero en el entendido de que cualquiera de las partes contratantes puede desistir
del contrato celebrado, perdiendo las arras el que las haya entregado o devolviendo el doble de las
mismas el que las haya recibido.
Dado que permiten a las partes desistir del contrato, generalmente se les denomina también arras
de desistimiento.
Se encuentran contempladas en el Código Civil que regula las arras en sede de compraventa, por
la relativa frecuencia con que se entregan arras o señales al comprar algo, pero ello no significa
que no sea aplicable a supuestos contractuales diversos a la compraventa.
Las arras penitenciales pueden identificarse con el “precio” de la posibilidad de desistimiento del
contrato celebrado.
Las arras desempeñan una función estrictamente penal en el caso de que la entrega dineraria
realizada tenga por objeto definir un quantum indemnizatorio que, establecido para el caso de
incumplimiento del contrato retendrá quien las haya recibido.
El CC no las regula, pero Doctrina y Jurisprudencia consideran que pueden nacer de la autonomía
contractual como cualesquier otro tipo de arras.
En caso de cumplimiento, las arras penales desempeñarán igual papel que las confirmatorias, esto
es, habrán de considerarse como parte del precio. En caso de incumplimiento, las arras operan de
forma muy parecida a la cláusula penal sustitutiva (mera promesa de futura ejecución), si bien se
discute si la cantidad entregada como arras supone el techo máximo de la indemnización.
Siendo así que el principio de autonomía privada conlleva que las partes puedan entregar arras en
un concepto o en otro, pueden señalarse una serie de rasgos comunes, aplicables con carácter
general y que pueden considerarse presupuestos necesarios de las arras como categoría genérica:
La dación o entrega de las cantidades en que consisten las arras, en general, es efectiva.
La entrega de las arras debe tener lugar en el momento de celebración del contrato.
Generalmente, se indica que las arras tienen siempre origen voluntario.
68
TEMA 13.- LA PROTECCIÓN DEL CRÉDITO.
“Del cumplimiento de las obligaciones responde el deudor con todos sus bienes, presentes y
futuros” es lo que se conoce como responsabilidad patrimonial universal.
En primer lugar, se refiere el precepto a todas las obligaciones (“del cumplimiento de las
obligaciones…”). Por ser universal se puede decir que es un medio general de protección. Además
tiende a asegurar su cumplimiento. Producido el incumplimiento y concurriendo todos sus
presupuestos, la responsabilidad patrimonial universal puede comenzar a actuar. Por lo que se
puede decir que la responsabilidad patrimonial universal está presente en todas las obligaciones.
“Del incumplimiento… responde el deudor…”, es decir, asume las consecuencias. Por lo que la
responsabilidad patrimonial universal es una consecuencia del incumplimiento de la obligación que
recae sobre el deudor. Ante el incumplimiento, el acreedor puede disponer de otros medios de
protección y defensa de su interés (como por ejemplo la ejecución específica, el derecho de
retención, etc.).
Cuando el sujeto responsable sea el deudor, será éste quien responda del incumplimiento. El
objeto de la responsabilidad es su patrimonio presente y futuro.
Para evitar que los acreedores puedan elegir como objeto de su acción objetos del patrimonio del
deudor más fácilmente ejecutables, con notable perjuicio para el deudor, funcionan los “beneficios
de orden y excusión real”; la Ley clasifica los posibles bienes del patrimonio en diferentes
categorías según su más fácil convertibilidad en dinero y menor importancia para el titular,
disponiendo que se ejecuten primero los más fácilmente realizables y menos importantes (dinero,
valores cotizables en Bolsa, joyas, bienes muebles, inmuebles, sueldos y pensiones...).
Como el patrimonio puede resultar insuficiente para cubrir las responsabilidades, previene
expresamente el CC, que la responsabilidad pesa tanto sobre los bienes actuales, como sobre los
futuros. La responsabilidad no se extinguiría, sino que perdura en la medida de lo insatisfecho.
b) Para que deje de ser potencial y pase a ser operativa es preciso que se incumpla la
obligación con incumplimiento jurídicamente imputable al deudor.
Cuando concurren todos estos requisitos el deudor queda obligado a reparar al acreedor el
perjuicio provocado por su incumplimiento. Este perjuicio puede repararse de diversas maneras. El
Ordenamiento pone, para ello, a su disposición la ejecución forzosa específica. Si el acreedor la
usa, mantiene el derecho a la reparación de los daños.
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Solamente podrán ejecutarse bienes suficientes para cubrir la responsabilidad. La suma a cubrir
mediante ejecución forzosa es la que se determine al cifrar el monto de la indemnización, usando
el valor venal de los bienes.
La posible agresión de los acreedores como injerencia en la esfera patrimonial del deudor
responsable, ha de hacerse a través del concurso de la autoridad judicial. Los particulares no
pueden adoptar más medidas de fuerza o presión que las que le otorga el ordenamiento (como
p.ej. en el derecho de retención).
Por ello las leyes prevén los instrumentos de actuación judicial (coincidentes sustancialmente con
la vía de apremio) para hacerla efectiva.
1ª fase) Aislar bienes concretos del patrimonio del deudor para afectarlos a la cobertura de
la responsabilidad concreta que se pretenda hacer efectiva. Por ejemplo, embargo de bienes y
derechos: se designan bienes embargables en cuantía suficiente y, se toman medidas para impedir
que el deudor pueda burlar el interés del acreedor.
Cuando son bienes cuya titularidad consta en algún Registro, se hará constar, mediante anotación,
el embargo (para impedir su enajenación a un tercero poniéndolo fuera del alcance de los
acreedores).
2ª fase) Convertir los bienes trabados en dinero. Esto es lo que se conoce como realización
de bienes, que normalmente se efectúa a través de subasta pública u otros medios de realización
de los bienes. La LEC, al respecto indica:
Convenio de realización: Es un acuerdo entre las partes para que alguien que esté interesado se
quede con el bien, la ley exige la comparecencia ante el Juez a la que podrían asistir personas
invitadas por cualquiera de las partes, que consignando o afianzando estén dispuestas a adquirir el
bien por precio previsiblemente superior al que alcanzaría en subasta judicial.
Realización del bien por persona o entidad especializada: A falta de Convenio de realización, la
enajenación puede llevarse a cabo por persona o entidad especializada. Se exige la comparecencia
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ante el Juez, donde se acuerden los términos de la actuación y las cautelas. Podrá enajenar el bien
según se le encargue: venta directa o por subasta privada -fuera de la sede del Juzgado-.
Las vías de realización forzosa, alternativas a la subasta judicial, se llevarán a cabo siempre que
se soliciten a instancia de parte. De lo que se deduce que no es preceptivo respetar el orden
establecido en la LEC (convenio de realización, realización por persona o entidad especializada...)
al elegirlas; dándose por hecho que en ausencia de solicitud, se realizará mediante subasta
judicial, que seguirá su normal tramitación.
El patrimonio del deudor lo componen todos los bienes, derechos y acciones que le correspondan.
Al acreedor no le interesa que dicho patrimonio se vea perjudicado porque el deudor:
Frente a la inactividad del deudor, el Derecho concede a los acreedores la facultad de reclamar en
nombre de aquél los bienes o derechos que no llegue a ejercitar (acción subrogatoria
indirecta u oblicua).
La actuación procesal del acreedor en tales casos (llevada a cabo en sustitución y en nombre del
deudor) constituye lo que se llama legitimación por sustitución.
El CC se refiere a las acciones subrogatoria y pauliana, sin esa denominación, en el art. 1111: “los
acreedores después de haber perseguido los bienes que estén en posesión el deudor para realizar
cuanto se les debe, pueden ejercitar todos los derechos y acciones de éste con el mismo fin,
exceptuando los que sean inherentes a su persona; pueden también impugnar los actos que el
deudor haya realizado en fraude de su derecho”.
En cambio, la acción directa no se contempla con carácter general en el CC, sino en supuestos
particulares, con una aplicación práctica limitada.
Conforme al art. 1.111: “los acreedores después de haber perseguido los bienes que estén en
posesión el deudor para realizar cuanto se les debe, pueden ejercitar todos los derechos y
acciones de éste con el mismo fin, exceptuando los que sean inherentes a su persona”.
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La acción subrogatoria constituye la facultad del acreedor, que le permite ejercitar derechos del
deudor en su propio beneficio cuando el acreedor no tenga otro medio de hacer efectivo su
derecho de crédito (carácter subsidiario). El acreedor antes habrá de acreditar la insuficiencia de
bienes del deudor, tras haber “perseguido” los bienes del deudor judicialmente.
Pero la jurisprudencia del TS ha reconocido, que el acreedor puede ejercitarla directamente contra
el tercero que adeuda algo a su deudor, acreditando en este mismo procedimiento que el deudor
no tiene otros bienes suficientes para hacer efectivo su derecho de crédito.
El acreedor podrá reclamar al tercero, deudor del deudor, la totalidad del crédito, no sólo la parte
que le adeude su deudor. La explicación es que el crédito se reintegra al patrimonio del deudor (el
acreedor no cobra directamente) y beneficia a todos los demás acreedores y acaso sólo alguno/s
de ellos ostente un derecho de crédito preferente al del acreedor litigante.
El acreedor que ejercita la acción subrogatoria no tiene derecho de prelación o preferencia sobre
otros eventuales acreedores del deudor.
6. LA ACCION DIRECTA.
c) La acción directa atribuida por la LAU al arrendador para exigir al subarrendatario “el abono
directo de la renta y de su participación en el precio del subarriendo”, así como “la reparación de
los deterioros que éste hubiera causado dolosa o negligentemente en la vivienda”.
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d) La posibilidad de dirigirse directamente contra el asegurador, una vez concedida a la víctima de
accidente automovilístico o a sus herederos una indemnización, en relación con el seguro
obligatorio.
f) La Ley de Contrato de Seguros ha traído la aplicación de la acción directa con relación al seguro
de responsabilidad civil, incluso siendo voluntario.
Se denomina pauliana, por al parecer, haber sido formulada por el jurista romano Paulo. Su
finalidad es privar de eficacia los actos de enajenación fraudulentos realizados por el deudor.
Tiene carácter subsidiario, pues sólo podrá ser ejercitada cuando no se cuente con otro medio de
satisfacer su derecho de crédito, burlado por el acto dispositivo fraudulento del deudor.
7.2. Presupuestos.
El presupuesto fundamental es una acción fraudulenta del deudor que requiere que éste tenga
conciencia o conocimiento de que supone un perjuicio para sus acreedores.
La prueba de la conducta fraudulenta es difícil, por lo que el CC, sienta dos presunciones:
“Se presumen celebrados en fraude de acreedores todos aquellos contratos por virtud de
los cuales el deudor enajenare bienes a título gratuito”.
“También se presumen fraudulentas las enajenaciones a título oneroso, hechas por
aquellas personas contra las cuales se hubiese pronunciado antes sentencia condenatoria
en cualquier instancia o expedido mandamiento de embargo de bienes ”.
El tercero puede haber adquirido de buena fe, sin conocer el ánimo fraudulento del deudor o por
el contrario puede haber participado del fraude.
Al ser acción rescisoria, le es aplicable que: “la acción para pedir la rescisión dura 4 años”.
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TEMA 15.- LOS CUASICONTRATOS Y EL ENRIQUECIMIENTO INJUSTO.
El Código Civil, bajo la rúbrica general “ De las obligaciones que se contraen sin convenio ”, regula
los cuasicontratos y la responsabilidad civil extracontractual. El objeto es el de situarse en la esfera
de las obligaciones ex lege.
“Son cuasicontratos los hechos lícitos y puramente voluntarios, de los que resulta obligado su
autor para con un tercero y a veces una obligación recíproca entre los interesados”.
Se trata de “hechos lícitos” frente a los hechos o actos ilícitos que originan la
responsabilidad extracontractual.
Son “hechos voluntarios”, es decir, actos jurídicos llevados a cabo por el sujeto sin tener
obligación alguna de realizarlos.
Son “fuente de las obligaciones”, siendo indiferente que resulte sólo el autor del acto que
los origina o éste y cualquier otra persona afectada por el supuesto de hecho.
Gayo dividía las obligaciones en aquellas que nacían de los contratos, de los delitos, y de otras
causas. Para superar ésta división, en las “Instituciones” de Justiniano, los juristas consideraron
preferible hablar de cuatro fuentes de las obligaciones: el contrato, el delito, las obligaciones
nacidas quasi ex contrato y quasi ex delito. Luego, un posterior cambio, arrojó que una de las
posibles clasificaciones de las obligaciones, atendiendo a su fuente, era la de las obligaciones
nacidas ex quasi contrato, naciendo así una categoría sistemática que carecía de sentido. El
conservadurismo de la mayor parte de los juristas y su respeto por las “fuentes” hicieron que el
juego de palabras propio de la “creación” justiniana perdurara y fuera admitido en el Código Civil
francés, lo que provocó su consagración, que después se incorporó a la codificación española.
La doctrina considera que se trata de un problema mal planteado, pues la justicia material
requerida por algunos supuestos que escapan a las previsiones legales propias de la gestión de
negocios ajenos y del cobro de lo indebido, no debe buscarse mediante el recurso a los
cuasicontratos atípicos, sino haciendo valer en su caso el enriquecimiento injusto, pues al ser éste
un principio general del derecho, es operativo en relación con cualquier supuesto.
El CC presupone la existencia de la gestión de negocios sin mandato cuando uno “se encarga
voluntariamente de la agencia o administración de los negocios de otro, sin mandato de éste ”. Se
da en los casos en que una persona, mediante su intervención voluntaria y sin autorización del
interesado, asume la carga de adoptar decisiones respecto de los asuntos de otro.
El dominus (dueño) es el titular o el interesado en las cuestiones que puede asumir el gestor.
1ª) Actuación voluntaria del gestor: el gestor actúa por iniciativa propia, considerando que la
situación de hecho existente justifica su intervención en la esfera ajena.
2ª) Actuación espontánea del gestor: el gestor actúa “sin mandato” y por su propia iniciativa,
sin encontrarse obligado a ello ni estar particularmente autorizado por el dominus.
La gestión de negocios ajenos excluye cualquier caso en el que el titular de los asuntos no permita
la intervención ajena, y aquellos en que los asuntos del dominus, atendiendo a la propia
naturaleza de los mismos, requieran su actuación personal.
3ª) Actuación lícita: es necesario que la actuación del gestor consista en actos de indiscutible
licitud.
4ª) Actuación útil: cabe deducir que la gestión requiere ser útil al dominus.
5ª) Actuación desinteresada: se presupone el carácter altruista y, por tanto, debe encontrarse
privada de interés alguno por parte del gestor. Dicho desinterés no conlleva que el gestor haya de
soportar los gastos o pérdidas que pueda generarle la gestión.
El gestor, una vez iniciada la gestión, se encuentra vinculado por su propia decisión de inmiscuirse
en los asuntos ajenos, debiendo observar una conducta acorde con los intereses del dominus.
El dominus no despliega papel alguno en el comienzo de la gestión, sin embargo, una vez
concluida o incluso iniciada la gestión puede quedar obligado a compensar o indemnizar al gestor
de los gastos suplidos o de las pérdidas sufridas.
Desde el momento en que el gestor se introduce en la esfera ajena, nacen una serie de
obligaciones a las que queda vinculado por disposición de la ley:
A) La continuidad de la gestión: ”... está obligado a continuar su gestión hasta el término del
asunto y sus incidencias, o a requerir al interesado para que le sustituya en la gestión, si se
hallase en estado de poder hacerlo por sí”. Cualequiera de tales actitudes o conductas son
suficientes para entender que el gestor no abandona la gestión iniciada.
B) El deber de diligencia: “el gestor oficioso debe desempeñar su encargo con toda la diligencia
de un buen padre de familia ”, establece la regla general sobre el deber de diligencia. Su infracción
determinará que el gestor deba “indemnizar los perjuicios que por su culpa o negligencia se
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irroguen al dueño de los bienes o negocios que gestione ”, dejando al arbitrio de los Tribunales la
posibilidad de moderar dicha indemnización " según las circunstancias del caso”.
El gestor sólo será responsable cuando los daños irrogados al dominus procedan de su actuación
negligente. Sin embargo, este régimen de responsabilidad puede verse agravado, llegando hasta
establecer la responsabilidad del gestor por caso fortuito en los dos supuestos siguientes:
Cuando el gestor lleve a cabo operaciones arriesgadas que el dueño no tuviese costumbre
de hacer
Cuando el gestor posponga el interés del dominus al lucro o provecho propio.
En la gestión de negocios ajenos es natural pensar que los gastos y pérdidas sufridas por el gestor
pueden verse resarcidos a cargo del dominus que se ha beneficiado de la gestión. Con esta idea el
CC declara obligado al dominus en tres casos: ratificación de la gestión, gestión útil o provechosa
y gestión precautoria.
A) La ratificación: “La ratificación de la gestión por parte del dueño del negocio produce los
efectos del mandato expreso”. La ratificación puede realizarla el dominus de forma expresa como
por ejemplo, la declaración de voluntad en tal sentido o tácita, como en el caso de una
transferencia bancaria al gestor abonándole los gastos.
D) La igualdad de efectos: La gestión útil y la gestión precautoria originan los mismos efectos:
el dominus ha de considerarse responsable de las obligaciones contraídas por el gestor; ha de
indemnizar a éste de los gastos necesarios y útiles que hubiese hecho y ha de afrontar los
perjuicios que el gestor haya sufrido en el desempeño de su cargo.
E) ¿Retribución del gestor? : El Código no prohíbe la retribución del gestor. El gestor que por
su dedicación a los negocios ajenos hubiera sufrido menoscabo en su propio sueldo y así lo
acreditara podría reclamar el perjuicio sufrido a causa de la gestión
El CC contempla y regula dos casos especiales de gestión de negocios ajenos, atendiendo al hecho
de que el gestor satisface los gastos alimenticios o los gastos funerarios de una persona, para
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establecer quién debe responder de ellos frente al gestor. Cabe hablar, pues, de gestión
alimenticia y gestión funeraria, respectivamente.
El CC establece que “cuando se recibe alguna cosa que no había derecho a cobrar, y que por error
había sido indebidamente entregada, surge la obligación de restituirla ”.
Deben darse tres requisitos: pago efectivo con “ animus solvendi” (intención de pagar), inexistencia
de obligación entre quien paga y quien recibe y, error por parte de quien hizo el pago.
A) La realización del pago con “ animus solvendi”: La prestación que puede originar el pago
de lo indebido no está limitada a la obligación de dar una cosa específica y determinada, sino que
puede consistir en cualquier otra prestación, siempre y cuando se lleve a cabo con ánimo
solutorio, entendiendo por error el solvens que, mediante su ejecución cumple una obligación que
sin embargo, es inexistente.
En la práctica, son relativamente frecuentes los casos en que las transferencias bancarias generan
supuestos de pago de lo indebido.
Se habla de “indebitum ex re” para poner de manifiesto que el pago realizado es indebido por no
existir nadie que tuviera derecho a reclamar efectivamente el pago realizado o por no tener
obligación alguna el deudor de llevar a cabo la prestación ejecutada (ej.: deudas extinguidas).
La regla general en el caso de que el acreedor no sea el verdadero, es la del pago de lo indebido:
este último habrá de restituir lo recibido indebidamente.
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Dispone el CC que “se presume que hubo error en el pago cuando se entregó cosa que nunca se
debió o que ya estaba pagada; pero aquel a quien se pida la devolución puede probar que la
entrega se hizo a título de liberalidad o por otra causa justa ”.
La consecuencia fundamental del pago de lo indebido es que el accipiens tiene “la obligación de
restituir”. Por tanto, el ejercicio de la acción de restitución y la devolución de la prestación
realizada corresponde exactamente al solvens.
El error del solvens no debe conllevar el perjuicio del acreedor de buena fe que, conforme a las
reglas generales de diligencia y comportamiento honesto, una vez que entiende haber cobrado,
realiza actos liberatorios de su deudor.
Existe la obligación de restitución de una “cosa cierta y determinada”. En caso de cosa específica,
el accipiens ha de devolver la cosa o su valor de enajenación. En caso de pérdida de la cosa o de
haberse deteriorado, sólo habrá de indemnizar en el caso de que haya obtenido enriquecimiento
efectivo. En el supuesto de que la cosa consista en un bien genérico, el accipiens habrá de restituir
la misma cosa, de la misma calidad en igual cantidad ( tantundem).
En caso de mala fe del accipiens, su responsabilidad por pérdida o deterioro de la cosa que debe
restituir se ve agravada:
Si la prestación consistió en dinero, al principal habrán de añadirse los correspondientes
intereses legales.
Si la cosa era fructífera, junto con aquélla habrá de entregar tanto los frutos generados
cuanto los que, en condiciones normales, se hubieran debido producir.
Los menoscabos que haya sufrido la cosa por cualquier causa, incluido el caso fortuito
(salvo que el suceso inevitable hubiera tenido el mismo resultado encontrándose las cosas
en posesión del solvens).
Los perjuicios que se irrogaren al solvens hasta que la recobre.
En cuanto al abono de mejoras y gastos hechos por el que indebidamente recibió la cosa, se
estará a lo dispuesto en el Título V del CC “De la posesión”.
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La utilización de la cosa suele conllevar una serie de gastos que pueden ser o no reintegrables al
poseedor que deja de serlo. El criterio fundamental para ello sigue siendo el de la buena o mala
fe. Conviene distinguir entre:
b) Gastos útiles o mejoras: Las mejoras son aquellas que conllevan un incremento del valor de
la cosa. El poseedor de buena fe tiene el derecho de retención para que se le reintegre el importe
de los gastos. Respecto al poseedor de mala fe no se le debe restituir el importe de los gastos de
mejora.
c) Gastos suntuarios: Son gastos provocados sólo por el afán de lujo, sin que supongan
aumentar el rendimiento económico de la cosa a la que benefician (bello empedrado de un camino
de acceso) o el valor de las cosas no fructíferas. Los gastos suntuarios no son abonables en
ningún caso.
El Código permite que el poseedor que ha efectuado gastos de carácter suntuario pueda llevarse
los adornos y ornamentos añadidos a la cosa principal, pero son necesarios dos requisitos:
a) Que la cosa principal no sufra deterioro por la separación de los adornos u ornamentos
que en su día se le incorporaron.
b) Que el sucesor en la posesión no prefiera quedarse con los adornos incorporados
abonando:
El importe de lo gastado en su día, en caso de poseedor de buena fe.
El valor que tengan en el momento de entrar en la posesión, en caso de poseedor
de mala fe.
5.1. Antecedentes.
El sistema romano clásico perfiló acciones tendentes a que, en ningún caso, se produjeran
situaciones de enriquecimiento patrimonial sin causa ni fundamento. Tales acciones recibieron el
nombre de condicio. Una de tales acciones fue la condicio sine causa, llamada posteriormente
condicio sine causa generalis, en cuanto era la más genérica de todas ellas.
Las Partidas recogía que “ninguno debe enriquecerse torticeramente con daño de otro”.
La doctrina, por su parte, una vez admitido el principio general, pone de manifiesto que la
obligación de resarcimiento del que se ha enriquecido injustamente constituye el fundamento
último de numerosas disposiciones del Código Civil.
En conclusión: cualquier prestación hecha sin causa alguna que la justifique, puede ser reclamada
por quien la realizó, por cuanto lo prestado sólo puede ser conservado por el acreedor mediando
liberalidad u otra causa justa.
b) La inexistencia de causa: Se trata de que no exista hecho, acto o situación licita alguna que
justifique el desplazamiento patrimonial.
La acción de enriquecimiento es una acción personal. Por tanto, como no se encuentra regulada
especialmente, en relación con la prescripción debe entenderse que rige el plazo general de 15
años.
La acción tiene carácter subsidiario, por lo que cabe reclamarse por esta vía si no existe otra
posible pretensión autónoma. Sin embargo, se podrá ejercitar conjuntamente la acción
reivindicatoria sobre una cosa y la acción de enriquecimiento por haberse producido un
desplazamiento patrimonial complementario sin causa.
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TEMA 16.- LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL Y POR HECHOS PROPIOS.
Las fuentes de las obligaciones no sólo derivan de los contratos, si no que nacen también a
consecuencia de ciertos actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier tipo de culpa o
negligencia. Conforme a ello, cualquier acto ilícito que ocasione o depare un daño cualquiera a
otro sujeto de Derecho debe conllevar el nacimiento de la consiguiente obligación de reparar o
indemnizar dicho daño.
Quienes otorgan mayor relevancia al Derecho romano utilizan indistintamente los términos
responsabilidad extracontractual y responsabilidad aquiliana, que consagra la reclamación por el
propietario del daño inferido a cosas de su propiedad. Pero actualmente, no hay necesidad de
equiparar la verdadera responsabilidad aquiliana a la moderna responsabilidad extracontractual.
Quien ocasiona daño a una persona o a su patrimonio de forma injustificada debe pagar por ello,
aunque hasta entonces no hubiera relación alguna entre ambas. Este dato evidencia las distintas
génesis de las obligaciones:
Hoy día existe una rica casuística jurisprudencial en materia de responsabilidad extracontractual.
Además, el Código se ha visto complementado por “leyes especiales” en la que la responsabilidad
civil recibe un tratamiento normativo ad hoc, entre las que destacan la Ley 30/ 1992 y la Ley
1/1991, respecto a la responsabilidad civil del profesorado y de los centros docentes.
El Ordenamiento jurídico, tipifica y sanciona las conductas delictivas con medios propios y
específicos, contemplados en el CP, dejando aparte el hecho de que la responsabilidad
extracontractual puede ser accesoria de la responsabilidad penal propiamente dicha.
El CC establece que “las obligaciones civiles que nazcan de los delitos o faltas se regirán por las
disposiciones del Código Penal “ y, que la responsabilidad extracontractual derivada de los “ actos
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u omisiones en que intervenga culpa o negligencia no penadas por la ley“ (esto es, los llamados
ilícitos civiles) se regularán por el propio CC.
En el caso de que el proceso penal culmine mediante sentencia condenatoria, ésta deberá
pronunciarse de forma inexcusable sobre la responsabilidad civil dimanante del ilícito penal,
salvo si el querellante se reservó el posterior ejercicio de la acción civil a efectos de la
reparación del daño producido.
Finalmente el perjudicado por el delito puede ejercitar la acción penal, reservándose las
acciones civiles para posteriormente, reclamar la reparación por responsabilidad
extracontractual en vía civil. Dicha reserva de la acción civil debe plantearse en la propia
querella, y supondrá una extraordinaria dilación en la reparación del daño, que no quedará
definitivamente resuelta hasta la finalización del segundo proceso, ventilado exclusivamente
por los tribunales civiles.
Existiendo responsabilidad penal en dicha franja de edad, en la mayor parte de los casos se
derivará de aquélla la consiguiente responsabilidad civil.
La Ley 5/2000 establece que “la acción para exigir la responsabilidad civil en el procedimiento
regulado en esta Ley se ejercitará por el Ministerio Fiscal, salvo que el perjudicado renuncie a ella,
la ejercite por sí mismo… o se la reserve para ejercitarla ante el orden jurisdiccional civil conforme
a los preceptos del CC y de la LEC”.
83
daños“ poco o nada añade al fondo de la cuestión, que consiste en el estudio de un subsector del
Derecho privado patrimonial en el que el nacimiento de las obligaciones se produce a
consecuencia de la realización de unas series de actuaciones y omisiones de carácter negligente
que conllevan la necesidad de reparación a favor del perjudicado.
El CC recoge: “el que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia,
está obligado a reparar el daño causado ”. Este precepto establece un sistema de responsabilidad
subjetiva, en el que la responsabilidad civil, una vez producido el daño, se deriva directamente de
la culpa en que haya incurrido el autor de la acción u omisión del ilícito civil -serán requisitos
necesarios que el resultado sea dañoso para un tercero, así como la acción u omisión culposa-.
Esta es la regla general, pero otras disposiciones normativas, incluso el propio Código, establecen
un sistema de responsabilidad objetiva, en el que, la obligación de resarcimiento se genera
simplemente por la relación de causalidad entre la acción u omisión del agente y el daño
producido, independientemente de todo elemento de intencionalidad o falta de diligencia del
agente para que el responsable hubiera de indemnizar a la víctima.
El CC condena a la reparación del daño causado a todo aquel que provoque daños a otro, pero
sólo cuando haya intervenido culpa o negligencia. Se trata de una responsabilidad de carácter
subjetivo o culposo.
Es indiscutible, además, que la acción del causante puede consistir tanto en un acto consciente y
voluntario o en un hecho absolutamente involuntario.
Para que la acción u omisión produzca la obligación de reparar, es necesario que sea ilícita o
antijurídica, es decir, contraria a Derecho. Pero el CC no recoge indicación alguna sobre dicho
presupuesto, requiriendo sólo que en la conducta del agente intervenga cualquier género de culpa
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o negligencia. La razón estriba en que todo acto u omisión que cause daño se presume que es
antijurídico.
Para Lasarte, la antijuridicidad no deriva en sí misma del acto u omisión sino de las consecuencias
dañosas que, por culpa o negligencia del sujeto actuante, se generan a un tercero. Por tanto, es
antijurídica cualquier conducta que acarree daño a tercero y sólo dejará de serlo cuando concurra
a favor del sujeto responsable alguna de las causas que excluyen la antijuridicidad y que, por
consiguiente, exoneran de responsabilidad al sujeto actuante, que serían las siguientes:
A) Los casos de legítima defensa o estado de necesidad: Nociones objeto del Derecho
Penal. El art. 20 del CP, identifica la legítima defensa con la actuación de cualquiera “en defensa
de la persona o derechos, propios o ajenos, siempre que concurran los requisitos siguientes:
1. Agresión ilegítima,
2. Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla, y
3. Falta de provocación por parte del defensor”.
Por su parte el art. 20.5 CP considera causa eximente de la responsabilidad penal la actuación de
quien “en estado de necesidad, para evitar mal propio o ajeno, lesione un bien jurídico de otra
persona o infrinja un deber, siempre que concurran estos requisitos:
1. Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar,
2. Que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionalmente por el sujeto, y
3. Que el necesitado no tenga, por oficio ni cargo, obligación de sacrificarse”.
El daño debe ser ante todo real, cierto y existente, pues “pretender reparación de un daño
eventual o hipotético, equivaldría a enriquecer sin causa a la víctima”. Ello no obsta a que la
sentencia liquidadora puede tener en cuenta los daños futuros si éstos pueden cuantificarse y
simultáneamente constituyen una derivación inevitable, directa y cierta del daño ya acaecido.
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2. Daño moral: son aquellos que afectan a bienes y derechos inmateriales de personas (libertad,
salud, honor...) extraños a la noción del patrimonio y que no repercuten, de modo inmediato,
sobre éste.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia admiten que todo daño material (patrimonial) o moral,
siempre que sea real y demostrado, da lugar a reparación, siendo su cuantía sometida a criterio
del juzgador
Cabe afirmar que el daño patrimonial es propiamente resarcible mientras que el daño moral es
compensable (el pretium doloris).
Para que haya obligación de reparar el daño causado, es preciso que éste sea atribuible al agente,
bien sea porque tuviera intención de causar daño, o porque pudiendo preverlo no previó las
consecuencias dañosas dimanantes de su conducta por negligencia inexcusable.
Es obvia la necesidad de que la acción u omisión causante del daño sea atribuible a una
determinada persona, que es la obligada a reparar el daño causado. Pero la imputación a una
persona de la responsabilidad ¿requiere que esa persona sea imputable?
Imputar significa “atribuir a alguien la culpa o la responsabilidad dimanante de un acto ilícito del
que trae causa el daño realizado”. En cambio ser imputable equivale a “tener capacidad de
entender y querer o tener conciencia del alcance de la propia actuación”.
En realidad, la exigencia de la imputabilidad (capacidad de entender y querer) del autor del daño
no constituye un presupuesto de la responsabilidad civil en nuestro ordenamiento.
Así pues, conforme al art. 118 CP la responsabilidad civil por actos realizados por quienes sean
penalmente inimputables se exigirá conforme a las siguientes reglas:
1. Si sufren enajenación mental persistente: serán responsables los tutores bajo cuya
potestad o guarda legal o de hecho se hallaren siempre que no medie culpa o negligencia por su
parte y sin perjuicio de la responsabilidad civil directa que pudiera corresponder a los imputables.
Los “guardadores legales” responden por el hecho ilícito del inimputable aunque dicha
responsabilidad se fundamente en la culpa in vigilando.
3. En el supuesto del estado de necesidad: serán responsables civiles directos las personas en
cuyo favor se haya precavido el mal.
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Se hace recaer sobre los padres y guardadores de forma solidaria la responsabilidad civil imputable
al menor entre 14 y 18 años, aunque no haya habido culpa o negligencia de aquellos (si bien el
Juez podrá moderarla si no hubieran favorecido la conducta del menor con dolo o negligencia
grave).
Dolo es conducta deliberada y consciente dirigida a producir un daño a otro y reviste gravedad
mucho mayor que la culpa sensu stricto. Por consiguiente, el término culpa debe ser interpretado
en sentido genérico, englobando dentro de él tanto la culpa como el dolo.
La utilización del vocablo “culpa” no puede justificar la exclusión de las conductas dolosas como
determinantes de la responsabilidad extracontractual.
Entre la acción u omisión del agente y el daño inferido a la víctima debe existir una relación de
causa-efecto o relación de causalidad. Lo que hay que determinar es la vinculación del daño final
con las circunstancias de hecho, sea una causa o sean varias.
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Teoría de la causa próxima: La necesidad de que entre el daño y la serie de concausas haya
una relación de proximidad, de forma que las posibles causas de origen remoto deban ser
desechadas.
Teoría de la causa eficiente: La jurisprudencia habla de la causa eficiente, para evitar que la
nota de proximidad de la causa traiga consigo la exclusión de causas menos próximas que sin
embargo sean verdaderamente determinantes del resultado de daño.
La inexistencia de normas en el CC sobre el particular hace que el TS se incline por afirmar que la
existencia de varias causas generadoras del daño habrá de ser valorada en cada caso por los
Jueces.
Ante la inexistencia de norma alguna en materia de responsabilidad civil que represente de forma
paralela el papel ofrecido por el CC, la jurisprudencia del TS se muestra proclive a considerar
aplicable dicho precepto a los casos de responsabilidad extracontractual.
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TEMA 17.- LA RESPONSABILIDAD POR HECHO AJENO. LA RESPONSABILIDAD
OBJETIVA O SIN CULPA.
Aunque la regla general sea que responde el causante del daño, en el CC se preceptúa que habrá
de responderse extracontractualmente “ no sólo por los actos u omisiones propios, sino también
por los de aquellas personas de quienes se debe responder ”.
Ante ello se habla de responsabilidad indirecta o responsabilidad por hecho de otro, dado que
quien origina el daño y quien ha de responder no son coincidentes.
Por ello el CC exonera al que “pruebe que emplearon toda la diligencia de un buen padre de
familia para prevenir el daño”.
Según el art. 1903 del CC los supuestos de responsabilidad por hecho o acto ajeno pueden
conllevar que la exigencia de responsabilidad civil recaiga sobre las siguientes personas:
a) Los padres, respecto de los daños causados por los hijos que se encuentren bajo su guarda.
b) Los tutores, respecto de los daños causados por los menores o incapacitados que estén bajo su
autoridad y habiten en su compañía.
c) Los comerciantes o empresarios, respecto de los daños causados por sus empleados o
dependientes en el servicio de los ramos en los que tuvieran empleados o con ocasión de sus
funciones.
d) Los educadores o los titulares de determinados centros docentes.
e) El Estado cuando obra por mediación de un agente especial.
Para Lasarte, el art. 1903 no debe ser excluido de interpretación analógica, ya que no es norma
penal ni de carácter excepcional ni de ámbito temporal. Por tanto, basta con que entre el
responsable y el agente del daño exista una relación de subordinación o de particular custodia o
vigilancia para que pueda y deba predicarse la vigencia de la responsabilidad por hecho ajeno
aunque el supuesto de hecho concreto (orfelinato, internado, viaje de fin de curso, etc.) no esté
expresamente contemplado en el CC.
3.1. Introducción.
El Código Civil regula la responsabilidad por hecho ajeno en el entendido de que los padres o
tutores son responsables por culpa in vigilando, in custodiando, o in educando:
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Art. 1903.2: “los padres son responsables de los daños causados por los hijos que se
encuentren bajo su guarda”.
Art. 1903.3: “los tutores lo son de los perjuicios causados por los menores o incapacitados
que están bajo su autoridad y habitan en su compañía”.
El TS en la búsqueda de un responsable que atienda la reparación del daño convierte así a los
guardadores legales en una especie de compañía de seguros que deben responder siempre del
daño atendiendo a criterios objetivos de acaecimiento del daño.
Es decir, la víctima puede dirigirse contra cualquiera de los posibles responsables (empleado y
empresario), o contra ambos conjuntamente, siempre que no infrinja el principio ne bis in idem,
pues no hay dos hechos generadores de responsabilidad, sino dos posibles responsables.
La responsabilidad del empresario se caracteriza por ser directa (no se requiere que previa o
simultáneamente se demande al empleado causante del daño) y por encontrar fundamento en la
culpa in vigilando o culpa in eligendo del propio empresario.
La relación de dependencia: el causante del daño debe encontrarse respecto del empresario
en una situación de subordinación, en el entendido de que ha actuado respecto de las
órdenes o instrucciones de aquél.
La actuación del dependiente en la esfera de actuación de la empresa supone que los actos
dañosos de los dependientes sólo generarían responsabilidad del empresario cuando puedan
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considerarse inherentes al desempeño de las funciones o gestiones encomendadas dentro
del ámbito empresarial correspondiente.
Art. 1904 CC: “el que paga por el daño causado por sus dependientes puede repetir de éstos lo
que hubiese satisfecho”. Naturalmente la repetición contra los dependientes debe cumplir todos
los presupuestos requeridos por el CC.
La normativa vigente sobre prevención de riesgos laborales establece la obligación de reparar los
daños causados como consecuencia del incumplimiento por el empresario de las medidas de
prevención, pero no regula el régimen concreto de la responsabilidad civil correspondiente.
Puede decirse que estamos ante una responsabilidad contractual, que deriva de una conducta
omisiva del empresario por incumplimiento del deber de protección eficaz que la normativa vigente
le impone; que estamos ante una obligación de medios; que el empresario responde de los daños
causados por quienes tienen encomendadas tareas de prevención en su empresa, dependientes,
auxiliares y delegados de prevención, que el empresario debe resarcir todos los daños causados,
tanto al trabajador como a terceros; y que para el cálculo de la indemnización deben descontar se
algunos conceptos, como las prestaciones de la Seguridad Social, pero no cabe descontar el
recargo de prestaciones, ni las mejoras voluntarias previstas en el Convenio Colectivo que resulte
de aplicación.
Con esta reforma se modifica el art. 1903 CC, que queda redactado como sigue: “ las personas o
entidades que sean titulares de un Centro docente de enseñanza no superior responderán por los
daños y perjuicios que causen sus alumnos menores de edad durante los períodos de tiempo en
que los mismos se hallen bajo el control o vigilancia del profesorado del Centro, desarrollando
actividades escolares o extraescolares y complementarias ”.
Luego ya no son solamente los maestros y profesores los responsables, sino también los “titulares”
de los centros, pero sigue fundamentada en la culpa in vigilando o in eligendo.
Queda la duda de cuáles son los centros de enseñanza no superior: está claro que engloba a
colegios, escuelas e institutos de primaria o secundaria, y que excluye universidades, pero ¿ha de
entenderse “enseñanza” sólo los estudios reglados y no una escuela de hípica, por ejemplo? A
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juicio de Lasarte, debe entenderse en sentido amplio, extendiéndose a cualquier institución u
organización que se dedique a la formación y aprendizaje de menores de edad, con independencia
de la actividad desarrollada.
La Ley 1/1991 recoge que los titulares de los Centros “podrán exigir de los profesores las
cantidades satisfechas, si hubiesen incurrido en dolo o culpa grave en el ejercicio de sus funciones
que fuesen causa del daño”.
La relación de causalidad debe darse entre el hecho o acto del menor sometido a control o
vigilancia y la causación del daño, lo que pasa es que la conducta activa u omisiva del profesor
determina la responsabilidad de éste en el caso de haber podido ser un obstáculo a la realización
del acto ilícito del menor, si no hubiera intervenido dolo o culpa grave de aquél.
Por tanto, el profesor quedaría exonerado de responsabilidad frente al Centro en el caso de que su
actuación sea meramente culposa (leve o levísima), mientras que en el caso de culpa grave o
dolo, nace el derecho de repetición del Centro contra el profesor.
“El poseedor de un animal, o el que se sirviese de él, es responsable de los perjuicios que causare,
aunque se le escape o extravíe”.
La tenencia de un animal justifica por sí misma que su poseedor o usuario haya de afrontar, en
términos objetivos, la reparación de los daños que eventualmente pudiera causar.
La responsabilidad sólo vendrá excluida "en el caso de que el daño proviniera de fuerza mayor o
de culpa del que lo hubiese sufrido".
Se da el caso de animales sueltos que han provocado accidentes de tráfico (cabezas de ganado,
perros…) que han generado numerosos supuestos de responsabilidad civil aun cuando las
circunstancias de hecho hayan exonerado de responsabilidad penal a los dueños o tenedores.
La Ley excluye de la condición de animales peligrosos a los perros que desempeñan funciones de
asistencia y auxilio a las personas con discapacidad o perros-guía.
“Responderán los propietarios de los daños causados (…) por la caída de árboles colocados en
sitios de tránsito, cuando no sea ocasionada por fuerza mayor”.
El “dueño del árbol” debe adoptar las medidas oportunas “cuando algún árbol amenazare con
caerse de modo que pueda causar perjuicios a una finca ajena o a los transeúntes por una vía
pública o particular".
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La responsabilidad extracontractual se plantea de forma absolutamente objetiva, resaltando que:
"El cabeza de familia que habita una casa o parte de ella es responsable de los daños causados
por las cosas que se arrojaren o cayeren de la misma".
La víctima del daño, una vez acreditada la relación de causalidad, puede reclamar directamente al
"cabeza de familia" la reparación del daño causado (norma que es clara muestra de un supuesto
de responsabilidad objetiva).
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TEMA 18.- LA REPARACIÓN DEL DAÑO.
Dicha reparación, puede llevarse a cabo mediante la simple conformidad de las partes interesadas
o mediante un convenio de naturaleza extrajudicial plenamente lícito y válido.
En caso de falta de acuerdo, será necesario recurrir a la vía judicial, exigiendo la víctima el
cumplimiento de la obligación de indemnizar los daños y perjuicios.
El que se pueda pedir ambas tiene su razón: la reparación específica es inidónea para indemnizar
el lucro cesante, que a veces tiene mayor transcendencia que el daño emergente.
La Ley plantea la indemnización como algo puramente pecuniario, pero es obvio que el
perjudicado puede exigir a la Administración responsable la reparación específica cuando así le
interese.
Los arts. 109 y ss. CP establecen un abanico de posibilidades a la hora de reparar el daño causado
a consecuencia de delito:
1. La restitución.
2. La reparación del daño.
3. La indemnización de perjuicios materiales y morales.
Por su parte, el art. 112 CP establece que “la reparación del daño podrá consistir en obligaciones
de dar, de hacer o de no hacer que el Juez o Tribunal establecerá atendiendo a la naturaleza del
daño y las condiciones personales y patrimoniales del culpable, determinando si han de ser
cumplidas por él mismo o pueden ser ejecutadas a su costa”.
En caso de que la responsabilidad extracontractual recaiga sobre dos o más personas en virtud de
un mismo acto ilícito, se plantea el problema de saber si el perjudicado por dicho acto debe
reclamar la reparación del daño:
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4. PRESCRIPCIÓN DE LA ACCIÓN.
Conforme al CC, "la acción para exigir la responsabilidad civil por causar daño a otro interviniendo
culpa o negligencia, prescribe por el transcurso de un año desde que lo supo el agraviado”. La
prescripción anual que se señala resulta aplicable al conjunto de las obligaciones
extracontractuales reguladas por el Código Civil.
Dicho plazo no es aplicable a otros supuestos de responsabilidad civil regulados por específicas
disposiciones legales como por ejemplo:
La Ley de Navegación Aérea, que reduce el plazo a seis meses (para el caso de avería o
retraso de la carga o equipaje, la reclamación debe hacerse dentro de los 10 días siguientes al
de la entrega o fecha en que debió entregarse; la falta de reclamación previa impedirá el
ejercicio de las acciones correspondientes).
La Ley de Energía Nuclear, que según se trate de daño inmediato o no, la amplía a diez o
veinte años.
La Ley 1/1982 establece que “las acciones de protección frente a las intromisiones ilegítimas
caducarán transcurridos cuatro años desde que el legitimado pudo ejercitarlas”.
La LOPJ dispone que la acción judicial para reconocimiento del error deberá instarse en el
plazo de tres meses a partir del día en que pudo ejercitarse.
La Ley de Propiedad Intelectual dice que la acción prescribirá a los cinco años desde que el
legitimado pudo ejercitarla.
La regla general respecto del cómputo del plazo se establece con la frase "desde que lo supo el
agraviado". Por tanto una vez el daño sea real y efectivo, con conocimiento de la víctima,
comienza a correr el plazo anual fijado (o, en su caso, el específicamente establecido).
Dicho plazo requiere que el daño de la víctima pueda darse por concluido, sin nuevas derivaciones
dañosas para la víctima. Por ello en casos de “daños continuados” y, en particular, en el caso de
lesiones corporales, de difícil determinación médica y cuantificación pecuniaria inmediata, el plazo
de prescripción no comenzará a computarse hasta no poder determinar, con certidumbre, el
alcance de la indemnización.
En concreto, la jurisprudencia recalca que “el dies a quo para el cómputo del plazo prescriptivo ha
de ser referido al momento en que se conozcan de modo definitivo las consecuencias del
quebranto sufrido, según el alta médica”.
El plazo anual previsto en el Código Civil para el ejercicio de la acción para exigir la
responsabilidad civil puede ser objeto de interrupción.
El plazo para ejercitar la acción por responsabilidad civil se convierte en plazo de caducidad en los
siguientes supuestos:
a) En la LO 1/1982 sobre protección civil del derecho al honor, a la intimidad y a la imagen, que
amplía el plazo del ejercicio de la acción a cuatro años califica dicho plazo de caducidad.
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