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Initia Rerum. Sobre el concepto del origen en el mundo antiguo. Málaga, Spicum 2006.

El origen del ariete: Cartago versus Gadir


a fines del s. III a.C.

Manuel Álvarez Martí-Aguilar


Universidad de Málaga

En la tradición de estudios sobre Historia Antigua de la Península


Ibérica es bien conocido un llamativo episodio que relata la invención
del ariete durante un asedio al que los cartagineses habrían sometido a
la ciudad de Gadir. La sorprendente noticia es transmitida por Ateneo el
Mecánico, poco conocido tratadista del s. I a.C., y ya en época augus-
tea, por Vitrubio. La versión del suceso recogida en De Architectura es
como sigue:

Los cartagineses habían fijado su campamento con el objetivo de iniciar


el ataque a Cádiz. Previamente se habían apoderado ya de una fortaleza
que intentaron demoler por todos los medios; como no poseían instru-
mentos de hierro suficientes y capaces para lograr su objetivo, tomaron
un madero y, sosteniéndolo con sus manos, golpearon con su punta
múltiples veces la parte superior del muro, consiguiendo derribar las
hileras más altas de piedras; con este sistema, poco a poco y siguiendo
un orden, derrumbaron toda la fortificación. Poco después, un artesano

 Este trabajo se enmarca en el grupo de investigación HUM-394, de la Junta de Andalucía, en el


Proyecto de Investigación HUM 2004-02609/HIST y la Acción Integrada Hispano-Italiana HI2003-
0304, ambos del Ministerio de Educación y Ciencia. Quiero agradecer al Profesor Bartolomé Mora
Serrano sus oportunas sugerencias y comentarios al texto.
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de Tiro, llamado Pefrasmeno, estimulado por el descubrimiento de este


ingenio, puso en vertical un mástil y colgó de él otro madero atravesado,
imitando una balanza; llevándolo hacia adelante y hacia atrás, con golpes
violentos derribó todo el muro de Cádiz.

Es evidente que la noticia sobre la invención del ariete en un


supuesto asedio a Gadir es, a todas luces, ficticia, pero no por ello se ha
de descartar, a su vez, la historicidad del episodio en el que se inscribe
el relato, esto es, el asedio de un ejército cartaginés a la ciudad de Gadir.
En este trabajo pretendemos revisar la cuestión, valorando la posibili-
dad de que este conflicto militar entre Cartago y Gadir tenga una base
histórica real, y proponiendo un escenario coherente en el que enmarcar
esta confrontación.
Los intentos de contextualizar históricamente el episodio del ase-
dio de un ejército cartaginés a Gadir chocan con varios inconvenientes.
En primer lugar, la indefinición cronológica del suceso: descartado el dato
de la invención del ariete, ningún elemento de los textos ayuda en este
sentido. Por otra parte, sorprende la propia identidad de los contendientes:
siempre ha sido motivo de extrañeza para los investigadores que se han
ocupado de la cuestión el hecho de que Cartago atacase a Gadir, ya que
se ha dado por supuesto que, al compartir ambas ciudades un común
origen tirio, y pertenecer a la misma koiné cultural, habían de ser aliadas
naturales a lo largo de toda su historia, y por que, en fin, carecemos –en
principio– de otros testimonios en la tradición literaria antigua que hagan
referencia a un enfrentamiento entre estas dos célebres ciudades.
Los intentos de explicación histórica de este episodio han pasado
por ponerlo en relación con otras noticias sobre ataques a la ciudad de
Gadir en la literatura antigua, aunque no fuese Cartago la atacante. Esta
línea de análisis ha llevado a que el aparentemente anecdótico episodio

 Vitr., 10.13.1-3 (trad. J.L. Oliver). El relato de Ateneo es básicamente igual al de Vitrubio. Véase la re-
ciente edición de D. Whitehead y P. H. Blyth: Athenaeus Mechanicus, On Machines, Stuttgart, 2004.
 La crítica moderna considera que este episodio sobre la invención del ariete, ex nihilo, durante
un supuesto episodio bélico en Gadir, es plenamente legendario, por cuanto que tal dispositivo
de asedio surge en un momento temprano en el Próximo Oriente de forma paralela al propio de-
sarrollo de las técnicas de fortificación. La profecía de Ezequiel (26.7-9) sobre el asedio de Tiro
por Nabucodonosor evidencia que a comienzos del s. VI a.C. ya se utilizaban tanto el ariete como
la tortuga arietaria: E. Ferrer Albelda, «Los púnicos de Iberia y la historiografía grecolatina»,
SPAL, 5, 1996, p. 125, n. 14.
 J.L. López Castro, «El imperialismo cartaginés y las ciudades fenicias de la Península Ibérica
entre los siglos VI-III a.C.», Studi di Egittologia e di Antichità Puniche, 9, 1991, p. 93.
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del asedio a Gadir narrado por Ateneo y Vitrubio se conecte con otros
de mayor peso en la historiografía antigua, y se integre como una pieza
más en el complejo entramado argumental forjado en torno a algunos
de los grandes temas de la Historia Antigua peninsular, entre los que se
incluyen la crisis del siglo VI a.C., o el origen y el carácter del imperia-
lismo cartaginés en la Península.
Los otros dos testimonios antiguos en que se documentan ataques
a la ciudad de Gadir se encuentran en las obras de Macrobio y Justino.
Macrobio recoge en sus Saturnalia un episodio célebre por su rareza
y excepcionalidad, en el que se relata el frustrado ataque al templo de
Hércules en Gadir por parte de un tal Terón, rex Hispaniae citerioris, que
es derrotado por las naves gaditanas en fabulosas circunstancias:

Terón, rey de la Hispania Citerior, impulsado por el loco deseo de con-


quistar el templo de Hércules, equipa una flota; los gaditanos salieron
a su encuentro en sus navíos de guerra y, comenzando el combate, la
lucha todavía se mantenía indecisa, cuando de repente las naves regias
emprendieron la huida y al mismo tiempo se consumieron arrebatadas
por un repentino incendio. Los poquísimos supervivientes de los ene-
migos, hechos prisioneros, declararon que se les habían aparecido unos
leones sobre las proas de las naves gaditanas, y que de repente, lanzados
unos rayos semejantes a los que se pintan en la cabeza de Sol, sus naves
ardieron.

El otro testimonio en el que se informa sobre un ataque a Gadir se


incluye en el Epítome que Justino realiza de las Historiae Philippicae de
Pompeyo Trogo. En el libro 44 del Epítome se despliega un abigarrado
resumen de la historia del dominio fenicio y cartaginés en la Península
-res Hispaniae et Punica-, en el que se incluye el relato de cómo los
cartagineses acudieron en auxilio de Gadir, que estaba siendo hostigada
por parte de sus pueblos vecinos:

Luego, después de los reyes de Hispania, los cartagineses fueron los


primeros en hacerse con el dominio de la provincia. En efecto, cuando los
gaditanos recibieron en sueños la orden de trasladar a Hispania el culto

 Macr., Sat., 1.20.12 (trad. C. Granados).


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de Hércules desde Tiro, de donde también procedían los cartagineses, y


fundaron allí una ciudad, puesto que los pueblos vecinos de Hispania,
que veían con malos ojos el engrandecimiento de la nueva ciudad, hos-
tigaban a los gaditanos con la guerra, los cartagineses enviaron ayuda a
sus hermanos de raza. Allí, en una expedición victoriosa liberaron a los
gaditanos de la injusticia y con una injusticia mayor aún unieron una
parte de la provincia a su dominio. Después, animados por el resultado
de la primera expedición, enviaron también al general Amílcar con un
gran ejército para apoderarse de la provincia.

La tradición de exégesis de este conjunto de informaciones ha


tendido a esquivar la posibilidad de que, en algún momento, Cartago
atacase realmente a la Gadir fenicia. La fórmula más habitual para
explicar lo que se entendía como un ilógico enfrentamiento fratricida,
ha consistido en conectar la cuestión del asedio cartaginés a Gadir con
este pasaje de Justino sobre el hostigamiento a los gaditanos por parte
de los «pueblos vecinos de Hispania» -finitimis Hispaniae populis-, y la
expedición cartaginesa que acude en auxilio de sus hermanos de raza.
Así, se ha solido interpretar que el hostigamiento a Gadir que
menciona Justino habría desembocado en una conquista de la ciudad por
parte de los indígenas iberos (generalmente identificados como tartesios).
En tal caso, cuando los cartagineses asedian Gadir, como relatan Vitrubio
y Avieno, esta ciudad está «coyunturalmente» bajo dominio indígena.
El éxito de la expedición cartaginesa de auxilio desembocaría en la de-
volución de la ciudad a sus dueños originarios, los fenicios gaditanos.
En esta línea, el frustrado ataque de Terón, relatado por Macrobio, ha
sido relacionado con el ataque a Gadir por parte de los pueblos hispanos
vecinos a que hace alusión Justino, pese a los múltiples problemas que
presenta una interpretación en este sentido. Los análisis de J. Alvar y de
A. del Castillo, si bien divergentes en sus conclusiones, permiten pensar
que este episodio no tiene relación alguna con el narrado por Ateneo y
Vitrubio.

 Iust., 44.5 (trad. J. Castro Sánchez).


 M. Bendala, «Los cartagineses en España», en Historia General de España y América. I-2. De
la Prehistoria a la conquista romana, Madrid, 1987, p. 123.
8 J. Alvar, «Theron, rex Hispaniae Citerioris (Macr., Sat. I, 20, 12)», Gerión, 4, 1986, 161-175; A.
del Castillo, «El rey Terón y la situación de la Península en época postartéssica», Rivista di Studi
Fenici, 21, 1993, 53-62. Alvar considera que Terón no es sino un régulo ibérico del área contestana
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La cuestión alcanza una dimensión historiográfica de más alcance


por cuanto que, en el orden interno de los sucesos que se narran en el
pasaje de Justino, la supuesta «liberación» de Gadir de los invasores
iberos, iba unida a la conquista cartaginesa de parte del territorio penin-
sular (partem provinciae), precedente exitoso, a su vez, de la empresa de
conquista del sur de la Península Ibérica emprendida por los generales
Bárcidas a partir del 237 a.C. Desde muy pronto se pusieron en relación
estos pasajes de Justino con otros bien conocidos de las Historias de
Polibio: en primer lugar con aquél en que, en el contexto de la narra-
ción de los antecedentes de la primera Guerra Púnica, se enumeran las
posesiones de Cartago en el Mediterráneo, entre las que se encuentran
«muchos territorios de Iberia». Y, sobre todo, con el pasaje con que se
inicia el relato de la conquista de Iberia por los generales Bárcidas:

Los cartagineses, tan pronto como hubieron enderezado sus asuntos de


África, alistaron tropas y enviaron inmediatamente a Amílcar a los parajes
ibéricos. Amílcar recogió este ejército y a su hijo Aníbal, que entonces
tenía nueve años, atravesó las columnas de Heracles y recobró para los
cartagineses el dominio de España10.

La referencia a una «recuperación» -¢nekt©to- de los pr£gmata


(¿«asuntos», «intereses», «posesiones»…?) de Iberia por parte de Amílcar
ha generado una larga e intensa discusión en torno al exacto significado
de estas expresiones, pues de las mismas dependen en buena medida
las tesis tradicionales sobre el origen, el carácter y la intensidad de la
presencia cartaginesa en la Península Ibérica11. Aquellos que del pasaje
de Justino –44.5– deducen que la expedición cartaginesa de auxilio a
Gadir supuso también la conquista de parte del territorio peninsular,
creen que es a estas «posesiones» a las que se refiere Polibio, pr£gmata

que habría protagonizado, a mediados del s. IV a.C., un ataque a la púnica Gadir auspiciado, quizá,
por las comunidades griegas. Se trataría de un reflejo del conflicto más global por las áreas de
influencia en la Península entre los ámbitos griego y púnico. Por su parte, A. del Castillo eleva la
cronología del episodio e interpreta el ataque de Terón a Gadir en el contexto de las luchas de los
pueblos «postartésicos» contra los fenicios peninsulares, como un frustrado intento de recuperar
la «unidad perdida» del antiguo imperio tartésico.
 Plb., 1.10.5.
10 Plb., 2.1.5-6 (trad. M. Balasch Recort).
11 Véase P. Barceló, Karthago und die Iberische Halbinsel vor den Barkiden, Bonn, 1988; y su
contribución en este mismo volumen.
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que fueron, de alguna manera, perdidas en el intervalo entre la primera


expedición cartaginesa, y la de Amílcar en 237 a.C.
En la tradición historiográfica peninsular, el debate se ha venido
centrando en cuándo habían atacado los indígenas a la Gadir fenicia y
cuándo habían acudido los cartagineses a liberarla. La tesis más forzada
fue la de Schulten, quien consideraba que no fue Gadir, sino Tarteso la
ciudad asediada, y que, de hecho, el episodio relatado por Vitrubio y
Ateneo estaría reflejando la destrucción de Tarteso a manos de los pér-
fidos cartagineses en torno al 500 a.C12. Bosch Gimpera, por su parte,
sostuvo que Gadir había sido tomada por los iberos y posteriormente
recuperada con ayuda de los cartagineses, hechos que podrían datarse
hacia finales del siglo VI a.C13. En cambio, García y Bellido planteó
la posibilidad de que el episodio sobre el asedio cartaginés a Gadir se
relacionase con la llegada de Amílcar en 237 a.C. para «recuperar» las
antiguas posesiones cartaginesas en la Península perdidas, a su juicio,
tras la primera Guerra Púnica y la crisis en que, tras la derrota, se ve
sumido el estado cartaginés14.
En relación con los pasajes comentados de Ateneo y Vitrubio, y,
sobre todo, con el de Justino, entre los investigadores actuales que se
han ocupado de la cuestión destaca por sus trabajos J. L. López Castro,
quien considera, en la línea de Bosch, que ambos grupos de informaciones
hacen referencia al mismo episodio, y que contienen un fondo histórico
real: el asedio de Cartago a una Gadir que previamente había sido to-
mada por pueblos iberos. Respecto del pasaje de Justino, un estudio de
su particular metodología de trabajo en la confección del epítome de la
obra de Pompeyo Trogo vendría a mostrar cómo se habrían alternado la
omisión de largos párrafos con breves resúmenes y la trascripción literal
de párrafos concretos. La expresión con que, en 44.5, se enlazan la pri-
mera y la segunda expedición cartaginesa -Postea quoque hortantibus
primae expeditionis auspiciis...- implicaría la omisión de un pasaje del
texto original de Trogo por parte de Justino, al tratarse de una fórmula
destinada a unir dos bloques de información que, en origen, estarían
separados. Por tanto, a juicio de López Castro, no hay por qué creer que

12 A. Schulten, Tartessos, 3ª ed., Madrid, 1972, 126.


13 P. Bosch Gimpera, «Una guerra fra cartaginesi e Greci in Spagna: la ignorata battaglia di Artemi-
sion», Rivista di Filologia e di Istruzione Classica, 28, 1950, p. 316.
14 A. García y Bellido, Fenicios y carthagineses en Occidente, Madrid, 1942, pp. 26-28; idem, «Io-
cosae Gades»: Pinceladas para un cuadro sobre Cadiz en la Antigüedad, Madrid, 1951, pp. 19-20.
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la primera expedición cartaginesa de auxilio/liberación de Gadir a que


se hace referencia en el pasaje fuera cercana en el tiempo a la llegada de
Amílcar en 237 a.C. Este argumento permite desvincular causalmente los
dos episodios y atribuir al de la primera expedición cartaginesa a Gadir
una cronología mucho más elevada: se trataría de un episodio inserto en
el contexto de crisis y transformaciones que afectan a las fundaciones
coloniales fenicias del sur peninsular desde el siglo VI a.C15.
Con los datos disponibles creemos que es posible proponer una
explicación alternativa al episodio del asedio de Gadir por parte de
Cartago, partiendo de la hipótesis de que realmente pudo haber un en-
frentamiento directo entre ambas ciudades sin necesidad de que Gadir
estuviese, coyunturalmente, bajo dominio indígena. Para ello hemos de
revisar el carácter de las relaciones del estado cartaginés con las comu-
nidades fenicias peninsulares y, en concreto, con Gadir, en el período
anterior al dominio Bárcida.
Nos adentramos en un ámbito que ha sido objeto en las últimas
décadas de un intenso debate16. Frente a las tesis tradicionales, que sos-
tenían que Cartago había consolidado un importante imperio territorial
en la Península Ibérica desde un momento muy temprano, los trabajos
de C.G. Wagner y J.L. López Castro, que aplicaron al caso peninsular
la revisión de C.R. Whittaker sobre la actuación cartaginesa en Sicilia,
vinieron a establecer la tesis de que no había existido tal imperio territo-
rial, y sí en cambio una posición de hegemonía de Cartago como cabeza
de un sistema de comercio administrado17.

15 J.L. López Castro, «El imperialismo cartaginés y las ciudades fenicias de la Península Ibérica
entre los siglos VI-III a.C.», p. 93; idem, «Pompeyo Trogo (Justino XLIV, 5, 1-4) y el imperialismo
cartaginés en la Península Ibérica», In Memoriam J. Cabrera Moreno, Granada, 1992, 219-235.
16 Una síntesis de las diferentes perspectivas en E. Ferrer Albelda, «Gloria y ruina de la Iberia
Cartaginesa. Imágenes del poder en la historiografía española», CuPAUAM, 28-29, 2002-2003,
pp. 16-17.
17 C.R. Whittaker, «Carthaginian Imperialism in the 5th and 4th Centuries», en Imperialism in the
Ancient World, 1978, Cambridge, 59-90; C.G. Wagner, «Cartago y el Occidente. Una revisión
crítica de la evidencia literaria y arqueológica», In Memoriam Agustín Díaz de Toledo, Granada-
Almería, 1985, 437-460; idem, «The Carthaginians in Ancient Spain. From Administrative Trade
to Territorial Anexation», Studia Phoenicia, 10, 1989, 145-156; J.L. López Castro, «Cartago y la
Península Ibérica: ¿Imperialismo o hegemonía?», en La caída de Tiro y el auge de Cartago, Ibiza,
1991, 73-84; idem, «Las ciudades fenicias occidentales y Cartago (c. 650-348 a.C.)», en Os púnicos
no extremo ocidente, Lisboa, 2001, 57-68; idem, «Carthage and the Mediterranean trade in the
Far West (800-200 B.C.)», Rivista di Studi Punici, 1, 2000, 123-144. Véase también el ya clásico
trabajo de O. Arteaga, «La liga púnica gaditana. Aproximación a una visión histórica occidental,
para su contrastación con el desarrollo de la hegemonía cartaginesa en el mundo mediterráneo»,
en Cartago, Gadir, Ebusus y la influencia púnica en los territorios hispanos, Ibiza, 1994, 23-57.
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Si bien esta perspectiva ha sido generalizadamente aceptada en las


últimas décadas, asistimos recientemente a la aparición de aportaciones
que centran su atención en la intensificación de los intereses económicos
y de la presencia cartaginesa en el extremo Occidente en los siglos IV
y III a.C., fortaleciendo la idea de que el intervencionismo de Cartago
en puede ser más temprano e intenso de lo que últimamente esta zona
se venía sosteniendo18, e incluso volviendo a reivindicar la tesis de un
temprano dominio territorial cartaginés en la Península19.
Contamos con toda una serie de testimonios literarios y de infor-
maciones arqueológicas que permiten aproximarnos a los intereses y a la
actividad de Cartago más allá del Estrecho de Gibraltar, y a sus relaciones
con Gadir, entre los siglos VI y III a.C20. La interpretación de estos da-
tos ha desembocado en tesis muy divergentes: si bien tradicionalmente
fueron utilizados como prueba de la temprana conquista de amplios
territorios peninsulares por parte de Cartago y, en casos extremos, de
un verdadero «Cierre del Estrecho»21, también, por su relativa escasez,
han sido interpretados como reflejo de una escasa actividad cartaginesa
en la Península antes del período Bárcida22.
Sin duda, un elemento clave para calibrar el rol de Cartago
respecto de las comunidades peninsulares en estos momentos es el
segundo tratado entre Roma y Cartago, de 348 a.C. La gran mayoría de
la investigación actual ha coincidido en ubicar el problemático Mastia
Tarseion de Polibio23 en la Península Ibérica (y más concretamente en
el área de Cartagena), y en consecuencia, en creer que Cartago limita la
actividad romana en el sur peninsular, lo que sería expresión de su papel

18 A. Mederos y G. Escribano, «El periplo norteafricano de Hannón y la rivalidad gaditano-carta-


ginesa de los siglos IV-III a.C.», Gerión, 18, 2000, 77-107; F. López Pardo y J. Suárez Padilla,
«Traslados de población entre el Norte de África y el sur de la Península Ibérica en los contextos
coloniales fenicio y púnico», Gerión 20 (1), 2002, 113-152; G. de Frutos Reyes y Á. Muñoz
Vicente, «La incidencia antrópica del poblamiento fenicio-púnico desde Cádiz a Sancti Petri»,
en Gadir-Gades. Nueva perspectiva interdisciplinar, Sevilla, 2004, 5-69. Cf. la revisión de las
relaciones de Cartago con Gadir y su área de influencia a cargo de L.I. Manfredi, La politica
amministrativa di Cartagine in Africa, Roma, 2003, pp. 471 ss.
19 M. Koch, «Karthago und Hispanien in vorbarkdischer zeit», Madrider Mitteilung, 41, 2000,
162-177; idem, «Cartago e Hispania anteriores a los Bárquidas», en Religión, lengua y cultura
prerromanas de Hispania, Salamanca, 2001, 189-197.
20 Una completa síntesis en E. Ferrer Albelda, «Los púnicos de Iberia y la historiografía grecolatina»,
p. 128.
21 A. Schulten, Tartessos, pp. 132 ss.
22 C.G. Wagner, «El auge de Cartago (s. VI-IV) y su manifestación en la Península Ibérica», pp.
11-13.
23 Plb. 3.24.6-26.
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hegemónico en la zona. La ausencia de menciones a Gadir en este tratado


–frente a la mención a Tiro y a Útica– ha sido interpretada de manera muy
divergente: como prueba de que Gadir gozaba de independencia política
propia frente a Cartago, a la vez que de su rivalidad comercial24; como
reflejo de que Gadir era un aliado de Cartago de un rango tan bajo que no
requería su inclusión en el tratado25; o bien que los fenicios peninsulares,
Gadir incluida, están representados en la mención al «pueblo de Tiro»
-Tur…wn (...) d»mJ-, como expresión que genérica para designar a los
fenicios occidentales26.
Recientemente se va afianzando una línea de interpretación que
postula la intensificación de la actividad cartaginesa en el Atlántico desde
el s. IV a.C., en ámbitos de tradicional control gaditano, lo que desemboca-
ría en un escenario de creciente rivalidad comercial entre Gadir y Cartago.
Creemos que un episodio de confrontación militar directa entre Cartago
y Gadir adquiere coherencia histórica si se contempla en este contexto.
Mederos y Escribano han concretado los fundamentos de esta
rivalidad en la pugna por el control del comercio del estaño hacia el
Atlántico Norte, y por el de las pesquerías del banco Canario-Sahariano
en el Atlántico sur, en las que se obtenía parte del garum exportado a
todo el Mediterráneo, aunque tampoco descartan la obtención de marfil,
huevos de avestruz e, incluso, de oro. Un reflejo muy evidente de esta
situación serían los célebres periplos de Hanón e Himilcón. Pese a que
tradicionalmente se les ha otorgado una cronología alta, en el horizonte
de los siglos VI-V a.C., estos autores abogan por contemplar la expedi-
ción de Hanón en el contexto de la situación de rivalidad entre Gadir y
Cartago por el control de las rutas comerciales atlánticas, y fecharla a
fines del siglo III a.C27.

24 A. Mederos y G. Escribano, «El periplo norteafricano de Hannón y la rivalidad gaditano-cartaginesa


de los siglos IV-III a.C.», p. 94.
25 C.G. Wagner, «El auge de Cartago (s. VI-IV) y su manifestación en la Península Ibérica», en
Cartago, Gadir, Ebusus y la influencia púnica en los territorios hispanos, Ibiza, 1994, p. 11.
26 J.L. López Castro, «La identidad étnica de los fenicios occidentales», Identitades étnicas -
identidades políticas en el mundo prerromano hispano, Málaga, 2004, p. 157. En una reciente
propuesta, P. Moret sitúa a Mastia y a Tarseio en las proximidades de Cartago y en Cerdeña,
respectivamente, lo que, en consecuencia, supondría una importante revisión en lo relativo a los
intereses y las prerrogativas de Cartago sobre las comunidades fenicias peninsulares: P. Moret,
«Mastia tarseion y el problema geográfico del segundo tratado entre Cartago y Roma», Mainake,
24, 2002, 257-276. La respuesta a los argumentos de Moret en E. Ferrer Albelda, «¿Mastia en
África?», L’Africa Romana, 16, Rabat, 2004, 1977-2008.
27 A. Mederos y G. Escribano, «El periplo norteafricano de Hannón y la rivalidad gaditano-cartaginesa
de los siglos IV-III a.C.», pp. 94 ss.
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Desde el ámbito de la arqueología los trabajos de De Frutos y


Muñoz son los que más claramente dibujan un panorama de dialéctica
entre Gadir y Cartago, de la que la ocupación Bárcida sería el colofón28.
Sostienen estos autores que la lectura del registro arqueológico en dife-
rentes esferas viene a evidenciar una dinámica de creciente influencia
cartaginesa en el ámbito púnico gaditano hasta mediados del s. IV a.C.,
momento en el que cabría detectar un punto de inflexión y de ruptura de
la dinámica precedente. Durante un corto espacio de tiempo, Gadir y las
demás poleis púnicas occidentales habrían gozado de mayor autonomía
política y económica. Este episodio sería el reflejo, en consecuencia, de
la «pérdida» de los «intereses» de Cartago en la Península a los que se
refiere Polibio29. Sostienen que la proyección cartaginesa en la Península
Ibérica tras la primera Guerra Púnica incluye la conquista de Gadir, que
se solventaría posiblemente mediante un pacto de rendición similar al
empleado en los casos de Útica y Bizerta, ciudades que se rebelaron
contra Cartago durante la Guerra de los mercenarios30.
Es tentador poner en relación los pasajes de Ateneo y Vitrubio
sobre el asedio de los cartagineses a Gadir con esta propuesta, y plantear
la posibilidad de que Amílcar asediase Gadir en 237 a.C., pero existen
objeciones que es preciso atender. Tradicionalmente se ha dado por su-
puesto que el desembarco de Amílcar en Gadir se produjo pacíficamente
y con el beneplácito de los gaditanos, debido a que, aunque no disponga-
mos de muchos datos al respecto, se sobreentiende que Gadir era aliada
de Cartago en el momento en que Amílcar inicia la conquista, y que la
llegada de los ejércitos cartagineses beneficiaba tanto a Gadir como al
resto de ciudades fenicias de la Península Ibérica, al ver ampliado su
mercado al interior peninsular conquistado por los Bárcidas31.
Pero la objeción más sólida a la posibilidad de una conquista
militar de Gadir por parte de las tropas de Amílcar viene de quienes no

28 G. de Frutos Reyes y Á. Muñoz Vicente, «Aportaciones al estudio de Gadir durante los enfrenta-
mientos romano-cartagineses», en Actas del III Congreso de Historia de Andalucía, t. 4, Córdoba,
2003, 249-271; idem, «La incidencia antrópica del poblamiento fenicio-púnico desde Cádiz a Sancti
Petri», pp. 5-69.
29 Plb. 2.1.5-6.
30 G. de Frutos Reyes y Á. Muñoz Vicente, «La incidencia antrópica del poblamiento fenicio-púnico
desde Cádiz a Sancti Petri», p. 35.
31 En general, así lo creen autores como G. Chic, «La actuación político-militar cartaginesa en la
Península Ibérica entre los años 237 y 218», Habis, 9, 1978, 233-242; J.L. López Castro, Hispania
Poena. Los fenicios en la Hispania romana, Barcelona, 1995, pp. 77 ss.; o C.G. Wagner, «Los
Bárquidas y la conquista de la Península Ibérica», Gerión, 17, 1999, p. 265.
el origen del ariete: cartago versus gadir a fines del s.iii a.C. 135

encuentran en las fuentes literarias pruebas de este supuesto enfrenta-


miento entre Cartago y las poblaciones púnicas. Así, por ejemplo, E.
Ferrer Albelda subraya que no existen testimonios de un enfrentamiento
de Amílcar ni con Gadir ni, en general, con los púnicos de Iberia, esto es,
con los mastienos y, en consecuencia, deduce que la «recuperación» de
los intereses cartagineses en la zona no afectaría a los territorios costeros
de honda raigambre semita, sino a las regiones y vías de comunicación
de las que dependía especialmente el suministro de metales, esto es a
los pueblos del interior32.
Creo que es conveniente revisar la posibilidad de que el desem-
barco de Amílcar implicase episodios de enfrentamiento bélico tanto con
Gadir como con alguna de las comunidades fenicias peninsulares. En
primer lugar por que una visión global de las circunstancias en que Car-
tago emprende su empresa de conquista en la Península Ibérica permite
pensar que se trata de una situación de extrema urgencia y de una empresa
con una finalidad decididamente depredadora, tras la que subyace la ne-
cesidad de conseguir recursos en grandes cantidades y de manera rápida,
por motivos bien conocidos. La cuestión clave consiste en evaluar cómo
fue percibida esta operación de conquista emprendida por Amílcar por
parte de los dirigentes gaditanos. Cartago llegaba para apropiarse de la
infraestructura económica de Gadir en beneficio propio y para satisfacer
sus concretas necesidades económicas. Por tanto, es posible plantear
que la actitud de Gadir y también del resto de ciudades fenicias de la
Península no fuera tan favorable a la llegada de las tropas de Amílcar33.
A este cambio de perspectiva se puede sumar una relectura de
los testimonios relativos a la llegada de los ejércitos cartagineses. La
información de las fuentes literarias es ciertamente escueta. De Apiano
obtenemos tan sólo que Amílcar se dirigió a Gadeira y que, tras cruzar el
Estrecho, se dedico a devastar el territorio de los iberos, que no le habían
causado daño alguno34. Por su parte Diodoro es algo más explícito:

32 E. Ferrer Albelda, «Los púnicos de Iberia y la historiografía grecolatina», p. 123.


33 A. Mª. Niveau de Villedary, en su revisión del concepto de «Círculo del Estrecho», dibuja un
escenario de tradicional independencia económica y política de Gadir y su área de influencia
respecto de Cartago. En el contexto de la segunda Guerra Púnica, esto se reflejaría en el carácter
superficial y coyuntural de su apoyo al bando cartaginés: A. Mª. Niveau de Villedary, «El espacio
geopolítico gaditano en época púnica. Revisión y puesta al día del concepto de «Círculo del Estre-
cho»», Gerión, 19, 2001, 343-346. Cf. el clásico de M. Tarradell, «Los fenicios en Occidente.
Nuevas perspectivas», en D. Harden, Los Fenicios, Barcelona, 1967, 277-314.
34 App., Iber. 5.
136 manuel álvarez martí-aguilar

Amílcar, después que tuvo el mando del ejército en Cartago, pronto acre-
centó su nación y la hizo llegar hasta las Columnas de Heracles, Gadira
y el océano. Así, la ciudad de Gadira es una colonia fenicia, se halla en
los confines del orbe habitado, en medio del mismo océano y tiene un
puerto. Mas, habiendo hecho la guerra contra los iberos y tartesios, junto
con Istolacio, caudillo de los celtas, y un hermano de éste, los destrozó
a todos, entre ellos también a los dos hermanos, a la vez que a otros
caudillos de los más destacados35.

Si bien es cierto que, como señala Ferrer Albelda, no se docu-


menta en las fuentes un enfrentamiento de Amílcar con los mastienos,
esto es, con las comunidades de origen fenicio de la costa mediterránea,
es posible plantear que la mención a los tartesios del texto de Diodoro
haga relación a poblaciones fenicias peninsulares y no exclusivamente,
como se suele dar por supuesto, a comunidades «iberas».
Para ello es preciso atender a un episodio que afecta también a
pueblos tartesios, narrado, en este caso, por Livio y Polibio36. Tras el
inicio de la segunda Guerra Púnica, la flota de Asdrúbal, formada por
cuarenta naves, se enfrenta en 217 a.C. a la romana de Cneo Escipión en
la desembocadura del Ebro. Polibio menciona que, durante el invierno
anterior, Asdrúbal había equipado las treinta que le había entregado
Aníbal, y había incorporado diez nuevos barcos. La batalla naval de la
desembocadura del Ebro acabó en una debacle de los cartagineses, a
quienes los romanos apresaron veinticinco naves. Livio informa que los
culpables de la derrota fueron los «prefectos de las naves», al encabezar
la huida y propiciar el desastre, por lo que fueron duramente amonestados
por Asdrúbal, y cree que fue éste el motivo por el que estos oficiales, que
desde aquél episodio nunca habían sido muy de fiar ni para el general ni
para los intereses de Cartago, desertan en 216 a.C., instigando, además
una sublevación entre el pueblo tartesio (Tartesiorum gente):

Estos sublevados habían suscitado una insurrección entre los tartesios, y


por instigación suya se habían rebelado unas cuantas ciudades, incluso
una de ellas la habían tomado por la fuerza. Se dirigió la guerra contra
el pueblo tartesio en vez de los romanos, y Asdrúbal penetró en territorio

35 D.S., 25.10.1 (trad. Mª.N. Muñoz Martín).


36 Liv. 22.19-20; Plb. 3.95-96.
el origen del ariete: cartago versus gadir a fines del s.iii a.C. 137

enemigo con su ejército en son de guerra y decidió atacar a Calbo, famoso


jefe de los tartesios…37

La utilización del etnónimo tartesio en el contexto de finales del


s. III a.C. llama poderosamente la atención, y obliga a una revisión de
su identidad étnico-cultural en un contexto muy alejado en el tiempo del
período orientalizante. Pese a que el núcleo del territorio tartesio se ubica
habitualmente en el suroeste peninsular, el análisis de los pasajes de Livio
en los que relata las operaciones contra los tartesios, lleva a autores como
R. Corzo a pensar que la sublevación se originó y desarrolló en la costa
malagueña, zona habitada desde muy antiguo por fenicios occidenta-
les38. López Castro deduce que las diez nuevas naves incorporadas por
Asdrúbal a la flota, o bien el equipamiento y tripulación de las mismas,
hubieron podido correr a cargo de las ciudades fenicias de la Península,
entre las que incluso podría contarse Gadir. También sospecha que los
«prefectos de las naves» que desertan e instigan la sublevación entre los
tartesios fueran fenicios occidentales, oficiales navales de estas ciudades,
al mando de esos diez navíos, lo cual terminaría por explicar su escasa
fidelidad a la causa cartaginesa y la sublevación39.
Creo que este argumento puede ser ampliado: entre los tartesios
de Diodoro y de Livio se pueden incluir las comunidades fenicias del sur
peninsular, y en este caso concretamente, tanto las de la costa malagueña
como las del área gaditana. También así se explica mejor la capacidad
de movilización de los «prefectos de las naves» sobre estas poblacio-
nes: es lógico suponer que los tartesios a los que incitan a la rebelión
son gentes de su propia comunidad. Esta identificación de tartesios con
fenicios peninsulares no ha de ser entendida como una confusión; existe
toda una tradición en literatura antigua, especialmente en la latina, que
vincula el nombre de Tarteso con Gadir y el del etnónimo tartesio con
comunidades de origen fenicio del sur peninsular40.

37 Liv. 23.26 (trad. J.A. Villar Vidal).


38 R. Corzo, «La segunda guerra púnica en la Bética», Habis, 6, 1975, p. 218.
39 J.L. López Castro, «Las ciudades fenicias del Sur de la Península Ibérica y la conquista romana»,
Actas del II Congreso de Historia de Andalucía, t. 3, Córdoba, 1994, p. 252; idem, «Las ciudades
fenicias occidentales durante la segunda guerra romano-cartaginesa», en La segunda guerra púnica
en Iberia, Eivissa, 2000, p. 55.
40 J. Alvar, «Tartessos-ciudad = Cádiz. Apuntes para una posible identificación», Estudios sobre
la Antigüedad en homenaje al Profesor Santiago Montero Díaz. Anejos de Gerión, II, Madrid,
1989, 289-294. Desarrollo este planteamiento más en extenso en M. Álvarez Martí-Aguilar,
«Arganthonius Gaditanus. La identificación de Gadir con Tarteso en la tradición antigua», e.p.
138 manuel álvarez martí-aguilar

Contamos además, con datos arqueológicos que invitan muy


directamente a ser vinculados con el episodio que venimos analizando
a través de las fuentes literarias. En las excavaciones en el yacimiento
del Castillo de Doña Blanca, frente al antiguo archipiélago gaditano, se
han documentado niveles de destrucción de fines del s. III a.C., inmedia-
tamente previos al abandono del sitio. Se observaban en ellos síntomas
de violencia, como la destrucción hasta los cimientos de varios tramos
de la muralla, el hallazgo de bolas de catapultas en la zona portuaria y
la existencia de potentes estratos de cenizas, todo lo cual es, a juicio del
excavador, evidencia clara del desarrollo de un asedio. El hallazgo de un
tesorillo de 56 monedas en el nivel de destrucción ofrece la posibilidad
de datar con notable precisión el episodio y plantear hipótesis sobre las
causas del asedio. Ruiz Mata, que catalogó las monedas como «hispano-
cartaginesas», atribuye el fin del poblado de Doña Blanca a un asedio
cartaginés en época de Asdrúbal o Aníbal41. Análisis más detallados del
hallazgo numismático han llevado a propuestas diferentes. C. Alfaro
y C. Alonso consideran estas monedas como cartaginesas, acuñadas
en Cartago durante la Segunda Guerra Púnica, y como testimonio de
la precipitada huida de su poseedor, probablemente un soldado, en un
contexto de enfrentamiento bélico. La cronología de emisión de estas
monedas se sitúa hacia el 221-210 a.C., lo que lleva a estas investigadoras
a pensar que los violentos sucesos que presiden el fin del asentamiento
tuvieron lugar hacia el 206 a.C., en el contexto de la expulsión de los
cartagineses de la Península Ibérica por parte los romanos tras su victoria
sobre aquéllos en Ilipa42.
La cronología sobre el abandono de las monedas parece excluir
su vinculación con un asedio de la ciudad en fecha tan temprana como el
237 a.C., pero no excluye la posibilidad de que el episodio de violencia
enfrentase a cartagineses y a gaditanos, en relación con los testimonios

41 D. Ruiz Mata, «El Castillo de Doña Blanca. Yacimiento clave de la protohistoria peninsular»,
Revista de Arqueología, 85, 1988, p. 46.
42 C. Alfaro Asins y C. Marcos Alonso (1993), «Nota sobre el tesorillo de moneda cartaginesa de
la Torre de Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz)», Actes du XIe Congrès International de
Numismatique, I, Louvain-la-Neuve, 1993, 39-44. En la misma línea J.L. López Castro, que opina
que el abandono del lugar se produjo en 207-206 a.C., en vísperas de la rendición de Gadir a los
romanos, y que las evidencias de asedio corresponden a los ataques que los romanos someten al
territorio circundante de la ciudad fenicia, según el testimonio de Livio (28.22-23) y Apiano (Iber.
32): J.L. López Castro, «Las ciudades fenicias occidentales durante la segunda guerra romano-
cartaginesa», pp. 59 ss.
el origen del ariete: cartago versus gadir a fines del s.iii a.C. 139

de Ateneo y Vitrubio. Creo, en este sentido, que podría ponerse en re-


lación con la cuestión de la revuelta de los pueblos tartesios a que tuvo
que hacer frente Asdrúbal en 216 a.C. Una revisión del carácter de las
relaciones de Cartago con Gadir tras el 237 y hasta el 206 a.C. puede
contribuir a consolidar la hipótesis que venimos barajando.
Tampoco en este contexto hay unanimidad. Autores como López
Castro entienden que, al menos hasta el inicio de la segunda Guerra Púni-
ca, Gadir mantiene una cierta autonomía y un estatus soberano respecto de
Cartago, con la pervivencia de sus propias instituciones y magistraturas
ciudadanas, como los sufetes. Las pruebas de esta autonomía de Gadir
serían, en primer lugar, las condiciones del tratado romano-cartaginés
del 241 a.C., que otorgaba el rango de aliadas de Cartago a las ciudades
fenicias peninsulares, situación que se mantendría hasta el final de la
guerra. Por otro lado, un pasaje de Livio en el que Magón, casi finali-
zada la guerra, a la vuelta de una infructuosa expedición de conquista a
Cartago Nova, se queja ante las autoridades gaditanas, que le han negado
el acceso a la ciudad, del trato recibido, siendo él socio atque amico de
Gadir, también vendría a probar su estatus de independencia43. La situa-
ción cambia una vez iniciada la guerra, momento en que Aníbal asienta
guarniciones y comandantes militares en Gadir y Baria44.
Por el contrario, De Frutos y Muñoz creen que Amílcar, ya desde
237 a.C., adopta medidas de control directo de Gadir y las demás ciudades
fenicias peninsulares, por cuanto que formaban parte de los dominios
que escapan al control de Cartago tras la primera Guerra Púnica y que
el general cartaginés –siguiendo a Polibio– «recobra». El caso de Gadir
sería semejante al de las ciudades rebeldes de Útica y Bizerta, sometidas
tras su defección durante la crisis de los mercenarios. En consecuencia,
la imposición de efectivos militares con un prefecto al mando en Gadir
y en Baria se habría producido inmediatamente después de la conquista;
estos gobernadores militares se habrían superpuesto a las instituciones
ciudadanas tradicionales. Tras el inicio de la guerra con los romanos y
el estallido de rebeliones -sofocadas por Asdrúbal- en la retaguardia, el
control de Cartago sobre Gadir y las demás comunidades fenicias se haría
aún más férreo: desde la batalla de las bocas del Ebro y hasta el 206 a.C.,

43 Liv. 28.37.1-2.
44 J.L. López Castro, Hispania Poena. Los fenicios en la Hispania romana, pp. 84 ss. J.L. López
Castro, «Las ciudades fenicias occidentales durante la segunda guerra romano-cartaginesa», p. 52.
140 manuel álvarez martí-aguilar

Gadir se mantiene prácticamente como rehén de las tropas cartaginesas45.


Desde esta perspectiva también se explican mejor los intentos de deser-
ción y entrega de Gadir a los romanos por parte de sus habitantes46, el
saqueo al que Magón somete a la ciudad, el cierre del puerto gaditano a
su flota tras la expedición a Cartago Nova y el expeditivo trato que, por
ello, dispensa a los magistrados de la ciudad47, o la pronta rendición de
Gadir a Roma y el estatus privilegiado que se le otorga en 206 a.C48.
Creemos que las relaciones entre Cartago y Gadir desde el 237
a.C. están marcadas por un estado de tensión latente, acrecentada desde
el inicio de la guerra con los romanos en 218 a.C. La revisión de los
datos permite replantear un escenario en el que, en el contexto de la
implantación Bárcida en el sur peninsular, pueden haberse dado episo-
dios de confrontación directa entre los cartagineses y las comunidades
fenicias occidentales, Gadir incluida. Los pasajes de Ateneo y Vitrubio
sobre el asedio de Cartago a Gadir, aún incluyendo elementos claramente
espurios, como es el dato de la invención del ariete, contienen una base
histórica que ha de ser valorada, pues se inserta en un ambiente histó-
rico general coherente. La cronología de los niveles de destrucción del
Castillo de Doña Blanca sugieren que un hipotético asedio cartaginés a
las defensas de Gadir se habría producido tiempo después de la llegada
de Amílcar, con el 221 a.C. como límite post quem aportado por los
hallazgos numismáticos. Creemos, en conclusión, que la rebelión contra
los cartagineses en 216 a.C., en la que intervienen los pueblos tartesios,
puede ser el contexto en el que se produjese dicho ataque.

45 G. de Frutos Reyes y Á. Muñoz Vicente, «Aportaciones al estudio de Gadir durante los enfren-
tamientos romano-cartagineses», p. 263. Según J.L. López Castro, «Las ciudades fenicias occi-
dentales durante la segunda guerra romano-cartaginesa», p. 53, la imposición de las guarniciones
en Gadir y Baria fue una medida de Aníbal antes de partir hacia Italia.
46 Liv. 28.23.6-8; 28.30.4-5; 28.35.1-2.
47 Liv. 28.36.1-3; Como a su vuelta a Cádiz se le impidió el acceso, Magón zarpó con su flota hacia
Cimbios, localidad ésta no muy distante de Cádiz, enviando unos representantes a quejarse de
que se le hubieran cerrado las puertas a él, un aliado y amigo. Los gaditanos se disculparon
atribuyendo el hecho a una revuelta de la población, irritada porque los soldados al embarcar
habían cometido algunos actos de rapiña; él hizo venir a una entrevista a sus sufetes, que son
los más altos magistrados entre los cartagineses, y a su cuestor, y después de azotarlos los hizo
crucificar. Liv. 28.37.1-2; trad. de J.A. Villar Vidal.
48 Sobre las circunstancias en que pudo haberse gestado el foedus de Gadir y sus condiciones cfr. J.L.
López Castro, «El foedus de Gadir del 206 a.C.: una revisión», Florentia Iliberritana, 2, 1991,
269-280.

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