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Como regla general, desprecia el tiempo objetivo; se diría que intenta desorientar al lector a
sabiendas. Para ello se sirve de la técnica del contrapunto, yuxtaponiendo diferentes niveles
temporales; otras veces condensa el tiempo o lo paraliza o lo proyecta sobre la eternidad. A
veces recurre al tiempo interior de los recuerdos en un completo olvido de la cronología
tradicional. Ahora bien, la mayoría de estos saltos temporales pueden reconocerse por el
cambio temático que estos significan, por ejemplo: “Escondida en la inmensidad de Dios,
detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan
mis palabras.
–Abuela, el molino no sirve, tiene el gusano roto” (Rulfo 16). Así, pasado, presente y futuro
se proyectan en el mismo plano y tienden a complementarse. Rulfo fragmenta la cronología,
crea un caos temporal con la intención de enredar al lector en una maraña de superposición
de tiempos. Este caos cronológico a veces coincide con cambios abruptos de espacio y de
personajes.
Sin embargo, las intervenciones no se limitan a un juego entre dos temporalidades, sino que
se hacen latentes en la medida que van desarrollándose progresivamente en la obra. Por lo
tanto, la integración de diversos personajes está determinada por un salto cronológico previo
o posterior a su aparición.
Los diálogos mantienen la forma de expresión típica de la obra: son sobrios y concisos. No
se emplean más palabras de las estrictamente necesarias. Como detalle ejemplificador de este
lenguaje podría señalarse el fragmento en el que Justina "limpió el agua del florero roto",
pues no se había narrado nada previamente al respecto. Es una muestra más del carácter
conciso de la narrativa, de la eliminación de todo lo que pueda considerarse superfluo.
El propósito de tal complejidad en la obra quedó declarado por Juan Rulfo, quien confesó
que su intención había sido la de “impregnar al lector de la historia de un vivir colectivo, de
la relatividad del tiempo humano y de la vecindad entre la vida y la muerte”, temas centrales
en la novela, cuya reflexión detenida por el lector es la única clave para el entendimiento de
la obra. Rulfo nos da un libro sobrio, concreto sin palabras más, más que las suficientes para
crear una historia fantástica, intensa y totalmente dramática.