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francés Maurice Merlau – Ponty: “el hombre es el futuro del hombre”. Esa
es la misión del penitenciarista. Por esto, el penitenciarismo es un oficio
de bondad. Se trata de darle la mano al caído, al preso, quien, como se
ha dicho, es el hombre más pobre entre los pobres. El penitenciarista es
el mejor amigo del preso, su confidente, su hermano, su padre.
El penitenciarismo es sencillamente, una alianza de filosofía y de ciencia
y también de humanidad y de misericordia. No es un oficio de salón, no
disfruta de tribunas ni de escenarios para exhibiciones frívolas, no sirve
para cultivar amistades exquisitas ni para obtener riquezas materiales.
Se ejerce en rincones oscuros y se trabaja con hombres oscuros. Los
penitenciaristas somos los albaceas de los vencidos en un mundo de
triunfadores.
En ningún otro saber como en el penitenciarismo, tiene vigencia la
frase de Goethe: “gris, querido amigo, es toda teoría y verde es el árbol
dorado de la vida”. Aun en el presidio, la vida continúa siendo un árbol
dorado. A los penitenciaristas se nos dice, una y otra vez, que somos
cultores de una causa perdida. Tenemos que responder, otra vez con
Goethe, que, después de todo, somos “caballeros” y que el no llegar
nunca es, justamente, lo que nos hace más grandes.
Pero además, debo deciros, señoras y señores, que los penitenciaristas
lo que hacemos es estudiar hombres y redimir hombres. Y cuando se logra
redimir a un hombre, no hay acción humana en la que uno se crea más
un pequeño Dios creador. Y realmente os digo, señoras y señores, que
tampoco hay otra acción humana en la que uno esté tan definitivamente
cerca de serlo.
He dicho.