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LA NACION | SUPLEMENTO CULTURA

Irak: el hábito de la violencia


El uso de la fuerza por parte de potencias occidentales ha marcado desde hace
ochenta y cinco años la historia de Irak. Nuevos libros muestran que la política de Bush
y Blair repite errores cometidos

15 de enero de 2006

"M e parece que tenemos que empezar desde abajo e invadir de nuevo este
país", comentó un soldado estadounidense al observar los resultados de entrenar a una
nueva fuerza policial iraquí el año pasado. "Tal vez esta vez lo hagamos bien", agregó el
soldado. "Demonios, hubiera sido bueno tener un plan." El episodio está relatado en el
diario de Mark Etherington, que consigna la manera en que la coalición encabezada por
los Estados Unidos trató de establecer orden y un gobierno jeffersoniano en el sur de
Irak. Revolt on the Tigris es la mejor crónica del esforzado intento de muchos de los
enviados por Paul Bremer, el procónsul estadounidense del momento, a corregir las
cosas en el Irak post-Saddam, y de por qué no dio resultado, es decir, hasta mediados
del año pasado. [...]

Con el pesado cargo de coordinador regional de la Autoridad Provisoria de la Coalición,


Mark Etherington fue enviado a Kut-al-Amarah, capital de la provincia de Wazit, para
establecer allí cierta apariencia de gobierno y orden en 2003. Etherington creía en la
misión que le había asignado Bremer, y en todo el proyecto estadounidense en Irak, y
desconfiaba de las obvias reservas que manifestaba el Foreign Office británico en ese
momento. Graduado de Cambridge que había revistado en el regimiento de
paracaidistas británicos así como en el Foreign Office, el curriculum vitae de
Etherington parece el de El honorable colegial de John Le Carré. No sólo creía al
principio en su misión civilizadora, sino que siguió creyendo en ella después de que su
equipo fue expulsado de Kut, en la primavera del año pasado, por la milicia del clérigo
shiíta disidente Muqtad al-Sadr. Fue la primera acción de importancia del Jaish al-
Mahdi, el ejército de Muqtada.
Etherington procuró, como coordinador regional, establecer tribunales locales, designar
jueces y crear en la zona alguna semejanza de gobierno local. Su equipo estaba formado
por un pequeño grupo de asesores, una brigada de infantería ucraniana cada vez más
temerosa, algunos contratistas civiles estadounidenses y un dedicado equipo de
protección de control de riesgos. La información de inteligencia sobre la manera en que
Wazit era gobernada, y se gobernaba a sí misma, durante la época de Saddam, y sobre
quiénes eran los hombres de poder en el partido Baath y las jerarquías tribales era muy
escasa. Etherington considera que el poder de las tribus está desapareciendo y describe
a sus belicosos jefes como algo semejante a un puñado de querellantes dirigentes
sindicales del Reino Unido en la década de 1970, una comparación curiosa con una
extraña historia. El nuevo coordinador regional elige nuevos hombres para dirigir la
policía, los tribunales, el consejo local, sólo para verse obligado a despedirlos y
reemplazar a la mayoría al cabo de pocas semanas. Finalmente, su equipo es expulsado
por los hombres de Muqtada, tras un día de asedio y combate, con bajas en ambos
bandos.

Semanas más tarde, Etherington regresa a Kut. Aunque ha recibido un escarmiento,


todavía no está dispuesto a perder toda fe en la misión de la coalición. Pero es una época
de reflexión y ése es el contexto en que cita al soldado que menciona la necesidad de un
plan. Como el granjero irlandés que da instrucciones, "no podía partir del punto en que
se encontraba".

La característica notable de su libro de memorias sobre los meses que pasó en el Tigris,
uno de los volúmenes más elegantes de los publicados hasta ahora acerca del conflicto,
es hasta qué punto todo eso resulta remoto ahora. La historia de Ehterington concluye
en el verano del año pasado, antes de que empezara el ciclo de secuestros y ejecuciones,
los bombardeos de autos y la cíber-propaganda de Al Qaeda. Tal como escribe Alan
Bennett en The History Boys, "no hay período tan remoto como el pasado reciente".

¿División del país?


Y no se trata meramente de que los que no aprenden de los errores de la historia están
condenados a repetirlos. La crisis actual ostenta el sello distintivo de los conflictos
posmodernos: es impredecible, con brotes de violencia inexplicable, y carece de límites
temporales. [...]
Cuando Gertrude Bell (1868-1926), la arqueóloga, viajera y funcionaria británica,
planteaba proyectos del nuevo gobierno de Irak, ochenta y cinco años atrás, un
misionero estadounidense le advirtió que intentar unir una tierra y un pueblo tan
distintos era una invitación al conflicto. "Si intenta trazar una línea alrededor de Irak y
llamarlo una entidad política, está usted ignorando cuatro milenios de historia -le
escribió en una carta (citada por David Fromkin en A Peace To End All Peace, 1989)-.
Asiria cuidaba del oeste, el este y el norte, y Babilonia se ocupaba del sur. Nunca han
sido una unidad independiente. Usted debe tomarse un tiempo para conseguir que se
integren, algo que debe hacerse gradualmente. Ellos no tienen todavía ninguna
concepción de nacionalidad."

Con la perspectiva de que la actual violencia aumente hasta convertirse en una guerra
civil hecha y derecha, el tema de la partición de Irak ha vuelto a ocupar un sitio en la
agenda. En Washington, Londres y Nueva York, así como en Bagdad, la idea de una
"partición benigna" ha empezado a considerarse en todo detalle. En su época, por
supuesto, Gertrude Bell rechazó cualquier propuesta de dividir el país que ella
contribuía a crear. Su enfoque, que afirmaba la necesidad de un fuerte gobierno
centralizado en Bagdad para regir las tres ex provincias otomanas que constituirían el
nuevo Irak, fue respaldado, al principio, por el formidable coronel A. T. Wilson, quien
fue primero vicecomisionado y luego comisionado civil. Más que Bell y su mentor y
amigo Sir Percy Cox, quien más tarde se convirtió en comisionado civil del nuevo reino
de Irak, la historia y las políticas de Wilson tienen un eco contemporáneo.

Debido a su conocimiento de la lengua y el mundo árabe, Wilson fue dispensado de


prestar servicio en su regimiento en el frente occidental y fue asignado a Mesopotamia y
Egipto, donde su energía y sus capacidades lo tornaban indispensable. Su visión de lo
que podía hacerse en Mesopotamia, y más tarde en Irak, resuena curiosamente con las
ideas del círculo del vicepresidente Cheney y del secretario de Defensa Rumsfeld.
Wilson creía en conseguir el respaldo de los árabes educados de la región, con la idea de
que ellos apoyarían un sistema de gobierno occidentalizado, aunque en el caso de
Wilson esto cobrara la forma de una democracia laxa dentro de un protectorado
británico, más que los modelos de democracia estadounidense de Jefferson y Madison.
Ronald Storrs, que fue más tarde el cerebro detrás del mandato británico de Palestina,
recordó un encuentro con Wilson en Basra, el 2 de mayo de 1917, en su libro de
memorias, Orientations (1937): "Wilson me dice que los mesopotámicos son, en general,
adaptables, progresistas y agradecidos... Lo que esperan de nosotros (los británicos) es
un gobierno justo, un gran progreso material y prosperidad, y una asociación gradual de
sus líderes con el poder. Su ideal es que Irak se convierta en otro Egipto".

Antes de la Operación Libertad Iraquí, los partidarios de Rumsfeld y Cheney, Bush y


Tony Blair estaban igualmente convencidos de que los iraquíes, una vez liberados de
Saddam Hussein, adoptarían una forma de democracia laxa bajo la protección y la guía
de Estados Unidos e Inglaterra. La claque de exiliados del congreso nacional iraquí de
Ahmed Chalabi insistía en que la enorme mayoría de las fuerzas armadas iraquíes no
sólo se rendiría, sino que alrededor de la mitad de los efectivos podían ser socios
capaces y bien dispuestos de la Coalición. Por lo que parece, las escuelas de Arnold
Wilson y Donald Rumsfeld han compartido la capacidad de autoengaño.

También compartieron la idea de qué hacer cuando las cosas andan mal, en el sentido
de la difusión de la violencia, la resistencia y la insurgencia: usar una aplastante fuerza
militar. En 1920, la rebelión contra los británicos se inflamó de norte a sur e insumió
casi todo ese año extinguirla. Para entonces, Wilson y Bell ya disentían profundamente
con respecto al futuro de Irak. Bell deseaba conceder mayor autonomía y poder a los
iraquíes; Wilson quería un mayor control británico, respaldado por una fuerte presencia
militar.

Cuando estalló la rebelión de 1920, el Ejército Inglés de Mesopotamia estaba


comandado por el teniente general Sir Aylmer Haldane, un veterano de las campañas en
cuatro continentes, incluyendo el comando de un cuerpo en el frente occidental en 1918.
Su volumen de memorias, The Insurrection in Mesopotamia (1920) publicado apenas
dos años después del acontecimiento, es notable, y no sólo porque hoy los especialistas
suelen comentarlo con mayor frecuencia que leerlo. Se dice que los asistentes de
Rumsfeld exploraron cientos de librerías e segunda mano en busca de un ejemplar (que
en ese momento llegaron a venderse por 250 dólares) para extraer de allí cualquier
enseñanza que pudieran en el momento en que la coalición empezó a enfrentarse con la
nueva versión de insurrección, en el verano de 2003.

Según puede leerse en la reedición de la obra de Haldane, insumió más de seis meses y
un costo de 2.300 vidas británicas e indias reprimir la rebelión, en la que más de 8.000
iraquíes resultaron muertos. Las columnas británicas eran emboscadas y atacadas
durante la noche, saboteadas las vías férreas que les resultaban indispensables, con las
mismas tácticas comando empleadas por T. E. Lawrence en el Hejaz tres años antes.[...]

Manual de errores
En su relato de los acontecimientos de 1920, Haldane, sorprendentemente, casi no
alude a los consejos de Wilson ni a los de Bell. En su conclusión, más bien sombría, del
volumen (en contraste con su autobiografía, publicada veintiséis años más tarde, en la
que recuerda a Mesopotamia como un triunfo personal), el general cuestiona el valor
estratégico de la continuidad de la presencia militar británica en Irak. En su descargo
debe mencionarse que el libro fue escrito unos años antes de que se descubrieran en
Irak los riquísimos campos petroleros de Rumaliyah.

Con respecto a al diálogo político o social con las tribus y los patriarcas en el período
que siguió a la rebelión, el general Haldane parece entregarse a la sospecha de que "el
árabe, con su mente extrañamente sutil, es un ser vano, dado a exagerar y muy
susceptible a la propaganda, a pesar de que se le atribuye que sólo cree en lo que ve".
Cita entonces aprobatoriamente una carta de advertencia de Ibn Saud, sultán de Nejd y
fundador de la actual dinastía saudita, acerca de los patriarcas tribales de Irak: "No
desean que el pueblo de Irak esté en paz, ni que haya en la tierra ley y orden. Es
imposible cambiar su naturaleza, ya que ésa ha sido su política antes y así sigue siendo
hoy". Aunque el corresponsal puede ser prejuicioso, comenta Haldane, "sus palabras
contienen, hay que admitirlo, mucho de verdad".

Haldane cuestionó el uso de la fuerza solamente para coaccionar y cooptar a las tribus
de Mesopotamia. También cuestionó el tiempo durante el cual el ejército indo-británico
podría dedicar tres divisiones a ese país. En este punto aparece como un visionario, pero
en otros aspectos es un soldado de su época, con los prejuicios y presunciones que
perjudicarían a las políticas británicas y más tarde a las estadounidenses en Irak hasta el
día de hoy. Suponía que Irak podía manejarse con la mezcla de coerción, reclutamiento,
licencia y consenso que los británicos aplicaron en India, y en cierto grado, también en
el velado protectorado de Egipto. Debía emplearse tanta fuerza como fuera necesaria,
con ejecuciones y represalias contra los líderes tribales si la situación así lo exigía. Al
final de su campaña, propone que la fuerza aérea se emplee más ampliamente contra las
tribus recalcitrantes... después de todo, por esa vía se compensaría la falta de soldados
de infantería en el terreno. La fuerza aérea sería usada, y con mayor frecuencia de la que
Haldane podría haber imaginado, incluso en la década de 1990, cuando los pilotos,
haciendo cumplir las zonas de "vuelos prohibidos" después del cese del fuego de 1991,
solían permitirse lo que llamaban "bombardeos recreativos". El uso de la fuerza aérea
británica para contrarrestar la rebelión de las décadas de 1920 y 1930 ha dejado un
resentimiento residual contra los británicos en la memoria colectiva de las tribus de
Irak, según explica el profesor Toby Dodge del Queen Mary College de Londres. La
violencia, insinúa en su obra Inventing Irak (2003), cumple un papel peculiar en Irak,
ya que es la alternativa acostumbrada a la legitimidad y a los gobiernos legítimos desde
los primeros días del mandato británico, en 1920, hasta la dictadura militar de Saddam
Hussein. Este año, el despliegue de fuerza más espectacular de los estadounidenses y
sus reclutas iraquíes se produjo en Tal Afar, una estratégica encrucijada sobre las rutas
hacia las fronteras turca y siria. Casualmente, ése fue el lugar donde estalló la rebelión
contra las fuerzas de Haldane, en junio de 1920, con el asesinato de los funcionarios
políticos británicos de la ciudad. En junio de este año, unos 7.000 soldados
estadounidenses y aliados iraquíes se lanzaron a recuperar la ciudad, considerada una
base operativa importante para los soldados extranjeros de Abu Musab al-Zarqawi, de
Al Qaeda, en Mesopotamia. [...]

Otro personaje presente en Tal Afar fue Ahmed S. Hashim, un académico que ha dado
clases en la Academia Naval de Guerra de EEUU y ha cumplido tres turnos como asesor
del comando estadounidense en Irak. Su análisis del combate difiere, desde el primer
renglón de Insurgency and Counter-Insurgency in Irak, de la versión oficial ofrecida por
el Time y otras publicaciones similares, y por la BBC, e ilustra el juego mortal de la
guerra y la verdad que se juega ahora en Irak, juego en el que la verdad suele salir peor
parada. Tal Afar, con una población de sólo 10.000 personas en 1920, es según Hashim
una comunidad profundamente dividida de árabes sunitas, turcos sunitas y shiítas,
kurdos y una significativa minoría de árabes shiítas. La actividad principal de
supervivencia, conducir camiones que cruzan la frontera y contrabandean petróleo,
había sido severamente afectada por la invasión encabezada por EEUU. Persiste una
latente enemistad entre el liderazgo turco de Tal Afar y de Kirkuk y, a medida que la
violencia creció, la milicia Jaish al-Mahdi de Muqtada al-Sadr se trasladó al norte para
ayudar a los shiítas locales.
"La ciudad no estaba en poder de fanáticos terroristas extranjeros, sino que más bien se
trataba de una insurgencia local. Los funcionarios iraquíes repetían ese vetusto cliché
sobre un número significativo de rebeldes extranjeros infiltrados desde Siria, una
afirmación que coincidía con la acusación hecha por Bagdad y Washington contra
Damasco por su indolencia para controlar los extranjeros que consiguen introducirse en
Irak. El número de rebeldes foráneos era minúsculo, apenas el cinco por ciento del total
capturado."

Más ominosas para el futuro interno e internacional de Irak son las observaciones de
Hashim de las fuerzas iraquíes que acompañaban a las estadounidenses en Tal Afar. La
mayoría de los efectivos eran inútiles y no podían emplearse sin conducción
estadounidense, con la excepción de las fuerzas kurdas de Peshmerga, que parecían
entrenadas y con buenos suboficiales. Casi todas las otras unidades del recientemente
constituido ejército iraquí eran tácticamente ineptas y mal comandadas. Las peores eran
las unidades iraquíes shiítas, cuyos efectivos se comportaban como forajidos, dedicados
a su propia campaña de venganza y saqueo. [...]

La idea de que la insurgencia es la asimétrica guerra de venganza diabólicamente


planificada por Saddam y sus compinches es demasiado obvia, demasiado conveniente
como para resistir un examen detallado.

Los estadounidenses y sus aliados están descubriendo cotidianamente las limitaciones


de la fuerza militar para construir un nuevo futuro político. Es probable que los
insurgentes lleguen pronto a esa misma conclusión. El poder armado, la fuerza cinética
-como prefieren denominarla los soldados de hoy-, puede coaccionar e intimidar,
disuadir, dañar, destruir y matar, pero no puede cambiar las actitudes ni la conducta
humanas, y sobre todo, no puede construir confianza. En realidad, hace lo contrario:
desmoraliza y debilita la psiquis; en términos corrientes, puede eliminar la esperanza en
el futuro.

Una medicina letal


En estas guerras, la fuerza cinética sólo puede desempeñar un rol parcial: puede
disuadir y coaccionar, pero no construir. El problema de las tácticas de la coalición en
Irak -llamarlas estrategias sería risible- es que se basaba casi exclusivamente en el uso
de la fuerza. Y ahora, esa fuerza parece cada vez más de la clase equivocada. El empleo
por parte de los insurgentes de tácticas "asimétricas" (bombas camineras que se activan
a distancia, asesinatos y secuestros, videos que reproducen actos de tortura y
ejecuciones, y autos bombas suicidas) está demostrando ser altamente eficaz. A
propósito, vale la pena señalar que Rupert Smith condena la expresión "guerra
asimétrica", que considera simplemente una locución militar destinada a camuflar el
hecho de que el enemigo lleva las de ganar.

Según el general Smith, el conflicto actual pasa por un largo período en el que se
alternan el combate directo y la violencia y lapsos más calmos de sombrío empate. La
falta de límites temporales es una de las seis características principales de la nueva
"guerra entre las personas". Las guerras se darán entre personas más que entre Estados
y ejércitos nacionales; las armas serán usadas de maneras novedosas y no con las
finalidades con las que fueron construidas -según la jerga militar, se usarán de manera
"subsofisticada"-, los ejércitos de potencias como EEUU e Inglaterra tendrán que luchar
cada vez más por su propia protección y supervivencia, y los resultados tendrán poco
que ver con los Estados y con sus políticas. Los objetivos, en esas guerras, pasan de ser
"duros" a ser "blandos", desde los objetivos y blancos específicos hasta el
establecimiento de condiciones en las que el conflicto pueda resolverse. The Utility of
Force nos ofrece la crítica más poderosa de las operaciones en Irak hasta la fecha.
Aunque no es ésa la intención primordial del volumen, que fue escrito antes del inicio de
las hostilidades de marzo de 2003, señala los aspectos más preocupantes de la actual
postura estratégica y táctica de los gobiernos de George W. Bush y Tony Blair con
respecto a Irak. Ambas administraciones enfocan el conflicto en anticuados términos
estatistas, y todavía buscan una solución lograda por medios de la fuerza militar, es
decir, cinética. Los hechos, sin embargo, desde Fallujah hasta Tal Afar, sugieren más
bien la fórmula propuesta por Smith: existe un conflicto atemporal entre personas, y
una resolución satisfactoria que involucre Estados, gobiernos, alianzas y tratados y
tratados tal vez no se logre durante una generación. De hecho, lo más probable es que
Irak se convierta en una nación posmoderna sin Estado, como ocurre hoy en el caso de
Somalia. [...]

La estrategia de Bush y Blair fue equivocada debido a las malas evaluaciones y análisis
de inteligencia, una opinión que Smith comparte con muchos comentaristas del otro
lado del Atlántico y dentro de un amplio espectro político, desde el senador John
McCain hasta el profesor Sir Michael Howard y los exponentes de Open Democracy. El
punto débil no fue tanto la inteligencia militar, referida a las fuerzas, arsenales y poder
militar de Saddam, como la falta de inteligencia sobre la cultura política y social de Irak
y de sus pueblos. Es un defecto que compartieron con el general Haldane, e incluso con
Arnold Wilson y Gertrude Bell, una deficiencia de las potencias occidentales que T. E.
Lawrence se atrevió a denunciar más que la mayoría de sus contemporáneos.

La batalla de los medios


Rupert Smith reconoce el rol vital de la información y de los medios en los conflictos
contemporáneos entre los pueblos, pero sus argumentos no son concluyentes. Está muy
por delante de la mayoría de los militares de su generación por el hecho de no creer que
los comandantes puedan determinar cuál será la cobertura periodística de sus batallas y
campañas... no hay para él "mentiras brillantes", tal como lo demostró su actuación
como comandante de la ONU en los Balcanes. Los comandos militares y sus amos
políticos deben reconocer que los medios de comunicación son como el clima. Siempre
están allí y sólo serán marginalmente afectados o alterados por la acción humana.

Cada parte del conflicto debe controlar su propia versión. Debe ser capaz de decirles a
sus seguidores, a los circunstantes de la audiencia global y a la oposición, qué defiende y
qué se propone. Aparentemente, Smith imagina que basta con que un comandante o jefe
político o tribal escriba su propia versión, sin advertir que sus opositores y críticos
escribirán una potente contraversión sobre sus actos. Parte de la estremecedora
fascinación que implica tratar de entender la conflagración actual en Irak es que el
relato se ha vuelto fragmentario. Y es por eso que ninguna de las partes involucradas
(las fuerzas de la coalición y sus gobiernos, las autoridades interinas, sus opositores
entre los insurgentes y militantes de la jihad) parece estar ganando, en el sentido de ser
capaz de infligir a sus oponentes una derrota decisiva.[...]

En las crónicas del conflicto de Irak rara vez tenemos algún atisbo de la mente de
aquellos involucrados en la violencia y la agitación. Eso es lo que hace tan valioso el
relato de Ahmed Hashim sobre la insurgencia. Tiene experiencia de primera mano
respecto de los protagonistas y puede prescindir de la dudosa barrera de traductores e
intérpretes, algo que la mayoría de los periodistas estadounidenses y europeos deben
usar por necesidad. Su relato está igualado por Iraq Ablaze, una compilación, realizada
por el periodista libanés Zaki Chehab, de despachos y notas resultado de una cantidad
de visitas a Iraq inmediatamente después de la caída de Saddam.

Chehab demuestra, por medio de sus reuniones y fragmentarias entrevistas a los


insurgentes, que contrariamente a mucha mitología mediática Abu Musab al-Zarwaqi
ha reclutado a casi todos sus guerreros jihadistas entre los iraquíes, y no entre las
cohortes de "soldados extranjeros" que mencionan los informes del Pentágono y de
Whitehall. [...] Casi todos odian a Saddam y se alegran de librarse de él, pero también
aborrecen cualquier estructuración política decidida por extranjeros, particularmente
estadounidenses. [...]

Zaki Chebab subraya que el resentimiento contra los extranjeros y el odio hacia los
colaboradores ha sido un rasgo potente de la historia iraquí. Esto hace inexplicable la
voluntad de estadounidenses y británicos por creer los cantos de sirena de exiliados
como Ayad Allawi y Ahmed Chalabi, quienes afirmaron que en los valles del Tigris y el
Eufrates se le daría la bienvenida a cualquier fuerza anglo-estadounidense que
reemplazara a Saddam. [...]

Irak es hoy un caos y sería fácil unirse a los que se retuercen las manos en los salones de
Nueva York, Londres y Washington, y decir que los militares ingleses y estadounidenses
deberían dejar las cosas como están y retirarse para luchar en otro momento. Eso sería
empeorar el caos, porque Irak se ha convertido en una zona estratégica en un sentido en
el que no lo era a principios de 2003. [...] Entonces, ¿qué se puede o se debe hacer? La
crisis de Irak debe contenerse dentro de las fronteras actuales de Irak. Aparte de eso, se
deberá permitir que los iraquíes decidan su propio destino, tal como lo predijo T. E.
Lawrence ochenta y cinco años atrás. Y es posible que se trate de un asunto bastante
sucio. Sin embargo, los esfuerzos anglo-estadounidenses, por la vía militar casi siempre,
han alcanzado su punto culminante; siendo realistas, ya no queda mucho por hacer.

Ahora, el relato debe contarse con cierta cercanía a los hechos históricos, a la verdad del
Irak de hoy. La retórica empleada en documentos tales como el estudio del Consejo
Nacional de Seguridad titulado Strategy for Victory in Iraq, y los eslóganes oficiales tales
como "no nos iremos hasta que hagamos nuestro trabajo", que tienen un eco del
americano impasible de Graham Greene y de la crisis de Vietnam de la década de 1960,
parecen un ejercicio de autoengaño más que de persuasión. Después de todo, los
perpetradores de toda la propaganda y las pomposas declaraciones sobre Irak son los
más engañados.

(Traducción: Mirta Rosenberg)

© Times Literary Supplement

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