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INDICE
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
3
OBJETIVOS GENERALES
Impulsar un modelo de educación salesiana centrada en el desarrollo de potencialidades de
las personas, basado en los valores éticos y cristianos, que se expresa en el ejercicio
permanente de la solidaridad, el respeto, la democracia y la participación, según el carisma
salesiano.
ACADÉMICOS:
LABORALES:
INVESTIGATIVOS:
ACTITUDINALES:
SITIOS "INTERNET"
4
INTRODUCCIÓN GENERAL
Iniciar este nuevo módulo en este camino de formación humana, cristiana y salesiana es
recordar el camino recorrido desde la antropología, las enseñanzas de Don Bosco y la
ética de la persona. En este módulo nos proponemos reflexionar el tema social a la luz
de las enseñanzas de la Iglesia; enseña que nos implica a todos, pues el objeto de
estudio no son temas eminentemente religiosos, sino las situaciones del que hacer
humano; por eso, el componente social es también parte integrante de la concepción
cristiana de la vida.1 Esta propuesta social no se queda en una simple teoría sino pasa a
ser la vida en Cristo, esto es una práctica, un estilo de vida y de construcción social. Por
eso el compromiso social del cristiano no implica solo tener conocimiento del conjunto
de principios, sino es tomar la decisión de identificarse con el proyecto de Jesús y de su
Iglesia.
Por todo esto diremos que el verdadero significado de la ética social es el dirigir el
actuar humano hacia el bien. Se puede llamar ética social o enseñanza social, la ciencia
que proporciona directrices para la acción, a través de las cuales puede crecer el bien de
las personas, en sí misma y en dimensión social. La practica social cristiana debe tener
cuidado de no separar la fe de la vida, la teoría de la práctica. Una verdad que es vivida
debe ser anunciada y viceversa.
5
La enseñanza social de la Iglesia convida a todos sus miembros a preocuparse por la
vida social de las personas; todos estamos llamados por Dios a contribuir desde dentro,
a modo de fermento, en el desarrollo del mundo. A continuación señalaremos algunos
ámbitos que nos ayudarán a servir mejor a la persona y a la sociedad:
- Promover la dignidad de todas las personas: es el bien más precioso que el hombre
posee, deriva la esencial igualdad de todas las personas y todos los demás principios
del orden social.
- Promover el inviolable derecho de la vida.
- Evangelizar la cultura.
- Defender el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa.
- Recordar que el matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el
compromiso social de los fieles laicos.
- Estimular la caridad y la solidaridad: la caridad con el prójimo, especialmente por los
más necesitados.
- No abdicar de la participación en la política; los criterios basilares de esta
participación son la consecución del bien común, la promoción de la justicia, el
espíritu de servicio, la autonomía de las realidades terrenas, la solidaridad, la voluntad
de diálogo y de paz.
- Poner al hombre en el centro de la vida económica-social.
Para llevar a la práctica esta enseñanza requiere formar la conciencia. Para este estudio
se debe evitar ante todo, los errores del individualismo (la conciencia moral es un puro
subjetivismo que afecta exclusivamente a la persona singular) y del colectivismo
(reduce el saber universal a cultura colectiva, la conciencia debería ser una conciencia
de grupo).
Las dificultades propias de una sociedad secularizada y permisiva, que debilita los
recursos morales de las personas. Esto obliga a profundizar en la formación de la
persona y especialmente de la conciencia. En las actuales condiciones sociales, con un
pluralismo muy próximo al relativismo y a la indiferencia ética, con la abundancia de
información de todo tipo que el hombre recibe, con los conflictos que existen, mantener
la lucidez de la conciencia requiere, junto con la fortaleza y una verdadera
personalidad, la continua atención a la catequesis y a la disciplina de la conciencia.2
El camino del hombre necesita una luz que oriente, en modo firme y seguro, para vencer
los obstáculos que encuentra la ética social y la dificultad para formar la conciencia.
Tal es la luz de Cristo, enseñada auténticamente por la Iglesia, “columna y fundamento
de la verdad” (1 Tm 3, 15). Esta enseñanza de la Iglesia en el campo social es lo que se
llama Doctrina social de la Iglesia.
2
Cfr. CONC. VATICANO II, Decl. Dignitatis Humanae, n.14.
6
SIGLAS DE TEXTOS
Siglas de los documentos del magisterio de la Iglesia que utilizaremos en este texto. Las
siglas están tomadas del original en latín.
7
CAPITULO 1
APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA
Objetivo: Al finalizar la unidad el estudiante tendrá una visión global del sentido de la
Doctrina Social de la Iglesia y de su desarrollo en América Latina.
Introducción
Sumario
DESARROLLO
La Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los
siglos, los hombres encontraran salvación, en la búsqueda de una vida más excelente;
nada, pues, tiene de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo
el mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad
durante dos milenios. La enseñanza social de la Iglesia se origina del encuentro del
mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la vida
de la sociedad. Las cuestiones que de este modo se ponen en evidencia llegan a ser
materia para la reflexión moral que madura en la Iglesia a través de la búsqueda
científica e incluso a través de las experiencias de la comunidad cristiana, que debe
confrontarse todos los días con diversas situaciones de miseria y, sobre todo, con los
problemas determinados por la aparición y desarrollo del fenómeno de la
industrialización y de los sistemas socio-económicos relativos.
Nos dice la Gaudium et Spes que la Iglesia “nacida del amor del Padre Eterno, fundada
en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, tiene una finalidad
escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente.
Está presente ya aquí en la tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la
8
ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano
la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del
Señor. Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, esta
familia ha sido "constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo" (cf.
Efe 1, 3; 5, 6, 13-14, 23). De esta forma, la Iglesia avanza, juntamente con toda la
humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como
fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en
familia de Dios. (Gaudium et Spes, n. 40)
Por tanto, la Doctrina Social «aplica la luz de los principios evangélicos a la realidad en
cambio de las comunidades humanas, interpreta con el auxilio del Espíritu de Dios los
signos de los tiempos e indica proféticamente las máximas necesidades de los hombres
hacia donde camina el mundo»3. El Magisterio de la Iglesia ha convertido, por tanto, la
Doctrina Social en un método de evangelización.
1.1.1. Definición
Al abordar los términos hay quienes pretenden distinguir entre doctrina, enseñanza y
pensamiento. Pero en estos momentos los tres nombres se utilizan como equivalentes, el
término más utilizado para tratar de esta dimensión social de la Iglesia es ‘Doctrina’, que
no ha gozado de buena prensa, al menos durante los últimos veinte años.
Dos son las definiciones que se han dado sobre la Doctrina Social de la Iglesia: La más
clásica afirma que es el conjunto de enseñanzas de la Iglesia sobre los problemas de
orden social o el conjunto de conceptos que el Magisterio escoge de la ley natural y de
la revelación y que adapta a los problemas sociales de su tiempo con la finalidad de
ayudar a los pueblos y a los gobiernos a organizar una sociedad humana y más
conforme con los designios de Dios sobre el mundo4.
Acogiendo las propuestas podemos concluir que la Doctrina Social de la Iglesia es "el
conjunto sistemático de principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción,
que el Magisterio de la Iglesia Católica establece, fundándose en el Evangelio y en la recta
razón, a partir del análisis de los problemas de cada época, a fin de ayudar a las personas,
comunidades y gobernantes a construir una sociedad más conforme a la manifestación del
Reino de Dios, y, por tanto, más auténticamente humana"5
1.1.2. Fuentes
3
GALINDO, A. Moral socioeconómica. B.A.C. Madrid 1996. Pág. 116
4
GALINDO, A. Moral socioeconómica op. cit. Pág. 116
5
BONNIN, Eduardo. Naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia. "Análisis del aspecto teórico,
histórico y práctico". Ed. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC). México, 1990,
pág. 15. En la pág. 20 dice que es "una síntesis orgánica estructurada en torno a una determinada
concepción de la persona"
9
«como el conjunto de instancias fundamentales de las personas que crean una
plataforma de encuentro entre todos los hombres»6
1.1.3. Sujetos7
1.1.4. Destinatarios8
Los documentos oficiales por los que se exhibe de manera oficial la Doctrina Social van
dirigidos a los Pastores de la Iglesia y a todos los fieles del orbe católico. Sin embargo,
desde la Pacem in terris es habitual dirigir estos documentos a “todos los hombres de
buena voluntad”, porque se tiene el convencimiento de que el compendio de Doctrina
Social es eminentemente razonable y pertenece al mundo de la verdad humana. Así
pues, la Doctrina Social de la Iglesia se ha hecho también ecuménica. La dimensión
antropológica que Juan Pablo II ha impregnado en la Doctrina Social se ha centrado en
la búsqueda de la dignidad de la persona humana, imagen de Dios. Por esto, la
Solicitudo rei socialis dirá en su comienzo que «la preocupación social de la iglesia se
orienta al desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad, que se respete y promueva
en toda su dimensión la persona humana».
6
GALINDO, A. Moral socioeconómica op. cit. Pág. 117
7
GALINDO, A. Moral socioeconómica op. cit. Pág. 118
8
GALINDO, A. Moral socioeconómica op. cit. Pág. 119-120
10
1.2.Principios fundamentales del PSI
Los principios se refieren a las proposiciones o criterios doctrinales que orientan toda la
moral social desde una visión cristiana del hombre y de la sociedad. Tienen carácter
teórico, práctico y validez universal. Son teóricos porque recogen conceptos que desde
un análisis filosófico y teológico tratan de explicar la realidad del hombre y de la
sociedad. Son prácticos porque impulsan a la construcción de un orden social más
acorde con la visión humanizadora de la sociedad. Y tienen validez universal en la
medida que expresan pilares del orden moral natural o verdades de fe, aunque su
formulación pueda variar según las circunstancias9. Los principios de la doctrina social,
en su conjunto, constituyen la primera articulación de la verdad de la sociedad, que
interpela toda conciencia y la invita a interactuar libremente con las demás, en plena
correspondencia con todos. En efecto, el hombre no puede evadir la cuestión de la
verdad y del sentido de la vida social, ya que la sociedad no es una realidad extraña a su
misma existencia.
Como una primera enumeración se pueden indicar los siguientes principios: la dignidad de
la persona humana, el principio del respeto a la vida humana, el principio de asociación,
el principio de participación, el principio de la protección preferencial de los pobres y
de las personas vulnerables, el Principio de Administración, el principio de la igualdad
humana, la solidaridad, la subsidiariedad, el bien común o el destino universal de los
bienes como raíz moral de la economía (Orientaciones..., 36). Veamos de modo general
algunos principios y tres de modo más ampliado: El principio de solidaridad, el de
subsidiaridad y el de bien común.
Este principio lo hemos tratado largamente en Ética de la persona. Todo ser humano por
haber sido creado a imagen de Dios y rescatado por Jesucristo, no tiene precio y es
digno de respeto, como miembro de la familia humana. Es el principio básico de la
doctrina social católica. Las personas individuales tienen una dignidad; sin embargo, el
individualismo no tiene lugar en el pensamiento social católico. El principio de la
dignidad humana da a cada persona un derecho de pertenencia a una comunidad, a la
familia humana.
Cada persona, cualesquiera que sean su raza, su sexo, edad, su nacionalidad de origen,
su religión, su estatus con relación al empleo, su nivel económico, su salud, su
inteligencia, sus logros o cualquier otra característica que sea causa de diferencias, es
digna de respeto. No es lo que ustedes hacen o tienen lo que les da derecho a ser
respetados, sino el simple hecho de ser un ser humano es el que establece su dignidad.
Debido a esta dignidad, la persona humana, en la óptica católica, no es nunca un medio,
sino siempre un fin.
11
La dignidad de la persona humana se expresa en los derechos fundamentales del hombre
y en su reconocimiento social. Propiamente el hombre es el único titular de los llamados
derechos fundamentales. Los principales derechos humanos son: el derecho a la vida, el
derecho de libertad religiosa, el de participación en la vida social (libertad de dar y
recibir educación, libertad de expresión, de asociación, etc.) y en la vida económica
(derecho a la iniciativa económica, al sustento necesario, a la superación de la pobreza
individual y colectiva, etc.)10.
Toda persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, tiene una
dignidad inherente y un derecho a la vida en conformidad con esta dignidad.
La vida humana, en cada etapa de su desarrollo y de su declinar, es valiosa y, por tanto,
digna de protección y de respeto. Siempre es culpable atacar directamente una vida
humana inocente. La tradición católica ve el carácter sagrado de la vida humana como
algo que forma parte de toda la visión moral de una sociedad justa y buena.
c) El principio de asociación
d) El principio de participación
10
CUADRÓN, A. y OTROS. Manual abreviado de… op. cit. Págs. 36-44.
12
Creemos que encontramos a Cristo cuando lo encontramos en las personas necesitadas.
La parábola del Juicio final juega un papel importante en la tradición de la Fe católica.
Desde sus orígenes, la Iglesia ha enseñado que seremos juzgados por lo que hayamos
escogido hacer o no hacer ante los hambrientos, los sedientos, los enfermos, las
personas sin techo, los presos... Hoy la Iglesia expresa esta enseñanza mediante los
términos: opción preferencial por los pobres.
¿Por qué un amor preferencial por los pobres? ¿Por qué poner en primer lugar las
necesidades de los pobres? Porque el bien común, el bien de la sociedad en su conjunto,
lo exige. Lo contrario de rico y poderoso es pobre y sin poder. Si el bien de todos, el
bien común debe prevalecer, debe orientarse una opción preferencial hacía los que
sufren por ausencia de poder y por los efectos de la privación. De otro modo, el
equilibrio necesario para mantener el tejido de la sociedad se romperá en detrimento de
todos.
f) El Principio de Administración.
h) Principio de solidaridad
- Aproximación
13
Para comprender de mejor manera lo que se quiere decir con solidaridad, nos detenemos
un poco en este principio y comenzamos con algunas aproximaciones no muy precisas
de su real concepción.
La solidaridad como un acto filantrópico, es una actitud noble, pero por el hecho de que
se debiten de las tarjetas de créditos una suma de dinero, puede en algunos casos
resultar más una actitud puntual, y no ser un valor internalizado. La solidaridad implica
mucho más que actos aislados, involucra a toda la persona, es don y tarea, implica una
disposición, una búsqueda, diálogo, hábitos, estilo de vida. “Importan dos maneras de
concebir el mundo una, salvarse solo, arrojar ciegamente a los demás de la balsa y, la
otra, un destino de salvarse con todos, buscando salvar la vida hasta el último
náufrago”
La solidaridad no es una moda, el riesgo que hay es el que frente a una crisis, hablar de
la solidaridad vende, es políticamente correcto. Es a lo que se recurre en campañas
políticas. La solidaridad no es un tema coyuntural solamente.
14
parecido frente a los males de tantas personas, cercanas o lejanas. La solidaridad es la
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el
bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de
todos”. Esta solidaridad fuerte, consiste en vivir con todas sus consecuencias el que
“todos seamos responsables de todos”. Si todos somos dependientes de todos (un hecho)
es preciso que todos seamos responsables de todos (un imperativo ético que deriva del
hecho anterior).
Por eso, Pablo VI decía claramente hace 35 años: “No se trata tan sólo de vencer el
hambre, y ni siquiera de hacer que retroceda la pobreza. La lucha contra la miseria,
aunque es urgente y necesaria, es insuficiente. Se trata de reconstruir un mundo en el
que cada hombre, sin exclusión alguna por raza, religión o nacionalidad pueda vivir una
vida plenamente humana liberada de las servidumbres debidas a los hombres o a una
naturaleza insuficientemente dominada; un mundo en el que la libertad no sea palabra
vana y en donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la mesa misma del rico. Ello exige
mucha generosidad, numerosos sufrimientos y un esfuerzo continuado. Cada uno
examine su conciencia que tiene una nueva voz para nuestra época” (PP. 45)12
Jesús de Nazareth hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el nexo entre
solidaridad y caridad, iluminando todo su significado: A la luz de la fe, la solidaridad
tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente
12
Populorum Progressio, n. 45.
15
cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es
solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino
que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, recatada por la sangre de Jesucristo y
puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque
sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar
dispuesto al sacrificio, incluso extremo: “dar la vida por los hermanos” (Jn 15, 13)13
i) Principio de subsidiariedad
Nos dice el Papa Juan XXIII, “Pero manténgase siempre a salvo el principio de que la
intervención de las autoridades públicas en el campo económico, por dilatada y
profunda que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares, sino que,
por el contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando,
sin embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona humana. Entre éstos hay
que incluir el derecho y la obligación que a cada persona corresponde de ser
normalmente el primer responsable de su propia manutención y de la de su familia, lo
cual implica que los sistemas económicos permitan y faciliten a cada ciudadano el libre
y provechoso ejercicio de las actividades de producción”. (Mater et Magistra, n. 55)
- Origen y significado
13
Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, Ecuador 2.005.
14
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1882.
15
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 49: AAS 83 (1991) 854-856 y también Id., Carta enc.
Sollicitudo rei socialis, 15: AAS 80 (1988) 528-530.
16
ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda
a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos” .16
Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en
una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo—
respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden
desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas
injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por
ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su
espacio vital.
- Indicaciones concretas
16
Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 203; cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus
annus, 48: AAS 83 (1991) 852-854; Catecismo de la Iglesia Católica, 1883.
17
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 854.
17
adecuada responsabilización del ciudadano para « ser parte » activa de la realidad
política y social del país.
Es «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a
cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»
(Gaudium et Spes, núm. 26). Es superior al interés privado, está unido inseparablemente
al bien de la persona humana y compromete a los poderes públicos. Tiene un doble
sentido. En primer lugar indica la apertura de las personas y los grupos a los intereses
generales. Y en segundo lugar, señala el conjunto de indicaciones generales para que las
personas y los grupos sociales puedan desarrollarse integralmente.
Es conveniente mirar este esqueleto en el que se mueve el PSI; por supuesto hacer
entrar estas enseñanzas sociales católicas en el centro de la Fe. Al realizarlo afirmamos
que lo que creemos está a la fuente de los que hacemos. Para los cristianos, no hay
solamente verdades que creer, sino también verdades que hay que poner en práctica. El
18
reto es éste, pasar de lo doctrinal a lo práctico a la luz de los principios y valores. "La
misión de la Iglesia no es sólo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo,
aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la
restauración del orden temporal" (AA., 5). Guía a los cristianos en el cumplimiento de sus
obligaciones como ciudadanos de este mundo.
El PSI es tan antiguo como el mismo mensaje evangélico. Pero ese pensamiento, como
"corpus" doctrinal específico, es reciente.
En los documentos oficiales del Pensamiento Social de la Iglesia hay una intuición funda-
mental y común a todos ellos: que la misión religiosa de la Iglesia pasa necesariamente por
su intervención en la vida social, partiendo siempre de los principios religiosos y morales
del cristianismo.
Hasta ahora se pueden marcar dos etapas diferenciadas en el tiempo. Una se inicia con
León XIII y culmina en Juan XXIII. Otra, desde el final de este Pontificado, con el
Vaticano II, hasta nuestros días.
En la primera etapa el PSI forma un todo homogéneo: lo social es más cuestión moral que
política, económica o técnica. La Iglesia ilumina la conciencia de los fieles y evita que se
desvíen. La Revelación para los creyentes y los principios de derecho natural para todos
los hombres, proporcionan a la Iglesia la solución. Casi no acude a las ciencias sociales.
Propugna la conversión interior antes que las reformas de estructuras. Son los seglares
quienes han de poner en práctica esta doctrina.
Una segunda etapa, a partir de Mater et Magistra, introduce puntos que afectan al fondo y
a la forma del pensamiento anterior. Evoluciona la eclesiología contextual, el método de
abordar los problemas sociales y económicos, la traducción práctica de los principios, sus
preocupaciones dominantes e incluso a su propia auto comprensión (MM., 231-232). Hay
hasta un cambio de carácter antropológico en el tratamiento: la dignidad de la persona y
19
sus derechos fundamentales los convierte en el eje de sus enseñanzas. Con dicho cambio,
que venía preparándose, se acerca a la mentalidad moderna.
El PSI se ha visto enriquecido por los aspectos de la justicia, como concepto donde se
originan o encuentran los problema de distribución de los bienes de la tierra: materiales,
culturales, personales, sociales...; de la paz y seguridad porque el peligro armamentista ha
sido permanente amenaza a la vida social y es necesario el cambio de la economía militar
por inversiones a favor del desarrollo; la supervivencia del planeta ya que se puede agotar
el pan de los pueblos pobres y del futuro de todos los pueblos; finalmente, la democracia
puesto un desarrollo global sólo puede darse con democracia, participación y respeto
institucional.
18
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2421.
20
Era necesario un renovado discernimiento de la situación, capaz de delinear soluciones
apropiadas a problemas inusitados e inexplorados.
Como respuesta a la primera gran cuestión social, León XIII promulga la primera
encíclica social, la Rerum novarum. Esta examina la condición de los trabajadores
asalariados, especialmente penosa para los obreros de la industria, afligidos por una
indigna miseria. La cuestión obrera es tratada de acuerdo con su amplitud real: es
estudiada en todas sus articulaciones sociales y políticas, para ser evaluada
adecuadamente a la luz de los principios doctrinales fundados en la Revelación, en la
ley y en la moral natural.
La Rerum novarum enumera los errores que provocan el mal social, excluye el
socialismo como remedio y expone, precisándola y actualizándola, “la doctrina social
sobre el trabajo, sobre el derecho de propiedad, sobre el principio de colaboración
contrapuesto a la lucha de clases como medio fundamental para el cambio social, sobre
el derecho de los débiles, sobre la dignidad de los pobres y sobre las obligaciones de los
ricos, sobre el perfeccionamiento de la justicia por la caridad, sobre el derecho a tener
asociaciones profesionales”.19
La Rerum novarum se ha convertido en el documento inspirador y de referencia de la
actividad cristiana en el campo social. El tema central de la encíclica es la instauración
de un orden social justo, en vista del cual se deben identificar los criterios de juicio que
ayuden a valorar los ordenamientos socio-políticos existentes y a proyectar líneas de
acción para su oportuna transformación.
19
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina
social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 20, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1988, p.
24.
20
Juan Pablo II, Carta enc. Centessimus annus, 5
21
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 60
22
León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 143
21
que estaban afirmándose en Europa los regímenes totalitarios, mientras se exasperaba la
lucha de clases. La Encíclica advierte la falta de respeto a la libertad de asociación y
confirma los principios de solidaridad y de colaboración para superar las antinomias
sociales. Las relaciones entre capital y trabajo deben estar bajo el signo de la
cooperación.23
Pío XI no dejó de hacer oír su voz contra los regímenes totalitarios que se afianzaron
en Europa durante su Pontificado. Ya el 29 de junio de 1931 había protestado contra
los atropellos del régimen fascista en Italia.25 En 1937 publicó la encíclica Mit
brennender Sorge, sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich alemán. Este
texto fue leído desde el púlpito de todas las iglesias católicas en Alemania, tras haber
sido difundido con la máxima reserva. La encíclica llegaba después de años de abusos y
violencias y había sido expresamente solicitada a Pío XI por los Obispos alemanes, a
causa de las medidas cada vez más coercitivas y represivas adoptadas por el Reich en
1936, en particular con respecto a los jóvenes, obligados a inscribirse en la “Juventud
hitleriana”. El Papa se dirige a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos, para
animarlos y llamarlos a la resistencia, mientras no se restablezca una verdadera paz
entre la Iglesia y el Estado. En 1938, ante la difusión del antisemitismo, Pío XI afirmó:
“Somos espiritualmente semitas”.
Con la encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo ateo y sobre la doctrina social
cristiana, Pío XI criticó de modo sistemático el comunismo, definido intrínsecamente
malo,26 e indicó como medios principales para poner remedio a los males producidos
por éste, la renovación de la vida cristiana, el ejercicio de la caridad evangélica, el
cumplimiento de los deberes de justicia a nivel interpersonal y social en orden al bien
común, la institucionalización de cuerpos profesionales e interprofesionales.
23
Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 186-189.
24
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina
social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 21, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1988, p.
24.
25
Cf. Pío XI, Carta encíclica. Non abbiamo bisogno.
26
Pío XI, Carta enc. Divini Redemptoris: AAS 29 (1937) 130.
22
Mundial y los difíciles de la reconstrucción. No publicó encíclicas sociales, sin embargo
manifestó constantemente, en numerosos contextos, su preocupación por el orden
internacional trastornado: “En los años de la guerra y de la posguerra el Magisterio
social de Pío XII representó para muchos pueblos de todos los continentes y para
millones de creyentes y no creyentes la voz de la conciencia universal, interpretada y
proclamada en íntima conexión con la Palabra de Dios. Con su autoridad moral y su
prestigio, Pío XII llevó la luz de la sabiduría cristiana a un número incontable de
hombres de toda categoría y nivel social”.27
Con la encíclica Pacem in terris, Juan XXIII pone de relieve el tema de la paz, en una
época marcada por la proliferación nuclear. La Pacem in terris contiene, además, la
primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos; es la encíclica de la
paz y de la dignidad de las personas. Continúa y completa el discurso de la Mater et
magistra y, en la dirección indicada por León XIII, subraya la importancia de la
colaboración entre todos: es la primera vez que un documento de la Iglesia se dirige
también a todos los hombres de buena voluntad, llamados a una tarea inmensa: “la de
establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la
égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad”.29 La Pacem in terris se detiene
27
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina
social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 22, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1988, p.
25.
28
Ibid. P. 25
29
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris
23
sobre los poderes públicos de la comunidad mundial, llamados a “examinar y resolver
los problemas relacionados con el bien común universal en el orden económico, social,
político o cultural”.30 En el décimo aniversario de la Pacem in terris, el Cardenal
Maurice Roy, Presidente de la Pontificia Comisión “Iustitia et Pax”, envió a Pablo VI
una carta, acompañada de un documento con un serie de reflexiones sobre el valor de la
enseñanza de la encíclica del Papa Juan para iluminar los nuevos problemas vinculados
con la promoción de la paz.31
La Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, constituye una
significativa respuesta de la Iglesia a las expectativas del mundo contemporáneo. En
esta Constitución, “en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva
concepción de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios. Y suscitó entonces nuevo
interés por la doctrina contenida en los documentos anteriores respecto del testimonio y
la vida de los cristianos, como medios auténticos para hacer visible la presencia de Dios
en el mundo ».32 La Gaudium et spes delinea el rostro de una Iglesia “íntima y
realmente solidaria del género humano y de su historia”,33 que camina con toda la
humanidad y está sujeta, juntamente con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que
al mismo tiempo es “como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse
en Cristo y transformarse en familia de Dios”.34
30
Ibid.
31
Cf. Roy, Card. Maurice, Carta a Pablo VI y Documento con ocasión del X Aniversario de la « Pacem in
terris »: L'Osservatore Romano, edición española, 22 de abril de 1973, pp. 3-10.
32
Orientaciones, p. 27.
33
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, p. 1.
34
Ibid, p. 40.
35
Ibid, p. 24.
36
Orientaciones, p. 28.
37
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 76-80
24
acción solidaria, el Papa presenta el desarrollo como ‘el paso de condiciones de vida
menos humanas a condiciones de vida más humanas’, y señala sus características”.38
Este paso no está circunscrito a las dimensiones meramente económicas y técnicas, sino
que implica, para toda persona, la adquisición de la cultura, el respeto de la dignidad de
los demás, el reconocimiento de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la
fuente y el fin. Procurar el desarrollo de todos los hombres responde a una exigencia de
justicia a escala mundial, que pueda garantizar la paz planetaria y hacer posible la
realización de un humanismo pleno,39 gobernado por los valores espirituales.
Al cumplirse los noventa años de la Rerum novarum, Juan Pablo II dedica la encíclica
Laborem exercens - al trabajo, como bien fundamental para la persona, factor primario
de la actividad económica y clave de toda la cuestión social. La Laborem exercens
delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda
reflexión teológica y filosófica. El trabajo debe ser entendido no sólo en sentido
objetivo y material; es necesario también tener en cuenta su dimensión subjetiva, en
cuanto actividad que es siempre expresión de la persona. Además de ser un paradigma
decisivo de la vida social, el trabajo tiene la dignidad propia de un ámbito en el que
debe realizarse la vocación natural y sobrenatural de la persona.
38
Orientaciones, p. 29.
39
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 42
40
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 90.
41
Orientaciones, p. 31.
25
con claridad el carácter moral del verdadero desarrollo”.42 Juan Pablo II, evocando el
lema del pontificado de Pío XII, Opus iustitiae pax, la paz como fruto de la justicia,
comenta: “Hoy se podría decir, con la misma exactitud y análoga fuerza de inspiración
bíblica (cf. Is 32,17; St 3,18), Opus solidaritatis pax, la paz como fruto de la
solidaridad”.43
Benedicto XVI, el papa actual, retoma el aspecto social desde la perspectiva del amor,
visto como justicia, en la encíclica Deus Caritas est, Dios es amor.
Los documentos aquí evocados constituyen los hitos principales del camino de la
doctrina social desde los tiempos de León XIII hasta nuestros días. Esta sintética reseña
se alargaría considerablemente si tuviese cuenta de todas las intervenciones motivadas
por un tema específico, que tienen su origen en “la preocupación pastoral por proponer
a la comunidad cristiana y a todos los hombres de buena voluntad los principios
fundamentales, los criterios universales y las orientaciones capaces de sugerir las
opciones de fondo y la praxis coherente para cada situación concreta”.44
A partir del siglo XVI se fue superando la visión estática del universo y de la vida y
comenzó a gestarse un cambio social45.
42
Ibid., p. 31.
43
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 39
44
Orientaciones, p. 34.
45
Basta leer su violento ataque a “Los principios sociales del Cristianismo” en un artículo de 1847,
titulado “El comunismo de “El observador Renano” (Cf. Coste R., “Analyse marxiste et foi chrétienne”,
les éditions ouvrieres , París, 1976, pp. 164-167)
26
siglos, hace que nuestro continente siga siendo cristiano, aunque dotado de una fe muy
poco explícita y operante.
La pastoral oficial, a su vez, hacía causa común con los partidos conservadores y se
enfrentaba con los partidos liberales y con grupos de izquierda.
En un sistema de cristiandad esa forma de intervención fue más o menos eficaz. Pero
hoy eso ya no funciona; por eso, la Iglesia ha pasado de una pastoral de “mediación” a
una pastoral de “compromiso”.
46
Dussel E.d., “Hipótesis para una historia de la Iglesia en América latina”, Estela, IEPAL, Barcelona,
1967, p. 108.
27
En la reelección De Indis prior rechaza la usurpación como título justificativo de dominio
y afirma que los indios eran los verdaderos dueños, antes de la llegada de los españoles.
También considera títulos ilegítimos para justificar la soberanía castellana la autoridad
universal del emperador, la temporal del papa, el descubrimiento, el no recibir los indios el
Evangelio, los pecados de estos, la adquisición por enajenación contractual y la ordenación
divina.
P. Bartolomé de las Casas (Sevilla 1477. Madrid 1566). En 1515 regresa a España de
donde había partido para América. Aquí inicia su labor de defensa de los indios contra
encomiendas y repartimientos, hasta ser nombrado protector de los indios por Cisneros
(1516). Contra la conquista, preconiza la colonización pacífica, con instalaciones de
labradores y misioneros. En 1540 redacta su Brevísima historia de la destrucción de las
Indias. Esta obra supone un alegato, frente a las acusaciones que los colonizadores
españoles le hacen, por su apostolado en favor de los indios. Denuncia el sistema
colonización introducido en las Indias, basado en la violencia y la rapiña en vez de la
humanidad y la justicia. La obra logra gran resonancia, influyendo en la legislación de
Indias.
Para Suárez, el Estado es quien vigila el bien de la comunidad y el bien común de todos los
hombres. Su tesis limita el poder, establece barreras morales y atribuye soberanía al
pueblo, pero sólo desde la teoría, pues su obra se conforma con el orden establecido.
28
Ciertos sectores cristianos comenzaron a abrirse a lo que se llamó “el problema social”,
pero con un análisis socioeconómico muy deficiente: se contentaban con afirmaciones
doctrinales, principistas y ahistóricas, divorciadas en general del compromiso concreto.
Después de la Segunda Guerra Mundial se tomó conciencia de que los Católicos de
América Latina representaban casi un tercio de los católicos del mundo y comenzó el
envío de sacerdotes, religiosos y laicos europeos y la remesa de considerables sumas de
dinero para apoyar las obras que se iban emprendiendo.
“Los teólogos se formaban ahora no solo en Italia, sino que los más progresistas iban a
Francia, país de la pastoral, de las experiencias catequéticas, de los sacerdotes obreros,
etc. La “doctrina social” de la Iglesia permitía a muchos realizar experiencias de
compromisos obreros o en grupos marginados”48. Es la época en que surgen
universidades católicas y centros teológicos, y comienza una tibia “lucha social”.
Los militantes obreros de la JOC hicieron posible incluso cierta presencia de la Iglesia
en el mundo del trabajo.
Sin embargo, poco a poco entramos en una nueva época. Desde 1962, comienzo del
Concilio Vaticano II, hasta Medellín (1968) irá cambiando la actitud de la Iglesia; la
48
Dussel E.D., “Desintegración de la cristiandad colonial...”, o.c.,p. 125.
29
Iglesia, declarada “servidora de la humanidad” por Pablo VI en 1965 49, comenzará
ahora a intervenir en lo social no para salvaguardar sus convicciones o posiciones, sino
para defender y liberar al hombre latinoamericano oprimido.
Esta es la gran novedad de Medellín y el secreto de su éxito: el hombre aceptará en la
Iglesia una “actitud política”, si esta actitud no defiende sus intereses sino los del
hombre oprimido.
Era una época en que, bajo la inspiración de la “Populorum Progressio”, se pensaba
desarrollar nuestras naciones según el modelo de las naciones desarrolladas y con la
ayuda de éstas (en concreto de Estados Unidos y Europa). La “Alianza para el
Progreso” estaba en esta línea.
La reflexión cristiana a que dio lugar esta situación ya era una teología que se acercaba
a la realidad, pero que aún ignoraba “el problema de las clases y de la dependencia que
el continente latinoamericano sufría bajo el poder económico, político y militar de los
Estados Unidos”50. Este movimiento de reflexión desarrollista, condicionando por la
década del 60, culminará en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
realizada en MEDELLÍN, que es como el Vaticano II de América Latina. (Hay que
reconocer que en el Vaticano II apenas si se oye el clamor del Tercer Mundo y de las
clases explotadas).
Pablo VI cuando llegó a Colombia para inaugurar Medellín, dijo el 22 de agosto: “La
lucidez y la valentía del Espíritu es necesario que se haga hoy presente para promover la
justicia social, para amar y defender a los pobres”.
Medellín trata de poner a América Latina a la luz de los reflectores, tomar conciencia de
su situación efectiva y elaborar planos de acción. Rechaza la violencia como solución de
los problemas, pero denuncia enérgicamente la “violencia institucionalizada” contra el
pobre. En los Documentos finales todavía aflora el vocabulario desarrollista, pero ya
asoma abiertamente el tema de la liberación: “Es el mismo Dios quien, en la plenitud de
los tiempos, envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres
de todas las esclavitudes a que los tiene sujetos el pecado, la ignorancia, el hambre, la
miseria, la opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el
egoísmo humano”51. La Iglesia “defensora de los indios” desde el descubrimiento, trató
de adaptar esa actitud evangélica a la hora que viven nuestros pueblos.
Tres años después, en 1971, el Sínodo de los Obispos, en Roma, ratificó el pensamiento
de Medellín: “El combate por la justicia y la participación en la transformación del
mundo se nos muestran plenamente como una dimensión constitutiva de la predicación
del Evangelio”. “La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente, requiere que
nos empeñemos en la liberación integral del hombre, ya desde ahora, en su existencia
terrena”52
Por entonces ya habían surgido centros de reflexión latinoamericana (OSLAM, IPLA,
etc.) y los teólogos ya se iban haciendo cargo de la problemática angustiosa de pobreza
e injusticia que sufría nuestro continente. Numerosos sacerdotes, impacientes por una
acción rápida en el área social, habían tomado partido, individual y en grupos,
ejerciendo una nueva especie de liderazgo político y social, que la mayoría de los
obispos criticaba como impropio de sus funciones sacerdotales. No faltaron quienes
hicieran causa común con los marxistas (“Cristianos por el Socialismo”). Todo esto creó
tensiones en el ámbito eclesial. La masa de los católicos permaneció al margen de estos
49
Discurso de Clausura del Conc. Vaticano II, 7-XII-1965. Cf. Concilio Vaticano II, BAC, Madrid, 1966,
p. 1028.
50
Dussel E.D., “Desintegración de la cristiandad...”, o.c., p. 125.
51
Documento de Medellín, Justicia, II, 3.
52
Sin. De Obispo, “Documentos”, Sígueme, Salamanca, 1972, pp. 55 y 66 .
30
compromisos y siguió expresando su fe mediante las devociones populares, salvo
algunos que adoptaron actitudes radicales hasta enrolarse en grupos guerrilleros.
d- La Teología de la Liberación
La reflexión teológica siguió un camino paralelo: desde 1968 a 1972, encabezada por
Gustavo Gutiérrez, se fue formulando la teología de la liberación, cuya historia puede
remontarse hasta Bartolomé de las Casas (s. XVI), pero cuyo estímulo inmediato fueron
los movimientos de liberación presentes aquí y allí en nuestro continente. Los grupos de
reflexión (“Sacerdotes para el Tercer Mundo”, en Argentina, el “Grupo de los 80” en
Chile, el ONIS en Perú, etc.) ven que el subdesarrollo se debe a la expoliación de los
países ricos; no se puede hablar de “desarrollo” sin una previa “liberación”.
Hay que empezar por una ruptura de la dependencia. Los países que comen mucho,
dejan hambrientos a los demás. El subdesarrollo es un “subproducto” del desarrollo
capitalista. El Tercer Mundo se desangra para que viva el mundo desarrollado. Por las
venas abiertas de América Latina se escapan el petróleo, el oro, el estaño, el uranio, el
hierro, el carbón, los plátanos, el café, el azúcar, el cacao... dejando a la comunidad
anémica y exangüe53. Como decía Pablo VI, cuando el tercer mundo recibe ayuda de los
países ricos, tiene la impresión de que le devuelven con una mano apenas una pequeña
parte de lo que le quitan con la otra54.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la teología? Tiene que ver. Los problemas económicos
y políticos se traducen de inmediato en problemas teológicos. Todo puede ser
reflexionado teológicamente. Lo que caracteriza a la ciencia teológica más que el objeto
de su estudio es su perspectiva: la perspectiva teológica es la de la fe55. Y justamente
Medellín señala el pasaje de una teología del desarrollo a una teología de la liberación.
e- Documento de Puebla
53
Cf. Galeano E., “Las venas abiertas de A. Latina”, Siglo XXI, 1980.
54
Encíclica “Populorum Progressio”, nº 56.
55
Santo Tomás de Aquino, “Suma Teológica” I, q. 1, a.7.
31
Al referirse al tema de la “Evangelización, liberadora y promoción humana” Puebla
comienza reconociendo los esfuerzos de muchos cristianos de América Latina para
iluminar las situaciones conflictivas con la Palabra de Dios.
El servicio al pobre es, para la Iglesia, un criterio para saber si sigue a Cristo que
se ha identificado con los pobres de su tiempo; se trata entonces no sólo de una opción
ética, sino teológica. Esta opción quiere llevar a la Iglesia a comprometerse en la
liberación del pobre y del oprimido, a vivir más modestamente e incitar a los cristianos
a una sobriedad y moderación en sus vidas. En el “Mensaje a los pueblos de América
Latina” , los Obispos confiesan paladinamente: “Aún estamos lejos de vivir todo lo que
predicamos” (nº 2). Esta opción por los pobres es el núcleo central de Puebla y su
principio de interpretación. Todos los números del Documento debieran ser leídos desde
esta opción preferencial. Hay en Puebla dos polos interactivos: los pobres y su
liberación integral.
La salvación cristiana es una liberación de todas las servidumbres del pecado personal y
social; pero nos liberamos para un valor, para el crecimiento progresivo en el ser, en esa
comunión con Dios y con los hombres que culmina en el Reino definitivo (482, 491-
506). Esa liberación tiene que ser total: resulta mutilada si se deja de lado el aspecto
religioso y también si se deja de lado el aspecto humano temporal, olvidando “derechos
fundamentales que no son otorgados por gobiernos o instituciones, por poderosas que
sean, sino que tienen como autor al propio Creador y Padre” (485,483).
56
“Con un rédito anual inferior a los 75 dólares”, como documenta la Rev. Ecclesia, nº 1931, 28 de abril
de 1979, p. 21.
32
Con respecto a la política Puebla reafirma el deber y el derecho de estar presente en ella,
para iluminar y transformar la sociedad, sin entrometerse en la política de partidos que
corresponde a los laicos, inspirados en la Enseñanza Social de la Iglesia.
También detecta el Documento un deterioro político-social en América Latina, debido a
injusticias e ideologías que generan y fomentan la violencia. Condena enfáticamente la
violencia, tanto la terrorista y guerrillera como la represiva (531-532), e invita a buscar
otros caminos, porque la violencia engendra nuevas formas de opresión y “no es
cristiana ni evangélica” (507-530).
Hay que creer en la fuerza histórica del amor y no de la violencia. Por eso en el
“Mensaje a los pueblos de América Latina” los obispos hacen un llamado “a todos los
hombre de buena voluntad” para que sean “constructores abnegados de la civilización
del amor”, explican “el sentido orgánico” de esta civilización y concluyen con un acto
de fe a Cristo Liberador, en poder del Evangelio y en la esperanza que alimenta y
fortalece al hombre en su camino hacia el Padre.
1. Señale las etapas más importantes del desarrollo de la DSI. ¿Nota diferencias entre
ellas? ¿Cuáles?
33
2. Por qué el PSI es vida, y no mera teoría. ¿Es percibida como tal?
3. ¿Quiénes han sido, en la historia de América Latina, los profetas que han estado de
parte del pueblo?
4. ¿Qué se entiende por Teología de la Liberación?
Para los estudiantes de Semipresencial se adjunta con el material, las preguntas que
deberán trabajar para el semestre correspondiente.
C. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
2. SANZ de DIEGO, Rafael. “Ni ideología ni ‘Tercera vía’: Doctrina para la acción”. 43
Revista de Fomento social 172 (1988) 345-368.
3. Revista Utopía.
D. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARÍA.
34
CAPITULO 2
LA REALIDAD SOCIO-CULTURAL
Objetivo: Al finalizar la unidad el estudiante tendrá las herramientas para afrontar una
visión crítica de los desafíos referentes al entorno: familia, Cultura, migración y los
Medios de Comunicación desde una visión cristiana.
Introducción
En la sociedad actual constatamos que se ha dado gran énfasis a la cultura del consumo,
que consiste en alcanzar un bienestar basado en la búsqueda del lucro, lo que ha
ocasionado una gran explotación del hombre al mismo hombre, creando sistemas de
exclusión y explotación de una gran mayoría de seres humanos. Es lo que la Iglesia le
ha llamado “cultura de muerte”, porque mientras unos gozan y disfrutan de los bienes
de la tierra, otros se debaten en el drama de vivir en el filo de la muerte, tratando de
arrancarle un pedazo de vida a esa sociedad excluyente.
La Iglesia está a favor de la vida. Frente al “no” que imponen las actitudes de la
sociedad de consumo, pone un “si” viviente, defendiendo de este modo al hombre y al
mundo de cuantos acechan y rebajan la vida57. Por este motivo, como estudiantes
universitarios, debemos reflexionar desde este espacio la tarea que desempeñamos en la
sociedad, ¿cómo estamos acogiendo la vida? ¿Cómo se está haciendo concreto y eficaz
el SI a la vida de todo ser humano58, favoreciendo la cultura de la vida?.
Sumario
57
Familiaris Consortio n. 30.
58
Christifideles Laici, n. 38
35
DESARROLLO
En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las
personas son reconocidas y responsabilizadas en su integridad: “La primera estructura
fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre
recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y
ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona”. 61 Las
obligaciones de sus miembros no están limitadas por los términos de un contrato, sino
que derivan de la esencia misma de la familia, fundada sobre un pacto conyugal
irrevocable y estructurada por las relaciones que derivan de la generación o adopción de
los hijos.
Una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo
individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la
atención en cuanto fin y nunca como medio. Es evidente que el bien de las personas y el
59
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 39, 40
60
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 39
61
Ibid., 39
62
cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2206.
36
buen funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionados con la
prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Sin familias fuertes en la comunión y
estables en el compromiso, los pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los
primeros años de vida los valores morales, se transmite el patrimonio espiritual de la
comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se aprenden las
responsabilidades sociales y la solidaridad.63
Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad
y de la responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones
con la familia, tienen la obligación de atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud
de este principio, las autoridades públicas no deben sustraer a la familia las tareas que
puede desempeñar sola o libremente asociada con otras familias; por otra parte, las
mismas autoridades tienen el deber de auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que
necesita para asumir de forma adecuada todas sus responsabilidades.64
37
permanecen incluso cuando los hijos, aun siendo vivamente deseados, no lleguen a
coronar la vida conyugal. Los esposos, en este caso, “pueden manifestar su generosidad
adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del
prójimo”.66
La familia se presenta como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad cada
vez más individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de
personas 67 gracias al incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la
experiencia humana, cuyo lugar privilegiado para manifestarse es precisamente la
familia: « El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí
mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo
regalar libre y recíprocamente ».68
Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona,
hombre y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. Del amor nacen
relaciones vividas como entrega gratuita, que “respetando y favoreciendo en todos y
cada uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial,
encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad
profunda”. 69 La existencia de familias que viven con este espíritu pone al descubierto
las carencias y contradicciones de una sociedad que tiende a privilegiar relaciones
basadas principalmente, cuando no exclusivamente, en criterios de eficiencia y
funcionalidad. La familia que vive construyendo cada día una red de relaciones
interpersonales, internas y externas, se convierte en la “primera e insustituible escuela
de socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un
clima de respeto, justicia, diálogo y amor”.70
El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en
la familia: su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre
generaciones, un recurso para el bienestar de la familia y de toda la sociedad. Los
ancianos constituyen una importante escuela de vida, capaz de transmitir valores y
tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más jóvenes: estos aprenden así a buscar
no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una
situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia
adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor.
66
Catecismo de la Iglesia Católica, 2379
67
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 18.
68
Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam sane, 11
69
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
70
Ibid., 43
38
sea llevada a menospreciar la importancia institucional del matrimonio y de la familia
».71
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar
en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva
persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso
mismo la obligación de ayudarle eficazmente a vivir una vida plenamente humana.
Como ha recordado el Concilio Vaticano II: “Puesto que los padres han dado la vida a
los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que
reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la
educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el
amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra
personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes
sociales, que todas las sociedades necesitan”73. El amor de los padres, que se pone al
servicio de los hijos para ayudarles a extraer de ellos («e-ducere») lo mejor de sí
mismos, encuentra su plena realización precisamente en la tarea educativa: “El amor de
los padres se transforma de fuente en alma y, por consiguiente, en norma que inspira y
guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura,
constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más
precioso del amor”.74
Al igual que el Estado, la familia es una verdadera sociedad, que se rige por una
potestad propia, esto es, la paterna. Por lo cual, guardados efectivamente los límites que
su causa próxima ha determinado, tiene ciertamente la familia derechos “por lo menos”
iguales que la sociedad civil para elegir y aplicar los medios necesario en orden a su
protección y justa libertad. Y hemos dicho “por lo menos” iguales, porque, siendo la
familia lógica y realmente anterior a la sociedad civil, se sigue que sus derechos y
deberes son también anteriores y más naturales. Pues si los ciudadanos, si las familias,
hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes
públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que la
tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa.75
Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a
ellos, por tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en estrecha y
71
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 81
72
, Carta de los derechos de la familia, Preámbulo, E, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del
Vaticano 1983, p. 6.
73
Gravissimum Educationis, n. 3
74
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 36.
75
Rerum Novarum, n. 13
39
vigilante colaboración con los organismos civiles y eclesiales: “La misma dimensión
comunitaria, civil y eclesial, del hombre exige y conduce a una acción más amplia y
articulada, fruto de la colaboración ordenada de las diversas fuerzas educativas. Éstas
son necesarias, aunque cada una puede y debe intervenir con su competencia y con su
contribución propias”.76 Los padres tienen el derecho a elegir los instrumentos
formativos conformes a sus propias convicciones y a buscar los medios que puedan
ayudarles mejor en su misión educativa, incluso en el ámbito espiritual y religioso. Las
autoridades públicas tienen la obligación de garantizar este derecho y de asegurar las
condiciones concretas que permitan su ejercicio.77 En este contexto, se sitúa el tema de
la colaboración entre familia e institución escolar.
En la educación de los hijos, las funciones materna y paterna son igualmente necesarias.
Por lo tanto, los padres deben obrar siempre conjuntamente. Ejercerán la autoridad con
respeto y delicadeza, pero también con firmeza y vigor: debe ser una autoridad creíble,
coherente, sabia y siempre orientada al bien integral de los hijos.
76
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 40.
77
Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 6:
78
Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 1
79
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
80
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 37
40
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos
viven en la pobreza y en la indigencia, a los huérfanos, a los minusválidos, a los
enfermos, a los ancianos, a quien está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la
soledad o en el abandono; una solidaridad que se abre a la acogida, a la tutela o a la
adopción; que sabe hacerse voz ante las instituciones de cualquier situación de carencia,
para que intervengan según sus finalidades específicas.
Las familias, lejos de ser sólo objeto de la acción política, pueden y deben ser sujeto de
esta actividad, movilizándose para “procurar que las leyes y las instituciones del Estado
no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y
deberes de la familia. En este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser
“protagonistas” de la llamada “política familiar” y asumir la responsabilidad de
transformar la sociedad”.81 Con este fin, se ha de reforzar el asociacionismo familiar:
“Las familias tienen el derecho de formar asociaciones con otras familias e
instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y eficaz, así
como defender los derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia.
En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones
familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el desarrollo de
programas que afectan a la vida familiar”.82
2.1. La Migración.
81
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 44.
82
Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 8 a-b, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del
Vaticano 1983, pp. 12-13.
41
liberalización se limitan a la libre circulación de capital, mercancías y de los agentes del
capital y excluyen la movilidad de la mano de obra.
Los impactos de la migración son complejos. Los países en vías de desarrollo se han
convertido en exportadores de trabajadores, a menudo vulnerables a la explotación. Las
empresas obtienen buen provecho de esta situación, colaborando así a la contracción de
los salarios en los países receptores. Por otra parte, las remesas de divisas enviadas por
estos trabajadores a sus familias son un factor importante en la disminución de los
problemas de la balanza de la cuenta corriente en las economías subdesarrolladas a la
vez que amortiguan los problemas sociales y de pobreza extrema.
Los Estados Unidos, el mayor país receptor de mano de obra migrante, ha endurecido y,
en gran medida, militarizado, su política migratoria. Ha subordinado la política
migratoria de otros países, como México, para que sirvan de muro de contención a los
flujos migratorios de Centroamérica y el Caribe. El resto de los países del continente no
está exento de graves problemas fronterizos vinculados con el flujo de trabajadores
migrantes.
42
insatisfecho, en sectores y territorios en los que la mano de obra local es insuficiente o
no está dispuesta a aportar su contribución laboral.83
Las instituciones de los países que reciben inmigrantes deben vigilar cuidadosamente
para que no se difunda la tentación de explotar a los trabajadores extranjeros,
privándoles de los derechos garantizados a los trabajadores nacionales, que deben ser
asegurados a todos sin discriminaciones. La regulación de los flujos migratorios según
criterios de equidad y de equilibrio84es una de las condiciones indispensables para
conseguir que la inserción se realice con las garantías que exige la dignidad de la
persona humana. Los inmigrantes deben ser recibidos en cuanto personas y ayudados,
junto con sus familias, a integrarse en la vida social.85 En este sentido, se ha de respetar
y promover el derecho a la reunión de sus familias. Al mismo tiempo, en la medida de
lo posible, han de favorecerse todas aquellas condiciones que permiten mayores
posibilidades de trabajo en sus lugares de origen.86
83
PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”,
Vaticano, 2005.
84
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, 13.
85
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2241.
86
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 66
43
y del capital financiero. Al privilegiar la exportación, los trabajadores y, en general, la
mayoría de la población dejan de ser considerados como consumidores estratégicos y
con ello su empobrecimiento ya no afecta a los sectores de punta del capital.
El discurso dominante sataniza al Estado y asume que el mercado puede hacer todo
mejor. Los programas de ajuste impuestos por el Banco Mundial y el FMI aumentan
esta presión en el mismo sentido, dando como resultado una creciente tendencia hacia la
privatización. Los gobiernos, por su parte, ven en las privatizaciones una vía para
resolver en el corto plazo sus crisis fiscales y para equilibrar sus presupuestos. También
se convierte en un mecanismo de enriquecimiento ilícito y favoritismos a determinados
grupos económicos.
Este renovado papel del Estado implica regulaciones internacionales que sean pactadas
democráticamente y en consulta con las y los ciudadanos. La soberanía reside en el
pueblo y éste puede decidir someterse a regulaciones internacionales de beneficio
colectivo. Más aun, son cada vez más necesarias las regulaciones internacionales dado
el poder supranacional de algunas empresas que operan en nuestras economías y el peso
y la movilidad de los capitales golondrinos. Este renovado papel del Estado implica
regulaciones internacionales que sean pactadas democráticamente y en consulta con las
y los ciudadanos. La soberanía reside en el pueblo y éste puede decidir someterse a
regulaciones internacionales de beneficio colectivo. Más aun, son cada vez más
necesarias las regulaciones internacionales dado el poder supranacional de algunas
empresas que operan en nuestras economías y el peso y la movilidad de los capitales
golondrinos.
44
Este nuevo y estratégico papel del Estado en la dinámica económica y social implica
una reforma fiscal integral con una lógica productora y redistributiva, a la vez capaz de
recaudar los recursos suficientes para evitar déficit fiscales que, por su magnitud, se
conviertan en un problema para el desarrollo.
La primera tarea del Estado es animar el debate y crear los mecanismos permanentes de
consulta sobre políticas nacionales e internacionales.
El papel social del Estado requiere que brinde seguridad y servicios públicos y
promueva el bienestar de toda persona. Ello implica políticas específicas orientadas a
los sectores más vulnerables de la población, las cuales deben traducirse en
legislaciones que establezcan derechos y no en políticas discrecionales o de
clientelismo. El objetivo central del Estado debe ser el desarrollo justo y sustentable
para todos, sin por ello excluir medidas asistenciales de emergencia o compensatorias
para grupos específicos.
45
establecimiento de un curriculum común básico. Sin embargo, deben respetar el carácter
multilingüe, multicultural y multiétnico. La descentralización educativa que se requiere
para lograr la autonomía de comunidades con culturas específicas en la elaboración de
planes de estudios no debe conducir a que los Estados abandonen su responsabilidad de
financiar los costos de la educación o la distribución equitativa de recursos. La
educación es un derecho que no se puede supeditar a la capacidad de la gente para
pagarla.
En los países del continente americano, la educación debe favorecer una formación
integral de la persona. En este sentido, los sistemas de educación deben lograr un mejor
equilibrio entre las visiones utilitaristas de la educación, que responden a las
necesidades del mercado económico, y las visiones humanistas de la educación, que
permiten a los individuos participar activa y plenamente en la sociedad en que viven.
Todo plan de acción en educación debe incorporar medidas dirigidas a mejorar las
condiciones de vida en la infancia y la juventud en el ámbito familiar. Especial
importancia debe tener la educación y las campañas masivas dirigidas a los niños para
evitar el consumo de drogas. Para ello son necesarios los apoyos financieros, psico-
sociales y de salud pública. En el mismo sentido, tampoco se debe descuidar la
educación de adultos.
46
Debe garantizarse el acceso a los servicios públicos de salud de las comunidades y
pueblos indígenas, pero a la vez debe apoyarse el desarrollo y difusión de la medicina
tradicional y el conocimiento milenario, muchas veces detentado por mujeres, que estas
comunidades poseen.
Los sistemas de seguridad social (incluidas las pensiones) deben mantenerse bajo la
responsabilidad del Estado y los fondos de ahorro con los que se financian deben ser
manejados por él y canalizados como crédito a proyectos prioritarios para el desarrollo
nacional. Se debe evitar que tales fondos ingresen al circuito especulativo que sólo
concentra la riqueza social en menos manos.
87
Ecclesia in America, n. 65
47
2.3.1. ¿Qué entendemos cuando decimos educación de la cultura?
La educación toca a toda la persona, por esto ha de ser un proceso global e integrador:
no se limita a la instrucción, es decir, a la transmisión de conocimientos instrumentales,
sino que difunde valores, crea actitudes y ofrece sentido a la vida; es un proceso que la
Iglesia llama educación integral. Hoy se habla de cultura como el “capital social” y se
trata de hacer que dicho capital produzca desarrollo y paz en lugar de seguir generando
pobreza, caos y violencia.
48
dignidad de la persona, sin distinción de raza, sexo, nacionalidad, religión o condición
social.
Es preciso hacer todo lo posible para que cada cual adquiera conciencia del derecho que
tiene a la cultura y del deber que sobre cada uno pesa de cultivarse a sí mismo y de ayudar
a los demás. El ideal sería que todos reciban toda la educación, pero desgraciadamente no
todos, en algunos casos aunque tengan la oportunidad no lo logran, otros por responder a
una situación laboral, familiar o personal que impiden el esfuerzo de superación; por esto,
se debe atender a que quienes tienen dotes intelectuales, a que tengan la posibilidad de
llegar a los estudios superiores; y ello de tal forma que, en la medida de lo posible, puedan
desempeñar en la sociedad las funciones, tareas y servicios que correspondan a su aptitud
natural y a la competencia adquirida.
Así podrán todos los hombres y todos los grupos sociales de cada pueblo alcanzar el pleno
desarrollo de su vida cultural de acuerdo con sus cualidades y sus propias tradiciones.
La familia es el ámbito primero de la educación y del desarrollo de toda cultura. Antes que
en la sociedad y en la escuela, en el seno familiar el ser humano recibe las primeras
nociones sobre la verdad y el bien, aprende que quiere decir amar y ser amado, y qué
quiere decir en concreto ser persona (CA 39) A través de la familia, los hijos encuentran el
puente más seguro y estable para su integración en la sociedad. “La familia es escuela del
más rico humanismo (GS 52) En el seno de la familia comienza el niño a descubrir su
identidad cultural, aprende la lengua y se familiariza con las reglas elementales de la
sociedad. En este sentido, se puede aceptar la crítica de que la sociedad está en crisis,
porque la vida familiar está crisis.
La Iglesia considera que los padres son los primeros responsables de la educación de sus
hijos. Su primera e intransferible obligación y derecho es educar a los hijos. Todas las
demás instancias que colaboran en la educación, en especial los maestros y los educadores,
deben ser “colaboradores de los padres”, a ellos les confían una parte de la tarea educativa.
Y ya en las cosas concretas, los padres eligen el tipo de educación para sus hijos. Los
padres son los que deben dirigir el proceso educativo según sus propias convicciones y
valores. Y para ello deben contar con las posibilidades que les permitan elegir el modelo
de educación que deseen, según el modelo de hombre y mujer que quieran para sus hijos.
Esto en muchos casos es posible, pero muchos padres, porque la demanda de
establecimientos educativos es alta, deben, en muchos casos, adaptarse al sistema.
49
2.3.4. La cultura es una tarea social
La familia está inserta en la sociedad con sus instituciones, una de sus metas es alcanzar
los más elevados niveles de extensión y calidad de la escolarización, alfabetización,
capacitación para la vida y para participar en la sociedad a través de la cultura. La
sociedad y el Estado deben garantizar el logro de esta meta mediante:
El principio de solidaridad, contribuyendo cada uno a la elevación de la cultura con sus
semejantes, atendiendo especialmente a los más desfavorecidos (cf. SRS 39e)
Y el principio de la subsidiariedad. Ni el estado, ni estructura alguna, deben sustituir u
obstaculizar la iniciativa y la responsabilidad de las personas y los grupos sociales en
los niveles del proceso educativo en los que éstos pueden actuar.
Y, sin embargo, es obligación del Estado dar libertad y ayudar a las personas y los
grupos intermedios que, en orden al bien común, quieren desarrollar la creatividad y la
responsabilidad en le ámbito educativo (cf. QA 79)
La educación cumple el papel de completar el camino de “hominización” de los seres
humanos, a través de objetivos educativos:
Educarnos en la adquisición de la cultura, el saber científico y la experiencia
profesional, que forma hombres y mujeres para su incorporación a la sociedad, para
comprender y respetar la cultura propia y la de los demás.
Educarnos en el trabajo, entendiendo como actividad creadora y solidaria, para asumir
responsabilidades respecto del bien común y de los intereses de la comunidad.
Educarnos en la igualdad, profundizando en la conciencia de la dignidad humana y de
los derechos y deberes que le son inherentes.
Educarnos en la solidaridad responsable, promoviendo el sentido comunitario,
participando en las decisiones que nos afectan, en la sensibilización y la acción
concreta hacia los pobres y los excluidos.
Educarnos en la libertad y la responsabilidad, desarrollando la actitud de autonomía y
confianza en sí mismo, y las facultades creadoras (artísticas, estéticas, técnicas,
comunicativas...).
Educarnos en la participación, desde la igualdad, la libertad y la solidaridad
responsable, para avanzar en madurez ciudadana, en la calidad de la convivencia y la
paz.
Educarnos en el compromiso con la vida, la justicia y la búsqueda del bien y la verdad,
como valores radicales del orden ético coherente con la vocación de todo hombre.
Educarnos en un modo de vida sobrio y para una sociedad más acorde con las
exigencias ecológicas, limitando voluntariamente el uso de los bienes naturales o
producidos, frente a la cultura del consumismo y la fascinación por la posesión de
bienes.
Educarnos en la defensa y el cuidado de la vida, aprendiendo a valorar las condiciones
que hacen posible el origen y desarrollo de la vida humana, los hábitos saludables de
vida física, psíquica, afectiva y social.
Educarnos en la apertura a lo religioso, teniendo en cuenta el pluralismo y el respeto a
la libertad religiosa.
La acción educativa tiene carácter de relación interpersonal, de comunicación de
conocimientos y habilidades, valores y experiencias. Es un proceso que coloca a cuantos
trabajan y viven en los ámbitos educativos en situación de diálogo. Esto lo aprendemos
de la pedagogía de Dios.
En el diálogo de la salvación, Dios ha tomado la iniciativa, Él nos ha amado primero.
La acción educativa exige solicitud, querer al otro como es para que sea él mismo, no
basta saber que “está ahí”.
50
El diálogo de la salvación partió de la bondad divina, del amor gratuito.
El diálogo exige y produce generosidad, relación afectuosa y amistad.
En el diálogo de la salvación, Dios no se ajusta a los méritos y a los resultados de
aquellos a los que va dirigido.
La Acción educativa ha de hacerse sin desanimar. El diálogo promueve la confianza, la
seguridad en sí mismo y la autoestima.
El diálogo de la salvación no fue una imposición, sino una invitación y una demanda
de amor.
La acción educativa no humilla al que no sabe, no produce angustia, no inspira temor. El
diálogo exige mansedumbre, paciencia y evita los modos violentos y coactivos.
La tarea de servir, es decir, poner y enfocar todo ese caudal de esfuerzos al servicio del
hombre y la sociedad. Así como la enseñanza carece de sentido sin una investigación,
tanto la investigación como la enseñanza carecen de sentido, si éstas en la Universidad
no tienen una finalidad mediata al servicio de la comunidad. El fin del hombre culto es
ser levadura en la masa, está llamado a entregar su riqueza humana para que mejore la
51
sociedad. Lamentablemente influenciados por el individualismo y competición se ha
perdido esta tarea en la sociedad. Falta el espíritu crítico que analice lo que sucede y en
ocasiones se tiene poca conciencia social. Nos preocupamos más por la excelencia
académica y descuidamos los valores como la solidaridad, el bien común y tantos otros
valores que ayudan a la convivencia y desarrollo social.
El Papa Juan Pablo II en la Encíclica “Fe y Razón” analiza la relación entre Fe y Razón,
dice que “son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de
conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y
amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”89.
La razón humana en su reflexión se abre a cuestiones cada vez más vastas y hay que
hacer ver cómo la respuesta completa a las mismas proviene de lo alto a través de la fe.
Esta acción exige apertura a la verdad. Aquí hay un campo abierto, algo que atrae, que
buscamos y que nunca el pensamiento humano abarcaría en su totalidad. Una
Universidad Católica, como cualquier universidad que cultiva la ciencia, debe tener un
compromiso firme con la verdad.
La formación que reciben los estudiantes, y para la cual forman los docentes en la
Universidad, debe manifestar y lograr la integración entre fe y cultura. Es decir,
desarrollar una cultura arraigada en la fe90.
En este aspecto, una actividad sería, crear actitudes cristianas que conduzcan a valores,
lo cual supone un anuncio explícito de la persona de Jesucristo. Y toda actitud si es
auténtica tiene que traducirse en comportamientos concretos pues la actitud es apenas
disponibilidad hacia el valor.
88
Documento de Puebla 222.
89
Fe y Razón, prólogo.
90
Ex Corde Ecclesiae 15. 18. 33.
52
La Universidad debe ser muy consciente, claramente definida, de que forma en los
criterios éticos que iluminan, orientan y guían el obrar humano del universitario con
relación a su profesión y su vida; los valores humanos y cristianos con los que va a afrontar
el mundo, a relacionarse consigo mismo y con los demás.
De la Universidad salen los directivos, por este motivo está llamada a proporcionar,
además de la formación científica y profesional, una enseñanza deontológico, inspirándose
en las exigencias y principios del Evangelio. De esta manera contribuirá a formar los
profesionales capaces de trabajar en el desarrollo continuo de todos los sectores de nuestra
sociedad pluralista y en particular en la realización de la justicia social.
91
L. Bino, “comunicación social”, en DETM, Paulinas, Madrid 1986, 93.
53
grandes. El mundo de las comunicaciones sociales constituyen un factor potente de
cambio social. Es una de las principales dimensiones de la humanidad. Los medios de
comunicación social plasman al hombre y a la sociedad. Forjan una nueva cultura y
civilización. Se trata de un proceso de socialización, y en nuestro tiempo llevada al
extremo.
La comunicación social tiene un inmenso poder para promover la felicidad del hombre
y su realización. Sin pretender dar más que una visión de conjunto, presentamos aquí,
algunos beneficios económicos, políticos, culturales, educativos y religiosos de los
medios.
Aspectos positivos
54
Educativos. Los medios de comunicación son importantes instrumentos de
educación, desde la escuela hasta el lugar de trabajo, y en muchas etapas de la vida. Son
instrumentos educativos normales en muchas aulas. Superan las barreras de la distancia
y el aislamiento.
Religiosos. La vida religiosa de mucha gente se enriquece mucho gracias a los
medios de comunicación, que transmiten noticias e información de acontecimientos,
ideas y personalidades del ámbito religioso, y sirven como vehículos para la
evangelización y la catequesis.
Abusos
55
Pero la comunicación transcultural no debería realizarse en detrimento de las más
débiles. El hecho de que un gran número de informaciones fluya actualmente en una
única dirección —desde las naciones desarrolladas hacia las naciones en vías de
desarrollo y pobres— plantea serias cuestiones éticas.
Educativos. En lugar de promover la enseñanza, los medios de comunicación
pueden distraer a la gente y llevarla a perder el tiempo. De este modo, los más
perjudicados son los niños y los jóvenes, pero los adultos también sufren esa influencia
de programas banales e inútiles.
Entre las tentaciones de los medios de comunicación están el ignorar o marginar las
ideas y las experiencias religiosas; tratar a los grupos religiosos legítimos con
hostilidad; valorar la religión y la experiencia religiosa según criterios materialistas. Los
actuales medios de comunicación reflejan la situación posmoderna del espíritu humano,
encerrado “dentro de los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo
trascendente” (Fides et ratio, 81).
En síntesis, los medios de comunicación pueden usarse para el bien o para el mal; es
cuestión de elegir. “No conviene olvidar que la comunicación a través de los medios de
comunicación social no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o
vender. Mucho menos, un vehículo para la ideología. Los medios de comunicación
pueden a veces reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos
rivales de interés; también pueden manipular a los espectadores, lectores y oyentes,
considerándolos meras cifras de las que se obtienen ventajas, sea en venta de productos
sea en apoyo político. Y todo ello destruye la comunidad. La tarea de la comunicación
es unir a las personas y enriquecer su vida, no aislarlas ni explotarlas. Los medios de
comunicación social, usados correctamente, pueden ayudar a crear y apoyar una
comunidad humana basada en la justicia y la caridad; y, en la medida en que lo hagan,
serán signos de esperanza”92
Los principios y las normas éticas importantes en otros campos se aplican también a la
comunicación social. Se pueden aplicar siempre los principios de la ética social, como
la solidaridad, la subsidiariedad, la justicia, la equidad y la responsabilidad en el uso de
los recursos públicos y en el cumplimiento de funciones de responsabilidad pública. La
comunicación debe ser siempre veraz, puesto que la verdad es esencial a la libertad
individual y a la comunión auténtica entre las personas.
92
Juan Pablo II, Mensaje para la XXXII Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1998, n. 4.
56
La ética en la comunicación social no sólo concierne a lo que aparece en las pantallas de
cine y de televisión, en las transmisiones radiofónicas, en las páginas impresas o en
Internet, sino implica también muchos otros aspectos. La dimensión ética no sólo atañe
al contenido de la comunicación (el mensaje) y al proceso de comunicación (cómo se
realiza la comunicación), sino también a cuestiones fundamentales, estructurales y
sistemáticas, que a menudo incluyen múltiples asuntos de política acerca de la
distribución de tecnología y productos de alta calidad.
Incluso a las personas de buena voluntad no siempre les resulta evidente cómo aplicar
los principios éticos y las normas a los casos particulares; hacen falta reflexión,
discusión y diálogo. Ofrecemos las siguientes consideraciones con la esperanza de
alentar esta reflexión y este diálogo entre los responsables de la política de la
comunicación, los comunicadores profesionales, los expertos en ética, los moralistas,
los usuarios de la comunicación y demás personas implicadas.
57
Como todos los aprendizajes humanos, los medios de comunicación deben entrar
también en este proceso, para que cada persona tenga un sentido crítico frente a ellos, y
su aprovechamiento contribuya a favorecer todo que destaque el crecimiento personal y
social. Este breve elenco no es sino una aporte para el diálogo:
o Moderación: los destinatarios, sobre todo los más jóvenes, procuren acostumbrarse a
la disciplina y a la moderación en el uso de los medios.
o Comprensión: Pongan, además, empeño en comprender a fondo lo visto y lo oído.
o Dialogo educativo: Hablen de ello con las otras personas (educadores, expertos) y
aprendan a emitir un juicio recto.
o Vigilancia: Es conveniente mantenerse vigilante frente a los espectáculos y lo que se
nos ofrece, que no atente a nuestras convicciones, a la moral, a la fe y las buenas
costumbres. También los padres de familia estén vigilantes en el diálogo con sus hijos y
lo que ellos ven, para orientarlos oportunamente.
o Es necesario la selección de los medios que utilizamos, incluso los establecimientos
educativos deben abordar estos temas de enseñanza sobre la utilización de los medios de
comunicación.
93
Paulo VI, Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 7 de abril de 1969.
58
2.4.6. Deberes en torno a los medios de comunicación
En el terreno de las artes, se debe comunicar el arte antiguo y el nuevo y velar por las
culturas nacionales y las minoritarias. La verdad estética no está por encima de la
verdad moral.
Se debe enriquecer la cultura popular, sin caer en el populismo; debe animarse a las
relaciones personales y no a suplantarlas.
Para evitar la masificación se debe fomentar una opinión pública consciente, activa y
crítica.
b) Deberes de los poderes públicos: Los poderes públicos son los veladores del bien
común; deben sanear el mundo de la comunicación e impedir que se usen los medios
para imponer nuevas ideologías; deben establecerse normas para su uso responsable y
favorecerse el acceso a los medios en condiciones de igualdad de oportunidades. Debe
promocionarse, asimismo, la propia cultura y se debe evitar la manipulación por parte
de los poderosos.95
d) Deberes de la Iglesia:
Compromiso interno:
Preparación adecuada para que la evangelización use y se integre en esta nueva cultura.
Dialogo interno dentro de los católicos y del Magisterio con los fieles.
Debe haber una organización adecuada para sacar provecho de las capacidades de los
medios de comunicación.
94
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2497
95
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2498-2499
96
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2496
59
Formación de comunicadores católicos para adquirir la competencia profesional y la
preparación doctrinal y espiritual adecuadas.
Compromiso externo:
Para los estudiantes de Semipresencial se adjunta con el material, las preguntas que
deberán trabajar para el semestre correspondiente.
60
C. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
D. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARÍA.
61
CAPITULO 3
EL COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO
Introducción
Las sociedades modernas necesitan honrados ciudadanos. Don Bosco ya orientaba a sus
jóvenes diciéndoles: “Sed buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Un buen cristiano
tiene que ser un honrado ciudadano. No puede ser un mal ciudadano. Y hay que
aprender a ser “honrado ciudadano”, siendo “estudiante honrado”, un “hijo de familia
honrado”, un “compañero honrado”...
El presente capítulo quiere ser una ayuda para pensar correctamente sobre el proyecto
de sociedad que estamos construyendo, y para esto uno debe primero entender quién es
el ser humano y cuál es su verdadero bien. Además, nos toca vivir en una sociedad
concreta y con hombres concretos. Y ahí debe brillar la honradez personal. Si se es
honrado entre hombres honrados no tiene mucho mérito. El mérito está en ser honrado
en un ambiente socio-político-económico en el que falten hombres ‘siempre y en todo
lugar’ íntegros, honestos, honrados...
La política debe contribuir para lograr un equilibrio social, defender a los más pobres
desde el bien común y desde la solidaridad. Esta es la lucha más importante de los
derechos humanos. La Iglesia trabaja para que los cristianos nos constituyamos en
defensores de los derechos humanos y ser constructores de paz.
Sumario
1. La Democracia y los sistemas políticos.
2. Movimientos sociales y sindicatos.
3. Los Derechos Humanos.
4. Ecología y la paz.
62
DESARROLLO
Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino
que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los
procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los
derechos del hombre, la exaltación del “bien común” como fin y criterio regulador de la
vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el
significado de la democracia y se compromete su estabilidad.
La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales
en el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y
universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores: “Hoy se
97
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46
63
tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la
actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos
están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables
desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la
mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito,
hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción
política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas
fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en
un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”. 98 La democracia es
fundamentalmente un ordenamiento y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter
moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que,
como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la
moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve.99
98
Ibid.
99
Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 70
100
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 44.
101
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2236.
64
virtudes que favorecen la práctica del poder con espíritu de servicio 102 (paciencia,
modestia, moderación, caridad, generosidad); una autoridad ejercida por personas
capaces de asumir auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el
prestigio o el logro de ventajas personales.
Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las
más graves 103 porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas
de la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo
negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente
desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio
de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento
de las instituciones. La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones
representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones
clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas
favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e
impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos.
102
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 42
103
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 44
104
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 5
105
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 41
106
Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris:
65
El lugar apto para la formación de ideas y de proyectos es la sociedad civil, como
justamente afirma la Octogesima Adveniens cuando dice que “no pertenece ni al Estado,
ni siquiera a los partidos políticos que se cerraran sobre sí mismos, el tratar de imponer
una ideología por medios que desembocarían en la dictadura de los espíritus, la peor de
todas. Toca a los grupos establecidos por vínculos culturales y religiosos -dentro la
libertad que a sus miembros corresponde- desarrollar en el cuerpo social, de manera
desinteresada y por su propio camino, estas convicciones últimas sobre la naturaleza, el
origen y fin del hombre y de la sociedad" (n. 25).
El partido político sirve más bien para recoger y organizar las instancias, las ideas, los
proyectos, las propuestas que se elaboran en la sociedad civil, de sintetizarlas en un
programa político y colocarlas así en relación con las instituciones. Sin los partidos la
sociedad civil y las instituciones no tendrían un instrumento para una mutua relación,
permanecerían sordas y ciegas la una de la otra o también entrarían en relaciones de tipo
poco democrático y, todavía más, no democrático.
Pero junto a esta función principal, el partido debería llevar consigo otras funciones más
importantes. Debería ser un instrumento de educación política de los ciudadanos y, por
consiguiente, un instrumento de participación; estar abierto a la participación de la base;
debería tener contacto con las personas y la sociedad civil, no encerrarse en sí mismo o,
todavía peor, temer la participación en cuanto que podría cuestionar las relaciones de
poderes internos en el partido mismo. El partido debería tener en su interior una
estructura democrática, ser lugar de elaboración política y de construcción de proyectos,
lugar de debates y de confrontación de ideas y de programas. De esta manera, el partido
es un instrumento útil para formar a los ciudadanos en la vida democrática, en la
participación política, en las virtudes cívicas y también instrumento de educación y
formación de las clases dirigentes.
Como se ve desde esta observación, la DSI no acepta una visión economicista por
medio de cual el partido confecciona un producto que pone después en el mercado
político y el elector es como un comprador en el supermercado que escoge entre las
diversas ofertas de productos.
La importancia del partido político no debe, sin embargo, hacer olvidar también sus
límites y sus posibles degeneraciones. Sucede muchas veces que los partidos han
ocupado excesivamente por un lado a la sociedad civil y por otro a las instituciones,
invadiendo ámbitos y esferas que no le corresponden. De esta manera, se sofoca la
autonomía de los cuerpos intermedios presentes en la sociedad civil, y las instituciones
han perdido sus características propias de estar sobre las partes, de estar al servicio de
todos los ciudadanos. Cuando esto sucede, se corre el riego de minusvalorar el mismo
66
Estado de derecho, sobre el que se funda, como afirma Juan Pablo II, la verdadera
democracia.
No hay que olvidar, sin embargo, que esto puede suceder no sólo por culpa de los
partidos, sino también de la sociedad civil, la cual a menudo no reivindica su autonomía
también política y se pone al abrigo de uno o de otro partido. Puede suceder además que
venga a menos la conciencia política colectiva del bien común, del sentido de ser
"comunidad" política, por incapacidad, es decir, por no ver lo que nos une y sólo ver lo
que nos divide. Cuando esto sucede entran en crisis las instituciones, ya que los
ciudadanos no logran comprender cómo y por qué deban existir las instituciones sobre
los partidos para representar los intereses de todos.
Los partidos están fisiológicamente en lucha política entre ellos. Esto, sin embargo, no
debería hacernos olvidar que la actitud de conflicto político está en orden al bien común
y jamás se debería preferir el interés de un grupo o de un partido sobre el bien común.
67
sino caminando hacia la construcción de un concepto integral de educación ético–cívica,
que supera viejas concepciones y prejuicios, para entenderla como un componente
esencial de una sociedad democrática no mecanicista ni formalizada/ritualizada y
vaciada de contenido. Se propone una visión de la educación cívica global que implica
otra nueva escuela para una nueva sociedad, en la que el que tenga como eje central los
valores democráticos, desde una educación democrática que atienda/integre
productivamente diversas dualidades: cognición y afectividad, ciencia y vida,
autonomía e interdependencia, respeto y norma común…
En una reciente obra, Linda Darling – Hammond (2001), articula una reflexión que
pretende asumir y provocar el estimulante reto de “hacer virar el discurso de la
enseñanza y de los proyectos de centros, etc. hacia su verdadero sentido: aprender;
pero no cualquier aprendizaje”. El aprendizaje es un derecho fundamental de todo
alumno, que ha de estimularse para ayudar a desarrollar ciudadanos libres, autónomos,
capaces… y no esponjas dispuestas a llenar sus cerebros de contenidos. En estos
estándares no se puede olvidar que su funcionalidad no es catalogar, clasificar o
certificar, sino ponerse también al servicio, como los propios procesos de enseñanza–
aprendizaje, de la comprensión y el desarrollo de los alumnos, para que sea posible un
aprendizaje activo y profundo, con un rendimiento “auténtico”, valorando la diversidad
personal, cultural y del aula, creando oportunidades para el aprendizaje cooperativo,
(Escudero, 2002).
Educar a la ciudadanía, hoy en día no es atender a una mayoría, sino a todos. Y el reto
más actual, estriba en hacerlo desde principios de equidad. Así toma especial interés la
idea de “todos tienen derecho a un buen aprendizaje” o lo que es lo mismo, alcanzar un
justo equilibrio entre equidad y calidad.
Con una ética más comprometida socialmente, desde esta perspectiva, toma relevancia
el compromiso con las clases más desfavorecidas como signo de calidad en un sistema
de educación público y democrático, así como la emergencia del derecho a aprender
por encima de otros derechos que parecen esgrimirse cuando se habla de educación.
Será, pues, en torno a estos estándares democráticos de calidad, como será posible
replantear y reconstruir una visión de la “orientada” educación, como norte básico a
ofrecer al profesorado, a asesores, a administradores y a cuanto personal incide en la
educación para que diseñen, reestructuren, reflexionen, evalúen y hagan posible “el
mejor aprendizaje para todos”.
Esta labor no puede quedar reducida a la escuela, como tampoco puede suponer que ésta
pase de puntillas sobre el trasfondo que en estas finalidades se encierran. Como afirma
Tedesco (2000), sin asegurar ciertos niveles básicos de equidad en los primeros años de
la vida – asociada a derechos primarios y a condiciones materiales, sociales y familiares
que posibiliten un desarrollo cognitivo y afectivo básico y una primera socialización
potente – se está coartando bastante la potencialidad de educabilidad de los sujetos. Por
lo que son necesarias otras medidas sociales de choque y asegurar una escolarización
temprana de calidad. Y éste es un reto del que primordialmente deben responder los
poderes públicos, con la necesaria educación y participación ciudadana (Freire, 1994).
68
Después de hacer estas consideraciones debemos decir que la Iglesia no es una
comunidad política, no se confunde con ningún sistema político. Sin embargo, su
presencia en la historia del hombre no puede dejar de tener influjo sobre la comunidad
política en cuanto la palabra de salvación de Cristo contempla la historia entera y la
humanidad entera. El Concilio ha esclarecido que la obra redentora de Cristo “si bien
por naturaleza tiene como fin la salvación de los hombres, se propone también la
restauración de todo el orden temporal”.107
La Iglesia, en virtud del misterio del Verbo Encarnado, tiene ”una auténtica misión
secular" (CL 15). Respeta la autonomía legítima de las realidades humanas, su laicidad,
y por consiguiente, respeta también la laicidad de la política, pero al mismo tiempo no
puede abandonar su misión de evangelizar también la política. Instrumento esencial para
este trabajo es la doctrina social de la Iglesia, la cual es precisamente el instrumento de
evangelización para las realidades temporales, y la acción de la comunidad cristiana
dirigida a este fin se llama pastoral social y política.
La comunidad cristiana ofrece a la política dos servicios principales, uno crítico y uno
propositivo. El crítico consiste en recordar constantemente a la política que el hombre
“no está limitado al solo horizonte temporal”109, el cual tiene una “trascendente
dignidad” que cualquier sistema político debe respetar, y que ello se le debe en cuanto
hombre antes que como ciudadano o en cuanto tal ciudadano, porque existen exigencias
de justicia y de derecho de la persona que se imponen a cualquier sistema político.
La comunidad cristiana, por tanto, no puede convertirse en un fermento crítico más que
teniendo viva la tensión hacia la trascendencia, lo que le impide encerrarse en la política
misma y transformarla en ideología.
107
Apostolicam Actuositatem n. 5.
108
cfr. OA 48
109
GS 76
110
cfr. GS 76
69
La Gaudium et Spes invita, sin embargo, a no confundir cuando los fieles “aislada o
asociadamente, llevan a cabo (acciones políticas) a título personal, como ciudadanos de
acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en
comunión con sus pastores”.111
El PSI reconoce la función desarrollada por los sindicatos de trabajadores, cuya razón
de ser consiste en el derecho de los trabajadores a formar asociaciones o uniones para
defender los intereses vitales de los hombres empleados en las diversas profesiones. Los
sindicatos “se han desarrollado sobre la base de la lucha de los trabajadores, del mundo
del trabajo y, ante todo, de los trabajadores industriales para la tutela de sus justos
derechos frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción.112
Las organizaciones sindicales, buscando su fin específico al servicio del bien común,
son un factor constructivo de orden social y de solidaridad y, por ello, un elemento
indispensable de la vida social. El reconocimiento de los derechos del trabajo ha sido
desde siempre un problema de difícil solución, porque se realiza en el marco de
procesos históricos e institucionales complejos, y todavía hoy no se puede decir
cumplido. Lo que hace más actual y necesario el ejercicio de una auténtica solidaridad
entre los trabajadores.
La doctrina social enseña que las relaciones en el mundo del trabajo se han de
caracterizar por la colaboración: el odio y la lucha por eliminar al otro, constituyen
métodos absolutamente inaceptables, porque en todo sistema social son indispensables
al proceso de producción tanto el trabajo como el capital. A la luz de esta concepción,
la doctrina social “no considera de ninguna manera que los sindicatos constituyan
únicamente el reflejo de la estructura ‘de clase’, de la sociedad ni que sean el exponente
de la lucha de clases que gobierna inevitablemente la vida social”.113 Los sindicatos son
propiamente los promotores de la lucha por la justicia social, por los derechos de los
hombres del trabajo, en sus profesiones específicas: “Esta lucha debe ser vista como una
acción de defensa normal en favor del justo bien; [...] no es una lucha contra los
demás.114 El sindicato, siendo ante todo un medio para la solidaridad y la justicia, no
puede abusar de los instrumentos de lucha; en razón de su vocación, debe vencer las
tentaciones del corporativismo, saberse autorregular y ponderar las consecuencias de
sus opciones en relación al bien común.115
111
GS 76
112
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20
113
Ibid.
114
Ibid.
115
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2430
70
Al sindicato, además de la función de defensa y de reivindicación, le competen las de
representación, dirigida a “la recta ordenación de la vida económica”,116 y de educación
de la conciencia social de los trabajadores, de manera que se sientan parte activa, según
las capacidades y aptitudes de cada uno, en toda la obra del desarrollo económico y
social, y en la construcción del bien común universal. El sindicato y las demás formas
de asociación de los trabajadores deben asumir una función de colaboración con el resto
de los sujetos sociales e interesarse en la gestión de la cosa pública. Las organizaciones
sindicales tienen el deber de influir en el poder público, en orden a sensibilizarlo
debidamente sobre los problemas laborales y a comprometerlo a favorecer la realización
de los derechos de los trabajadores. Los sindicatos, sin embargo, no tienen carácter de
“partidos políticos” que luchan por el poder, y tampoco deben estar sometidos a las
decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado estrechos con ellos: “En
tal situación fácilmente se apartan de lo que es su cometido específico, que es el de
asegurar los justos derechos de los hombres del trabajo en el marco del bien común de
la sociedad entera, y se convierten, en cambio, en un instrumento de presión para
realizar otras finalidades.117
116
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 68
117
Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 20
118
CUADRÓN, A. y OTROS. Manual abreviado de Doctrina Social de la Iglesia. Págs. 271-279
(www.elescoliasta.org)
71
nueva situación económica de carácter supranacional, las formas de trabajo propias de
las nuevas tecnologías y la economía sumergida han creado un desfase en la acción
sindical, por su territorialidad o por escapar al ámbito de las empresas tecnológicas o
clandestinas, estas circunstancias han originado una crisis del sindicalismo en general,
plantando al sindicalismo restos de futuro y la necesidad de reorganización de sus
estructuras y objetivos.
La Laborem Exercens recoge el papel de los sindicatos. Que es el principio del claro
derecho del reconocimiento de asociación, se presenta al sindicato ya no como el reflejo
de la estructura de clases, sino como el abanderado de la lucha por la justicia social y
por los justos derechos de los hombres del trabajo: una lucha que se considera como una
normal acción “en pro” del justo bien, y no como una lucha “contra” los otros; se alerta
luego contra las formas egoístas (el llamado corporativismo) de grupos o de clases; se
aclara en que sentido la actividad sindical debe constituir una verdadera y propia
actividad política, absteniéndose sin embargo de “hacer política” en el sentido que
comúnmente se da hoy día a esta expresión; y se alude a la función instructiva,
educativa y de promoción de la autoeducación no solamente para el tener más, sino
principalmente para “ser” más.
El método de la huelga se dedica afirmando que los trabajadores deben tener asegurado
el derecho a la huelga y admitiendo que ella constituye un medio legítimo, se subraya al
mismo tiempo que sigue siendo un medio extremo; y por eso no se puede abusar de él
especialmente en función de “juegos políticos”. Además no se puede jamás olvidar que
cuando se trata de servicios especiales para la convivencia civil, estos han de asegurarse
en todo caso mediante medidas legales, si es necesario. El abuso de la huelga puede
conducir a la paralización de toda la vida socio-económica, y esto es contrario a las
exigencias del bien común de la sociedad, que corresponde también a la naturaleza bien
entendida del trabajo mismo.
119
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2435
72
de planes fijados totalmente al margen de ellos y estos sin que se les consienta
comprometer en alguna medida o de algún modo su propia responsabilidad. Como
resultado, su trabajo, a la larga, no puede dejar de ser un trabajo despersonalizante, y
por ende fuente de tedio en donde nace y se alimenta la mencionada aversión. Para
superarla la única vía válida es la que abre al mayor número de trabajadores la
posibilidad de comprometerse responsablemente en el mundo del trabajo, es decir como
personas.
120
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2 de octubre de 1979), 7
121
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27
122
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris
123
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3
73
debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a
quien sea”.124 Inalienables, porque “nadie puede privar legítimamente de estos derechos
a uno sólo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia
naturaleza.”125
Las enseñanzas de Juan XXIII, del Concilio Vaticano II, de Pablo VI han ofrecido
amplias indicaciones acerca de la concepción de los derechos humanos delineada por el
Magisterio. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la encíclica Centesimus annus:
“El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el
corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia
unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el
derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el
conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes
de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a
fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable
de la propia sexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la
libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en
conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona”.126
124
Pablo VI, Mensaje a la Conferencia Internacional sobre los Derechos del Hombre (15 de abril de
1968)
125
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3
126
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47
127
Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 2
128
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26
129
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris
74
importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra
construyen.130
Existe desgraciadamente una distancia entre la “letra” y el “espíritu” de los derechos del
hombre132 a los que se ha tributado frecuentemente un respeto puramente formal. La
doctrina social, considerando el privilegio que el Evangelio concede a los pobres, no
cesa de confirmar que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos
para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás y que una
afirmación excesiva de igualdad “puede dar lugar a un individualismo donde cada uno
reivindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común”.133
130
Ibid.
131
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47
132
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17
133
Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 23
134
Cf. Pontificia Comisión « Iustitia et Pax », La Iglesia y los derechos del hombre, 70-90, Tipografía
Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1975, pp. 49-57.
135
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41
75
1. Relación mutua entre la Iglesia y el mundo (GS 40,3). Esta relación entre la Iglesia y
el mundo tiene como fundamento la dignidad de la persona humana, la misma
comunidad humana basada en la dimensión social de la persona y la misma actividad
del hombre que, en su sentido más profundo, se abre a la relación con la creación, con
los demás y con Dios. Esto puede verse, en el terreno de los principios, en Gaudium et
Spes, 40 y en multitud de declaraciones y escritos; y, en el terreno práctico, tanto en los
acuerdos Iglesia-Estado como en las declaraciones estatutarias y prácticas de las
instituciones sociales de la Iglesia (Cáritas, Manos Unidas, etc.)
Por otra parte, la dimensión terrena de la Iglesia, comunidad formada por seres
humanos, hace que esté abierta y tienda a formar una familia con todos los hombres136.
De esta manera, la Iglesia es una sociedad en el mundo con una misión universal,
visible y social y, por esta razón, la Iglesia deberá caminar con toda la humanidad
siendo fermento y alma de la misma haciendo esfuerzos para renovarse y transformarse
continuamente.
2. Ayuda de la Iglesia a cada hombre (GS 41). Pero la búsqueda del sentido no es sólo
ni prioritariamente tarea de la sociedad. Es antes de nada una tendencia de cada persona.
En el camino del hombre hacia el encuentro con su propio destino y con el desarrollo
pleno de su personalidad, la Iglesia aporta una razón de sentido, descubre al hombre el
sentido de la propia existencia, ya que sabe que sólo Dios puede saciar las aspiraciones
profundas del corazón humano.
Por otra parte, en esta clave de sentido, la Iglesia desde lo más genuino de su misión
evangelizadora presenta las razones que son fruto del deseo religioso del hombre de
responder a las preguntas por el sentido de la vida, de su quehacer y de su muerte. La
Iglesia ayuda a toda persona a buscar en el misterio de Cristo las respuestas verdaderas
a sus preguntas.
«La Iglesia, pues, en virtud del evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos
del hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está
promoviendo por todas partes tales derechos». La Iglesia quiere que tales derechos
asuman la dimensión divina que está presente en Aquel que los liberó para la libertad.
Desde estas dos realidades nos acercamos a los derechos humanos. Los derechos del
hombre son una de estas realidades que dominan en el ámbito de la vida social cuya
descripción está marcada por la característica de su autonomía. Esta exige respeto, se
impone ante su posible negación o supresión e indica una jerarquía de valores. El
136
J. B. Metz, 'Memoria Passionis. Una exhortación a la responsabilidad moral', en Staurós. Teología de
la Cruz 29 (1998) 5-9.
76
ámbito de los derechos del hombre es histórico porque histórico es el ser humano y en
la historia se expresa su verdad. Los derechos humanos aparecen en la historia unidos a
transformaciones concretas, estructuradas desde el campo económico, social y
político137. En un mundo en continua transformación los derechos humanos crecerán
hasta el fin de la historia138. Esta autonomía y crecimiento continuo tienen como
resultado el carácter situacional de la moral de los mismos derechos.
Centrados en un terreno práctico, los fieles de la Iglesia deberían conocer con más
precisión el engranaje y el movimiento de las actividades que diversas instituciones
laicas realizan de cara a la defensa de tales derechos. Estas instituciones tienen un
ámbito nacional, internacional, ecuménico e intraeclesial. Elegimos estas fronteras de
lucha en favor de los derechos en las que, por una parte, el cristiano puede colaborar
como un ciudadano más y, por otra, la misma eclesialidad marca el lugar propio del
compromiso.
1. Ámbito nacional. El carácter ético de los derechos humanos cobra interés nacional a
partir de la Segunda Guerra Mundial. Poco a poco se consigue que los derechos
humanos ocupen un lugar en las “Constituciones” políticas y en el derecho que regulan
la vida de cada nación140 y en la conciencia local de los ciudadanos y creyentes por su
mayor sensibilidad ante las masacres del gran acontecimiento bélico del siglo.
Aparecen, por tanto, Constituciones nacionales que tienen por objeto la defensa de los
derechos humanos a todos los niveles. Existen varias asociaciones, gubernamentales y
no-gubernamentales, preocupadas de la defensa de tales derechos: Amnistía
Internacional, Asociación pro Derechos Humanos, el Defensor del pueblo. También la
Iglesia ha creado una institución peculiar dedicada directamente a buscar este valor:
Justicia y Paz. Entre sus actividades cuenta con la organización de actos relacionados
con la paz y el desarrollo, con la solidaridad y la difusión de la enseñanza católica en
favor de la justicia y la paz, y con la participación en convenciones internacionales
dedicadas a la defensa de los derechos humanos. Instituciones políticas, movimientos
sociales y religiosos van configurando el mapa de concienciación de cada nacionalidad
en favor de los derechos humanos.
137
Comisión Pontificia Iustitia et Pax, La Iglesia y los derechos del hombre, 19.
138
J. Moltmann, La justicia crea futuro, Política de paz y ética de la creación en un mundo amenazado
66, Santander 1988.
139
Juan Pablo II, «De la justicia de cada uno nace la paz para todos», 1-1-1998, o. c., 371-381.
140
Cf. Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, aunque la dimensión nacional había ido
configurando el espíritu de los ciudadanos después del medioevo con la aparición de las nacionalidades.
77
Pero no sólo existen asociaciones. También hay campos y objetivos concretos de
denuncia de la violación de estos derechos: las torturas y malos tratos a la personas
detenidas, las condiciones de vida de los encarcelados en los establecimientos
penitenciarios, la defensa de los objetores de conciencia y el reconocimiento de sus
derechos, la protección de las personas afectadas por el paro y el desempleo, el amparo
a los que se sienten dañados por los retrasos y otras anomalías de la administración de
justicia, la denuncia de aquellas condiciones de vida poco favorables al pleno
reconocimiento de los derechos fundamentales del hombre. La Iglesia debería estar más
presente en estos foros nacionales y superar la “fuga mundi” hacia la liturgia y la
catequesis, es decir, debería optar por ser en verdad Iglesia samaritana.
De aquí se deduce que todos los hombres y mujeres y todos los pueblos, incluidos los
más débiles, tienen derecho a ser sujetos activos y responsables en el desarrollo de sí
mismos y de la creación entera142.
141
Ecclesia 2401-2 (17-12-1988) 1790.
142
Cf. Comisión Episcopal de Pastoral Social, La declaración Universal de los Derechos Humanos. Un
signo del Espíritu de nuestro tiempo, Madrid 1998, 23.
143
M. Spiekera, 'Socialismo y libertad. De los límites de las declaraciones eurocomunistas sobre derechos
fundamentales', en Tierra Nueva 10 (1981) 3817-31; I. Fucek, 'Il fondamento dei diritti umani nei
documenti internazionali', en Civiltà Cattolica 133 (1982) IV, 548.
78
colaboradora fiel de las Naciones Unidas en todas las iniciativas que contribuyen a esta
labor noble y difícil a un tiempo». La Santa Sede ha estimado, alabado y apoyado los
esfuerzos de las Naciones Unidas encaminados a garantizar cada vez más eficazmente la
protección plena y justa de los derechos y libertades fundamentales de la persona
humana144.
La Santa Sede cuenta, como se ha dicho, con la comisión «Justicia y Paz», creada por
Pablo VI y encargada de promover la defensa de los derechos humanos. De todos
modos, esta defensa tiene un campo amplio de aplicación. Hay grandes organizaciones
que se dedican a diversas tareas dentro de la realidad eclesial como las de informar de
las situaciones de injusticia, promover y financiar planes de mejora de la calidad de vida
y promover la cultura...145. En este ámbito, la Iglesia opera con gran energía a través de
la Doctrina Social de la Iglesia, la diplomacia, escritos magisteriales, la vida eclesial y
otras actividades intraeclesiales y su presencia misionera en el Tercer Mundo y entre las
bolsas de pobreza del Primer Mundo.
3. Ámbito ecuménico. Es significativa la tarea realizada en este ámbito. Está descrita por
las características propias que la definen. El Consejo Mundial de las Iglesias es el
organismo encargado de canalizar esta acción. En las últimas asambleas del Consejo
Mundial de las Iglesias encontramos enunciados varios compromisos que impulsan este
respeto en favor de los derechos humanos: la adopción de un sistema de valores que
tenga como fundamento la justicia, la paz y el cuidado .de la creación; la promoción y la
solidaridad con los movimientos en favor de la liberación de los pobres y de los
oprimidos. La Asamblea Ecuménica Europea, celebrada en Basilea los días 15-21 de
mayo de 1989 ha querido presentar la dimensión ecológica en relación con la paz y la
justicia para toda la creación así como el papel de los cristianos en la salvaguarda de la
creación. El mensaje final, bastante realista y esperanzador, hace una invitación y una
llamada a la lucha en favor de los derechos del hombre, para construir la justicia y la
paz como caminos de renovación de la creación y formas plenamente humanas de
superar la crisis ecológica146.
La misión de la Iglesia, como el Sínodo de 1971 nos dejó dicho, «implica la defensa y
promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana»147.
Esta misión tiene como exigencias el discernir y acoger el compromiso histórico, el
servir a los pobres, el combatir los mecanismos perversos (SRS 40) y una praxis
evangelizadora148.
144
Juan Pablo II, Discurso en la ONU de 1979. Cf IFCU, Human Rights. ed FCU, Paris 1989, III-VI.
145
Vgr., Cor Unum, Caritas Internacional, Pro Vida, Manos Unidas, Paz Christi, etc.
146
Cf Paz Con justicia, o. c.; H. Vall, 'La Iglesia y la defensa del planeta', en A. Galindo, Ecología y
Creación. Fe cristiana y defensa del planeta, Salamanca 1991, 237-320.
147
Sínodo de Obispos 1971, «La justicia en el mundo», II, 1.
148
Comisión Episcopal de Pastoral Social, o.c., nn. 28-34.
79
En este sentido, el laicado cristiano debería participar en las organizaciones que
promueven este derecho económico, social y cultural. Los laicos pueden impulsar y
luchar para que las legislaciones de cada país realicen en todo tiempo una política de
atención a los marginados en la adquisición de su desarrollo integral y pueden participar
en la educación y promoción de la comunidad haciendo que todos tengan conciencia de
sus derechos. En definitiva hoy seguirá existiendo violación de los derechos humanos
mientras los cristianos no tomen en serio su deber de compromiso con las realidades
terrenas en occidente.
Nos encontramos frente a dos temas emergentes para el mundo actual, la ecologías,
frente a los últimas noticias sobre el calentamiento global, la tala indiscriminada de
bosques, la pesca indiscriminada, etc. Y la paz, frente a una ola creciente de violencia e
irrupciones agresivas en la vida de las personas y los pueblos.
Llevamos muchos siglos reconociendo que el mundo creado es la casa (oikós) del ser
humano. Y hace mucho que habíamos tratado de encontrar un instrumento racional para
manejar sus recursos. A la ciencia que estudiaba esas medidas la llamaron Economía.
149
«L'Osservatore Romano», 12-12-1973.
150
Juan Pablo II, 'A los participantes en la asamblea de la Pontificia Comisión Justicia y Paz', en Ecclesia
2401 (1988) 1809.
80
La palabra Ecología aparece por primera vez en el año 1866 en una nota a pie de página,
en la obra de Ernst Haeckel. Desde allá nos hemos dado cuenta de que era preciso
iniciar una seria reflexión sobre las relaciones existentes entre los seres vivos y su
ambiente, así como entre ellos mismos. La Ecología es un neologismo formado a partir
de las palabras griegas, “oikos” y “logos” y significa “ciencia del hábitat” o “ciencia de
la casa”.
Por respetables que sean, esas dos palabras comienzan ahora a adquirir unas
connotaciones un tanto novedosas. La Economía nos sugiere no sólo las estrategias que
los humanos adoptamos para sacar el mejor fruto posible a los bienes de la tierra, sino
que nos evoca la normatividad (nomos) que el medio ambiente nos impone para poder
seguir siendo lo que es y para permitir que los humanos lo seamos de verdad. La
Ecología, por otra parte, nos recuerda la necesidad de articular una reflexión coherente
– es decir, un logos - sobre la casa cósmica en la que se desarrolla la peripecia de la vida
en general y la de la vida humana en especial.
Pero el estudio de las relaciones del ser humano con la comunidad biótica y su
“soporte” cósmico habría de suscitar necesariamente un sentimiento nuevo y una
reflexión sobre las responsabilidades éticas que al ser humano le corresponde con
relación al planeta y a sus habitantes. Apostamos, pues, por una especie de Ecopatía, o
nueva sensibilidad ante la casa cósmica de la vida, y por una Ecoética, que incluya tanto
la reflexión como las directrices prácticas sobre los deberes morales que incumben al
ser humano con relación a su ambiente. De hecho, ha nacido ya hace años una ética
medioambiental, paradigmáticamente reflejada en la que Aldo Leopold llamaba “ética
de la tierra”151.
La Iglesia ha tenido que asomarse a este campo con un cierto talante apologético, para
responder a los que achacan el deterioro ambiental a un antropocentrismo de cuño
bíblico. Se dice que la comprensión del hombre como imagen de Dios lo habría
convertido en un dueño despótico del medio152. Sin embargo, la Iglesia no puede
limitarse a hacer apologética. Corresponde a la Antropología Cristiana mostrar el
aprecio que el mundo, en cuanto creación de Dios, merece para los creyentes en el Dios
Creador. Y corresponde a la Ética subrayar la responsabilidad que al ser humano le
compete frente al mundo que es su casa. Nuestro abuso de la naturaleza no se debe a
nuestra fe, sino a nuestra falta de fe. Nuestra reciente depredación de la naturaleza se
151
Parece que el autor la empleó por primera vez en su libro A San County Almanac and Sketches Here
andThere, publicado en Oxford en 1949.
152
Estas acusaciones de L.WHITE, "The historical Roots of our Ecological Crisis", en Science 155 (1967)
1203 ss., han sido continuadas por J.W.FORRESTER, World Dynamics, Cambridge 1971 y C. AMERY,
Das Endeder Vorsehung. Die ganadenlosen Folgen des Christentums, Hamburgo 1972. A propósito de
estas acusaciones, véase J. BARR, “Uomo e natura. La controversia ecologica e l’Antico Testamento”, en
M. TALLACCHINI, o.c., 61-84. Ver también R. ATTFIELD, “Gli atteggiamenti cristiani verso la
natura”, en o.c. 103-127, donde concluye que, mal que les pese a Lynn White, a Passmore y a Coleman,
la postura cristiana no ha estado habitualmente orientada a la explotación de los recursos naturales (p.
125).
81
relaciona íntimamente con nuestro habitual encogimiento en la esperanza y nuestra
incapacidad de imaginar el futuro desde la fe y el amor responsable153.
La Iglesia, a través del Magisterio papal, aun sin citar la palabra “ecología”, ha dedicado
atención permanente a los problemas ambientales y los ha convertido también en
“cuestión social”. Agrupamos en tres períodos las manifestaciones eclesiales.
De León XIII a Pio XII (1891-1958), lo que constatan es que el progreso científico y
tecnológico no puede esconder las huellas del Creador que ha puesto en las manos del
hombre toda la creación para beneficio de todos. Muestran su inquietud en que los
bienes de la tierra están para el disfrute de todos los hombres sobre la tierra, lo que lleva
al creyente, en una actitud contemplativa, a respetar el orden existente y a cuidar de la
naturaleza, antes que degradarla haciendo uso egoísta y desordenado de la misma.
Constatan que la propiedad privada de la tierra, los efectos ambivalentes del progreso
científico y tecnológico, y la industrialización indiscriminada e irrespetuosa con el
mundo rural, han alterado gravemente la armonía impresa por Dios en las cosas.
La Mater et magistra, todavía sin citar el término ecología, Juan XXIII, cercano y atento
a los problemas del campo, da el primer apunte ecológico moderno (1961) El mandato
bíblico “dominar la tierra” no tiene significado depredador; al contrario, conscientes de
los desniveles entre dependencia de los pueblos y la dimensión mundial de estos
problemas, los bienes materiales están destinados a satisfacer las necesidades de la vida
humana (MM 196-197), de acuerdo a una correcta concepción del desarrollo que debe
dar prioridad a cuanto se refiere a la dignidad del hombre.
153
Cf. J. CARMODY, Ecology and Religion. Toward a New Christian Theology of Nature, Nueva York-
Ramsey 1983, 136.
82
Paulo VI aborda en dos direcciones. Primero en la Populorum progressio, centrándose
en el problema del hambre, relaciona las posibilidades creadoras de recursos por el
hombre y los riesgos de un progreso salvaje, y la necesidad de que se orienten al
auténtico desarrollo de la dignidad de todos los hombres (PP 34). Y segundo en la
Octogesima adveniens, en línea con lo que anticipaba el Vaticano II sobre normas de
higiene, circulación y convivencia, propios de una ética individualista (GS 30) y de todo
lo que atenta contra la vida humana (GS 27), Pablo VI amplía las preocupaciones
ecológicas a la contaminación del agua y del aire, a la disminución de las reservas de
agua, a los desechos del progreso basado en el despilfarro, que destruye la sociedad y la
vida (OA 21), y las consecuencias sociales, ambientales y humanas del crecimiento
desordenado de la urbanización en la calidad de vida de las personas (OA 8-12) Las
generaciones presentes no pueden hipotecar el bienestar de las futuras generaciones.
Juan Pablo II, ya desde su primera encíclica Redemtor hominis (1979), recoge la
singular herencia anterior, y habla de la Creación que “gime y sufre” dañada por la
contaminación y la explotación para fines industriales y militares (RH 8 y 15).
Y, ese mismo año, nombra a Francisco de Asís (1.182) “patrono de los ecologistas”,
porque vivió con sencillez, contra el poder y la dominación, y porque es un ejemplo de
armonía cósmica, de comunión con todas las criaturas.
83
Finalmente en la encíclica Evangelium vitae (1995), el Papa dice que es tarea del
hombre defender y promover, respetar y amar, cultivar y cuidar el ambiente que Dios
puso al servicio de su dignidad personal y de su vida (EV 42).
La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata
del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo,154 destinado a todos,
impidiendo que se puedan « utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos
o inanimados —animales, plantas, elementos naturales—, como mejor apetezca, según
las propias exigencias ».155 Es una responsabilidad que debe crecer, teniendo en cuenta
la globalidad de la actual crisis ecológica y la consiguiente necesidad de afrontarla
globalmente, ya que todos los seres dependen unos de otros en el orden universal
establecido por el Creador: “Conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su
mutua conexión en un sistema ordenado, que es precisamente el cosmos”.156
El contenido jurídico del derecho a un ambiente natural seguro y saludable será el fruto
de una gradual elaboración, solicitada por la opinión pública, preocupada por disciplinar
el uso de los bienes de la creación según las exigencias del bien común y con una
voluntad común de instituir sanciones para quienes contaminan. Las normas jurídicas,
sin embargo, no bastan por sí solas; junto a ellas deben madurar un firme sentido de
responsabilidad y un cambio efectivo en la mentalidad y en los estilos de vida.
154
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 40
155
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34
156
Ibid.
157
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 9
158
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 26
159
Juan Pablo II, Alocución a la XXV Conferencia General de la F A O (16 de noviembre de 1989), 8
84
actividad humana y los cambios climáticos que, debido a su extrema complejidad,
deben ser oportuna y constantemente vigilados a nivel científico, político y jurídico,
nacional e internacional. El clima es un bien que debe ser protegido y requiere que los
consumidores y los agentes de las actividades industriales desarrollen un mayor sentido
de responsabilidad en sus comportamientos.160
La relación que los pueblos indígenas tienen con su tierra y sus recursos merece una
consideración especial: se trata de una expresión fundamental de su identidad.163
Muchos pueblos han perdido o corren el riesgo de perder las tierras en que viven,164 a
las que está vinculado el sentido de su existencia, a causa de poderosos intereses
agrícolas e industriales, o condicionados por procesos de asimilación y de
urbanización.165 Los derechos de los pueblos indígenas deben ser tutelados
oportunamente.166 Estos pueblos ofrecen un ejemplo de vida en armonía con el medio
ambiente, que han aprendido a conocer y a preservar:167 su extraordinaria experiencia,
que es una riqueza insustituible para toda la humanidad, corre el peligro de perderse
junto con el medio ambiente en que surgió.
Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve
a adoptar nuevos estilos de vida, “a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la
belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo
común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y
de las inversiones”. 168 Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la
templanza, la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. Es necesario abandonar
la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que
respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. Una
actitud semejante, favorecida por la renovada conciencia de la interdependencia que une
160
Cf. Juan Pablo II, Discurso a un grupo de estudio de la Pontificia Academia de las Ciencias (6 de
noviembre de 1987): L'Osservatore Romano, edición española, 6 de diciembre de 1987, p. 18.
161
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de la Pontificia Academia de
las Ciencias (28 de octubre de 1994): L'Osservatore Romano, edición española, 4 de noviembre de 1994,
pp. 20. 22.
162
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Simposio Internacional de Física (18 de
diciembre de 1982): L'Osservatore Romano, edición española, 27 de marzo de 1983, p. 8.
163
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los pueblos autóctonos del Amazonas, Manaus (10 de julio de 1980)
164
Cf. Juan Pablo II, Homilía durante la liturgia de la Palabra para la población autóctona del
Amazonas peruana (5 de febrero de 1985), 4
165
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los aborígenes de Australia (29 de noviembre de 1986), 4
166
Discurso a los pueblos autóctonos de Ecuador (31 de enero de 1985)
167
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los aborígenes de Australia (29 de noviembre de 1986), 4
168
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36
85
entre sí a todos los habitantes de la tierra, contribuye a eliminar diversas causas de
desastres ecológicos y garantiza una capacidad de pronta respuesta cuando estos
percances afectan a pueblos y territorios.169 La cuestión ecológica no debe ser afrontada
únicamente en razón de las terribles perspectivas que presagia la degradación ambiental:
tal cuestión debe ser, principalmente, una vigorosa motivación para promover una
auténtica solidaridad de dimensión mundial.
Los jóvenes son los que tienen la fuerza del cambio. Deberán replantearse la actitud del
hombre ante la naturaleza, el papel de la técnica, el problema del crecimiento y el uso de
los recursos. La Ecología ha de convertirse al fin en Ecoética. La cuestión ecológica es
una cuestión teológica. En ese contexto de fe, será preciso analizar las relaciones del
hombre con el ambiente a partir de las claves del dominio, la participación y la custodia
del medio por parte del ser humano como puente entre Dios y la naturaleza170. Desde la
fe cristiana, ese estar-en-sí, que es propio del ser humano, y su estar-en-elmundo, se
abre a la asombrosa dignidad de estar-ante-Alguien. La persona es alguien delante de
Dios.
Por lo tanto, ante la crisis ecológica son necesarias respuestas conjuntas que generen
nuevas relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza. La mayor atención
dedicada a la ecología y la calidad de vida, signo de nuestros días, debe llevar a la
defensa de la “cultura de la vida” frente a la “cultura de la muerte”.
3.4.2. La paz
"En la actual coyuntura histórica, construir la paz aparece como la realización más
elevada de la cultura. La paz es esencialmente obra de la conciencia clara de los
hombres. No hay paz sin cultura humana y sin la paz la cultura no podría sobrevivir.
Una verdadera cultura de la paz se podrá instaurar únicamente por la humanización de
169
Cf. Juan Pablo II, Discurso al Centro de las Naciones Unidas, Nairobi (18 de agosto de 1985), 5
170
Cf. BARBOUR, en M. TALLACCHINI (ed.), Etiche della Terra. Antologia di filosofia dell’ambiente,
98-100.
86
nuestras sociedades. No existe un objetivo más urgente ni más difícil. Pero no
olvidemos que la cultura es igualmente una forma de esperanza"171.
La vivencia y el cultivo de la paz obliga a todos los hombres. “la paz jamás es una cosa
del todo hecha, sino un perpetuo quehacer” como tampoco la paz escapa a la herida del
pecado, “el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo y
vigilancia por parte de la autoridad legítima”.
Para lograr esta paz en toda la tierra se requiere: 1) asegurar "el bien de las personas y la
comunicación espontánea entre hombres de sus riquezas" materiales, intelectuales y
espirituales; 2) "respetar a los demás hombres y pueblos" en su dignidad; y 3) un
"apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz".
171
CARRIER, Hervé. Evangelio..., op. cit., pág. 66.
172
Un análisis detenido de la Biblia nos devuelve una rica noción de paz que se puede resumir en cinco
puntos: "1) La paz no es sólo ausencia de guerra o violencia, es como la síntesis de todos los bienes
necesarios o posibles (Shalom). 2) La paz es, a la vez, un don de Dios y una tarea de la que es res-ponsable
el hombre. 3) Como don de Dios, sólo la poseeremos en plenitud al final de la historia; como tarea humana,
exige un esfuerzo constante basado en una voluntad inquebrantable. 4) la paz es una realidad dinámica y
progresi-va que, en último término, no puede tener otra base que la verdadera justicia" y, finalmente, 5)
"Jesús, príncipe de la paz, no se contentó con vivir la paz como ausencia de problemas; en su vida queda
bien testificado cómo la verdade-ra paz no se alcanza si no es haciendo frente a la violencia hasta llegar
incluso a sucumbir ante ella". Id., ibid., pp. 584-585.
173
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1986, 1
174
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 78
175
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 51
176
Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1972
87
individuos, pueblos y Naciones, resulta esencial la defensa y la promoción de los
derechos humanos.177
La paz también es fruto del amor: “La verdadera paz tiene más de caridad que de
justicia, porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la
ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad”.178
Los miembros de las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las
órdenes que prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios
universales.182 Los militares son plenamente responsables de los actos que realizan
violando los derechos de las personas y de los pueblos o las normas del derecho
internacional humanitario. Estos actos no se pueden justificar con el motivo de la
obediencia a órdenes superiores.
Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación del servicio
militar en los casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar
cualquier uso de la fuerza, o bien la participación en un determinado conflicto, deben
estar disponibles a prestar otras formas de servicio: “Parece razonable que las leyes
tengan en cuenta, con sentido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas
177
Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1969
178
Gaudium et spes, 78
179
Juan Pablo II, Discurso en Drogheda, Irlanda (29 de septiembre de 1979), 9
180
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 79
181
Cf. Juan Pablo II, Mensaje al III Congreso Internacional de Ordinarios Militares (11 de marzo de
1994), 4:
182
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2313
88
por motivo de conciencia y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de
otra forma”.183
“La primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo
como éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que
tiene de sí mismo y de su destino. Es a este nivel donde tiene lugar la contribución
específica y decisiva de la Iglesia en favor de la verdadera cultura. Ella promueve el
nivel de los comportamientos humanos que favorecen la cultura de la paz contra los
modelos que anulan al hombre en masa, ignoran el papel de su creatividad y libertad y
ponen la grandeza del hombre en sus dotes para el conflicto y para la guerra. La Iglesia
lleva a cabo este servicio predicando la verdad sobre la creación del mundo, que Dios ha
puesto en las manos de los hombres para que lo hagan fecundo y perfecto con su trabajo
y predicando la verdad sobre la Redención, mediante la cual el Hijo de Dios ha salvado
a todos los hombres y, al mismo tiempo, los ha unido entre sí haciéndolos responsables
unos de otros. La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en
favor del hermano y nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe
abrazar a todos los hombres”184.
3.4.2.5. El desarme
89
con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con
firmeza y sin vacilaciones”.190
El terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a
la Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de
represalia.192 El terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta. Manifiesta un
desprecio total de la vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el
hombre es siempre fin, y nunca medio. Los actos de terrorismo hieren profundamente la
dignidad humana y constituyen una ofensa a la humanidad entera: “Existe por tanto, un
derecho a defenderse del terrorismo”.193 Este derecho no puede, sin embargo, ejercerse
sin reglas morales y jurídicas, porque la lucha contra los terroristas debe conducirse
respetando los derechos del hombre y los principios de un Estado de derecho.194 Pero,
la colaboración internacional contra la actividad terrorista “no puede reducirse sólo a
operaciones represivas y punitivas. Es esencial que incluso el recurso necesario a la
fuerza vaya acompañado por un análisis lúcido y decidido de los motivos subyacentes a
los ataques terroristas”.195 “El reclutamiento de los terroristas resulta más fácil en los
contextos sociales donde los derechos son conculcados y las injusticias se toleran
durante demasiado tiempo”.196
1) "Todos han de trabajar para que la carrera de armamentos cese" y "para que
comience ya en realidad la reducción (...) simultánea, de mutuo acuerdo con auténticas
y eficaces garantías".
2) Manifiesta su reconocimiento hacia las personas de buena voluntad que “se esfuerzan
por eliminar la guerra (...) aunque no pueden prescindir de la complejidad inevitable de
las cosas” y le pide que “amplíen su mente más allá de las fronteras de la propia nación
y renuncien al egoísmo nacional”.
190
Ibid.
191
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 11
192
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2297
193
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, 5
194
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 8
195
Ibid.
196
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, 5
90
3) “Promoverlos (sondeos, conversaciones, congresos) con mayor urgencia en el futuro
para obtener resultados prácticos”. Además, no es suficiente confiar en las
responsabilidades de otros, sino que
Porque si los “trabajos que todos podemos llevar a cabo para que nuestra generación
mejore” en la actualidad, no lograran “en el futuro, tratados firmes y honestos sobre la
paz universal”, podríamos llegar “a aquella hora en la que no habrá otra paz que la paz
horrenda de la muerte”.
"La Iglesia cuando predica (...) y ofrece los tesoros de la gracia contribuye a la
consolidación de la paz en todas partes". Y también "al conocimiento de la ley divina y
natural". Por este motivo es "absolutamente necesaria [la] presencia de la Iglesia en la
comunidad de los pueblos para fomentar e incrementar la colaboración de todos",
mediante sus instituciones, y con "la plena y sincera colaboración de los cristianos".
La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la
reconciliación. No es fácil perdonar a la vista de las consecuencias de la guerra y de los
conflictos, porque la violencia, especialmente cuando llega “hasta los límites de lo
inhumano y de la aflicción”,199 deja siempre como herencia una pesada carga de dolor,
que sólo puede aliviarse mediante una reflexión profunda, leal, valiente y común entre
los contendientes, capaz de afrontar las dificultades del presente con una actitud
purificada por el arrepentimiento. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede
ser aceptado sólo en
197
Raoul Follerau lanzó una campaña mundial a favor de todos los leprosos. Consistía en "bombardear" con
cartas los gobiernos de USA y URRSS pidiéndoles "un día de guerra para la paz" y no consiguió el objetivo
propuesto.
198
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 9
199
Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º Aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, 2
91
presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido: se trata de un recorrido
largo y difícil, pero no imposible.200
La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una
profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por
sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor.204 La oración infunde
valor y sostiene a “los verdaderos amigos de la paz”,205 a los que tratan de promoverla
en las diversas circunstancias en que viven. La oración litúrgica es “la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su
fuerza”;206 en particular la celebración eucarística, “fuente y cumbre de toda la vida
cristiana”,207 es el manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la
paz.208
Las Jornadas Mundiales de la Paz son celebraciones de especial intensidad para orar
invocando la paz y para comprometerse a construir un mundo de paz. El Papa Pablo VI
las instituyó con el fin de “dedicar a los pensamientos y a los propósitos de la Paz, una
celebración particular en el día primero del año civil”.209 Los Mensajes Pontificios para
200
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1997, 3
201
Pío XII, Discurso al VI Congreso internacional de derecho penal (3 de octubre de 1953)
202
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 1997, 3. 4. 6
203
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 1999, 11
204
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1992, 4
205
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968
206
Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 10
207
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 11
208
La celebración Eucarística comienza con un saludo de paz, el saludo de Cristo a sus discípulos. El
Gloria es una petición de paz para todo el pueblo de Dios sobre la tierra. En las anáforas de la Misa, la
oración por la paz se estructura rezando por la paz y la unidad de la Iglesia; por la paz de toda la familia
de Dios en esta vida; por el progreso de la paz y la salvación del mundo. Durante el rito de la comunión,
la Iglesia ora para que el Señor dé « la paz en nuestros días » y recuerda el don de Cristo que consiste en
su paz, invocando « la paz y la unidad » de su Reino. La Asamblea ora también para que el Cordero de
Dios quite los pecados del mundo y « dé la paz ». Antes de la comunión, toda la asamblea intercambia un
saludo de paz; la celebración Eucarística se concluye despidiendo a la Asamblea en la paz de Cristo. Son
muchas las oraciones que, durante la Santa Misa, invocan la paz en el mundo; en ellas, la paz se halla a
veces asociada a la justicia, como, por ejemplo, la oración colecta del octavo domingo del Tiempo
Ordinario, con la cual la Iglesia pide a Dios que los acontecimientos de este mundo se realicen siempre
bajo el signo de la justicia y de la paz, según su voluntad.
209
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968
92
esta ocasión anual constituyen una rica fuente de actualización y desarrollo de la
doctrina social, e indican la constante acción pastoral de la Iglesia en favor de la paz:
“La Paz se afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de justicia,
sino alimentada por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la
caridad”.210
210
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976
93
A. AUTOEVALUACIÓN DE LA SEGUNDA UNIDAD.
Para los estudiantes de Semipresencial se adjunta con el material, las preguntas que
deberán trabajar para el semestre correspondiente.
C. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
1. CHAVEZ Pascual, Aguinaldo del Rector Mayor 2008, Quito, 2008, capítulo 3.
2. CONCILIO VATICANO II. Gaudium et Spes: “Situación del hombre en el mundo de
hoy (nn. 4-10); “Dignidad de la persona humana” (nn. 12-22); “La comunidad humana”
(nn. 23-32).
3. CONCILIUM. La Iglesia y los derechos humanos. 144 (1979).
4. JUAN PABLO II. Redemptor Hominis, 17 y Centesimus Annus, 17, 21, 24, 47, 54.
5. MOLTMANN, Jürgen. La dignidad humana. Col. "Pedal", 146. Ed. Sígueme.
Salamanca, 1983. 80 pp.
D. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA.
94
7. SICRE, José Luis. Con los pobres de la tierra. “Justicia social en los profetas de
Israel”. Ed. Cristiandad. Madrid, 1985. 506 pp.
95
CAPITULO 4
EL COMPROMISO SOCIO-ECONÓMICO DEL CRISTIANO
Introducción
El cristiano debe preguntarse por la función social de sus bienes. Los bienes están a
disposición de los hombres para que todos puedan ser dominadores y señores en el
universo.
“El hombre....no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como
exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido que no le
aprovechen a él solamente sino también a los demás”.211
Estos límites en el uso de la tierra miran a preservar la justicia y el derecho que todos
tienen a acceder a los bienes de la creación, que Dios destinó al servicio de todo hombre
que vive en este mundo.
En nuestro continente hay que considerar dos mentalidades opuestas en relación con la
tierra, ambas distintas de la visión cristiana.
211
Vaticano II, GS 69.
212
Cf. Gn. 2, 15-17
96
El mismo mercantilismo lleva a la especulación del suelo urbano, haciendo inaccesible
la tierra para la vivienda de los pobres, cada vez más numerosos en nuestras grandes
ciudades.
Además de los tipos anteriores, no podemos olvidar la situación de los campesinos que
trabajan su tierra y ganan el sustento de su familia con tecnologías tradicionales.
La mentalidad propia del visión cristiana tiene su base en la Sagrada Escritura, que
considera la tierra y los elementos de la naturaleza ante todo como aliados del pueblo de
Dios e instrumentos de nuestra salvación, donde tenga su morada la justicia social.
“No es parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece.
Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha
sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos”.213
Sumario
DESARROLLO
213
Discurso de San Ambrosio sobre la distribución de los Bienes
214
Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno
97
razones y las exigencias de la economía, la actuación en el campo económico debe estar
abierta a las instancias morales: “También en la vida económico-social deben respetarse
y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la
sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-
social.215 Dar el justo y debido peso a las razones propias de la economía no significa
rechazar como irracional toda consideración de orden metaeconómico, precisamente
porque el fin de la economía no está en la economía misma, sino en su destinación
humana y social.216 A la economía, en efecto, tanto en el ámbito científico, como en el
nivel práctico, no se le confía el fin de la realización del hombre y de la buena
convivencia humana, sino una tarea parcial: la producción, la distribución y el consumo
de bienes materiales y de servicios.
Para asumir un perfil moral, la actividad económica debe tener como sujetos a todos los
hombres y a todos los pueblos. Todos tienen el derecho de participar en la vida
económica y el deber de contribuir, según sus capacidades, al progreso del propio país y
de la entera familia humana.219 Si, en alguna medida, todos son responsables de todos,
cada uno tiene el deber de comprometerse en el desarrollo económico de todos:220 es un
deber de solidaridad y de justicia, pero también es la vía mejor para hacer progresar a
toda la humanidad. Cuando se vive con sentido moral, la economía se realiza como
prestación de un servicio recíproco, mediante la producción de bienes y servicios útiles
al crecimiento de cada uno, y se convierte para cada hombre en una oportunidad de vivir
la solidaridad y la vocación a la “comunión con los demás hombres, para lo cual fue
creado por Dios”.221 El esfuerzo de concebir y realizar proyectos económico-sociales
capaces de favorecer una sociedad más justa y un mundo más humano representa un
desafío difícil, pero también un deber estimulante, para todos los agentes económicos y
para quienes se dedican a las ciencias económicas.222
215
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 63
216
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2426
217
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 40
218
Ibid., 36
219
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 65
220
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 32
221
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 41
222
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 15-16
98
Objeto de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en
términos no sólo cuantitativos, sino cualitativos: todo lo cual es moralmente correcto si
está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive
y trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de
acumulación de bienes y servicios. Al contrario, la pura acumulación, aun cuando fuese
en pro del bien común, no es una condición suficiente para la realización de la auténtica
felicidad humana. En este sentido, el PSI pone en guardia contra la insidia que esconde
un tipo de desarrollo sólo cuantitativo, ya que la “excesiva disponibilidad de toda clase
de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres
esclavos de la ‘posesión’ y del goce inmediato... Es la llamada civilización del
‘consumo’ o consumismo... ».223
4.1.1. El Neoliberalismo
El neoliberalismo plantea que el orden económico no debe estar regulado por el Estado,
pues la competencia establece un orden natural. La oferta y la demanda regulan los
mercados y fomentan el ahorro debido a que genera la ganancia.
Friedman dicen que el Estado debe limitarse, únicamente a tres áreas básicas: La
dotación del marco jurídico y orgánico para la protección del individuo y la Sociedad, la
de justicia y la realización de obras públicas que no puede realizar la empresa privada.
223
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28:
224
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 42
99
la inflación, a través de la contracción de la demanda. Para Friedman el neoliberalismo
no solo es suficiente como sistema económico, sino que lo es desde el punto de vista
político, en la medida que la libertad económica se traduce en un elemento fundamental
de la libertad política.
Los impulsadores de este modelo a nivel mundial fueron: Margareth Tatcher en Europa
y Pinochet en América Latina; años después, Reagan le da al impulso crucial en EEUU
y con esta fuerza se extiende rápidamente por el resto del mundo, consolidándose en la
década de los 90, favorecida por la caída del socialismo en Europa.
Bajo esta concepción se implementan las políticas de ajuste estructural que buscaban la
liberalización de los precios, disminución de la intervención del Estado en la economía,
contracción de la demanda para controlar la inflación, la eliminación de los subsidios,
liberalización de la importaciones y de la política cambiaria” (...).
100
fuerza de trabajo. Se crean nuevos grupos económicos y políticos dependientes y
vinculados al capital monopólico internacional y la industria no pasa de ser una
industria de ensamblaje.
Además la crisis del socialismo en el mundo más los factores ya anotados, llevó a que la
propuesta de Friedman (el neoliberalismo) que asoma como la salvación de las
economías de la Región, sea asumido por las clases dominantes y rápidamente vaya
adquiriendo hegemonía en la sociedad.
Desde León XIII a Juan Pablo II es continuo en el magisterio pontificio el rechazo del
capitalismo. La doctrina social del la Iglesia lo ha condenado siempre porque, en el
fondo, contradice aspectos fundamentales de la visión del hombre y del orden social que
la Iglesia defiende.
León XIII hace una denuncia explícita de la explotación capitalista. La encíclica Rerum
novarum, partiendo de la situación a la que el nuevo régimen económico lleva a los
trabajadores, pide claramente a los gobernantes; la defensa de esta clase social
amenazada y atropellada en sus derechos. 226
León XIII afirma que: es necesario dar a cada uno un salario justo, explotar la pobreza y
la miseria, especular sobre la indigencia, son condenados tanto por las leyes divinas
como las humanas. Sería un delito que clama al cielo el privar a cada uno del precio de
sus fatigas.
Pío XI expresa algunos de los juicios más duros e implacables del magisterio pontificio
sobre el capitalismo. J. L. Gutiérrez afirma:
“El juicio más severo y de mayor contextura sistemática, hecho por el magisterio
eclesiástico sobre el capitalismo, es el expuesto con singular energía en la encíclica
Quadragesimo anno. Si se compara este juicio con el que dicho documento se hace del
socialismo, no resulta infundado afirmar que el juicio sobre el capitalismo es mucho
más severo que el juicio pontificio sobre el socialismo”227
226
cf. Rerum Novarum (RN. n 26-27)
227
J.L. GUTIERREZ, Capitalismo, en conceptos fundamentales en la Doctrina Social de la Iglesia, I
Centro de Estudios Sociales del Valle de los Caídos, Madrid 1971, p. 177
228
cf. Quadragesimo Anno (QA. n 101-110)
101
Muy dura resulta también la condena de Paulo VI en la encíclica Populorum progessio,
expresando con precisión los elementos esenciales del sistema capitalista: “Pero, por
desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad, ha sido construido en un
sistema que considera el lucro como motor esencial del progreso económico, la
concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de
producción como un hecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales
correspondientes. Este liberalismo sin freno que conduce a la dictadura, justamente fue
denunciado por Pío XI como generador del imperialismo internacional del dinero. No
hay mejor manera de reprobar tal abuso que recordando solamente una vez más que la
economía está al servicio del hombre. Pero si es verdadero que un cierto capitalismo ha
sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fratricidas, cuyo efecto
dura todavía, sería injusto que se atribuyeran a la industrialización humana, los males
que son debidos al nefasto sistema que la acompaña”229
Juan Pablo II en Laborem exercens, En una reflexión profunda sobre el trabajo humano,
aporta los criterios claves para la valoración moral de los sistemas económicos:
primacía del hombre sobre las cosas (6 y 12), propiedad del trabajo sobre el capital (8,
12 y 13), no separación del trabajo y capital (11 y 13). El capitalismo choca
frontalmente con estos tres criterios. Porque el capitalismo es una forma de
materialismo (13); considera el trabajo como “una mercancía sui generis” para producir
beneficios (7); separa y contrapone capital y trabajo. Por todo ello declara tajantemente:
“Sigue siendo inaceptable la postura del rígido capitalismo, que defiende el derecho
exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción como un dogma intocable
de la vida económica”(14).
4.1.2. El Socialismo.
Es difícil precisar el término socialismo. Pero hoy expresa una idea universal. Para
muchos ha sido el símbolo de las tendencias progresistas; para otros, el blanco de las
más diversas críticas. Resulta, en realidad, un término al que se apela de una manera
masiva y, muchas veces, oportunistas. Casi todos lo grupos de izquierda o de derecha se
auto califican así. Por ello, es preferible hablar de socialismos. Y, evidentemente hay
que diferenciar enseguida su sentido y significado.
No puede menos de llamar la atención como en tan poco tiempo ha llegado el marxismo
a suscitar una resonancia histórica y social tan amplia e importante. A pesar de los
229
cf. Populorum Progressio (PP. n 26)
102
rechazos y condenas, ha llegado a ser adoptado, por un tercio de la humanidad; e
incluso en los países que no se ha implantado, ha contado también con numerosos
seguidores. Se trata, ciertamente, de un fenómeno histórico que hay que tener en cuenta
para comprender, especialmente en estos momentos en los que, el neoliberalismo sufre
una crisis y no ha podido solucionar los problemas reales de una humanidad y al mismo
tiempo el marxismo ha tocado suelo con la caída de la URSS.
Dejando a un lado las primeras reacciones contra el capitalismo (R. Owen, C. Fourier,
Saint-Simon, P.J. Proudhon) a las que Marx califica de utópicas y precientíficas, nos
vamos a concentrar en el socialismo marxista, intentando presentar primero, los
principios fundamentales de su ideología y del proceso de su evolución; para llegar
después a una valoración y a la presentación de la doctrina del magisterio de la Iglesia.
Del mismo modo que la libertad es el gran valor, la alienación supone el marxismo el
mal supremo. Es privación, mutilación, contradicción, esclavitud. Solo superando la
alienación el hombre llega a ser lo que debe ser y se encuentra así mismo.
Pero ¿quién es realmente el hombre del que habla el marxismo? Uno de los problemas
más delicados se encuentra precisamente en la concepción misma del hombre: ¿Se trata
del hombre concebido como individuo o concebido como colectividad?
El destino del hombre es solidario con la comunidad humana. Por lo tanto, el ideal del
hombre no es una libertad puramente personal, sino una libertad vivida en una
comunidad fraterna y en la futura sociedad sin clases. Y como la alienación es también
230
cf. A. SCHAFF,Marxismo e individuo humano, mexico 1964; R.GARAUDY, Perspectivas del
hombre, Fontanella, Barcelona 1970; Marxismo del siglo XX, Fontanella , Madrid, 1970.
231
Cf. J. GIRARDI, Marxismo y cristianismo,Taurus, Madrid1968, pp 34-88
103
alienación social, que viven en las mismas condiciones los proletarios de todo el mundo,
deben unirse para superarla en una lucha común por la liberación.
Según el pensamiento marxista hay, pues, dos categorías de hombres, dos clases
sociales: los capitalistas, que oprimen a los trabajadores y son, por lo tanto, enemigos
del hombre; y los proletarios, comprometidos en la construcción de una sociedad justa y
en la defensa del hombre. Para conseguir esta sociedad y la redención del proletariado,
es necesario considerar esta causa como el valor supremo y subordinar a ella los propios
intereses. En este sentido, la comunidad es el valor supremo; y todo debe ser sacrificado
a ella. El hombre marxista no tiene una vida puramente privada; obra en perspectiva
comunitaria. La vida se entiende como un servicio social.
La importancia del partido parte del presupuesto de que la lucha por la liberación tiene
que estar organizada; el partido expresa, precisamente, esta exigencia. La fidelidad y
obediencia a las orientaciones del partido resultan imprescindibles. Y si el proletariado
llega a conquistar el poder, el partido se convierte enseguida en partido único. Porque
no tiene razón de ser que existan otros partidos, ya que representarían los intereses
particulares en conflicto con los intereses de la colectividad. Dañarían fatalmente a la
comunidad.
Pero el marxismo es un humanismo terreno; los bienes a los que aspira son los bienes
temporales y finitos. La tierra es la verdadera patria. Y, en nombre de estos valores y de
la fidelidad a la tierra, rechaza la visión religiosa del mundo. Para Marx la predicación
religiosa favorece el inmovilismo y el conservadurismo; y se hace cómplice de los
regímenes injustos y opresores. En este sentido, es opio, droga y alienación: proyecta la
verdadera vida a otro mundo.
104
En esta perspectiva económica hay que empezar situando el materialismo marxista. Pero
Marx es materialista en sentido amplio y radical. Acepta el materialismo de Feurbach y,
por consiguiente, que el principio de todo lo real es material. De manera que cuanto
llamamos ideas o espíritu tiene que ser un producto de la materia. La frontera de lo
material y de lo real coincide.
105
individuos “derecho alguno de propiedad sobre los bienes naturales y sobre los medios
de producción” (10).
Desde esta critica doctrinal del socialismo marxista, se llega a la prohibición por parte
del Santo Oficio (Decreto de 1949) de que los católicos se inscriban a los partidos
comunistas o los favorezcan.
Juan XXIII en la Mater et magistra recuerda la postura de Pío XI, afirmando que la
oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical (MM 34). En Pacem in terris
al referirse a las relaciones entre católicos y no católicos, presenta un criterio que abre
ya las puertas al diálogo y colaboración; “es completamente necesario distinguir entre
las teorías filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre
y las corrientes de carácter económico y social, cultural y político, aunque tales
corrientes tengan su origen e impulso en tales teorías filosóficas” (PT 159).
La postura de Juan XXIII, y sobre todo, la de Paulo VI suponen una evolución muy
grande respecto al magisterio anterior. De la reprobación total e indiferenciada se pasa
a un examen crítico en sus diversos aspectos: religioso, filosófico, científico,
sociológico, político, económico. Esta evolución se manifiesta, pues, tanto en la
proximidad y diálogo como en un análisis más critico de la doctrina marxista.
106
4.2.1. El trabajo creado y creador.
Pero el primer resultado de la actividad creadora del trabajo humano será el de ayuda al
hombre a descubrir: grande, libre, por ser imagen de Dios (el cual “es capaz de crear por
que es infinitamente grande y totalmente libre, es decir omnipotente y espíritu” según
escribía Santo Tomás).
Sobre el fundo luminoso el trabajo describe tres esferas de valores que se reclaman y
completan mutuamente.
a.- La primera esfera: atañe directamente a la persona de cada ser humano, en el sentido
de que el trabajo constituye para cada uno su propia autorealización, es decir, lo ayuda a
descubrir su propia identidad. “En todo proceso del trabajo, el hombre se manifiesta y
confirma como el que domina (LE 6); “mediante el trabajo el hombre no solo
transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí
mismo como hombre, es más, en cierto sentido, se hace más hombre”( LE 9); “el
Hombre se desarrolla mediante el amor al trabajo” (LE 11); El capital es solamente un
conjunto de cosas: el hombre como sujeto del trabajo, e independientemente del trabajo
que realiza, el hombre, él solo es una persona (LE 12). Pero el trabajo es para el hombre
y no el hombre para el trabajo (LE 6). El primer fundamente del valor del trabajo es el
mismo hombre.
107
En último análisis, el trabajo, cualquiera que sea realizado por el hombre, aunque fuera
el trabajo más corriente, el trabajo más monótono en la escala del modo común de
valorar, e incluso el que más margina; tiene por finalidad siempre al hombre mismo.
b.- Segunda esfera: es la dimensión antropológica del trabajo, la cual es la chispa que va
y viene sin cesar del uno al otro polo: la persona y la comunidad: “El trabajo lleva en sí
un sello, particular del hombre y de la humanidad, el sello de la persona operante en una
comunidad de personas”.
La primera comunidad es la familia. “El trabajo es, en cierto sentido, la condición para
hacer posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia,
que el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo. Trabajo y laboriosidad
condicionan a su vez todo el proceso de educación dentro de la familia”(LE 10): en
efecto, la familia es, al mismo tiempo, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y
la primera escuela interior del trabajo para todo hombre.
c.- Tercera esfera: por medio de la familia la persona se inserta en la sociedad a la cual
cada uno pertenece a base de particulares vínculos culturales e históricos. La encíclica
sugiere una definición original de sociedad: Ella “es una gran encarnación histórica y
social del trabajo de todas las generaciones” (LE 10): por ella el hombre puede
descubrir un valor suplementario de su labor, a saber la contribución al incremento del
bien común elaborado juntamente con sus compatriotas, dándose así cuenta de que por
este camino el trabajo sirve para multiplicar el patrimonio de toda la familia humana, de
todos los hombres que viven en el mundo.
El segundo aliciente es el de una solidaridad para superar las nuevas formas de injusticia
y una nueva causa de degradación de la persona: solidaridad global que remueve los
lazos de conexión entre los sectores de la producción (donde la proliferación de las
profesiones se conjugan con formas de egoísmo cooperativo), solidaridad entre sectores
y grupos sociales nacionales, entre nacionales y nacionales a escala planetaria (LE 8).
La encíclica afronta sin medias tintas el problema crucial (LE 11-15), con la perspectiva
de la superación de esquemas ideológicos, generadores de tremendos males en ámbito
personal y social, e invitando a los cristianos y hombres de buena voluntad a la audaz
transformación ética y social que impone la visión personalista del trabajo.
108
No es posible, dentro de los límites de la presente contribución, entrar específicamente
en el estudio y tratamiento del tema; creemos sin embargo, que pueda ser útil a algunos
lectores el señalamiento de ciertas pistas, que faciliten la penetración en esa pequeña
espesura que el capítulo tercero de la Laborem Exercens.
Invocando con palabras vibrantes el principio constantemente señalado por la Iglesia “el
principio de la propiedad del trabajo frente al capital” (LE 12), La encíclica presenta al
capital como instrumento forjado en la humanidad mediante un proceso secular: proceso
que se desarrolla en dos fases caracterizadas por dos relaciones diferentes entre el
hombre y los recursos. En la primera el hombre recibe los recursos y riquezas de la
naturaleza: el hombre encuentra, no crea; y esta donación inicial de parte de la
naturaleza (y en definitiva de parte del Creador) jamás se echa en olvido. En la segunda
el hombre transforma las cosas, las adapta a su necesidad, hace que se conviertan en
capital en el sentido ordinario de la palabra, es decir, en “medios de producción”. El
Papa hace una pausa y especifica: no olvidemos nunca que: “ese conjunto de medios es
fruto del patrimonio histórico del trabajo humano” (LE 12). Pero el capital, aun el más
perfeccionado, el más inteligente que pueda imaginarse, sigue siendo siempre un
instrumento: sigue siendo siempre y solamente “un conjunto de cosas”, mientras que el
hombre, y solo él, es una persona.
Mientras las cosas conservan este orden, existe armonía entre trabajo y capital: los dos
se compenetran en una vinculación indisoluble que mantienen inalterablemente la
relación de superioridad de la persona (= fin) sobre el capital (= instrumento). Pero de
pronto sobreviene la ruptura: primero en las mentes, luego en la práctica. En el
pensamiento humano, se proyecta un doble error que llevará a contraponer trabajo y
capital como si fueran dos fuerzas anónimas, dos factores de producción integrados por
la misma perspectiva economista.
109
Adelantando la contraposición registrada especialmente al comienzo de la época
moderna entre la verdad cristiana sobre el trabajo y las diversas corrientes del
pensamiento materialista y economicista, el Papa denuncia la inversión del orden
inicialmente establecido por Dios: la idea que el trabajo es una especie de mercancía
que el trabajador vende al empresario ha llegado a hacer que el hombre mismo sea
tratado como un instrumento de producción. Y añade: “precisamente tal inversión del
orden (...) merecería el nombre de capitalismo”.
Volviendo ahora, donde se habla de los errores del economismo y del materialismo, nos
detenemos un momento en la siguiente afirmación: “Parece que para el problema
fundamental de la separación y contraposición entre trabajo y capital –como dos
factores de la producción- el error del economismo haya tenido una importancia
decisiva y haya influido precisamente sobre tal planteamiento no-humanístico de este
problema, antes del sistema filosófico materialista.
Parece que debemos concluir que, a los ojos de Juan Pablo II, el capitalismo tiene una
culpa mayor –al haber hecho surgir y avivar el conflicto que el materialismo
colectivista. Y se comprende la razón: bien mirada las cosas, el capitalismo niega el
valor del hombre, reduciéndolo a un instrumento, es decir a no-persona; mientras que el
colectivismo exagera la dimensión social del hombre (y luego termina a su vez por
negar el valor del individuo, sobre todo cuanto se convierte en capitalismo del Estado).
Hay que tomar en cuenta lo inaceptable de la posición del capitalismo rígido, acerca del
derecho de la propiedad de los medios de producción: “el considerarlos aislados como
un conjunto de propiedades separadas con el fin de contraponerlos en forma de capital
al trabajo y más aún realizar la explotación del trabajo, es contrario a la naturaleza
misma de estos medios y su posesión. Estos no pueden ser poseídos contra el trabajo, no
pueden ni siquiera ser poseídos para poseer, porque, el único título legítimo para su
posesión, es que sirvan al trabajo y, por consiguiente, que hagan posible el destino
universal de los bienes. Desde este punto de vista. Tampoco conviene excluir la
socialización (la palabra socialización está usada aquí como sinónimo de
nacionalización o en todo caso sustentación de la propiedad privada), en las condiciones
oportunas, de ciertos medios de producción. Por otra parte, sería ilusorio pensar que las
esperadas formas que apuntan a la copropiedad de los medios de trabajo, puedan
realizarse mediante la eliminación a priori de la propiedad privada de los medios de
producción. “El mero paso de los medios de producción a propiedad del estado, dentro
del sistema colectivista, no equivale ciertamente a la socialización de esta propiedad”.
Se puede hablar de socialización únicamente cuando quede asegurada la subjetividad de
la sociedad, es decir, cuando toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno
110
título a considerarse al mismo tiempo “copropietaria” de esa especie de gran taller de
trabajo en el que se compromete con todos.
Estas páginas de la Laborem Exercens son quizás, en la modesta opinión, una de las
más innovadoras. En su fondo, como todos lo ven por intuición, está la realidad
histórica de una gran parte del mundo actual regida por ordenamientos socio-jurídicos
ajustados sobre la base de la propiedad colectiva, o común, de los medios de
producción. Teniendo en cuenta la afirmación del hombre persona, La encíclica no
puede sugerir un retorno a la propiedad privada: acepta la vía de la socialización
socializada, a condición de que, efectivamente, cada trabajador experimente y sienta, en
concreto, que es protagonista y por consiguiente que no solo influye en las decisiones,
sino que también es partícipe de la propiedad.
Un camino para conseguir esta meta, leemos en las líneas finales del numeral
cuatro(LE 4), podría ser el de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad
del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios, con finalidades
económicas, sociales, culturales: Cuerpos que gocen de una autonomía efectiva respeto
de los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos manteniendo relaciones
de colaboración leal y mutua, con subordinación a las exigencias del bien común y que
ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas, es decir, que los miembros
respectivos sean considerados y tratados como personas y sean estimulados a tomar
parte activa en la vida de dichas comunidades.
Ilusiones podría decir alguien; cómo puede pensarse que los regímenes colectivistas del
llamado “socialismo real” acepten las exigencias pluralistas y autonomistas de la
encíclica, pero la historia está llena de sorpresas. Mientras tanto, tomemos buena nota
del auspicio, expresado por un Papa, de que los trabajadores puedan tener acceso a la
propiedad efectiva (no solo nominal) de los instrumentos de producción.
Por lo demás, admitimos que por ciertos motivos fundados se pueden hacer excepciones
al principio de la propiedad privada, y en nuestro tiempo somos incluso testigos de la
introducción, del sistema de la propiedad socializada, el argumento personalista sin
embargo no pierde su fuerza, ni a nivel de principios ni a nivel práctico.
Sobre las confrontaciones podemos decir: Así pues, el principio de la propiedad del
trabajo con respecto al capital es un postulado que tiene una importancia clave, tanto en
un sistema bajo sobre el principio de la propiedad privada de los medios de producción,
como en el sistema en que se haya limitado, incluso radicalmente, la propiedad privada
de esos medios. Según creemos modestamente, parece que lo que quiere decir estas
palabras es: poco importa que en el establecimiento de las relaciones de capital – trabajo
y propiedad – trabajo se siga el sistema de libre mercado o la economía colectivizada: lo
que importa es que en uno y otro sistema se ponga el trabajo efectiva, verdadera y
constantemente en la cima, en el centro y en la base de toda vida económica, social y
política. El trabajo, tanto en el sistema capitalista como en un régimen comunista, tenga
el primer puesto y esté siempre sobre el capital y sobre la propiedad. Porque el trabajo
111
es expresión de la persona: y la persona ocupa el primer lugar y está sobre el capital y
sobre la propiedad, la sociedad y el Estado.
El deber de Trabajar.
Primeramente hay que recordar que el trabajo es una obligación, es decir, un deber del
hombre y esto en el múltiple sentido de esta palabra. El hombre debe trabajar bien sea
por derecho de que el Creador lo ha ordenado, bien sea por el derecho de su propia
humanidad, cuyo mantenimiento y desarrollo exigen el trabajo. El hombre debe trabajar
por respeto al prójimo, especialmente por respeto a la propia familia, pero también a la
sociedad a la que pertenece, a la nación de la cual es hijo o hija, a la entera familia
humana de la cual es miembro; ya que es heredero del trabajo de generaciones y al
mismo tiempo coartífice del futuro de aquellos que vendrán después de él en el suceder
de la historia. Todo esto constituye la obligación moral del trabajo, entendido en su más
amplia acepción. Cuando hay que considerar los derechos morales de todo hombre
respeto del trabajo, correspondientes a esta obligación, habrá que tener siempre presente
el entero y amplio radio de referencias en que se manifiesta el trabajo de cada sujeto
trabajador.
112
En el concepto del empresario indirecto entran tanto las personas como las instituciones
de diversos tipos, así como también los contratos colectivos de trabajo y los principios
de comportamiento, establecidos por estas personas o instituciones, los cuales
determinan todo el sistema económico o que derivan de él.
Empresario indirecto es, por ejemplo la economía de libre mercado (sistema occidental)
o la colectividad como sistema socialista; es empresario indirecto la bolsa de Nueva
York que condiciona el precio de las materias primas o el mercado cambiario de la
moneda; o las famosas “multinacionales”, o las conferencias de los jeques del petróleo;
o la Oficina Internacional del trabajo que exige la paridad del salario hombre – mujer; o
el contrato colectivo – global para cualquier industria; o el conjunto de las disposiciones
emanadas por el ministerio de la economía pública; incluso el sistema de la seguridad
social, a su modo, es un empresario indirecto, y así por el estilo. Como se ve es una
simplificación excesiva la de identificar pura y simplemente Estado y empresario
indirecto.
Entretejido de condicionamientos.
Una comparación de este tipo no tiene como finalidad el eximir al empresario directo de
la responsabilidad que le es propia, sino solamente llamar la atención sobre el
entretejido de los condicionamientos que influyen en su comportamiento. Cuando se
trata de establecer una política laboral correcta desde el punto de vista ético, es
necesario tener ante los ojos estos “condicionamientos”. En el caso del empresario
directo que, al encontrarse en un sistema similar de condicionamientos: fija las
condiciones de trabajo por debajo de las exigencias objetivas de los trabajadores
(Eufemismo para decir explotación).
Las realizaciones de los derechos del hombre del trabajo no pueden estar condenadas a
construir solamente un derivado de los sistemas económicos, los cuales a escala más
amplia o más restringida, se dejen guiar sobre todo por el criterio del máximo beneficio.
Al contrario, es precisamente la consideración de los derechos objetivos del hombre de
trabajo, de todo tipo de trabajador: manual, intelectual, industrial, agrícola, etc., lo que
debe constituir el criterio adecuado y fundamental para la formación de toda la
economía, bien sea en la dimensión de toda la sociedad y de todo Estado, bien sea en el
conjunto de la política económica mundial así como de los sistemas y relaciones
internacionales, que de ella derivan.
113
necesarios tratados y acuerdos, cuyos criterios inspiradores sean siempre los del trabajo
humano entendido como derecho fundamental: el trabajo que da análogos derechos a
todos los que trabajan, de manera que el nivel de vida de los trabajadores en cada
sociedad presenta cada sociedad presente cada vez menos esas irritantes diferencias que
son injustas y provocan incluso violentas reacciones. A medida que se ponga todo en
acción para vencer el desafío del desempleo, la comunidad social debe asumir la
obligación de las prestaciones a favor de los desocupados, es decir, el deber de
proporcionar las convenientes ayudas indispensables a la subsistencia de los
trabajadores desempleados y de sus familias. Es un deber que nace del destino
universal de los bienes o mejor del derecho a la vida y a la subsistencia.
El cuarto, derecho al descanso, se considera bajo un triple aspecto: ante todo el regular
descanso semanal “que comprenda al menos el domingo”; luego las vacaciones una o
más veces al año; finalmente la pensión por seguro de vejez (o por invalidez, que obliga
a un reposo forzado).
114
diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas por una ganancia
retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad y
de la familia, cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión
materna.
En otras palabras, reclama una especie de revolución no sin alcance económico (deberá
pagarse un salario a la madre), no exento de implicaciones jurídicas, políticas y
psicológicas.
Pero la reflexión sobre la revaloración del trabajo de la esposa y madre de familia cede
el paso en seguida a una breve pero clara y no ciertamente reaccionaria, reflexión sobre
el trabajo de la mujer en general. Vale la pena releer exactamente las afirmaciones
pertinentes:
“en este contexto se debe subrayar que, el modo más general, hay que organizar y
adaptar todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la
persona y sus formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la
edad y el sexo de cada uno. Es un hecho que en muchas sociedades las mujeres trabajan
en casi todos los sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar
plenamente sus funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión
de los empleos para los cuales están capacitadas, pero al mismo tiempo sin perjudicar
sus aspiraciones familiares y el papel específico que les compete para construir el bien
de la sociedad junto con el hombre. La verdadera promoción de la mujer exige que el
trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del
carácter específico propio y en perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un
papel insustituible” (LE 19).
Juan Pablo II crea una verdadera y propia espiritualidad del trabajo para difuminarla en
el mundo como un verdadero Evangelio, es difusión particular de la Iglesia: de toda la
Iglesia, no solo de la jerarquía. Es una función apenas esbozada, por la cual también de
nuevo debemos sentirnos como quien está en vigilia.
Por consiguiente la organización del mundo del trabajo debe permitirle a la persona
humana la expansión de su dimensión vertical: todo lo que ella cumple durante la
semana se expande. Por decirlo así en círculos concéntricos alrededor de ella en el
plano horizontal; pero se requiere un día en que la dimensión vertical el espíritu, pueda
impulsarse como un resorte y elevar al hombre por encima de sus obras, elevándolo a su
115
verdadera grandeza que es la apertura del alma a los grandes valores humanos y
espirituales.
Pero hay todavía un aspecto del trabajo en el cual debe penetrar profundamente la
espiritualidad. Todo trabajo, en efecto, está unido inevitablemente a la fatiga y al dolor:
y la Biblia, contraponiendo aquella originaria bendición del trabajo a la fatiga ya
inseparablemente unida a él, quiere enseñarnos que ella es fruto de la condición misma
del hombre.
“En el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la
acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por
nosotros. En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la
resurrección de Cristo, Encontramos siempre un tenue resplandor de la nueva vida, del
nuevo bien, casi como un anuncio de los nuevos cielos y de la nueva tierra, los cuales
precisamente mediante la fatiga del trabajo son participados por el hombre y por el
mundo. A través del cansancio, y jamás sin él. Esto confirma por una parte, lo
indispensable de la cruz en la espiritualidad del trabajo humano; pero por otra parte, se
descubre en esta cruz y fatiga, un bien nuevo que comienza con el mismo trabajo, con el
trabajo entendido en profundidad y bajo todos sus aspectos.
116
Naciones Unidas en 1945. Esta organización “ha contribuido a promover notablemente
el respeto de la dignidad humana, la libertad de los pueblos y la exigencia del
desarrollo, preparando el terreno cultural e institucional sobre el cual construir la
paz”232. La doctrina social, en general, considera positivo el papel de las Organizaciones
intergubernamentales, en particular de las que actúan en sectores específicos,233 si bien
ha expresado reservas cuando afrontan los problemas de forma incorrecta.911 El
Magisterio recomienda que la acción de los Organismos internacionales responda a las
necesidades humanas en la vida social y en los ambientes relevantes para la convivencia
pacífica y ordenada de las Naciones y de los pueblos.234
Una política internacional que tienda al objetivo de la paz y del desarrollo mediante la
adopción de medidas coordinadas,238 es más que nunca necesaria a causa de la
globalización de los problemas. El Magisterio subraya que la interdependencia entre los
hombres y entre las Naciones adquiere una dimensión moral y determina las relaciones
del mundo actual en el ámbito económico, cultural, político y religioso. En este
contexto es de desear una revisión de las Organizaciones internacionales; es éste un
proceso que “supone la superación de las rivalidades políticas y la renuncia a la
voluntad de instrumentalizar dichas organizaciones, cuya razón única debe ser el bien
común”,239 con el objetivo de conseguir “un grado superior de ordenamiento
internacional”.240
117
es hoy en día una meta inalcanzable para cada uno de los Estados, aun cuando posean
un gran dominio en términos de poder, riqueza, fuerza política.241 Los Organismos
internacionales deben, además, garantizar la igualdad, que es el fundamento del derecho
de todos a la participación en el proceso de pleno desarrollo, respetando las legítimas
diversidades.242
Los Gobiernos deberían sentirse animados a la vista de este esfuerzo, que busca poner
en práctica los ideales que inspiran la comunidad internacional, “especialmente a través
de los gestos concretos de solidaridad y de paz de tantas personas que trabajan en las
Organizaciones No Gubernativas y en los Movimientos en favor de los derechos
humanos”.244
Para desarrollar correctamente las relaciones entre los pueblos hay que tener en cuenta los
obstáculos que las hacen más difíciles. El tiempo histórico y la idiosincrasia de los pueblos
pueden ayudar a precisar algunos de esos obstáculos, que exponemos a continuación y que
requieren la colaboración internacional.
b) El derecho al desarrollo
241
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58
242
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33. 39
243
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 26
244
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 7
118
complementarias y las otras de ulteriores perfeccionamientos, sólo podrán atender a su
propia utilidad mirando simultáneamente al provecho de los demás. Por lo cual es de
todo punto preciso que los Estados se entiendan bien y se presten ayuda mutua”.245 El
subdesarrollo parece una situación imposible de eliminar, casi una condena fatal, si se
considera que éste no es sólo fruto de decisiones humanas equivocadas, sino también
resultado de “mecanismos económicos, financieros y sociales” 246 y de “estructuras de
pecado” 247 que impiden el pleno desarrollo de los hombres y de los pueblos.
Estas dificultades, sin embargo, deben ser afrontadas con determinación firme y
perseverante, porque el desarrollo no es sólo una aspiración, sino un derecho 248 que,
como todo derecho, implica una obligación: “La cooperación al desarrollo de todo el
hombre y de cada hombre es un deber de todos para con todos y, al mismo tiempo, debe
ser común a las cuatro partes del mundo: Este y Oeste, Norte y Sur”.249 En la visión del
Magisterio, el derecho al desarrollo se funda en los siguientes principios: unidad de
origen y destino común de la familia humana; igualdad entre todas las personas y entre
todas las comunidades, basada en la dignidad humana; destino universal de los bienes
de la tierra; integridad de la noción de desarrollo; centralidad de la persona humana;
solidaridad.
245
Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra:
246
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 16
247
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 36-37. 39
248
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22
249
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 32
250
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 33
251
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 56-61
252
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 44
119
en virtud de su eminente dignidad”.253 La cooperación es la vía en la que la Comunidad
Internacional en su conjunto debe comprometerse y recorrer “según una concepción
adecuada del bien común con referencia a toda la familia humana”.254 De ella derivarán
efectos muy positivos, por ejemplo, un aumento de confianza en las potencialidades de
las personas pobres y, por tanto, de los países pobres y una equitativa distribución de los
bienes.
d) La deuda externa
253
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 34
254
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58
255
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14
256
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33:
257
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 6
258
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 20-21
259
Cf. Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28
de enero de 1979), I/ 8
260
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22
261
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 38
262
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 55
263
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14
264
Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Tertio millennio adveniente, 51
120
los préstamos recibidos—. Los mayores sufrimientos, atribuibles a cuestiones
estructurales pero también a comportamientos personales, recaen sobre la población de
los países endeudados y pobres, que no tiene culpa alguna. La comunidad internacional
no puede desentenderse de semejante situación: incluso reafirmando el principio de que
la deuda adquirida debe ser saldada, es necesario encontrar los caminos para no
comprometer el “derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso”.265
e) El racismo.
Es otro obstáculo que dificulta la ordenación justa las relaciones internacionales. Este
comportamiento no es exclusivo de los países jóvenes, donde a veces se camufla con las
rivalidades entre clanes y partidos. Durante la época de la colonización, la sociedad
internacional se ha dividido entre colonizadores y colonizados, siendo entonces
consideradas algunas razas como incapaces de autogobernarse.
El racismo es ahora fermento de división entre los pueblos y obstáculo para la mutua
colaboración dentro de las naciones. Si un Estado discrimina a otro o se automargina, por
motivos de raza o el color, desprecia a las personas, a la naciones y a la dignidad que se les
debe.
Los individuos y los grupos intermedios deben coordinar su interés con las necesidades de
los demás y, según las normas de la justicia, deben ayudar al bien común, entendido como
conjunto de condiciones sociales favorables a las personas y a los pueblos. Pero tales
condiciones no se darán en un país que no tenga en cuenta a los otros piases, ya que con
esa conducta no atenderá debidamente ni siquiera a su propio provecho y perfección, pues
ningún Estado puede procurarse el bien completo de la vida humana por el camino del
aislamiento.
El poder político supranacional, que actualmente se ejerce sobre cada nación, es insuficien-
te para promoverlo y alcanzarlo. El contenido intrínseco del bien común internacional es
tarea de la autoridad supranacional, cuya naturaleza y ejercicio requieren existencia real
para lograr que el bien común sea eficaz en la sociedad mundial.
265
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 35
121
2) Una autoridad pública general supranacional.
El poder, las estructura y los medios amplios y de alcance mundial son los que exigen, por
consiguiente, la constitución de una autoridad pública general supranacional, cuyos rasgos
de identificación se pueden enunciar así: no será impuesta, sino que será establecida con el
consentimiento de todos los países; tendrá jurisdicción eficaz sobre el mundo entero;
dispondrá de medios idóneos para dirigir con justicia a la comunidad internacional.
Para ello ha de ejercer la autoridad de modo imparcial y será ajena a posiciones partidarias
y nacionalistas. Su fin fundamental consistirá en cuidar de que se respeten en su totalidad
los derechos de la persona. Tendrá que respetar, además, el principio de subsidiariedad, sin
limitar ni invadir las esferas y competencias propias de cada persona, de los grupos
intermedios y de cualquier estado.
Mientras tanto, y hasta que no se instituya ese tipo de autoridad mundial, una nación
concreta puede asumir el liderazgo mundial, tan sólo cuando sirva para contribuir, de
manera amplia y generosa, al bien común de toda la humanidad. Pero esta injerencia
humanitaria será ejercida sólo de manera concreta y transitoria (SRS, 23).
Alcanzar un desarrollo humano integral requiere que cada pueblo lleve a cabo en su
interior un trabajo solidario, capaz de fundamentar una vida nacional en la que se cultiven
la dignidad y creatividad de la persona, para que ésta responda sobre las exigencias de la
propia vocación y la llamada de Dios.
Atañe a todos los pueblos, pero especialmente a las naciones desarrolladas, el deber de no
permanecer indiferentes ante dificultades internas que afectan a los países que sufren
hambre y miseria y que no disfrutan de los derechos fundamentales del hombre. Pero la
ayuda que reciban los países necesitados ha de ajustarse a una escala de prioridades y de
valores, que se ha de tener en cuenta a la hora de decidir y optar en cuestiones económicas
y políticas.
Para alcanzar la paz los pueblos deben avanzar en su desarme y apoyarse, más que en el
poder militar, en la confianza recíproca entre los distintos pueblos. Así podrá surgir un
nuevo sistema de relaciones entre los Estados y podrá pasarse a establecerlo en la
comunidad internacional.
Educar para la paz es lograr una mentalidad una autoridad pública general supranacional,
individual y comunitariamente, con capacidad para aceptar la responsabilidad común de
promover un desarrollo integral que elimine las causas de la guerra. Las convenciones
122
internacionales también se orientarán hacia este sistema, que reclama un ordenamiento
jurídico internacional puesto al servicio de las sociedades, de las economías y de las
culturas de todos los pueblos del mundo.
Tras la Segunda Guerra Mundial las naciones se asociaron para darse soluciones justas,
mediante la intervención de organismos internacionales (p.e. el Fondo Monetario
Internacional (FIM), el Banco de Desarrollo (BID), etc.), para promover la paz y la
cooperación internacional y así favorecer el desarrollo de los pueblos. Ahora las naciones
han de contribuir a que se resuelva la actual crisis de los países pobres, luchando contra la
pobreza y promocionando la paz. Porque las situaciones imprevisibles y fluctuantes,
además de impedir que se alcance un desarrollo aceptable, constituyen una amenazan
permanente para la paz.
La Iglesia, con su doctrina social, ofrece sobre todo una visión integral y una plena
comprensión del hombre, en su dimensión personal y social. La antropología cristiana,
manifestando la dignidad inviolable de la persona, introduce las realidades del trabajo,
de la economía y de la política en una perspectiva original, que ilumina los auténticos
valores humanos e inspira y sostiene el compromiso del testimonio cristiano en los
múltiples ámbitos de la vida personal, cultural y social. Gracias a las « primicias del
Espíritu » (Rm 8,23), el cristiano es capaz de « cumplir la ley nueva del amor (cf. Rm
8,1-11). Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura
internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rm 8,23) ».1109
En este sentido, la doctrina social subraya cómo el fundamento de la moralidad de toda
actuación social consiste en el desarrollo humano de la persona e individúa la norma de
la acción social en su correspondencia con el verdadero bien de la humanidad y en el
compromiso tendiente a crear condiciones que permitan a cada hombre realizar su
vocación integral.
266
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 11
267
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 35
268
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 5
123
La doctrina social es un punto de referencia indispensable para una formación cristiana
completa. La insistencia del Magisterio al proponer esta doctrina como fuente
inspiradora del apostolado y de la acción social nace de la persuasión de que ésta
constituye un extraordinario recurso formativo: “Es absolutamente indispensable —
sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y
político— un conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia”.269 Este
patrimonio doctrinal no se enseña ni se conoce adecuadamente: esta es una de las
razones por las que no se traduce pertinentemente en un comportamiento concreto.
Esta formación debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil: “A los seglares les
corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices,
penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras
de la comunidad en que viven”.270 El primer nivel de la obra formativa dirigida a los
cristianos laicos debe capacitarlos para encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los
ámbitos culturales, sociales, económicos y políticos, desarrollando en ellos el sentido
del deber practicado al servicio del bien común.271 Un segundo nivel se refiere a la
formación de la conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del
poder político: “Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil
y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del
propio interés y de toda ganancia venal”.272
269
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 60
270
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 81
271
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 75
272
Ibid.
124
4.4.3. Los sujetos de la pastoral social
También la acción pastoral en el ámbito social está destinada a todos los cristianos,
llamados a ser sujetos activos en el testimonio de la doctrina social y a injertarse
plenamente en la tradición consolidada de “la actividad fecunda de millones y millones
de hombres, quienes a impulsos del magisterio social se han esforzado por inspirarse en
él con miras al propio compromiso con el mundo”.274 Los cristianos de hoy, actuando
individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y movimientos, deben
presentarse como “un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la
tutela de su dignidad”.275
La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del Señor (cf. Mt
20,1-16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se realiza precisamente
en el mundo: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino
de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”. 276 Mediante el
Bautismo, los laicos son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida y de su
misión, según su peculiar identidad: “Con el nombre de laicos se designan aquí todos
los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado
religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a
Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de
la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la
misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde”.277
La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía. El Bautismo configura con Cristo, Hijo del Padre,
primogénito de toda criatura, enviado como Maestro y Redentor a todos los hombres.
La Confirmación configura con Cristo, enviado para vivificar la creación y cada ser con
la efusión de su Espíritu. La Eucaristía hace al creyente partícipe del único y perfecto
sacrificio que Cristo ha ofrecido al Padre, en su carne, para la salvación del mundo.
273
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 2
274
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 3
275
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 3
276
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31
277
Ibid.
125
Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio con el testimonio de una vida
ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las realidades temporales: la familia; el
compromiso profesional en el ámbito del trabajo, de la cultura, de la ciencia y de la
investigación; el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas, políticas.
Todas las realidades humanas seculares, personales y sociales, ambientes y situaciones
históricas, estructuras e instituciones, son el lugar propio del vivir y actuar de los
cristianos laicos. Estas realidades son destinatarias del amor de Dios; el compromiso de
los fieles laicos debe corresponder a esta visión y cualificarse como expresión de la
caridad evangélica: “El ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una
realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad
teológica y eclesial”.278
El testimonio del fiel laico nace de un don de gracia, reconocido, cultivado y llevado a
su madurez.279 Ésta es la motivación que hace significativo su compromiso en el mundo
y lo sitúa en las antípodas de la mística de la acción, propia del humanismo ateo, carente
de fundamento último y circunscrita a una perspectiva puramente temporal. El horizonte
escatológico es la clave que permite comprender correctamente las realidades humanas:
desde la perspectiva de los bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con
autenticidad su actividad terrena. El nivel de vida y la mayor productividad económica,
no son los únicos indicadores válidos para medir la realización plena del hombre en esta
vida, y valen aún menos si se refieren a la futura: “El hombre, en efecto, no se limita al
solo horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente
su vocación eterna”.280
Los fieles laicos están llamados a cultivar una auténtica espiritualidad laical, que los
regenere como mujeres y hombres nuevos, inmersos en el misterio de Dios e
incorporados en la sociedad, como fermento de santificación. Esta espiritualidad edifica
el mundo según el Espíritu de Jesús: hace capaces de mirar más allá de la historia, sin
alejarse de ella; de cultivar un amor apasionado por Dios, sin apartar la mirada de los
hermanos, a quienes más bien se logra mirar como los ve el Señor y amar como Él los
ama. Es una espiritualidad que rehuye tanto el espiritualismo intimista como el
activismo social y sabe expresarse en una síntesis vital que confiere unidad, significado
y esperanza a la existencia, por tantas y diversas razones contradictoria y fragmentada.
Animados por esta espiritualidad, los fieles laicos pueden contribuir, “desempeñando su
propia profesión guiados por el espíritu evangélico... a la santificación del mundo como
desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás,
primordialmente mediante el testimonio de su vida”.281
Los fieles laicos deben fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las capacidades
requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. La profundización de las
278
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 15:
279
Ibid., 24
280
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76
281
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31
126
motivaciones interiores y la adquisición de un estilo adecuado al compromiso en campo
social y político, son fruto de un empeño dinámico y permanente de formación,
orientado sobre todo a armonizar la vida, en su totalidad, y la fe. En la experiencia del
creyente, en efecto, “no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada
vida “espiritual”, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida ‘secular’,
es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso
político y de la cultura”.282
La síntesis entre fe y vida requiere un camino regulado sabiamente por los elementos
que caracterizan el itinerario cristiano: la adhesión a la Palabra de Dios; la celebración
litúrgica del misterio cristiano; la oración personal; la experiencia eclesial auténtica,
enriquecida por el particular servicio formativo de prudentes guías espirituales; el
ejercicio de las virtudes sociales y el perseverante compromiso de formación cultural y
profesional.
La doctrina social de la Iglesia es de suma importancia para los grupos eclesiales que
tienen como objetivo de su compromiso la acción pastoral en ámbito social. Estos
constituyen un punto de referencia privilegiado, ya que operan en la vida social
conforme a su fisonomía eclesial y demuestran, de este modo, lo relevante que es el
valor de la oración, de la reflexión y del diálogo para comprender las realidades sociales
y mejorarlas. En todo caso vale la distinción “entre la acción que los cristianos, aislada
o asociadamente, llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su
conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con
sus pastores”.286
282
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 59
283
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 30
284
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 62
285
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 29
286
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76
127
asociación católica de médicos forma a sus afiliados a través del ejercicio del
discernimiento ante los múltiples problemas que la ciencia médica, la biología y otras
ciencias presentan a la competencia profesional del médico, pero también a su
conciencia y a su fe. Otro tanto se podrá decir de asociaciones de maestros católicos, de
juristas, de empresarios, de trabajadores, sin olvidar tampoco las de deportistas,
ecologistas... En este contexto la doctrina social muestra su eficacia formativa respecto
a la conciencia de cada persona y a la cultura de un país.
CONCLUSIÓN
La fe en Dios y en Jesucristo ilumina los principios morales que son “el único e
insustituible fundamento de estable tranquilidad en que se apoya el orden interno y
externo de la vida privada y pública, que es el único que puede engendrar y
salvaguardar la prosperidad de los Estados”.290 La vida social se debe ajustar al designio
divino: “La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los
287
Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra
288
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 41
289
Ibid.
290
Pío XII, Carta enc. Summi Pontificatus
128
actuales problemas de la convivencia humana”.291 Ante las graves formas de
explotación y de injusticia social “se difunde y agudiza cada vez más la necesidad de
una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad,
honestidad y transparencia. Ciertamente es largo y fatigoso el camino que hay que
recorrer; muchos y grandes son los esfuerzos por realizar para que pueda darse
semejante renovación, incluso por las causas múltiples y graves que generan y
favorecen las situaciones de injusticia presentes hoy en el mundo. Pero, como enseñan
la experiencia y la historia de cada uno, no es difícil encontrar, al origen de estas
situaciones, causas propiamente ‘culturales’, relacionadas con una determinada visión
del hombre, de la sociedad y del mundo. En realidad, en el centro de la cuestión cultural
está el sentido moral, que a su vez se fundamenta y se realiza en el sentido religioso”292
También en lo que respecta a la “cuestión social” se debe evitar “la ingenua convicción
de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no
será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde:
¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa
ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en
definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la
vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén
celeste”.293
La Iglesia enseña al hombre que Dios le ofrece la posibilidad real de superar el mal y de
alcanzar el bien. El Señor ha redimido al hombre, lo ha rescatado a caro precio (cf. 1 Co
6,20). El sentido y el fundamento del compromiso cristiano en el mundo derivan de esta
certeza, capaz de encender la esperanza, a pesar del pecado que marca profundamente
la historia humana: la promesa divina garantiza que el mundo no permanece encerrado
en sí mismo, sino abierto al Reino de Dios. La Iglesia conoce los efectos del “misterio
de la impiedad” (2 Ts 2,7), pero sabe también que “hay en la persona humana
suficientes cualidades y energías, y hay una ‘bondad’ fundamental (cf. Gn 1,31), porque
es imagen de su Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo, ‘cercano a todo
hombre’, y porque la acción eficaz del Espíritu Santo ‘llena la tierra’ (Sb 1,7)”.294
291
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 55
292
Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 98
293
Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 29
294
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 47
295
Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra:
296
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 35
129
compartidas, pero las convicciones morales que se derivan de ellas constituyen un punto
de encuentro entre los cristianos y todos los hombres de buena voluntad.
Este principio está iluminado por el primado de la caridad “que es signo distintivo de
los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35)”.298 Jesús nos enseña que la ley fundamental de la
perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento
nuevo del amor (cf. Mt 22,40; Jn 15,12; Col 3,14; St 2,8). El comportamiento de la
persona es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está
ordenado al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los
cristianos sean testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que
el amor es la única fuerza (cf. 1 Co 12,31-14,1) que puede conducir a la perfección
personal y social y mover la historia hacia el bien.
El amor debe estar presente y penetrar todas las relaciones sociales: 299 especialmente
aquellos que tienen el deber de proveer al bien de los pueblos “se afanen por conservar
en sí mismos e inculcar en los demás, desde los más altos hasta los más humildes, la
caridad, señora y reina de todas las virtudes. Ya que la ansiada solución se ha de esperar
principalmente de la caridad, de la caridad cristiana entendemos, que compendia en sí
toda la ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de
los demás, es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo”.300
Este amor puede ser llamado “caridad social”301 o “caridad política”302 y se debe
extender a todo el género humano. El “amor social”303 se sitúa en las antípodas del
egoísmo y del individualismo: sin absolutizar la vida social, como sucede en las
visiones horizontalistas que se quedan en una lectura exclusivamente sociológica, no se
puede olvidar que el desarrollo integral de la persona y el crecimiento social se
condicionan mutuamente. El egoísmo, por tanto, es el enemigo más deletéreo de una
sociedad ordenada: la historia muestra la devastación que se produce en los corazones
cuando el hombre no es capaz de reconocer otro valor y otra realidad efectiva que de los
bienes materiales, cuya búsqueda obsesiva sofoca e impide su capacidad de entrega.
130
entrega de sí mismo: ‘Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la
conservará’ (Lc 17,33)”.305 Pero la caridad tampoco se puede agotar en la dimensión
terrena de las relaciones humanas y sociales, porque toda su eficacia deriva de la
referencia a Dios: “En la tarde de esta vida, compareceré delante ti con las manos
vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias
tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir
de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo... “.306
305
Catecismo de la Iglesia Católica, 1889.
306
Sta. Teresa del Niño Jesús, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso
de Dios. Oraciones: Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, p. 758, citado en:
Catecismo de la Iglesia Católica, 2011.
131
B. PISTAS DE REFLEXIÓN PARA LOS ESTUDIANTES DE
SEMIPRESENCIAL.
Para los estudiantes de Semipresencial se adjunta con el material, las preguntas que
deberán trabajar para el semestre correspondiente.
C. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
D. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARÍA.
132
Juan Pablo II.
- Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (Como Preparación del
Jubileo del Año 2000), 10 Noviembre, 1994.
- Carta Encíclica Centesimus Annus (En el Centenario de la Rerum Novarum),
1 Mayo, 1991.
- Carta Encíclica Dominum et Vivificantem (Sobre el Espíritu Santo en la
Vida de la Iglesia), 18 Mayo, 1986.
- Carta Encíclica Evangelium Vitae (Sobre la Vida Humana), 25 Marzo, 1995.
- Carta Encíclica Laborem Exercens (Sobre el Trabajo Humano), 14
Septiembre, 1981.
- Carta Encíclica Redemptor Hominis (Sobre el Redentor del Hombre), 4
Marzo, 1979.
- Carta Encíclica Redemptoris Missio (Sobre la Permanente Validez del
Mandato Misionero de la Iglesia), 7 Diciembre, 1990.
- Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis (Sobre la Preocupación Social), 30
Diciembre, 1987.
- Carta Encíclica Veritatis Splendor (Sobre algunas Cuestiones Fundamentales
de la Enseñanza Moral de la Iglesia), 6 Agosto, 1993.
- Discurso a la III Conferencia General de los Obispos Latinoamericanos, 28
Enero, 1979.
- Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (Sobre la Misión de la Familia
Cristiana en el Mundo Actual), 22 Noviembre, 1981.
- Exhortación Apostólica Post-sinodal Christifideles Laici (30 Diciembre,
1988).
- Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in America (22 Enero, 1999).
- Exhortación Apostólica Post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia (14
Febrero, 1984).
- Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz (1 Enero, 1981).
- Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz (1 Enero, 1991).
- Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz (1 Enero, 1999).
- Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz (1 Enero, 2000).
Léon XIII, Carta Encíclica Rerum Novarum (Sobre la Condición de los
Obreros), 15 Mayo, 1891.
Pablo VI.
- Carta Encíclica Ecclesiam Suam (Sobre la Iglesia), 6 Agosto, 1964.
- Carta Encíclica Populorum Progressio (Sobre el Desarrollo de los Pueblos),
26 Marzo, 1967.
- Carta Octogesima Adveniens (Una llamada a la Acción), 14 Mayo, 1971.
- Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (Sobre la Evangelización en el
Mundo Contemporáneo), 8 Diciembre, 1975.
Pío XI.
- Carta Encíclica Quadragesimo Anno (Sobre la Restauración del Orden
Social), 15 Mayo,
GASTALDI, Italo. “El Hombre un misterio”, Ediciones Abya Yala, Quito 1992.
VIDAL Marciano. “Hacia una Ética de la Persona” Ediciones Capeluz,
Barcelona 1978.
BIFFI, Franco. “El Evangelio Social del Papa Juan Pablo Segundo” PUCE,
Quito 1990.
Concilio Vaticano II, Documentos.
133
MIFSUD, Tony. “Una Construcción ética de la Utopía Cristiana” Ediciones
Paulinas, Chile 1988.
CELAM, Documentos.
Documentos Sociales Pontificios, Corpus de Doctrina Social de la Iglesia
AA. VV. La Doctrina Social de la Iglesia y lucha por la justicia. Ed. HOAC.
Madrid, 1991. 221 pp.
BERNA QUINTANA, Angel. La Doctrina Social en los tiempos nuevos.
"Discurso leído en la sesión de apertura del año académico 1970-71 celebrado el
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También en CORINTIOS XIII 49-51 (1989) 29-92.
BONNIN, Eduardo. Naturaleza de la Doctrina Social de la iglesia. "Análisis del
aspecto teórico, histórico y práctico". Ed. Instituto Mexicano de Doctrina Social
Cristiana (IMDOSOC). México, 1990, 66 pp.
CONGREGACIÓN para la EDUCACIÓN CATÓLICA. Orientaciones para el
estudio y la enseñanza de la Doctrina Social de la iglesia en la formación de los
sacerdotes. Col. "Documentos y Estudios", 142. Ed. PPC. Madrid, 1989, pág. 12.
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(Relaciones entre la DSI y la Teología de la Liberación)" Documentación Social
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GUERRERO, Fernando. Doctrina Social de la Iglesia. "Curso de Introducción".
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SORIA, Carlos. "Elementos para una comprensión de la doctrina social:
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verso l'anno 2000. (Simposio). Pontificia Comisión "Justicia y Paz". Roma, 1982,
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134