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Yacimiento de la Gran Dolina: aparecen restos de unos 800.000 años de antigüedad que permiten
establecer una nueva especie, el Homo Antecessor, considerado el eslabón común de Homo
Sapiens (africano) y Homo Neanderthalensis (europeo).
Sima de los Huesos: hallados restos de 32 individuos clasificados como Homo Heidelbergensis,
que es la especie intermedia entre Antecessor y Neanderthal.
La Prehistoria se divide generalmente en 3 grandes etapas: Paleolítico, Neolítico y Edad de los metales.
Paleolítico significa “Piedra Antigua”, siendo el periodo más remoto y prolongado de la historia humana.
Durante el mismo tuvieron lugar las cuatro últimas glaciaciones, que afectaron al clima peninsular. Los
grupos humanos se organizaban en tribus nómadas dedicadas a la caza, la pesca y la recolección.
Inicialmente, viven al aire libre o en cobijos provisionales pero con el tiempo van ocupando cuevas de
manera permanente.
Podemos subdividir el Paleolítico en tres periodos atendiendo tanto al proceso de hominización como al
desarrollo de la “industria” lítica:
Paleolítico Superior (35.000-5.000 a.C.): dominado por Homo Sapiens, que procedente de África,
coloniza Europa hace unos 40.000 años. Su instrumental está muy depurado técnicamente y
diversificado, con nuevos materiales (huesos, astas, conchas, etc.). A nivel cultural, lo más
sobresaliente son las pinturas rupestres, realizadas en las paredes de las cuevas y con una
finalidad mágico-religiosa. En ellas se representan animales aislados, de gran naturalismo y
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policromía. Destacan las cuevas de la zona cantábrica: Altamira (Cantabria) y Tito Bustillo
(Asturias).
Significa "piedra nueva" y supone una verdadera revolución en la forma de vida humana. En este sentido, el
descubrimiento de la agricultura y la ganadería (paso de la economía depredadora a productora)
conlleva cambios decisivos:
En la península ibérica sobresalen dos grandes culturas neolíticas, la de la “cerámica cardial” (por su
decoración con conchas) y la de los “sepulcros de fosa”, definida por enterramientos cubiertos por grandes
losas.
El arte rupestre de este periodo está dominado por la pintura levantina, muy diferente de la paleolítica
cantábrica. Ahora, las representaciones se localizan en abrigos rocosos y en ellas predomina la figura
humana, formando escenas con sentido narrativo. Las figuras son estilizadas, esquemáticas y
monocromas. Buenos ejemplos se encuentran en los abrigos de Valltorta (Castellón) y El Cogul (Lérida).
Durante el primer milenio a.C., bien avanzada la Edad de los Metales, se produce una mezcla entre los
elementos autóctonos (iberos) y los pueblos que llegan desde Europa (celtas) y el Mediterráneo (fenicios,
griegos y cartagineses).
Las principales culturas prerromanas que se consolidan en la Edad del Hierro son:
Tartessos: es la más antigua y se localiza en el bajo Guadalquivir. Sobresale por sus riquezas
minerales, con las que comercian con fenicios y griegos. Según éstos, Tartessos llegó a ser un
próspero reino hasta el siglo V a.C., cuando decae hasta desaparecer.
Iberos: pueblos autóctonos del área levantina y mediterránea meridional. Tuvieron un notable
contacto con los colonizadores, con quienes comerciaron. Su economía era de base agrícola y
ganadera. Culturalmente eran pueblos avanzados, con lengua y moneda propia y un cierto
desarrollo urbano (poblados fortificados en colinas). Destacaron por su cerámica, sus armas
(falcata) y sus esculturas femeninas (Dama de Eche y Dama de Baza). Políticamente, se
organizaban en tribus independientes (turdetanos, bastetanos, oretanos, edetanos, ilergetes, etc.)
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Celtas: su origen es indoeuropeo (llegan a principios del primer milenio a.C., procedentes de
Europa central) y en la península, se asientan en las fachadas marítimas (atlántica y cantábrica) y
en la meseta central. Eran grupos tribales (galaicos, astures, cántabros, vetones, vacceos,
lusitanos, etc.) de economía pobre y básicamente agropecuaria. Ocupaban pequeños poblados
fortificados de planta circular (llamados “castros”) y sobresalieron en la metalurgia del hierro (que
ellos introdujeron en el país). Además, practicaban la incineración y depositaban las cenizas en
urnas cerámicas. Hubo zonas en las que la confluencia entre celtas e iberos dio lugar a grupos
mestizos, los celtíberos (como los arévacos, titos o pelendones), que sobresalieron como
guerreros.
Los pueblos mediterráneos llegaron a la península atraídos principalmente por su gran riqueza minera.
Establecerán asentamientos comerciales para intercambiar productos con los indígenas, evitando entrar en
conflicto. Los principales pueblos colonizadores fueron:
Fenicios: pueblo de navegantes originarios del Mediterráneo oriental (Biblos, Tiro y Sidón),
alcanzan la península en el siglo IX a.C. y se establecen principalmente en las costas andaluzas,
cerca de los principales centros mineros. Fundan importantes asentamientos como Gadir (Cádiz),
Malaca, Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra). Introducen avances como el torno de alfarero, la
explotación de salinas, los perfumes o la industria de salazón de pescado.
Griegos: llegan en torno al siglo VII a.C. para asentarse preferentemente en las costas catalanas
y levantinas. Fundan colonias como Emporion (Ampurias), Rhode (Rosas), Hemeroskopeion
(Denia) o Akra Leuke (Alicante). Los griegos traían cerámicas, tejidos, vino y aceite y se llevaban
sal, esparto y metales. Su influencia cultural dejó una huella importante en las tribus iberas.
Cartagineses: procedentes de Cartago (Túnez), fundada a su vez por marineros fenicios. Desde
el siglo IV a.C. se irán haciendo con los puestos comerciales fenicios y crearán otros nuevos
como Ebussuss (Ibiza) y Cartago Nova (Cartagena). Avanzaron hacia el interior peninsular para
hacerse con el control de centros mineros de gran importancia como Cástulo (plata) y Almadén
(cinabrio). También destacaron en el cultivo del esparto en la zona de Murcia. Con el tiempo, la
presencia cartaginesa adquirió rasgos de ocupación militar y ello acabó por conducir a su
enfrentamiento con Roma, la otra gran potencia del Mediterráneo occidental. El sitio llevado a
cabo por el caudillo cartaginés Aníbal Barca sobre la ciudad de Sagunto (aliada de Roma) fue el
detonante del conflicto.
1. Ocupación del litoral mediterráneo y de los valles del Ebro y el Guadalquivir (218-197 a.C.):
La guerra entre Roma y Cartago se inicia con el asedio y conquista de Sagunto (ciudad aliada
de Roma) por parte de Aníbal Barca. Los romanos responden enviando a los hermanos
Escipiones (Cneo Cornelio y Publio Cornelio), que desembarcan en la península y derrotan a las
tropas cartaginesas, para luego arrebatar todas sus posesiones. En esta guerra, los indígenas
combatieron como mercenarios en ambos bandos.
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2. Conquista del interior peninsular (197-29 a.C.): se va a llevar a cabo de manera lenta debido a
la feroz resistencia de los pueblos celtas y celtíberos. Roma se vio obligada a sostener duras y
prolongadas campañas hasta el 133 a.C., que terminaron con el sometimiento de los lusitanos
(gracias al asesinato de su caudillo Viriato) y de los arévacos (que mantuvieron en jaque a las
legiones romanas hasta la caída de Numancia). Desde entonces, las conquistas se paralizan
debido a las guerras civiles que sacuden a la República romana.
3. Conquista del norte peninsular (29-19 a.C.): el emperador Augusto en persona dirige las
campañas contra cántabros y astures, que resisten con tenacidad en el extremo septentrional de
la península.
Completada la conquista, Hispania se integra en la civilización romana, con todo lo que ello conlleva. Esto
se conoce como romanización, proceso de asimilación de las formas de vida, organización política,
estructura socioeconómica y cultura de los conquistadores:
La religión: primero la pagana (que combina el panteón politeísta con el culto al emperador) y
posteriormente la cristiana, una vez que cesa su persecución con el Edicto de Milán (313 d.C.),
promulgado por el emperador Constantino. En el 380 d.C., con Teodosio, se hace oficial en todo el
imperio.
El desarrollo urbano: los romanos fundan numerosas ciudades (Emérita Augusta, Legio,
Caesaraugusta, Tarraco, Barcino, Astúrica Augusta, Hispalis, Corduba, Complutum, etc.). El modo
de vida urbano se despliega con la construcción de obras públicas y edificios para el
entretenimiento de las masas (acueductos, templos, teatros y anfiteatros, termas, etc.). Las
ciudades romanas se comunican mediante calzadas (Vía de la Plata y Vía Augusta) y puentes,
que favorecen el comercio y agilizan el desplazamiento de las legiones. Los soldados que sirven
en ellas también contribuyen a difundir las costumbres y el modo de vida romano.
Las leyes: el derecho romano se impone, especialmente cuando el Edicto de Caracalla (212
d.C.) extiende la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del imperio.
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El arte y el saber: muchos edificios hispanos son considerados verdaderos monumentos
artísticos (acueducto de Segovia, teatro de Mérida, anfiteatro de Itálica, arco de Medinaceli,
muralla de Lugo, numerosas villas, etc.). Hispania proporcionó a Roma excelsos escritores,
filósofos y eruditos como Séneca, Marcial y Quintiliano.
Quizás el mejor ejemplo de la importancia que tuvo Hispania en el conjunto de la civilización romana sean
los tres emperadores que allí nacieron: Trajano, Adriano y Teodosio, quienes están entre los más
célebres de toda su historia.
En el año 409 d.C., en plena crisis del Imperio Romano, tres pueblos germánicos atraviesan el limes
(frontera) y se dirigen hacia Hispania, invadiéndola con rapidez:
Vándalos: atraviesan la península en busca de los ricos campos de cereal de Túnez, donde
establecen su propio reino.
Otro de esos pueblos, los visigodos, mucho más romanizados que los anteriores, pactan con Roma
instalarse en el sur de la Galia e Hispania a cambio de combatir a esos pueblos bárbaros. Tras la caída del
Imperio Romano de Occidente en el 476, el reino visigodo de Tolosa (su primera capital) se convierte en
una entidad independiente. Sin embargo, en el 507 son derrotados por los francos en la Batalla de Vouillé y
pierden casi todos sus territorios al norte de los Pirineos. Así se crea el reino visigodo de Toledo, que
sobrevive hasta el año 711. En todo ese tiempo, deberá combatir en la península contra suevos (que
dominan el noroeste y bizantinos (que se expanden por las costas de Andalucía y el Levante). Finalmente,
los godos consiguen poner toda la península bajo su poder.
La monarquía electiva: los reyes eran elegidos de entre los principales miembros de la nobleza.
Este sistema sucesorio producía una gran inestabilidad por la rivalidad entre esos clanes
aristocráticos.
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El Officium Palatinum: núcleo selecto dentro del Aula Regia, integrado solo por los nobles más
cercanos al rey. Gestionan los asuntos de palacio y las principales tareas de la administración
central.
Los duces (plural de dux o duque): son los gobernadores militares de las provincias del reino. Por
debajo suyo están los comes civitatis, encargados de administrar justicia y cobrar impuestos en
las ciudades.
En el Concilio de Toledo del año 589, Recaredo se convierte al catolicismo (junto con los principales
nobles visigodos) para lograr la unificación religiosa de su reino. Desde entonces, la Iglesia toma un papel
fundamental en el gobierno. Así, los concilios van a ir adquiriendo atribuciones políticas y legislativas. Son
asambleas que reúnen periódicamente a las principales autoridades religiosas y civiles (rey y nobles).
Los visigodos eran minoría en el conjunto de la población hispana pero disfrutaban en origen de un estatus
jurídico diferenciado (tenían su propio código legal). En el año 654, Recesvinto promulga el llamado Liber
Iudiciorum o Fuero Juzgo, que unifica jurídicamente el reino, al establecer leyes válidas por igual para
godos e hispanorromanos.
En el campo artístico, los visigodos sobresalieron en la orfebrería (fabricación de joyas y objetos metálicos)
y en la arquitectura (Iglesias como San Pedro de la Nave, en Zamora). A nivel cultural, destaca la figura de
San Isidoro de Sevilla, autor de grandes obras literarias (las Etimologías)
En los albores del siglo VIII, el reino de Toledo se encontraba en una grave crisis interna que fue
aprovechada por los musulmanes para lanzarse a la conquista de la península ibérica, poniendo fin a más
de doscientos años de poder visigodo (711).