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Ámbito jurisdiccional

Tal como se ha visto a lo largo del curso, la ética como conocimiento o ciencia, entre otros
aspectos que componen su definición y su obligación, conoce acerca de la corrección o
incorrección de los actos humanos en términos de la bondad o maldad, la justicia o injusticia,
etcétera; es decir, intenta determinar bajo qué criterios o parámetros podemos decir, por
ejemplo, que un hacer es bueno o malo.

Desde el punto de vista moral esto es casi imposible, ya que la moral es relativa, así que
necesitamos otros criterios o parámetros para hacer la determinación. Los elementos para
ese criterio, hemos visto, están determinados por la propia estructura del ser humano y su
funcionalidad, su espíritu; y lo mismo es válido para las instituciones jurídicas, de las que,
para poder determinar si son buenas o malas y si sus actos son justos o injustos.

La institución judicial tiene el propósito o fin de darle a cada quien lo suyo y para ello necesita
a su vez de un parámetro de justicia que está determinado nuevamente y siempre por el
valor personal, por la estructura del ser humano y las condiciones de posibilidad de su
funcionalidad y desarrollo, es decir, siempre debe estar orientada por y tener perspectiva de
derechos humanos.

En el ámbito jurisdiccional se administra la justicia legal, el juzgador que delibera sobre un


caso controvertido entre las partes materiales del litigio, una vez agotadas las etapas
procesales del mismo, dictará resolución definitiva, la cual, debe no ser impugnada en los
términos que fije la ley, alcanzará la calidad de cosa juzgada, constituyéndose en una verdad
legal.

La ética actúa como una voluntad permanente por conocer, comprender y aplicar los valores
morales por parte de todos los servidores públicos, sin importar el nivel jerárquico que
ocupen, ya sea Magistrado, Juez de Distrito, Juez de Primera Instancia, Secretario de
Acuerdos, Secretario Proyectista, Actuario, etc. Pues independientemente de la posición
jerárquica que ocupen, son responsables por ser procuradores del derecho y colaboradores
de la justicia y la equidad, así como aseguradores de la legalidad y eficiencia en la
aplicación, que son los fines de la tarea judicial.

Por lo tanto, la correcta aplicación de estos principios que rigen la conducta y deben ser
alcanzados en el ámbito jurisdiccional debe aplicar para todos los actores de administrar la
justicia, sin hacer alusión a cada órgano encargado, sino a la figura del juzgador, que es una
de las partes más deterioradas de la actividad jurídica, sin detrimento de todos los servidores
que laboran en la administración de justicia.

Ámbito legislativo

Hacer el bien y evitar el mal constituye el primer principio de razón práctica de la ética
independientemente de la época, sociedad o contenido que se le dé a la noción de bien.

Las personas que asumen democráticamente la función legislativa deben ser conscientes
que el proceso de creación de leyes es un instrumento extraordinariamente poderoso
tendiente a alcanzar unos objetivos comunes.

La actividad legislativa ha abierto al hombre un campo de posibilidades totalmente nuevo y,


por tanto, con un sentido de responsabilidad muy grande, pues se trata de un poder sobre su
propio destino. Por tal motivo la persona elegida por la sociedad para leyes debe ser un buen
legislador, y esto lleva implícita la idea de buena persona.

El buen legislador no sólo es aquella persona que domina la técnica jurídica y la técnica
legislativa, el que redacta unas leyes de acuerdo con la perfección de su actividad; sino
aquella persona que haciendo buenas leyes realiza en sí mismo, en su persona y en la de los
demás el bien.

Para que un cuerpo legislativo cumpla su función y las leyes que resulten tengan la eficacia
requerida, se necesita antes que nada legitimidad, es decir que éste órgano tenga
autorización popular, el derecho de crear leyes, además la formalidad o el cumplir con la
forma previamente establecida, la pluralidad, la tolerancia, el respetar los pactos o acuerdos,
e informar al elector.

Las buenas leyes son el objetivo del buen legislador, pero en su objetivo último no es un
producto sino el bien de su actividad. Es decir, procurar para él y para los demás la
realización de lo bueno, lo correcto.

La función legislativa radica en realizar unos valores compartidos por todos los seres
humanos para lograr una sociedad ordenada. Para poder conseguir esto, las convicciones
morales y políticas personales son fundamentales, quien no posea esas convicciones
tampoco podrá ser un buen legislador.
Los fines que debe procurar quien tiene la facultad de legislar son la estabilidad jurídica,
estabilidad política y la eficiencia jurídica. Estos son los pensamientos que debe tener todo
aquel legislador. No crear leyes al auxilio de cualquier necesidad, sino pensando en que esas
leyes deben fortalecer el sistema legal y social.

La responsabilidad que se tiene como abogado, no es en primera instancia para con el


cliente, en esta actividad, el que paga no es el que manda; nuestro primer compromiso está
para la Constitución, la Ley, los principio y valores jurídicos fundamentales; la persona, la
justicia, la libertad y la dignidad. De igual forma si la actividad se realiza en el ámbito
legislativo o privado; como representantes se debe tener en cuenta que una democracia que
no está al servicio de las personas, la sociedad, el pueblo; que no tenga como prioridad los
derechos humanos, no tiene legitimidad y será muy probable sujeto a la corrupción, por lo
que es de vital importancia en todo momento tener en práctica conductas éticas para el
óptimo desempeño de la actividad legislativa.

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