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Experimentos Alquímicos Sobre la Mortificación de la Materia

Por el Consejero Von Eckhartshausen

La reimpresión de esta obra alquímica del eminente ocultista alemán, filósofo


hermético y Rosacruz genuino, después de siglo y medio de su primera publicación,
merece algunas explicaciones.

Hasta el presente, Von Eckhartshausen ha sido conocido principalmente por sus


escritos morales y también por sus valiosas obras ocultistas y por sus novelas místicas.
Sin embargo, uno de sus libros “Las Claves de la Magia”, fue publicado en Alemania
hace unos 25 años (fecha tomada al año 1950 en que se publicara éste artículo), aunque
desgraciadamente en forma abreviada y en un solo volumen.

De los numerosos escritos químicos, o más bien experimentos alquímicos, de Von


Eckartshausen, casi nada se conoce hoy, debido a la rareza de esos escritos. Sin embargo,
las investigaciones de Von Eckartshausen representan el eslabón que une los trabajos de
la Edad Media con los de los tiempos modernos. Se ha dicho que es imprescindible para
el alquimista moderno, si quiere alcanzar resultados tangibles en sus trabajos prácticos,
buscar su camino desde mucho más atrás, por los escritos de los alquimistas que lo han
precedido, para aproximarse gradualmente así a un contacto directo con los conceptos de
los adeptos místicos de la Edad Media, y entonces Von Eckartshausen representa la
primera etapa fundamental en ese camino que conduce hacia los antiguos, camino que
ningún estudiante puede descartar, si es que verdaderamente desea penetrar en esas
remotas regiones. La gran importancia de las investigaciones de Von Eckartshausen,
hechas hace dos siglos, no tiene igual en el presente.

Solo hemos progresado en nuestra tecnología química. Todo lo demás es para


nosotros tan nuevo hoy como lo era hace ciento cincuenta años.

Hubo un tiempo en que el arte de la transmutación de los metales se creía posible


únicamente si se cumplían las condiciones especiales que nos permitían componer
metales nobles por medio del procedimiento de la “mortificación”.

Pero éste último tipo de descomposición fue considerado como imposible, y por
lo tanto, según se razonaba, el otro procedimiento se consideró también imposible. Sin
embargo, la experiencia prueba que el hombre no debe juzgar precipitadamente las cosas
de que no ha tenido experiencia previa, y una persona modesta dirá:

“Según nuestros conocimientos actuales de química, la transmutación no parece


posible. Tal vez nos falta un conocimiento superior que es necesario”.

Así pensaba yo, y esa manera de pensar me guió hacia la realidad de una
verdadera transmutación de metales, hecho con el cual quedó demostrada
satisfactoriamente esa posibilidad. Así, la experiencia práctica es la mejor demostración.
Si alguien me preguntara: “¿Puede usted fabricar oro?” yo le contestaría:
“Analizar los metales y hacer luego la síntesis de ellos es un procedimiento muy diferente
al de producirlos o generarlos”.

Por ejemplo, se sabe bien como pueden separarse diversas clases de cuerpos en
sus componentes constitutitos, y se sabe también combinarlos de nuevo; pero sin que se
pueda reproducir artificialmente los cuerpos originales en sí.

Si alguien me preguntara: “¿Es posible producir oro por medios artificiales?”


Entonces le contestaría: “No negaré nada a menos que esté convencido de su
imposibilidad absoluta. Sin embargo, creo que una demostración práctica de la
imposibilidad de producir oro, es tan difícil como hacer oro”.

“Sin embargo, tengo la satisfacción de que mis experimentos han prestado un


servicio a la química, porque estos experimentos nos conducen mas cerca de una
verdadera comprensión de la naturaleza. El oro que yo busco es la VERDAD”.

Pero aquellos otros caballeros, los Alquimistas, les escribo lo siguiente:

“Alquimistas y jugadores comparten la misma suerte. Los primeros esperan,


vanamente, que durante cada operación alcanzarán lo Universal, de la misma manera que
los segundos esperan que a cada golpe de suerte les llegue la esperada ganancia. Voy a
daros mi opinión con respecto a la alquimia. Me parece que quien busca el oro no lo
hallará, pero que quien busca a Dios, es decir, la Causa Primera de toda fuerza, bien
puede hallar a Dios en la cosa que busca. Me parece también que no se ha dicho sin
razón: “Busca primero el Reino de los Cielos y todo lo demás se os dará por añadidura.”

De esta verdad procede otra: A menos que busquéis primero y por encima de
todas las cosas el Reino de Dios, no se os dará ninguna otra cosa de Orden Divino.

Pero, ¿qué constituye el Reino de Dios? Es la ocupación completa de nuestros


corazones por Jesucristo, quien reinará dentro de él, dentro de su Templo, con sabiduría y
amor, e iluminará nuestra mente con su Espíritu interior, para que podamos penetrar en la
vestimenta exterior de la naturaleza.
Cuando hayamos alcanzado la posesión de este Espíritu Universal (esto es, el
Espíritu de Cristo dentro de nosotros), entonces tal vez conoceremos, por medio de su
Gracia, el espíritu exterior universal de la naturaleza, de manera más perfecta de lo que es
posible a la filosofía ordinaria.

Mientras el hombre no haya adquirido ese arte del análisis interior que le permite
distinguir lo sagrado de lo profano y lo puro de lo impuro, mientras ese tiempo no haya
llegado, el hombre no podrá distinguir en el mundo exterior las bendiciones de las
maldiciones; y las bendiciones externas están relacionadas con las internas de la misma
manera. Para triunfar en esta ciencia, que creo que es la mas elevada, el conocimiento
teórico ordinario no basta.
A este conocimiento es necesario agregarle la práctica, y a ésta práctica agregarle
la fortaleza, y a esta fortaleza un poder que desciende del Altísimo y que no puede
comunicarse de un hombre a otro.

Todo aquel que piense de otro modo acerca de estos asuntos, está equivocado. O
bien se engaña a si mismo, o ha sido engañado por otros, porque no conoce la
concatenación que existe entre las leyes esotéricas de Dios y las leyes exotéricas de la
naturaleza. Bien conozco la manera como algunas personas aseveran que la naturaleza
actúa de acuerdo con leyes inmutables. El azufre y el mercurio producen siempre
cinabrio. El arsénico y el azufre producen siempre oropimente. Dos veces dos es siempre
cuatro, ya sea que estos números han sido compuestos por hombres buenos o por
hombres malos. Por lo tanto, según ordinariamente se razona, la química superior
obedece principios idénticos!. Así, todo aquél que conozca las propiedades de la materia,
que conozca su síntesis, ha observado y aprendido la operación de esta síntesis con los
demás, y podría tener buen éxito en estos experimentos, lo mismo que cualquier otro
hombre. La naturaleza no puede privarnos de sus tesoros, si la dominamos mediante sus
propias leyes. Así se expresan los sofismas de aquella gente que trata de forzar su camino
hacia el santuario, entrando a él a través del techo. Pero muchos de esos ladrones no
siempre recuerdan que cuando finalmente llegaron a la puerta para escapar, el dueño de la
casa ha aparecido súbitamente, exigiendo y recobrando de ellos toda la propiedad robada.

Es indudable que el razonamiento expuesto más arriba, representa en verdad una


argumentación que, al considerarla a primera vista, parece absolutamente irrefutable y
posee tanta fuerza, que ha conducido ya al descarrío a muchos hombres de gran
inteligencia. Pero solamente aquél que sabe cuan estrechamente relacionados están Dios
y la naturaleza, aquél que comprende que Dios tiene las riendas de la naturaleza
perpetuamente en sus manos, aunque de manera indirecta pero definitiva y perfecta, aquél
que comprende la gran verdad dicha por San Pablo, ese hombre comprenderá fácilmente
que Dios no permitirá nunca que esas riendas pasen de sus Santas Manos, ni las
entregará a ninguno que no esté muy estrechamente unido a El. La naturaleza no sería el
fruto de una Sabiduría Infinita, si su Creador no hubiera al mismo tiempo tomado todo
cuidado posible para impedir que los poderes, decretos y lazos ocultos de ella cayeran en
manos de cualquier individuo, a menos que Dios Omnisciente esté seguro de que esas
manos no encaminarán jamás el timón de la naturaleza de otra manera sino la que
concuerda con el gran plan de Él, con sus divinas intenciones y con sus propósitos
inalterables. Sería en realidad una presunción rayana en la blasfemia el suponer que el
Primer Principio superior tuviera la facultad de rendir y entregar el PRINCIPIO MÁS
PURO, más SANTO y más SUBLIME, de la naturaleza material a manos profanas.

Por ésta razón, creo que es verdaderamente una temeridad y una locura que
cualquier persona aspire al santuario de la naturaleza (que es conocido de muy pocos y
que será siempre compartido por muy pocos) sin haber alcanzado primero el Santuario de
la Gracia, en el recinto más profundo de su propio corazón.

Aquél que lee la Biblia, especialmente la escuela de los Profetas, descubrirá que
el oro es el producto más insignificante, cuyo descubrimiento nos ha sido concedido por
el Primer Principio material, y que muchas fuerzas superiores y mucho más asombrosas
de la naturaleza están relacionadas y unidas a él. Pero ¿quién tiene derecho a hacer
exigencias a este Primer Principio de las fuerzas materiales? ¿Es ésta en verdad la labor
de un luchador o de un buscador? ¿O es más bien un acto de gracia y de compasión?.

No niego que la ambición de llegar a ser ricos haya conducido a algunos hombres
a útiles y nuevos descubrimientos, y que la ciencia de la química debe mucho a la
Alquimia. Pero con respecto al Universalíssimum (el Solvente Universal) me parece que
sólo lo concede el Universalissimus (Espíritu Universal), y que ha sido custodiado por un
noble propósito para ser cumplido únicamente por Dios Mismo, al cual tenemos que
someternos humildemente sin investigar más el cómo, el cuándo y el de qué modo, tendrá
lugar este suceso.

El oro que busco es la VERDAD, mi plata es la SABIDURÍA y mi piedra


filosofal es la COMPRENSIÓN de mi propia insignificancia, y una comprensión de la
Omnipresencia de Dios, dentro de las profundidades de la naturaleza.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Copyright

Este artículo fue publicado por el Consejo Supremo de la Orden Rosacruz AMORC, en la
revista El Rosacruz correspondiente al mes Marzo de 1950, por la Suprema Gran Logia
de AMORC – Todos los derechos reservados.-

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