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Viajes

Relatos Sobre Viajes en el Tiempo


Álvaro Germán Morales Collazo


Viajes

1- Espero que cambie la luz y cruzo la calle. Cuando llego al otro lado aprieto
el botón en la máquina. Nada ocurre, o por lo menos eso es lo que parece.
2- Doblo la esquina. Allá adelante veo el cruce de los semáforos. Del otro lado
está el supermercado.
3- Caminó por la larga calle buscando la sombra de los árboles. Cuando llegue
al supermercado probaré si la máquina funciona.
4- Salgo de casa. El sol raja la tierra. Delante de mí, la calle es tan larga que
parece interminable. Pero en realidad dos cuadras más allá está la esquina,
luego el supermercado.
5- Estoy en casa. Pienso en matar dos pájaros de un tiro. Voy a hacer las
compras y aprovecharé la oportunidad para darle marcha a la máquina y
ponerla en funcionamiento en un entorno completamente cotidiano. La idea es
no perder tiempo.
6- Ya salí de casa. El sol raja la tierra y se ve el aire caliente flotando, como la
previa tensa a un espejismo. Busco la sombra de los árboles. La calle parece
no tener fin.
7- Busco la sombra. Camino rápido. Allá adelante por fin se ve la esquina.
8- Doblo la esquina. Se ven los semáforos. Cruzándolos llegó al
supermercado.
9- La luz cambia. Cruzo la calle y aprieto el botón en la máquina. Nada ocurre.

Protoviaje

Al salir del transporte no sabíamos en que época estábamos, ni dónde. Lo


primero que vimos a través de las pantallas, una vez superadas las nubes más
densas, tampoco nos dijo demasiado. El mundo estaba despoblado. Desde las
alturas podían verse el marrón del suelo y el verde de las vegetaciones
vírgenes. No había otros tonos a la vista, ni una ciudad turbaba el lejano y
monótono horizonte. Buscamos señales aéreas y no las encontramos. Sin
dudas habíamos viajado a un tiempo muy lejano, anterior a la civilización
cibernética que nos precede y a las ciudades flotantes de cristal de nuestros
antepasados; antes del pueblo virtual que almacenaba sus cuerpos bajo tierra y
de las sociedades robotizadas; y aún más atrás de la época de las ciudades
verticales de metal y vidrio diseminadas por el mundo. Habíamos entrado en
épocas tan antiguas como míticas. Las eras de la tecnología primitiva, de los
hombres disgregados. Muchos de los nuestros dudaron de que se tratara del
mismo planeta, tan primitivo era el aspecto que se nos presentaba a través de
las pantallas a medida que descendíamos.
Cuando estuvimos más cerca comenzamos a detectar vida y a los pocos
minutos, por fin hombres sobre la tierra. No eran ciudades donde vivían, si no
sucias acumulaciones de barro, piedra y tierra, nada más semejante a un
hormiguero. ¿Era posible que hubiéramos descendido hasta lo que los antiguos
llamaba la Era de las Cavernas? ¿Esas épocas habían existido en realidad, o no
era más que uno de los mitos remanentes de cuando los hombres eran tan
estúpidos que creían en todo, de cuando las religiones y las ideologías dividían
el planeta?
Un grupo de exploradores abandonamos el transporte cuando alcanzamos
una gran montaña. Salimos de a pares en nuestros planeadores individuales y
encendimos los mecanismos de camuflaje para volvernos invisibles a sus ojos.
Lo único que necesitábamos de esos hombres primitivos era un gen, tan sólo
uno. Incluso esto había sido puesto en duda en nuestro tiempo y ya se negaba
un parentesco más que fortuito. Algunos preferían no llamarlos hombres por
esto, utilizando en su lugar el término de bestias. Por supuesto que la mayoría
prefería creer que descendíamos de las estrellas. Yo creía en la Esencia de la
Reciprocidad y que su comprobación estaba relacionada con todo lo referente
al insondable universo. Por qué no debía de regirnos en esta época tan remota,
si evidente abarca a todos los seres del mundo.
Esos hombres miraban al cielo buscando todo lo que estaban incapacitados
de entender. Hasta ese punto habíamos preferido ser invisibles. Pero otros
fueron vistos. Los hombres se postraron, erigieron cultos y monumentos.
Como el tiempo no transcurría de igual modo para nosotros, observamos en
silencio como se alzaban y se derruían ciudades en ese bullicio; como los
ídolos se tergiversaban, tomaban otras formas hasta conservar rasgos
esporádicos de lo que en un principio habían representado. Estaban dispuestos
a adorar cualquier cosa. Cuando uno de nosotros se ausentó y no se les
presentó, comenzaron a erigir templos a dioses tormenta, a divinidades
monstruosas. Quisieron empezar a adorar la montaña en la que descansaba el
transporte. Levantaron torres al cielo y escarbaron las profundidades del
mundo buscado los misterios del fuego. Esa gente necesitaba un dios. Tanto
como nosotros necesitábamos ese gen, esa unidad de información tan simple y
tan irreproducible.
La Esencia de la Reciprocidad triunfó en el memorable debate. Les
daríamos un dios después de tomar el gen. ¿Por qué no? Podríamos darles una
de las tantas divinidades que los antiguos habían abandonado. Era esto
preferible a que continuaran buceando en misterios que nunca entenderían. Así
que elegimos uno de los miles del remoto pasado. Les dimos la cruz. Y le
dimos al hombre que clavarían en ella, del cual ya ninguno de nosotros
recordaba su nombre. También el libro en el que estaban todos los nombres. Y
el mito que los alejaría de los misterios cobró forma hasta volverse una
predomínate creencia que acabaría abarcando todo. Luego plegamos nuestras
alas y volvimos al transporte con el preciado gen en nuestras manos.
Transitamos el camino inverso en el mar del tiempo y regresamos a nuestra
época con la nueva arma en nuestras manos. Regresamos a triunfar en el
conflicto, la guerra que hace un tiempo se ha desatado entre las ciudades
fulgurantes de nuestro cielo.

Circular 1

Debíamos validar la principal teoría sobre la extinción del Neanderthal.


Varios años de trabajo dependían de eso.
De modo que viajamos al pasado a comprobarlo.
Al principio no advertimos nuestro error de cálculo; habíamos llegado muy
tarde. Pocos quedaban de ellos.
Armamos nuestro campamento bastante cerca; necesitábamos trabajar
rápido.
Todo parecía indicar que la teoría era acertada. El Neanderthal había sido
aniquilado por el Homo Sapiens. Grandes lauros nos esperaban al regresar a
nuestro tiempo.
Justo al final, demostrando una inteligencia imprevista, fuimos atacados por
los pocos que quedaban. Se habían organizado y utilizaban tácticas que nunca
habíamos calculado.
Tuvimos que matarlos a todos.
Y regresamos.

Alejandría

Ptolomeo Soter retiró la vista del ventanal que daba al gigantesco faro en el
centro de la bahía. Había abierto los ojos hacía dos segundos, pero no lo sabía.
Caminó con paso decidido los seis metros hasta el ventanal opuesto
esquivando las cortinas de seda que agitaba el viento en un sereno vaivén. En
su rostro se leía el enojo apenas contenido. Cuando se asomó al amplio
ventanal abrió los ojos bien grande. Se arrimó hasta el borde mismo del balcón
exterior y vio la bulliciosa ciudad debajo con una expresión que por momentos
parecía de ira, aunque en realidad fuera de asombro. Había aprendido hacía
mucho, cuando comandaba las tropas que asaltaban Babilonia, que no debía
demostrar asombro. Un hombre adorado como un dios no podía mostrar esas
pasiones tan mortales. Miró a un lado y al otro, centró la vista y se refregó los
ojos. Debajo suyo resaltaba el Mausoleo, y más allá el tremendo Gimnasio,
pero cuando miraba a su derecha no daba crédito a lo que veía.
Apenas vio la Biblioteca con su techo acristalado, giró intempestivo como
si lo que hubiera visto le repugnara hasta lo insoportable. Pareció tomar aire
para hablar, como si quisiera escupir una tormenta.
—¡Arquitectos! Llamen de inmediato a mis arquitectos —gritó y nadie lo
escuchó en el interminable palacio vacío—. ¡Dioses! ¿Quién ha movido mi
biblioteca? ¿Qué desastre natural, qué oscura magia o demencia me invade
para ver tan trastocada mi ciudad? ¡Alejandro! ¿Qué han hecho con tu templo?
Y fue como si estuviera por romperse a llorar. Trastabilló y se tomó como
pudo del velo que caía de uno de los pilares de la cama.
—¡Arquitectos! —gritó una vez más agitando el brazo libre—. ¿Cómo es
posible…?
Y se congeló en seco. Toda la escena lo hizo. Permaneció con el brazo
levantado y la boca abierta a medio camino de terminar la frase. El viento
pareció dejar de soplar y la fuerza de gravedad anularse. Las cortinas flotaban
inmóviles en el aire. El bullicio de la ciudad se apagó. El rugido del mar fue
silenciado. Un aguilucho que había osado aproximarse a las alturas del palacio
quedó petrificado a medio vuelo, como si colgara del cielo pendiendo de un
hilo invisible. El inmenso y celeste cielo, apenas tamizado por alguna blanca
esporádica nube desapareció al instante siguiente. En su lugar quedó una
inmensidad de color verde. Dos rostros enormes miraban la ciudad como si los
dioses se hubieran apersonado ante el reclamo y las maldiciones del ilustre
mandatario. Dos gigantes enormes que dominaban medio horizonte. Uno tenía
el cabello rojo y la cara blanca plagada de pecas. El otro tenía una incipiente
calvicie que contrastaba con su rostro barbado. Ambos llevaban anteojos y sus
rostros estaban serios, en gesto exagerado de profunda reflexión. Debajo del
cuello, sobre la línea de las casas más bajas del barrio del Gimnasio, llevaban
un membrete con enigmáticos mensajes sobre un uniforme azul oscuro. En el
de uno decía: Prof. Lic. Eugene Dover, Realidad Virtual, Centro VRTaps; en el
del otro: Lic. Edgar Harris, Imitación de Personalidades, Centro VRTaps.
—La recreación de Ptolomeo es genial, licenciado… Ha reaccionado como
si se creyese real —dijo Dover sin sacar la vista del ventanal del palacio.
—Sí, ha sido un gran logro. Teníamos suficiente información para hacerlo.
Es una pena no poder decir lo mismo de la Biblioteca —respondió Harris y
sonó irónico.
Permanecieron unos segundos en silencio.
—Por lo menos ahora sabemos que ahí no estaba situada —pareció no
inmutarse el profesor—. Ahora la mejoraremos.
—Por supuesto -respondió el otro y ambos desaparecieron.
Al instante el cielo tomó de nuevo la tonalidad de un diáfano celeste, las
escasas nubes retomaron su camino, y el viento volvió a soplar desde el mar.

Futuros

Fue en año de 1613 que el Sultán Bin Al-Farouk recibió la caravana


proveniente de Yemen en su campamento entre el desierto, el oasis y el
océano. La noche sin luna había dejado ver el brillo de lejanas estrellas
reflejado en los alfanjes de los camellos dos horas antes de que llegaran, por lo
que el recibimiento estaba listo. La caravana era gigantesca, tal vez de
trecientos camellos y ochenta caballos. Recorría el antiquísimo camino entre
océanos, uno de agua, el otro de arena y sal, desde tiempo muy lejanos.
Apenas la comitiva central llegó al campamento un viejo comerciante le salió
al encuentro.
—Sea Alá con tu nombre, famoso y caritativo Sultán; el mío es Mumbai y
estoy buscando a tu padre. He venido a devolverle un favor —dijo apenas
puso un pie en la tienda principal del Sultán. Éste le invitó con un gesto a
recostarse en el mullido entrevero de almohadones, sedas y terciopelos, y él
aceptó.
—Mi padre ya no está más entre nosotros. Temo sea yo el que ha adquirido
sus obligaciones —dijo el Sultán una vez instalados.
—No tendrá conmigo más obligación que esta conversación, y ni siquiera
esto, mi estimado. Pero si aceptas escucharme empezaré por lo más
importante. Tu padre salvó mi vida una vez. Aunque ahora, en mi vejez,
prefiero pensar que el destino es irreversible y que me hubiera salvado igual si
no hubiera contado con su pasión, en ese momento me comprometí a
devolverle un favor. Por otro lado, y ya verás por qué, me he convencido con
los años de que siempre es uno el que elige. Ahora serás tú el que en su lugar
lo reciba.
—Así sea —exclamó alegre el Sultán. Sabía de cierto que su padre había
sido un hombre muy estimado, y de su fama de noble y de la rectitud de su
camino frente a Alá, pero también de las riquezas inauditas que podían llevar
esas caravanas que recorrían el mundo, tanto que difícilmente pasaban dos
veces por el mismo sitio en el tiempo que dura la vida de un individuo.
El comerciante llamó a dos hombres que esperaban junto a la entrada y bajo
el sol. Estos ingresaron presurosos. Se trataba de dos soberbios negros de alta
postura y orgulloso porte. Cargaban entre sus cuatro manos una caja de
madera forrada de terciopelo rojo. La depositaron a sus pies y volvieron a salir
bajo el sol. El comerciante la abrió y de su interior extrajo otra caja idéntica
pero mucho más chica, de unos veinte centímetros por diez. El Sultán la miró
desconfiado. Había esperado en vano que al abrirse la caja lo cegara el
esplendor del interior, pero por ahora nada brillaba. Mayor sorpresa recibió al
abrirse la segunda caja y ver su contenido, un objeto marrón largo y ovalado.
Durante un segundo pensó lo peor. Pensó que su padre había sido un respetado
hombre, pero que para obtener respeto primero hay que peinar unas cuantas
canas, y que bien podría haberse ganado en el proceso algún que otro
enemigo. Era ley en la región que un hombre hereda de su antecesor tanto
derechos como obligaciones y temió verse en un aprieto de no muy
diplomática solución. Al primer instante lo creyó un desperdicio de uno de los
tremendos negros, pero luego al no advertir reacción fuera de lo común en su
antagonista, comenzó a creer que bien podría ser un dátil gigante, o el capullo
de un gran gusano de seda.
—Este es mi regalo para usted, en devolución del gran favor que le debo a
su padre —dijo el comerciante, señalando la caja y su contenido con ambas
manos.
—¿Pero qué es? —preguntó sin inmutarse el Sultán entre las sedas y los
terciopelos.
—Es un cigarro, mi estimado. Lo he conseguido en la lejana Shyrte, junto
al Mar del Norte, más allá del caudaloso Nilo y de las arenas abrazantes.
—¿Y para qué sirve? —preguntó el Sultán claramente desilusionado.
—Se fuma. Se le da fuego de un lado y se aspira el humo por el otro. En la
lejanísima tierra de la que proviene le llaman Habano, y a cruzado el mundo
entero antes de llegar a esta caja y a estos desiertos.
—¿Pero para qué sirve? ¿Cuáles son sus efectos?
—Generalmente sólo produce un refinado placer. Aunque en este caso hay
algo más. Este cigarro en particular fue sometido a un tratamiento único en
una tierra llamada Shaen. Mediante artilugios más viejos que el hombre y a
punto de desaparecer, se le ha concedido a este cigarro una cualidad
excepcional en las profundidades de un templo casi tragado por la arena.
Luego se han derramado sobre él las lágrimas de mil vírgenes, dejándolo secar
a la luz de la luna creciente.
—¿Y cuál sería esa peculiaridad?
—Este cigarro hace que el que lo fume profetice su propio futuro.
—No le entiendo.
—El que lo fuma ve su futuro, uno de los tantos posibles.
El Sultán se sintió gratificado por la respuesta. Después de todo, su día no
sería tan malo.
—Es un poderoso regalo —dijo al cabo de unos instantes de profunda
reflexión.
—Uno que compensa una vida. No podía hacer menos por su padre, y
ahora por su heredero.
—Entonces me dice que hay que darle fuego por un extremo y pitar por el
otro.
—Exacto. Le explicaré. Existen innumerables futuros posibles, no hay uno
sólo. El camino no es una línea recta, está lleno de recovecos, irregularidades,
curvas y ángulos obtusos, subidas, bajadas. Las diferentes variables las
creamos con nuestras decisiones. Al decidir elegimos nuestro futuro. Cuando
fume de ese cigarro, hágalo profundamente, llegue a saborear el tabaco,
disfrútelo o cuanto menos intente imaginar el placer que sienten los hombres
en las ignotas regiones de donde proviene. Luego de unos minutos, tendrá una
nítida visión de uno de sus futuros posibles, con seguridad del más probable.
No se sobresalte durante su visión ya que esto podría sacarlo de ella. Al
cigarro le podrá dar cinco o seis usos a lo sumo, por lo que le recomiendo que
sea mezquino. Si lo administra bien puede durarle toda la vida.
El Sultán se mostró generoso con la caravana la cual se quedó en su
territorio hasta la tarde siguiente. Llegado ese término recargaron agua en el
poso del oasis que era el objeto más preciado de toda la región, tanto como
para no pertenecer a nadie, y se marcharon por el camino que llevaba al sur.
Los dos hombres no volverían a cruzarse en esta vida.
Le dio las primeras pitadas al cigarro al caer la tarde de un caluroso día del
siguiente otoño. Había esperado con paciencia y hasta cierto punto había
dudado. No lograba entender el extraño objeto dentro de la cajita de rojo
terciopelo ni el supuesto goce que producía la aspiración de su uso. Cómo era
posible que en aquellos lejanos hombres que sólo podía imaginar de múltiples
formas, se forjara un placer tan puro gracias a aspirar un poco de humo. Si lo
que el mercader había dicho era cierto, ese regalo valía mucho más que varias
caravanas cargadas de oro.
La visión no se hizo esperar. No se presentó como una alucinación que era
lo que había esperado. Fue como si estuviera dentro, como en un sueño, donde
uno está inmerso en él, es protagonista pero no tiene voluntad sobre los
acontecimientos. Vio a una hermosa mujer, madura, de casi cuarenta años pero
bien llevados. Tenía el pelo negro como la noche y los ojos también, dos
luceros oscuros brillando desde una profundidad abismal. Sintió que la amaba
y la besó; y después otro beso, y otros. Se supo dentro de una visión y recordó
el tiempo. Por lo menos eso era lo que ingenuamente pensaba. Se trataba de
una ilusión y se rompería llegado un lapso de tiempo determinado. Intentó ver
cosas que le permitieran identificar el lugar donde se encontraba su preciada
amada. Ella tenía un collar de oro con incrustaciones de cristales de un azul
violáceo y otro de una madera negra y opaca elaborada en finos eslabones
rectangulares imitando el modelo de una columna vertebral. Detrás de su
silueta se veía la cúpula puntiaguda de una mezquita de ladrillos rojos y a su
derecha juncos y agua empantanada que señalaban la presencia de un río.
Tenía tatuada en la base del pulgar de la mano izquierda, una cabeza de
águila. Luego el Sultán despertó, enrollado en su lecho de seda y abrazado de
los almohadones, y al terciopelo. De inmediato mandó llamar a los tres sabios
más eminentes de la región que lo esperaban desde hacía rato fuera de la
tienda y les encomendó la tarea de descifrar su visión, la cual les contó dos
veces, ambas con lujo de detalles. Se demoró más tiempo en estas
descripciones que en la respuesta de los sabios. La mujer rondaba los cuarenta
años aunque aparentara menos, y la condición de su cutis, así como el
minucioso examen de las manos llevaba a pensar que no pertenecía a una casta
de las más ricas, de modo que el primer collar no podría ser de zafiros, debía
ser de lapislázuli o algún cristal semiprecioso. El segundo collar respondía a
un reconocido diseño de los montes armenios. Estos datos, sumados a la
oscuridad de sus ojos, recalcada con vehemencia por el Sultán, hicieron pensar
a los sabios que la escena en su conjunto debía desenvolverse en algún sitio de
la alta Persia. Al analizar la mezquita roja y lo que parecían indicios de un río
a su derecha, los sabios se retiraron a deliberar. A los diez minutos regresaron.
Sin dudas se trata de Ecbatana. El Sultán no lo pensó mucho. Confiaba en los
sabios, y él mismo había creído que se trataba de esa ciudad. La mezquita roja
era iconográfica y prácticamente la había reconocido en su sueño. Era una
muy particular porque había sido construida sobre un templo pagano antiguo
utilizando las piedras y los ladrillos de las ruinas. Sabía el nombre del río, era
igual al nombre de su madre.
Bin Al-Farouk pudo haber creído como la mayor parte de sus
contemporáneos, que el destino es inapelable, que está escrito y que nada
puede cambiarlo. De esta forma sólo tendría que esperar a que su amada
llegara a su debido tiempo. Podrían las cosas ser tan simples como sentarse y
esperarlas. Pero no, eligió creer otra cosa Eligió creerle al mercader que le
había regalado el cigarro, creer que existen infinitos futuros, y que el camino
no es recto, que todo depende de la elección. Así marchó en su largo camino
hacia Ecbatana en compañía de los tres sabios.
Demoraron un año en llegar, después de atravesar insufribles peripecias.
Pero apenas unas horas después, para sorpresa hasta de los sabios que no
sabían nada acerca de la ciudad, el Sultán fue a dar con precisión frente a su
amada. Casi se desmaya al verla más joven, apenas una muchacha de dieciséis
años. Las similitudes eran asombrosas. Le preguntó si tenía alguna hermana
mayor y ella contestó que no, le interrogó por su madre y ella le informó que
estaba muerta hacía mucho. Entonces vio que tenía el tatuaje del águila en la
mano izquierda. Una vez más sintió que la amaba y pensó: claro, fue una
visión del futuro, en donde hemos envejecido juntos. Con muy poco la sedujo
y luego al padre como para obtener el consentimiento para la boda. La
promesa de un oasis funcionó bien en todos los sentidos Ésta se celebró sin
pompas en la ciudad a la semana siguiente. Luego de la ceremonia los tres
sabios y los flamantes esposos, partieron presurosos hacia occidente,
siguiendo por las derruidas sendas de alguna olvidada civilización el camino
que se adentraba en el desierto.
Al llegar, volvió a fumar del cigarro. Y si vio así mismo y a su mujer en su
oasis. Estaban rodeados de niños y supo que muchos eran suyos, sobre todo
los de pelo negro como la noche y ojos oscuros y profundos. Se despertó
saciado y pensando que no necesitaría más nada, que su futuro sería mucho
más feliz que si aquella vez el mercader lo hubiera colmado de gemas y de
oro. Escondió el cigarro entre las sedas y los terciopelos y pensó en no volver
a usarlo. A la noche, cuando respiraba el fresco aire que le traía el viento desde
el océano y el sudor de los juegos del sexo aún se le secaba en la piel, pensó
que la posesión de ese cigarro era un peligro ya que podía ser un objeto muy
poderoso en las manos equivocadas, sobre todo si caía en posesión de un
sirviente.
Lo tomó una vez más y pensó en tirarlo al mar. Luego regresó con lentitud
sobre sus pasos trayendo otra decisión en su mente. Debería terminarlo,
consumirlo hasta el final, devorar los tres o cuatro usos que le quedaban de
una triple e inmensa pitada, o bien indagar hasta un futuro lejano. Tal vez
utilizándolas todas podría bucear hasta en su lejana muerte.
Se acomodó entre los almohadones, rodeado de las telas de seda y
terciopelo y envuelto en los densos aromas de aceites e inciensos y lo
encendió. Pitó una vez, dos veces, tres y miró el cigarro extrañado. A esas
alturas ya debería estar viendo algo. Pitó otra vez, y otra, una sexta al borde de
la desesperación. Sacudió la mezcla de humos pues apenas podía ver y fue
entonces que pensó que algo estaba mal. Se levantó sobresaltado. Había
alguien más en la tienda con él. A su lado, una pareja parecía dormir. Fue tal la
turbación que lo embargo al identificarlos que se despertó empapado en sudor.
El brillo del sol le daba en la cara y lo cegaba. Una mano áspera y masculina
lo sostuvo y lo calmó. En ese tacto se sentía la silenciosa sabiduría de eones de
viento y arena, el romance mudo entre las sombras y el brillo de las estrellas.
Sintió que más personas se movían dentro de la tienda. Poco a poco abrió los
ojos y miró en torno suyo. Eran los tres sabios los que lo acompañaban, el más
anciano de ellos le sostenía con una apergaminada mano el cuello y la cabeza,
los otros lo miraban en silencio. Los interrogó en vano pues ya intuía la
respuesta. Había fumado una sola vez, su visión se había prolongado en el
tiempo mucho más de lo esperado, abarcando el año entero del viaje a
Ecbatana, la búsqueda de su amada, su encuentro, el viaje de vuelta y sus
afanosos intentos por ver otras posibilidades de un futuro más avanzado. Se
sentó de cuclillas, sintiéndose desconsolado, entre las sedas y los terciopelos,
esos mismos que en último momento había visto arder, envueltos por la
voracidad de un fuego que era alimentado de aceites, especias e inciensos.
Pensó seriamente qué era lo que debía hacer. Los sabios esperaban para
interpretar el significado de la visión. Los despachó. Ya había soñado lo que
interpretarían de su sueño, y no había sabiduría congruente en el mundo que
pudiera entender el significado de la visión en su conjunto. Pensó en lo que le
había dicho el comerciante, en que todo destino era en realidad un aparente,
uno más de un sinfín de futuros posibles. Si no hubiera aceptado la petición
de su padre de volver al oasis, no hubiera heredado sus ganados y sus tierras.
Ahora mismo estaría en otro sitio, y de igual forma ignoraría los profundos
ojos negros de Ecbatana. Si su hermano mayor no se hubiera perdido en las
arenas del desierto, ocurriría lo mismo. De todas las incalculables
posibilidades, sólo una lo llevaba hasta ella y hacia el verdadero amor. Pero
era la misma que luego los llevaría a los dos hacia el fuego. De todas las
combinaciones… Si aquella tarde no hubiera contemplado con tanta
intensidad el apagado agonizar del sol, si no se hubiera dejado embrujar por la
suavidad de la brisa del mar tantas veces, si cualquiera de las innumerables
cosas que había hecho a lo largo de su vida, y aún antes que él lo que habían
hecho sus padres, y en realidad todos los sucesos desde la creación misma, si
sólo una pequeña cosa fuera distinta, él no viajaría a Ecbatana y no la
conocería, no la traería consigo luego de hacerla su esposa, no tendría varios
hijos, reflejos nítidos de su prosperidad. Tampoco se quedaría dormido dentro
de unos años con el cigarro encendido. Éste no incendiaría el aceite y las
sedas, almohadones y terciopelos. Y no moriría junto a su mujer abrazado por
esas llamas.
Luego de una hora el Sultán tomó su sabia decisión. Jamás viajó a
Ecbatana, y el cigarro, lo arrojó bien lejos en la profundidad del mar.

El Hombre de la Bolsa

La conspiración de Carlson llega mucho más lejos de lo que habíamos


pensado. Abarca... no sé cómo decirlo..., abarca todo. Luego de saber hasta
dónde alcanza ya no necesito ni quiero saber más nada. Que un hombre
transforme mil dólares en 440 millones en quince vertiginosos días parece
algo imposible, pero sucedió exactamente de esa forma.
Erich Carlson, hizo la primera de una serie de operaciones en el mercado
Wall Street el 2 de junio. Compró 946 dólares de acciones de una casi fundida
tabacalera. Luego confesaría que había sido todo lo que tenía. Había vendido
todas sus pertenencias para llegar a esa cifra. En forma impensada, al finalizar
la tarde la tabacalera recibió una fuerte inversión extranjera que multiplicó las
acciones por doce. Así, luego de 80 operaciones de este estilo, todas exitosas,
el día 17 era millonario. Pudo haberse retirado mucho antes y no levantar
sospechas, pero no lo hizo; ya lo había picado el bichito de la tentación. En
cierto momento, y esto es lo que le pasa a mucha gente que juega a ese nivel,
ya no le importaba el dinero. Todo el disfrute recaía en la jugada en sí misma y
no en el resultado del juego. Cuando llegó a los 300 millones llamó la
atención.
Todos los primeros lunes de cada mes yo me juntaba con el hombre de gris.
No diré más nada de él y ni siquiera ese dato es verdadero. Todos los meses
me daba una nueva misión. Nos encontrábamos en un lugar público, casi
siempre un parque o una plaza bien concurridos. Se me entregaba un
dispositivo de memoria digital donde figuraban los detalles y teníamos una
charla general informal sobre el tema, distendidos pero sin dar nombres
personales o detalles de lugares precisos. Hace hoy un mes se me encargó
detener a Carlson.
No me costó mucho encontrarlo. Y es justo decir que opuso nula
resistencia. No había gastado casi nada, pero había transferido toda la fortuna
a varias cuentas en el extranjero. La red de conexiones entre los titulares de las
cuentas es algo que aún se investiga, pues no ha quedado nada claro al
respecto, como si en realidad nada tuvieran que ver entre sí, por lo menos no
todavía.
Al principio no quiso decir nada, ni a mi compañero ni a mí. Se subió sin
protestar y con una actitud sumisa, casi socarrona a la camioneta, y lo
llevamos hasta el Centro de Detenciones. A medio camino hizo un comentario
en voz alta, que por el tono debió tratarse de un chiste.
—Qué lástima que transferí todo el dinero. No había pensado en guardar un
vuelto para los sobornos —dijo
Fue como para sí mismo y a mí no me causó ninguna gracia, pero mi
compañero rio a las carcajadas. Creo yo que de una forma exagerada. Supuse
que quería romper el aire tenso movido por la curiosidad. Le dijo:
—Que increíble cómo ha ganado tanto en tan poco tiempo. ¿Cómo es
posible no errarle a una?
El otro imitó la carcajada y mi compañero la remató con:
—Podría darme los números para la lotería o algo por el estilo.
Carlson emuló la carcajada y yo sonreí para no sentirme tan desubicado.
—Bueno, lo que pasa es que yo vengo del futuro —le respondió y a mí me
causó más gracia ver que los dos se reían que el chiste en sí mismo.
—La puse en varias cuentas —continuó como colgado en una frase anterior
cuando lo peor de la risa hubo pasado.
—Eso lo sabemos. Pero ninguna de esas cuentas es suya —insistió mi
compañero.
—No, ninguna.
—¿Que conexión tiene con los titulares de las cuentas?- pregunté aun
fingiendo la sonrisa—. Porque no entendemos a quien le ha dado la plata. La
dividió en 23 partes no necesariamente equivalentes. ¿Acaso repartió su
repentina y milagrosa fortuna al azar? ¿Existe una locura como esa?
—Uy, muchas preguntas —siguió bromeando—. No, no creo que sea una
locura. Tal vez esa es la forma en que lo perciben ustedes pues es imposible
que vean las conexiones entre personas que aún no han tenido ningún contacto
ni que lo tendrán a lo largo de sus vidas.
Nos miramos con mi compañero.
—No entiendo —dije.
—Lo entenderán en otra época; otras personas.
—Insinúa que el contacto no será en esta generación, si no en la que viene.
—No necesariamente. Las personas a las que les hice tan generosa
donación invertirán bien el dinero, mucho mejor de lo que yo pude haber
hecho. Con el tiempo engendrará mucho más dinero. Y en el futuro, será la
fuente de una poderosísima corporación.
—Muy interesante. ¿Pero cómo podría usted saber esto?
—Ya se lo he dicho —dijo y rio—. Vengo del futuro.
Volvimos a mirarnos, esta vez serios. Mi compañero se sacó los lentes y los
guardó en la guantera. Yo bajé sensiblemente la velocidad. Temí durante un
segundo subirme a la acera o darme de frente contra un árbol. El tipo nos
estaba tomando el pelo.
—El problema es que hice todo demasiado bien —dijo entre risas—. Yo lo
había planeado mejor. O sea, tuve que haberme equivocado alguna vez, lo sé,
pero me costó lo imposible salirme de la que me tenía enganchado.
—Ochenta operaciones… —dijo serio mi compañero.
—Sí, lo sé —contestó desde el asiento trasero con un aire melancólico—.
Calculamos que un número como ese sería perfecto para la bolsa. Los expertos
de mi época estuvieron de acuerdo en que una cantidad tan elevada de
movimientos, era lo mejor para que el sistema no nos detectara. Es obvio
estaban equivocados.
Yo, que sabía que nadie de adentro se había dado cuenta, si no que en
realidad lo habían traicionado, preferí no darle esa información que al parecer
desconocía.
—¿Va a seguir con eso de que viene del futuro? —pregunté sin demostrar
toda mi antipatía.
—Vengo del año 2142. No soy un viajero del tiempo, sino uno de los
científicos que trabaja en el proyecto. He obedecido órdenes durante años,
mientras que elaboraba un complejo plan que ahora llevo a término de una
forma bastante feliz.
—¿Por eso la cara de satisfecho, de superado? —pareció sulfurarse mi
compañero.
—Parece que al señor le divierte tomarnos el pelo- dije yo muy poco
contemplativo.
—He repartido la fortuna porque no me la puedo llevar, no por lo menos en
forma física como cualquiera podría pensar —continuó como si nada—.
Estaba esperando que llegaran a mí. Es así como se supone que debe suceder.
Viajé a escondidas, pero ahora ya no será un secreto.
—¿Y eso qué se supone que significa?
—Que luego de que otras personas me interroguen en el centro de reclusión
varios abogados militares en sus trajes de generales aparecerán y poco después
nada sabrán de mí, ni ustedes, ni sus superiores. Nadie hará muchas preguntas
y al poco tiempo no quedará una persona que me recuerde.
—¿Usted está hablando en serio?
—Claro que hablo en serio.
—¿Cómo está tan seguro que va a salir impune de todo esto?
—Yo no dije eso. Dije que me sacaran de aquí otras personas más
influyentes que no desean que mi caso levante demasiado la atención. El
gobierno de mi época ha estado viajando en el tiempo a diversas capas de la
realidad. Sepa que aquella en la que estamos charlando es una sola y es
posible saltar por las diferentes capas con una facilidad asombrosa. Si ustedes
lo vieran no podría menos que causarles gracia, por lo simple que resulta. Nos
salteamos capas y así se viaja. De las infinitas posibilidades, sólo en esta yo he
realizado el millonario fraude. Al regresar rastrearé la combinación que más
me convenga y hacia ahí me dirigiré. Con este procedimiento, el de utilizar las
infinitas realidades paralelas, muchas personas influyentes han construido
mundos personalizados. No es algo considerado inmoral en mi época. Lo que
he hecho es un juego de niños comparado con las alteraciones que han
realizado los que manejan el proyecto y los que están detrás de ellos.
—Si realmente cree lo que está diciendo, lo mejor sería que se calle —
perdió la paciencia mi compañero.
—Esta realidad en la que ustedes viven no es única, es una más de un
infinito caudal. Temo decirles que es el producto de una prolongada cadena de
alteraciones
—Mi compañero ya le ha dicho que se calle —recalqué intentando terminar
con la charla. Tomarnos el pelo era la forma más común de evitar el
interrogatorio.
Carlson pareció entenderlo y se silenció unos segundos, el tiempo necesario
para llegar al Centro de Detención. Cuando lo entregamos mantenía el mismo
gesto socarrón en el rostro.
Luego de esto nos desvinculamos del caso. Pero hace unos días he recibido
unos informes que me inquietan más que nada por la confianza que le tengo a
la fuente. He sabido que la predicción del curioso hombre de incipiente
calvicie, desprolija barba candado y lentes gruesos pasados de moda, se ha
cumplido con asombrosa certeza. Unos días después de su detención tres
generales se llevaron a Carlson hacia la capital, a pesar de las incesantes
protestas de todas las agencias. El hombre siguió repitiendo su historia hasta el
final. Se dice que a un alto funcionario le ofreció secretos de estado, increíbles
secretos terriblemente guardados. Cuando se le preguntó qué quería a cambio
hizo una única petición. Que lo dejaran utilizar su máquina para regresar a su
tiempo. Cuando se le dijo que sí, dijo que su máquina era invisible. La opinión
al respecto se unificó: el tipo estaba loco. Por esta razón a los tres días ya
nadie preguntaba nada del desdichado. Un manicomio hubiera sido para él
mejor que un centro de detención por lo que nadie averiguó demasiado de su
siguiente paradero.
Hoy me han dado una nueva asignación, del otro lado del continente en la
costa este. A mi compañero… lo han asignado a Alaska.

Conrados

El profesor Conrado Burband reunió a un grupo de especialistas el 13 de


febrero, al que por fortuna me vi incorporado una semana más tarde.
Al instante comenzamos a trabajar en las implicancias prácticas de la teoría
del Vértice en el Tiempo. El 24 de marzo ya teníamos implementada una
pequeña máquina, del tamaño de un teléfono celular y que se podía abrochar a
la muñeca como si fuera un reloj pulsera. El profesor no demoró mucho en
probarla y al día siguiente, bajo una persistente llovizna, emprendió el primero
de una serie de viajes de implicancias desconocidas aún hoy en día. Estuvo
muchas jornadas ausente, desconozco cuántas viajando por el tiempo y
cuántas por el espacio. Regresó el 3 de junio, guardó el pequeño artefacto bajo
llave y se retiró a la costa quince días con el pretexto de una licencia atrasada.
Dos días más tarde, para sorpresa de todos, un muchacho de trece años
apareció de la nada en el laboratorio. Nadie lo vio entrar, pero cuando notaron
la máquina en su muñeca y el muchacho se identificó y comenzó a dar órdenes
muchos entendimos lo que había ocurrido. Era Burband, versión púber. El
chico de trece años aclaró el misterio: su versión actual le había alcanzado el
artefacto en un pasado relativo, a saber, su presente. Esto hizo que muchos que
no habíamos visto al profesor guardando la máquina, dudáramos de lo que
estaba sucediendo. Forzaron la caja fuerte y por supuesto no había nada
dentro. Este hecho tenía implicancias desconocidas. Se comenzó a especular
qué ocurriría cuando las dos versiones se encontraran. La paradoja parecía
inevitable.
Conradito siguió trabajando esos días con el grupo. El muchacho era un
genio a pesar de su joven edad, poseía un carácter mucho más templado que su
otra versión y era un gusto trabajar con él. Entendimos que las ideas geniales
llevaban dos décadas gestándose y que no eran nada nuevo.
El 18 de junio el profesor debía reintegrarse de su licencia. Estábamos
todos expectantes y nadie sabía muy bien lo que esperar cuando ambas
versiones se encontraran. Pero para sorpresa general nada raro ocurrió.
Burband y Conradito se saludaron con efusividad; a simple vista podrían
tratarse de hermanos de sangre. Luego, como si nada, las cosas continuaron de
una forma normal.
Seguimos trabajando con los dos Burband durante meses y los avances en
la teoría del Vértice cobraron un cuerpo consistente que no habíamos siquiera
contemplado a principio de año. Yo, en particular, busqué entender la
resolución de la paradoja de coexistencia, hasta que logré entender algo que en
efecto ya sabía. En realidad ambos Burband eran personas diferentes, por eso
no se producía ninguna paradoja en la coexistencia, ya no eran el mismo. Y es
que todos somos personas diferentes a cada instante. Yo no soy el mismo de
hace unos minutos. Cuando caiga el sol, tome mi morral y me dirija a mi
humilde morada, será otro el que bese a mis niños y a mi mujer. Un tercero se
meterá con ella en la cama; un cuarto le hará el amor; un quinto soñará y
babeará sobre mi almohada; y un sexto vendrá mañana al laboratorio para
continuar con mis teorías. Podría hacerlo una sexta versión de mí mismo,
podría ser una versión doce, o una seis millones. A cada instante y con cada
decisión nos diferenciamos. Yo ya no soy yo; desconozco al autor de estos
razonamientos.
Estas ideas generaron un nuevo campo de acción que se fue ampliando con
los días. Todo parecía ir bien encaminado. Infinitos tiempos, infinitas
versiones, infinitas posibilidades. Justo sería afirmar el acierto de aquellas
escuelas hindúes que resuelven el embrollo de la continuidad del Vértice del
tiempo de una forma singular que contradice todas las otras teorías al respecto.
Estos divagados niegan la existencia del presente. Un hombre nunca se tira a
una piscina: o no lo ha hecho o ya está mojado. La manzana de Newton ya
cayó hace rato cuando el pensador se imagina estarla viendo tocar el suelo. Así
es que nunca somos el mismo, y es imposible una coexistencia de dos
individuos idénticos. La coincidencia temporal y espacial en simultáneo es
algo que no ocurre, y la posibilidad de su existencia es nula. Los que
coexisten, como todos los otros en todos los lugares y en todas las eras, son
distintos.
De esta forma las cosas continuaron un tiempo. Hasta que el 23 de agosto,
una tercera versión de Burband, de unos canosos 53 años, apareció en el
laboratorio reclamando la tenencia legal del muchacho de trece años. Se tomó
a los puños con la versión treintañera de sí mismo y ambos terminaron
detenidos en la seccional de policía.
Ante la pasmosa ignorancia de los funcionarios, su descreimiento y su
sorpresa, aún esperamos que el problema se solucione. Pero mientras tanto el
laboratorio permanece cerrado.

El Milagro

Michael abre pensando en otra cosa.


—¿Profesor Robertson? —escucha que le preguntan desde el rectángulo de
luz que ha dejado la puerta abierta.
Piensa que se precipitó en abrir, y que muchas veces ser tan impulsivo le
juega malas pasadas. Y también que ya está viejo para cambiar.
—¿Quién lo busca? —pregunta en un evidente gesto a la defensiva. Toma
con la mano izquierda el borde de la puerta, como si con esto acentuara que
puede cerrarla cuando quiera. El reflejo de la luz no le deja ver con claridad.
—Entre, le estoy apuntando —dice el otro y él no sabe cómo reaccionar.
—¿Qué dice? —se esfuerza por sonar decidido, o en realidad por ocultar
toda su indecisión.
—Que le estoy apuntando —siente el frío caño en la cintura.
Suelta la puerta y entra.
El otro le sigue de cerca.
—No haga una estupidez. Sé muy bien quién es y a qué se dedica.
Lleva lentes negros, un gorro de visera y en la espalda una mochila.
No lo reconoce. Viste como un estudiante, pero parece por la edad más un
padre que otra cosa.
—Yo no soy Robertson —dice y siente en la voz la mentira. Piensa que
nunca fue un buen mentiroso.
El otro reacciona de inmediato. Avanza un paso y vuelve a apuntarle con el
revolver.
—Le he dicho que no sea estúpido. Sé quién es usted.
Le tira algo pesado.
Michael teme lo peor y se cubre con las manos.
Mira el objeto que descansa a sus pies.
Es un libro suyo. “Viaje cuántico”, novena edición. En la contratapa hay
una enorme foto suya que abarca toda la cara del libro. Encima, en letras
blancas, casi fosforescentes en la semipenumbra de la habitación se lee:
Michael Lee Robertson.
—¿Qué es lo que quiere? —pregunta sin levantar la vista del libro.
Unos segundos de silencio pesan entre los dos.
—Deseo ver la máquina —dice y suena a una sentencia, a un ábrete
sésamo, a un prontos, listos, ya.
—No sé de qué me habla.
—¿No lo sabe? No Juegue conmigo. ¿Por qué no nos quedamos a esperar
que en tres horas lleguen sus nenas del colegio y les preguntamos en qué
trabaja papá? Tal vez si ellas no saben, su esposa sepa algo.
—Usted está loco.
Hace gestos exagerados y saca otro libro de la mochila con la mano que no
sostiene el revolver. Michael piensa que por lo menos ha tenido la decencia de
dejar de apuntarle.
“La verdadera máquina del tiempo”, dice y él lo lee en voz alta. Autor,
William Macey.
—Este hombre está lleno de estupideces, por favor —exclama intentando
parecer molesto mientras el intruso sacude el libro con una mano.
—Trabajó con usted doce años… Luego escribió este libro.
—Eso no significa nada. Macey, a cambio de dinero reveló datos del
proyecto en el que estábamos trabajando. No me quedó otra que deshacer
nuestra sociedad. Desde entonces no ha dejado de injuriarme y de
complicarme la existencia.
—Él afirma que juntos fabricaron la máquina, y que luego usted
monopolizó el invento —y vuelve a apuntarle con el arma.
—¿Puede dejar de apuntarme? —dice lo más tranquilo que puede. Sabe que
si el otro piensa que la situación se le ha ido de las manos, no demorará mucho
en que esto suceda.
Lo mira con detenimiento. Sabe que no lo reconoce. Recuerda que tiene
buena memoria fotográfica y se convence. Percibe que el otro duda y se
apresura por seguir hablando.
—¿En realidad cree que inventamos una máquina del tiempo? ¿Qué cree
que la tengo guardada en el sótano o en el garaje? ¿Por quién me ha tomado?
¿Cree que porque Macey me difame de esa forma, esto lo convertirá en menos
falso? Ya he pasado por innumerables cuestiones legales. Me han investigado
los del gobierno y los de las grandes corporaciones que son peores. Y nada han
encontrado. ¿Cree que si yo tuviera en mi posesión una máquina como esa,
estaría aquí con usted teniendo esta afable conversación y rezando que no se
termine cuando a usted por accidente se le dispare el arma? ¿Para quién
trabaja usted? ¿Quién lo ha enviado?
El otro reacciona una vez más de inmediato.
—Nadie me ha enviado. Estoy por mi cuenta. Trabajo para mi familia —
dice y baja el arma.
—¿Y qué pretende?
Nuevos segundos de silencio, como si lo que piensa decir le produjera en
cierto modo vergüenza.
—No pretendo robarle la máquina, ni lastimarlo, ni nada. Sólo deseo que la
utilice.
—¿Qué la utilice?- intenta darle tono irónico a la pregunta, como si el otro
estuviera planteando algo ridículo.
—Sí. No quiero más nada. Úsela para cambiar un pequeño e irrelevante
hecho del pasado reciente. Luego lo dejaré en paz. Nunca más sabrá de mí. Y
si así lo desea puedo darle todo lo que poseo. Traigo conmigo los títulos de mi
casa… —amaga sacar algo más de la mochila.
El profesor Robertson lo observa sorprendido. Comprende que su primera
apreciación fue acertada. Es un padre. Otro desesperado padre. Ya le ha
ocurrido varias veces, pero nunca han llegado tan lejos como para que temiera
un secuestro o algo peor. Desde que su despechado colega ha publicado su
maldito libro y ha dado conferencias hasta en la televisión abierta, afirmando a
ciencia cierta que han fabricado una impensada máquina, el amarillismo se ha
encargado del resto. Hace un tiempo siempre había un periodista, un familiar o
un estúpido en la calle o en la vereda. Por esa razón mantiene las ventanas y
las cortinas cerradas. Pero ahora hace mucho que no ocurre y se ha
descuidado.
—Escúcheme, amigo…
—Llámeme Arthur —se apresura el otro.
—Arthur… —hace una pausa premeditada. Se siente por primera vez con
un relativo control de la situación y piensa aprovecharlo—. Yo no tengo una
máquina del tiempo. Me siento hasta ridículo aclarando esto.
Arthur lo observa serio. Parece vencido. Sostiene el arma como un trofeo a
un segundo puesto, como la caña de pescar del pescador al que la presa se la
ha ido. Se saca los lentes negros. Tiene los ojos rojos y el pelo le cae
desordenado sobre la frente.
—Debe ayudarme —dice como desde adentro de un profundo poso.
—Arthur… —otra vez la misma pausa—. Piense… Si yo tuviera una
máquina… ¿Qué lo hace creer que estaría dispuesto a alterar la continuidad
espacio-tiempo? ¿Qué motivo tendría para cambiar el pasado, y con eso el
presente y el futuro?
—Salvar una vida —dice y es como si la frase lo revitalizara, como si le
hubiera caído una tormenta encima.
Michael termina de entender todo en un instante.
—Es mi hijo, debe salvarlo… Sólo eso le pido. Luego me iré y nunca sabrá
más nada de mí.
—No me entiende… Yo no tengo ninguna…
—Necesito que obre un milagro.
—Yo no puedo obrar ningún…
Arthur le da una foto. El revolver descansa hace rato en el suelo.
Todo parece durante un instante desvirtuado por completo.
Michael mira la foto. Siente una terrible sensación de deja-vu. Si no fuera
por el brillo siniestro que le devuelve el arma tirada en el suelo pensaría estar
reviviendo algo que ya ha ocurrido. El niño es hermoso, sonriente, lleno de
vida. Él se siente vacío por su persistente negativa.
—Mírelo, se llama Sean. Tiene cuatro años. El pasado 23 de agosto lo
atropelló un auto a la salida de la guardería Rosen y se lo llevó. Apenas
pasaban las cuatro de la tarde. Es un hecho insignificante, nada cambiará. Y
por otro lado… ¿El mundo podría ser peor con otro niño jugueteando,
esparciendo su indispensable alegría? Si salvarlo significara el fin de la vida
en el planeta, ¿no sería lícito hacerlo?
—Lo entiendo perfecto, Arthur. Pero no hay nada que pueda hacer, se lo
juro.
Rompe en llanto.
Durante un segundos los roles se confunden.
Ambos hombres se abrazan.
Michael llora también.
—No hay nada que pueda decirle para calmar ese dolor dentro.
—Disculpe el mal momento que…
—No se preocupe amigo. Las he pasado peores —y vuelve a sonar falso.
Arthur se da por vencido. Mil ideas fugaces y atroces circulan por su
cabeza.
Michael también reflexiona.
Los dos caminan hacía la puerta.
Cierto aire ceniciento ha llevado la tarde a su descenso, tiñendo el cielo
entre los árboles de un tono naranja que poco a poco se va apagando. A lo
lejos se acercan con lentitud las sombras que anuncian la tormenta.

Arthur deambula por las calles meditabundo. Ha considerado muchas veces


la idea del suicidio, pero esta no es una de ellas. Para muchos suicidas
frustrados no hay peor castigo que seguir vivos. Esta es una de esas ocasiones,
uno de esos momentos cruciales donde la realidad no tiene sentido, deja de ser
algo concreto. Se siente como soñando que es presa de una gran borrachera.
Como una pesadilla dentro de otra.
No tiene noción del tiempo que demora en llegar a casa. El sol se está
poniendo detrás de los oscuros nubarrones cuando dobla la esquina y ve la
casa con las luces encendidas. Algo no está bien, algo se ha salido del curso
determinado. La casa debería estar vacía, ya que ella se ha ido. Recuerda el
mutismo mutuo en la sala central del aeropuerto, el silencio cómplice y ella
que se va, sin que siquiera se atreva a mirarla. Sabe que es imposible que haya
regresado. Sin embargo la ve a través de una ventana, como si fuera un
fantasma, una imagen anterior a agosto, un anochecer cualquiera antes de que
todos dejaran la vida que llevaban. La ve como si fuera cierto que nada ha
cambiado, tanto que sonríe, cambia de pieza como si jugara, como si la
estuvieran corriendo, como si soplara una panza o si se la comieran a besos. Y
entonces lo ve a él, al origen y la causa de todos los juegos, el epicentro. Él,
que sonríe y danza, corre y se esconde, moviéndose dentro de un sincrónico
vaivén con todo lo que lo rodea…. Ha vuelto. Nunca se ha ido.
Michael, en su casa, se seca el sudor de la frente y tranca con candado la
puerta del sótano. Sonríe satisfecho.
A veinte cuadras Arthur se frena en su jardín durante un segundo no
sabiendo cómo reaccionar.
Titubea hasta que sabe que todo es real, que no está soñando o alucinando.
Sonríe durante un segundo, petrificado.
Por su mejilla rueda una lagrima que luego se precipita al vacío.
Así, esta noche se ha obrado el anónimo milagro.

Circular 2

—Señor, Unidad 1, 2 y 3 posicionadas. Esperamos instrucciones.


—¿Unidad 1?
—Cubro el frente, señor.
—¿Unidad 2?
—La cuadra posterior está cubierta, señor. Las últimas tres casas son
seguras.
—¿Unidad 3?
—Estamos listos para entrar en acción, señor.
—¿Unidad Tango?
—En posición, señor. El grupo de francotiradores cubre todas las entradas y
ventanas.
—Proceda Unidad 3.
—Avanzamos, señor. Camino despejado. Tres luces encendidas dentro de la
casa. Inteligencia estaba en lo cierto. El infrarrojo no falló. El individuo está
en el sótano, señor.
—Proceda. Tiene luz verde.
—Lo vemos a través de la ventana, señor. Está manipulando un extraño
artefacto. Surge un gran resplandor… ¡Nos ha visto, señor! Ya sabía que
veníamos… Nos estaba…

—¡Unidad 3! ¡Unidad 3! ¡Responda!


—Estamos listos para entrar en acción, señor.
—¿Cómo?
—Señor, Unidad 1, 2 y 3 posicionadas. Esperamos instrucciones.
—Unidad 3, ¿Ha ingresado en el sótano?
—No, señor… Esperamos instrucciones.
—¡Procedan!
—Avanzamos, señor. Camino despejado. No hay luces encendidas dentro
de la casa. Inteligencia no estaba en lo cierto. El infrarrojo falló. El individuo
no está en el sótano, señor… ¿Señor?

Trenes

Sólo alguien que haya estado así de cerca puede llegar a entenderlo.
Cuando el tren pasa a medio metro de tu cara, no es el viento, ni el vértigo, ni
ninguna morbosa tendencia al suicidio. Son muchas otras cosas las que te
pasan.
De niño vivía a tres cuadras de las vías del tren. No había castigo que
surtiera efecto para que me alejara de ese cruce y con el tiempo dejaron de
castigarme, hasta que incluso casi no se me decía nada, como si nuestros
juegos fueran los mismos de todos los otros niños del mundo. Y es que era la
única complicidad verdadera en la que participábamos todos los chiquilines de
la cuadra. Inventábamos campeonatos de futbol para poder llegar hasta las vías
y ver la procesión de vagones, de monótonos pero salteados colores. Muchas
veces los juegos rondaban la travesura, pero la mayoría de las ocasiones nos
quedábamos sentados viendo como el tren pasaba. Con los años la distancia
desde donde se realizaba la contemplación se fue acortando y para la época en
que éramos adolescentes, parábamos a dos metros de la vía. Le conocíamos
todos los horarios y los conductores no saludaban a bocinazos desde varias
cuadras atrás. Eran saludos o advertencias, de cualquier forma poco podían
hacer para que alejarnos o para que dejáramos de competir para ver quien
apostaba más temerariamente la hombría o la vida, dependiendo la
perspectiva.
Una tarde, Octavio, un muchacho que vivía a media cuadra, me dijo algo
que por supuesto aún recuerdo, a pesar de que han pasado décadas. Dijo: el
tiempo es como un tren. Vemos como pasa pero nada sabemos de él. Yo no lo
comprendí sino hasta años más tarde, una noche a escaso medio metro de las
vías. Tuve que alejarme del cruce, hasta de mi barrio donde siempre viví. En
otra tierra, donde los trenes son trenes de verdad y no locomotoras viejas que
cargan cinco o seis monocordes vagones llenos de leña o piedra como si los
arrastraran por el desvencijado paisaje, como una castigo de épocas muy
alejadas, entendí que era necesario no verlo al tren, no distinguir sus detalles
más que la mancha que pasa y el viento que te abofetea. Sólo entonces es
posible comprender lo que quiso decir aquella vez Octavio, el muchacho alto
de la vuelta de la esquina. Su certeza es inapelable: en efecto, el tiempo es
como un tren. Pero uno veloz, que pasa y nos despeina y del cual apenas
intuimos su naturaleza. Porque lo mismo ocurre con el tiempo, el cual
sentimos pasar, a pesar de ser unos completos ignorantes en cuanto a cualquier
otra cosa que se le relacione. ¿De qué está hecho el tiempo? ¿Qué lo
compone? Nosotros percibimos de él una leve mascarada. Pasado, presente,
futuro, se nos presentan como una burda trasfiguración de los sentidos. Decir
que de eso está compuesto es como decir que la rojez, la amarillez o la
blancura, son características que resumen una rosa. Si se tratara de aquel
vetusto tren que pasaba a trecientos metros de la casa de mi infancia, yo podría
ver detalles de su interior, distinguiría el color de los asientos, su textura, hasta
podría saber cuáles son los más rotos, detalles de esos una millonada. Podría
ver unos supuestos pasajeros y hasta dilucidar a dónde se dirigen por la
calidad de sus vestimentas. Por eso sólo pude entender la frase de mi amigo
cuando otro tren me sacudió la cara. Nada pude ver de su interior, apenas una
mancha que cortaba el paisaje. El tiempo, como el tren, sólo se siente pasar,
pero su naturaleza, de llegar a existir, es un incomprensible misterio. Es como
que ahora a mí me dijeran que no hay ningún tren y que únicamente es viento,
o un producto de mi imaginación.
Volví a mi barrio una tarde de otoño, treinta años después. Al ir llegando un
escalofrío me recorrió la espina dorsal ya que todo lucía idéntico. Me sentí
presa de una extraña alucinación melancólica. Los mismos pastizales amarillos
llenos de abrojos que recordaba de mi infancia; el basural en la misma
esquina; las viejas chismeando en la vereda en barridas que duran toda la tarde
como sumidas en una eterno estado septuagenario producto de un pacto con
Dios o con el Diablo; el aire pesado con olor a siesta y a muerte rancia, a agua
estancada en las cunetas; cartuchos de belleza erguida que parece suplir la
ausencia total de olores endulzados; las moscas pegándose en la frente a pesar
de cualquier denodado esfuerzo por evitarlo. Luego supe que lo único que ha
cambiado es que el tren hace años no pasa y que poco a poco se han ido
robando la vía y los durmientes. Y que ahora hay un baldío largo y vacío,
donde ni los pungas vagabundean. Supe que hace mucho, poco después de mi
veinteañera partida, uno de esos trenes se llevó puesto a mi vecino Octavio
esparciendo su cuerpo hasta el barrio lindero. Nadie sabe muy bien si fue un
error de cálculo o algo premeditado, pero nada me llamó demasiado la
atención. Después de todo, como a cualquier otro, lo que se lo llevó fue el
tiempo.

Conversiones

—De modo que lo que dice es que el futuro puede cambiarse.


—¡No! No han entendido nada. Tanto se esfuerzan por creer que no estoy
en mis cabales que no han escuchado nada de los que les he dicho. Cambiando
el pasado se crean nuevas realidades paralelas. Y digo que se crean pues
perfectamente podían no existir, ya que no todas las posibilidades son tomadas
dentro de la trama. Cada realidad es inamovible, pero a partir de ella se puede
crear otra que antes no existía. En el mundo del que yo vengo Kennedy no fue
asesinado.
—Bueno, por fin una noticia favorable.
—En 1965 le declaró la guerra a la U.R.S.S. Y del conflicto resultante
surge el mundo post apocalíptico del que vengo. Demoramos mucho en darnos
cuenta que con el simple hecho de asesinarlo, el conflicto se evitaba. En este
arte hay una regla que siempre se cumple: la de la simplicidad, menos es más.
Siempre que no se encuentra la solución a un dilema o es que ésta se encuentra
delante de nuestros ojos o que no existe, ya que no hay ningún dilema. Así es
que llegamos a esta realidad que ustedes habitan, en donde Kennedy fue
asesinado. Debe de entender que nos agrade más que la nuestra.
—¿Dice que han cambiado nuestra realidad?
—No me escucha, no es cierto. He dicho que su realidad no existía antes de
ciertas intervenciones más que como una realidad general, de la que todos
venimos. ¿Cree que eso es lo único que cambiamos? ¿Cómo explica las
huellas de pies humanos petrificadas junto a las de dinosaurios de hace
doscientos millones de años? Todo ha sido cambiado, muchas veces. Hasta se
han hecho cambios de cambios, correcciones de correcciones. Se ha enviado
viajantes a que se intercepten a sí mismos. La realidad como usted la concibe
sólo existe en su imaginación. Ni siquiera sus recuerdos personales son
certeros. Hasta usted mismo es fruto de la imaginación de alguien. Tan sólo
que su cerebro a preferido la conservación al caos, y por lo tanto no recuerda
nada.
El auto negro giró en una esquina a una velocidad peligrosa. El conductor,
cuyo compañero mantenía esa charla con el prisionero, sólo pensaba en poder
entregarlo lo más rápido posible y no tener que soportar más ese discurso que
consideraba ridículo.
—O sea que en teoría… ¿Podrían cambiar lo que quisieran?
—No sólo en teoría —respondió el hombre en el asiento de atrás. Las
esposas en las muñecas habían comenzado a cortarle la circulación de la mano
derecha. Se acomodó lo mejor que pudo.
—¿Y entonces por qué se encuentra ahí esposado? —dijo triunfante el
hombre de lentes negros. Su compañero, el conductor, no pudo evitar sonreír
por la ocurrencia. Era su mejor cara de jaque mate.
El hombre en el asiento de atrás demoró unos segundos en responder.
—Porque esto es parte de un cambio más grande, del que yo formo parte.
Los otros dos rieron.
—¡Que conveniente!
—Tiene razón —pareció sonar más decidido—. Hay otros cambios que
pueden hacerse sin tener que soportar tanta bobada. ¡Ya he perdido la
paciencia! —y esta última frase no pareció estar dirigida para nadie dentro del
coche.
El hombre de negro miró por el espejo retrovisor y sintió que se
atragantaba. En el asiento trasero no había nadie.
—¿A dónde fue? —gritó su compañero y ya no era el mismo que segundos
antes.
Afuera todo pareció trastocarse. La disposición de los árboles, los autos
estacionados en la calle, las sombras de algunos edificios.
El otro, en el asiento del acompañante y con las gafas negras colgándole a
medio camino hacia la punta de la nariz, lo miró sin palabras. Era otra
persona.
El coche ya no era negro, era amarillo.
El conductor frenó de golpe.
—¡Dios mío, qué está ocurriendo! —dijo tomándose la cabeza.
En el asiento trasero dos niños con cara de hastío lo miraban serios.
—No discutas, Jorge —sintió una aguda voz femenina desde el asiento del
acompañante—. Ya te dije: hace dos domingos que no vamos a lo de mi
madre.

Generales y Analistas

Comando estratégico, 2 de agosto del 2016


—El mensaje nos lo envían de Seti, señor, desde Arecibo, Puerto Rico. Lo
hemos confirmado.
—Quiere repetirlo por favor.
—Por supuesto, señor.

-Somos otra vez nosotros, vuestros hermanos en torno a la estrella que


llaman Próxima Centauri. Nuestra advertencia ya no puede ser más urgente. Es
imperioso que desvíen la señal del satélite indicado. Para ustedes esto puede
parecer muy poco, pero sepan creernos que alterará la inminente destrucción
de nuestros tres mundos, lo cual, se los aseguramos, los dejaría a ustedes solos
en los cincuenta años luz hasta la siguiente inteligencia humanoide civilizada.
Para cuando ustedes leguen allí, ya nada habrá, pues también ellos dependen
del equilibrio cósmico que se romperá con nuestra extinción. Háganlo y pronto
recibirán nuestro apoyo y nuestras noticias. Ignoren nuestro simple y sensato
pedido y enfrenten la certeza del fin, a largo plazo, de toda la especie humana.

—¿Nuestros analistas lo han autentificado? —preguntó el general.


—Sí, señor. Es auténtico.
—¿Y usted qué piensa?
—¿Cómo? ¿Me pregunta a mí?
—Quiero saber su opinión al respecto. Todos los demás se han dado por
desentendidos, dejando la última decisión en mis manos. Quisiera tener
aunque sea la complicidad del que me transmite los mensajes.
—Lo entiendo, señor. Opino que el mensaje parece verdadero.
—¿Y cree que deberíamos hacer lo que nos dicen?
—No parece algo tan serio. ¿En qué nos afectaría desviar la señal de ese
satélite?
—En nada. Ya lo he verificado —respondió el general.
—¿El efecto a largo plazo?
—¿A qué se refiere?
El analista se sacó los audífonos. No esperaba recibir otro mensaje en los
próximos minutos. No por lo menos hasta que el general tomara una decisión.
—Me refiero a que según una de las vertientes de la física cuántica, todo
acto determina la realidad consiguiente. O sea, todo lo que hacemos repercute
hasta el infinito.
—Bueno, no podría yo saber cómo cambiará el futuro algo tan estúpido
como desviar la señal de un satélite, pero... ¿A quién le importa?
—Entonces ya se ha decidido.

Comando Estratégico, 14 de febrero de 2021


—Ha funcionado —exclamó el mismo analista.
—Claro que ha funcionado, me conozco como si me hubiera parido —
exclamó a su vez el mismo general.
Alrededor suyo un aire festivo había invadido la pequeña sala cubierta de
paneles repletos de luces, pantallas y botones. Se escuchó el descorche de
varias botellas de champagne.
—¿Cómo se le ocurrió lo de Próxima Centauri? Y lo de los humanoides
extendidos en varios sistemas estelares... Debo confesarle que desde el
principio me pareció algo bastante fantasioso.
El general rio y aceptó una copa y varios consecuentes brindis.
—Bueno… Siempre fui aficionado a los libros de ciencia ficción. Además
de que la fantasía de salvar a la humanidad siempre ha estado muy profundo
en mí, aunque sólo fui consciente de ello hace unos meses gracias a la auto-
terapia que nos obligan tomar en la agencia.
—Pero ha salvado al mundo...
—Hemos salvado al mundo, todos nosotros. No había forma que en esa
época supiéramos que la señal de ese satélite estaba obturando la
retroalimentación del campo magnético de la Luna. Ni que esto, con el tiempo,
sería fatal durante la erupción solar excepcional de hoy de tarde. Enviar este
mensaje al pasado, gracias a la novedosa tecnología, haciéndolo pasar por un
mensaje de una entidad extraterrestre fue algo brillante, mucho más que hacer
una intervención física que pudo haber tenido implicancias desconocidas.
—Salud, general...
—Salud, analista

Próxima Centauri, fecha equivalente


—Lo felicito Kordos, su idea ha salvado nuestro mundo y nuestra raza.
—Gracias, Maurdaros. Pero no fue mía la idea de insertar en la mente de
una persona influyente del planeta Tierra la sensación de estar salvando su
mundo. Ya sabe que la fantasía mesiánica es común para todas las especies.
—De todas formas ese maldito satélite ha dejado de transmitir. Por fin
podremos vulnerar sus defensas.
—Eso es un hecho Maurdaros.
—Claro que sí, Kordos, claro que sí...

Circular 3

8 de la noche
Observé otra vez el charco de sangre que pasaba por debajo de la puerta del
armario y me sentí horrorizado. No había forma de acostumbrarse a la imagen.
No sé cuánto tiempo permanecí allí petrificado, aunque ya importara poco.
Ernesto había cumplido su temerosa proclama. No era un juego más, otra
desmedida manifestación de su narcisismo, realmente había asesinado a un
policía. Y había pretendido esconder el cuerpo en un armario de escaso metro
cuadrado.
Las cosas habían sido llevadas hasta el extremo y no había mucho que
hacer, sólo una cosa. Accionar la maquinaria.
Cabía en el hueco de una mano. Recuerdo pensé: cómo es posible que una
tecnología como esta se recicle en un tamaño tan compactado. Claro que se
debió pensar lo mismo de los primeros relojes de muñeca.
Luego, sin otro pensamiento profundo de por medio, la accioné. Otra vez
cerré los ojos como venía en las recomendaciones y sentí el flujo temporal que
como una brisa veraniega me rozaba la piel.
Cuando volví miré el reloj.

7:22 de la tarde
Estaba a tiempo. Ernesto aún no había hecho nada. Se escuchaba el ruido
de un patrullero acercándose. Sabía lo que ocurriría y podía evitarlo. O por lo
menos hacer el intento.
El patrullero se detuvo frente a la entrada.
—Hay que enfrentarlos —gritó Carlos.
—No podemos dejar que nos quiten la investigación —acompañó la
moción Ernesto—. No ahora que hemos tenido éxito.
—Un momento —grité llamando la atención—. Ya sé lo que va a ocurrir.
Todos me miraron.
—Esto ya ocurrió. Yo accioné la máquina a las ocho de la noche y regresé a
este tiempo. No nos tenemos que enfrentar.
—¿De qué estás hablando? Nos van a sacar del proyecto a la fuerza. Eso es
inaceptable —exclamó Ernesto y amenazó ir hacia la entrada.
—Esperá, Ernesto. Escucháme lo que te digo —intenté en vano sonar
convincente—. Esto termina mal.
—Si alguien entra por esa puerta yo le parto este fierro en la cabeza —dijo
blandiendo un tubo de metal con la mano derecha.
—Ya sé, ya sé —le dije—. Esto ya lo dijiste. Va a entrar un policía. Y vos
lo vas a golpear con tanta puntería como mala fortuna. Si matamos a un
policía no sólo nos van a sacar del proyecto.
Me miró como si yo estuviera delirando. Luego se deshizo de mi brazo y
salió de la sala en el preciso instante en que abrían la puerta del edificio.

8 de la noche.
Otra vez estaba frente al armario. Esta vez había permanecido más tiempo
observando la sangre brotar desde debajo de la puerta pues ya escuchaba las
sirenas de otros patrulleros llegando por las calles vecinas. Observé el gran
espejo que había frente a la entrada y que me devolvía una imagen difusa,
como si no fuera yo el que me observaba cabizbajo, como si el original se
hubiera perdido en los recovecos del tiempo y de paradojas sin sentido. Ese
que me observaba tenía para conmigo esa doble recriminación: era la sombra
de otra sombra.
Extraje con lentitud la máquina de mi bolsillo. Con auténtica resignación y
bastante menos motivado volví a apretar el botón.

7:22 de la tarde.
—No entiendo por qué salta 38 minutos.
—¿Cómo? —preguntó Carlos.
—Digo… Es la quinta vez que aprieto el botón de la máquina y que viajo al
pasado.
—¿De qué estás hablando? —se interesó Ernesto.
—Eso, lo que digo. No sé para qué me canso de repetirlo si nunca me
escuchan.
—¿Activaste la máquina? ¿Estás loco? ¿Cómo pudiste?
—Bueno, fue necesario. Era eso o ir preso.
Se escuchó el ruido del patrullero acercándose. Los otros dos se
sobresaltaron.
—Hay que enfrentarlos —dijo Carlos.
—¿No escucharon lo que les estoy diciendo? Esto ya ocurrió muchas veces.
—Estás loco. Nos van a sacar del proyecto —dijo Carlos.
—Si alguien entra por esa puerta yo le parto el fierro en la cabeza —
completó Ernesto.
—Uh, que genial. Y con eso cómo se evita que nos saquen del proyecto.
Me miró con ese gesto en la cara que ya empezaba a desagradarme y salió
por la puerta de la sala.

7:22 de la tarde.
—Rápido, Carlos...
—Te escucho.
—Quiero saber algo, rápido. Si la máquina fuera activada, y si saltara sólo
a 38 minutos, ¿a qué podía deberse eso? —dije tomándolo de los hombros.
—¿Qué querés decir con que la máquina fuera activada —se alarmó.
—No importa. Tómalo cómo una hipótesis. ¿A qué se debería que salte por
sólo 38 minutos?
—Bueno... —lo pensó—. Con seguridad a que ese es el calibre de la
máquina. Hay que calibrarla si se quiere ir hacia delante o hacia atrás y
también hay que programarle el tiempo que se quiere. La máquina ya está
calibrada.
El patrullero frenó aparatosamente afuera del edificio.
—La policía —dijo Ernesto.
Los dos se sobresaltaron. Yo los miré serio.
—Hay que resistirse —dijo Carlos.
—Enfrentarlos —lo corregí.
—Sí, hay que enfrentarlos.
Lo miré a Carlos.
—Escucháme. ¿Cómo hay que calibrar la máquina para que salte más de 38
minutos?
—¿Qué...? Es complicadísimo. Empezando que deberías desarmarla.
—¿Y cómo podría saltar más de 38 minutos sin calibrarla?
—Si alguien entra por esa puerta yo le parto el fierro en la cabeza —
profetizó Ernesto.
—Sí, sí, muy bien campeón. No le tengas piedad —le dije y lo miré a
Carlos—. Decíme qué hay que hacer —y sonó a orden.
—Bueno... Apretála más de una vez.
—¿Me estás hablando en serio? —le dije y ahora pienso que es absurdo
que no lo haya pensado antes.
Ernesto me mira y reproduce una vez más esa cara que se supone deba
darme miedo. Luego sale por la puerta de la sala.
Escucho una vez más el chirrido de la puerta del frente. Después un caótico
revuelo. El ruido del golpe. El pesado cuerpo que cae ya sin vida en el piso del
hall de entrada.
Carlos me mira desesperado. Pienso que tal vez es mi gesto de vulgar
aburrimiento lo que más desasosiego le produce, aún más que la situación; mi
cara de supermercado.
Ernesto vuelve luego de unos minutos, que a Carlos, transformado en
pétrea víctima de Medusa, le resultaron segundos. En las manos trae sangre,
nada comparado con el gesto de asesino que trae en la cara.
Carlos tartamudea una diez Q seguidas.
Yo los miro displicente.
Se escuchan múltiples sirenas casi desde todas las direcciones.
Ambos salen disparados, como si se hubiera activado una alarma de
incendios.
A los doce minutos yo miro el charco de sangre que sale por la rendija de la
puerta del armario, donde Ernesto escondió (más por un movimiento reflexivo
relacionado con la culpa, que como una previsión para no ser descubierto) el
cuerpo del policía al que le partió el cráneo de un único y desafortunado golpe.

8 de la noche.
Afuera se han sumado dos patrulleros. Saben con exactitud lo que ha
ocurrido y no buscan por ahora arrestar a nadie. Están parapetados. Y a lo
primero que se mueva lo van a llenar de agujeros.
Escucho disparos en la parte trasera del edificio que me sacan las dudas de
hacia dónde han huido mis compañeros.
La visión del charco de sangre que crece cada vez más me despabila.
Debo apretar el botón en la máquina, ahora más de una vez.
Cierro los ojos como me han aconsejado y siento el flujo temporal que
como una brisa veraniega me roza la piel.
Cuando vuelvo miro el reloj.

7:22 de la tarde.
—No es tan fácil apretar más de una vez el botón. Cuando lo hacés la
primera vez el flujo temporal literalmente te acaricia. Podría estar intentándolo
toda la eternidad. Aunque si en realidad lo que estoy haciendo es fabricar un
rulo temporal, y el tiempo transcurre siguiendo un círculo cerrado, nunca
podría hablar de eternidad.
—¿De qué estás hablando?
—Lo que yo quisiera saber es quién fue el imbécil que calibró la máquina
hacia atrás 38 minutos.
—Escuchá las sirenas —grita Ernesto.
—La policía —grita Carlos. En la primera versión de los acontecimientos
el que hacía este grito era yo, pero desde que apreté el botón por primera vez
se han turnado entre ellos.
—Hay que enfrentarlos —grita uno de ellos, ya no distingo cuál.
Me dejo llevar por mis propios pensamientos. Pasa Ernesto saliendo por la
puerta, pasa el revuelo y los ruidos de golpes, pasa cuando entra de nuevo,
cuando huyen, cuando salgo hasta el hall. Esta vez, hay lágrimas en mis ojos.

8 de la noche.
Me tranquilizo. Siento el olor metálico de la sangre que se asoma por la
rendija de la puerta y que parece desplazarse en mi dirección. Parece que cada
vez fuera más grande. Las sirenas. Es imperioso que apriete dos veces o más el
botón de la máquina. Escucho los disparos. Me concentro. Lo aprieto con los
ojos cerrados. Siento la brisa cálida. Espero un instante. Abro los ojos.

7:22 de la tarde.
Carlos me toma por los brazos y me sacude como un histérico. Tiene el
rostro desencajado.
—¡Apretálo otra vez! ¡Apretálo! ¡Apretálo ahora mismo! ¡Apretá ese puto
botón! —grita como un loco mientras me sacude.

8 de la noche.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Dios mío qué ha ocurrido? —digo en voz alta.
Estoy en el hall, no hay sangre saliendo del armario. Las luces pulsantes,
azules y rojas, surcan como el haz de un faro doble sobre la pared que da al
auditorio.
Ernesto está tirado boca abajo en el medio del piso. Su sangre mancha las
baldosas blancas y no se mueve. La puerta de salida está medio abierta. Es la
pierna del policía, cuyo cuerpo descansa en una postura curiosa hacia afuera
del edificio lo que la tranca. Sale humo desde la vereda de enfrente. Se
escuchan sirenas desde todos lados. Provienen de patrulleros, pero también de
alarmas de incendios. Escucho disparos viniendo de mi derecha. Desde mi
izquierda responden el fuego. Veo gente corriendo por la calle. Se escucha el
ruido de una vidriera al romperse.
Busco en mi bolsillo la máquina. No encuentro nada.
Y escucho la risita alocada de Carlos dentro de la sala.

El Proyecto Aurora

1
Vilka Rinóv nació en Oslo, Noruega, el 13 de abril del año 2027. Una fecha en
el tiempo, un lugar, un personaje. Poco importan sus años de juventud; sólo
que se graduó en Cuántica en el 2045 en la Universidad de Lillestrom con
grandes honores. Hijo de un hombre acaudalado, dueño de grandes empresas
de forestación tanto en Escandinavia como en Canadá y en Groenlandia, no
demoró demasiado en irse a vivir a Ottawa. Allí se recibiría en Física, en el
2050, después de varios años en los que conseguiría el más envidiable
promedio de calificaciones. En el 2052 me conoció a mí, Aarón Stenbart, y al
año siguiente a Cintya Williams quién lo terminaría llevando a vincularse al
grupo después de lo ocurrido durante el Proyecto Mercurio.
El proyecto Mercurio se llevó a cabo en julio del 54. La idea era simple. No
entraré en términos técnicos así que sólo diré que se intentaba descubrir… o
implementar una nueva forma de energía; una energía que podría desdoblar la
continuidad espacial y darle al hombre un salto en teoría infinito hacia el
oscuro universo. Por supuesto que hubo importantes críticas de los sectores
públicos hacia este experimento, pero esto no afectó el continuo flujo de
capitales privados que en realidad lo posibilitaba. Se intentaría enviar una
sonda minúscula llamada "Adventer", desde una órbita terrestre en Base II
hasta una órbita gravitacional segura en torno al planeta Mercurio. Esto de por
sí sólo no representaba nada revolucionario, pero sí que se hiciera en un
espacio de tiempo como mínimo incomprobable. Se eliminaba de la ecuación
el elemento tiempo. El tiempo ya no era un problema. Y de ahí todas las
críticas de los conservadores, o de los bien llamados "einstenianos".
Todo ocurrió como debía. Se propició el desdoblamiento y la sonda
desapareció. El único detalle fue que a continuación nadie encontraba al
Adventer. No estaba en Mercurio ni en ninguna parte. Lo cierto es que este
suceso implico un rotundo fracaso. Todos los miembros del proyecto fueron
separados, la teoría del desdoblamiento espacial una vez más fue descartada, y
nadie volvió a hablar del Proyecto Mercurio.
Hasta que en el año 2058, Vilka, Cintya y yo, cursando Astrofísica, nos tocó
estudiar el Proyecto Mercurio. Mi amigo se obsesionó con el caso. Lo leyó
cientos de veces y comenzó a investigar.
Siempre resaltaré el espíritu vigoroso de mi buen amigo Vilka; eso lo
llevaría a ser un genio. Pasaba días enteros en investigaciones descabelladas y
cuando algo se le metía en la cabeza no paraba hasta conseguirlo. Nunca he
visto hombre más terco que él.
Terminamos con la presentación que nos correspondía en la Universidad y
de todos modos siguió investigando. Y así, con ese método alocado de probar
todas las posibilidades por más descabelladas que puedan parecer, llegó a una
increíble conclusión. El Adventer, la sonda del Mercurio, no había
desaparecido sino muy por el contrario se encontraba en una bodega del
gobierno... desde hacía cincuenta años.
Lejos de dar explicaciones, mi amigo, apenas ofrecida esta revelación se
puso en campaña para reunir a los que habían trabajado ideando el Proyecto
Mercurio. Encontró al doctor Slimov y a los profesores Keller y Dinapolis.
Los reunió en Montreal y les dijo lo mismo que a mí aquel día en la
Universidad, en las mismas escuetas palabras. Se le rieron en la cara. Keller se
incorporó y amagó en irse. Vilka les mostró fotos, fotos viejas; la primera de
ellas borrosa. Apenas la miraron y se siguieron riendo. Vilka les enseñó la
segunda y las tres sonrisas desaparecieron. La foto mostraba al Adventer
desarmado, empaquetado en varias cajas recién abiertas y cubierto de polvo.
—¿De dónde sacó esta foto Rinóv? —le preguntó Keller.
Vilka, con tranquilidad y haciendo gala del control de la situación, les
explicó que la procedencia de la foto no era lo realmente importante en todo
eso sino lo que mostraba. El "Adventer", lleno de polvo y en partes, en una
bodega en Boston desde el año 2012. Pidieron inmediatamente explicaciones y
Vilka explicó.
El Adventer había sido encontrado por el gobierno estadounidense a finales
del año 2011 en una órbita geoestacionaria a 32 kilómetros de la tierra. Los
técnicos lograron entender el sistema operativo y ante el hecho de que nadie se
hizo responsable por la sonda la bajaron a tierra. Fue de inmediato
desmantelada por órdenes gubernamentales y también de inmediato fue
empaquetada y guardada en esa bodega de Boston.
Keller le dijo a Vilka que 32 kilómetros era la distancia en la que estaba
Base II el lugar desde el que se había lanzado el Adventer.
—Exacto —fue su única respuesta.
—Pero la Estación Segunda es del año 2033 —recalcó Keller.
—Exacto —volvió a responder Vilka. Esta vez algo inusual estaba
ocurriendo en su rostro. Sonreía.

2
Mi amigo había descubierto ciertos documentos que demostraban la ubicación
del módulo Adventer en una bodega gubernamental desde hacía casi cincuenta
años.
El profesor Keller dijo que si bien era el impulsor teórico del proyecto, este
había sido ya ideado antes por otro hombre, el profesor Mathelson durante la
década del veinte. Aparentemente Mathelson había descubierto ciertos
conceptos avanzados para su época y por supuesto se había tomado el trabajo
de realizar su propio experimento de desdoblamiento espacial. Este
experimento también había fallado por las mismas a esta altura obvias razones
que fallaría (o que falló) el Proyecto Mercurio. Este hombre jamás había
hecho públicas las fuentes de su inspiración, mas Keller sabía de su propia
palabra que había descubierto en Boston un artefacto el cuál le había llevado a
idear aquel proyecto anterior al Mercurio.
Todo llevaba a una increíble paradoja. La sonda Adventer lanzada por el
Mercurio no había desdoblado el espacio en la forma esperada, había
desdoblado el tiempo. Y había aparecido en el año 2011 o aún antes. Por
razones bastante misteriosas, el gobierno estadounidense se tomó el trabajo de
bajar el artefacto para luego archivarlo sin siquiera haberlo ojeado. Años
después, en la década del 20, Mathelson lo descubrió mientras husmea en una
bodega desconocida de Boston. La tecnología de avanzada para la época del
Adventer, dirigida a la consecución del desdoblamiento espacial, lo inspiró
para formular una teoría y practicar un experimento. Este proyecto, treinta
años más tarde inspiró a su vez a un grupo de personas y de ahí surgió el
Proyecto Mercurio que terminaría lanzando Adventer hacia el pasado. La
causalidad conceptual ganaba una vez más una aguerrida batalla. El Adventer
había desaparecido en el 2054 malogrando el Proyecto Mercurio, para
propiciar su propia existencia; siendo el concepto el que se inspiraba y se
propiciaba a sí mismo.
Por primera vez en la historia conocida de la humanidad había acontecido
algo de la magnitud de un viaje en el tiempo. Por lo menos desde nuestra
perspectiva.
Pronto los curiosos datos del viaje circular del Adventer quedaron de lado
para darle lugar a todo el espectro de posibilidades que se habría para la
investigación. De inmediato se decidió crear un grupo de estudio con metas
futuras de una posible experimentación. Vilka exigió tener un rol ejecutivo en
el grupo y nos incluyó a nosotros dentro del proyecto. Nada podría salir a la
luz pública y el gobierno no debía tomar partido. Keller movió sus contactos
en Norteamérica y Dinapolis lo hizo en la Comunidad Europea.
Pronto el proyecto bautizado "Aurora" contaba con cuatro o cinco
fuertísimos capitales internacionales privados, por lo que se podía decir que en
teoría el dinero no constituía un problema para el desarrollo de las
investigaciones y experimentos que fueran pertinentes.
Todo partía de una idea simple, tales son los nuevos pilares de la
investigación científica instaurados luego de la Revolución Cultural del año
2025: El modulo del Mercurio había desdoblado en realidad tanto tiempo
como espacio. El Adventer había recorrido la distancia en el espacio que
separaba la Tierra del año 2054 y la Tierra del año 2011 en una fracción de
tiempo en teoría inexistente. Aunque sería más correcto decir improbable.
Había que entender que los dos puntos en el espacio estaban separados por 43
años de luz en continuo movimiento. Sabido era ya desde hacía mucho que
aquel que lograra recorrer esa distancia de 43 años-luz a la misma velocidad
de la luz, "alcanzaría" también ese momento en el tiempo. Un ejemplo claro de
esta divulgada teoría es el siguiente. Una estrella en el cielo brilla y nosotros
vemos la luz que ella emana. Esta estrella se encuentra a mil años luz de
distancia de modo que la luz que nos llega, su imagen, en realidad es vieja y
no nos dice nada del tiempo presente en torno a dicha estrella. Lo que nos dice
el espectro de luz proveniente de la estrella es cómo era hace mil años. Podría
ser que ya no esté ahí, que se halla extinguido y que lo que nosotros vemos (y
que veremos por el próximo milenio) sea una imagen del pasado viajando a
través del espacio. Un desdoblamiento espacial de los teorizados tanto en
torno al proyecto Mercurio como al proyecto de Mathelson, que nos llevara
hasta esa estrella sin desdoblamiento temporal intencional estimado con
anterioridad, nos llevaría mil años al futuro, a una estrella que en la Tierra aún
no existe tal como la veríamos. Por supuesto que en teoría, de la misma forma
podría hacerse hacia el pasado.
Por cierto creo adecuado hacer algún comentario pertinente para
contextualizar el modo de pensar de los científicos de mi época. Hace tiempo
se ha admitido la posibilidad del viaje en el tiempo, pero nunca se ha
conseguido. Las concepciones de destino por ejemplo, dominan la
idiosincrasia actual. De esta forma el futuro ya existe, igual que en algún
lugar, de algún modo también lo hace el pasado. Los campos dimensiónales,
sólo limitados por la luz y su trayectoria, plagan el Universo.
De igual manera, es justo decir también que en nuestra idiosincrasia ya no
existe la religión, y es de total conocimiento la repulsión de parte de la
Comunidad Científica durante la Revolución Cultural hacia todo lo referente.
Se ha admitido, y ya es de creencia popular, que la peor calamidad para el
avance y la evolución del ser humano ha sido la religión. De esta forma la
Revolución Cultural dio a luz una cultura atea, dedicada al conocimiento y a la
reivindicación del ser humano como responsable y garante único de su propia
existencia y de su propia conciencia.
Pero acerca de todo esto yo sólo sé lo que me enseñaron en mis estudios y
no quiero versar en temas que no sean de mi profunda sapiencia, por lo que
pondré punto final a este respecto diciendo tan sólo que nuestra cultura es en
esencia liberal y a la vez moralista.
Vilka también tenía estos pensamientos en su cabeza, pero los tomaba de un
modo aún más fatalista. Decía lo mismo que yo acerca del retroceso que
produjo en la ciencia y por lo tanto en el hombre la religión durante el mucho
tiempo y pensaba que este retroceso se había dado en toda la historia de la
humanidad pero en diferentes grados dependientes del poder social que tuviera
la institución religiosa sobre las masas.
El avance cultural y científico entre la década del veinte y la actualidad ha
sido tan grande que deja más que de manifiesto el triunfo de la Revolución
Cultural. Abandonar a Dios y a la Iglesia, repito, fue lo mejor que le sucedió a
la humanidad desde la Teoría de la Relatividad.

3
El 3 de octubre del año 2058, en un recinto universitario en Montreal se reunió
el nuevo grupo. Nacía el Proyecto Aurora rodeado de un halo del más
tremendo secreto. Sólo seis personas en todo el mundo, por fuera de los que
estábamos en esa reunión, sabían a ciencia cierta acerca del proyecto.
No creo correcto aburrir al lector con detalles de las investigaciones
realizadas por lo que iré otra vez a los hechos. Al principio intentamos
verificar el error o descartarlo. No ocurrió ninguna de las dos cosas. El
Adventer había fallado en su intento de desdoblar el espacio físico inmediato
pero había desdoblado el tiempo, lo cual era de una magnitud mucho mayor ya
que más adelante también podrían quebrarse las barreras del espacio. El
Proyecto Mercurio había creado la primera máquina del tiempo y ahí
estábamos nosotros, con todo ese conocimiento en las manos. Se intentó en
vano localizar el Adventer. Mathelson no lo había guardado una vez fallaron
sus investigaciones y el artefacto se había perdido de nuevo. Esto no ofreció
un reto para el grupo; la tecnología del Mercurio aún se encontraba en Base II
y la cápsula no tenía en si misma ningún valor ni práctico ni científico.
Siempre podríamos fabricarla de nuevo lo cual no era del todo necesario.
Pronto todas las teorizaciones de Keller y Slimov se volvieron obsoletas,
necesitábamos experimentar, enviar una sonda a algún lugar y luego rastrearla.
Muchas preguntas se plantearon una vez tomada la decisión de realizar un
desdoblamiento. ¿Qué utilidad le debíamos dar a los conocimientos que
poseíamos? ¿De qué le podía servir a la humanidad viajar al pasado? Nunca
las cosas estuvieron mejor que en el presente así que... ¿Investigar? Muchos
datos curiosos aún nos faltan acerca del origen del hombre como raza
diferenciada y aún más del surgimiento de la inteligencia primero y la
civilización después. Pero... ¿Sería seguro un viaje al pasado? ¿No nos
arriesgaríamos a modificar el futuro de una forma irreparable? El viaje circular
del Adventer abría dos vertientes de pensamiento. Por un lado se deducía que
el pasado es modificable. La sonda irrumpió en un campo material que no le
correspondía pero igual fue absorbida y a partir de ese suceso los
acontecimientos se modificaron para propiciar de algún modo que ese hecho
anormal en la continuidad temporal fuera asimilado. Esta era una forma de
pensar las cosas, pero como ya he dicho también existía otra vertiente de
pensamiento y era la de la causalidad temporal. El Adventer había viajado al
pasado pues era lo que debía ocurrir, era lo que había ocurrido. No existía un
2012 sin el Adventer y nunca había existido. De esta forma cualquier posible
irrupción en el pasado que nuestras exaltadas mentes pudieran imaginar, en
realidad era un seguimiento del tiempo. En teoría, si alguien viajaba al pasado
no lo hacía como un intruso, porque este hecho ya había ocurrido en ese
pasado posible.
El 13 de julio del año 2059 la primer sonda del Aurora fue sometida a un
intento de desplazamiento espacial similar al que fue sometido el Adventer
años atrás. La diferencia esencial, foco de la nueva investigación, era que la
dirección del desplazamiento era una órbita cercana esta vez al planeta Urano.
El experimento fue un éxito en términos científicos. El artefacto se esfumó y
nunca apareció en las cercanías de su destino. Una repetición del único fracaso
del Proyecto Mercurio que se convertía en el primer éxito del Proyecto
Aurora. En vano buscamos la sonda en infinidad de archivos. Nunca había
aparecido en el 2012 lo cual era previsible dada la variante del experimento.
Con Vilka y Keller pensábamos (de acuerdo al fundamento de toda la teoría)
que el Aurora I había viajado aún más lejos en el tiempo, tal vez a finales del
siglo pasado. Finalmente un colaborador de Dinapolis encontró un artículo en
una publicación científica del año 1995 que relataba el accidente que había
acontecido al caer desde el espacio un artefacto desconocido (que se presumió
un satélite en desuso) sobre la cochera de una familia en Arkansas. De
inmediato se reconoció a la cápsula en la noticia. El artefacto había estado
cerca de un año y medio a 32 kilómetros de la tierra sin que nadie lo detectara
hasta que la gravedad hizo su final llamado. El experimento había sido un
éxito.
Tras este vinieron muchos más del mismo estilo. Hasta que se desarrolló un
sistema en que la sonda podía ser rastreada pues una vez llegaba a su destino
se disparaba en forma de pequeño proyectil una cápsula que perforaba el suelo
y se depositaba a una profundidad de 65 metros bajo la superficie. Esta
cápsula emitía una particular señal hasta que era rastreada en el futuro y así se
demostraba el éxito de la misión. Otro considerable avance en los años
venideros fue que la tecnología de desdoblamiento del Mercurio fue llevada a
tierra desde Base II hacia una sala de espacio virtual en nuestro Centro de
Investigaciones en Montreal. Esto, sumado a que el desdoblamiento temporal
había traído consigo al poco tiempo el logro tan ansiado del desdoblamiento
espacial, hizo que mandáramos un considerable número de sondas al pasado a
diferentes lugares. Este último descubrimiento fue mantenido en secreto pues
a ojos de las agencias gubernamentales que ya husmeaban en torno a nosotros,
hubiera significado el éxito de los fines oficiales del proyecto. De esta forma
todo el personal menos los cercanos investigadores creía que estábamos
enviando sondas al Montreal del pasado, pero en realidad las enviábamos a
lugares tan remotos como Kamchatka en Siberia en el año 1909, a Salem en
Oregón en 1889, Berlín del año 1967. Todo aquello había cobrado unas
dimensiones gigantescas. En un momento pensamos que podríamos recolectar
datos del clima de hace cien mil años haciendo que la cápsula que perforara el
suelo recolectara esos datos. Solamente habría que enterrarla a mayor
profundidad y proporcionarle unas celdas de energía suficientemente potentes
como para que la señal lograra durar todo ese tiempo hasta ser detectada en el
año 2060. Este experimento proporcionó datos valiosos a los científicos
climáticos, tal es esa vital preocupación de nuestros días, el clima.
Pronto las teorías que habíamos manejado y por qué no decirlo nuestro
espíritu crítico, quedaron de lado ante esa oleada fáctica. Cuando la segunda
cápsula climática, enviada 176.000 años al pasado, fue encontrada destrozada
por la presión terrestre, hubo ciertos reclamos de parte del grupo de
empresarios que mantenía el ya costosísimo proyecto en funcionamiento.
Nosotros pensamos que debíamos darle de nuevo un marco científico a todo el
asunto, ya que sospechábamos que de no ser así se nos escaparía de las manos
para ir a parar con seguridad a las del gobierno. Se planteó abandonar las
investigaciones en el plano del desdoblamiento espacial para intensificarlas en
el temporal. Se quería triunfar sobre la dicotomía anteriormente planteada. Por
un lado se tenía la ya clásica teoría de que un desplazamiento en el tiempo
sería tomado como una intrusión en su continuidad y por lo tanto esta
cambiaría, desatando una interminable ola de sucesos nuevos a partir de la
intrusión. Luego estaba la nueva teoría de la causalidad temporal. Muy
influenciada por la expansión cultural del concepto de destino, toma
estrictamente los mismos argumentos. Lo que ocurra en el pasado, ocurre
porque ya ha ocurrido, todo está escrito. O sea, según esta otra teoría, si un
hombre viaja cien años en el pasado y mata a alguien por ahí, este hecho no
desatará una nueva ola de hechos; no desatará nada. Y esto se deberá a que si
ese hombre viajó cien años en el pasado fue sólo y únicamente porque nunca
existió ese pasado sin él y era parte del destino escrito que realizara este viaje.
Vilka era ferviente partidario de la primera de las teorías y yo me debo
confesar a mi vez apasionado defensor de la segunda. Mis razones se vieron
fundamentadas cuando advertimos que las numerosas sondas que habíamos
enviado al pasado nada habían afectado en el futuro. Según la teoría que
defendía mi amigo, estas cápsulas habían actuado indefectiblemente como
intrusos, y aunque fuera en una pequeña forma debían de haber modificado lo
que se suponía ese pasado permeable. Vilka argumentó a su favor que la
cápsula había sido diseñada para no irrumpir y modificar el pasado, sino para
pasar desapercibida, y que si bien era necesario que según su teoría modificara
el pasado de alguna forma, esta debía de ser de tan poca magnitud en contra de
las tendencias de la naturaleza y de la ciencia, que había pasado por alto y no
había influenciado en nada. Ya he dicho que Vilka era un tipo terco, ¿no?
En torno a esto se organizó el nuevo pilar de la investigación: se buscaría
resolver el misterio de la continuidad temporal. Si la teoría de Vilka era cierta,
con seguridad no deberíamos enviar más nada al pasado. Pero si no lo era,
podríamos darnos el lujo de ser turistas de toda la evolución. El conocimiento
que estaría deparado para nuestra civilización y las venideras sería
inconmensurable, en teoría inacabable. Debo reconocer que al principio,
cuando comenzamos a trabajar en torno al desplazamiento temporal, me
fortalecía la idea de poder plegar un tanto la teoría de la relatividad; me
alimentaba el ego pensar en la revolución de la que éramos capaces de ser
partícipes. Pero más adelante, los vuelcos que fue dando todo y como se
volvió más complejo, provocó que abandonáramos todo mundano sueño de
grandeza y nos concentráramos a más no poder en seguir prendidos a esa
locomotora que bramaba y que nos sacaba el aliento. Tal había sido la pasión
que le poníamos que aquel sueño de quebrar un tanto la teoría de la
relatividad, pilar de toda la ciencia, fue pasado por alto una vez conseguido.
Como ya he dicho, las magnitudes de todo el asunto se habían vuelto
gigantescas.
Las presiones de resultados concretos (los hombres que basan su vida en la
indiscriminada acumulación de capitales nada entienden de ciencia) hizo que
decidiéramos que el proyecto debía dar otro paso adelante. Necesitábamos
enviar a alguien. Esta decisión marcaría el destino del proyecto, o sería más
justo decir que eso era lo que tenía que ocurrir. Para poder realizar tal hazaña
sería necesario tomar en cuenta ciertas salvedades. Por ejemplo que el que
fuera, tenía que regresar. Había que intentar un viaje al futuro, al futuro
inmediato, para poder corroborar el viaje. No sé bien que fue lo que hicieron
Keller y Dinapolis, pero al poco tiempo dieron el visto bueno; teóricamente
era posible. Así es que el 8 de septiembre del año 2060 se mandó una pequeña
cápsula hacia el 3 de Enero del 2061. A continuación el proyecto ingresó en
una etapa de espera en la que fueron cesados los experimentos. Se prosiguió a
la elaboración de una teoría, que lo que estaba faltando en el proyecto.
Sucedieron una infinidad de noches acaloradas de largas discusiones. Había
sido un error manipular varias posibles teorías al principio, ya que ahora este
hecho parecía dar por sobreentendido que éstas podían cambiar casi que a
diario y que inclusive los miembros del proyecto podíamos tener teorías
opuestas y que nada ocurriría con ello Con seguridad cada uno de nosotros
hubiera deseado en ese momento poder hacer del proyecto lo que cada cual
quisiera.
Una noche de octubre, Vilka y Keller entablaron una fuerte discusión. El
tema había comenzado con la disertación de ambos acerca de cuál sería el
lugar de mayor relevancia para enviar una sonda tripulada y traerla de vuelta.
Vilka había comenzado explayando su argumento de viajar a algún momento
de la historia para detener el cristianismo. El profesor no pudo terminar de
pensar en su propio lugar elegido pues lo sacudió lo que pareció un fuerte
impulso de ira. De inmediato le respondió a mi amigo que lo que estaba
diciendo era una insensatez. Keller no estaba afiliado a ninguna de las dos
teorías temporales en especial, y podía creer en cualquiera de las dos. De él se
corrían rumores de que aún era religioso y que creía en Dios, situación que
hubiera significado su inmediata expulsión de los círculos científicos y
académicos de llegar a comprobarse. Tal vez hubiera significado incluso su
encarcelamiento. Vilka proponía aprovecharse de ello.
—¿Usted cree en Dios, profesor? —preguntó Vilka de improviso.
El otro quedó en silencio.
—Vamos, entre nosotros. Mire que no es ningún pecado.
—Si no existe. ¿Cuál es el drama? Las nuevas generaciones han creado el
concepto de Dios; en él mezclan muchos conceptos de varias religiones del
pasado —se recuperó Keller—. No se puede matar lo que nunca estuvo vivo.
—No es a Dios quien quiero matar. Dios no quemaba los libros, ni a las
personas, ni creaba con fuego las neurosis de las eras venideras. Fueron los
hombres... Ciertos hombres. Y tal vez, en un determinado punto de la historia,
algún acontecimiento relativamente banal que pueda ser cambiado le ahorre a
la humanidad ese pesado calvario. Yo no dije nada de matar a nadie. Eso lo
dijo usted.
Keller meneó su calva cabeza, nos miró y fingió reírse ridiculizando a
Vilka.
—Imagínense a la humanidad sin el cristianismo. Hubiéramos llegado a la
luna en el siglo... ¿dieciséis? La teoría de la Relatividad la hubiera postulado
algún romano o algún germano antes del medioevo —continuó excitado Vilka
—. Tal vez exagero, pero ¿comprenden el adelanto que hubiera sido para la
humanidad el tener hace siglos los ideales de la actual civilización?
—Tal vez no. Tal vez el hombre primitivo necesitó creer en algo, ampararse
en un sostén que le facilitara avanzar. Tal vez las cosas son como son por algo.
—Tal vez nada tenga sentido.
Keller lo miró consternado. Se le acercó y lo abrazó por el cuello.
—Muchacho, muchacho. Todos tenemos eso muy claro, es indiscutido.
Pero ¿quién nos da el derecho?
Vilka no pareció entender.
—¿Quién nos da el derecho de cambiar la historia, si esto fuera posible?
¿Quién nos daría el derecho de ser jueces del destino de todo lo que ha
ocurrido?
Por supuesto que la discusión no terminó en ese momento, muy por el
contrario continuó durante varias horas. No hubo forma de llegar a un acuerdo,
todos poníamos los puntos sobre ies diferentes. En ese momento creo que
comencé a pensar en la peligrosidad de todo el asunto. Si el grupo se separaba,
¿a dónde iba a parar todo el conocimiento que habíamos producido? ¿Qué
aprovechamiento se le daría al poder que emanaban esos conocimientos? Yo
pensé que de ser la teoría que defendía Vilka acertada, lo más correcto sería
enterrar todo el proyecto y sus resultados. Bien sabía yo que el poder atrae al
poder. Tarde o temprano algún hombre con las influencias correctas tendría
acceso al proyecto y las consecuencias que deduzco de eso sólo pueden ser
descriptas como catastróficas. El enredo en la continuidad temporal que haría
un hombre intentando cambiar algún hecho del pasado (siempre en la misma
línea de pensamiento) sería inconcebible. La teoría recalcaba que cualquier
hecho que cambiara en el pasado, por más insignificante que pudiera parecer,
acarrearía consigo toda una nueva continuidad. Nada sería lo mismo. Así,
como en el cuento de Bradbury, si uno viaja a la prehistoria y pisa una
mariposa que no debía morir toda la continuidad temporal cambia en función
de ese nuevo acontecimiento y al volver al futuro nada sería lo mismo.
Aplicando un poco el buen espíritu científico, y tomando en cuenta que la
teoría de Vilka tenía posibilidades de ser la correcta, todo el asunto volvía a
dimensionarse sobre sí mismo. Su argumento de que la tendencia de la ciencia
era demasiado fuerte como para que un hecho aislado y de relevancia nula
pudiera cambiar profundamente el acontecer, le daba fuerza y no le dejaba ver
las contradicciones que su propia manera de pensar iba creando.

4
Pasaron los meses y los miembros del grupo ya no nos veíamos tan seguido.
Evitando discusiones, varios subgrupos se habían formado y cada cuál
trabajaba desde su perspectiva de la teoría. Lo indiscutido era que si
encontráramos la cápsula en enero, en febrero mandaríamos a alguien al
pasado.
Un gran proyecto de infraestructura comenzó a desarrollarse en torno
nuestro. Se comenzó a construir un enorme artefacto.
La nave sería circular para literalmente cortar el aire en su caída desde los
5000 metros. Planearía y filmaría todo el trayecto que recorriera. Luego, sin
haber hecho ningún tipo de contacto con la superficie, volvería a los 5000
metros, encendería la maquinaría de desdoblamiento especialmente dispuesta
en el aparato y regresaría a la fecha más cercana a su lanzamiento posible.
Esto es... no sabíamos si el futuro existía. Si el experimento que acabábamos
de hacer funcionaba, cosa que recién averiguaríamos en enero, nos daría a
creer en forma afirmativa en este sentido y con seguridad programaríamos la
máquina para volver al día siguiente del lanzamiento. Pero si el experimento
fallaba, la continuidad del proyecto en nuestras manos era algo en realidad
incierto.
El 3 de enero, cuando encontramos la cápsula, el piso parecía temblar bajo
nuestras pisadas. Ninguna empresa parecía improbable. Nos sentimos los
hombres más poderosos del planeta. Pero en realidad no lo éramos, lo cual
quedó demostrado cuando la fecha hacia la que sería dirigida el lanzamiento
nos llegó desde las altas esferas que controlaban todo: 1947. Ninguno de
nosotros pensaba en una fecha tan próxima y nos sentimos sorprendidos.
Llegaron más técnicos, más científicos, más personal y el grupo vinculado al
proyecto ascendió a un nunca pensado centenar de personas.
No importa el nombre del piloto, sólo que no sabía casi nada del proyecto.
Se le informó que viajaría a territorio hostil en un vuelo de reconocimiento;
que debía viajar un tramo de 1300 kilómetros desde el este de Pensilvana hasta
una base aérea situada en algún lugar de Nuevo México.
No debía de intervenir ni de prestar atención a lo que viera en superficie, lo
único que debía hacer era seguir las ordenes al pie de la letra.
El 16 de febrero del año 2061, bajo una intensa lluvia venida del norte, el
primer viaje de la historia de un hombre en el tiempo comenzó a hacerse
realidad cuando la nave Aurora-23 desdobló el espacio y el tiempo. Una vez
desaparecida creo que nos sentimos aliviados, era como si nos hubiéramos
sacado un gran peso de encima. En ese momento Vilka, que pasaba todo el día
encerrado investigando por su propia cuenta, me dijo algo que no pudo menos
que hacerme sentir alertado. Dijo que esa nave tuvo que haberse enviado a
Toscana al año 1183 a matar al Papa Lucio III, para que no firmara el concilio
de Verona que terminaría estableciendo el poder de la Inquisición. No quise
seguirle el juego y no le respondí nada.
Esperamos impacientes a que llegara el día siguiente. Si las coordenadas
eran las correctas el artefacto debería de regresar alrededor de las seis de la
tarde. Para ese entonces todos estábamos en el laboratorio pero nada ocurrió.
El Aurora-23 no apareció en todo el resto del día, es más nunca lo volvimos a
ver. Buscamos la cápsula de rastreo y la encontramos en el año 1947. Al
instante un gigantesco grupo de investigación se puso en actividad para saber
qué había ocurrido. El informe llegó de inmediato: la cápsula de rastreo se
había enterrado en el terreno cuando la Aurora.23 se había estrellado de lleno
en las cercanías de un lugar llamado Roswell. La causas de este fatal accidente
se supusieron humanas ya que la maquinaría era inefable.
Pronto alguien asoció ideas y nombró el tan popular "incidente Roswell".
Al instante Vilka, Keller y Dinapolis parecieron terminar de volverse locos. Se
buscó en los archivos y todos quedamos atónitos ante la evidencia indiscutida
que se habría ante nuestros ojos. El Aurora-23 se había estrellado en un
remotísimo pueblillo de Nuevo México en el año 1947 y las autoridades lo
habían confundido con un platillo volador. Aunque por otro lado eso era el
Aurora23, un platillo volador. Tenía forma de platillo y volaba. Esto desató un
suceso que sólo puedo describir como paranoico. Todos corrían de un lado a
otro, hacían llamadas, juntaban los papeles que se les volvían a caer. Todo en
un elemental clima de caos generalizado. Yo sabía muy dentro de mí acerca de
sus pesares. Y me lamenté ante la idea de que había involucrados en el
proyecto mayor cantidad de partidarios de la teoría vieja del tiempo de los que
yo en realidad pensaba. Todos creían (por supuesto que nadie había razonado
nada hasta el momento) que habían dispersado de alguna forma la continuidad
temporal y que la ola de cambios era algo que pronto se avistaría en el
horizonte como un magma pesado. Ese pensamiento hubiera sido cuanto
menos lógico si nos encontráramos en el año 1947; pero no, en realidad
vivíamos el 2061 y nada había cambiado. De alguna forma la continuidad
temporal había reordenado las piezas y la intrusión había sido absorbida. En lo
que a mí respectaba, quedaba demostrada la segunda teoría del tiempo, la mía.
Es seguro de que por esto mismo no me tuvieron en cuenta. Pasaron por sobre
mi opinión diciéndome que si las cosas estaban como estaban era porque ellos
habían hecho algo, habían vuelto y lo habían arreglado. Yo les respondí que
con esa forma de pensar podrían hacerlo el año o la década siguiente y ellos se
rieron. Repito que no razonaron. Con seguridad encontraron a alguien
influyente, de los que manejaban el proyecto, que se unió a su club de
paranoicos y a los tres días una nueva nave fue preparada para ser enviarse al
1947. Vilka y los profesores habían analizado la historia y encontraban un
punto flojo. El artefacto que se estrelló en Roswell en 1947 fue encontrado por
unos granjeros que de inmediato dieron parte a las autoridades de la base aérea
cercana. Estos segundos, recogieron las partes y dieron la noticia a la prensa
de que no tenían ni idea de lo que era, pero que con seguridad fuera
extraterrestre. Y ahí viene el punto flojo de la historia, porque al día siguiente
llegó un grupo de personas desde Washington a la base aérea de Roswell.
Analizaron todo y avisaron sobre el error de la primera inspección: el artefacto
en realidad era un globo aerostático. Mi amigo y mis colegas se veían a sí
mismos en esos misteriosos hombres que hicieron desaparecer el artefacto.
Cuando vi cómo se preparaban para hacer todo, yo también vi en ellos a esos
oscuros personajes. Todo fortalecía mi idea; ellos tendrían éxito. Esconderían
al Aurora-23 para que no fuera encontrado, o por lo menos para que no saliera
a la luz pública. Yo pensé que si no se hubieran embarcado en ese nuevo viaje,
alguien lo habría hecho algún día. Alguien lo había hecho, pero no tenían por
qué ser ellos y no tenía por qué ser en ese momento. Cuando lo hicieron me
convencí del buen proceder de sus actos.

5
Con la idea de haber intervenido en el pasado, Vilka consideró que realizar el
segundo viaje, infiltrarse, burlar a todo el mundo y haber reparado la historia
basándose en los acontecimientos, era lo más productivo que había hecho en
toda su vida. Yo pensé algo parecido, pero con la salvedad de que me hacía
con mucha firmeza la idea de que ellos tan sólo habían estado ahí; era una
casualidad que justo ellos hubieran ido a encubrir al Aurora-23, como con
total seguridad también sería una casualidad cuando alguien algún día viajara
a encubrir a aquel Adventer que el gobierno enterró en una vieja bodega en el
2012. Recién en ese momento vino esa idea a mi cabeza. En el 2012 el
Adventer fue traído a la tierra, con lo costoso de esta tarea para ese año, tan
sólo para ser archivado y escondido. Ningún miembro ni del gobierno ni de la
comunidad científica haría algo así; era evidente que se había tratado de un
encubrimiento. Y quiénes más que nosotros podríamos hacer algo como eso.
¿Quiénes, repito, tendrán acceso a la tecnología del viaje en el tiempo en el
futuro? En teoría cualquiera, en cualquier era venidera pudo haber cubierto al
Adventer. Nosotros cubrimos al Aurora-23 porque eso era lo que estaba escrito
que haríamos. Mucho antes de que nosotros naciéramos, de que nuestros
padres se conocieran, ya estuvimos en esos hombres de negro hablando de
globos aerostáticos, empaquetando todo el artefacto para luego enterrarlo al
barranco de Sallinger.
Sea como sea, el Aurora-24 fue un gran éxito en todo sentido. Vilka, Keller,
Dinapolis y tres subalternos, prepararon en esos días todo el papeleo
necesario, copiando firmas, extrayendo sellos y permisos de los archivos
históricos. Se buscó las características de esos hombres de mando del año
1947, se copió las certificaciones y los permisos y se estudió toda la actuación
realizada en el pasado casi que de memoria. Luego se viajó el plan fue llevado
a cabo en forma puntillosa. Luego regresaron a nuestro tiempo. Fue un éxito.
De todas formas, basándome en mi teoría (que debo aclarar es la reconocida
por todos los consejos científicos posteriores a la Revolución Cultural, si bien
en la actualidad reina la dicotomía), siempre supe que su tarea sería llevada a
cabo con éxito, pues así había ocurrido. Nuca existió un tiempo 1947 sin los
Aurora-23 y 24. Y tampoco nunca existió sin un encubrimiento. Si eran ellos
quienes lo realizarían, con seguridad debían hacerlo con éxito.
Como ya he dicho, el Aurora-24, regresó y fue todo un suceso. Por primera
vez se había viajado en el tiempo y se había regresado. Pronto se olvidó esa
acertada idea de unificar las teorías en una sola en lugar de tener como pilar
teórico del proyecto una dicotomía, y cada cuál siguió trabajando en los suyo.
La fecha del tercer lanzamiento quedó a nuestro libre albedrío y creo que fue
lo peor que nos pudo haber ocurrido. A pesar de saber esto ahora, en ese
momento nos alegramos porque se nos daba el privilegio de ser la primera
espada de la ciencia. Por supuesto que no se llegaría a consenso por más que
se intentara.
Slimov propuso ir a la biblioteca de Alejandría a un año anterior al 642,
fecha en la que fue incendiada, y salvar todos los libros posibles antes de que
fueran devorados por las llamas. Se buscaría en los registros qué libros de los
setecientos mil con que contaba la biblioteca sobrevivieron al incendio y a
esos no se los tocaría. Pero sí se rescataría a la gran mayoría que luego sería
quemada, y se podrían sustituir; proceso ideado para no alterar la continuidad
del tiempo en lo más mínimo. Este planteo le resultó bastante interesante a
Dinapolis, pero Slimov expresó su idea de que también se podría viajar al
futuro y ver a qué lugares ellos viajarían; de este modo sólo debería cumplir
con el curso de los acontecimientos y no había ningún riesgo de alterar la
historia. Irían por ejemplo al año 2100 y buscarían en los registros cuáles
habían sido los destinos tomados desde el momento de ese viaje en el 2061 en
adelante. Esta segunda idea no le gustó nada a Dinapolis por lo que también
descartó la primera. Yo tuve que haber notado al ritmo que se iba degenerando
todo cuando comenzaron a manejar posibilidades absurdas.
Por su lado a Keller le seguía preocupando el tema del clima. Desde la
primera gran sequía en el Amazonas del año 2041 la temperatura promedio
global había aumentado dos grados y el nivel de los mares unos cuatro metros.
La primera sonda enviada al Salem del año 1889 demostraba que en esa fecha
el clima era ocho grados más frío. El planeta se había calentado y eso lo había
notado en su viaje a 1947 a Nuevo México que por ser un punto más cercano
al ecuador debería ser más caliente que Montreal y él lo había sentido más
frío. Decía en forma incesante que habría que viajar a algún punto de
mediados del siglo pasado para medir los elementos del calentamiento global
y sus cambios y así lograr que en el presente la política de reambientación
terrestre diera verdaderos resultados.
También se habló de dejar de lado los desdoblamientos esencialmente
temporales y volver a dedicarnos a los espaciales. Esta idea provenía de
Dinapolis que quería ver al hombre en un planeta fuera del sistema solar antes
de que le llegara la muerte y comenzó a hacer mecha en Keller, pero la firme
oposición presentada tanto por Vilka como por mí mismo terminó tirando esa
loca propuesta por tierra. Años más tarde, cuando lo que quedaba del Proyecto
Aurora cayera en manos gubernamentales, ya sin nosotros a cargo, se le
dedicaría especial atención a esta propuesta.
Yo por mi parte no tenía muy claro a dónde ir. Por supuesto que Vilka
seguía discursando sobre la necesidad de eliminar el cristianismo de la
historia. Su fanatismo científico le llevaba al punto de pensar en sacrificar
todo el acontecer, la historia de dos milenios en el beneficio de la ciencia. Yo
intenté convencerlo de mi teoría, de que nada podría ser cambiado, pero él no
escuchaba. Se había vuelto un hombre sin visión, enajenado, obsesionado en
una cruzada personal. Como los cruzados medievales que recorrían toda
Europa para salvar la tierra santa de los impíos, el arremetería contra la
historia para salvar a la santa tierra de los impíos cristianos. Su opinión no era
compartida por nadie del grupo, y ni que hablar de los empresarios encargados
del proyecto. Keller y Dinapolis se horrorizaban de la pasión que ponía Vilka
en todo eso. Les causaba temor el verlo tan convencido. Por su lado Slimov se
adhería a la teoría por mi defendida, y tenía una opinión muy similar acerca de
mi amigo.
El tiempo transcurrió de nuevo entre acaloradas discusiones y comenzamos
a temer que se nos quitara la responsabilidad de elegir la fecha del
desplazamiento ante nuestra falta de decisión y de gestión operativa. Muchos
lugares fueron propuestos, pero no se podía enviar un artefacto al pasado a una
fecha azarosa o falta de un significado histórico, debía de hacerse en torno a
un fuerte fundamento científico.
Una tarde de mayo, en la puerta de la Universidad, junto a la majestuosa
estatua de Jhon Dewey, Vilka me dijo que había pensado tal vez eliminar a
Constantino en el 312 para que la descendencia de Majencio, iniciada en
Diocleciano, continuara en el poder y Roma nunca se convirtiera al
catolicismo. Luego dijo que en realidad la forma de terminar con el
cristianismo era viajar al pasado, al año 27 de nuestra era. Le pregunté
distraído el porqué de la fecha y me sorprendió con su respuesta.
–Porque en ese año Jesús de Nazaret se recluyó en el desierto del Gólgota y
es un momento y un lugar ideal para asesinarlo.
Yo me reí de la sorpresa.
—Para borrarlo. Un balazo en la cabeza y a otra cosa... —dijo sonriendo.
Los dos nos reímos a carcajadas
—En serio... —le seguí la gracia pensando que era una broma.
—No, en serio —dijo aun sonriendo—. Piensa bien: ¿a quién habría que
matar para que el cristianismo nunca existiera?
Yo lo miré aún sorprendido; la sonrisa se iba desdibujando de mi cara.
—A Jesús.
—Claro. Ningún Papa fue tan importante. Pensé en Pedro o en Pablo. Pero
no… Es a Jesús.
—¿Y por qué no a Moisés, o a David..., o a Salomón? —le pregunté ya
decidido a tirar por tierra todos su argumentos.
—Porque son mucho más difíciles de rastrear. Sabemos con certeza que
Jesús estuvo en el Gólgota en el año 27. ¿Por qué no ir y darle un balazo?
Además ninguno de todos los personajes del judeo-cristianismo tiene la
trascendencia del Cristo crucificado y resucitado.
—¿Te das cuenta que es una estupidez, no? —dije ya perdiendo la batalla.
—¿Por qué? No hay nada que perder. Piénsalo por este lado. Si la teoría esa
estúpida que no te cansas de repetir es cierta, nada va a ocurrir, nadie va a
matarlo. Pero si no...
—¿Si no qué...? ¿Vas a cambiar toda la historia desde Cristo hasta ahora?
¿Vas a eliminar toda la Edad Media, todo el...? —me detuve vacilante.
—Sí, voy a eliminarlo todo —concluyó triunfante
Volvió a repetir ese argumento que yo también comparto del estancamiento
de la ciencia a causa de la religión y le repetí varias veces que no era un
argumento admisible para una acción como la que proponía. Él me dijo que el
Cristo mártir en la cruz era la imagen que necesitó el cristianismo para
expandirse. Si eliminaba a Jesús, nunca hubiera existido Pedro, sino Simón. Y
Pablo hubiera continuado sin creer en ese profeta que desapareció en el
desierto. Jesús murió como mártir y una vez muerto fue Cristo, el verbo hecho
carne. De esta forma Vilka quería matarlo en el desierto, donde nadie lo viera,
donde no pudiera ser mártir de nada. "Un día entra, al otro no sale. No va a ser
la primera vez que alguien no sale de ese desierto." Yo intenté seguirle la
corriente y la línea de pensamiento, por lo que durante un momento decidí
tomar como cierta su teoría de la continuidad temporal. En su forma de
razonar, eliminar a Jesús traería toda una ola de cambios que dejaría un mundo
ateo. Porque Vilka pensaba vaya a saber a través de qué extraño proceso, que
eliminando al cristianismo en sus orígenes eliminaba a todas las otras
religiones. Y también que adelantaría dos milenios la necesidad humana de
sólo creer en aquello que puede comprobar. Yo le dije que las cosas no eran
tan sencillas, que el surgimiento de un profeta con el apoyo popular en la
Israel ocupada por el ejército romano, obedecía a ciertas causas políticas y
culturales. De la misma forma, la declaración de Constantino del cristianismo
como religión oficial del Imperio Romano y la realización el primer Concilio
de Nicea que terminó con las persecuciones y matanzas de cristianos
organizadas, obedeció a una necesidad social y cultural de la Roma del 325. Si
Vilka creía que las pequeñas intrusiones en el pasado no modificaban nada
porque la tendencia de la ciencia y de la cultura era más fuerte que su
influencia, debía admitir que este también podía ser el caso y que las cosas no
eran tan simples como las planteaba. Él me dijo, con mucho acierto, que matar
a Cristo no era ninguna pequeña intrusión. Yo, desesperado, le dije que tenía
que tomar mi teoría como una posibilidad cierta, por el buen espíritu de la
ciencia. Él se me rio en la cara y puso fin a la conversación al darse vuelta y
ponerse en camino hacia el interior del recinto. Intenté alcanzarlo y le grité
que se detuviera. Debo confesar que es posible que el tono de mi voz haya
salido con cierta exasperación, pero la reacción de Vilka me decepcionó en
gran manera.
—¡No me jodas! —me gritó sin darse vuelta.
Nunca recibí unas disculpas por este acontecimiento y por supuesto no
espero recibirlas. Lo cierto es que desde ese momento nos distanciamos. Yo no
compartía sus ideas y el no compartía las mías. Nada más productivo para la
ciencia podría surgir de otra situación que no fuera esta, pero no. Sólo tiempo
después, y con el peso de la experiencia, Vilka podría admitirme que se había
equivocado.

6
El proyecto entró en una etapa nula. Ninguna idea surgía de todas esas cabezas
desconectadas. Entonces llegó la orden de arriba: otra climática, al año 1970.
Keller había ganado y el proyecto, al menos en mi entender, daba un paso
hacia atrás en lugar de hacerlo hacia adelante.
Vilka se enfureció y amenazó con dejar el proyecto. Este hecho era de gran
implicancia de llegar a consumarse. Nadie podía abandonar el proyecto.
Ningún conocimiento podía salir a la luz pública, así se había planteado desde
un principio. ¿Qué pensarían Keller y Dinapolis acerca de lo que haría Vilka al
salirse del grupo? ¿Qué pensaba yo? No había forma de que alguien
abandonara el proyecto. El ambiente en realidad se tensionó. Vilka sabía de
sus limitaciones y cuando la violencia parecía ser algo probable, mi amigo
desistió y aprobó la propuesta de Keller.
Los preparativos para este tercer viaje tripulado comenzaron de inmediato.
Vilka pareció serenarse, como si se hubiera resignado. "La desilusión de no ser
el más fuerte" recuerdo que pensé yo y ahora pienso que fui un imbécil. Mi
amigo tramaba algo y yo confieso que en el momento no me di cuenta. Con
seguridad movió algún hilo, manipuló a alguien poderoso que tenía los
mismos pensamientos que él, convenciéndolo con los mismos argumentos que
habían llevado nuestra amistad a un punto muerto. Porque fue él mismo el
elegido para tripular esta tercer nave. A todos nos extrañó. Vilka era el más
sensible del grupo y también el más inestable. Nadie podía estar seguro a
ciencia cierta del buen estado de sus procesos mentales. Se argumentó el éxito
del segundo viaje y el detalle de que mi amigo no había dejado ningún punto
al azar, hecho que en teoría lo convertía en la persona más idónea para realizar
cualquier experimento de esa clase. De ahí en adelante todo fue
complicándose aún más.
Se podría decir que los días siguientes fueron especialmente tensos para mí.
Todos sospechaban de las intenciones de Vilka, pero nadie como yo. A decir
verdad, mi nerviosismo aumentaba en proporción directa a la aparente
tranquilidad de mi amigo. Cuanto más tranquilo lo veía deambular por los
pasillos, manejando papeleo, trabajando para dejar a punto todo lo referente al
viaje, más intranquilo me ponía yo. No podía ser que Vilka se entusiasmara
tanto de ir a recoger datos climáticos al año 1970.
Yo, a pesar de darme cuenta de todo esto, no podía decir nada a las
autoridades del proyecto. Sin la influencia de mi amigo a mi lado, yo tenía
mucho más que perder que él. Seguí mentalizado de que mi teoría era la
correcta y que nada iba a cambiar a pesar de lo que pudiera hacer Vilka. Así,
me deje llevar por el curso de los acontecimientos.
Pronto el módulo estuvo listo y un sonriente Vilka se esfumó en el tercer
desdoblamiento temporal tripulado de la historia.
No hace falta decirle al ávido lector que mi amigo no apareció en 1970. Los
aparatos encargados de la detección de la cápsula de rastreo, preparados para
buscar en el siglo pasado, no la encontraban por ninguna parte. En las esferas
altas del proyecto se manejó la posibilidad de una falla técnica y de un
accidente trágico, pero en el círculo de investigadores cercanos sabíamos de lo
inefable del sistema operativo y no nos costó mucho hacernos la idea de qué
había ocurrido en realidad.
Esa misma noche, en el medio de un caos generalizado llegó una misiva a
mi nombre. Era de Vilka y había dejado especificaciones muy precisas para
que me fuera entregada recién en ese momento. En pocas y escuetas palabras,
tal era su peculiar estilo, mi amigo nos confirmaba a todos nuestras sospechas.
Le había hecho un motín al proyecto y se había robado el Aurora-25. Había
tomado la seria decisión de eliminar al cristianismo de la historia y prometía
hacerlo con la mayor sutileza posible. Yo sabía que la mayor sutileza posible
en Vilka implicaba a alguien muerto y se me subió la sangre a la cabeza
cuando consideré que su teoría podía ser correcta. Pero a pesar de esto nada
había cambiado. Miré desesperado por una ventana del laboratorio central y
me alivió el ver la gran iglesia roja del prado, con sus altos campanarios bajo
el plomizo cielo urbano.
No tenía idea cierta del destino de mi amigo. Me lo imaginaba degollando
al apóstol Santiago el Menor en las simas del templo para destruir el obispado
de Jerusalén y para luego morir bajo las lanzas; o raptando a Elías; o dándole
un mensaje a Ezequiel desde un carro de fuego. No podía imaginármelo en
otra situación. Para encontrarlo debía rastrear los hechos de este estilo porque
ya era obvia la invalidez de la teoría defendida por Vilka.
Lo cierto es que el proyecto se clausuró y amenazó con desaparecer en las
manos de unos pocos hombres poderosos. El abundante material fue
confiscado y se hizo todo lo posible para que no volviéramos a trabajar juntos.
No volví a saber nada de Vilka hasta el 3 de agosto del año 2065, cuando unos
soldados del ejército irrumpieron en mi habitación y me ordenaron que me
presentara con el general Thompson en el cuartel de mando de Montreal. El
proyecto recién había caído en manos del gobierno y habían detectado dos
cápsulas de rastreo: una enterrada en el año 2060 y otra en una fecha muy
anterior en la historia de la que no me quisieron decir nada. Me habían
mandado llamar más que nada porque en la primera cápsula había un mensaje
dirigido a mi persona, y luego porque me iban a meter preso por ocultar datos
de estado y por realizar investigaciones científicas de vanguardia sin dar parte
al gobierno. Confieso que ante esta apremiante situación poco me importó el
contenido del mensaje, a pesar de lo cual igual me lo leyeron.

Aarón Stenbart. Me encuentro en el año 2082. Me he trasladado a esta


fecha un tanto distante para no correr el mismo destino que correrán ustedes,
los que se quedaron en el 61, y para poder terminar mis atormentados días en
paz. Espero aceptes esta sincera confesión pues para tu regocijo, debo admitir
a duras penas que me he equivocado.
Programé el tercer viaje como ya sabrás para el año 27, hacia algún lugar
del desierto del Gólgota con intenciones de matar a Jesucristo antes de que
muriera en la cruz como mártir y así detener el avance del cristianismo.
Conocí al hombre, anduve entre él buscando la oportunidad precisa. Caminé
sus mismos pasos y siempre lo vi acompañado. Sólo los buitres del desierto
debían de ser testigos del asesinato.
El hombre era sensato, un gran predicador y debo decir que su mensaje era
regocijante. Comprendí entonces que no era su culpa que la religión atacara la
ciencia; lo era de los hombres que después de él manipularon sus palabras para
ponerse de su lado al poder que estas emanaban. El hombre repudiaba las
iglesias, y los castigos morales. Hablaba de algo que nunca vi en ninguna
santa escritura: el disfrute de los placeres de los sentidos, el disfrute de la vida
tal como es, sin vacilaciones. Esto no sería así escrito y después los hombres
harían todo lo contrario, intentarían renegar de todo placer corporal,
castigando de esta forma a lo que querían en el fondo realzar: el espíritu.
Decía que Dios hace su casa en cada uno y no en edificios de piedra y madera;
los hombres construyeron iglesias por todos lados. Con esta serie de
pensamientos lo único que quiero dejarte claro es que el cristianismo no llegó
a ser la fuerza opresora que fue porque los cánones de la religión así lo
marcaran, sino porque estos cánones fueron tergiversados con intensión. No
era culpa de Jesús el ser símbolo de estúpidos. No debía de morir en la cruz;
debía hacerlo en el desierto.
Cuando el profeta anunció que se zambulliría en el Gólgota solo, pues sería
sometido a ciertas pruebas divinas, me ofreció una mirada tan dulce que yo
dudé de mis convicciones y comencé a sentir una apremiante culpa por algo
que todavía no había hecho. La sociedad moderna tiene sus dos grandes
pilares en dos gigantescos elementos, el miedo y la culpa, y los dos nacieron
con total seguridad de la dulzura de miradas como esa. Luego pensé que si le
ahorraba a ese increíble hombre el calvario de la crucifixión, estaría al mismo
tiempo salvando innumerables ejecuciones, estaría salvando a la ciencia para
el hombre y al hombre para la ciencia. No podía imaginar nada más
productivo para la vida de ningún hombre.
Sin más preámbulos, debo decir que lo seguí con sigilo al desierto y sin
vacilar le partí una piedra de considerable tamaño en la sien derecha. Luego
permanecí tres días viendo como era devorado por los buitres o valla a saber
que aves de carroña se trataran. Con una satisfacción tremenda en la mente,
pero también preso de una inquietud indescriptible, busqué al Aurora-25
enterrado en el desierto, sabiendo que aquel hombre que se decía Mesías y
profesaba una religión pagana para el régimen dictatorial romano, nunca había
salido del desierto. Quienes le hubieran creído hasta ese momento se sentirían
decepcionados y, arto más importante, quienes creerían en el futuro ya no
tendrían al mártir de la cruz resucitado. En realidad creí que destruía al
cristianismo. Creí que podía cambiar el curso de la historia. Pensé en Santiago
el menor, quién nunca sería primer obispo de Jerusalén, y que no moriría en
las simas del templo asesinado; nunca dejaría de ser pescador. Pensé en Pablo,
quién tendría argumentos de sobra para seguir dudando de la autenticidad
mesiánica de Jesús al no verlo salir del desierto. Pensaría con seguridad que
ese hombre no había pasado las pruebas impuestas por su creador. Pensé en
Constantino y en el Papa Lucio III, en José de Torquemada, personajes todos
que nunca existirían. Los crímenes de la humanidad de ahí en adelante serian
cometidos por y para la humanidad en sí misma y no en pos de un dios
anodino, cuyo principal defecto era la poca claridad tanto de su mensaje como
de su presencia.
Regresé al futuro. No me importaba mucho a qué año. Sólo intenté que
fuera cerca del punto de partida. Traje conmigo la duda patente de si la
humanidad aún existiría, de si los cambios propiciados con mí accionar eran
trascendentes a nivel planetario. Esperaba a mi regreso ver al hombre
expandido por el sistema solar. Pero no, nada ha cambiado. La historia se ha
reacoplado de manera tan curiosa que mi asesinato no ha alterado en lo más
mínimo la continuidad temporal. Otro Jesús, posiblemente también de
Betlehem, aunque creo saber que el primero en realidad era egipcio, que
también prodigaba ser hijo del padre y ser el Mesías que las escrituras
anunciaban desde hacía mil años, fue subido a la cruz en lugar del primero.
Otra María lloró a su hijo crucificado y otro José de Arimatea lo bajó de la
cruz una vez muerto. Santiago el Menor fue asesinado en el templo, tal vez por
mí o tal vez por otro Vilka. De esta forma Diocleciano primero y su hijo
Majencio después, persiguieron a los cristianos sin darse cuenta que cuantos
más mártires hubiera muertos en nombre de la cruz, más poder ganaba esta.
Constantino celebró el Concilio de Nicea al que le siguieron otros veinte en
los siguientes mil quinientos años y Lucio III firmó el Concilio de Verona que
le permitió a José de Torquemada realizar todas sus sutilezas algunos siglos
más tarde.
Debería en este momento darte la razón y admitir de la validez de tu teoría
y de lo errado que he estado en mis pensamientos, pero aún no estoy del todo
seguro de ello.
Supongo que las tendencias culturales de la época hicieron que se
reacomodara la historia y con seguridad esto volvería a acontecer cuantas
veces fuera necesario. Cualquiera de los doscientos hombres crucificados esa
tarde junto a Jesús podría haber sido el Cristo. Lo pudo haber sido ese hombre
devorado por los buitres en las cercanías de la colina del Gólgota, lugar donde
un impostor tomaría su sitio poco tiempo más tarde. Pude inclusive haber sido
yo; cualquiera de nosotros lo pudo haber sido. Tal vez algún día seré Judas; tal
vez Poncio Pilatos o Herodes Antipas o Agripa; o tal vez ya lo he sido. Tal vez
otro Vilka, un impostor, sea el que realice todos estos atroces actos; o tal vez
ya los haya realizado.

7
El 23 de agosto del año 2065 fui encerrado en la cárcel del estado de Montreal
con una pena irreducible de 140 años. Tanto Dinapolis como Slimov aún están
prófugos en algún lugar de la Comunidad Europea y creo saber que Keller
falleció de pulmonía el año pasado en un hospital militar en Chicago. Por otro
lado nada sé de Cintya desde que el proyecto fue cancelado. Poco importa el
ver comprobada mi teoría, ningún crédito al respecto puedo esperar dada la
situación en la que me encuentro. Ahora, varios años después, sólo espero el
momento preciso en que vea entrar a mi antiguo amigo Vilka Rinóv a través
de las puertas que me separan del exterior. Al fin y al cabo él es tan
responsable como yo de todo esto, y no creo que sea visto de otra forma por
las autoridades de este gobierno de facto que gobierna los estados
norteamericanos desde aquella Revolución Cultural del año 2025.

Informe 112. Razones de la Guerra del Año 2156.


Primeras Hostilidades

Al comienzo del primer mes de lluvias del año 2156, dos facciones
controlaban la máquina, por lo que la tecnología amenazó propagarse con
libertad; o dicho de otra forma, gratis. Esto no era algo que fuera a permitirse
y nada faltó para propiciar el inicio de la guerra entre los dos laboratorios, los
cuales se sirvieron de la ausencia de legislación referente al viaje en el tiempo
para cometer atrocidades temerarias. Los laboratorios eran los de Eidrancht y
Durmond, de los más avanzados del mundo y vinculados a la misma
gigantesca corporación. Todos los ataques se realizaron en la red temporal,
ninguno en el presente (entendiendo presente como el momento de partida del
primer viaje), por lo que las autoridades no pudieron hacer nada al respecto.
Eidrancht fue el primero en tomar acciones agresivas. Un grupo
especialmente entrenado pero al que evidentemente le faltaba imaginación,
viajó al año 2130 y asesinó al padre del principal científico del laboratorio
rival. Lo hizo a plena luz del día y sin miramientos, por lo que la historia y el
misterio que se generó a partir de ella eran cosas por todos conocidas. Generó
una realidad paralela perjudicial, ya que ninguno de los laboratorios existían
de regresó al punto de partida. Escandalizados y sin poder hacer mucha otra
cosa, entablaron un segundo viaje al 2130 pero unas horas antes de la primera
intervención. Buscaban encontrarse con ellos mismos para advertirse de las
consecuencias de sus actos y así poder evitarlos. Le daremos al grupo que
realizó el primer viaje y asesinó al padre del científico de Durmond, la
denominación de grupo Alpha, y al otro, el que viajó a unos horas antes en la
misma realidad paralela intentando evitarlo, la de Beta, sólo para poder
entendernos bien desde este punto en adelante.
El grupo Alpha notó que los estaban siguiendo. Se trataba del grupo Beta,
pero el otro no lo sabía por lo que le tendió una improvisada emboscada.
Todos iban armados hasta los dientes. El número 2 de Alpha asesinó al
número 3 de Beta, el 1 al 2, y por último, el 1 de beta salió corriendo
despavorido. Fue a parar a la autopista, donde se perdió bajo el insoportable
resplandor del sol. El crimen del padre del científico no se cometió, porque
entre tanto tiroteo a Alpha no le alcanzó el tiempo. También porque en el caos
un subgrupo se separó y persiguió durante una hora a Beta 1. Y porque cuando
se dieron cuenta de lo que habían hecho más de uno se paralizó por el espanto.
Se habían matado entre ellos mismos.
De cualquier forma, al volver a la primera realidad paralela y al punto de
origen en el año 2156, los dos laboratorios existían y acababan de dar inicio a
la guerra como si nada hubiera ocurrido. Salvo que 1, 2, y 3 del grupo de
investigación de Eidrancht eran otras personas. Por esto, los primeros, o sea
los Alpha, que habían viajado en primer término, no tenían un empleo efectivo
y ni siquiera figuraban en la nómina del laboratorio. A pesar de esto se los
pasó a retiro aun tratándose de hombres en plena edad de trabajo. Esto parece
demostrar que nada son los individuos detrás de las instituciones, principio
que se cumple en todas las épocas.

Informe 113. Razones de la Guerra del Año 2156


Contraataque de Durmond

Unas horas más tarde del ataque de Eidrancht, Durmond tomaría sus
primeras acciones. Nada había registrado la historia oficial del paradojal
proceder del otro laboratorio, ya que las únicas consecuencias habían sido el
cambio de los integrantes del grupo de avanzada, cosa que había pasado
desapercibida. Al ser las nuevas personas más calmas y menos
temperamentales que sus predecesores, las acciones cobraran un tinte más
conservador y nadie parecía muy dispuesto a escuchar teorías conspirativas
descabelladas. Por lo menos en un comienzo.
El grupo de vanguardia (que ya denominaremos Durmond Primero, o D1)
debatió durante una noche entera la mejor acción a tomar. A la mañana ya se
había decidido. Cuanto más lejos se viajara al pasado, mayor el espectro que
alcanzaría la ola de cambios propiciados por una simple variable. Aunque se
cambiara algo muy pequeño, si se hacía muy hacia el pasado, los cambios
podían ser tremendos en el presente. De esta forma se buscaría hacer cambios
inmediatos, lo más cercano al tiempo presente posible.
Alguien tuvo una idea fatídica. Un temerario plan secreto se fue orquestando.
Todos sus ángulos fueron analizados. Cambiaba radicalmente el paradigma. Se
trataba de efectuar una serie de viajes encadenados, el primero de ellos, quince
minutos hacia el futuro. Sólo uno de ellos entendía con seriedad lo que estaban
haciendo. Dejaré que sea él mismo el que continúe el relato.

Narración de Arthur G.
La política del laboratorio había sido radicalmente diferente a la de nuestros
rivales y competidores, tal vez como resultado de una posibilidad impensada
de que ambos modelos convivieran y se repartieran el mercado. Así, nosotros
poseíamos una máquina efectiva, una maquinaria rimbombante y estrafalaria.
Debíamos sincronizar nuestro chip vital a la computadora central y tomar
asiento en unas sillas ergonométricas especialmente preparadas. Luego
aguardábamos unos segundos lo más relajados posibles, para lo que la
máquina estaba autorizada a alterar nuestro estado de ánimo vía chip de llegar
a ser necesario. Nada sabía yo de los motivos del viaje quince minutos hacia el
futuro, pero podría hacer interminables conjeturas al respecto. Otro hombre
había diseñado el plan de viaje.

Narración de Orson Glove II.
—Partimos a las tres de la tarde. Nuestro destino: el mismo vector
tridimensional, pero de las tres y cuarto. Es decir quince minuto hacia el
futuro. Poco importan las razones de ese cambio de estrategia, porque al llegar
allí todas nuestras anteriores consideraciones se vieron anuladas.
—¿Qué ocurrió?
—Víctor dijo que no estábamos allí. Y aún recuerdo esas simples palabras
como un eco eterno gravado en mi memoria. A partir de entonces todo sería
diferente.

Fragmento de la desgravación del original de la entrevista en Quantum, el 12


de enero del año 2162, durante el juicio a Orson Glove II.
—¿Qué cree que quiso decir el señor Brins?
—Víctor dijo que allí no estábamos nosotros. Eso implicaba muchas cosas,
para empezar que no habíamos regresado al momento de origen. Todo el plan
se volvía obsoleto.
(Murmullo de varias personas. Inaudible)
—Me estoy perdiendo de algo, señor Glove. La máquina funcionaba en
ambas direcciones. En cualquier momento podrían volver, incluso en ese
exacto momento en el que por alguna razón que no comprendo creyeron que
era imposible hacerlo.
—Usted no entiende…
—Por supuesto que no…
(El murmullo se vuelve un parloteo. Varias personas más participan en el
barullo)
—Silencio, por favor.
—La única forma de poder viajar por el espacio tiempo sin perderse, sin
volverse loco, ni alterar la continuidad temporal o crear otra, alternativa, es
elaborar un complejo e inapelable plan. Nosotros lo teníamos. Constaba de
doce sólidos pasos, el penúltimo de ellos regresar al laboratorio exactamente a
las 3 y 14 de la tarde, es decir catorce minutos después del punto de partida
pero un minuto antes del primer paso del itinerario. Siendo que un minuto no
nos daba tiempo para nada, era natural que esto sirviera de comprobación de la
efectividad del plan en su conjunto. Durante el paso 1, debíamos vernos a
nosotros mismos realizando el paso 11. ¿Entiende?
—Entiendo la complejidad del plan y la necesidad de que fuera así. Lo que
no entiendo es las razones de su proceder inmediato.
-Fue muy decepcionante ver que sin importar lo que hiciéramos nunca se
cumpliría el paso 11. Entienda que no se puede navegar por el espacio tiempo
con libertad. De nada sirve una máquina que va hacia delante y hacia atrás si
no se puede alcanzar nunca el punto de partida. Los teóricos han llamado a
esto nudo de Dupoint, referente a que cuanto más se opera hacia delante y
hacia atrás, más se aleja del punto de partida, sumergiéndose en un espiral sin
retorno.
—Que se sepa, nadie se ha pedido, señor Glove.
—Que se sepa, usted lo ha dicho. Si usted encontrara el Santo Grial… Lo
compartiría con muchas personas, o la Fuente de la Juventud. Nada se sabe de
los perdidos porque han dejado de existir, sus registros fueron borrados de la
realidad en la que habitamos. Tan sólo que la mente humana está habituada a
ver el detalle, dejando pasar desapercibida la forma o el contenido.

Aclaración del profesor Dupoint.


Cuanto más se proyecta el viajante, más se aleja del centro. Con este mismo
principio operan todas las leyes naturales, sobre todo las del Movimiento. Pero
en este caso es necesaria una salvedad aportada por la Física Cuántica: el
centro en sí mismo, es decir el punto exacto en el espacio tiempo del que
partió el viajante, el punto 0, no existe fuera de la percepción subjetiva del
viajante. En el momento en el que el viajero abandona el presente se zambulle
conscientemente en un espiral de alteridad continua donde ya no sigue una
linealidad espacio temporal, sino que transita un nudo de las diferentes
variables de la realidad que en su viaje va dejando atrás. Podrá elegir
arbitrariamente un punto 0 al que regresar, pero nunca lo hará al del que en
realidad ha partido.

—Nuestro error fue hacer un plan que en pos de la perfección se había


vuelto muy complejo. Con doce saltos temporales, existen innumerables
combinaciones de errores posibles. El paso 1 había salido a la perfección, pero
aún quedaba una decena para el 11 y ya sabíamos que en alguno de ellos las
cosas no saldrían como habíamos planeado.
(Silencio del entrevistado, se escuchan conversaciones incomprensibles).
—Continúe, señor Glove.
—En el paso 2 nos trasladamos…
—Un momento, señor Glove.
(El murmullo vuelve a levantarse).
—Silencio, por favor.
—No continúe por el paso 2, ya podrá hacerlo en seguida. Pero no es lo que
más nos interesa en estos momentos. ¿Cuál era el paso 12?
—¿El 12?
—Ese mismo.
—Bueno… Pues… Era la consecución del plan. Hacía ahí se dirigían todos
los pasos anteriores.
—Lo escuchamos…
—Consistía en anular la paradoja tempo-espacial
—Y eso sería…

Segunda aclaración del profesor Dupoint


Si logramos entender que el viajante nunca podrá regresar al punto de
origen, sino a una posible versión, y que cuanto más viajes realice, más
alejados estarán su percepción y esa posibilidad, es fácil vislumbrar lo que
queremos decir con paradoja. Es inevitable que dos versiones del mismo
viajante se encuentren en ese punto de origen. El que viajó y el que nunca lo
hizo.

—¿Cómo pensaron resolver ese dilema?


—Hemos tenido mucha experiencia en este tipo de problema. Lo único
positivo que se puede sacar de eso ha sido la experticia. Nos hemos vuelto
muy buenos en teorizar al respecto. En todos los ejemplos las consecuencias
son catastróficas. Lo único que funciona es lo más radical. Uno de los viajeros
debe ser eliminado. Casi siempre el que desconoce lo que ocurre a su
alrededor.
—¿De modo que eso es lo que hicieron?
(Apenas perceptible por sobre el murmullo generalizado).
—Ya le he dicho que nunca llegamos a completar el plan.
—Pero regresaron.
—No le entiendo…
—No completaron ese punto 12. Pero completaron otro punto 12. De otra
forma no estarían aquí.
—Se refiere a si tuvimos que asesinar a nuestras versiones ingenuas.
—¡Sí! A eso me estoy refiriendo.
—Bueno. Debe saber que las cosas no siempre resultan como las
planeamos.
-¿Cómo?
—Debo decirle, con sinceridad, que yo no soy Orson Glove II.

Fragmento de la desgravación del original de la entrevista en Quantum, el 13


de enero del año 2162, durante el juicio a Orson Glove II. Entrevista a Arthur
G.
—Continúe Arthur, por favor.
—Continúo sí, continúo. Cuando vimos que el paso 11 no se cumpliría, es
decir que todo el plan valía muy poco, nos invadió una gran confusión. Para
evitar los peligros de los múltiples puntos de vista, habíamos establecido una
jerarquía. Orson debía ser el que tomaba las decisiones.
—Está diciendo que fue el señor Orson Glove el que decidió como
proceder a continuación.
—No necesariamente. Eso era lo que se suponía, pero llegado a ese punto
crítico Glove era el más confundido. Procedimos con un improvisado paso 2.
—El mismo segundo paso del plan original.
—No, por supuesto que no. El plan se había vuelto obsoleto. Lo más
adecuado era abortar todo el procedimiento. Pasamos directamente al paso 12,
intentaríamos resolver la paradoja espacio temporal.
—Continúe.
—Sí, continúo. Viajamos a las tres y cinco, con la idea clara de eliminar al
grupo que nos encontráramos. Pero, una vez más, las cosas no salieron como
esperábamos. Cuando volvimos al laboratorio la máquina estaba ahí, pero no
el grupo completo. Allí estaba tan sólo Glove. Nos sorprendió notar que nos
estaba esperando.
—¿A qué se refiere? ¿La versión de Glove de las tres y cinco no desconocía
el viaje de las tres en punto?
—Eso es lo que debería haber ocurrido, pero no era así. Glove se arrojó
sobre el otro Glove. Lucharon con bravura sin que ninguno de nosotros lograra
hacer algo. Al final, Glove yacía muerto en el piso del laboratorio. Glove le
había roto el cuello.
—Me estoy confundiendo. Usted dice que Orson Glove II, hijo del célebre
Orson Glove, asesinó a su versión de las tres y cinco.
—¿Me está tomando el pelo?
(Se levanta murmullo de fondo).
—Sigo sin entenderlo.
—¿Cómo podría diferenciar cuál de los dos Glove terminó muerto? Eran
idénticos. Y por otro lado, si la versión de las tres y cinco sabía todo lo que
ocurría, poco importaba la diferencia.
—¿Qué ocurrió a continuación?
—Lo más extraño de todo. Glove se introdujo en la máquina y desapareció.
(Murmullo incomprensible)
—¿Cómo procedieron?
—Estábamos desconcertados.
—Prosiguieron con el plan.
—¿De qué plan me habla?
—Del nuevo plan. Resolver la paradoja.
—No había plan posible, sólo caos. Estábamos en una realidad alterna a la
que no pertenecíamos. En algún lugar, seguramente moviendo los mecanismos
de nuestra propia destrucción, había dobles exactos de nosotros mismos,
conocedores de toda la verdad. En ese momento nosotros éramos las
versiones. Y no teníamos la máquina para poder intentar alterar nada de lo que
nos ocurría. Así que huimos. Y llegamos aquí.

Nueva

El 3 de enero del año 2332, la nave Menkhara, frenada en las fronteras del
Sistema Solar, volvía a emitir una señal que hacía tres años había cesado. Esto
sorprendió a algunos y despabiló a otros. Pero de una forma u otra, el mundo
entero se puso sobre alerta. Esta nave, constituía el primer gran paso del
hombre en su expansión a otros mundos, y había salido de la Tierra en el año
2080 rumbo al grupo de estrellas de Alpha Centauri. Los astrónomos habían
confirmado la presencia de un planeta habitable para la raza humana en torno
a la estrella más importante de las tres, apenas mayor que el sol y de un
idéntico tono amarillo. El viaje hacía este nuevo mundo era de 4,5 años luz,
distancia que la nave había recorrido, ida y vuelta, en poco más de 31 años. En
la Tierra, mientras tanto, había transcurrido un cuarto de milenio.
Muchas anomalías acompañaron al viaje de los pioneros. Habían salido del
sistema solar en la forma prevista y sin presentar ningún tipo de
inconveniente, pero apenas superaron la distancia de 800 unidades
astronómicas, considerado el límite exterior de la nube de Oort, se había
perdido contacto con la nave. Las centrales de recepción en la Tierra se dieron
cuenta de que esto ocurría recién dos años después, cuando la ausencia de
señal se hizo evidente al dejar de recorrer la tremenda distancia. Esto ya estaba
previsto por lo que se habían tomado medidas previsoras. La dilación del
tiempo, viajando tan rápido como un cuarto de la velocidad de la luz, era algo
que se había previsto. No recibir señales de la nave durante breves lapsos era
esperable, así como que ésta operara independientemente de lo que ocurriera
en la Tierra. De esta forma fue que la atención pública se olvidó de la nave y
de su destino. Trascurrieron las décadas y el hombre no volvió a pensar en las
lejanas estrellas, ni a recibir señales desde lo profundo del espacio...

Los dos hombres se miraron a los ojos durante un instante. De diversa


forma manifestaban una importante ansiedad. Sentado frente al escritorio de
cristal, Edmund Macgrouver, el capital de la nave Menkhara, aguardaba
silencioso. Lo habían colmado con agasajos y aún pagaba los síntomas de la
fiesta de la noche anterior. La impaciencia se debía más que nada a que cierta
señorita de pelo rubio como el atardecer lo esperaba a esa misma hora,
demostrándole que lo que había dicho en forma irónica durante su discurso de
bienvenida era bastante acertado: espero que ciertas cosas funcionen igual que
en mi tiempo.
Del otro lado, Jack Emert, directivo selecto de la Corporación Mondial, lo
miraba como si fuera capaz de entrar en su cabeza con algún artilugio
referente a la concentración de la mirada. Su rostro parecía tallado en el
mismo cristal que el vanguardista mobiliario.
—El reingreso a Oort pudo hacerse mucho antes —dijo luego de unos
segundos pero su boca no pareció moverse—. La computadora así lo indica.
Sólo una injerencia humana, de un miembro de su tripulación, pudo haberlo
alterado. La triangulación de la nave es automática, no hay otra forma de
poder ingresar en la nube de escombros exterior. Usted bien lo sabe.
—Sospeché desde un comienzo que sería un interrogatorio, pero esto... —
contestó Macgrouver demostrando displicencia y agitando las manos como si
espantara unos insectos espectrales. Este gesto era brillante pensando en
anular la elocuencia de su interlocutor.
—Por favor, capitán —fingió mal una risa y apartó el rostro hacia los
amplios ventanales que ocupaban toda la pared lateral—. Han sido recibidos
como unos héroes. Se les han permitido licencias inauditas en nuestros
tiempos. Creo que he sido muy amable con usted a pesar que se ha negado a
responder mis interrogantes.
—Eso no es exacto...
—No, claro que no. No se ha negado. En su lugar cada vez que puede se va
por la tangente, como en este preciso momento. Me evade. Prefiere enmarañar
la charla y terminar discutiendo, a decirme la verdad.
—Si usted dejara de preguntar siempre lo mismo.
Se volvieron a mirar una vez más como si la discusión también involucrara
de algún modo a los ojos y a sus movimientos.
—Si usted respondiera alguna de esas veces con algo certero yo no seguiría
preguntando —insistió Emert—. Es absurdo... No ha respondido por qué
decidió o admitió que la tripulación se mantuviera tres años más de lo
necesario en hibernación criogénica. Ni por qué ha detenido la nave a la
entrada del Sistema Solar. Ni por qué ha regresado menos de la mitad de la
tripulación. Son preguntas sencillas. Las personas que financiaron su pionero
proyecto hace mucho que no caminan por la tierra, eso es cierto. Pero las
corporaciones que adquirieron los derechos tienen la necesidad de saber el
porqué, y usted la obligación de responderles.
—Esperamos el mejor momento para el reingreso— dijo el otro—. Creímos
que la máquina se equivocaba.
—Pero la utilizaron para hacer un nuevo cálculo, hasta orbitar por completo
el sistema planetario.
—Aja.
—¿Aja? —elevó de tono el directivo.
—Sí, exacto —se apresuró a contestar el piloto. Sospechó con acierto que
su interlocutor estaba a punto de perder la paciencia.
—¿Se da cuenta de lo descabellado que suena eso? ¿Esperaron a dar otra
vuelta completa para ingresar? La computadora seguiría igual de equivocada
en esa segunda vuelta como en la primera.
—¿Es esto tan importante? Ha dicho que somos héroes. Hicimos o que
teníamos que hacer para poder volver a la Tierra y algunos pensamos regresar
a Centauri. Nada de lo que ha ocurrido es tan importante como lo que está a
punto de ocurrir.
—Bueno, para ustedes ha sido fácil. Aquí no sabíamos lo que había
ocurrido. Recibíamos la señal de la nave, anclada más allá de Varuna a 52
unidades astronómicas, pero ninguna respuesta desde ella. Durante 37 largos
meses creímos que se habían matado entre ustedes, nada más coherente se le
ocurría a nuestros científicos. Luego llegó un leve e incoherente comunicado
diciendo que se habían retrasado. Volvieron a ponerse en marcha y aquí están,
los héroes que fueron hasta el sistema triple de Centauro, hasta la prometedora
Nueva Tierra, y volvieron para contarlo —hizo una pausa de unos segundos
como invitando al otro a que lo interrumpiera, luego continuó—. Durante el
tiempo que estuvieron parados, se manejó la posibilidad de que la nave de
colonos, cuando pasara por ese mismo sitio dentro de dos años o algo así, se
detuviera para averiguar qué les había ocurrido. Pero sabe algo. Eso no es
posible. ¡Gracias al impulso! La nave no podría frenarse a mitad de camino,
luego volver a acelerar y completar su misión original a tiempo. De modo que
otro ingenio comenzó a prepararse en paralelo. Desde el momento en el que
volvimos a recibir la señal de su nave, este otro proyecto, en el que se ha
gastado un tremendo esfuerzo y cuantiosos recursos materiales, tuvo que verse
descartado como un montón de basura.

Mucho tiempo después, en el año 2183 se recibió una señal del Menkhara.
Habían llegado a su destino y procedían a volver. El revuelo que produjo no
pudo ser más inesperado. La sociedad entera se volcó hacia las tecnologías
que habían sido dejadas de lado. Después de todo, la solución a todos los
problemas humanos estaba a la vuelta de la esquina. Un mundo nuevo, virgen
en lo referente a la vida inteligente y, como confirmaba el mensaje del
Menkhara, habitable. En todo este tiempo las tecnologías habían evolucionado
hasta puntos impensados, y el nuevo siglo fue bienvenido en el mundo con la
idea y la confirmación del segundo gran paso en la carrera intergaláctica. Se
comenzó a construir un gigantesco ingenio, una nave descomunal, que llevaría
a unos 4000 colonos en proceso de crío-hibernación hasta Alpha Centauri en
la mitad de tiempo que su antecesora. Todo se calculó para que fuera realizado
en la fecha de mayor aproximación. Los técnicos calculaban que en escasos 9
años la humanidad podría estar colonizando un nuevo mundo. Pero en ese
momento la señal de la nave volvió a dejar de ser recibida. Y el proceso se
volvió a detener.

Macgrouver lo miraba con la boca abierta como si de repente se muriera de


sed.
—¿Lo ha entendido? —Repitió Emert para marcar el énfasis—. Nunca
volverá a subirse a una nave en su vida. Le compraremos una granja y hasta lo
alejaremos del mar. Lo más cercano que estará de un viaje, será cuando lleve
el ganado a pastar. Le sacaremos toda señal de tecnología y lo alejaremos de la
civilización tanto como nos sea posible.
El capitán lo miró con un gesto angustioso. Había estado tanto tiempo
ofreciendo una actitud pétrea, que ahora cualquier pequeño gesto parecía
sobredimensionado.
—No pueden hacer eso —dijo y su voz sonó como si pasara por un agudo
desfiladero.
—Claro que podemos. Y lo haremos. Cree que la Corporación dejará que
un funcionario que oculta información vuelva a pilotear una de sus naves.
¿Qué se pensó usted que éramos nosotros? Una cosa es que la masa
estupidizada los adore por todo lo que implican y representan más que por lo
que realmente son, pero de este lado de la balanza las cosas están un poco más
definidas. No sé si notó que la sociedad actual está mucho mejor en términos
generales que la que usted dejó atrás.
—Lo he notado —dijo el capitán en el mismo tono apagado. Giró la cabeza
y miro a través del ventanal a la inmensa ciudad.
—Esto también produce conformismo. Hay más gente dispuesta a dejarse
llevar por cualquier cosa que la aleje de lo de siempre. Pero de ellos no
depende que usted pilotee de nuevo.
—Ya he entendido Emert. Me está chantajeando.
El otro respondió con mutismo.
—Nos detuvimos tres años entre Sedna, Plutón y Varuna... —dijo el capitán
con la vista en el suelo.
—Eso lo sabemos. ¿Por qué lo hicieron? —sonó implacable Emert.
—Queríamos retasar nuestra llegada a la Tierra —dijo Macgrouver a
regañadientes.
—Dígame algo nuevo...
—Demonios, Emert... —exclamó cambiando de tono.
Se miraron tensos.
—Queríamos llegar a la Tierra justo antes de que estuviera por salir la nave
de los colonos rumbo a Alpha Centauri. Nuestra intención es volvernos para
Nueva... —y se frenó en seco como si no quisiera decir más nada.
—Y lo han hecho a la perfección. Entiendo que los veintitrés que
regresaron en la Menkhara han manifestado en las últimas horas su intención
de abordar la nave de los colonos, la cual partirá en los próximos días. No me
sorprendió al principio pero ahora, sus palabras confirman la inexistencia de
casualidades al respecto. ¿Tan poco les ha gustado la Tierra?
—No es eso...
—Entiendo que esperaran otra cosa, pero no estamos tan mal. Nos hemos
adaptado lo mejor posible a los cambios. Y a pesar de estos, ya no hay hambre
en el mundo, ni enfermedad. Sólo con esto ya he superado con amplitud
cualquier cosa que me quiera decir sobre su época. Y ni hablar de la tecnología
y sus aplicaciones. El mundo ya no está dividido en centenares de
contradictorias facciones. Si bien aún no somos uno...
—No esperábamos más de la Tierra. Muchos de nosotros suponíamos algo
mucho peor —pareció concluir el astronauta.
Emert no se mostró sorprendido.
—Esperaban que la humanidad se autodestruyera como se pronosticaba en
la época de la que vienen.
—Sí, por supuesto. Cuando recibieron nuestra señal de que regresábamos
nos sorprendimos tanto como ustedes. Cuando partimos de la Tierra las cosas
estaban mucho más entreveradas y complicadas que ahora.
—Y entones por qué sigue a la defensiva...
—No lo sé. Supongo que si usted supiera por lo que ha pasado mi mente en
los escasos momentos de vigilia en estas últimas tres décadas no dejaría de
comprenderme.
—Vea que yo no soy ningún Morlog. Es usted el que ha estado treinta años
congelado.
Macgrouver sonrió por la ocurrencia.
—No creerá todo si se lo cuento —dijo abandonando la sonrisa.
—Pues pruebe capitán, pruebe…

—Vamos por el principio. ¿Qué pasó la primera vez que se incomunicaron,


en el último límite y a punto de salir del Sistema Solar?
Macgrouver observaba por el ventanal como la noche había caído sobre la
impactante ciudad debajo de su vista. Por donde miraba veía largas y
estilizadas torres unidas por terrazas y puentes que se adivinaban gigantescos.
Notó que por curioso que pareciera, por más que prolongaba su vista en el
horizonte no lograba ver el suelo, o el mar, o un límite a esa inimaginable
urbanización. Las cúpulas eran de diferentes colores pero todos rondaban al
lila o al violeta, yendo desde las cercanías al rojo hasta los límites del azul. El
aire intermedio lucía nítido y no se adivinaba la presencia del viento.
—No lo sabemos... —dijo alejándose del ensueño.
—Macgrouver... —y pareció que regañaba a un niño.
—No lo sabemos en realidad. Pensamos que el vértice magnético del
sistema planetario operaba como un cuerpo más. Que acumulaba energía en el
doble que la gravedad le hace al espacio.
—Ese es el punto exacto donde se abandona el Sistema solar. A 800
unidades astronómicas, mucho más allá de la última orbita excéntrica del
último pedazo de roca que gira en torno al sol —demostró sus conocimientos
Emert.
—Sí, en eso éramos los primeros. Por lo menos en lo relacionado a naves
tripuladas. Se tomó el vértice de Oort como un pasaje desde el sistema
planetario al espacio intergaláctico. Pero lo cierto es que no sabíamos nada de
cómo podía afectar este atajo a un ser vivo.
—Dice que se vieron afectados...
El astronauta lo miró reticente.
—Sí, por supuesto —dijo—. Se sintió un leve sacudón en la nave. Nada
cambió de inmediato.
Emert levantó una mano indicándole al otro que se detuviera.
—¿Qué es lo que quiere decir con que nada cambió?
—Bueno —hizo una pausa Macgrouver—. Seré concreto. Cuando llegamos
a Nueva, era el año 2400

—Eso es imposible, Macgrouver. Está hablando del futuro. Debe saber,


corre el año 2347, han pasado quince años desde que volvieron a comunicarse
desde los confines del sistema solar.
Emert gesticulaba con las manos en el aire. Si bien se había imaginado
antes algo de lo que ocurría, no hubiera esperado nunca un desenlace como
ese. Esto le había alterado los nervios.
—Lo sé. También pensamos lo mismo. Aparentemente la salida del vértice
de Oort nos afectó de una manera incalculable. Esa es la razón de que
hayamos perdido contacto tanto en el viaje de ida como en el de vuelta. El
efecto más inmediato fue el del viaje en el tiempo, en ambas direcciones.
Emert seguía gesticulando.
—Me parece que se está confundiendo, capitán —dijo y no sonó para nada
convencido—. Usted ha regresado a esta época tan avanzada, gracias a la
relatividad del tiempo. Ha estado treinta años congelado y viajando a una gran
velocidad, mientras aquí, a la misma velocidad de siempre, han pasado
doscientos cincuenta años. Por otro lado, ¿cómo está seguro que la nodriza con
los colonos no entrará en esa fluctuación magnética a la salida del Sistema
Solar y sea también trasportada a ese curioso futuro? ¿Se da cuenta que es
incongruente?
El capitán se apresuró en responder. Su actitud había cambiado desde que
lo habían amenazado con quedarse para siempre en tierra.
—No estoy confundido. Ojala lo estuviera. No llegamos a la Tierra del
2400; lo hicimos a Nueva, la primera y única colonia de la humanidad en el
universo entero. Esta peculiaridad se debe sin duda al efecto magnético tan
extraño a la entrada del sistema solar. Tanto es esto así, que a la vuelta el
proceso se invirtió, de otra forma no hubiéramos regresado a este año, sino a
uno del lejano futuro. Por el otro lado, sabemos que esta otra nave llegará
como se prevé a Nueva y fundará allí una colonia, porque ya vimos que así
ocurriría.
—No sé cómo responderle.
—No lo haga. Nunca esperé que me creyera. Ahora... debe jurarme que
volveremos a subirnos a esa nave.
—¿Espera pilotear la nave de los colonos? —fingió sorpresa Emert.
—Por supuesto que no. ¿También me ha tomado por un estúpido? No
tenemos ni idea de cómo manejar una tecnología tan avanzada. Pretendemos
viajar en calidad de colonos.
—Llegados a este punto… —Emert hizo una pausa y tragó saliva—. Debo
decirle que no hay forma de que se suban a esa nave, Los 4000 puestos ya
están asignados. No hay forma de modificar esa plantilla. Ciertas cosas ya no
funcionan como en el siglo XXI.

—¿Por qué regresaron sólo 23?


—El resto prefirió quedarse en la colonia —respondió apresurado
Macgrouver.
—¿Cómo explicaron su procedencia? ¿Cómo ocultaron su verdadero
origen? —insistió Emert.
—No lo hicimos. Si bien no se conservaban archivos referentes a la primera
colonia y no se sabía ni siquiera los nombres de los colonos, puedo decirle que
nos estaban esperando.
—¿Cómo?
—Nosotros nos sorprendimos igual que usted. No supimos bien cómo
reaccionar. En un principio creímos que estábamos contactando por primera
vez con una inteligencia extraterrestre, lo cual no era del todo incorrecto. No
estábamos preparados para nada de lo que vimos. Nuestra misión original era
aterrizar en el planeta y establecer un primer asentamiento, aislarlo y regresar
a la Tierra; desde donde otra nave mucho más grande y potente, partiría con
los colonos apenas llegáramos. En lugar de eso nos encontramos con una
ciudad ya bastante particular.
—¿Qué quiere decir con esto?
—Bueno. Que no se trataba de una colonia desarrollada a pleno, en cierto
modo estaban aislados ya que han tenido que empezar de cero a merced del
ambiente extraterrestre.
—No lo entiendo.
—Pensé que ya se había figurado el final del dilema. En la colonia de
Nueva, hacía veinte años que no recibían ni un mensaje de la Tierra.
—Pero... ¿Por qué no nos comunicaríamos? —preguntó Emert con los ojos
bien abiertos e inclinado sobre el acristalado escritorio y a punto de caer sobre
él.
—La Tierra se ha apagado, Emert. En el futuro en el que el hombre habita
bajo los tres soles de Alpha Centauri, nada queda en la Tierra. Esa es la
tremenda y triste verdad.

En el año 2349, la mayor construcción tecnológica de la humanidad partió


rumbo a Alpha Centauri con la idea de fundar una nueva colonia, y de que con
este acontecer, perdurara la raza. A bordo llevaba 4024 pasajeros.

Anomalía

Esta es la historia de la anomalía.


La nave regresó a la Tierra, pero sus tripulantes no saben a cuándo lo hizo.
El plano temporal se desligó del espacial una vez superada la frontera del
hiperespacio. Recuerde que nada se sabía de esto por ese entonces. Lo cierto
es que lo hizo a una época futura bastante alejada. Usted replicó ante mi
afirmación, de que la mente que la gobierna es lo más avanzado del siglo
desde el que regresa. Yo le aclaré que nunca me he contradicho, y que de
hecho en efecto es una máquina, una mente artificial, y lo más avanzado de
todos los futuros posibles. Pero, dejando de lado cada uno de sus preceptos
personales y sus prejuicios, que no vienen al caso y nada aportan, sepa que esa
mente artificial no humana es lo más avanzado del futuro, de la última
civilización del hombre, y más aún, de la suma del conocimiento agregado de
la totalidad de los hombres de aquí en adelante cuarenta veces.
Supo de esta historia desde el tiempo del que regresó. Allí la contaban en
tiempo pasado, lo cual no la vuelve menos distante. Los hombres más sabios
del mundo, habían acumulado un gran conocimiento del cosmos, y recién
cuando los avances técnicos parecían propiciar un viaje sideral. Urgidos por la
cercanía en el tiempo de la anomalía, dieron el paso hacia adelante decididos a
lograrlo. Sabían que el siguiente brazo galáctico, el de Orión, estaba habitado
por varias civilizaciones milenarias que en apariencias coexistían. "La gran
Liga", o "La serie A", se decía. Varios intentos fueron hechos para hacer
contacto desde la distancia, pero nunca se había recibido respuesta.
Amparados por esta indiferencia, y justificándose en ella, estaban preparados
para hacer un viaje hasta allí.
Los hombres de ese tiempo eran extraños, aún más que nosotros y eso ya es
algo. Eran largos y delgados, lampiños, calvos y con grandes y ovaladas
cabezas. Sus naves tenían formas circulares, y eran piloteadas por tres
individuos al mismo tiempo. Supongamos que eran algo así como la
consecuencia de una gran civilización tecnológica humana, reacia al contacto
personal, por completo dependientes de sus ciencias exactas. Viajaron hacia el
centro de Orión, hacia el mismo lugar del que ha vuelo, la segunda vez, esta
misma nave. Estos humanos eran telepáticos, y estaban enfocados en detectar
las inteligencias del cosmos. Recuerde que le he dicho que eran los tres
mejores sabios, los más capacitados, y que representaban a una raza que había
llegado a la cúspide de su cadena evolutiva. Los telepáticos hacía mucho que
detectaban la vida de la galaxia, pululando como un enmarañado bosque, pero
una vez superada la zona de influencia gravitacional de la gemela del sol y
amparados por el vacío de insondables eones, escucharon el increíble
concierto de los cielos y se sintieron un insignificante grano de polvo. Se
dirigieron hacia Orión mismo, ya que era el lugar donde más fuerte parecía
concurrir la corriente de energía. Esta era la prisa que les provocaba la
cercanía de la anomalía. Porque en pocos años volvería a repetirse y para
entonces otra vez sería demasiado tarde.
No te he hablado nada de la anomalía. Su primera manifestación apareció
mucho tiempo antes de los telepáticos, con seguridad en la última década del
siglo 21. Aunque apareció no es el mejor termino para explicarlo, tan sólo
ocurrió, e incluso debería decir ocurrirá, pues desde nuestra perspectiva aún no
ha acontecido. Cerca de un millón de calvos hombres del futuro surgieron de
la nada al mismo tiempo, nadie sabía por qué o cómo, ni siquiera los calvos.
Aparecieron en las calles, en el campo, sentados en los bancos de las plazas.
Se distribuyeron todo a lo largo del mundo. Alegaban un profundo
desconocimiento amnésico, y se los veía como envueltos en un halo de
melancolía. La mayoría de ellos tomó una actitud pacífica y relajada, al fin y
al cabo los hombres del 2090 eran diez mil veces más numerosos. Casi todos
pasaron desapercibidos, se fundieron con el paisaje. Después de todo, también
eran humanos. Tuvieron descendencia, y con el tiempo su incierta herencia
cultural se fundió con la amplia mayoría. Sólo ellos sabían que venían de
cuatro siglos en el futuro.
La humanidad siguió su camino, una vez más, como lo había hecho
siempre. Las culturas cambiaron y el hombre también cambió. Pasaron los
años, las décadas, los siglos. Las ciudades se levantaron y se derrumbaron en
innumerables y combinadas oportunidades. Los mares se alzaron y
descendieron con igual cadencia aleatoria. Los bosques florecieron y se
secaron, sus troncos fueron sepultados primero por hielo, luego por tierra,
luego volvieron a florecer en otros árboles que ocuparon sus lugares. Fue el
destino del bosque leña, y en su lugar una ciudad se alzó furiosa con sus torres
color del fuego, erguidas hacia la negra cúpula de cambiantes estrellas y
constelaciones que adornaban el cielo.
Cuatro siglos después el calvo hombre reinaba sobre la totalidad del
mundo. Aún no era telepático, eso estaba aún por venir, ni dominaba todavía
la tecnología para alcanzar las evidencias de otras inteligencias en la galaxia.
Entonces, sin ningún aviso previo ni fenómeno fuera de lo extraordinario, un
millón de hombres se desvanecieron en los abismos del tiempo, para aparecer
exactamente una década después del primer suceso, o sea en las cercanías del
año 2100. El desconcierto no pudo ser mayor. Los calvos se encontraron con
sus antecesores, que no eran otros individuos nuevos, sino versiones de ellos
mismos, y se produjeron encuentros de todo tipo. La sociedad humana,
quisiera decir autóctona pero no es correcto, por lo que diré crónica, o
contemporánea, a pesar de superar a los recién llegados esta vez en proporción
de 5000 a 1, se vio sacudida en sus más profundos cimientos. No volvería
jamás a ser la misma, pero creo presentir que esto es lo que ocurre siempre con
el tiempo. La intrusión de los dos millones de hombres del futuro, fue más que
nada imposible de disimular, y por eso, más que por las cantidades y los
números, la amalgama resultante fue algo por completo novedoso. Grandes
científicos, pensadores y estadistas surgieron de entre los recién llegados. Las
lecciones aprendidas en los siguientes cuatro siglos, se aplicaron sobre la
marcha en esa nueva centuria de oro. Las sociedades humanas florecieron al
mismo tiempo que las reservas naturales. El mundo entero respiró aliviado.
Pero casi cuatro siglos después, en el mismo año de 2490 de los dos
sucesos anteriores, volvió a ocurrir, como siempre lo ha hecho, la anomalía.
Esta vez transportó a otro millón de calvos hacia una década después del
anterior fenómeno, o sea al principio del siglo 22. Los individuos eran los
mismos. En la gran mayoría de los casos, ahora había tres réplicas de cada uno
de ellos. Una fuerte cofradía se entabló entre ellos, olvidando las rencillas
violentas de una década y un millón de individuos en el pasado. Un profundo
dolor los unía, la frustración de nunca poder llegar al tan ansiado siglo 26. En
su lugar, para los recién llegados, foco de los nuevos sistemas de pensamiento,
era la tercera vez que se los trasladaba a un siglo lejano y precario, una
centuria que para ellos, no podía resultar menos que patética, atrasada y
decadente. Se decidieron a actuar. El primer grupo, que llevaba dos décadas en
esa línea de tiempo, se había encargado de conseguir acceso a tecnología y a
logística corporativa. Así, para el tiempo de la tercera camada, ya estaban
listos para tomar el control de mundo. Harían lo que fuera necesario para
superar esta vez la anomalía del 2490, aunque esto significara tener que
arrastrar consigo al planeta entero en una carrera evolutiva de cuatro siglos
nunca antes vista en toda la historia de las especies.
En las cercanías del año 2120 llegó la cuarta camada. Venían de un mundo
tecnológico extremo, pero evidenciaban el fracaso de superar a la anomalía.
Los hombres del futuro se mostraron todavía cautelosos. Ocuparon de a poco
cada sector influyente de la sociedad. La amenaza de un conflicto armado
entre las partes era un murmullo constante, pero a pesar de esto nada ocurría,
No es necesario que aclare que estos hombres vivían muchos más años porque
sus cuerpos envejecían más lento. Era difícil para un humano crónico
distinguir la edad de alguno de los recién llegados. Por otro lado, había un
millón de cuatrillizos calvos cabizbajos por el mundo y eso ya de por sí daba
para la confusión. Cuatro millones de humanos del futuro.
La quinta camada, del 2130, trajo un millón de individuos profundamente
alterados. Acarreaban consigo delirantes historias sobre eventos desastrosos
del futuro, cuyo epílogo era la anomalía esta vez liberadora.
Alguien hizo un cálculo que provocó el escándalo. Dado la nula tasa de
muerte del hombre del futuro, su prole cada vez más numerosa, sesgada, y con
rasgos culturales claramente definidos y diferenciados, y el ritmo de llegada de
un millón cada diez años, no demoraría mucho el tiempo en el que fueran más
ellos que el resto. El cálculo era incierto y sus ignoradas consecuencias
exageraron las apresuradas conclusiones. Pasarían miles de años antes de que
algo así pudiera ocurrir. Pero la paranoia generalizada se hizo sentir. Se había
divulgado la idea, que por otro lado era cierta, de que el millón de viajeros
evolucionaba cada vez que se transportaba, o sea cada diez años. Los recién
llegados habían vivido muchas más vidas que los que lo habían hecho
primero. La experiencia de las diferentes variables del tiempo, cada una de
cerca de cuatrocientos años de duración, los iba volviendo más óptimos para la
tarea de pronosticar y corregir el curso de los acontecimientos. Cada diez años
las variables se ajustaban y un nuevo posible futuro se configuraba, cada uno
de ellos más avanzado tecnológicamente que el anterior. Con el tiempo, las
ideas de una gran guerra contra el hombre crónico se volvieron irrelevantes.
Eran tan avanzados tecnológicamente los nuevos hombres, que cualquier
posible competencia parecía absurda. Los hombres del futuro dispusieron del
apoyo técnico para viajar a otras estrellas mucho antes de que una idea así
fuera por ellos manejada. El hombre hizo lo propio consigo mismo y la
creciente población acrónica pudo avanzar en paz hacia el final, que no era
otro que alcanzar y superar el 2490.
Pero llegó un momento en el que el mundo entero, toda esa peculiar
humanidad compuesta de seres fuera de tiempo y de tremendas disparidades
intelectuales, se vio enferma de la obsesión de la anomalía. El planeta en su
conjunto parecía respirar para ese cada vez más cercano año. Nadie pensaba
en otra cosa que no fuera ello. Pero cada vez que se llegaba, ocurría lo mismo,
el millón de calvos desaparecía hacia una fecha del cada vez más cercano
pasado. En el año 2380, el arribo número 30, fue celebrado por la excéntrica
población. Al fin y al cabo, esta generación, la número treinta, llevaba 7800
años viajando en el tiempo. Eran más que hombres, eran otra cosa. Si bien
para un ser humano crónico el inexorable devenir hacia la anomalía estaba
compuesto de días sobre días y nada más, para los viajantes era una eternidad
de conciencia constante. Esta generación en particular, ya había llegado treinta
veces hasta la anomalía, y otras tantas veces se había visto transportada al
pasado. Sus individuos eran espíritus viejos y experimentados. Habían hecho
el primer viaje desde el año 2490 al 2090, luego habían tenido que transitar
hasta los cuatro siglos hasta el nuevo 2490, para trasladarse hasta el 2100,
volvieron a transitar los 390 años hasta la anomalía, y así una y otra vez, hasta
la tremenda cifra de treinta. Se calculó que el festejo no era exagerado, ya que
en cien años, el arribo 40 no sería tan bienvenido. Para el viaje 41, en el 2490,
nadie sabía qué podía ocurrir. Muchos pensaban que el ciclo volvía a
comenzar. Otros pensaban que los hombres crónicos, que a pesar de los
fatalistas aún serían amplia mayoría de no ser porque año a año se habían ido
convirtiendo en esos calvos clarividentes ellos mismos, desaparecerían y sólo
quedaría el millón primero. Se decía que el proceso se repetiría hasta que
todos fueran calvos telépatas, momento en el cual, el último millón de
crónicos sería enviado hacia el pasado, revirtiendo el orden de los
acontecimientos. Se pronosticaba el fin de los tiempos, una instancia en la que
la cuarta dimensión se volvería una de las menos relevantes. Un tiempo sin
tiempo, un segmento de un instante, un punto ciego en la inmensidad del
cosmos.
La nueva sociedad telépata decidió el primer viaje de esta nave de la que te
cuento esta historia, pocos años después. Se pensó que una nueva variable
podía aportar algo nuevo. Al fin y al cabo la humanidad había gastado los
últimos trecientos años en resolver una paradoja imposible y había descuidado
los astros. Hacía mucho tiempo que se habían captado incuestionables señas
de vida inteligente evolucionada en muchos otros rincones de la galaxia. Se
había intentado en vano contactarlas, pero no ir hacía ellas. Una nueva
esperanza se asomaba para la humanidad. ¿Podría existir la anomalía en otro
lugar que no fuera la tierra? ¿Seguiría ocurriendo en torno a una estrella lejana
a 100 años luz de distancia? ¿Se trataría de un fenómeno universal y por lo
tanto ineludible? Si esto último llegara a certificarse, el hombre podría gastar
sus últimos años intentando prepararse para el momento exacto.
Esta es la historia. La de la nave que regresó a la Tierra dos y mil veces. La
que llegó con sus tres ocupantes telépatas a una frontera magnética en las
cercanías a Orión. Allí sus mentes estaban saturadas del flujo de información
de civilizaciones extremadamente avanzadas del otro lado. La frontera
magnética tenía fuente en un interminable cinturón metálico que se extendía a
lo largo de la gigantesca nebulosa. Cuando la nave intentó pasar, fue
contactada por una mente bizarra. No era una máquina, no por lo menos en la
forma que nosotros podemos entenderlo. Tampoco se trataba de un ser que
hubiera sido engendrado la naturaleza. Representaba un sistema de defensa
viejo, instaurado durante los eones anteriores al momento en el que la raza que
lo creó se volvió incorpórea y abandonó la dimensión de lo material. No
pudieron leer sus pensamientos, pero un adecuado intercambio de información
entre ellos se entabló. La mente les dijo exactamente lo que querían saber. En
eras ya antiguas del universo, un grupo de razas guiaron varias partes de la
creación. En algunos casos su intervención había sido directa y constante, en
otros esporádica, y en algunos otros, y este era el ejemplo, una vez cada
muchos millones de años y sólo bajo una profunda necesidad. Habían
intervenido en el momento justo, pero desde eso, también habían transcurrido
otros tantos eones. La mente bizarra les dejó saber lo que ocurría luego del año
2490, les mostró el mundo posible sin la anomalía. En el año 2491 los
terrícolas descubrían su fatal destino en forma de colosal estrella negra, un
astro de destrucción surgido de los confines helados del sistema solar, un
gigantesco disco oscuro, surcado de un resplandor sanguinolento que se dirigía
hacia el sol devorando y destruyendo todo a su paso. Ese era el fin de la
humanidad, sin la anomalía.
—¿Nada se podía hacer? —preguntó el más descorazonado de los telépatas.
—¿No dio el tiempo para nada? —preguntó igual de angustiado el segundo.
—¿Nadie pudo escapar de la tragedia? —preguntó el tercero.
Y la mente, lapidaria respondió:
—Sólo un millón.
Y al instante los transportó hacia la tierra y hacia el año 2090. Esa es la
nave que ha regresado a la tierra, esa fue la segunda ocasión. Ellos eran, o
sería más correcto decir que lo serán, parte del primer millón. Aunque en
realidad era el último, y también el único.
Esta, es la historia.


Consulta Relativa

—Señor Karpario… ¿Me percibe?


—Que si lo percibo, pensé que era un sueño. No sé cuánto hace sueño que
me está llamando.
—Hace veinte minutos que he iniciado el programa.
—Pues para mí ha parecido una eternidad. De modo que no es un sueño.
Usted es real y está conmigo en la nave.
—Sí, señor. Soy uno de los pilotos. Mi nombre es Dru Vermidox. Lo he
conectado con el sistema central porque necesito hacerle una consulta.
—¿Consulta?
—Usted es el director del grupo de astrosabios. Me pareció la persona más
adecuada para hacerle una consulta importante.
—Me dice que me ha despertado de mi sueño de híper hibernación para
hacerme una consulta —pareció entender de golpe el señor Karpario
levantando el tono de voz.
—No lo hemos despertado. Sólo conectamos una interfaz a su sistema
neuronal. Digamos que su cuerpo sigue dormido señor. Hemos interceptado
sus ondas cerebrales y el programa ha hecho el resto.
—Muy ingenioso, piloto. ¿Es parte del contrato que he firmado con
Coloniaz Fez?
—Por supuesto, señor. De otra forma no nos hubiéramos tomado el
atrevimiento.
Hubo un pesado silencio.
—Bueno... Entonces lo escucho —contestó el sabio.
—Es complicado, señor. Recuerda la Paradoja de Dyer, sobre una las
curvas del tiempo.
—Se está burlando de mí… Por supuesto que la recuerdo. Es una paradoja
de primer grado. Se la usa para confundir a los alumnos despistados en las
clases de Astrofísica Elemental. Se refiere a la relatividad del tiempo al punto
del observador y a su movimiento.
—La paradoja nunca fue resuelta del todo.
—No. Esa es la única razón por lo que aún se enseña.
—Se anima a recordármela. Quisiera oírla con sus palabras.
Otro silencio.
—Vermidox Dru. Sólo espero que esto lleve a un camino próspero. Si todo
esto sólo lleva a la nada, tendrá serios problemas para mantener su puesto —
hizo una pausa como para que el otro asumiera la idea—. Muy bien —pareció
tomar aliento—. La paradoja surgió durante un ejercicio. Tiene como punto de
partida un escenario donde una persona viaja sobre un vehículo a determinada
velocidad, digamos mil kilómetros por hora, y otra a la misma velocidad pero
en sentido opuesto. Ambos vehículos tienen ventanas amplias y los recorridos
atraviesan paisajes pintorescos. Hay montañas a lo lejos y árboles junto al
camino, digamos que variados signos que sirvan como referencia...
—Lo sigo
—La perspectiva permite percibir la velocidad del vehículo. Y se ve desde
muy lejos como el otro se acerca por la carretera contigua y en dirección
opuesta. Si a uno de los individuos se le dijera que va a mil kilómetros por
hora, o a cien que es una velocidad más adecuada para ver a los árboles y a las
montañas pasar, podría darse cuenta de que el otro vehículo que se le acerca lo
hace a una velocidad similar a la suya. Lo verá pasar tan rápido como ve los
árboles. Lo mismo con un observador ajeno al ejercicio. ¿Verdad?
—Por supuesto...
—Pero, qué tal si a ese individuo no se le diera casi ningún dato, no del
otro vehículo, sino del suyo propio. Digamos que no se le da el dato de a
cuanta velocidad va...
—Verá los árboles pasar.
—Sacamos los árboles, las montañas, el horizonte, todos los puntos de
referencia. Borramos su idea de estar moviéndose. Lo ponemos a cien
kilómetros por hora por esa monótona carretera pero le decimos que estará
quieto, sin embargo le decimos a la velocidad a la que se le acercará el otro
vehículo, lo cual es en realidad lo único que ve. ¿Sabe lo que ocurre? Ese
observador, en el punto en movimiento, percibirá que lo que se le aproxima lo
hace a mucha mayor velocidad, exactamente el doble. Mientras un observador
al costado del camino podría con seguridad decir que ambos coches se mueven
en sentidos opuestos pero a la misma velocidad, el que está en movimiento sin
saberlo, percibe en el que cree que se le acerca, las dos velocidades sumadas.
Este es un ejemplo que se usa para hacer entender la relatividad del tiempo y
de la velocidad.
—Entonces surge la paradoja.
—Sí. A alguien se le ocurrió preguntar qué ocurriría si esas velocidades
fueran extremas, por ejemplo de un millón de kilómetros. Verá, la velocidad
de la luz es inferior a la suma, por lo que en teoría el ejemplo no sería posible.
—Ya que ambas velocidades sumadas darían una velocidad de dos millones
de kilómetros, lo cual es imposible. Nada puede moverse más rápido que la
luz. El ejemplo se vuelve un imposible.
—No es imposible en el Universo que dos objetos se muevan en
direcciones opuestas a velocidades que sumadas superen a la velocidad de la
luz, de echo el Universo mismo lo hace. Lo que es imposible es verlo. Esa es
la paradoja de Dyer —concluyó el sabio.
—Pues me siento más que aliviado, señor Karpario. Mi duda ha sido
aclarada con éxito.
—¿Su duda? Creo que no lo entiendo —hizo una pausa tan meditada que
quedó claro que pretendía seguir hablando—. ¿Podría dejar de hacerse el
misterioso?
—Bueno. Sepa que hace poco calculamos la velocidad que ha alcanzado
nuestro remolque y la nave colonizadora en la que viajamos. Déjeme aclararle
que desde el año en que partimos a este momento la tecnología en cuanto a la
propulsión de la nave ha aumentado en forma impensada; esto gracias a que la
inteligencia artificial que la maneja ha hecho descubrimientos importantes
desde que salió del sistema solar.
—¿A qué velocidad viajamos, piloto? Sea breve.
—Trecientos mil kilómetros.
—Emocionante... Quiere terminar su razonamiento. Si no supiera que es
imposible creería que está por dolerme terriblemente la cabeza.
—Pues la Inteligencia Artificial también ha avanzado en lo referente a la
Astrofísica. Los instrumentos con los que contamos ahora pueden detectar en
el espacio profundo objetos grandes con una precisión asombrosa.
—¿Y qué han detectado?
—Un gigantesco cometa de burdonio.
—¿Burdonio?
—Sí, uno de los elementos pesados más excéntricos del universo,
descubierto hace poco.
—Se sospechaba de su existencia. Se especulaba que podían ser los objetos
que más rápido se trasladaban por el universo —dijo el sabio y sonó pensativo.
—Sí, pero hasta ahora no se había visto. No se sabía nada de algo así salvo
conjeturas.
—Le repito que todas estas novedades son emocionantes, pero mi cuerpo
en estos momentos está a 60 grados bajo cero. Esta conversación no debería
prolongarse en forma indefinida —sonó impaciente.
—Ese objeto se mueve hacia nosotros a una impensada velocidad de casi
700 mil kilómetros por hora.
—Me dice que un cometa de burdonio, un elemento excéntrico del que
nunca se había descubierto ni un átomo, y que sólo se había deducido de su
probable interacción con otros elementos del cosmos, o sea que nos servía
para explicar otras cosas que sí veíamos, se está acercando a nuestra nave en
un curso peligroso…
Un último silencio.
—Sí. Pero debe de tenerse en cuenta las velocidades del perihelio, así como
las gravitacionales de la hipérbole.
—Y esto sumado…
—Un millón trescientos mil kilómetros por hora. Esa es la suma de las
velocidades de los dos objetos que se acercan en direcciones opuestas, los
vehículos del instructivo ejemplo, la nave y el cometa. Ahora le agradezco su
colaboración, lo desconectaré y volverá al hípersueño.
—Esperé un segundo. ¿Los instrumentos que se han desarrollado permiten
ver el objeto con detalles?
—Sí. Aunque en realidad el espacio en torno al cometa en sí mismo parece
ralentizado.
—Este es un efecto que podría esperarse. El ejemplo es tan extremo, que
nunca se ha imaginado qué podría observarse. Le repito que nada puede viajar
más rápido que la velocidad de la luz. Pero algunos teóricos se han aventurado
a decir que si llegara a ocurrir, el individuo que se percibe a sí mismo quieto,
verá al otro acercarse aún más lento de lo que en realidad lo hace.
—Gracias por su aclaración, señor. Nuestros teóricos sabrán que hacer
ahora que nos sabemos fuera de peligro. Yo lo…
—¿Cuándo calculan la colisión?
—Para dentro de tres días…
—Pero se han basado digamos que en un tanteo visual, no han calculado el
espectro de las trayectorias…
—No, señor. Por eso la urgencia de la consulta. Si lo que vemos fuera una
ilusión, como el protagonista del ejemplo que cree que el otro vehículo se
acerca al doble de velocidad, nuestra situación sería mucho más apremiante.
—¿Apremiante? ¿De cuánto tiempo estamos hablando?
El otro rio.
—Bueno, señor. Se lo diré de esta forma. Si la paradoja de Dyer fuera
correcta en todos sus detalles, ese cometa que vemos a tres días de distancia,
en realidad estaría ahora a… —hizo una pausa para calcularlo—. Veintitrés
segundos… Ahora lo dejaré descansar en paz. Procederé a desconectarlo.
—¿Veintitrés?
—Ahora diecinueve… Que tenga buen sueño, señor…
—Pero… Espere.
Dieciséis.
Quince.
Catorce…

La Alteración Druj

Cuando los Drujs activaron su máquina gusano en Bior-Dorzan, corría el


año 4360 o 12113. (Su sistema binario, con dos soles con movimientos
asimétricos que rotan en torno a una vertiente galáctica también bastante
excéntrica, hace harto difícil la contabilidad de sus sistemas cronológicos por
lo que la Federación lo hace por separado)
La Federación alzó de inmediato su voz de protesta. La continuidad espacio
tiempo había sido alterada para siempre y eso era algo inaceptable. La mayoría
de las naciones hacía airados reclamos contra esa raza olvidada de la galaxia,
que ya antes de esto era poco estimada. Muchos amenazaron incluso con ir a
la guerra, tan alto era el grado de implicancias que se veían comprometidas.
Los veganos perdieron en su totalidad su cosecha de bebes. Lo alpha arianos
notaron que la historia oficial decía que habían perdido la guerra contra Mutz,
a pesar de que en el inconsciente colectivo de la raza, que es atemporal, estaba
gravado que la habían ganado. Los ferrosos Units, habitantes de los cometas
de burdonio que surcan el universo a velocidades impensadas y que perciben
el tiempo relativo a una velocidad muy lenta, no vieron la alteración hasta
siglos después. Cuando advirtieron a la Federación ésta ya no existía. En su
lugar un cuerpo burocrático se encargó de enredarlos en un interminable
papeleo.
Nadie supo muy bien cómo reaccionar. Hacía mucho tiempo que no se
aniquilaba a una raza y aún más que no se destruía un planeta. Nada se sabía
de intervenciones en sistemas binarios asimétricos, y mucho menos en uno tan
complejo.
Un tribunal especial se constituyó y emitió un fallo en el correr de ocho
tensos segundos. Había ocurrido un inusual alegato. No existía ninguna ley en
contra de alterar la continuidad espacio tiempo, porque nunca había ocurrido.
Si alguien en el pasado había incurrido en tal aberración, por supuesto se
desconocía. Por lo tanto el tribunal había buscado otra forma de castigar a los
Druj. Se los acusó y se los halló culpables de quebrantar una ley que en
realidad era muy antigua: la prohibición de viajar a mayor velocidad que la de
la luz. Y aunque parecía una obviedad que nada podía hacerlo, la ley llevaba
casi un milenio en circulación. Había sido expedida para evitar que
determinadas especies menos evolucionadas salieran de su aislamiento
cósmico y se propagaran por la galaxia. Se trataba más de un movimiento
burocrático que de una ley de efecto en sí.
Pero algo impensado ocurrió en ese momento. Los Druj se defenderían.
Pero no de una forma violenta, lo harían de una forma legal. Tenían de su lado
para oponerse al tribunal de la Federación, a un grupo de sus mentes más
brillantes, denominado por ellos mismos como los Astrosabios. De este modo
un memorable debate se instaló. Los Druj argumentaron que si se los hallaba
culpables, habría que condenar junto con ellos no sólo a la totalidad del
Universo, sino al Cosmos en su totalidad, es decir, el Universo Universal en sí
mismo, a la Mente Suprema.
Para fundamentar esto marcaron varios puntos que pasamos a reproducir:
1- Sería necesario condenar a la luz misma.
2- Habría que condenar a la nada, o sea al 73% del Universo.
3- La materia en su totalidad sería también culpable, o sea el 4% que
constituye todo lo visible, llamada materia bariónica.
4- La galaxia también sería condenable, y en realidad todas las galaxias
de las que tenemos conocimiento.
5- También todos los seres inteligentes con ojos.
Estos fueron sus debidos fundamentos
1- La luz misma puede ir más rápido que la velocidad de la luz. Su
velocidad, dicen nuestros retrógrados mejores exponentes, es medible, como
todo desplazamiento, sólo y únicamente en relación a otros movimientos. Ya
que en el Universo no hay nada quieto, parece evidente que toda velocidad
sólo es tal en relación a un conjunto de puntos de referencias. La luz, de igual
modo que el sonido o los fluidos Kraff, viaja a diferentes velocidades
dependiendo el medio en el que lo hace. No es la misma en el vacío, que
atravesando una estrella o un cuásar, mucho menos en las cercanías de un
hoyo negro o uno Einstein-Rosen. Es, nos atrevemos a arriesgar la idea, cada
vez más lenta a medida que más denso es el medio en el que se desplaza.
Cerca de una estrella será más lenta que en el vacío, razonamiento a través del
cual dejamos claro que no todos los haces de luz viajan a la misma velocidad.
Con que uno sólo valla más lento que otros ya comprobamos que la luz, en
ocasiones, viaja más rápido que la luz.
2- Nada puede ir más rápido que la velocidad de la luz. Parece una broma,
y es que en la regla se ve la excepción. La nada puede ir más rápido que la
velocidad de la luz. Nuestros atrasados científicos hacen el primitivo cálculo
de que durante el Bing Bang el vacío se expandió a una velocidad
superlumínica. De cualquier otra manera, la luz no habría tenido sobre qué
moverse. Y cómo sabemos que efectivamente el Big Bang ocurrió y
esperamos no exista la necesidad de presentar pruebas a ese respecto, esto
tuvo que ocurrir de este modo. El tiempo no entra en esta ecuación primitiva,
porque no tenía el placer de existir. Así, aunque sea este el único ejemplo, la
nada puede viajar más rápido que la velocidad de la luz
3- Creemos en una ley que sabemos que ustedes conocen también. Cuando
las partículas que forman un objeto son separadas y alejadas distancias
enormes, se observa que siguen ligadas de una forma imperceptible. Esto es,
cuando se altera una, la otra se ve afectada a pesar de la distancia y de la
desconexión evidente. A esto se le llama desde hace milenios, Entrelazamiento
Cuántico. Si tomáramos dos partículas de luz y las separamos, al alterar una, el
cambio ocurrirá también en la segunda de forma inmediata; lo cual, si la
distancia y los movimientos son los correctos, puede implicar una velocidad
superior a la de la luz.
4- Nuestra galaxia se mueve a 2 millones de kilómetros por hora. Tanto
esto es así, que lo que vemos de las otras galaxias en realidad es una foto de un
pasado lejano ya que eso que vemos ya no está allí, hace tiempo se ha movido.
Su velocidad aumenta tanto a cada instante, que nunca podremos verlas como
son en la actualidad, siendo que tal vez existan elementos en el universo que
se alejan de nosotros a miles de millones de kilómetros por hora. Con esto
termino este razonamiento.
5- Si tomamos dos objetos en extremo rápidos por sí mismos, como
podrían ser dos nubes o cometas de burdonio u otro elemento híperdenso y los
ponemos en movimiento en direcciones opuestas, a una velocidad equivalente
a digamos el 60% de la velocidad de la luz, ninguna la superará con respecto
al punto de partida, pero cualquier individuo con ojos que esté sobre uno de
los objetos verá al otro alejarse a un 120% de la velocidad de la luz. O sea las
dos velocidades sumadas. Aquí se querrá argumentar a favor de la relatividad
de la velocidad de la luz, pero con eso sólo se contribuirá a darnos aún más la
razón.
Luego de esto el Tribunal de la Federación en su totalidad renunció.
Un nuevo tribunal se constituyó, esta vez por las mejores mentes robóticas.
Ocho segundos después determinaban su imposibilidad de encontrar
culpables a los Druj, los cuales se regocijaron.
En un último comunicado dijeron:
Nuestra argumentación ha sido impecable. Y como nada impide que
usemos nuestra máquina de nuevo, lo haremos para volver a cambiar la
continuidad espacio tiempo, esta vez para adueñarnos del Universo.
El primer cambio fue para que pusieran a esos incompetentes sabios al
mando de ese patético y primitivo Tribunal, en lugar de legislar al respecto,
con lo cual estarían por lo menos cubiertos.
Y luego los Drujs reinaron.

Circular 4

Sólo consentí en Anna eso de que en esa sala el tiempo juega extrañas
trampas, la mayoría de las veces volviéndose un círculo. Luego abandoné su
cama, presuroso. Supe por el reflejo de un espejo junto a la puerta trasera, que
mientras la dejaba, por la delantera entrábamos tomados de la mano.

Viajes (2)

El viajero en el tiempo escribe esta frase para que la leas y entiendas al


viajero del tiempo, y entonces la escribas..., y entiendas.
Viaja hacia atrás y se asesina a sí mismo. Entonces no viaja hacia atrás y no
se mata a sí mismo, por lo que viaja hacia atrás y se asesina a sí mismo. Luego
se aburre y deja todo eso para otro momento. Entonces ve venir al asesino.
Descubre, luego de innumerables viajes, tantos que ya no recuerda, que el
tiempo es intrapsíquico, que no existe fuera de la mente que lo percibe.
Entonces olvida todo. Y comienza de nuevo.
Sube escaleras que llevan a otras escaleras, puertas que se abren sobre sí
mismas, posos que luego de caer un rato suben; otros él que confundidos lo
cruzan. Sabe que esto podría durar por siempre. Aunque siempre suena a
mucho tiempo.
En uno de sus viajes a la antigua Roma, descubre extasiado otro hombre
que parece un calco suyo pero más adulto. Es un hombre culto que se ha
rodeado de personas influyentes, políticos y filósofos. Cuando ve al viajero
venir huye, pero luego de unos bizarros desencuentros se rinde al borde de una
alta roca sobre el mar embravecido. Cuando el viajero intenta hablarle el otro
salta y muere aplastado contra las rocas. Nunca más visitará Roma. Por lo
menos eso es lo que ahora cree.
Sabe la naturaleza de ciertas maldiciones. Al encontrase nuevamente a sí
mismo en el pasado ese otro intenta matarlo. Él se deja, pero el otro
comprende y no lo hace. De haberlo hecho hubiera heredado la maldición que
lo persigue. El del pasado debería ocupar el lugar del otro, el del futuro, para
viajar al pasado y dejarse matar por el del pasado y transformarse en el del
futuro. Él sabe bien todo esto y hubiera querido sin poderlo actuar de otro
modo, ya que ya ha sido el del pasado.
El viajero posee con su ciencia el secreto de la eterna juventud. Pero está
cansado y ya no la ejerce. Busca desesperado a un redentor al que transmitirle
la carga. Entonces lo encuentra. Un muchacho lleno de energía. Es él mismo,
cuarenta años más joven.
Cuando avanza al futuro lejano sólo echa un vistazo, suficiente para saber
que el hombre aún existe; y que todavía habita la tierra; y que ha avanzado su
ciencia y su tecnología. Razona que si él, que no es gran cosa, pudo fabricar la
máquina en el garaje de su casa, también podrán hacerlo en el futuro. Piensa:
de hecho ya lo han hecho. Y aunque suene confuso esto es así ahora en tiempo
presente: en el futuro ya han hecho lo que en el presente es pasado. El último
engranaje de la máquina dice: Made in New Taiwán, 2122.
—En el pasado los hombres creían en la linealidad del tiempo. Pasado,
presente futuro, eran concebidos como tres puntos consecutivos de una línea:
el tiempo. Ahora ya sabemos que esto no es así y que los viajes en el tiempo
como si fuera una carretera en la que podemos acelerar o poner marcha atrás,
no son posibles, que el pasado del futuro no es el presente, ni viceversa.
El auditorio enteró rompió en calurosos aplausos. El viajante sobre el
escenario agradeció el gesto. Miró hacia un lugar en especial entre la
concurrencia, y el otro, con peluca y barba postiza para que no lo reconocieran
y con ello crear confusiones, le guiñó un ojo mientras aplaudía satisfecho.
Cuando otros viajeros avanzaron tanto que la cifra del año era inexpresable
en números normales, descubrieron a un hombre al que no afectaba el paso del
tiempo. Era igual en todo momento, no cambiaba. La sorpresa fue mayúscula
al notar que esto era algo inédito en la historia del mundo. Todo cambia, hasta
las montañas más firmes se desmoronan y se vuelven polvo con la paciencia
necesaria. De modo que creyeron estar ante la imagen de un Dios. No sabían
que ese era el primer viajero. Ni que todavía no había viajado.

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