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SEVEN: DEL ORDEN A LA CREACIÓN

Ana Gabriela Ribadeneira


Seven nos permite explorar el espacio fílmico como el lugar de cruce y contaminación entre
las artes; remarcar “momentos” que exceden lo estrictamente cinematográfico que pudieran
funcionar también como obras independientes.

Al inspector Somerset, un viejo policía desencantado, apenas a siete días de su jubilación le


asignan el caso de un criminal poco ordinario: John Doe, entregado a la realización de un
elaborado acto de punición con miras a desenmascarar los vicios y la decadencia que corroe
a la sociedad contemporánea neoyorquina. Tocado por una fuerza todo poderosa, Doe
asume el trabajo divino de creación y destrucción, agenciando una rigurosa escenificación
que configura uno a uno los siete pecados capitales. Metódico y creativo, el asesino concibe
e instala cada escena del crimen tal como lo podría hacer un artista.

Tanto desde el punto de vista formal como figurativo, Seven (David Fincher, 1995) es puesto
en escena de manera minuciosa. La regulación de sus elementos y dispositivos descansa
sobre modelos narrativos estándar donde características constantes de las series policiales
se revelan en la estructura y desarrollo de la película: intriga situada en una gran urbe;
presentación del crimen antes de la causa o el culpable; filtración de indicios cuidadosamente
dosificados a lo largo de la historia, a fin de que el espectador participe de la investigación;
pareja de héroes con un tipaje emblemático y perfiles antagónicos en permanente contraste
pero complementarios; héroes que han perdido su inmunidad; caracterización de los
personajes apoyada en el imaginario literario y audiovisual colectivo; guión tipo constituido a
partir de constantes temáticas; solución de la intriga inesperada pero lógica; visión
comprometida: el enigma puntual provocado por el crimen transparenta una problemática
general sobre el estado de degradación de la sociedad… Todo elemento, momento e imagen
es funcional y se rige a las necesidades de la intriga centrada en la perfección del crimen y
en la figura del héroe.

Tenemos entonces, una historia estándar que sirve de marco, construida de manera
prospectiva, que evoluciona en un ambiente topográfico y sociológico determinado, donde la
investigación se vuelve un testimonio de la especificidad de una comunidad, de un espacio
urbano y de sus distintos procesos. Sumado al trabajo de construcción del suspenso, de
incitación de la atención del espectador y presentación de la intriga, está también presente
una clara afirmación de proyecto estético. Ya en los créditos de presentación, el tratamiento
plástico de la imagen y el detallado trabajo formal provocan cierto placer visual y una
ambigua sensación de misterio activado por la artificialidad de la imagen. Esta introducción
funciona a partir de variaciones rítmicas y el encadenamiento de imágenes, efectos visuales,
elementos descriptivos y ambientes psicológicos potenciados por un fondo sonoro/musical.
Afirmación estética que podría habilitar una lectura, desde el campo del arte, sobre la
formulación de un determinado posicionamiento artístico, tratamiento formal y propuesta
figurativa dentro del film.

Si hacemos una analogía entre la figura del asesino con la figura del artista obtendríamos
una utilización paradojal de la noción de artista y de obra de arte contemporáneos. En efecto
la figura de John Doe sería la traducción del paradigma del artista moderno (en el sentido
tradicional del término), al interior de la sociedad contemporánea. Es decir la representación
del artista inspirado, dotado de un don exclusivo y puesto al servicio de una instancia de
poder y de control. La obra de arte socializaría ciertos intereses al dirigirse a un público y
solicitar su juicio, asumiría un rol moralizador y punitivo, puesto que Doe sanciona pecados
tal como la ley sancionaría crímenes. Sus actos dobles de creación/destrucción son
semejantes a los que se practicaban al calor de la antigua economía del castigo (suprimida
entre el s. XVIII y el s. XIX en Europa y USA). Periodo en el que los castigos eran físicos e
inflingidos según el tipo y grado de culpabilidad, una especie de juego público del dolor con
carácter correctivo. Este arte de hacer sufrir al que asistimos en Seven, sería una especie de
regreso a los suplicios, al castigo entendido como mise en scène*.

Si bien una crítica a los excesos, al consumismo y a la superficialidad propia de sociedades


del primer mundo, filtradas al resto de sociedades como códigos de comportamiento,
sinónimo de estatus e ideales de desarrollo, podría ser pertinente, no deja de ser moralizante
y maniqueo. El trabajo del artista contemporáneo debería situarse más allá de la legalidad y
de los discursos oficiales, ir más allá del pensamiento y la opinión que circula en los medios
de información. La actividad artística sería aquello que perturba e interrumpe ese flujo
insensato, sería aquello que se vuelve minoritario, aquello que permite la constitución del
individuo, del sujeto político fuera de la institución, fuera de las tendencias estandarizantes
que formatean ideas y comportamientos. Doe, por el contrario, se vuelve Institución, se
convierte en voz oficial, utiliza viejas prácticas simbólicas de castigo para el
acondicionamiento del ceremonial de la pena. Su trabajo no trasciende ni los códigos de
representación formales o figurativos, ni los códigos sociales contemporáneos, sino que los
legisla.

La presencia de un gesto o de una pulsión artística configura la puesta en escena de cada


asesinato. El asesino se atribuye poderes para modificar y significar los espacios, para crear
un discurso a partir y entorno de los cuerpos, de referencias históricas y literarias con las que
opera sobre la subjetividad del espectador. El agenciamiento del conjunto de elementos
reposa en una serie de citaciones, apropiaciones y referencias a nociones comunes del Arte,
en acuerdo con medios, formas y poéticas plásticas integradas a los lenguajes artísticos a lo
largo del s. XX (body art, performance, acción, instalación, etc). Pulsión artística ejecutada en
un acto doble de transformación del cuerpo y del espacio en material del arte (en discurso,
soporte, medio expresivo, límite, guión…) y de ordenamiento y exhibición fastuosa del
castigo (el cuerpo despedazado, amputado, expuesto vivo o muerto y entregado en
espectáculo, el cuerpo como blanco mayor de la represión penal).

Seven nos permite explorar el espacio fílmico como el lugar de cruce y contaminación entre
las artes; remarcar “momentos” que exceden lo estrictamente cinematográfico que, si bien se
constituyen en el conjunto y duración de la película, pudieran funcionar también como obras
independientes; observar las señales y expresiones artísticas y detenerse sobre sus
modalidades de ocupación o de funcionamiento al interior de la película. Es decir
operaciones que suponen un deslizamiento de las obras de arte contemporáneo hacia un
público ampliado, la utilización de otros espacios de creación, de representación y de
producción de pensamiento, así como otros mecanismos de recepción y legitimación.

*. Referencias tomadas de Michel Foucault, Surveiller et punir, Gallimard, 1975.

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