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Había una vez un niño llamado Andrés que era bastante normal y alegre.

Un día sus
padres se tuvieron que mudar de la ciudad donde vivían y Andrés tuvo que dejar
atrás a todos sus amigos. Y así fue como llegó a un colegio nuevo, donde no conocía
a ningún otro niño.

La casa era más bonita que la anterior y la habitación mucho más amplia, con un
enorme armario que ocupaba toda una pared. Al niño no le molestaba su nueva vida,
excepto por un detalle: algo vivía en el interior de aquel armario.

Andrés se pasaba las noches en vela imaginando la forma del monstruo que se había
alojado en su habitación. Nunca lo había visto, pero se imaginaba que era enorme y
atemorizante. Hasta un día en que se llenó de valor e intentó tomarlo de sorpresa, y
allí estaba, una enorme bola peluda que no parecía peligrosa.

A pesar de que Andrés ya no temía al monstruo que vivía en su armario, sí le


mortificaba bastante que todas las noches lo despertara con gritos y chillidos para
jugar. Luego de la mala noche se quedaba dormido en el colegio y la profesora lo
regañaba, cosa que no le gustaba. Pasaron las semanas y el niño no le contó nada a
sus padres, era el único amigo que tenía y no quería perderlo.

Una noche en la que su madre se levantó para ver si dormía tranquilamente, lo


encontró sentado frente al armario con todos sus juguetes en el suelo. La madre
sorprendida se quedó mirando fijamente el armario y Andrés temeroso esperó su
reacción.

De repente la madre le dijo: -“¿No me vas a presentar a tu nuevo amigo?” Y a pesar


de que no veía nada dentro del armario, comenzó a hablar con el interior.

El niño le preguntó con extrañeza a su madre: -“¿No te molesta que viva en mi


armario mamá?” A lo que ella dulcemente le contestó: -“No mi vida, si vive ahí es por
un buen motivo. Seguro quiere estar cerca de ti y hacerte compañía”.

El niño miró a su madre con asombro, no imaginó que iba a ser tan comprensiva
pero se sintió feliz como hacía tiempo no se sentía. Con el paso del tiempo Andrés
hizo nuevos amigos en el colegio y un buen día el monstruo decidió marcharse.
Andrés ya no lo necesitaba a su lado, prefería compartirlo con otros niños, pero
siempre tendría un lugar especial en su corazón.

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