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neurociencia
Publicado en la revista nº036
Autor: GarnésCamarena Estruch, Oscar
En la primera parte de este trabajo (publicado en el número anterior de Aperturas bajo el título
“Neurociencia del trastorno borderline y sus correlaciones con la psicoterapia. Parte I.”), expuse
una revisión histórica del concepto de la enfermedad borderline y un resumen del sistema de
neuropéptidos implicado en esta patología. La crítica hacia tal modelo se centró en el aparente
reduccionismo con que se trata de explicar una fenomenología tan compleja por medio del
estudio aislado de una de sus partes: los mediadores de las funciones neuronales.
Bajo esta perspectiva, en este segundo trabajo pretendo ofrecer un paso más hacia una visión
integrada de la neurociencia y la psicoterapia del trastorno de personalidad borderline. Para ello,
formulo posibles paralelismos entre algunos conceptos propios del lenguaje psicoanalítico y
descubrimientos recientes de la neurociencia en materia de memoria, lenguaje, y
procesamiento de emociones, aplicándolo al trastorno de personalidad borderline.
Introducción
El trastorno de personalidad borderline es una entidad clínica severa y crónica, que se
manifiesta hasta en el 2% de la población general. Globalmente se caracteriza por una falta de
control de impulsos, conductas autolesivas y suicidas, dificultad en las relaciones sociales y
alteraciones emocionales. Desde un punto de vista dinámico cabe añadir la desorganización del
self y el uso de defensas primitivas.
Debido a que algunos de los síntomas son compartidos con otras entidades, el establecimiento
de la categoría diagnóstica borderline ha sido y sigue siendo un proceso en constante cambio.
Los diferentes modos de entender el comportamiento de estos pacientes han guiado las
estrategias terapéuticas de una forma centrífuga durante décadas, disponiendo en la actualidad
de un amplio repertorio de teorías y técnicas, basadas cada una en diferentes hipótesis sobre
los fundamentos fisiopatológicos de la enfermedad.
Gran parte de la dificultad de descifrar estos mecanismos reside en la dualidad con que se
estudia el comportamiento humano. Por una parte, a un nivel macroscópico se evalúa lo
fenomenológico, tratando de deducir mecanismos psicológicos ocultos de orden menor cuya
combinatoria regiría el comportamiento (del todo a las partes). A nivel microscópico, la
neurociencia estudia cómo pequeñas alteraciones estructurales o funcionales pueden devenir
en síntomas o en enfermedades, ensamblando sus resultados en argumentaciones del tipo ‘de
las partes al todo’. Sin embargo, cualquier intento de correlacionar estas dos posturas
epistemológicas, reduciendo el nivel de complejidad de cada una de ellas a sus elementos más
simples, lleva implícito un riesgo, el de perder durante este proceso su capacidad explicativa
(Kendler, 2001). Esta opuesta direccionalidad, o esquema de causalidad (del todo a las partes y
viceversa) no es la única discrepancia metodológica que dificulta la integración de la
neurociencia y la psicoterapia, ya que, además, ambas disponen de lenguajes propios no
equivalentes (dualismo explicativo de Kendler, 2001). Por otra parte, un controvertido tema de
debate en la neurociencia actual es el que enfrenta a los partidarios de correlacionar estructuras
anatómicas y funciones específicas, frente a quienes plantean el modelo de patrones o redes
neurales de activación (que, por analogía, nos recuerda a las discrepancias que en el siglo XIX
mantuvieron los partidarios del localizacionismo propuesto por Joseph Gall, frente al
funcionalismo de Jean Pierre Flourence y Hughlings Jackson).
Por tanto, las posibles correlaciones que se puedan establecer entre psicoterapia y
neurociencia son, hoy por hoy, sugerentes líneas de investigación, más que asertos al amparo
de la evidencia científica.
En la primera parte de este trabajo (publicado en el número anterior de Aperturas), expuse una
revisión histórica del concepto de la enfermedad borderline y un resumen del sistema de
neuropéptidos implicado en esta patología. La crítica hacia tal modelo se centró en el aparente
reduccionismo con que se trata de explicar una fenomenología tan compleja por medio del
estudio aislado de una de sus partes: los mediadores de las funciones neuronales.
Bajo esta perspectiva, en este segundo trabajo pretendo ofrecer un paso más hacia una visión
integrada de la neurociencia y la psicoterapia del trastorno de personalidad borderline. Expongo
algunos conceptos propios del lenguaje psicoanalítico y su posible correspondencia con los
descubrimientos recientes de la neurociencia de las emociones, la memoria y el lenguaje,
aplicándolo a la patología borderline. En una segunda parte presento un resumen más ampliado
y específico del funcionamiento normal y patológico de las diferentes estructuras cerebrales
implicadas.
Por razones de espacio, la exposición de este segundo capítulo se limita a la neurociencia de
estructuras o redes neuronales de asociación, obviando la mayor parte de las veces su relación
con los neuromoduladores y péptidos expuestos en el capítulo anterior. El déficit que esto
conlleva es la falta de integración entre dos niveles epistemológicos cuya interacción permitiría
comprender mejor la fisiopatología y la terapéutica farmacológica del trastorno de personalidad
borderline.
Psicoterapia
En esta sección expongo con algo más de detalle algunos conceptos que se mencionan a lo
largo del texto y que son un común denominador para alguna de las dos disciplinas. El énfasis
está puesto en las posibles relaciones entre los descubrimientos de la neurociencia y algunas
formulaciones que ocupan un primer plano en la teoría y técnica psicoanalítica. El estudio se ha
centrado en los modelos teóricos propuestos por Kernberg, Fonagy, Bleichmar, la Psicología
del Yo y alguna mención a los modelos intersubjetivos.
Las redes neuronales se ‘entrenan’ durante un proceso en el cual la intensidad de la señal de
las conexiones sinápticas se refuerza por estimulaciones repetidas, o se deterioran por falta de
estimulación. De este modo se constituyen patrones neuronales condicionados, cuya activación
se ve facilitada ante la presencia de determinados estímulos tanto internos como externos.
Este fenómeno se conoce como ‘plasticidad cerebral’ y es la base de la adaptación cerebral al
medio. A mayor intensidad de señal, mayor la probabilidad de ser reactivadas, y a mayor
número de reactivaciones, mayor la experiencia que conduce al aprendizaje (Spitzer, 1999).
Schore (2003) opina que “diferentes tipos de estrés no regulados que ocurren durante el periodo
de crecimiento crítico de la corteza orbitofrontal, actúan como una fuente generadora de apego
inseguro” (p.6). Por otra parte, Sowell (2003) considera que la maduración de los lóbulos frontal
y parietal continúa durante la edad adulta. De ambas posturas se traduce que el cerebro tiene la
capacidad de adaptarse a su entorno. Esta adaptación podrá variar en función de las
experiencias vivenciales posteriores. Sin embargo, el patrón de adaptabilidad será más o
menos flexible dependiendo del nivel de desarrollo tisular y de los condicionamientos que dirigen
al individuo a repetir patrones. De este modo, así como el juego es el escenario ‘fisiológico’ para
el aprendizaje durante los años formativos, Gabbard (2000) sostiene que el encuadre seguro
que ofrece la psicoterapia también es un escenario donde se pueden reforzar determinadas
redes neurales, como parte de un aprendizaje. En este sentido, Kandel (2000) considera que
“un tratamiento psicoterapéutico que tenga éxito [...] debe también producir un cambio
estructural en el sistema nervioso” (Kandel 2000, p.1275).
Estrechamente ligado con el anterior, el principio de asociabilidad (propuesto por Jeffrey y Reid
en 1997. Citado en Gabbard 2000), consiste en la capacidad del tejido neural de establecer
combinaciones, remodelado y eliminación de extensas conexiones neuronales que trae como
consecuencia la generación y/o asociación de nuevas redes, pero de una complejidad mayor.
Como se menciona en otros lugares del texto, hay una creciente tendencia en neurociencia a
considerar la producción mental como la consecuencia de la activación de redes neuronales,
siguiendo patrones cuya configuración es dependiente del entorno y, por tanto, flexibles. Cuando
tratemos el tema de las defensas, veremos cómo Northoff considera que su génesis está
mediada por el principio de asociabilidad de varias redes neuronales.
Una representación, en neurociencia, se corresponde con un patrón de activación neuronal
único, cuya activación ha quedado ligada a la exposición a un estímulo concreto. La posterior
asociación de distintas representaciones dará como consecuencia un procesamiento simbólico
cada vez más elaborado. Tales representaciones son almacenadas como memoria y, en
función del número de activaciones previas, su recuperación será más o menos accesible
(Pally, 2000). El significado psicodinámico de ‘representación’ incluye aspectos más amplios,
propios del self y del objeto, formados a través de la experiencia. “Con la maduración se
elaboran los núcleos de las representaciones del sí mismo y de los objetos, que pueden
hacerse accesibles a la consciencia” (Moore y Fine 1997, p.364). Dado que la representación
self y objeto proporcionan la base de los pensamientos o ideas (representación ideativa),
habremos de incluir en el concepto de representación propio de la neurociencia aquellas
aportaciones semánticas que completan la simbolización de nuestras percepciones, para que
así ambos términos sean más equivalentes.
Durante el proceso de consolidación y edición de una unidad de memoria, se establecen
múltiples asociaciones entre aspectos fragmentarios propios del objeto o del suceso a
memorizar, que han sido percibidos por el individuo. Esto incluye vínculos relacionales con otras
memorias previamente almacenadas que se han reactivado ante el nuevo estímulo. Por el
proceso de asociabilidad descrito anteriormente, las unidades de memoria quedan configuradas
como redes, vinculadas unas con otras. Durante la exposición a una situación concreta, la
percepción de determinados elementos por parte del sujeto puede desencadenar la activación
de algunas memorias por pura analogía con alguna de sus partes. A esto se le conoce como
‘patrones concordantes’ (‘matching patterns’). Por tanto, a mayor número de conexiones
durante la estructuración de la memoria, mayor la flexibilidad para asociar con otros recuerdos
previamente almacenados, y mayor la facilidad y riqueza de las asociaciones que luego surgen
en la consciencia.
Los fenómenos transferencialescontratransferenciales están directamente implicados con la
memoria y el lenguaje. Los ‘patrones concordantes’ puede ofrecer un modo de entender la
transferencia no como una y única, sino como múltiples modos de manifestarse, dependiendo
del particular encuadre pacienteanalista, ya que cada una refleja diferentes representaciones y
diferentes patrones de activación neuronal (Gabbard 2000). Dicho de otro modo, la percepción
de aspectos concretos del terapeuta evocaría representaciones diferentes en cada paciente,
basadas en su repertorio de memoria emocional y episódica, así como en sus patrones de
relación.
Paralelamente, la contratransferencia parece regirse de un modo similar: aspectos parciales del
paciente, o situaciones concretas que suceden durante la sesión, conllevarían la evocación de
determinadas representaciones por parte del terapeuta. Representaciones cuyo origen puede
ser variado (Paniagua 2010), desde aquellas concernientes a su mundo interno
(contratransferencia vera), hasta aquellas en las que su modo de actuar estaría condicionado
por una dinámica inducida por el paciente (respuesta de rol, identificación proyectiva). A su vez,
las devoluciones del terapeuta (bien sea un contenido declarativo o procedimental, implícito o
explícito) podrán o no ser percibidas y procesadas por el paciente de una manera concreta (la
suya). De este modo, durante el tratamiento se crea una dinámica de percepciones e
influencias mutuas que ha servido a las nuevas corrientes de psicoanálisis para identificar
nuevos modos de entender la acción terapéutica (LyonsRuth 1998).
La complejidad de la neurociencia expuesta en este trabajo referente a los circuitos activados
en paralelo, las representaciones de signo contrario almacenadas como memoria declarativa o
procedimental implícita, así como la implicación de las neuronas espejo en los procesos
mentales inconscientes, sugieren que la contratransferencia es un fenómeno complejo, aún por
descifrar, en cuya génesis intervienen paciente y terapeuta. Una exposición más detallada del
tema excede el propósito de este trabajo.
Memoria
La memoria puede ser implícita o explícita (inconsciente o consciente) atendiendo al modo de
recuperarla, mientras que conforme al tipo de contenido, la memoria puede ser declarativa o
procedimental (conocimiento de ‘algo’ vs conocimiento del ‘cómo hacer algo’) (Gabbard 2002).
El hallazgo de los diversos tipos de memoria ha constituido un gran avance en materia de
integración de la psicoterapia y la neurociencia. Así, encontramos hasta un total de cuatro tipos
de memoria: declarativa explícita (contenido fáctico consciente), declarativa implícita (memoria
reprimida y expectativas preconscientes), procedimental explícita (i.e., conocimiento consciente
del ‘como hacer algo’ y la defensa de la supresión) y procedimental implícita (modos de relación
interpersonal, relaciones de objeto internalizadas, mecanismos de defensa).
Además, se cree que la codificación de una memoria tiene lugar por una doble vía (Kandel
2000): experiencia cognitiva, mediada por la corteza prefrontal e hipocampo (componente
declarativo de la memoria), y experiencia emocional, mediada por la amígdala y sistema límbico
(componente declarativo). Esto implica un nivel de complejidad mayor que los compartimentos
aislados expuestos, ya que un evento será en condiciones normales codificado como un
conjunto de características, algunas procedimentales y otras declarativas. En los pacientes
borderline se ha observado un déficit en la capacidad de recuperar aspectos cognitivos
asociados a experiencias emocionales. Se cree que la razón para este fenómeno reside en una
comunicación alterada entre corteza prefrontal y amígdala (Brendel 2005).
Este intento de describir los diversos tipos de memoria, separándolos en compartimentos
diferenciados, se complica cuando se observan desde una perspectiva dinámica, ya que los
recuerdos reprimidos del paciente (declarativo implícito) se hallan estrechamente ligados a los
mecanismos defensivos (procedimental implícito) empleados de manera inconsciente para
escapar de afectos indeseables (Gabbard 2000). Por otra parte, las representaciones del objeto
internalizado, la representación del self, o los patrones relacionales internalizados
(procedimental implícito) también activan recursos defensivos con los que evitar afectos
displacenteros asociados a dichas representaciones. En los pacientes borderline predominan
las defensas primarias (escisión, negación, proyección), las cuales están directamente
involucradas con la falta de integración de esas representaciones, conduciendo a sentimientos
de vacío o fragmentación.
Respecto al uso de la memoria en la psicoterapia, Ross (2003) considera que la activación de
memorias emocionales inconscientes (procedimentales), relativas a experiencias
interpersonales tempranas, puede favorecer el recuerdo de aquellas memorias declarativas
que quedaron asociadas a las procedimentales. Es decir, a través de la reactivación emocional
tendría lugar la aparición del recuerdo (¿reprimido?). De este modo, según este autor, se podría
reconsolidar la memoria con nuevas asociaciones más adaptativas. Como expongo más
detalladamente en el apartado de neurociencia, el tipo de memoria que se constituirá a partir de
la exposición a un suceso dado, será función, entre otros, de las capacidades cerebrales
propias del estadio evolutivo en el que se halle el sujeto cuando es expuesto a tal suceso, de los
recursos que su funcionamiento cerebral le permita para incorporar un estímulo externo de un
modo integrado, y de las asociaciones (o condicionamientos) que el sujeto vaya formado en
torno a tal experiencia. Por tanto, para que haya capacidad de almacenar una memoria
declarativa, las áreas implicadas en la codificación y consolidación de estímulos deben estar
disponibles y funcionar coordinadamente. Como veremos, los modelos de neurociencia
sostienen que en los pacientes borderline estos sistemas no funcionan adecuadamente.
¿Qué sucede entonces con las experiencias emocionales intensas de estos pacientes, que
tienen lugar a edades muy tempranas, en las que está poco desarrollado el almacenamiento
como memoria declarativa? En una revisión sistemática de artículos sobre el desarrollo
fisiológico del sistema de memoria, Richmond y Nelson (2007) ofrecen resultados al respecto.
Si bien gran parte de la formación hipocampal se constituye durante la gestación, la
circunvolución dentada (que forma parte de la formación hipocampal, junto con el subículo y el
hipocampo) no llega a estar plenamente desarrollada hasta los dos años de edad. Del mismo
modo, la mielinización de las estructuras cerebrales implicadas en el proceso de consolidación
y recuperación de la memoria declarativa no se completa hasta los 1224 meses de edad.
Durante este tiempo, la velocidad de mielinización no es constante, siendo mucho mayor
durante los primeros 6 meses de vida postnatal. En base a este tempo del desarrollo
neurobiológico, los autores consideran que la codificación y almacenamiento de la memoria
declarativa por debajo de los dos primeros años de vida es un proceso rudimentario, al tiempo
que el proceso de recuperación es altamente específico. Es decir, debido al escaso repertorio
de habilidades cognitivas disponibles a esa edad, la cantidad y calidad de las ‘entradas’ con las
que se asociará una unidad de memoria serán muy escasas, por tanto altamente específicas.
Lo que equivale a decir que predominará la escasez de ‘patrones concordantes’ que ayuden a
enlazar un evento del entorno con el contenido de la memoria. Añadido a esto hay que
considerar que no toda memoria declarativa se mantiene indefinidamente. Aquellas que no sean
de uso frecuente, serán escasamente activadas y, por tanto, no se constituirán como memoria
a largo plazo (según el proceso de extinción de la memoria, expuesto en la sección de
neurociencia).
De ser esto así, ¿qué memoria declarativa estaría recordando el sujeto durante un proceso
psicoterapéutico basado en la reactivación de ciertas memorias procedimentales? Puede que
durante el desarrollo evolutivo del individuo, la exposición a situaciones que sean muy similares
a aquellas en las que tuvo lugar la consolidación de una unidad de memoria, permita que ésta
entre en estado lábil y sea resignificada, esta vez con el potencial neurobiológico y simbólico
propio de la etapa del desarrollo en la que se encuentre. Así, el efecto continuado de las
distintas reediciones que tienen lugar durante el desarrollo de un individuo desembocará en la
constitución de una memoria con una carga asociativa mucho mayor que la original, es decir,
con una elaboración posterior mucho mayor.
Actualmente existe consenso sobre el concepto de ‘memoria en estado lábil’ que sobreviene al
recordar un evento. Sin embargo, a partir de aquí hay autores que consideran que esta memoria
en estado frágil se resignifica con información adicional del entorno, pasando a recodificarse
como una memoria diferente de la original (Nadel, Sara 2000, citado en Bleichmar 2001),
mientras que otros autores, replicando los mismos estudios (Taubenfeld 2001, Tronel 2005),
opinan que los procesos de consolidación (incorporación de memoria nueva) y reconsolidación
(recuperación de una memoria) están mediados por estructuras anatómicas diferentes y por
procesos bioquímicos distintos, concluyendo que la adición de una nueva característica a una
memoria antigua tendrá lugar por medio de una nueva codificación, por tanto sin alterar la
memoria original.
Aplicando este razonamiento a la patología borderline, en numerosos estudios de neurociencia
se ha mostrado la incapacidad de estos pacientes de controlar sus emociones, su mayor
sensibilidad a la detección de caras con carga afectiva, a la malinterpretación emocional del
contenido verbal que perciben, a su dificultad para establecer memorias de tipo semántico, y su
dificultad a la hora de manejar simbolizaciones. Debido a que la memoria declarativa está
alterada por cambios estructurales y funcionales de áreas como el hipocampo, corteza frontal
dorsolateral, temporal izquierda y orbitofrontal, el modo de almacenar recuerdos dependerá
fundamentalmente de las distorsiones afectivas propias de la amígdala y sistema límbico. En la
sección de neurociencia expongo más detenidamente cómo la actividad anormal de la corteza
orbitofrontal y del hipocampo de los pacientes borderline es incapaz de regular los
automatismos del sistema límbico y la tendencia a almacenar sus impresiones como memoria
procedimental. Estos resultados sugieren la aplicación de un encuadre técnico en el que
predomine lo procedimental, como vía de comunicación con un tipo de paciente en el que las
funciones yoicas están tan comprometidas.
En este punto procede comentar un modelo que sitúa la acción terapéutica a través de lo
procedimental. Es el modelo sugerido por Bleichmar (2001), conocido como ‘acoplamiento de
experiencias’. Según este modelo, el proceso de cambio terapéutico tiene lugar por medio de la
generación durante la terapia de nuevas memorias procedimentales, nuevos valores
asociados a los condicionamientos preexistentes. Para conseguirlo, el autor plantea en un
primer paso reactivar la ‘memoria afectivamente dependiente’. Este tipo de memoria, definida
como “[aquel recuerdo] que corresponde a un estado emocional similar al que tiene el sujeto en
el momento de recordar” (Ibid, p.52), parece conceptualmente contenida dentro de los ‘patrones
concordantes’. Equivale a decir que el sujeto recordará eventos cuya conexión con el presente
viniera condicionada por un tipo de ‘entradas’ concretas, las afectivas. Una vez esta memoria es
lábil, el paso siguiente será intervenir, aportando nuevos elementos que quedarán asociados de
forma implícita a dicha memoria. “Hay que lograr que el paciente recuerde con carga vivencial
[...] el momento del deseo. […] En el momento en que esto sucede, sí valen las interpretaciones
de las motivaciones […], pues se acoplarán y reestructurarán la memoria” (Ibid, p. 53).
Según los modelos de neurociencia vigentes, la memoria ‘reestructurada’ podrá almacenarse
suplantando a la anterior (modelo de la reconsolidación) o como una nueva codificación en la
que la memoria antigua no se destruye pero queda asociada a un nuevo enlace (ya sea una
simbolización, experiencia emocional, etc.). En el encuadre propuesto por Bleichmar
encontramos un paralelismo directo con el primer modelo (teoría de la reconsolidación). Sin
embargo, también se puede hallar una correlación con el segundo: mediante el acoplamiento de
experiencias, se generan nuevas asociaciones con la memoria primitiva, asociaciones que,
tanto por la intensidad de lo vivido, como por la repetición a que son sometidas durante el
tratamiento, conducen a reforzar un patrón de activación concreto. Este nuevo patrón contribuye
a la consolidación de la memoria. Actualmente existe evidencia de que a mayor activación de un
circuito neuronal, mayor refuerzo de sus conexiones y por tanto, mayor la tendencia a que un
circuito sea predominante (Spitzer, 1999).
Sea como fuere, cualquiera de las dos modalidades de almacenamiento de memorias permite
albergar la hipótesis de que los recuerdos infantiles primitivos (ya sean procedimentales o
declarativos) están ensamblados en un sistema de memoria rudimentario, y expuestos a
procesos de cambio durante la experiencia vital del individuo, con lo que adquieren un grado de
complejidad creciente. Si aceptamos como válida la hipótesis formulada por Tronel y col.,
podríamos argumentar que la exposición durante el desarrollo del individuo a situaciones en
las que los recuerdos entran en estado lábil, permite la codificación de diferentes
representaciones que no anularán a las anteriores y que podrán ser contradictorias (self, objeto
self, patrones de relación, representación del deseo, modos de defensa frente a conflictos,
representación de una carencia, etc). La presencia de pares de representación opuestos nos
permite incluir de una manera coherente los conceptos de déficit y conflicto dentro del modelo
expuesto en este trabajo.
Conflicto
Si aceptamos que la memoria se puede codificar en paralelo, con interconexiones frecuentes
entre memorias declarativas e implícitas, si aceptamos que las experiencias tempranas se
consolidan como memoria procedimental hasta que el cerebro dispone de la logística necesaria
para simbolizarlas (consciente o inconscientemente), de manera diferente según el estadio del
ciclo vital en que se encuentre el individuo, si aceptamos que esta simbolización posterior
(confabulación) sirve para integrar aspectos fragmentados del self (cuya carencia es prototípica
de los borderline), si aceptamos que las diferentes representaciones así formadas pueden ser
de signo opuesto y que esto puede dar lugar a un conflicto que genera emociones
displacenteras, entonces podemos plantear la utilidad de tomar como foco terapéutico los
mecanismos de defensa usados para mitigar las consecuencias de un desarrollo alterado.
Uno de los modelos que opera con las defensas (desde la perspectiva de las relaciones
objetales) es el propuesto por Kernberg y col. Aunque la aplicación de su modelo al tratamiento
de la personalidad borderline se expone en otros apartados de este trabajo, aquí hago especial
mención a la integración que ofrece entre la teoría de las relaciones objetales y la del conflicto.
Kernberg, Clarkin y Yeomans (1999) consideran que es la interacción entre factores
constitucionales y ambientales lo que determina la estructura psíquica de la patología borderline.
Según estos autores, el desarrollo normal infantil supone la integración de experiencias
relacionales que configuran, como resultado, un mundo interno repleto de patrones, en
ocasiones conflictivos. Si estas representaciones internas se pueden integrar, el resultado será
una visión del entorno más realista y adaptativa, donde los objetos de relación son percibidos al
mismo tiempo como satisfactorios y frustrantes. Sin embargo, el desarrollo patológico propio
del trastorno borderline supone una falta de integración de los aspectos parciales de los objetos.
Las razones que estos autores aportan implican una alteración que se puede localizar a
diferentes niveles: alteraciones neurobiológicas de los centros reguladores de los afectos,
trauma infantil temprano y/o déficit en la capacidad de proveer autorregulación por parte de las
figuras parentales.
Otros trabajos de neurociencia que parecen estar en relación con la falta de integración de
objetos son los ofrecidos por Brendel (2005) y Jones y Herbert (Jones y Herbert 2006, citado en
Richmond 2007). En el primero se sugiere que la corteza orbitofrontal está implicada en la
discriminación de memorias que se consideran irrelevantes y que han sido activadas ante la
similitud entre alguna entrada del entorno y una memoria emocional procedimental (vía
‘patrones concordantes’), permitiendo con ello una respuesta más racional y adaptativa al aquí y
ahora. Por otra parte, Jones y Herbert sugieren que el hipocampo inmaduro (o quizá también el
patológico) establece conexiones débiles entre las diferentes entradas de memoria, quedando
éstas como unidades rígidas, aisladas y altamente específicas, en lugar de memorias flexibles
susceptibles de asociación. Para la patología borderline, las consecuencias que sugieren
ambas posturas son, por una parte, defectos en el proceso de asociación y estructuración
jerárquica entre las diferentes memorias (o representaciones), y por otra, una mayor dificultad
para percibir conscientemente una unidad de memoria (por ejemplo, una emoción). Dicho de
otro modo, al paciente le cuesta más trabajo se consciente de sus percepciones (tanto internas
como externas) y ponderarlas luego en función del contexto, para así emitir una respuesta
(verbal/motora) más adecuada. La rigidez vendría dada por la activación automática de patrones
relacionales implícitos (mediados por el sistema límbico) ante aspectos de la realidad que son
percibidos de un modo fragmentado.
Añade Kernberg que el déficit en la regulación afectiva y control de impulsos durante el
desarrollo temprano puede conducir a experiencias conflictivas con las figuras significativas,
quedando almacenadas como patrones relacionales internalizados. Brendel y col. (2005)
sostienen que estos conflictos pueden a su vez implicar un feedback sobre las alteraciones
neurobiológicas, reforzando unos patrones de activación (sistema límbico) o debilitando otros
(corteza prefrontal). La opinión de estos autores resulta compatible con el concepto de
plasticidad cerebral expuesto anteriormente, en el cual, a mayor intensidad de señal, mayor la
probabilidad de ser reactivadas determinadas redes de asociación y, con ello, mayor la
experiencia que conduce a un aprendizaje concreto (Spitzer, 1999).
Otro modelo de análisis de defensas es el propuesto por la psicología del yo. Dentro de esta
corriente de pensamiento, para los fines de este trabajo cabe mencionar las concepciones
propias de la psicología del yo moderna, la cual considera que los conflictos pueden ser tanto de
constitución intrapsíquica como relacional. Bajo el concepto de ‘integración del yo’, Marcus
(1999) describe los procesos de síntesis de que dispone el yo para integrar sus patrones
relacionales, formaciones de compromiso, y su self. Este punto de vista supone un avance
desde la psicología del yo hacia el modelo integrador expuesto en este trabajo, en la medida en
que permite centrar el foco terapéutico en función de los aspectos conflictivos (intrapsíquicos y
relacionales) o deficitarios.
Desde la perspectiva de la psicología del yo, se busca que el paciente obtenga sus propias
conclusiones, usando para ello sus recursos yoicos. Dado que los pacientes borderline
presentan un nivel de integración yoica reducido, la analizabilidad de los conflictos parece un
objetivo difícil de alcanzar, o cuanto menos, un objetivo a largo plazo.
Por otra parte, aquellos pacientes que sí disponen de una suficiente integración yoica, la
psicología del yo moderna permite abordar la dimensión conflictiva intrapsíquica y relacional.
Este foco de tratamiento permite que el paciente refuerce determinados patrones de activación,
como aquellos encargados de discriminar las percepciones consideradas como poco
adaptativas (Brendel 2005), así como las redes neurales prefrontales encargadas de modular
las descargas amigdalinas. El procedimiento por el que estos fenómenos tendrían lugar resulta
coherente con la dinámica de la ‘plasticidad cerebral’ expuesta previamente.
Un aspecto definitorio de la psicología del yo es su posicionamiento respecto a la
coconstrucción de narrativas. Si bien la construcción conjunta de narrativas persigue la
modificación de las memorias destructivas, proveyendo al paciente de nuevos modos
relacionales implícitos con los que adaptarse al medio, el modelo que ofrece la psicología del yo
consiste en abordar los conflictos que impiden que el paciente perciba las dinámicas
inconscientes que subyacen a esos modelos de relación alterados. De este modo, es el propio
paciente el que va resignificando su pasado y presente, siguiendo como guía las
contradicciones que va descubriendo a través del análisis de sus defensas. Por tanto, para este
modelo teórico, la construcción conjunta de narrativas en el espacio pacienteterapeuta es
entendida como un nuevo y sofisticado mecanismo de defensa que el paciente usará para evita
el abordaje de sus conflictos.
Sin embargo, teniendo en cuenta la constelación de alteraciones neurofisiológicas observadas
en los pacientes borderline (en especial las que atañen a estructuras relacionadas con la
memoria declarativa, con las áreas del lenguaje y con las funciones ejecutivas del neocórtex),
no es de extrañar que las funciones yoicas estén subdesarrolladas. Dado que esto dificulta la
escisión del yo observador que facilite un trabajo de superficie y su correspondiente proceso de
elaboración, parece que la aplicación de aquellas técnicas centradas en lo procedimental se
ajusta más a las reducidas capacidades yoicas de estos pacientes. Pero, ¿sería posible una
intervención secuencial? Como sugiere Kandel, “un tratamiento psicoterapéutico que tenga éxito
[...] debe también producir un cambio estructural en el sistema nervioso” (Kandel 2000, p. 1275).
Por tanto, en la medida en que se vayan modulando por lo procedimental las alteraciones de
aquellas redes neuronales hiperactivas, y se vayan desarrollando nuevos recursos en el cerebro
ejecutivo mediado por el proceso de la plasticidad cerebral, el resultado esperable
(hipotéticamente) será una mayor predisposición del paciente para abordar su dimensión
conflictiva. Dicho de otro modo, en la medida en que se promueva un control emocional de
‘abajo a arriba’ estaremos en mejor predisposición de abordar un control cognitivo y conductual
‘de arriba abajo’. (Estos dos sistemas de regulación han sido formulados por aquellos que
consideran las funciones cerebrales jerarquizadas en tres niveles de complejidad creciente:
reptiliano, paleomamario y neomamario (Hart 2008). Serán expuestos con más detalle en la
sección de neurociencia).
Cozolino (2010) sostiene que hacia los 3 años de edad el predominio funcional del hemisferio
derecho se invierte, observándose un creciente patrón de activación en el hemisferio izquierdo
(así como en áreas prefrontales). Éste contiene la mayor parte de las estructuras necesarias
para el lenguaje y, por tanto, para el procesamiento de percepciones de un modo simbólico, lo
cual parece un interesante punto de encuentro entre la neurociencia y la psicología del yo, ya
que ésta considera el paso del individuo por la fase edípica como un elemento fundamental en la
constitución del psiquismo (en especial el ideal del yo).
Kernberg considera que los valores internalizados en los pacientes borderline son
contradictorios e incluso ausentes (Clarking, Yeomans, Kernberg 2006). Enlazando esto con lo
expuesto en la siguiente sección sobre las alteraciones observadas en la corteza prefrontal
dorsolateral de pacientes expuestos a trauma infantil, autores como Hart, Schore y Rüsch
sostienen que estas experiencias tempranas de humillación o rechazo implican el desarrollo de
un sentimiento de vergüenza, típico del paciente borderline. En efecto, si posicionamos la
vergüenza en un punto entre “un polo externo u objetal, ante el cual el sujeto siente vergüenza, y
un polo interno en la esfera del self del que uno se siente avergonzado” (Wurmser 1981, citado
en Moore y Fine p. 468), la falta de integración de ambos elementos constituye un ideal del yo
poco estructurado. Dado que el ideal del yo se va formando durante el desarrollo yoico, en base
a las identificaciones con las figuras significativas, es de esperar que los pacientes borderline
sean deficitarios en esta área.
Moore y Fine (1997) consideran que “algunos de los modos más importantes de defensa contra
los afectos de vergüenza son los de la vuelta de estos sentimientos contra otros objetos, que
llevan al sujeto a encontrar despreciables o ridículas a otras personas, en vez de a sí mismo”
(p. 468).
Si se llevaran a cabo estudios conjuntos de neurociencia y psicoterapia, centrados en niños de
esta edad con antecedente de trauma infantil, quizá se podría comprender mejor cómo influye el
cambio a nivel cerebral que describe Cozolino, atendiendo a los déficits que se observan en los
pacientes borderline, tanto a nivel del uso del lenguaje, como del estancamiento en el desarrollo
de defensas más evolucionadas.
En línea con lo anterior, la neurociencia y la psicología del yo se aproximan al tratar la similitud
entre el ‘sistema de búsqueda recompensa’ y el concepto de pulsión. Si en la corteza
prefrontal se integran las percepciones internas y externas que han sido procesadas
emocionalmente por la amígdala, que se han podido almacenar como memoria declarativa o
procedimental, y que también han podido ser simbolizadas por mediación de las áreas del
lenguaje, podemos sospechar que es en el cerebro ejecutivo donde tiene lugar gran parte del
pensamiento, tal y como lo concebimos. El pensamiento se compone básicamente de
representaciones unidas por criterios de causalidad y temporalidad (Solms 2002). Estas
representaciones se organizan al menos a un nivel simbólico en los diferentes sistemas
motivacionales del individuo. La psicología del yo ha centrado su interés en los dos sistemas
motivacionales que definen al psicoanálisis clásico: sexualidad y agresividad. Según la
definición de Moore y Fine (1997), la diferencia entre un instinto (animal) y una pulsión instintual
(humana) sería que la primera implica “una fuerza motivacional que invariablemente se expresa
en un patrón específico de conducta”, mientras que la pulsión es entendida como “la totalidad de
las representaciones mentales que pueden asociarse a un proceso somático determinado...
[implicando] tanto connotaciones evolutivas como madurativas” (p. 344345). Dicho de otro
modo, una pulsión podría ser entendida como aquellas redes neurales que se activan ante la
presencia de determinadas entradas (deseos, necesidades homeostáticas del medio interno) y
cuyas manifestaciones serán tan variables como flexible sea la activación de las
representaciones con las que se asocie por medio de patrones concordantes. El hecho de que
se haya implicado al sistema dopaminérgico prefrontal en los procesos de búsqueda y
recompensa, abre la posibilidad a la investigación conjunta entre neurociencia y psicoanálisis,
en lo referente al principio del placer y a los sistemas motivacionales.
Según lo que conocemos respecto a la fisiología de la corteza prefrontal (detallado en la sección
de neurociencia), parece que la capacidad simbólica propia de la especie humana permite que
aquellas tendencias que se cree condicionadas por una pulsión, sean de fin abierto. Es decir, la
intencionalidad de las pulsiones podría ser simbolizada, desplazada de su destinatario inicial.
Brenner sostuvo que las pulsiones instintuales eran innatas, aunque sólo se podían expresar a
través de la experiencia. Sin embargo Jacobson apuntó que las pulsiones instintuales eran
producto del desarrollo (Moore y Fine 1997).
Tanto si las motivaciones individuales son innatas como adquiridas, se pueden encontrar
elementos comunes en ambas posiciones, pues las dos generan deseos, impulsan acciones y
están expuestas a prohibiciones (a su vez endógenas o exógenas). En definitiva, son capaces
de generar conflicto. Como apunté anteriormente, el manejo del conflicto (entendido como pares
opuestos de representaciones mentales) exige la disposición por parte del individuo de modos
de neutralizarlo, para así evitar sentimientos displacenteros. El repertorio escaso y disfuncional
de estos métodos de neutralizar tendencias o deseos no admitidos es un rasgo prototípico de
los pacientes borderline, en los cuales predominan las defensas primitivas (identificación
proyectiva, negación y escisión).
Los mecanismos de defensa han sido estudiados desde la perspectiva de la neurociencia por
Northoff y col. (2003, 2004, 2006). Estos autores plantean la hipótesis de que las defensas son
la consecuencia de la activación de patrones neuronales de signo opuesto, localizados en las
cortezas prefrontal medial y lateral, y que su activación tendría lugar durante la interacción
emocionalcognitiva. Describen la ‘modulación recíproca’ entre estas dos áreas cerebrales
como el procedimiento por el cual la corteza prefrontal medial se activa al recibir un
procesamiento emocional, mientras que la corteza prefrontal lateral se activa durante los
procesos cognitivos. De este modo “la inclusión de un componente emocional [durante la
ejecución de] una tarea cognitiva conduce a un menor descenso de activación en la corteza
prefrontal medial y, al mismo tiempo, a un menor incremento en la activación de la corteza
prefrontal lateral” (Ibid. p. 8). Respecto a la patología borderline, destacan estos autores que
aunque se han estudiado mucho las alteraciones funcionales y estructurales de la corteza
orbitofrontal y sistema límbico, aún no se ha evaluado la modulación recíproca entre las
regiones prefrontal y lateral en estos pacientes.
El modelo planteado por Northoff está relacionado con el concepto de ‘integración neuronal’
(citado en Cozolino 2010), que sostiene que para que un sistema funcione, no basta con la
operatividad aislada de sus componentes, sino que es preciso que su conectividad y plasticidad
también estén preservadas. Como apuntó Damasio (1999), “el cerebro es un sistema de
sistemas. Cada sistema está compuesto por una elaborada interconexión de pequeñas pero
microscópicas regiones [...], constituidas por circuitos locales microscópicos, los cuales están
a su vez formados por neuronas, las cuales están interconectadas por medio de sinapsis” (p.
331).
Hasta la fecha, la regulación cerebral se ha descrito de diversos modos: ‘arribaabajo’,
‘hemisferio izquierdoderecho’, ‘actividad frontaldorsal’. A estos esquemas, propios de la
neurociencia, se podría añadir otros dos, más propios del trabajo psicoanalítico: ‘regulación
conscienteinconsciente’ y ‘regulación emocionalcognitiva’. El modelo expuesto por Northoff
para la génesis de las defensas quedaría representado por ambos.
Volviendo al tema de las defensas, de todos los mecanismos descritos la escisión ha sido el
mejor estudiado por la neurociencia. La descripción de Kernberg de que “en los pacientes en los
que predomina la escisión, cada parte escindida tiene acceso a la conciencia, aunque de un
modo discontinuo, abrupto y disociado... [experimentando] pensamientos, afectos y conductas
contradictorias” (2006, p.18) se correlaciona con el fenómeno conocido como ‘cerebro dividido’
estudiado por Ruesch et al. en pacientes con antecedentes de trauma psíquico (2007), y
también con la idea de Wingenfeld (2010) de que los episodios disociativos podrían tener una
función neutralizadora de ansiedad, en la medida en que ralentizan la descarga endocrina
asociada al estrés.
La escisión, entendida como elemento que aísla representaciones mentales almacenadas
como memoria declarativa o procedimental, también se puede correlacionar con el sistema de
regulación ‘arribaabajo’, en el que la corteza prefrontal controla las descargas del sistema
límbico. Dado que en los pacientes borderline este sistema de regulación está alterado,
podemos plantear que presentan una escisión cognitivaemocional (‘arribaabajo’). En Kernberg
leemos que “los pacientes borderline están bajo la influencia de emociones primitivas e
intensas, que no están integradas y no pueden controlar; estas emociones se activan junto con
su correspondiente sistema cognitivo. Estos individuos no sólo manifiestan agresividad, sino
que piensan que hay buenas razones que lo justifican” (Kernberg 2006, p.1617). Además, la
descripción de Kernberg también hace eco de la compleja fisiología del mundo
representacional, en cuanto que las descargas agresivas (amigdalinas) no son estrictamente el
resultado de una activación automática (vía procedimental), sino que su procesamiento incluye
la participación de diferentes áreas, desde la activación inmediata del sistema límbico hasta la
paso final por las áreas prefrontales con las que se otorga significado a una experiencia. El
aspecto sintónico de las racionalizaciones con que los pacientes borderline otorgan sentido a
sus percepciones no integradas, nos muestra el carácter intrapsíquico de su procesamiento.
Como sostiene Gabbard (2000), las emociones fuertes pueden activar una red neuronal que
conecte con una representación de índole negativa, obteniendo como resultado una conducta
evitativa de aquellos procesos racionales propios del neocórtex, y consecuentemente, la
evitación de un self más global del paciente. La escisión que supone esta conducta evitativa
podría ser entendida como un desbordamiento de la capacidad de contención emocional propia
de la patología borderline.
Déficit
En línea con el modelo de codificación de la memoria expuesto anteriormente, el déficit puede
ser entendido bien como la consecuencia de haber inscrito en la memoria la representación de
una carencia, o bien porque no se haya constituido una representación, que a su vez resulte
necesaria para integrar otras representaciones. La primera hipótesis recuerda al proceso de
duelo, mientras que la segunda supone un modo de ser sin la percepción de que algo falta. La
importancia que tal distinción implica para la psicoterapia estriba en las diferencias que
hallamos en cuanto a la técnica, pues la percepción de una falta, aún siendo estrictamente un
déficit, puede devenir en conflicto (envidia, autoestima, rabia, etc.).
Según Adler (1979, citado en Gabbard 2002), el trastorno de personalidad borderline está
basado en un modelo de déficit en el cual predomina el fracaso del paciente para desarrollar un
objeto interno sostenedor. Esto condiciona su tendencia a la regresión en contextos que
perciben como amenazantes. Además, está documentada la tendencia de estos pacientes a
percibir estímulos neutros como amenazantes, reforzando la actitud anterior.
Lecours (2007) considera que las intervenciones de apoyo permiten simbolizar elementos
psíquicos propios de las patologías por déficit, en las cuales los distintos elementos no están
constituidos en el inconsciente reprimido y, por tanto, son ajenos a la interpretación. Estas
intervenciones de apoyo quedan englobadas en las llamadas ‘intervenciones afirmativas’
(Killingmo 1989), y se considera que pueden reforzar el aprendizaje procedimental de nuevos
modos de relación, en los que las conductas impulsivas y agresivas vayan dando paso
progresivamente a estados de menor ansiedad basal. Según la escuela intersubjetiva,
“es la relación terapéutica el agente fundamental para [las] posibilidades de evolución, aunque
[...] no podemos prescindir de las interpretaciones explicativas, precisamente para que la
comprensión de esta relación permita el necesario fortalecimiento del self. Estos pacientes [...]
sienten las interpretaciones como una agresión o rechazo, sin que el enunciado de la
interpretación sea determinante de la respuesta.[...] En las intervenciones de tipo interpretativo,
es en las que más radicalmente se pone de manifiesto la separación entre el self y el objeto [...]
constituyéndose en un argumento demoledor de las fantasías de omnipotencia y de fusión con
el objeto” (Coderch 2007, p.367). Este autor añade una consideración al concepto de déficit, a
saber, “[la] inhibición de las funciones del yo ocasionada por el déficit estructural del self” (Ibid.
p.365).
Este concepto, denominado ‘defecto’, encuentra eco en la psicología del yo donde, como
mencioné previamente, tradicionalmente ha constituido un foco terapéutico central. A su vez, la
opinión de este autor respecto al impacto de las interpretaciones, es en parte similar al modelo
de la psicología del Yo.
Aplicado a los pacientes borderline, en los que hay una marcada tendencia a distorsionar las
percepciones de contenido emocional, huelga decir el carácter intrusivo que tales
interpretaciones pudieran tener. Sin embargo, la terapia basada en la transferencia de Kernberg
ha mostrado ser un tratamiento eficaz en esta patología, lo cual sugiere, una vez más,
discrepancias entre los posicionamientos teóricos y en los resultados obtenidos por los
diferentes métodos de estudio.
Los estudios epidemiológicos de Zanarini (2000) refuerzan la hipótesis de que situaciones de
abuso o abandono durante la infancia están implicadas en el desarrollo de la personalidad
borderline. Bajo tales condiciones de abandono o trauma, Schore considera que no se forman
conexiones sinápticas adecuadas entre la corteza orbitofrontal y el sistema límbico (Schore
2003), con lo cual el proceso madurativo de estas áreas cerebrales queda retenido.
Fonagy y Target (2002) han propuesto un modelo basado en la mentalización, en el que la
capacidad de regulación afectiva del niño se promueve en el contexto de la interacción estrecha
con los cuidadores. Es un modelo de retroalimentación en el cual las aportaciones especulares
de los cuidadores, en lo referente a los estados emocionales del niño, contribuyen a que éste
desarrolle progresivamente la capacidad de representar sus propios estados subjetivos
internos, distinguiéndolos de los ajenos. Ambos pueden ser procesados de forma implícita o
explícita, e incluyen tanto percepciones como deseos o pensamientos.
Defectos en la capacidad de mentalización suponen una dificultad para percibir los estados
emocionales internos, y por tanto también para controlarlos. Asimismo, la percepción y correcto
entendimiento de las actitudes ajenas también está mermada, hecho que concuerda con lo
expuesto en otros puntos de este trabajo, concretamente con los defectos hallados en la
corteza orbitofrontal y en las áreas del lenguaje del hemisferio derecho (percepción de la
prosodia), que ocasionan fallos en la regulación ‘de arriba a abajo’ e ‘izquierdaderecha’,
predominando la tendencia a malinterpretar tanto los estados internos como las percepciones
del exterior.
Además, según se comenta en la sección de neurociencia (Hart 2008), en los pacientes
borderline se ha hallado alteraciones de la tríada fisiológica del apego (que implica a los
neurotransmisores oxitocina, vasopresina y opioides), lo cual permiten formular la hipótesis de
que las conductas típicas de estos pacientes (fluctuación emocional, impulsividad y agresividad)
están mediadas por los neurotransmisores citados.
Según Bateman y Fonagy (citado en Eizirik y Fonagy 2009) hay tres principales vías por las que
se llega a desarrollar la patología borderline: uso de defensas para proteger al individuo frente a
los estados mentales de los cuidadores que muestran malevolencia hacia ellos; alteración de
circuitos neuronales implicados en la mentalización, en situaciones traumáticas; e
hipersensibilidad del sistema de apego. Por tanto, la ‘terapia basada en la mentalización’ creada
por estos autores consiste en “desarrollar un proceso terapéutico en el cual las percepciones
del paciente acerca de su propia mente y de las mentes ajenas, sea el foco de tratamiento” (Ibid
p. 73). Por tanto, ofrecer insights al paciente acerca de los supuestos motivos que han guiado
sus percepciones o comportamientos no es un objetivo de la terapia basada en la
mentalización, como tampoco lo es el análisis del conflicto (intrapsíquico ni relacional). Cuando
lo aplicamos a la patología borderline, encontramos estudios estadísticos que sugieren la
utilidad de la terapia basada en la mentalización (Bateman y Fonagy 2008), pero también
encontramos evidencia de que la terapia basada en la transferencia es efectiva (Kernberg
1999), aunque con ninguna de las dos no se ha conseguido la remisión de la enfermedad.
Lenguaje
La importancia de los sistemas de memoria, lenguaje y control emocional son un común
denominador de las distintas corrientes de psicoterapia dinámica. La intensidad y predilección
por alguno de estos sistemas es una de las grandes diferencias de los modelos expuestos. El
lenguaje es un fenómeno complejo cuyo procesamiento sigue siendo en gran parte
desconocido.
Para las terapias centradas en el conflicto (ya sea intra o extrapsíquico) el lenguaje es el medio
por el cual se intenta promover en el paciente el desarrollo de sus funciones ejecutivas, lo cual
tendría como consecuencia la modulación afectiva y de impulsos, así como una capacidad
superior de simbolización y proceso secundario (regulación ‘izquierdaderecha’ y ‘arribaabajo’).
Dado que el lenguaje emplea varias áreas anatómicas, el patrón de activación neuronal
implicado en el lenguaje requiere para su correcto procesamiento, la disponibilidad de áreas de
asociación normofuncionantes. Además, se requiere que haya comunicación con las áreas de
procesamiento de las emociones. De hecho, la fluencia verbal se ha correlacionado con un
aumento en el control de las manifestaciones agresivas (Miller 2008).
Si el sistema funciona de un modo integrado, el sujeto tendrá la capacidad de representarse
simbólicamente a sí mismo y a sus objetos de relación, de establecer asociaciones, y de
favorecer que tales representaciones y asociaciones queden registradas como elementos de
memoria. Sin embargo, los pacientes borderline presentan fenómenos de escisión cognitiva y
afectiva, alteraciones en la representación del self, del self objeto, y mayor dificultad para el
discurso verbal. Como veremos en la sección de neurociencia, todo esto sugiere que aunque
las técnicas centradas en favorecer un mayor control de las emociones por parte de la corteza
prefrontal son herramientas útiles para el tratamiento del trastorno borderline, su aplicabilidad a
estos pacientes se ve reducida de entrada por las características propias de la enfermedad.
Por otra parte, las teorías que abogan por el empleo de las experiencias emocionales
correctivas como mecanismo de cambio (via memoria procedimental), consideran el lenguaje
como un medio más a través del cual el paciente llega a revivir sus emociones, las cuales
serán posteriormente recodificadas. Brendel y col. (2005) sugieren que la utilidad para el
trastorno borderline radica en su capacidad de promover en el paciente medios simbólicos con
los que entender y modular sus estados afectivos (lo que suena muy próximo a la capacidad de
mentalización), mediante el refuerzo constante de aquellas redes neurales encargadas de las
emociones. En este punto, las escuelas relacionales consideran que el cambio se produce por
la construcción entre paciente y analista de un nuevo patrón relacional (regulación
‘abajoarriba’). Cozolino (2010) sostiene que la coconstrucción de narrativas a partir de la
memoria autobiográfica del paciente, permite integrar estados afectivos a las experiencias, y
con ello, la integrar redes neuronales que operan en paralelo. Según estos modelos, el lenguaje
sirve para promover la consolidación de memorias implícitas con las que corregir patrones
alterados. En línea con este planteamiento, la terapia basada en la mentalización (Fonagy y
Target) promueve la capacidad de disertación sobre los estados emocionales, propios y ajenos,
mientras que el modelo propuesto por Bleichmar busca la integración de los abordajes
emocional y cognitivo por medio del acoplamiento de experiencias.
Según comenté previamente acerca de la homeostasis que se establece entre las diferentes
redes neuronales de asociación, resulta coherente que a mayor número de redes, mayor la
complejidad del equilibrio a mantener. Y también, a mayor número de experiencias vitales,
mayor la cantidad de información a integrar. El trastorno borderline se caracteriza por un retraso
en la maduración de estos procesos, con marcadas tendencias a la regresión hacia etapas en
las que predomina la falta de integración de sus representaciones (internas y externas), donde
sus patrones relacionales son anómalos (bien por falta de aporte externo o por inadecuación del
propio paciente) y donde los mecanismos defensivos son pobremente estructurados.
Bajo esta perspectiva, para el tratamiento del trastorno de personalidad borderline los hallazgos
de la neurociencia expuestos en este trabajo sugieren la utilidad tanto de aquellas técnicas que
favorecen la incorporación en el paciente de nuevos modelos de relación (los basados en la
memoria procedimental), como de los modelos de psicoterapia que intervengan en el refuerzo
de los sistemas de control ‘arribaabajo’ e ‘izquierdaderecha’ (es decir, aquellos que conciben
el cambio terapéutico a través del trabajo con el conflicto). La aplicabilidad de uno u otro modelo
vendría dada por las capacidades yoicas y por los patrones relacionales del paciente. Como
ejemplos de estos modelos integradores, cabría citar el sistema Modular Transformacional
(Bleichmar 1997) y la psicoterapia psicodinámica pragmática (Summers y Barber 2009).
Es de esperar que mediante la implementación de estudios prospectivos se llegue a definir un
algoritmo diagnóstico y terapéutico para una enfermedad que, décadas después de su
concepción, sigue mostrando escasa respuesta al tratamiento.
Neurociencia
En la década de 1980 la neurociencia comenzó a definirse como un nuevo modo de estudiar la
patología borderline (Andrulonis et al. 1981). La progresiva implementación de métodos más
sofisticados para evaluar dinámicamente el cerebro conllevó la publicación de numerosos
estudios, empleando diferentes focos de observación y métodos de evaluación. Predominan los
estudios de la amígdala y el sistema límbico, como centros de regulación del afecto, la rabia y
las conductas impulsivas, frente a los estudios de otras áreas cerebrales implicadas en el
trastorno de personalidad borderline, como son las cortezas de asociación, la corteza prefrontal
y orbitofrontal y las áreas del lenguaje. Una explicación que ofrece Kandel para este sesgo de
investigación reside en la dificultad técnica que supone estudiar las estructuras anatómicas que
como humanos mejor nos definen. Concretamente se refiere a la limitación que supone para
el estudio del comportamiento humano la experimentación con modelos animales que carecen
de ciertas estructuras filogenéticamente más evolucionadas (Kandel 2000), a lo que se podría
añadir la enorme complejidad que va implícita en el mundo representacional que generan estas
estructuras.
La amígdala, situada en la base del sistema límibico, es una estructura cerebral primitiva,
funcionante desde el nacimiento. Su papel es fundamental en la regulación del miedo,
agresividad, huída, ataque, paralización, y también en el aprendizaje emocional. Conforme las
estructuras cerebrales prefrontales van alcanzado un nivel de maduración mayor, aumenta su
control sobre la intensidad y duración de las descargas límbicas. En ese momento, aunque la
amígdala sigue conservando su capacidad de inducir respuestas emocionales de una manera
inmediata ante la percepción de peligro, a medio y largo plazo queda subordinada a las áreas
prefrontales. Actúa así como un sistema de ‘señalización y monitorización’ constante de los
estímulos que recibe del exterior, a los que otorga un ‘valor’ emocional que posteriormente será
modulado por las áreas ejecutivas cerebrales.
Los estados de ansiedad implican un umbral más bajo para las descargas amigdalinas,
comparados con las descargas que manifiesta la amígdala en estado basal. Esto es
corroborado por Best et al. (2002), al comprobar que durante los episodios de agresividad
impulsiva, los pacientes tendían a interpretar caras neutras como peligrosas con mayor
frecuencia. Como mencionaré más adelante respecto a la codificación de la memoria, un
importante mediador en los estados de ansiedad es el eje hipotálamohipófisosuprarrenal.
La amígdala está constituida por unos 10 núcleos (Kandel 2000), que fundamentalmente se
clasifican en los núcleos basolaterales (encargados de asignar valor emocional a una
percepción) y los núcleos centrales, encargado de iniciar una respuesta motora inmediata. La
información que reciben los núcleos laterales puede provenir desde el tálamo (transmite
información sobre el medio interno), desde las cortezas de asociación o bien desde la corteza
orbitofrontal. Este último caso representa el sistema de regulación ‘arribaabajo’ y constituye un
elemento importante en el tratamiento psicoterapéutico de la personalidad borderline.
Por tanto la amígdala dispone de dos vías de recepción, inmediata (irracional) y lenta
(potencialmente racional), lo cual explica la capacidad de determinadas emociones de superar
el control racional. La información que procesa la amígdala puede ser emitida directamente a
sus núcleos centrales para su inmediata ejecución motora, a través del hipotálamo. Dado que
las reacciones que desencadenan los núcleos hipotalámicos se parecen a las manifestaciones
propias de los estados emocionales, Hess propone que es el hipotálamo el que finalmente
coordina la expresión periférica de los estados emocionales (Kandel 2000).
Van Elst y col. (2000) demostraron atrofia severa de la amígdala comparando pacientes con
agresividad impulsiva. Nunes y col. (2009) hallaron hasta un 16% de reducción de tamaño en la
amígdala e hipocampo en mujeres diagnosticadas de trastorno de personalidad borderline, que
además referían historia previa de trauma. Sin embargo, los resultados obtenidos por Schmahl
(2009) no mostraron una diferencia estadísticamente significativa en cuanto al volumen de la
amígdala (o del hipocampo) en los tres grupos comparados (borderline, borderline con
antecedentes de trastorno de estrés postraumático y grupo control). Por otra parte, en
pacientes borderline con diagnóstico añadido de depresión, Zetzsche et al. (2006) sí observaron
un aumento del tamaño de la amígdala izquierda, planteando con esto la cuestión de si es el
aumento de tamaño de la amígdala izquierda es un factor predisponente para la depresión o
bien su consecuencia.
Estos resultados, aparentemente contradictorios, fueron obtenidos mediante pruebas de
imagen estructurales. Como comenté en la primera parte de este trabajo (publicado en el
número anterior de Aperturas), se especula sobre diferentes razones para esta discordancia. La
heterogeneidad de la muestra, el uso concomitante de fármaco, o el efecto sinérgico que
produce la comorbilidad son factores que, por sí mismos, pueden producir cambios funcionales
o estructurales en el cerebro. A estos motivos habría que añadir que la estructura anatómica
observada quizá resulte demasiado inespecífica para un diagnóstico tan amplio. La información
que obtenemos de estos estudios parece más correlacionada con aspectos parciales del
trastorno de personalidad borderline. Un punto de vista similar es el ofrecido por Stanford
(2001), quien considera que los estallidos de agresividad son el resultado de una
desproporcionada excitación de determinadas redes, entre las que se incluye a la amígdala y a
otras estructuras. Asimismo, se especula si la alteración del volumen de la amígdala se
correlaciona con su hiperexcitabilidad.
Otra vía eferente de la amígdala (lenta) son las proyecciones al cortex prefrontal y al lóbulo
límbico (para su procesamiento secundario). El lóbulo o cortex límbico se encuentra rodeando a
la amígdala, y su considerable volumen integra la parte medial de los lóbulos frontal, parietal y
temporal, al hipocampo, a la corteza entorrinal, corteza cingulada y a las circunvoluciones
parahipocampal, del cíngulo, orbital y del polo temporal. Estas estructuras conforman el circuito
de Papez (posteriormente denominado circuito de Mc Lean, que incluye también los núcleos del
hipotálamo y tálamo) y es el encargado de complementar las respuestas emocionales
inmediatas con un aprendizaje; más concretamente, al significado emocional de los estímulos
percibidos le aporta información adicional sobre el contexto en el que ha tenido lugar (Martin
2000). De todas las estructuras citadas, la corteza cingulada anterior parece ser la que contiene
más proyecciones neuronales a la corteza prefrontal y la que mayormente inhibe a la amígdala
(Martin 2000). Además, se considera que cumple un importante papel en la integración del
afecto y el lenguaje, constituyendo así una pieza fundamental en la integración de las
emociones y el procesamiento racional (Devinsky et al. 1995).
Aplicado a los pacientes borderline, Juengling et al. (2003), empleando PET, observaron
hipermetabolismo de glucosa en la corteza cingulada anterior. Sin embargo, De la Fuente y
col. (1997) en un estudio previo habían hallado hipometabolismo en la corteza prefrontal y
sistema límbico (fundamentalmente en la corteza cingulada anterior). Lis sostiene que esta
discrepancia impide dilucidar si la patología borderline resulta de la ineficacia de la corteza
prefrontal ‘racional’ a la hora de controlar al ‘impulsivo’ sistema límbico (Lis et al. 2007).
Posteriormente, Minzenberg (2008) evaluó cambios estructurales en la corteza cingulada
anterior de pacientes borderline, hallando un aumento de sustancia gris en ambas amígdalas,
paralelo a un descenso de la misma en la corteza cingulada anterior. De nuevo estos
resultados, aunque no permiten establecer criterios de causalidad, sí sugieren la presencia de
un patrón de comunicación alterado entre las áreas prefrontales, controladoras de las
emociones, y el sistema límbico, generador de emociones.
La estimulación directa de la amígdala se ha visto que es capaz de producir una respuesta
autonómica, mientras que su lesión reduce la respuesta emocional normal y la agresividad
(Kandel 2000). También se ha podido comprobar que lesiones en la amígdala reducen la
sensación de dolor. ¿Está esto relacionado con las conductas autolesivas de los pacientes
borderline? Como mencioné en el trabajo anterior, Stanley y Siever (2010) han hallado un
aumento de receptores opioides en la amígdala y en la corteza orbitofrontal de estos pacientes,
sugiriendo con ello una probable alteración del umbral del dolor que surge en el contexto de una
amígdala disfuncional. Añadido a lo anterior, se cree que los neurotransmisores opioides,
vasopresina y oxitocina constituyen la tríada fisiológica del apego, habiéndose hallado
regulaciones anómalas de cada uno de ellos en los pacientes borderline (Hart 2008). Como
vimos al tratar el modelo psicoterapéutico de Fonagy, esta información permite establecer la
hipótesis de que las conductas autolesivas de estos pacientes están mediadas por circuitos
neuronales aberrantes cuyos medios de comunicación (oxitocina, vasopresina, opioides) son
disfuncionales, y cuya regulación proviene de un medio externo ineficaz para proveer al sujeto
de un apego seguro.
El sistema límbico está íntimamente relacionado con la formación hipocampal, encargada de la
memoria. Ésta incluye todo lo que queda registrado acerca de un suceso, tanto el componente
afectivo como el puramente informativo. En opinión de Kandel, la memoria y el aprendizaje “son
los principales sistemas por medio de los cuales el entorno altera el comportamiento” (p.1127).
Según el tipo de memoria, se considera que hay dos tipos, procedimental (aporta información
sobre el ‘cómo’ hacer algo) y declarativa (aporta información sobre ‘qué es algo’, e incluye
hechos y conocimiento semántico). Respecto al modo de recuperar la memoria, hablamos de
memoria implícita cuando su tramitación sucede a nivel inconsciente, mientras que la memoria
explícita sería aquella procesada de un modo consciente (Gabbard 2002).
Se cree que el hipocampo sirve para ensamblar los diferentes componentes de la memoria
explícita que han ido aportando las áreas de asociación, actuando como unidad de
almacenamiento transitorio de la memoria explícita (Kandel 2000). Esta información se
almacenaría posteriormente en las cortezas uni o multimodales (temporal, formación
hipocampal, estructuras neocorticales).
Cada vez que recuperamos una memoria declarativa, la información se compone con las
aportaciones de distintas áreas, cada una de ellas estando especializada en un tipo concreto de
almacenamiento. Exponiendo a sujetos normales a palabras concretas, un estudio con PET
mostró la activación selectiva de aquellas áreas cerebrales implicadas en alguna de las
propiedades intrínsecas del objeto mencionado (Martin, Ungerleider y col. 1996). Un tipo
concreto de memoria declarativa, la episódica, compete a las áreas de asociación del cortex
prefrontal (concretamente a las porciones dorsolaterales). Sin su aportación, sería imposible
aplicar temporalidad alguna a los recuerdos. Por otra parte, la memoria de imágenes cuyo
contenido son personas o caras son recuperadas por el hemisferio derecho, mientras que el
cortex occipitotemporal izquierdo se encarga de las imágenes de objetos.
Kandel opina que la recuperación de la memoria es un proceso expuesto a distorsiones, al igual
que la percepción está expuesta a las ilusiones, dado que consiste en un proceso constructivo.
La recuperación de un recuerdo declarativo será más favorable si sucede en un contexto similar
a aquél en que tuvo lugar su constitución. Los recuerdos se almacenan y recuperan mejor al
menos como memoria declarativa cuanto mayor sea el número de asociaciones de que
dispongamos en el momento de su consolidación (Kandel 2000). Estas asociaciones pueden
ser referidas a propiedades parciales del objeto memorizado (internalizado), o bien a eventos
con los que estuviera relacionado, tanto en términos de tiempo como de causaefecto. A su vez,
la memoria declarativa que compete a una experiencia emocional estará mediada también por
el sistema límbico, con lo que las asociaciones ligadas a la memoria declarativa también
pueden incluir aspectos procedimentales (lo que no significa que sean conscientes). Así, en el
momento de evocar una memoria, el tipo de ‘entradas’ presentes en el entorno (esto es, cada
uno de los fragmentos de información asociados a un concepto) nos permitirá recuperar un
recuerdo por similitud con alguna de sus partes, abriéndonos el acceso a asociaciones ligadas
a ese concepto. Este fenómeno es conocido como ‘patrones concordantes’, y será mencionado
reiteradamente en el apartado de psicoterapia por su relevancia para la técnica
psicoterapéutica.
Aunque Kandel sostiene que un evento emocional puede almacenarse tanto como memoria
declarativa como procedimental, en la literatura no abundan los estudios que relacionen la
codificación en paralelo de entradas cognitivas (declarativas) y emocionales (procedimentales)
vinculadas con un fragmento de memoria. No obstante, desde hace años se considera que el
cerebro es capaz de manejar información en paralelo usando diferentes canales (McClelland
1989. Citado en Gabbard 2000). En caso de funcionar así el proceso de consolidación de la
memoria, deberíamos entender el aprendizaje como un sistema constituido por dos niveles
operativos que discurren en paralelo, pero con frecuentes interconexiones.
Por otra parte, el proceso de edición de un recuerdo está mediado por la memoria a corto plazo,
en una secuencia de tres pasos: percepciónatención a un evento (corteza prefrontal),
articulación con el lenguaje y articulación con imágenes (cortezas de asociación posteriores).
Pero, como mencioné anteriormente, la ‘edición’ de un recuerdo no será réplica exacta del
original, sino que habrá sido modificado durante su proceso constructivo tanto por distorsiones
cognitivas como emocionales. Estas interferencias tan similares en los procesos de
consolidación y edición de la memoria resultan coherentes dentro de un modelo en el que
predominen los fenómenos de interconexión e integración (es decir, codificación en paralelo de
memorias flexibles).
Lesiones selectivas en el hipocampo izquierdo conducen a defectos en el aprendizaje
semántico (Kandel p. 1233). Se ha visto una estrecha relación entre la disminución de tamaño
del hipocampo y el trastorno de estrés postraumático (Driessen et al. 2000). Por otra parte, se
cree que el eje hipotálamohipófisosuprarrenal está directamente involucrado tanto en las
reacciones de estrés como en la memoria, de tal modo que un aumento basal de corticoides de
forma crónica también se ha correlacionado con cambios involutivos en el hipocampo. Por
tanto, con estos datos se podría concluir que tanto el trastorno de estrés postraumático como el
estrés crónico (mediado por altos niveles de corticoides) son condición suficiente para producir
atrofia del hipocampo. Sin embargo, al comparar pacientes borderline con escasos síntomas de
trastorno de estrés postraumático, con otro grupo que presentaba un mayor número de estos
síntomas, sólo se halló un aumento de corticoides basales en el primer grupo, respecto al
control (Schmahl 2009, Wingenfeld 2010). Nuevamente encontramos resultados incompletos,
cuya base podría estar al menos en este caso en la estratificación de los estudio atendiendo a
la comorbilidad del trastorno de estrés postraumático.
Ahora bien, aún en ausencia de tales lesiones en el hipocampo, el fenómeno conocido como
‘cerebro dividido’ (‘split brain’) supone una integración anómala de la información fragmentaria
que ambos hemisferios proveen. En relación con el aprendizaje, este fenómeno podría
manifestarse de un modo similar a las lesiones en el hipocampo, pues gran parte del proceso
de aprendizaje tendría lugar con una pobre aportación semántica, y por tanto, con escasa
capacidad de abstracción. De nuevo aquí encontramos una posible conexión con la
psicoterapia, en la medida en que lo expuesto parece intervenir directamente en el proceso de la
libre asociación. Como vimos en el apartado de psicoterapia, estos hallazgos tienen marcadas
implicaciones en cuanto a la técnica aplicada al trastorno de personalidad borderline, habida
cuenta de que en estos pacientes se han observado alteraciones funcionales en las áreas del
lenguaje, cortezas prefrontales y de asociación. Relacionando este hecho con el proceso
descrito de doble codificación de la memoria, podríamos sugerir que en la patología borderline,
dependiendo de la severidad del cuadro, la codificación de algunos eventos (quizá aquellos
relacionales) tenderá a ser unilateral, en detrimento de sus connotaciones declarativas. Solms
(2002) considera que este modo de codificar la información supone la diferencia entre las
percepciones simples y las reflexivas (inconscientes y conscientes, respectivamente).
Ruesch et al. (2007) investigaron el tamaño del corpus callosum (estructura contenedora de los
axones que conectan ambos hemisferios cerebrales) en mujeres con diagnóstico de trastorno
borderline y déficit de atención. Hallaron una asociación significativa entre la exposición a abuso
sexual en la infancia y un reducido tamaño del corpus callosum. Según estos autores, la falta de
comunicación interhemisférica puede ser una de las razones anatómicas de los fenómenos
disociativos, de la impulsividad y de fallos en la integración cognitiva de los pacientes borderline.
Finalmente, en un estudio reciente llevado a cabo por Mensebach (2009) se ha observado que
la disfunción de la memoria de los pacientes borderline tiene su base en patrones de activación
neuronal anómalos, más que en lesiones específicamente localizadas. De este estudio se
desprende que para conseguir respuestas satisfactorias en cuanto a memoria declarativa
(comparables con el grupo control), los pacientes borderline mostraron mayor número de zonas
activadas, así como mayor intensidad en algunas zonas (en especial la corteza cingulada, que
es la estructura límbica con más conexiones a la corteza prefrontal y la principal implicada en el
procesamiento emocional del lenguaje). Estos resultados sugieren un retraso en la evocación
de memorias, así como mayor tendencia a la distorsión (confabulación).
La memoria basada en el ‘cómo hacer algo’ se denomina procedimental, e incluye tanto el
conocimiento sobre tareas mecánicas, como sobre respuestas emocionales ante situaciones
de peligro. Los diferentes modos de constituirse esta memoria se adquieren a través de
diferentes tipos de aprendizaje, e implican a diferentes áreas cerebrales. Respecto a las
memorias que implican un componente emocional, no existe consenso sobre si el lugar
anatómico donde quedan registradas compete a la amígdala propiamente, o bien a las cortezas
cingulada y parahipocampal (partes constitutivas de la corteza asociativa límbica con las que la
amígdala está conectada) (Kandel 2000).
En la constitución de la memoria procedimental, cabe destacar la importancia que tienen los
condicionamientos, pues son los modos filogenéticamente primitivos y automáticos con los que
se almacenan secuencias de causaefecto. En el condicionamiento clásico de Pavlov un
estímulo externo se sigue de una respuesta específica en el ambiente. Así, el estímulo inicial
queda registrado como ‘condicionado’, pues se aprende que su presencia implica la aparición
de otro fenómeno, el ‘incondicionado’, y su utilidad radica en que sirve como modelo predictivo
que facilita la adaptación al medio. Si posteriormente se expone al sujeto al mismo estímulo,
pero sin la consecuente respuesta incondicionada, entonces tiene lugar el fenómeno de la
‘extinción’ progresiva de la asociación previamente establecida. Sin embargo, no se vuelve a la
situación basal de ausencia total de relación entre el estímulo y el resultado. Es decir, la
extinción no implica olvido, sino una nueva asociación: ahora la exposición a un estímulo
concreto implica la ausencia de un resultado concreto (Kandel 2000).
Similares resultados obtuvieron Tronel y col. (2005) en un estudio en el que inicialmente se
fomentaba el desarrollo de un condicionamiento clásico en un grupo de roedores.
Posteriormente se expuso a un subgrupo de ellos a un segundo condicionamiento en el que
sólo se modificaba el estímulo condicionado, promoviendo con ello la asociación entre un nuevo
estímulo y la respuesta previamente aprendida (por tanto, reactivada). Luego inyectaron en la
amígdala y en el hipocampo inhibidores de la síntesis de proteínas que según se ha visto, son
necesarios para el proceso de aprendizaje. El momento de la administración de los fármacos
tuvo lugar coincidiendo con el momento de reactivación de la memoria, ya que actualmente se
piensa que durante ese periodo la memoria es lábil, y por tanto, modificable. Midiendo en cada
subgrupo el efecto que sobre la memoria pudiera tener, hallaron que la administración de los
inhibidores de proteínas en la amígdala suponía una pérdida del recuerdo del primer
condicionamiento, mientras que no se afectaba la consolidación del nuevo condicionamiento.
Inversamente, la aplicación de los inhibidores de proteínas en el hipocampo supuso una
significativa falta de codificación del nuevo condicionamiento, mientras que no se modificaba el
antiguo. Con estos resultados, los autores propusieron que los procesos de consolidación
(formación de una memoria nueva) y reconsolidación (alteración de una memoria existente)
están mediados por diferentes áreas anatómicas y por procesos bioquímicos distintos.
Sin embargo, al igual que sucede con otros aspectos mencionados en este trabajo, la evidencia
científica de que disponemos resulta contradictoria, sugiriendo con ello cierta prudencia a la
hora de interpretar los resultados. Todo indica que las alteraciones en la memoria no son
monocausales, sino que dependen de la interacción de diferentes áreas.
Otro condicionamiento, el operante de Thorndike, relaciona un resultado (en el entorno) con un
comportamiento previo (del individuo). Éste ha podido ser casual o espontáneo, pero la
respuesta favorable de tal acto implica el refuerzo y tendencia a la repetición. Si en sucesivas
veces la respuesta es invariable, queda establecido el vínculo entre un comportamiento y su
consecuencia. El condicionamiento operante es un objeto de estudio de la psicoterapia, en
cuanto que marca una tendencia a la repetición.
Kandel (2000) distingue un tercer tipo de condicionamiento, el del miedo. En éste, la amígdala
sería la encargada de establecer el patrón de asociación estímulorespuesta ante la exposición
a una situación que se interprete como peligrosa. Estudios posteriores esclarecerán si el
condicionamiento del miedo puede ser considerado como una cualidad más que se pueda
superponer o asociar a cualquiera de los anteriores condicionamientos, algo así como la carga
emocional que va asociada a un condicionamiento clásico u operante.
Directamente vinculado con los sistemas de memoria, aprendizaje y control emocional, el
lenguaje constituye una característica cognitiva importante en la mediación de estos procesos.
Aunque el lenguaje ha sido considerado como pieza angular en la concepción del pensamiento,
éste en opinión de Kandel constituye “la habilidad de tener ideas y de inferir nuevas ideas a
partir de las antiguas”, mientras que el lenguaje sería “la habilidad de codificar las ideas en
señales para la comunicación con otros [y quizá con uno mismo]” (Kandel p. 1169).
En efecto, el pensamiento parece que no tiene porqué depender exclusivamente de la
información que simbólicamente se maneja con el lenguaje. La corteza prefrontal se cree
relacionada con la capacidad de generar imágenes y fantasías con las que establecer una
dinámica de pensamiento. Para ello requiere, entre otras, de las aportaciones de la ínsula
(localizada en la base de los lóbulos parietales) y de la circunvolución del cíngulo (localizada en
el sistema límbico). La primera interviene en la percepción de los estados internos viscerales,
mientras que la segunda procesa el contenido emocional asociado a tales percepciones (Hart
2008). Estos procesos “pueden provocar respuestas emocionales, y sirven para completar los
procesos cognitivos con aspectos emocionales” (Kandel p. 993). Según Cozolino (2010), las
representaciones simbólicas así generadas constituyen el mundo interno del paciente, tanto en
lo referente a la representación del self, como del self objeto.
El manejo de este tipo de información virtual tiene lugar gracias a la memoria a corto plazo. Y, al
igual que ocurría con el proceso descrito anteriormente sobre la edición de un recuerdo, la
dinámica de la memoria a corto plazo también se ve influida por interferencias emocionales. De
nuevo vemos aquí una relación con el turbulento mundo simbólico de los pacientes borderline,
en quienes se ha evidenciado daño estructural y funcional en las áreas de procesamiento
antedichas.
La función lingüística se cree constituida por tres niveles que implican a las cortezas asociativas
de las regiones frontal, temporal y parietal izquierda. Son los sistemas de implementación (que
incluye las áreas de Wernicke y Broca), mediador (entre el primero y el tercero), y conceptual
(atribución de significado). Sin embargo, para su correcto funcionamiento se requiere que las
cortezas de asociación estén además en permeable interacción con otras áreas subcorticales,
a saber, las propias del sistema límbico (en especial la corteza cingulada anterior (Devinsky
1995)) y algunas regiones posteriores del hemisferio derecho (encargadas de atribuir y percibir
un contenido emocional asociado a la prosodia del lenguaje (Kandel 2000)). Esto sugiere una
fuerte implicación emocional en los procesos de percepción y ejecución semántica.
Debido a los altos requerimientos estructurales que implica la generación del lenguaje, no
resulta extraño que un rasgo de los pacientes borderline sea precisamente el empobrecimiento
verbal. Es más, el lenguaje se ha comprobado que está directamente relacionado con la
agresividad (Miller et al. 2008). En pacientes que manifiestan agresividad e impulsividad, autores
como VillemarettePitman (2002) consideran que existe una alteración del lenguaje semántico, y
consecuentemente de algunas funciones ejecutivas, ya que éstas están implicadas en el
procesamiento del lenguaje.
Una de las cortezas de asociación mencionada, la frontal, incluye el área de Brodman 47 (en su
porción inferolateral izquierda). Este área ha sido objeto de estudio por Levitin y Menon (2003),
quienes sostienen que ahí es donde tiene lugar el procesamiento semántico de diferentes
secuencias de estímulos (entre ellos el lenguaje). Este procesamiento semántico implica una
ejecución en dos partes: ordenación temporal de los estímulos percibidos y atribución de
significado. Levitin y Menon opinan que para poder atribuir significado a los estímulos, el cerebro
recurre a patrones de significación previamente aprendidos.
De nuevo encontramos aquí un proceso compatible con los ‘patrones concordantes’ que
mencioné al hablar del proceso de evocación de la memoria. No en vano se trata de un tipo de
memoria a corto plazo, pero centrada en el lenguaje: ‘memoria verbal de trabajo’. Pues bien, la
importancia que este fenómeno tiene para la ejecución del lenguaje deriva de las conclusiones
que Levitin y Menon obtienen en sus trabajos, cuando relacionan los patrones de significación
previamente aprendidos con las neuronas espejo (que se cree forman parte de la arquitectura
del área motora del lenguaje, el área de Broca). Dicho de otro modo, los autores mencionados
consideran que las neuronas espejo contribuyen a inferir el significado del discurso de un
interlocutor. Este punto de vista contrasta con la fenomenología de los pacientes borderline,
concretamente con la tendencia de estos pacientes a malinterpretar las intenciones de los
otros, activando con ello representaciones del ‘sistemarabia’, que dirigen al sujeto a una
descarga agresiva (y a otras consecuencias, dentro del ámbito representacional, abordadas en
la sección de psicoterapia).
A este respecto, Kandel (2000) sugiere que el hemisferio derecho interviene de alguna manera
en la percepción prosódica. En esta línea de pensamiento encontramos los trabajos de Mitchell
y Sander (2003 y 2005, respectivamente). Estudiando mediante RM el patrón de activación
cortical de pacientes normales expuestos a un contenido verbal con entonación afectiva
negativa, concluyeron que existe lateralización (aunque no completa) hacia la corteza temporal
derecha. Adicionalmente hallaron que si los sujetos prestaban atención deliberada a tales
estímulos, se desencadenaba también una activación orbitofrontal. El siguiente paso en el
razonamiento expuesto por estos autores consiste en relacionar la disfunción orbitofrontal
(propia de los pacientes borderline) con los episodios de agresividad no contenida que se
desencadena ante la exposición a un contenido verbal cuya intención emocional ha sido
tergiversada. No obstante, queda pendiente dilucidar si el hemisferio izquierdo sirve de
modulación de la prosodia percibida por el hemisferio derecho. De ser así, se podría proponer
que en los pacientes borderline (en quienes se ha observado un aumento comparativo de la
actividad del hemisferio cerebral derecho), un aumento de la excitabilidad de estas áreas sin el
control del hemisferio izquierdo, tenderá a distorsionar aún más la intencionalidad discursiva de
los otros.
Otro aspecto vinculado al lenguaje es la consciencia. Hay autores que consideran que el
lenguaje está directamente implicado en cualquier procesamiento consciente. Solms subraya
que para que haya procesamiento consciente de una imagen, tiene que haber una
recodificación de lo percibido en palabras (Solms 2002). Como mencioné previamente, para
este autor el lenguaje marca la diferencia entre dos tipos diferentes de percepción: simple y
reflexiva (inconsciente y consciente, respectivamente).
Diversos estudios relacionan el reconocimiento facial con el procesamiento de emociones y su
codificación consciente a través del lenguaje. Isenberg (1999) sugiere que aún queda por
determinar si en la amígdala hay células encargadas del procesamiento del lenguaje, del mismo
modo que las hay encargadas del reconocimiento facial. Es decir, así como la amígdala dispone
de las vías necesarias para canalizar la percepción de caras (procedentes del lóbulo temporal
inferior) y atribuirles un valor emocional, puede que también disponga de vías similares para el
procesamiento afectivo de un contenido semántico.
En un estudio con PET, Hamann (1999) concluyó que en sujetos normales el reconocimiento
consciente de estímulos visuales con carga afectiva negativa estaba correlacionado con un
incremento de actividad de ambas amígdalas. Koenigsberg (2009), exponiendo a sujetos
borderline a estímulos visuales con carga negativa, también encontró un aumento de actividad
en las amígdalas (comparado con un grupo control), así como un aumento de activación en las
regiones de procesamiento visual primario (lóbulo temporal inferior). Además, halló disminución
en el patrón de activación prefrontal. Estos resultados sugieren que en los pacientes borderline
hay un predominio de acción de las áreas cerebrales que generan una respuesta autónoma, no
mediada por las áreas prefrontales ejecutivas. Además, se sabe que hay una conexión
importante entre el lóbulo temporal inferior, encargado del reconocimiento cognitivo de caras, y
la amígdala, encargada de la atribución del componente emocional a las caras (Kandel 2000).
Ferré (2002) publicó un experimento en el que se exponía a unos sujetos (divididos en dos
grupos) a imágenes de contenido emocional y neutro, aplicando en cada uno de los grupos dos
tareas diferentes durante la codificación: en un grupo los sujetos habían de centrarse en
algunas propiedades físicas de la imagen, y en el otro sólo en su significado emocional. El
resultado fue que las imágenes con contenido emocional eran mejor recordadas que las de
contenido neutro y, a su vez, que las imágenes que habían sido codificadas dirigiendo la
atención consciente hacia su valencia afectiva, eran mejor recordadas que aquellas en las que
los sujetos sólo se centraron en aspectos circunstanciales. Similares resultados se han
obtenido en otros estudios en los que se evaluaron las diferencias en cuanto a la codificación de
imágenes visuales afectivas y neutras (Christianson 1992, Ochsner 2000).
En otro estudio más reciente (Quevedo y col., 2003), exponiendo a unos sujetos a historias con
carga afectiva y a otro grupo a historias de contenido emocional más neutro, se observó que en
el primer grupo había una mayor tasa de recuerdo. Estos resultados son compatibles con
estudios de neuroimagen previos (Ricci y col. 1999) en los que se observó un aumento de la
actividad parahipocampal izquierda (perteneciente a la corteza de asociación límbica) durante el
procesamiento de la memoria semántica.
Así, si la activación de la circunvolución fusiforme (parte del lóbulo límbico) se cree asociada al
procesamiento emocional de palabras presentadas de forma visual, según Isenberg la
activación parahipocampal se correspondería con un procesamiento posterior de esa misma
información, pero esta vez como memoria semántica (esto es, declarativa). De tal modo que
tras la exposición a un contenido verbal con carga emocional, la amígdala modulará la carga
afectiva que quedará asociada a ese recuerdo semántico, y la formación hipocampal archivará
los aspectos declarativos del evento (codificación en paralelo). Por tanto, esta memoria tendrá
un componente semántico (y por tanto declarativo) porque a su contenido se le ha otorgado un
significado, y también tendrá un componente procedimental (gestionado por el sistema límbico).
Respecto al modo de recuperación, será implícita si se produce sin percepción consciente del
sujeto, y explícito si se produce a la inversa.
En efecto, estos estudios sugieren que el procesamiento afectivo de un recuerdo compete a la
actividad autónoma de la amígdala, sin necesitar la atención deliberada por parte del sujeto
(procesamiento procedimental implícito), si bien la atención consciente (procesamiento
declarativo explícito) conlleva un mayor recuerdo del evento, en sujetos y condiciones normales.
Es decir, cualitativamente la amígdala es independiente del control consciente, pero
cuantitativamente sí está influida por la consciencia. Por otra parte, estos estudios también
corroboran la hipótesis de que en sujetos normales la exposición a un evento con valencia
afectiva implica una codificación del recuerdo tanto a un nivel procedimental como semántico
(declarativo), constituyendo así dos vías paralelas de codificación de una misma información,
pero con una estrecha interrelación: “tras la repetida exposición a un hecho [memoria
declarativa], el recuerdo de ese hecho a través de entradas apropiadas se torna virtualmente
instantáneo [aprendizaje procedimental]” (Kandel, p. 1244).
De ser esto cierto, se podría plantear que el tipo de memoria que se constituirá a partir de la
exposición a un suceso dado, será función, entre otros, de la capacidad cerebral propia del
estadio evolutivo en el que se halle el sujeto cuando es expuesto a tal suceso, de la apropiada
utilización de los recursos que su funcionamiento cerebral le permita para incorporar un
estímulo externo de un modo integrado, y de las asociaciones (o condicionamientos) que el
sujeto vaya formado en torno a tal experiencia. Como hemos visto hasta el momento, en los
pacientes borderline existen déficits en cada uno de los ítems mencionados. No obstante,
resulta llamativo el escaso volumen de artículos que estudian la interacción
memorialenguajepensamiento, si lo comparamos con aquellos estudios centrados en el
hipocampo y sistema límbico. En el apartado anterior de psicoterapia expongo con más detalle
cómo estos resultados sugieren la aplicación de un encuadre técnico que provea una vía de
comunicación terapeutapaciente adecuado a las limitaciones de éste.
Además de lo mencionado acerca de la amígdala, corteza de asociación límbica, hipocampo y
lóbulos parietales, hay otra estructura que se cree directamente implicadas en la patología
borderline: la corteza prefrontal. Ésta se compone de la corteza prefrontal lateral, medial y
orbitofrontal. Las dos últimas son las que conectan directamente con la amígdala e hipocampo,
controlando las manifestaciones emocionales implícitas, mientras que la corteza prefrontal
lateral está más vinculada con los lóbulos parietales y otras áreas de asociación. Por este
motivo se la considera especializada en la manipulación de imágenes visuales, lenguaje y
planificación, pues además incorpora la escala temporal y la memoria de trabajo (en sus tres
versiones, verbal, visual y ejecutiva). En otras palabras, sería la encargada de la regulación del
comportamiento de un modo más racional e integrado.
Mientras que la amígdala provee las impresiones iniciales tanto del medio interno como del
externo, la corteza orbitofrontal permite construir imágenes o representaciones, es decir,
elementos asociativos complejos en los que predomina el componente visual. Según Kandel
(2000), la cualidad de los diferentes estímulos son percibidos por diferentes partes de la corteza
prefrontal dorsolateral. Éstos podrán ser almacenados temporalmente como ‘memoria de
trabajo’, manteniéndose incluso un tiempo después de que el estímulo haya cesado, lo cual
permite establecer asociaciones cognitivas más elaboradas, tanto a nivel explícito como
implícito. Coherente con lo anterior, Paquette (2003, citado en Beutel y Huber 2008), halló
relación entre los procesos mentales complejos como la imaginación provocada por un
estímulo visual, y patrones de activación en la corteza prefrontal dorsolateral.
Aplicado a la psicoterapia, se podría argumentar que la corteza prefrontal dorsolateral está
implicada en la libre asociación. De hecho, como mencioné anteriormente, se ha visto
alteraciones en el lenguaje cuando hay lesión a este nivel. En pacientes borderline se ha
observado, aunque con resultados poco concluyentes, una disminución de la sustancia gris en
la corteza prefrontal dorsolateral (Brunner et al. 2010, citado en Mauchnik 2010). Sin embargo,
estos autores sugieren que los cambios observados no tienen por qué ser específicos del
trastorno borderline, pues también se han hallado en otras patologías.
El neurotransmisor más predominante de la corteza prefrontal es la dopamina, la cual interviene
en el llamado ‘sistema de búsqueda recompensa’ y también en la cognición. Como mencioné
en la primera parte de este trabajo, en los pacientes borderline se ha observado una alteración
en los circuitos de dopamina (Nemoda 2010), que a su vez está relacionado con alteraciones en
la regulación de la serotonina. Debido a la importancia que estos neurotransmisores tienen para
el sistema ‘búsquedarecompensa’, el estudio en paralelo de hormonas, neurotransmisores y
corteza prefrontal podría revelar información sobre los sistemas motivacionales.
Conforme la corteza prefrontal se va desarrollando, aumenta el circuito de la noradrenalina, la
cual se considera que influye en el procesamiento de la ansiedad y las emociones negativas.
Hart (2008) opina que la activación unísona de ambos circuitos (dopaminanoradrenalina) es la
base fisiológica del sentimiento de vergüenza. Es decir, la colisión entre un sistema
motivacional (deseo, búsqueda, curiosidad, etc) y una respuesta censuradora del entorno
(afecto negativo, como pueda ser un castigo), provocaría una disonancia afectiva entre la
representación del self deseante, y la respuesta del objeto (¿deseado?). A este respecto,
Schore (2003) considera que lo citado es parte del proceso constitutivo del superyó.
En el caso de los pacientes borderline, la ausencia de un ideal del yo integrado se cree que es
consecuencia de lesiones en la corteza prefrontal (Brendel 2005). De hecho, Tebarz et al.
(2001) han hallado en la corteza prefrontal dorsolateral de los pacientes borderline una
concentración disminuida de una proteína cuyo déficit se asocia a daño neuronal. Por otra parte,
Rüsch et al. (2007) proponen que la vergüenza es, junto con la ansiedad y la agresividad, la
emoción con la que más se definen los pacientes borderline a un nivel implícito. Como
mencioné en la sección de psicoterapia, la atención dirigida hacia este afecto permite abordar
elementos conflictivos del paciente que repercuten en su percepción del self, del objeto self, y
cómo un desequilibrio de estas percepciones participa en la dinámica de las conductas
agresivas de estos pacientes.
Respecto a la corteza prefrontal, hay autores que opinan que lesiones a este nivel, o en la
corteza cingulada anterior, incluso sin acompañarse de lesiones en la amígdala, conllevan una
pobre regulación de la hiperexcitación que se observa en los episodios de impulsividad y
agresividad, planteando con ello la posibilidad de que el ‘sistemarabia’ activado por la amígdala
no sea una condición necesaria ni tampoco suficiente para las descargas agresivas (New,
Hazlett, Buchsbaum. Citados en Miller et al. 2008). Este hallazgo es importante, pues cuestiona
la posición privilegiada de la amígdala en el control emocional. Sin embargo, estos resultados
contradicen a los ofrecidos por Berlin et al. (2005), quienes al comparar sujetos borderline con
pacientes neurológicos que sólo tenían lesión en la corteza prefrontal, observaron que había
rasgos patológicos en el primer grupo que no se presentaban en el segundo.
La explicación hasta ahora expuesta presupone que la hiperactivación de estructuras límbicas
que tiene lugar ante situaciones que se perciben como peligrosas, conlleva el aprendizaje de un
modo de actuar basado en un condicionamiento que queda inscrito fundamentalmente como
memoria procedimental, si bien no disponemos de evidencia suficiente para descartar la
hipótesis de que existe una codificación doble (procedimentalsemántica). No obstante, aún
suponiendo que así fuera, debido a la mermada comunicación interhemisférica y a la
disminución de las capacidades verbales descritas para el trastorno borderline, parece que su
comportamiento agresivo e impulsivo vendría mediado predominantemente por los actos
reflejos que activa la memoria procedimental, vía amígdala.
Sin embargo, una opinión diferente acerca de la desregulación afectiva de estos pacientes
(propuesta por Miller et al.2008) consiste en plantear la posibilidad de que se trate de un
equilibrio alterado entre los centros productores de descargas afectivas (amígdala, hipotálamo y
sistema límbico) y aquellos encargados de su modulación (cortezas prefrontal y orbitofrontal).
Esto define un espectro, donde las alteraciones prefrontales quedarían en un extremo, y las
alteraciones límbicas en el otro. De ser así, resulta pertinente iniciar estudios que diluciden las
diferentes vías por las que se puede llegar a desarrollar la constelación borderline (Gabbard
2002).
Otro modelo explicativo, planteado por Garcia et al. (1999), plantea la posibilidad de que niveles
crecientes de miedo condicionado (el tercer tipo de condicionamiento expresado por Kandel)
refuercen un patrón de activación neuronal concreto que evite la acción inhibitoria de la corteza
prefrontal medial. Es decir, se trataría de un cortocircuito en el que la amígdala ejecuta acciones
obviando la regulación de la corteza prefrontal, promoviendo con ello la expresión de conductas
automáticas. Inversamente, Matsubara et al. (2004) han hallado una implicación del área de
Brodman 47 (del lóbulo frontal izquierdo) en el control voluntario de estas conductas
estereotipadas. Debido a la vinculación que el área 47 de Brodman tiene a su vez con las
funciones semánticas del lenguaje y con la ‘memoria verbal de trabajo’ (ambas expuestas
anteriormente), los citados autores defienden la potencial capacidad del lenguaje para abortar
patrones de actuación automáticos basados en la agresividad e impulsividad. En el apartado de
psicoterapia hago referencia a este tema que resulta de enorme importancia para la teoría y
técnica psicoanalítica, concretamente para la terapia basada en la transferencia propuesta por
Kernberg.
Paralelamente a estos estudios, Blair (2004) ha sugerido que la corteza orbitofrontal es activada
en los sujetos normales como un modo de contención de los ‘circuitos de agresividad’, y ejecuta
sus acciones mediante la inhibición de la amígdala, hipotálamo y la sustancia gris
periacueductal (recordemos que el hipotálamo es el centro efector motor de la amígdala central,
y la sustancia gris periacueductal, también denominada PAG, pertenece al tallo cerebral y se
encarga de la percepción de estímulos de una manera dicotómica: placentero vs no placentero).
Dicho de otro modo, la corteza orbitofrontal aporta racionalidad y contención a las
manifestaciones impulsivas de la amígdala. Coherente con estos resultados, New et al. (2007)
hallaron, mediante el empleo de PET y RM, que los pacientes borderline presentan una falta de
conexión entre la amígdala derecha y la corteza orbitofrontal. En otros estudios también se ha
corroborado un incremento de agresividad entre aquellos sujetos que presentaban lesiones en
las neuronas del cortex prefrontal del tipo glutamatergicas, las cuales son inhibitorias de la
amígdala (Miller et al. 2008), reforzando la hipótesis del desequilibrio amígdalacorteza
orbitofrontal.
Como vemos, hay evidencia para suponer que en el trastorno de personalidad borderline hay
alteraciones estructurales y funcionales, si bien los procesos fisiopatológicos siguen siendo
desconocidos. A su vez, la psicoterapia de orientación dinámica junto con el tratamiento
farmacológico se perfila como un modo útil de promover cambio estructural, aunque aún no se
ha obtenido suficiente validación estadística.
Conclusiones
Desde la década de los 80 se ha publicado un considerable volumen de artículos
neurocientíficos que estudian la patología borderline desde un punto de vista organicista,
atendiendo a la funcionalidad de amplias áreas o redes neuronales. Paralelamente, son muy
abundantes los artículos que abordan la patología borderline desde una perspectiva
psicodinámica. Sin embargo, no se han hallado artículos en los que confluyeran ambos
objetivos dentro del mismo trabajo.
Hasta la fecha, los resultados de los estudios de neurociencia han sugerido la implicación de
determinadas áreas cerebrales en el desarrollo de esta enfermedad. El énfasis ha sido puesto
en el sistema límbico, hipocampo y corteza prefrontal, aunque hay otras áreas cuyo estudio se
muestra también prometedor para el conocimiento de la patología borderline, como las áreas
del lenguaje o las cortezas de asociación. No obstante, este trabajo ha dejado sin explorar
muchas de las contribuciones de la neuropsicología del desarrollo, la epigenética, así como
otras muchas aportaciones de la neurociencia en materia de integración emocionalcognitiva
relevante para el tratamiento del trastorno de personalidad borderline. Respecto a la parte de
psicoterapia, de la amplísima bibliografía disponible sólo se han esbozado las contribuciones de
unos pocos autores que constituyen iconos en el panorama psicoanalítico actual.
Recientemente se ha comenzado a publicar trabajos que tratan de correlacionar la psicoterapia
con los descubrimientos de la neurociencia. Debido a las discrepancias metodológicas y a su
divergente campo de acción entre otros motivos, la articulación de ambas posturas
epistemológicas resulta hoy por hoy poco concluyente, aunque esperanzadora para un futuro.
Muchos autores consideran que los aportes bidireccionales entre ambas disciplinas permitirán
el desarrollo de un campo común de trabajo donde queden progresivamente integrados los
diferentes ámbitos desde los que se estudia la patología mental. Según Kandel, “si la
psicoterapia es efectiva en cambiar el comportamiento, [...] debe también producir un cambio
estructural en el sistema nervioso. Por tanto, estamos ante la atractiva posibilidad de que, en la
medida en que las técnicas de neuroimagen mejoren... [éstas] puedan ser usadas no sólo en el
diagnóstico de las enfermedades mentales, sino también en la monitorización del progreso de la
psicoterapia” (Kandel 2000, p. 1275).
Por otra parte, Solms propone “colaborar en el material clínico y trabajar juntos en los mismos
casos, o en casos pertenecientes al mismo trastorno” [Solms 2002, p.7]. De este modo se
podría contribuir a estrechar el cerco de la objetividad a la experiencia subjetiva propia del
ámbito de estudio de las psicoterapias.
Sin embargo, las técnicas empleadas por la neurociencia son, a día de hoy, demasiado
rudimentarias para conseguir una aproximación a la experiencia subjetiva, requiriendo la
mayoría de las veces unas condiciones iniciales difíciles de obtener en determinados grupos de
pacientes. Respecto a la patología borderline, es de destacar la escasa y difícil colaboración
que se obtiene de parte del paciente, hecho que limita el estudio de fenómenos que resultan
clave para entender la enfermedad, como la agresividad o la reacción terapéutica negativa.
¿Significa esto que sólo se pueden evaluar aspectos fragmentarios de determinadas
enfermedades? Por el momento, parece que así es.
Dirigir el esfuerzo hacia la unificación de criterios diagnósticos y aproximaciones técnicas, así
como hacia la integración de modos de evaluar el cambio terapéutico, es un objetivo común si
lo que se persigue es la integración de la psicoterapia psicoanalítica en el panorama actual de
las ciencias de la mente. Inversamente, si bien la neurociencia ha comenzado a ofrecer
resultados que pueden ser de utilidad para la psicoterapia, aún queda por esclarecer muchos de
los mecanismos fisiopatológicos de cada una de las áreas cerebrales, así como el efecto
producido por su interacción.
Tomando como punto de partida los resultados obtenidos de la experimentación básica con
modelos animales, algunas corrientes de psicoterapia han tratado de establecer paralelismos
con la fenomenología de la psique humana, precipitando en ocasiones la formulación de
modelos teóricos apriorísticos que resultan difíciles de sostener a largo plazo. Aunque no se
descarta que las hipótesis de trabajo de un grupo sean extrapolables al otro, el nivel de
complejidad filo y ontogenético propio de la especie humana nos sugiere adoptar una postura
más prudente en materia de integración, a la espera de que, por su parte, la neurociencia
también se constituya como un cuerpo de conocimiento integrado, estructurado y aplicable a
otras perspectivas epistemológicas. No en vano se ha dicho que “estamos en la misma fase [en
psiquiatría] que la astronomía previa a Copérnico o la biología antes de Darwin” (Kendell &
Jablensky, 2003. Citado en Peled 2008, p. 1).
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